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Gato Pérez, músico único que solo pudo darse en una Barcelona que ya no existe

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Gato Pérez. Foto: cortesía de Picab.

Gato Pérez. Foto: cortesía de Picab.

La rumba catalana es la música propia, característica y original de la Barcelona urbana. Ha nacido de una comunidad marginada pero netamente barcelonesa y muy arraigada y posee un sello atractivísimo, entre gitano, flamenco y centroamericano, que no se puede comparar con nada conocido. (Gato Pérez).

Sóc un argentí, sóc un fill de puta. (Gato Pérez).

Dijo Picasso aquello de que los grandes artistas copian, pero los genios directamente roban. El Gato Pérez se situó en una categoría intermedia. Él, con mucho respeto y educación, pidió prestado. Y los gitanos catalanes, con gentileza, correspondieron. Así fue el primer acercamiento del hombre blanco a la música más genuina de Cataluña: la rumba. Detrás de él vinieron muchos, pero el Gran Gato fue el pionero en introducirse en un mundo que por cuestiones raciales le era ajeno. Sin embargo, aunque ha recibido sus justos homenajes y reconocimientos, nunca ha sido Xavier Patricio Pérez Álvarez un músico muy recordado o, mejor dicho, porque muchos nunca le olvidan, alguien cuyo testigo haya pasado a las nuevas generaciones.

Pero la cuestión es preguntarse qué llevó a este hombre menudo llegado de Buenos Aires, de cara redondita y por ello apodado «El Gato», a investigar la música local barcelonesa. Si seguimos la biografía que de él escribió Marcos Ordóñez y la película que sobre su leyenda filmó Ventura Pons, encontramos varias pistas.

En primer lugar, suponemos que pesarían sus dificultades para pertenecer a alguna parte. Sus abuelos paternos eran de Asturias y La Rioja; los maternos, de León y Burgos, pero él estaba en Argentina. Le pasó como a muchas familias en aquellos años tremendos. Su padre era el hijo del propietario de una flotilla de taxis que alquilaba en Madrid al cuerpo diplomático. Empezada la guerra, tuvo que huir a Barcelona, donde trabajó en una fábrica aeronáutica dirigida por rusos y de ahí pasó a los campos de refugiados del sur de Francia, donde cogió tuberculosis y regresó de milagro, reclamado por la familia, de derechas de toda la vida. Aunque en 1948, recuperado, cogió los bártulos y, el que sería el padre del Gato, partió a Buenos Aires. Allí este hombre conoció a la que sería madre del artista, una pianista que tuvo que abandonar su carrera por las deudas familiares.

El niño llegó prematuro y por cesárea, de modo que fue un hijo único mimado y sobreprotegido. Creció en un barrio de clase media en la capital argentina. Entonces casi un paraíso. Como en aquellos años, los sesenta y principios de los setenta, los argentinos no han vuelto a vivir jamás. El caso es que al Gato, por si acaso no albergase pocas dudas sobre su identidad, le llevaron al colegio inglés y en el libro de Ordóñez dejó claro que aquello no le gustó, demostrando prematuramente que lo suyo era la bohemia.

El horror. Un mundo rígido, cerrado, clasista, una fábrica de futuros dirigentes y empresarios. Muchos de mis compañeros de entonces son hoy presidentes de compañías o han hecho carrera política: gente importante que ya desde pequeños no había quien aguantase. Siempre hablando del dinero de sus padres, del último modelo de coche que acababan de comprarse. Fui un pésimo alumno: no me gustaba el ambiente ni los profesores ni los chicos.

Por eso se dedicó a hacer novillos y a buscar algo que conocemos bien los que hemos vivido cerca de colegios religiosos:

… tontear con las chicas de la Iglesia Evangélica, que a la salida de los servicios religiosos, libres de la estricta moral que allí imperaba, se convertían en verdaderas fieras, capaces de comernos vivos, peores que nosotros.

Sus primeros contactos con la música le llegaron junto a su abuelo. Juntos escuchaban en la radio. Pero fue un radioteatro, La familia Rampullet, lo que más les unía por la risa, afinando su sentido del humor del que carecía su padre, hombre rígido. Curiosamente, el personaje protagonista de este serial era un catalán, Jaime Rampullet.

Y por ese mismo aparato brotó poco después una especie de epifanía generacional, el «Rock around the clock» de Bill Haley y sus Comets. Xavier Patricio, fascinado por ese nuevo sonido, tocó en la fiesta de final de curso de su colegio «Claudette» y «Wake up little Susie» de los muy queridos en esta casa Everly Brothers.

De aquella educación temprana en el rock and roll, Gato Pérez obtuvo valiosas lecciones. Sobre todo cuando comparaba con España, un país al que todas las tendencias que menearon la segunda mitad del siglo XX en todo el mundo llegaron tarde hasta más o menos finales de los setenta.

La llegada del rock a la Argentina generó una serie de cosas que luego eché terriblemente de menos en España, algo muy parecido a leer los clásicos a su debido tiempo y en su versión original, en vez de acceder a ellos con retraso, a través de malas traducciones o copias abaratadas. Los músicos argentinos aprendieron a tocar mucho antes, quemaron etapas, los mimetismos acabaron a su debido tiempo, e incluso resultaron positivos y estimulantes personajes como Johnny Tedesco, un cruce porteño entre Elvis y Phil Everly.

Aunque el Gato, antes de partir para Barcelona obligado por la decisión de su padre —se escondió en el WC y dijo que no saldría nunca cuando se lo dijeron—, ya había integrado en Buenos Aires un grupo de música pampera tradicional, Los Baguales, cuando llegó a España siguió con el rock de Los Salvajes y Los Cheyennes. Una especie de Stones y Beatles locales que le animaron a meterse entre pecho y espalda muchas horas de encierro practicando con el instrumento, porque como a todos los recién llegados, le costó hacer amigos.

Cuando ya comenzó a integrarse eran los años de la Barcelona mod. Con un amplio circuito de salas de conciertos que se vino abajo cuando alguien, cuenta Marcos Ordóñez, debió considerar que la música en vivo hacía peligrar el orden público. El primer grupo del Gato del que se tiene noticia por aquellos años de invasión soul en la Ciudad Condal fue Revelación Mesmérica, con Rafael Zaragoza, que luego se llamó Nosaltres y finalmente Pérez y Zaragoza, a lo Simon & Garfunkel, aunque más bien parecían una pareja de la Guardia Civil con ese apelativo. El éxito fue equivalente.

No le quedó otra que encontrar curro. Se inició en el oficio de mayordomo, nada menos. No por sus modales ni belleza, sino por tener un inglés perfecto. Sacando a pasear el perro del señor, vio llegar los años de la oleada progresiva. Con Máquina en Barcelona, Cerebrum en Madrid y Smash en Sevilla, o los Canarios del célebre Teddy Bautista, aún en plena transición del soul a las canciones no precisamente breves. Sin embargo, el asesinato de Melitón Manzanas evaporó todo atisbo de resurgir cultural en la ciudad y la policía volvió por sus fueros. Según Ordóñez, tras esta embestida del régimen, muchos decidieron cortarse el pelo y hacerse oficinistas. El Gato no, él continuó.

Su siguiente proyecto fue Sloblo, un intento de emular a los Flying Burrito Brothers, el nuevo camino emprendido por Dylan y the next big thing, el nuevo country rock americano de grupos como Riders of the Purple Sage o Area Code 615. Tras un par de formaciones disueltas y un intento de alcanzar el éxito con una propuesta netamente comercial, a la escena progresiva que se había gestado en la sala Zeleste el Gato aportó su combo Secta Sónica. Un proyecto que puso en marcha más que nada para entretenerse, pues ahora su trabajo en el sello Zeleste/Edigsa le tenía confinado en los despachos.

Tenía muy claro, eso sí, que lo de cantar en inglés era una majadería y que no tenía ningún sentido contar historias de surfers o de chicos que esperan el sonido de la campana de la clase para correr a reunirse con su chica, así que Secta Sónica se convirtió en un compás de espera para no perder comba.

No fue nada muy exportable lo registrado en los dos discos que grabaron Secta Sónica, un poco más de «música para músicos» como lo llama, con indulgencia, el autor de la biografía. Hasta que un día el Gato se dejó caer por las Fiestas de Gracia, el barrio de los gitanos de Barcelona por antonomasia, y la escena le dejó pasmado. La calle cortada, dos guitarras, un grupo de palmeros que no dejaba de crecer en número, las mujeres y las niñas bailando y una fiesta que empezó a las diez de la noche pero que nadie recuerda cuándo acabó. Se hizo la luz. El Gato abrió los ojos, o las orejas mejor dicho.

Si los yanquis tienen el rock y los negros el blues, si los andaluces tienen el flamenco y los jamaicanos el reggae, si los cubanos tienen el son y los colombianos la cumbia, el ritmo por excelencia de Barcelona es la rumba.

El capítulo IV de la biografía del Gato de Marcos Ordóñez es el más interesante. Explica, con profusión de citas, de dónde y cómo pudo llegar la rumba a Barcelona. Música originaria de la población negra y humilde de Cuba, puede que con algún «injerto de savia andaluza» en su origen, creció con el florecimiento de las orquestas habaneras de los años treinta, que tenían en la Barcelona de antes de la guerra una parada habitual en sus giras. ¿Y quién no se perdía esos conciertos? Los gitanos.

Foto: Cortesía de Picap.

Foto: Cortesía de Picap.

La conexión de los músicos cubanos con los gitanos, y los mencionados de Barcelona eran de nivel aristocrático y adinerado, no hubo que forzarla. Después de los conciertos, se iban de juerga a sus casas y así se fecundó el barrio. En 1956, el Tío Polla inventó «el ventilador o batidora» para tocar la guitarra, un raspado alternado con percusión sobre la caja del instrumento. L´onclu González, o Tío Polla, era el padre de Antonio «el Pescaílla». Juntos, padre e hijo explotaron este estilo en fiestas y saraos en los que tenían que tocar hasta que les temblaban las canillas de agotamiento y alguna que otra cosa más. Dicen que si la rumba catalana no explotó en ese momento fue porque el Pescaílla se casó con Lola Flores y supo, muy discretamente, permanecer a la sombra de la carrera de su esposa. Solo cuando Peret llevó el género a los medios comerciales el estilo salió del gueto y pudo ser situado en el mapa.

La rumba es música de gueto, cierto, y sus fiestas se organizan de puertas adentro, pero el tan cacareado racismo contra los payos es un cuento chino. Ellos valoran el sentido del ritmo por encima de cualquier otra cosa: si el payo no es «gallego», es decir, si tiene compás, de algún modo está hablando su misma lengua. Y es aceptado. El problema se plantea a la inversa: pocos payos pueden seguir la marcha gitana, y yo mismo he tenido que dejar de frecuentarles por motivos de salud.

De esta manera, en la crisis que sufren los que se aproximan a la treintena, casado y con dos hijas, con todo lo que había sido la sala Zeleste destruido a martillazos por las criaturas moldeadas por la cosecha del 77, el Gato vendió su bajo, se compró una guitarra y se puso a tocar rumba encerrado en casa como un poseso. Según declaró, cantar en inglés nunca lo iba a hacer. Y el español carece de tantos monosílabos como tiene el inglés. Siempre tenía que subdividir el ritmo, decía. Hasta que con la rumba por fin pudo endosar alejandrinos y contar, con ellos, todo lo que tenía alrededor. Algo que, con toda humildad, es un detalle exigirle a la música popular: que el solista no renuncie a comunicarse con su público. El Gato, en este sentido, solo quería contar en tres minutos las cosas que le pasaban. Tanto y tan poco.

Carabruta es el primer LP que facturó por fin como Gato Pérez. Grabado en poco más de una semana entre nubes de hachís. El nombre es el adjetivo que hace referencia a la tez que se les pone a los músicos cuando tocan puestos hasta las cartolas. Cuando terminó de grabarlo, el Gato pensaba que había perpetrado una boutade de padre y muy señor mío. Cuenta que estuvo encerrado en casa varias semanas sin querer ver a nadie, pero en un principio solo un diario andaluz puso el grito en el cielo.

La rumba flamenca es oriunda de Andalucía, y todo lo que se quiera hacer tratando de adaptarla a otras latitudes resulta verdaderamente grotesco. Y esto es lo que ha sucedido con Carabruta, disco interpretado por un artista hispanoamericano que se hace llamar Gato Pérez. Que hagan cosas de este tipo los catalanes, pase, pero que los extranjeros vengan a hacerse los graciosos a costa de nuestra idiosincrasia no se debe permitir.

El disco, sin embargo, por el boca a oreja, fue dejándose querer. La ciudad, por otro lado, no era la misma. Fueron los años mitificados de la Barcelona anárquica de finales de los setenta. El Gato ya andaba de retirada, se había hecho con un negocio de vender paellas a los domingueros en Sant Juliá de Villatorta, pero oliendo a grasilla tuvo que bajarse de nuevo a la noche en la gran ciudad creyendo que las masas le reclamaban.

En principio, la cosa quedó en tablas. Hubo un gran cartel junto a los Amaya y Peret en el recital «Llegó la rumba», pero los modernos no estaban para esos líos y los gitanos no se lo terminaban de creer, de modo que, en conclusión: no fue ni el Tato al concierto. Fracaso. Una apendicitis hizo el resto y Xavier Patricio volvió a recluirse, pero con las canciones para un extraordinario segundo disco en la buchaca: Romesco.

En ese plástico estaba el éxito que más lejos llegó de toda su carrera, hasta el punto de aborrecerlo, «El ventilador», pero el LP era una colección de hits hasta el final, donde concluye con una de las canciones gatunas que a mí particularmente más me gustan: «Tiene sabor».

Entre medias estaban joyitas como «El sabio», una versión de Tito Rodríguez en la que se desahogaba con su gran rival entonces, Tito Puente, al que satirizaba. Una canción que luego ha cantado mucho Héctor Lavoe, porque es una letra escandalosamente buena incluso fuera del contexto de la competencia a cara de perro entre los puertorriqueños del Palladium Ballroom de Nueva York.

Déjate de tanto alarde
y vive la realidad
ay pues por más que tú trates
el mundo no cambiará.
Yo sé que te dicen sabio
Sabio, sabio tú serás
pero con tanta sabiduría
y tú no tienes felicidad.
Tú, tú, tú, si no tienes felicidad
De sabio no tienes ná.

Bombazo seguido justo después por «Los reyes de la fiesta», que como apunta lafonoteca.net es un homenaje a todos aquellos a «los que la sapiencia les llega a través de la humildad».

Los conversadores, los reyes de la fiesta,
los de la charla amena, interesante y cordial
departen los domingos discutiendo la semana
en un derroche ingente de saber y de humildad
Son la gente sabia, todo el mundo les escucha
y entresacan experiencias de su conversación
explicando mil historias ingeniosas y ocurrentes
abordan cualquier tema con total autoridad
Los conversadores en su vida han leído un libro
y todo lo que saben, lo saben enseñar
su cálida palabra millonaria en aventuras
luce y vivifica y qué agradable es de escuchar
Los buenos bebedores, la juerga permanente
afinados con el cosmos, siempre saben dónde están
ponlos en la medida de acabarse las botellas
qué guapos que se ponen cuando se ponen a hablar
Y dicen que tal cosa y dicen que tal otra
y demuestran con testigos que todo ello es verdad
han vivido lo que cuentan y disfrutan reviviendo
con anécdotas sin luz tras su universo en libertad
Los buenos bebedores, la gente más serena
celebran que están vivos por la mañana al despertar
en equilibrios tales se resbalan todo el día
esas dosis de alegría nunca pueden hacer mal

El disco fue un disparo, consiguió por fin buenas críticas y llegó a ser nombrado Disco Español del Año 1979. El Gato pudo firmar un contrato con EMI, la multinacional, para cinco años y cuando todo parecía que no podía marchar mejor, llegaron dos desgracias: el público catalán dijo que se había vendido, por un lado, y Barcelona se apagó y todos los medios centraron su atención en la incipiente Movida madrileña. La innombrable, como dicen algunos. Si Morfi Grei dijo aquí que los ochenta se le atragantaron a la Banda Trapera por ser «demasiado heavy para los punks, y demasiado punk para los heavys», Ordóñez tiene otra de estas para el Gato en esa época: «demasiado triste para ser bailable y demasiado bailable para ser moderno».

Pese a la adversidad, y tras ser telonero de Bob Marley, el disco Atalaya, en 1981, logró altos niveles de ventas, y no inmerecidos, porque se abría con otro trallazo como «Gitanitos y morenos», en la que el Gato viene a pedir perdón por atreverse un «blanquito» como él a ejecutar música mestiza. También destacables son «Ebrios de soledad» sobre Carles Flavià, un Enrique de Castro catalán, dedicado a proteger y reconducir a adolescentes marginados, y la mítica, y desgraciadamente premonitoria, «Se fuerza la máquina», donde alertaba de las consecuencias de la vida nocturna. Otra letra memorable.

Este género divino, esta música excelente,
que es la música del pueblo con la que baila la gente,
tiene un gran problema, amigos, tiene un serio inconveniente
exige tantas energías que la salud se nos resiente.

Es la rumba y es el tango, son el jazz y el rock’n’roll:
un volcán de sentimientos por donde habla el corazón;
así se gasta adrenalina y se bebe mucho alcohol
para afinar las emociones y acordarse del dolor.

Se fuerza la máquina, de noche y de día
y el cantante con los músicos se juegan la vida.

Si el cantante va cargado casi expresa lo que siente,
si va fresco canta triste y no conecta con la gente
melodías eternas encadenan la armonía
cuando el músico es sincero y toca trozos de su vida.

Se fuerza la máquina, de noche y de día
y el cantante con los músicos se juegan la vida.

Cuando el público se vuelca y se prende a las canciones
una magia misteriosa se apodera del ambiente
música, música, música, música y palabras
que se combinan en un diálogo inédito y profundo.

Se fuerza la máquina, de noche y de día
y el cantante con los músicos se juegan la vida…

Según el Gato, la producción de Ricardo Miralles, arreglista de Serrat, lastró el disco, pues «en lugar de acentuar los componentes pop y las bases rítmicas, las mezclas primaron las melodías, y los arreglos dulcifican cada canción hasta rozar lo empalagoso». En EMI, no obstante, le dijeron que el disco era de aprobado raspado. Entonces se remezclaron las aludidas «Se fuerza la máquina» y «Gitanitos y morenos», que se convirtió en otro hit y logró que el disco vendiera veinticinco mil copias.

Pero habíamos dicho que «Se fuerza la máquina» era premonitoria y lo fue en forma de «cuadro de infarto», con el Gato apunto de morir; «tenía las arterias rellenas», dicen en el documental de Ventura Pons. Su mujer se lo encontró tirado en casa con un pie en el otro barrio. Desde ese día, se acabó el beber y el fumar y, en consecuencia, el ritmo frenético de conciertos. Tras el jamacuco, corrió el rumor de que había muerto. De ahí el nombre de su siguiente LP, Prohibido maltratar a los gatos, donde baja el pie del acelerador y se vuelve, tal vez por esos problemas de salud, un tanto más melancólico.

Y así, pocho y con el mercado empezando a jugar a la contra, el Gato no tuvo mejor idea que sacar un disco íntegro en catalán, Flaires de Barcelunya. Algo que hoy nos parecería de lo más normal, entonces todavía entrañaba ciertos riesgos. Así lo explicó él mismo:

… lanzar un disco en catalán en 1982 equivalía a quedar atrapado en una curiosa paradoja: De cara a la parroquia moderna, inmediatamente eras asimilado al mundo rancio y lloroso de la cançó… mientras que los presuntos consumidores de registros en catalán, en su mayor parte integrados en la cosa nacionalista, no cogían ni con pinzas un disco como Flaires de Barcelunya, que no solo no transmitía consignas, sino que, además, estaba hecho por un declarado colaboracionista.

Fotografía de Gato Pérez en la pared del bar Resolis, Plaça del Raspall, barrio de Gracia. Foto: Carles A. Foguet.

Fotografía de Gato Pérez en la pared del bar Resolis, Plaça del Raspall, barrio de Gracia. Foto: Carles A. Foguet.

Pero no hay que buscarle tres pies al ídem. Como queda claro en la película, el Gato se sentía de Barcelona y catalán, para más señas. Hasta el punto de que se consideraba local importándole bastante poco que alguien pudiera decirle lo contrario. Su amigo Marcelo Covián recuerda: «no era ni un catalán profesional ni un argentino profesional. No hablaba en términos nacionales. Estábamos aquí, nos sentíamos parte, si nos consideraban aparte nos traía sin cuidado». Simple. Además, el propio Ventura Pons quiso dar valor al rango original de forastero del Gato, cuando declaró en La Vanguardia al presentar su cinta: «Ocaña [famoso travesti de Barcelona] era sevillano; Gato era argentino: son dos personajes que nos hicieron entender mejor Barcelona y, curiosamente, ambos eran de fuera». Sus dos hijas, por otro lado, hablan las dos en catalán y recuerdan que su padre lo único que les pidió en la vida no tenía nada que ver con batallitas identitarias, sino que les rogó que por favor que «no fueran pijas». Nada más. Jessica, la mayor, es la que se ha encargado de las reediciones y remasterizaciones que han ido saliendo. Muchas de ellas canciones de gran nivel que nadie quiso comprarle al cantante en los años de decadencia.

En todo caso, el Gato ya había dado sobradas muestras de su interés por cantar en catalán. En todos sus discos caía alguna rumba en ese idioma. «La rumba que neix al carrer, filla de Cuba i d’un gitanet», dejó dicho en «La rumba de Barcelona»; una rumba, por otra parte, que siempre quiso separar de la de Los Chichos o Los Chunguitos, que convertían en tragedias algo que siempre había venido en cofre de alegría.

En el disco en catalán había letras para los trabajadores africanos del Maresme, «Els morenus d´en Martínez», con un «negrero» que existía realmente. Por lo visto, luego estos trabajadores inmigrantes se llevaban todos un disco del Gato debajo del brazo a sus países de origen, así que nadie se asuste si le suena rumba en catalán en un bar de Gambia o Sierra Leona. El protagonista de «L´hereu de Can Bruguera», por otro lado, también existía, y en su caso había dilapidado el patrimonio familiar de jarana en jarana. Escenas costumbristas catalanas, ambas. El LP en cualquier caso no tuvo distribución por parte de EMI, que lo sacó porque estaba obligada por contrato, y el Gato siguió hundiéndose en las listas de ventas, aunque dijo que Flaires de Barcelunya es de sus discos favoritos por la libertad con la que pudo trabajárselo.

Y el catalán todavía tenía que darle una desgracia más. Cuando intentó dar el salto al mercado latino de Estados Unidos, le pidió a EMI, cachondeándose abiertamente, ir a grabar al otro lado del charco: «Papo Luca, piano. Jeff Lorber, on keyboards. Marcus Miller, bajo. Steve Gadd, batería. Guitarras, Mark Knofler y Paco de Lucía. Gato Barbieri al saxo. Ray Barretto al frente de la percusión Sección de viento: Willie Colón, Perico Ortiz, Mario Rivera y Reynaldo Jorge». Y al entregar la nota vino lo más gracioso: le dijeron que sí. Pero cuando ya tenía los billetes de avión comprados:

Imagino que los jerarcas madrileños contemplarían aquella rodaja de plástico negro como el incomprensible producto de un habitante de la más remota galaxia del imperio. Hicieron sus cálculos y decidieron, supongo, que la decisión era demasiado arriesgada.

Resultado de tan tremendo gatillazo fue el disco Música. El Gato perdió la fe en lo que estaba haciendo y en el mercado discográfico, como les ocurre a tantos artistas, que le estaba hundiendo en la miseria. En los conciertos se despedía con un sarcasmo hiriente: «Ahora iros a comprar los discos de U2 y Sting», decía. De todos modos, en este álbum, de la lista de artistas que pidió, sí que le proporcionaron al quizá más interesante, Paco de Lucía. Pero ya en su último disco con EMI, Ke imbenten ellos, directamente se pasó al funk y los sintetizadores poniendo él mismo los clavos de su ataúd artístico.

Agarré el techno por la cola, cuando ya se batía en retirada y los pastizales estaban quemados (…) yo no sabía que en el año 84, los sonidos de un Korf o un Rhodes ya les sonaban a sintonía de telediario al ochenta por ciento de los jovencitos y jovencitas.

Tras firmar la banda sonora de La rubia del bar, de Ventura Pons, por supuesto, y protagonizada por el ínclito Ramoncín, el Gato fichó por un sello independiente donde trató de volver a los caminos que nunca debió abandonar. En los momentos más oscuros de su carrera, Pascual Maragall le encargó una rumba, «Barcelona», para un vídeo de promoción de la candidatura de los Juegos Olímpicos, pero el público realmente no respondía, lo que se traducía a su vez en unas canciones cada vez más oscuras y nostálgicas. Cuando finalmente murió en 1990, Ramón de España se hacía eco precisamente de eso, de que sus discos eran realmente el espejo de su alma:

Las canciones de «Gato» eran trozos de su vida. Cuando escribía «Se fuerza la máquina» estaba explicando los riesgos de la vida de músico, vida de excesos nocturnos para la que hace falta mucho aguante. «Gato» tenía bastante, pero a pesar de eso los médicos le retiraron del alcohol, cosa que, por otra parte, no afectó demasiado a su obra. Sin whisky y con agua mineral, «Gato» seguía siendo el fino narrador de la cotidianeidad que siempre había sido. (La Vanguardia)

Como muchas otras cosas, también había profetizado que no pasaría de los cuarenta y otra vez acertó de lleno, murió con treinta y nueve y medio. Pero a los músicos que quieren serlo sin trampa ni cartón hay que recordarlos siempre.

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Francisco Veiga: «Modificar fronteras no soluciona los conflictos, en todo caso crea otros nuevos»

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Francisco Veiga para Jot Down 0

Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Francisco Veiga (Madrid, 1958) estudia regiones tan complejas y difíciles de entender como el sudeste europeo y el espacio exotomano; zonas sin embargo tan dadas a ser despachadas en los medios a través de tópicos y frases hechas. Además, está especializado en los últimos treinta años de historia, momentos de cambios cruciales, sujetos a manipulaciones e intereses vigentes. Siente, entre risas, que sus libros e investigaciones no arrojen las conclusiones definitivas, el relato perfecto de los hechos donde todo encaje. Quizá por eso sean tan estimulantes para el lector inconformista. Una de sus obras más importantes fue La trampa balcánica. Queremos recorrer la historia desde ahí, desde la I Guerra Mundial y la formación del nuevo centro y sur de Europa y Oriente Medio hasta el nuevo orden mundial, en una conversación no exenta de anécdotas, digresiones, dudas y a veces certezas.

¿Vuelve la guerra fría?

No tiene sentido afirmar tal cosa. La guerra fría terminó. Ahora ha venido otra cosa. Incluso la posguerra fría ha terminado, hay muchos indicadores que así lo demuestran. Son fenómenos diferentes. Tal vez me equivoque y todavía le queden años a la posguerra fría; pero en todo caso ya no es la guerra fría. La historia no se repite. Cuando escucho esas cosas pienso que no habla un historiador, un profesional. Y esto que decía Mark Twain de que no se repite, pero rima, suena bien y tal, pero no. Lo que si podemos hacer es comparar fenómenos que tienen lugar, por ejemplo, en la I Guerra Mundial y en la guerra fría porque en ambas confrontaciones hay un empate militar. Eso es la historia comparativa.

En su último libro se propuso explicar la I Guerra Mundial desde un punto de vista no anglosajón.

Hoy en día la historiografía está muy colonizada por el mundo anglosajón en general, tanto el americano como el británico. Ellos vencieron en las dos guerras mundiales y los que ganan las guerras son los que las cuentan. Por eso entendí que faltan aún muchas explicaciones sobre este conflicto. La I Guerra Mundial, de hecho, fue durante muchos años una guerra ganada por los franceses, pero tras la derrota de estos en la II Guerra Mundial, dejan de tener importancia sus historiadores. Hoy en día cuentan los anglosajones; o un chino que haya estudiado, por ejemplo, en Yale; o un indio de una universidad inglesa. Siempre hay que haber pasado por el mundo cultural anglosajón para tener a favor el eco internacional necesario.

Un ejemplo de este fenómeno es que la gente conoce de la I Guerra Mundial operaciones especiales como la de Lawrence de Arabia levantando a los árabes contra los turcos, pero desconoce lo que se denomina la «yihad alemana», los esfuerzos de Max von Oppenheim, un arqueólogo alemán que organizó la oficina de operaciones del este, desde donde se intentó, aunando a nacionalistas indios e irlandeses, que se levantasen las tropas nativas de la India contra Gran Bretaña, que organizó una expedición en Afganistán para que estos invadiesen la India. De todo esto se sabe más bien poco, o se minusvalora.

Y a esos historiadores anglosajones, además, se les puede considerar buenos escritores.

Lo que hacen muy bien es vender sus productos. Todos, desde los comerciales a los culturales. Rematan bien los relatos, algo que no sabemos hacer nosotros. En Imitation Game, la última película sobre la máquina Enigma que empleaban los nazis en sus comunicaciones, es evidente que no se cuenta la historia exactamente como sucedió, hay ahí mucha licencia narrativa, pero el relato sale redondo. Igual que en American Sniper, la de Clint Eastwood. Nosotros en cambio dejamos finales abiertos, no llegamos a conclusiones claras. Lo que escribe Robert Kaplan, por ejemplo, tiene una carga ideológica importante y un mensaje concreto, pero está bien hecho. Otra cosa es que refleje cómo es realmente aquello de lo que habla. Pero como producto tú lo lees y todo te encaja. Clinton tras leer su Fantasmas balcánicos dijo que por fin había entendido la región. [Risas] ¡Ni de coña! [Risas]

Creo que los historiadores tenemos que acostumbrarnos a pensar desde puntos de vista alternativos. Le insisto mucho a mis estudiantes en que hagan ensayo, porque ese tipo de trabajo universitario que se hace en España con largas y prolijas notas a pie de página puede ser artificioso. Las notas pueden ser forzadas; que un artículo esté lleno de ellas no te garantiza credibilidad absoluta. Luego te llega un historiador inglés como Eric Hobsbawm, que casi no las añade, y la gente cae de rodillas. Y lo adora. Como con Kaplan: si escriben bien, te lo lees bien, te lo terminas creyendo y lo asumes. De hecho, el actual sistema, a escala global, conduce a generar una narrativa única, a la que cada uno puede añadir las notas a pie de página que quiera (los lectores se las saltan: son demasiadas y contradictorias).

En Las guerras de la Gran Guerra sostiene que lo que empieza es la globalización.

Creo que cuando comienza realmente, más que en 1914, es en la Belle Époque. Eran los tiempos del cancán, ya sabes, y quizá la prensa y la historia canónica han creado una imagen de esta época, como un bloque de cemento, que es muy difícil de mover. Pero luego cuando tú buscas documentos, correlaciones, detalles que no se conocen, ves que es también la época donde lo significativo es que se inicia la primera globalización. Gran Bretaña era el gran poder financiero del mundo, podía hacer negocios en cualquier rincón del globo, aparte de ser también el banquero de todo el planeta. Había comunicaciones fluidas, quedaba poco por descubrir y el nivel de negocios, expectativas y progreso era como muy de globalización, tal y como luego fueron los conflictos.

A partir de 1871 nace una Europa bismarckiana con unas reglas diplomáticas que quedan desbordadas cuando el tablero se extiende hacia el resto del mundo. Alemania controla Europa, pero no el resto del orbe. Y cuando intenta salir para fijar el marco de las reglas internacionales ahí se encuentra con Francia e Inglaterra unidas. No tiene un imperio como el de ellas, y de ahí nace una gran frustración alemana. Niall Ferguson dice que los alemanes siempre han querido ser amigos de los ingleses, por eso crearon una gran flota, no para competir con ellos, sino para que los respetaran; pero en Londres eso lo vieron como una gran amenaza.

Así que el mundo occidental, a la altura de 1914 posee un cierto parecido al actual. Incluyendo guerras exóticas aquí y allá, causas revolucionarias no muy claras y nacionalismos a la deriva. Las fuerzas no están muy bien definidas, como ahora. Inglaterra es la triunfadora, pero no está claro. Como le pasa ahora a Estados Unidos. A la vez, hay un nacionalismo ruso que se siente fuerte y está asentado porque se alía con los franceses e ingleses. El matiz hoy sería que ese nacionalismo ruso lo que quiere es volver a ocupar la posición que tenía. Mientras que la Alemania de Guillermo II es un poco como la de Merkel hoy, que intenta controlar la situación en Europa pero el marco internacional la desborda.

Francisco Veiga para Jot Down 1

Se llega al conflicto y se abre un paréntesis con las guerras mundiales que llega hasta nuestros días.

Lo de la guerra del 14 fue un cortocircuito brutal. El año pasado en el centenario de la I Guerra Mundial salieron muchos libros, casi todos anglosajones. Tengo que decirte que cuando yo escribí La trampa balcánica sugerí de broma ponerme un nombre anglosajón para que tuviera más repercusión y en la editorial se lo tomaron en serio. Incluso anduve dándole vueltas a algunos alias posibles. [Risas] El caso es que esos libros, unos nuevos, otros meras reediciones, no aportan nada nuevo desde un punto de vista historiográfico. A cien años vista, aún no está claro por qué estalla la Gran Guerra; increíble pero cierto. Hay quien carga toda la responsabilidad en Rusia, como el historiador Sean McMeekin, con una obra muy bien documentada. El asesinato de Francisco Fernando no tenía por qué llevar necesariamente a la guerra generalizada, pasó un mes entre el atentado y el inicio de la contienda, se intentó arreglar pero se fracasó. ¿Por qué? Según esta teoría porque los rusos fueron a saco, a piñón, a aprovecharse de que por primera vez eran aliados de los franceses e ingleses y quieren cuestionar el control alemán de Europa Central, y hacerse con los Estrechos para salir, por fin, al Mediterráneo. Fueron a por todas. Pero esa gran guerra rápidamente terminó en el empate en las trincheras.

Estalla así una guerra nacionalista, una lucha entre democracias, excepto en el caso ruso. Había socialdemócratas en los parlamentos alemán y francés. Y esa guerra absurda se quedó hundida en las trincheras, con el agua y el barro hasta las rodillas. Hasta el 17 no llegaron las soluciones, americanas y rusas. Lenin por un lado propuso una solución revolucionaria: autodeterminación de los pueblos y revolución, salida de la guerra y de esa forma nunca más volverán a producirse. Y Wilson contestó con sus catorce puntos. Autodeterminación, sí, pero de algunos pueblos [risas] y fin del imperialismo. Esto era una respuesta a Lenin. Hasta se habla de que la guerra fría empieza ahí, en el primer choque entre Lenin y Wilson, es la aportación de Powaski o Arno Mayer. Pero lo importante es que se empieza a desarrollar la URSS que es un fenómeno que ocupa todo el siglo XX, del 19 al 91.

En el 14 el nacionalismo pudo mantener a los soldados en aquellas infames trincheras y la izquierda no logró sacarlos. Se subestima el poder del nacionalismo, mucho más poderoso que la izquierda.

Las trincheras eran tremendamente perversas. Mi teoría es que fueron un sistema que surgió del propio fracaso militar, de la guerra de movimientos se pasó al empate en las trincheras y los generales lo aceptaron en cierta manera, pero no como un fracaso. Era la guerra como una forma de control social extremo. Estaban ahí todos hacinados, como en un matadero, no había momento para pensar, todo el mundo sabía lo que tenía que hacer en cada momento. A mí las trincheras me recuerdan mucho a los campos de exterminio nazis. Porque no habían margen para pensar que aquello podía ser una monstruosidad que no llevaba a ninguna parte; poseía una lógica inabarcable, no podía ser un error o algo perverso en sí mismo: solo cabía salir de la trinchera cuando llegaba la orden, ir a tomar la de enfrente y morir. Las trincheras estaban aisladas, no cerca de la población civil, no pasaban por el medio de las ciudades. El civil en la ciudad, el soldado en la trinchera. Era un mundo cerrado, con sus reglas, que tenía enormes cantidades de detractores, pero también de muy importantes defensores. Ahí está Jünger hablando del «nuevo hombre de las trincheras», o el fascismo, que tuvo todo un discurso sobre el hombre de las trincheras, el valiente, todo eso tan ardito (audaz) de ensalzar a los que toman la trinchera enemiga con el cuchillo entre los dientes y las bombas de mano. La camisa negra, de hecho, formaba parte del uniforme de las tropas de choque italianas de la I Guerra Mundial.

Mi tesis incluso es que estas trincheras previenen la revolución, más que impulsarla. La Revolución rusa, al contrario de lo que a veces se pueda creer, no empezó en las trincheras, sino en la retaguardia, en San Petersburgo; una ciudad enorme donde hay un montón de soldados de guarnición. Los que no hacen una mili normal, los que tienen algún problema o son mayores; soldados al fin y al cabo ociosos, pero que sufren la falta de alimentos, los problemas del frío. Porque la economía rusa se había centrado en el frente, en intentar parar a los alemanes, contenerlos en las trincheras, y todo se va hacia allí: el trigo, los alimentos, la gasolina. La retaguardia quedó desabastecida. En ese contexto, cuatro campesinos en un pueblo no tenían nada que hacer, pero sí miles de ciudadanos en la capital de Rusia en aquel momento, decenas de miles llegados del campo para trabajar en el esfuerzo de guerra en las fábricas, con una guarnición de ciento ochenta mil tíos más ciento cincuenta mil en los alrededores, que no hacían nada en todo el día, que en cierta manera son emboscados porque no están en el frente. En cambio, en las trincheras francesas a partir del año 17 hubo intentos de sublevación, pero fueron reprimidos sin que contagiaran al resto del ejército o de la sociedad.

En su libro menciona que el general Nivelle a punto estuvo ocasionar una revolución en Francia al insistir en la estrategia de trincheras.

Nivelle fue el que dio aquel famoso y contundente discurso a los oficiales en vísperas de la batalla de Verdún: «Caballeros, mañana atacaremos. La primera oleada morirá, la segunda también, así como la tercera; algunos de la cuarta alcanzarán el objetivo y la quinta oleada capturará la posición». Y concluyó: «Muchas gracias, caballeros». Ahí es nada. Con el desarrollo de la guerra algunos militares franceses, como Pétain, habían buscado alternativas, pero este era un tío muy ambicioso, centrado en su promoción personal, y todo lo que se había alcanzado positivo lo desmontó. Volvió a los ataques frontales masivos y continuó con ellos, inasequible al desaliento, incluso cuando ya se había desencadenado la revolución en Rusia. La guerra llevaba mucho tiempo sin salida, siempre era lo mismo, intentar tomar por asalto las trincheras del adversario, ocupar algunos kilómetros y luego vuelta a lo mismo otra vez. No había ninguna solución. Los americanos cuando ya iban a entrar en guerra, que se lo tomaron con calma, dijeron que lo iban a hacer a su manera. No se identificaban con los aliados, como parte de la Entente. Iban a su juego y la suma de todos estos factores en Francia creó una enorme impaciencia.

Dice que la guerra no fue inevitable, que se desdeña el papel del azar.

En 2008 se publicó un libro de Nicholas Taleb, Cisne negro, que tuvo mucho éxito en el mundo de las finanzas y en la sociología. Es interesante, aunque le sobran muchas páginas, pero la idea que contiene es muy buena. Dice que muchos acontecimientos históricos no son tan previsibles. Yo suscribo eso. No es que la guerra fuese evitable, es que fue bastante imprevisible. Se dice que era algo que todo el mundo esperaba, pero eso no está ni mucho menos claro. Ferguson cuenta que la bolsa, por ejemplo, no se hundió hasta el último momento. A principios del siglo XX había muchos pequeños inversores, gente que si hubiese visto algún problema hubiese sacado el dinero rápidamente. El asesinato del archiduque no se percibió como algo que fuese a llevar a una guerra generalizada. Se pensó que se podía arreglar, porque al fin y al cabo las familias reales estaban emparentadas entre sí, el zar y el káiser eran primos, Nicky y Willy. Parecía imposible que todo fuese a descarriar de esa manera.

Se pensaba además que de llegar la guerra sería muy distinta.

Lo que estaba previsto era que si se producía alguna guerra importante a principios del siglo XX, se lidiaría fuera del territorio europeo. En el mar. La carrera de armamento era marítima. Los barcos ciertamente eran las armas más avanzadas, los acorazados, los submarinos… En el año 39 las armas de última generación del año 18 eran antiguallas, esos biplanos y triplanos, pero la única arma que casi no cambia entre la I Guerra Mundial y la segunda era el submarino. A comienzos del siglo XX el desarrollo tecnológico militar se había centrado en la marina. Se pensaba realmente que la guerra se podía lidiar en el mar y que cuando se hundieran varios acorazados o cruceros de los alemanes o los británicos, enseguida se negociaría la paz.

Los ejércitos tenían tantos soldados, hasta un millón o más, porque eran herramientas de control social. El chico que estaba haciendo la mili no estaba en el sindicato, ni en la cafetería anarquista; estaba haciendo la mili y le estaban poniendo la cabeza como un bombo de ideas patrióticas; e inculcándole una disciplina despersonalizadora.

Hay mucha diferencia entre haber hecho la mili o no. Aquí se llegó a decir que Narcís Serra fue el primer ministro de Defensa procedente del ámbito civil porque precisamente no la había hecho. Si la hubiera cumplido, quizá le habría quedado un resquicio de temor ante los militares. Pasar un año en filas marca mucho. Y este era el sentido de los ejércitos de tierra. El problema es que en el mar esa guerra tecnológica también quedó empatada. Los barcos eran tan perfectos, las tripulaciones estaban tan bien adiestradas, que los primeros combates navales terminaron en tablas. Además, los navíos de superficie eran carísimos, tecnología punta, no se podían perder así como así.

Francisco Veiga para Jot Down 2

También ha dicho a propósito del genocidio armenio que con la I Guerra Mundial empiezan las primeras guerras de datos.

El periodista al final siempre termina escribiendo lo que supone que la gente quiere leer. Por eso la prensa habitualmente suele orquestar unas explicaciones con unos datos más o menos sesgados y unos puntos de vista que finalmente no son un trasunto de lo que realmente pasa. Por ello está extendido eso de que la Gran Guerra se veía venir, porque así lo explicaban los periodistas, vendían ese producto. Sin embargo, en los años sesenta y setenta también decían lo mismo sobre una hipotética III Guerra Mundial y nunca llegó. Había montones de películas, novelas, artículos, declaraciones de políticos, presidentes con refugios antiatómicos y, a pesar de ese tremendismo que auguraba la llegada de otra guerra, no sucedió nunca. Esa comparación vale también para otras épocas. Las cifras, los mapas, los gráficos y datos de la prensa más o menos sesgados, más o menos manipulados, se convierten en verdades incontestables que al público en un momento determinado le pueden influir mucho. Con el genocidio armenio ocurre algo similar. Podemos abordar el asunto de otra manera.

Por ejemplo, desde el año 94, con el genocidio ruandés, que bate todas las marcas, ochocientos mil muertos en tres meses, una ratio de asesinatos/día mayor que el conseguido por los nazis en los años cuarenta. Y se llevó a cabo con machetes, palos, piedras y cuchillos de cocina. Desmonta la teoría de que para organizar un genocidio hace falta tecnología, que los alemanes pudieron hacerlo porque tenían cámaras de gas. No. Es mucho más terrorífico aún. Solo se trata de concienciar a la población. Y en Ruanda el 56% de la población son católicos; nada de yihadistas fanáticos. Hay matanzas en iglesias, sacerdotes que liquidaron a sus feligreses. Ahí está el horror de la iglesia de Kibuye. Fue algo extraordinario. ¿Y ha dicho algo el papa sobre esto? Diría que tenemos más cerca en el tiempo el genocidio ruandés sobre el cual en su momento no se dijo nada. Incluso hubo periodistas que fueron retirados de Ruanda antes de la matanza, quedaron pocos de agencias importantes. Casi no hay imágenes. La televisión entonces estaba superdesarrollada, ya existía el envío de datos por satélite y sin embargo no hay imágenes del genocidio ruandés. Hay muchísimas más de lo que pasó en Bosnia. Srebrenica se convirtió en un mito porque murieron siete mil personas y Ruanda, un año antes, con casi un millón es olímpicamente olvidado.

En este sentido, el genocidio armenio ¿lo es?, ¿no lo es? Hay una guerra de terminología. Es evidente que muere mucha gente, civiles; el argumento turco insiste en la desorganización y no en la planificación genocida. Bueno, en parte se puede aceptar, en parte no, pero da lo mismo. Porque realmente muere mucha gente víctima de una operación de contrainsurgencia. A comienzos de la Gran Guerra los rusos habían apoyado un levantamiento guerrillero armenio en la retaguardia otomana. La respuesta consistió en deportar a la población civil armenia para que no apoyara a los insurgentes. Algo así hizo el general Weyler en Cuba «reconcentrando» a unos cuatrocientos mil civiles en 1896; o los británicos con la población civil bóer, en África del Sur, a comienzos del siglo XX. Esas muertes por inanición y por hambre, el traslado forzoso de poblaciones, la guerra de exterminio en definitiva, es la típica estrategia de guerra colonial. Así se hacía en el Magreb, en el África negra, en Asia.

Ocurre lo mismo con los armenios. Hay una insurrección armenia, deciden llevárselos a otra parte, que es Siria. Hace mucho calor, hay muchos ancianos, no hay camiones, van a pie, van a morir y ya sabes cómo es la mentalidad militar en tiempos de guerra: les da exactamente igual. También se les deja en manos de paramilitares y los kurdos tienen un papel muy importante en el exterminio, tienen a sus espaldas un porcentaje altísimo de muertos armenios. Entonces ordenas datos, ¿y qué hay detrás? Para empezar, dos comunidades armenias. Una, en el exterior, la diáspora, en Estados Unidos o Francia, que tienen un concepto más negativo de su república y es la que mantiene más viva la llama del genocidio. Quieren que el Gobierno turco pida perdón, pero entonces se pondrían en marcha una serie de reclamaciones legales a gran escala, por vía de Estado, sobre las propiedades, qué ha pasado con la finca o el negocio del bisabuelo; y eso lo complicaría mucho todo porque no solo está el Gobierno turco, sino también los kurdos, que son los que viven hoy en día en buena parte de la región donde estaban antes los armenios. Por el contrario, a los armenios de la república les pesa el recuerdo del genocidio, claro, pero también quieren sobrevivir hoy. Ir a buscar trabajo a Turquía. No llevan bien que en la diáspora insistan tanto porque ellos lo que quieren es normalizar relaciones con Turquía, que es lo que les conviene. Mientras tanto, creo que tampoco se ha levantado este año demasiada polémica en el centenario del genocidio armenio. Supongo que tendrá que ver con que los kurdos están conteniendo a los yihadistas del Estado Islámico en Irak, defendiendo a los cristianos asirios, y Oriente Medio está todo él con las tripas abiertas: Yemen, Siria, Irak, Egipto… Una situación desgarradora.

Precisamente la I Guerra Mundial es crucial para entender los problemas actuales de Oriente Medio.

Sí, creo que actualmente más que hijos de la II Guerra Mundial somos nietos de la primera. Ahí se marcan muchas circunstancias que llegan hasta nuestros días. Europa del Este se queda más o menos como está ahora, porque luego los soviéticos no liquidaron en 1945 Albania o Hungría; pero los inventos occidentales en Oriente Medio, Jordania, Siria, Irak, ideas del año 18 o 19, continúan ahí como referentes; seguimos en el Oriente Medio heredado de la I Guerra Mundial, el que surge tras la caída del Imperio otomano. O al menos era así hasta el verano de 2014.

Usted orientó su carrera hacia el sudeste europeo, viajó muy pronto allí, en los años setenta. ¿Qué es lo que se encontró?

Empecé a ir por allí en el año 76, justo después de la muerte de Franco. Fui de la generación del InterRail. En Europa del Este era más fácil acceder a unos países que a otros. Yugoslavia estaba chupada, Rumanía era fácil, pero la RDA, por ejemplo, era muy complicada. Tenías que explicar dónde ibas, reservar el hotel con antelación. Yo opté por Yugoslavia y Rumanía. Esos fueron mis primeros encuentros con el «socialismo real», como se decía por entonces. La gente no hablaba con un extranjero sobre las cosas malas de sus países. Te decían que Tito era un gran hombre, que Ceaușescu era maravilloso, así como su madre, su abuela y su mujer. Al cabo de un rato te podían mencionar algún «quizá…», pero poco y muy cauteloso. En todo caso eran épocas en las que se hablaba mucho en los trenes. Recuerdo un viaje de la capital de Macedonia, Skopje, a Pec o Pejë, en el actual Kosovo, ciento cincuenta kilómetros, ¡que duró horas! Los viajeros eran tíos con turbante, kosovares, que hablaban italiano. Tenías tiempo de hablar de todo tipo de cosas y en la cuarta fase de la conversación, después de agotar el fútbol y las mujeres, cuando pasabas a beber rakija, las lenguas se soltaban más.

Un dato relevante de la mentalidad que imperaba entonces lo ejemplifica un encuentro que tuve con una familia húngara de Transilvania en un tren de Rumanía. Iban todos muy formales, jugando al ajedrez, imagínate el cuadro; y me recibieron muy bien por ser de Barcelona. Entonces apareció el revisor rumano y me interrogó, empezó a decir que no conocía mi billete, me montó una escenita felliniana, lo típico, quería una pequeña mordida, el bacsis de toda la vida. Cuando se fue el revisor, me dijo el señor húngaro con aire condescendiente: «Esto no es civilización, nosotros sí somos civilización». Al final volvió el revisor y me invitó a una cerveza. Eso era lo habitual, la autopercepción de qué era civilización y qué no. Visiones nacionalistas al fin y al cabo, mal vistas en el bloque comunista. Luego te decían por lo bajini, pesarosos: hemos perdido tal o cual rincón de la patria pero, ya sabe…

En Yugoslavia, en cambio, recuerdo quitarme a un pesado de encima, que nos estaba molestando porque íbamos con unas chicas, hablando mal de Tito. Le empecé a preguntar: «¿Qué, está enfermo, es verdad que se va a morir?». Y salió escopeteado gritando «¡Calla, calla!». [Risas] Las diferencias entre Rumanía y Yugoslavia en todo caso eran abismales. En Yugoslavia podías ver automóviles Mercedes, en los kioscos revistas con tías en tetas; en Rumanía la prensa tenía dos páginas, la televisión era muy cutre… era otro mundo. En ese país estuve a punto de ser detenido y me salvaron unos comunistas chilenos que estaban refugiados allí por el golpe de Pinochet. Nos hicimos muy amigos y durante algunos años tuve casa en Bucarest.

Francisco Veiga para Jot Down 3

Sin embargo, en el sudeste europeo es donde más porcentaje de la población tenía la percepción de que el comunismo había mejorado sus vidas.

En Macedonia occidental o Kosovo había zonas en las que parecía que volvías al siglo XIX. Sin embargo, una vez estando por allí tuve un brote de eczema en la cara. Me mandaron a la farmacia y me encontré con una licenciada que hablaba inglés, me dio una crema muy baratita y me curó perfectamente. Es decir, el régimen había llevado servicios a todos los rincones del país, por precarios que pudieran ser, que antes no existían ni remotamente. Cuando hablabas con la población, tenían envidia por el nivel de vida español u occidental en general. Pero les explicabas lo que pagabas de alquiler, cuando ellos tenían la casa gratis, los colegios también y la universidad muy barata, y la comparación ya no era tan desigual. Veías ventajas sociales que te hacían sospechar que el día en que se acabase todo eso y llegara la competitividad occidental se iban a acabar esos pequeños «paraísos». En el este comunista podías llevar vida de clase media, pero no ostentar un estilo de clase media. Ahora apenas puedes llevar esa vida, solo intentar aparentarlo.

Yo acuñé un término para todo esto, la paradoja estalinista, que iría ligada a la aparición de unas clases medias nacionales. Ese fue el gran quid de la cuestión a la hora de aceptar la revolución, las diferencias sociales entre los Balcanes y Europa Central. En Checoslovaquia había una burguesía desde el siglo XIX. En Rumanía había una clase media-alta que manejaba mucho dinero, pero entre ella, junto con la aristocracia, había un boquete social gigantesco con el campesinado, numeroso, pobre, analfabeto y explotado. En Bulgaria también había un campesinado que hizo dinero con el tabaco y los pétalos de rosa para perfumes, o con la horticultura, mucho más cooperativistas, pero en todo caso en el sur faltaban clases medias.

Entonces, cuando llegaron los regímenes comunistas, los caudillos hicieron réplicas exactas del régimen estalinista. La URSS se había industrializado, construyó locomotoras, vías férreas, tractores, cemento, cañones y gracias a este desarrollo cuando atacaron los nazis pudo contraatacar y ganar. El modelo a seguir estaba muy claro: industria pesada a cascoporro. Además, al crear industria creabas proletariado, que no lo había ni en Bulgaria, ni en Albania, ni en la mayoría de estos países. Pensaron: con una industria pesada defenderemos la revolución y encima tendremos un proletariado que será el dueño de las fábricas. Lo que pasa es que las fábricas no se montaban solo con trabajadores, hacían falta técnicos, ingenieros, arquitectos, y de eso no había.

Por ello se programó la creación de una clase técnica profesional. Las universidades empezaron a generar ingenieros y técnicos de toda clase como churros. Por cierto: ¿sabías que la primera universidad en la historia de Albania data de 1954? Así que eran tíos que directamente venían del campo. Yo eso lo vi con mis propios ojos. En Rumanía, en los setenta, los trenes bajaban de los Cárpatos, de las provincias, de los distritos más pobres y primitivos; se hacinaban en los vagones cientos de estudiantes, algunos bajo el calor del verano con sus gorros de lana, que iban a hacer la selectividad a Bucarest, Cluj, a Craiova… La gente que estaba conmigo me decía que algunos de esos chavales no habían visto un teléfono en toda su vida. Pero lo que ocurría es que el maestro local, si descubría que el hijo de un campesino era bueno en matemáticas, decidía que ese chico tenía que estar en la universidad y lo mandaba directo. El Estado le pagaba la carrera y se convertía en matemático, ingeniero, químico o lo que fuese. Se creó una clase técnica donde no la había. Los padres eran picapedreros, cabreros, campesinos y sus hijos técnicos de alto nivel. Surgieron de la nada. Y aunque las diferencias luego no es que fuesen muy acentuadas, no es que ganasen mucho más, pero sí que tenían un prestigio social. Un ingeniero en Rumanía recibía el trato de «Señor ingeniero». Todo lo contrario que aquí. A mí, que soy profesor de universidad, me llegaban los alumnos (ahora ya soy más mayorcito) y me decían: «Hola, Paco, a ver si me apruebas, ¿no? Tronco, qué mal te lo montas, colega». Porque aquí en realidad tienden a verte como un tronco-funcionario; sobre todo, y paradójicamente, si eres de letras. Pero allí… en Turquía, no te digo nada, los profesores de universidad tienen hasta dos secretarias, que luego no hacen nada, se liman las uñas en la antesala, pero es solo como demostración de poderío [risas]. En fin, el caso es que sobre esta especie de nueva clase media que antes no existía, se asentaron los regímenes socialistas en los Balcanes.

Es curioso que en la Europa tras el telón de acero, los problemas que se produjeron al tratar de integrar las economías con el COMECON fueran análogos a los que vivimos ahora en la UE. Es decir, el norte, Alemania, industrializado, se intenta imponer económicamente al sur. En aquella época, fue la RDA frente países como Rumanía.

Hubo una base nacionalista en todo aquello. El sentimiento nacionalista funciona de esa manera: lo que es mío es mío y lo que es de los demás, pues quizá también [risas]. Si tú quieres a tu país tiendes a considerar que es mejor que el resto. En este periodo, los soviéticos hicieron inicialmente una interpretación racionalista de la economía de la Europa que controlaban, pero el nacionalismo ruso, al no tener en consideración que los demás también tenían su corazoncito, también estuvo presente. De modo que decidieron que los rumanos, por ejemplo, se tenían que dedicar a lo que mejor sabían hacer, que era la agricultura. Y los búlgaros, igual. En cambio, para los alemanes del este, la industria. Lo que ya funciona para qué lo vamos a cambiar, pensaron. Y claro, esto provocó una rebelión en toda regla en los países del sur, sobre todo porque el orden económico del COMECON, el mercado común del este, creado en 1949, amenazaba a las nuevas clases de técnicos profesionales que he mencionado. ¿Qué iba a ser del señor ingeniero si de repente se desmonta la fábrica y hay que ponerse a recolectar cebollas? ¿Vuelve al campo ese hombre? El COMECON amenazó toda esa nueva estructura social que a su vez sustentaba a los regímenes socialistas del sur.

También ha dicho que existía una diferencia generacional entre los líderes comunistas de Moscú y los de las democracias populares.

Tito, por ejemplo, era de la cantera de líderes comunistas de segunda generación. La primera era la de Lenin y Trotski, y la segunda fue la de Tito, Ho Chi Min, Mao, líderes que ellos mismos estuvieron con la guerrilla en la montaña, en el combate, trazando la estrategia, en el papel de líderes antiimperialistas. Aunque Trotski fue en parte un líder militar, no lo fue de este tipo. Y luego apareció una tercera generación, la de Castro o los líderes del África negra, que estaban más alejados del eurocentrismo de la Revolución bolchevique. Tienes a Gadafi que se saca de la manga un socialismo islámico o a Siad Barre en Somalia. Estudié el Yemen del Sur, el único experimento soviético en el mundo árabe, y los rusos no sabían qué hacer realmente, no entendían cómo manejar el sentimiento islámico.

A Yemen, también a Somalia, los utilizaron en la medida en que les fueron útiles como aliados estratégicos, para poner bases. La URSS no tenía las cosas claras. Hubo una guerra entre etíopes y somalíes, los dos prosoviéticos, y en lugar de mediar tomaron partido por los etíopes porque les venía mejor, ya que era una zona la suya estratégicamente más favorable. Los soviéticos tenían planteamientos en los setenta y ochenta de Realpolitik, más pragmático o más cínico, pero Fidel Castro, por ejemplo, llevó un montón de gente a Yemen del Sur a ocuparse de los hospitales, de la enseñanza. Estuve allí y me encontré con muchos técnicos que hablan español por este motivo. Y los rusos, con estas nuevas generaciones de comunistas, chocaron. Y eso fue el final de la URSS.

La primera, la herejía titoísta.

El titoísmo nace de la lectura que hacían los yugoslavos de que no habían dependido de los soviéticos para liberar el país. Por eso Tito se iba a negociar todo farruco con Stalin, allá por el 1944. Y Stalin, como georgiano, conocía el nacionalismo y todo lo que le oliera a vías nacionales hacia el socialismo no le gustaba nada. Al acabar la II Guerra Mundial, le dijo a Molotov que eso de las vías nacionales se tenía que acabar, que el PCUS de la URSS iba a dictar cómo tenía que ser. Pero Tito hacía sus planes, quería una federación balcánica en todo el sudeste europeo. Milovan Djilas me lo contó personalmente, en Belgrado, un par de años antes de morir. Me explicó toda la idea que rápidamente fracasó porque se enfrentaron con los búlgaros porque, ¿dónde ibas a poner la capital de la federación, en Belgrado o en Sofía? Y claro, lío.

Luego a Stalin no le interesaba tampoco que Tito tuviese intereses en Grecia y que ayudase a los comunistas en la guerra civil que se desencadenó en este país. Stalin era un tipo bastante realista en cierto sentido. Entrar en una guerra con los occidentales por Grecia… Todo eso ya lo tenía hablado con Churchill. Circula por ahí esa nota que le pasó Churchill y Stalin aprobó, en octubre de 1944, por la cual el 90% sería de influencia anglo y el 10% soviética. Acordaron que Grecia se quedase así y de repente hay un levantamiento comunista, una guerra civil, los búlgaros y los yugoslavos ayudando… Todo esto comprometía a Stalin.

Francisco Veiga para Jot Down 4

Después llegó Hungría.

En 1956, sí. Eso ya fue más difícil de entender. En la memoria histórica actual, sí, todo cuadra, existía una conciencia nacional y entonces entraron los soviéticos con los tanques y mataron a muchos que ansiaban la libertad; pero en realidad eso no está tan claro. También hay que tener en cuenta que estamos hablando del año 56, que solo habían pasado once años desde el final de la II Guerra Mundial. Había mucha gente en Hungría que todavía sabía manejar fusiles, organizarse militarmente. El background de la resistencia es que haya dos mil personas que sepan organizarse y disparar, con eso puedes montar un gran follón. A mí me dicen que monte y desmonte un Kalashnikov y organice un batallón y no sé por dónde empezar, pero la gente que hacía solo diez años que había estado en la guerra sí que sabía cómo hacerlo. Además, hubo episodios de gran crueldad, como por ejemplo ese policía que sacaron del hospital, lo lincharon, lo colgaron de un árbol y lo abrieron en canal. Hay fotos sobre esas cosas, y son accesibles, generan incomodidad, porque se puede identificar quién hizo esto o aquello.

Un detalle gracioso es que cuando se hacen documentales sobre el 56 húngaro, ves a unos tíos disparando desde unas ventanas que no dan la sensación de ser Budapest, si conoces la ciudad. ¿Sabes cuáles son? Las ventanas de la Generalitat de Cataluña. Como aquí, en tiempos de Franco, se interpretó que era una sublevación de católicos contra el comunismo, se hizo una película que se rodó en Barcelona, lo más parecido a Budapest que teníamos. Con los años, se ha debido mezclar y confundir de tal modo que los que montan los documentales involuntariamente meten algunos segundos de escenas ahí en medio procedentes de la peli española.

Pero el 56 es algo políticamente difícil de explicar. De una manera muy rápida se pasa a ese escenario bélico. Hay que tener en todo caso en cuenta que los húngaros estaban muy resentidos por el reparto de Europa. Austria, con la que hacía cuatro días formaban un imperio, se quedó en la parte occidental, aunque con rango de neutralidad, y los húngaros no. Se preguntaban si es que acaso ellos no eran lo suficientemente europeos.

Es una polémica recurrente en el sudeste europeo, qué es Europa y qué no, cuando lo somos todos, ¿no?

Ellos se consideraban más europeos que Occidente. Sale muy rápidamente este tema siempre que estás por allí. ¿Y si los griegos no hubiéramos parado a los turcos? ¿Y si los polacos no hubiéramos derrotado a las hordas ruso-asiáticas? ¿Y si los serbios no hubiéramos clavado a los musulmanes? ¡Todos sabemos que Napoleón tenía sangre búlgara! ¡Es sabido que Cristo era magiar! [Risas]

Apropiarse de personajes históricos ocurre en todo el planeta.

Más o menos. Ahora, aquí en Cataluña, no ha faltado quien afirmara con rotundidad que Santa Teresa, Cervantes o San Ignacio de Loyola eran catalanes, en esta especie de brote tardobalcánico del nacionalismo local que experimentamos. Pero en los Balcanes le ponen un gracejo especial, muy barroco. Lo pulen más. En su día, en Albania explicaban que algunos personajes de Cervantes eran albaneses. Sí, el propio director de la Biblioteca Nacional albanesa, que era un hispanista, contaba que, según esta teoría, a Cervantes no le capturaron los berberiscos, sino piratas albaneses, que se lo llevaron a Ulcinj, en Albania, donde se enamora de Dulcinea, que por supuesto significa «de Ulcinj» ¿O es que acaso en España es un nombre muy común, el de Dulcinea? Recuerdo que esto lo publicó también una revista cultural montenegrina, MobilArt, con ínfulas de cosmopolitismo, allá por el 2000.

También es muy gracioso lo que le sucedió a un profesor de historia búlgaro, Dragomir Draganov. Me contó que allá por el 86 o el 87 le llamaron del Ministerio de Cultura y le preguntaron: «¿Crees que se puede investigar hasta qué punto el navegante y conquistador español Alonso de Ojeda, quien dio nombre a Venezuela, era búlgaro?». Parecía «inequívoco»: Ojeda por Ohrid, natural del lago de Ohrid, que ahora está en Macedonia. Pues el hombre se puso a investigar y, claro, no encontró nada. Alonso era de Cuenca y punto pelota. Pero cuando alegó que la investigación no había llegado a ninguna conclusión, que no se podía demostrar la hipótesis, le cayó una denuncia por estafa, traición y no sé cuántas cosas terribles más. Cuando se hundió el régimen comunista, en 1989, pensó que se había librado de una buena; pero como tres años después volvió la denuncia y ya le exigían el pago de una multa ¡en marcos alemanes!

¿Son pertinentes las analogías entre el sureste de Europa y el suroeste, nosotros?

Hay dos cosas que unen mucho a España y los Balcanes, y es que estamos en los límites del islam. Dos penínsulas montañosas en los extremos de Europa. Y hay complejos similares en ambos lados. Todos nos ponemos morados de cerdo en sus diversas variantes culinarias, cosa que nunca haría un musulmán. Como en Serbia y Rumanía, donde al invitado siempre se le infla de cerdo porque somos muy cristianos a pesar de nuestro tono moreno [risas]. Es la postura de los judeoconversos, o los musulmanes conversos, que sobreactúan en su conversión precisamente porque están en los límites. Por eso ocurre que aquí, al igual que en los Balcanes, molestaba mucho cuando llegaba un extranjero y no nos veía como tan europeos. España, qué país tan exótico. Respuesta mosqueada: ¿cómo que exótico? Y ellos: torero, bandolero, sombrero, fiesta, siesta… Pereza levantina, navaja y celos. ¡Pero si aquí hay más cosas! Yo qué sé, mira la SEAT, nuestros plásticos y cementos, el Chupa-Chups, y tal. Pero a ellos les daba igual. Luego te ibas a Novi Pazar, una ciudad musulmana en los confines de Serbia, y te encontrabas un cartel enorme al entrar en la ciudad que ponía: «La capital mundial del blue jean» ¡Aquí fabricamos los mejores pantalones tejanos! Y veías al lado el río lleno de restos de algodón hecho una mierda… [risas]. Nos molesta que no se asuma nuestra modernidad y se nos relacione con el exotismo, el misterio oriental, con elementos culturales propios del islam, y durante años nos esforzamos en demostrar que no nos ha quedado ni gota de eso. A ellos les sucede lo mismo.

Hice una vez un viaje por Kazajistán y me preguntaban cómo se vivía en España la pérdida del imperio. Como si hubiera pasado ayer, nadie se acuerda ya de eso. Pero ellos sí y preguntaban «¿Cómo? Si España era un imperio descomunal, ¿y ya no queda nada y os estáis peleando ahí entre vascos y catalanes? No se entiende. ¿Cómo se ha olvidado semejante imperio?». Tuve que explicar que no juega ningún papel, pero luego lo piensas y hay detalles relevantes de afinidad cultural. Por ejemplo, tú te encuentras a un argentino en Moscú y es como si fuese de tu pueblo de toda la vida. Ves a un cubano en Yemen y te entra una especie de orgullo absurdo. Porque en España hay ese rechazo «al panchito», pero la realidad es que hemos hecho nuestra la música latinoamericana, venga rumbas y habaneras, su literatura no puede ser más influyente, tenemos su comida, sus bailes. Y lo gracioso es que las cosas que nos molestan del latinoamericano, no nos engañemos, ¡son nuestras! La tendencia española al caudillismo. Los populistas salvadores de la patria que se pasan veintitantos años en el poder, las cacicadas, los patronsitos, el enchufe, los clanes, los negocios megamillonarios de grandes compañías y estraperlistas, la manía a los yanquis pero la admiración real por lo yanqui. Es que esto a veces recuerda mucho a Latinoamérica. Más que a los Balcanes.

¿Y en clave política, de nacionalismos, qué tenemos de balcánicos?

Aquí hay una frustración de base que aparece cuando se reconfiguran las fronteras europeas. En ese proceso Cataluña y País Vasco no consiguieron nada. Ni en Versalles, tras la I Guerra Mundial ni cuando cae el telón de acero en los noventa. Yugoslavia se desintegra, Checoslovaquia se separa, surgen las repúblicas bálticas, la OTAN va en apoyo de Kosovo. «¡Cómo es que van en apoyo de Kosovo cuando eso es un agujero negro lleno de impresentables y a nosotros ni caso, que somos tan europeos!», piensan muchos. Porque hay un error y es no ver que Washington entiende que hay crisis del Este y crisis de Occidente, y no son lo mismo.

Un acontecimiento como el asesinato del archiduque en Sarajevo, una ciudad perdida en la geografía balcánica, que terminó contagiando al resto de Europa fue algo muy raro. Las crisis orientales siempre se quedaban acotadas allí. Una masacre en Grecia y una crisis en Bulgaria, pues vale. Iban allí a pelear los filohelenos o los garibaldinos o cualquier puñado de románticos, pero nadie traspasaba ese fenómeno a Occidente. La I Guerra Mundial es un caso único, de hecho, en 1918 termina al guerra en el frente occidental, pero no en Rusia, ni en Turquía, no en Oriente, donde dura hasta 1923. Las guerras yugoslavas tampoco contagiaron a Occidente, pero aquí seguimos pensando que todo es lo mismo. A veces creo que es por el complejo de que en realidad no nos acabamos de creer que somos europeos. Yo mismo pasé el 23F en Francia y sufrí una vergüenza espantosa. Veía en la tele a Tejero con el bigote, el tricornio y la pistola e intentaba que no se notara que yo también era español.

Ahora, cuando los países balcánicos están entrando en la UE, cuando se están acortando las distancias que nos separan, se esgrimen analogías de andar por casa, cada vez más recurrentes. Hace años, en los noventa, en una fiesta de la comunidad yugoslava en Barcelona una croata nacionalista me dijo que ya había llegado la hora de la independencia de Cataluña. Le contesté que lo veía difícil; ella inquirió: ¿Acaso no hay un nacionalismo local capaz de soportar ese peso? Por supuesto que sí, de sobras, pero la diferencia con Croacia era que nosotros ya estábamos en la UE. No tiene sentido crear fronteras para disolverlas otra vez. En Yugoslavia tú preguntabas: «¿Queréis entrar en la UE?». Y todos: Sí, sí, sí. Pues la frontera entre Croacia y Serbia desparecerá. Y ellos: Bueno… pero la conversación se extinguía. En realidad, si hubieran continuado unidos seguramente estarían ya en la UE todos, desde 2004 o 2007.

Francisco Veiga para Jot Down 5

Una gran diferencia del Este con respecto a nosotros es que los antagonismos izquierda/derecha a los que estamos acostumbrados aquí, allí son completamente diferentes.

Elementos de la nueva clase de técnicos de los que he hablado, los que antes trabajaban al servicio del socialismo, ahora se han pasado a la ultraderecha. Porque la extrema derecha puede ejercer temporalmente un papel de izquierda sustitutiva, no es marxista, pero puede exhibir un lenguaje igualitarista: el pueblo unido (de este país) jamás será vencido, expulsaremos a los extranjeros reales o imaginarios y viviremos todos mucho mejor, porque en cuanto Rumanía sea solo para los rumanos, Ucrania para los ucranianos, Rusia para los rusos, etcétera, moraremos todos en el paraíso. Ese no es el discurso de la derecha neoliberal, de la competencia, la meritocracia y quien vale, vale. Es un discurso más protoizquierdista. Además, y dado que, por ejemplo, en Rumanía se prohibió el Partido Comunista por ley, al igual que en Ucrania, el verdadero abanico político de estos países es de derecha suave, derecha centro, derecha-derecha y ultra derecha. Una extrema derecha que se alimenta de su gente, pero también de los excomunistas. Porque existe un discurso nacionalista, pero a la vez vagamente social e igualitarista. Todos somos lo mismo y entre todos nos ayudaremos.

Por desgracia la izquierda, llegado el caso, pacta con el nacionalismo porque se traga eso de que es una forma de izquierda alternativa, que el sustento de la base popular nacional es, a la postre, base popular. No quiere saber nada de las élites sociales nacionales que intentan manejar a esa base popular.

En Hungría en los ochenta, como el Partido Comunista estaba perdiendo afiliados, se sacaron de la manga un discurso antirrumano hablando de los hermanos húngaros que estaban en Transilvania oprimidos por la Rumanía de Ceausescu. El lenguaje era de derecha y ultraderecha y cuando cae el comunismo, los extremistas se hacen con el lenguaje de izquierdas. Eso mismo pasó en la URSS con Pamyat. Ahora los tenemos en la UE. Recuerdo diputados rumanos en el Parlamento Europeo, de România Mare, diciendo barbaridades sobre lo de echar a los gitanos. Y había encogimientos de hombros en Bruselas porque, oye, es que eran anticomunistas.

Cuando no directamente se les exculpaba. Mira la matanza de Odessa del año pasado. Quemando viva a la gente. Yo recordé las persecuciones de judíos en Ucrania al ver eso. Pero bueno, es que las víctimas eran izquierdistas, sindicalistas. En Lituania, en Kaunas, durante la II Guerra Mundial hubo una masacre de judíos a los que mataron a golpes, con barras de hierro. Además, hay fotografías en las que se ve que lo hacen, mientras uno toca canciones nacionales en el acordeón. Fotos que existen porque las tomó un sargento alemán. Se le llama el pogromo del garaje de Lietukis, en junio de 1941. Y a veces te encuentras en los foros explicaciones en clave exculpatoria de que eso ocurrió porque el NKVD —antiguo KGB— antes de retirarse había asesinado a los presos que tenía en las cárceles. Los patriotas lituanos estaban exaltados y a todo soviético que pillaron lo mataron. Pero luego miras la lista de muertos y dices, carajo, no hay nadie del NKVD, resulta que son todos judíos ¡uy, qué extraño!

Una masacre como la de Odessa podría haber justificado un bombardeo, una invasión, por menos se ha hecho. La interpretación de las masacres es muy relativa.

En la asociación Eurasian Hub intentamos crear terminología y para este caso acuñamos la de trigger massacre, la «masacre-gatillo». Cuando se busca una excusa para intervenir se utiliza una masacre como pretexto. Unas se obvian, como la de Ruanda, como la de Odessa, sobre otras se pone todo el foco. Antes ocurrió al revés. Los regímenes comunistas cayeron suavemente, como interesaba, porque lo que se quería poner de manifiesto entonces era lo demócratas, capitalistas y occidentales que eran todos estos países. Polonia con el papa Wojtyla. Checoslovaquia, revolución de terciopelo, etcétera. Pero de repente los balcánicos metieron la pata. En Rumanía ejecutaron a Ceaușescu tras un juicio espantoso, le meten cuatro balazos a los viejos, a él y su esposa. Hay tiroteos en las calles, contra las ventanas, sin enemigo a la vista, todo oliendo a cerveza y tuica, su aguardiente. Hace frío. La gente sin afeitar. Y hay una masacre, la de Timisoara, a base de cadáveres que se presentan como víctimas de la policía secreta, torturados hasta morir; pero resulta que procedían del depósito forense civil de la ciudad. El cadáver de una mujer que murió con un bebé en brazos, que no era suyo; el de un tío que se cayó borracho por una chimenea y lo sacaron con cables. Los medios entraron en Rumanía a toda leche y se dieron el batacazo en la primera curva. A eso los franceses lo denominaron, en plan fino, «le dérapage médiatique».

En el caso de Eslovenia y Croacia, donde hubo un fuerte nacionalismo, igual olvidamos también que su empujón hacia la independencia lo dieron antes de que cayera la URSS en el 91, que este sentimiento nacional, más que un chovinismo, era un deseo de entrar en Europa occidental, un ahora o nunca, aprovechando la debilidad del imperio que perfectamente se podía percibir como transitoria, hasta hubo un golpe de Estado que pudo hacer involucionar todo lo andado hasta entonces por Gorbachov.

Cuando llegó Reagan al poder, la doctrina fue identificar qué países comunistas eran susceptibles de aceptar la entrada del capitalismo y trabajárselos. Así surgieron todas esas asociaciones supuestamente filantrópicas, como Open Society, Freedom House, Albert Einstein Institution, etcétera. Los primeros elegidos fueron Hungría y Polonia, y se consiguieron resultados también porque al margen de otros factores, la Polonia socialista se había quedado trincada en el capitalismo internacional.

En los setenta, al principio, hubo una bonanza económica en las repúblicas populares. Y los polacos se lanzaron a la construcción de barcos en el Báltico. De modo que en un momento dado se produjo un fenómeno paradójico, Polonia pidió créditos a los mercados, a los americanos y los ingleses, y se endeudó. Luego llegó por sorpresa la crisis internacional del petróleo, en los ochenta, y nos encontramos con una Polonia llena de pufos. Y con un pie en Occidente y otro en Oriente, porque su economía tenía financiación capitalista, aunque no lo era, en otras palabras: ya no era exclusivamente comunista. En Hungría ocurrió algo parecido, pero de forma menos dramática.

Y todo esto también se intentó hacer en Yugoslavia. Eran los años del que luego fue su último primer ministro, Ante Markovic. La gente que vivió aquellos años escasitos de Markovic, del 89 al 90, estaba encantada. Lo vivían con ilusión. Parecía que iba a hacer una transición suave, que se iba a desmontar el armatoste comunista y pasarían a un socialismo, una socialdemocracia, con democracia a la occidental. Pero pronto aparecieron dos fuerzas que tiraron en sentidos contrarios. Los eslovenos extienden el argumento de que Yugoslavia, si era controlada por Serbia, sería un país orientalizado. Y Croacia y Eslovenia entienden, tras la caída del Muro, que esa Yugoslavia nunca iba a poder entrar en Europa con agujeros como Macedonia o Kosovo. Cuando encima tienen que aportar fondos de cohesión para el sur pobre, enviar allí sus policías, aportar a la gobernabilidad de Yugoslavia, piensan que todos sus recursos se los va a tragar que la cosa no tiene solución porque es un absoluto desastre económico.

Al mismo tiempo, a Milosevic, en Serbia, mantener la federación no le traía muchos beneficios y tampoco podía usar la carta europea, así que jugó también al secesionismo, con el caramelo de crear un país nuevo que reuniera a todos los serbios de la federación, a los que estaban fuera de las fronteras de Serbia y dentro de Yugoslavia. Al final Occidente tomó partido por el bando que mejor se acoplaba a su discurso y premisas. Carlos González Villa, asesor de Javier Couso en el Parlamento Europeo, fue alumno mío y ha terminado una tesis muy buena sobre Eslovenia. Demuestra que este país dio muchos pasos hacia la secesión que se conocían previamente en Occidente. Parte de las armas con las que hizo su breve guerra de independencia se compraron en Singapur, pasaron por Israel, fueron escoltadas por navíos americanos. En Bruselas se sabía lo que se estaba preparando y lo que podía pasar. Y en Eslovenia, sí, eso se vivía como un: «O nos integramos ahora o no nos integramos nunca en Europa»; y se produjo el desgarro.

En su libro sobre la guerra fría, La paz simulada, señala que Vietnam se entendió como una victoria del socialismo, pero que en realidad fue pírrica, puesto que al mismo tiempo Estados Unidos había convertido países como Taiwan, Corea del Sur o Malasia en potentes capitalismos.

Sí, creo que Vietnam ganó la guerra, pero Estados Unidos entendió que actuando como una potencia abiertamente imperialista, a la brava, no podría ganar la guerra fría, salía carísimo, en dinero y moral civil; y cambiaron el chip. En cambio, la URSS cayó en ese error con Afganistán; se arruinó y el sistema colapsó temporalmente; pero fue suficiente para que no hubiera vuelta atrás. Ahora bien: la cuestión es que cuando se hunde la URSS se nos vende la moto de que se ha acabado el comunismo para siempre; y un jamón: todavía está China. Hoy en día nadie admite que sea una potencia comunista. Para la derecha y liberales es un país corrupto lleno de millonarios, con las élites buscando una salida para cambiar las cosas conservando el poder y el dinero. Para las izquierdas, es un país con millonarios, desigualdades, no se puede decir que sea comunista. Ni a izquierda ni derecha le interesa reconocer que es un país socialista.

Pero ahí hay un Partido Comunista, que controla todo, incluso al ejército, que dice la última palabra, está llevando purgas a cabo que recuerdan a las maoístas. En el último congreso volvieron a reunificar todos los criterios, replantearon los términos marxistas y parece que se está intentando reconfigurar el régimen. Algunos recuerdan a Lenin, cuando montó la Nueva Política Económica que permitía que la gente tuviera sus propios negocios. ¿Veremos una China que regresa al comunismo sobre bases de una mayor igualdad económica? No lo sabemos, probablemente no lo sepan ni ellos, pero me parece muy arriesgado enterrar el comunismo chino. A nosotros no nos afecta tanto, pero en Vietnam esto genera muchas esquizofrenias. ¿Qué seguimos, el modelo soviético que se hundió o el chino que parece que da resultados?

Y como trasfondo la paradoja de que el capitalismo americano aguantó la recesión porque se apoyó en la mayor economía socialista existente en el mundo, que es la china. Tienen la deuda americana y les tienen cogidos por el cuello.

Francisco Veiga para Jot Down 6

En este nuevo orden mundial, dice que a la UE, cuando parece que le puede ir bien, le surgen conflictos en sus fronteras: Yugoslavia, norte de África, Ucrania…

Los americanos aparecen y desaparecen de una forma muy simpática. El Nuevo Orden Internacional de Bush padre tiene dos obstáculos: China y el mundo islámico. Se deja entender que si hay algunos dictadorzuelos, serán eliminados, como Sadam. Pero si hay problemas que no puedes resolver, no puedes decir que el nuevo orden se está aplicando. Cuando envías a Somalia a las mejores tropas de Estados Unidos, te dan una paliza en Mogadiscio, mueren no sé cuántos soldados SEALs y Delta Force a manos de unas milicias astrosas, amigo, ahí no has llevado el nuevo orden. Solución: los americanos desaparecen, pasan de África. ¿Se matan en Ruanda? Pues que se maten. ¿Las guerras del coltán donde han muerto millones desde el 96? Pues nadie se entera. Costa de Marfil, Liberia… ¡es que aquello es ingobernable! Eso te dicen.

En Bosnia, no: llegaron ellos y con Dayton lo arreglaron todo. Se llevaron a los líderes a Estados Unidos a repartirse ese pequeño país con un moderno programa de mapas en 3D, con Milosevic ahí manejando el joystick. Por fin se firma la paz en París. Y entonces se rebotan los albaneses. Estuve ahí en el 96 antes de la guerra de Kosovo y había ya una especie de embajada americana con una bandera enorme cuyo encargado no me concedió una entrevista. También un centro internacional de prensa en Prishtina con ordenadores, teletipos, material que muy claramente solo podían estar pagando ellos. Y lo mismo para Grecia. ¿Quién falseaba sus cuentas? Goldman Sachs.

¿Cuál sería el objetivo de ese hipotético acoso a Europa?

Estoy empezando a trabajar en un concepto que es el de políticas de alianza con formato oposición. Es decir, hay enemigos que parecen muy enemigos y se van a matar. Pero a la hora de la verdad, caramba, el agua no llega al río y de repente es un tercero el que sale perjudicado. Este año con todo el problema de Ucrania, cuando se dice que hemos vuelto a la guerra fría, el intercambio comercial entre Rusia y Estados Unidos no ha decaído mucho pero sí que han quedado muy tocados aquellos que mantienen la Unión Europea y Rusia. ¿Cuál es la razón? Los USA no tienen capacidad ni demasiado interés en lanzar una guerra comercial o financiera contra Rusia: necesitan del concurso europeo, porque estos sí que pueden hacer pupa, dada la envergadura de sus relaciones con los rusos. Es un poco como aquellos tiempos de la guerra fría, cuando sabíamos que en caso de un conflicto a gran escala, soviéticos y americanos procurarían que quedara localizada en el teatro europeo y no terminara a misilazos directos entre las dos superpotencias.

Estados Unidos teme que firmemos una alianza con Rusia algún día. Un mercado descomunal, de Lisboa a Vladivostok, toda la energía rusa… Se dice que no podemos depender de Rusia, ¿y sí podemos depender de Alemania? Si diversificamos las fuentes de abastecimiento energético nos tenemos que ir a Argelia y Libia que son muy problemáticas. Y el nacionalismo europeo en Estados Unidos lo representan siempre ese típico polaco emigrado, haciendo de asesor, personificado en Brzezinski, cuya receta para las relaciones con Rusia es clara: Destruir Rusia, machacarla y liquidar a Putin [risas]. Con todo este planteamiento radical Estados Unidos evita que haya un acercamiento decisivo entre Europa y Rusia. E imagínate si el acercamiento incluye a China. La UE se convertiría en un cohete, impulsado por materias primas baratas, un gigantesco mercado…

¿Está siendo patosa la política exterior de la Unión Europea?

Tenemos un enorme mercado y la relación comercial más importante sigue siendo con América, sería muy difícil decir que ahora vamos a pactar con los rusos y hacer girar el buque de la economía 180º. Hay muchos intereses, militares, estratégicos, económicos. Pero Estados Unidos muchas veces sí que fuerza las cosas de forma muy evidente. El «Fuck the EU!» de Nuland en Kiev fue una metedura de pata descomunal que reveló hasta qué punto Estados Unidos tiene aquí dos peones en Polonia y Ucrania. Pero al final, ya digo, los que se benefician son los americanos y los rusos. Hay una política antinatura que no digo que esté pactada, pero que tampoco les sale mal.

En su libro La fábrica de fronteras resulta llamativo un dato, que Gran Bretaña esperó a cerrar la paz en Irlanda del Norte antes de permitir que se proclamase la independencia unilateral de Kosovo y reconocerla.

Los ingleses se empeñan en llamarlo «problemilla», «the troubles», pero Irlanda del Norte fue una guerra, de baja intensidad, pero con el ejército por ahí, los paracaidistas y una agenda negra con sus asesinatos selectivos. Hubo algún caso más por esa época. También estaban los kurdos y los turcos. Antes de la ofensiva de la OTAN de 1999 se echa una mano a los turcos para que capturen a Öcalan y llegan a hacerlo justo poco antes de que comiencen los bombardeos. Porque si se estaba diciendo que los serbios actuaban brutalmente contra los albaneses, qué hacías con Turquía, miembro de la OTAN, y lo que estaba haciendo en Kurdistán, también con pueblos ardiendo y demás. Pero luego en el 99 Turquía participó en la ofensiva para liberar al oprimido pueblo kosovar. Y sí, para reconocer la independencia de Kosovo, se esperan a que se solucione lo de Irlanda del Norte, pero esto solo te demuestra una cosa: que la diplomacia de la UE no es tan patosa [risas]. Tenemos una manera diferente de hacer las cosas que EE. UU., pero quizá no nos metemos tantos goles en propia puerta como ellos.

Otro asunto que entró en esta agenda estratégica fue el de ETA, pero que no se logra arreglar a tiempo. Durante una temporada de hecho el modelo Kosovo resulta ideal para ETA y ellos pretenden tirar por ese escenario. Sin embargo, todo tiene un corto recorrido porque ahí echa una mano Estados Unidos con la inteligencia electrónica. Ahora, después de las revelaciones de Snowden, no debería resultarnos tan extraño. En realidad estamos todos vigilados [risas]. Aunque si en aquel momento la tecnología de Estados Unidos ayudó a neutralizar a ETA, lo que nadie se esperaba es que al final la declaración unilateral de independencia de Kosovo, con la sentencia en la mano de que no fue ilegal para el Tribunal Internacional de La Haya, donde iba a tener cierta repercusión iba a ser en Cataluña.

¿Qué más consecuencias ha tenido internacionalmente la independencia de un país tan pequeño como Kosovo?

Kosovo genera un síndrome que consiste en que de repente los grandes empiezan a hacerle caso a unos tíos que son un grupito en el que hay de todo: en el UCK encontrabas desde maoístas a nacionalistas de toda la vida, pasando por el añejo clan de los Jashari. La OTAN aparece en su ayuda, arranca la soberanía kosovar a Yugoslavia y se cargan definitivamente el acta de Helsinki porque alteran las fronteras, dado que Kosovo era una provincia, no una república federada. La lectura parecía ser la siguiente: si armas un follón lo suficientemente serio, al final por conveniencia y para que no se líe más, siempre aparecerá alguna potencia que vendrá para convertirse en tu abogado. En realidad es una falacia, no funciona así, pero generaron esa sensación. Ahora lo puedes ver perfectamente en Ucrania con Poroshenko. Parece que haya tratado de utilizar el servicio de OTAN-TAXI-Dígame. «Hola, quisiera encargar un bombardeo contra los rusos». Pero el modelo del UCK tiene limitaciones. Se vio que funcionaba contra Serbia, y les costó decidirse, pero contra Rusia es algo ya muy serio. Poroshenko no tenía en todo caso otra carta que jugar que no fuese esa, porque por muchas armas que le envíen, el ejército ucraniano no está bien estructurado, sus mandos han sido entrenados en la URSS, su doctrina es la soviética, además de que todos los sistemas de inteligencia electrónica que tienen se han diseñado en o en colaboración con Rusia. Hubo muchas reticencias a combatir contra los antiguos camaradas, entre la oficialidad y unidades completas.

Por motivos similares en las guerras yugoslavas el ejército federal y los serbios se vieron obligados a recurrir a los paramilitares, Arkan y los chetniks, para que hicieran el trabajo sucio. En Ucrania, como el ejército regular no operaba, tuvieron que recurrir a los milicianos, algunos neonazis, el batallón Azov, la Guardia Nacional, y todo ese tipo de unidades paramilitares que funcionan a base de vodka, ideología radical y dinero de los oligarcas. En un país como Ucrania, con una crisis descomunal, estar en el batallón Azov o similar, con veintiún años, es sacar dinero más lo que te llevas de botín. Se ha convertido en una especie de industria. En Yugoslavia fue igual. Al final en cualquiera de los bandos lo que había en las milicias era gentuza. Tanto en las filas de los serbios y croatas como entre los defensores de Sarajevo, donde había traficantes, con ajustes de cuentas entre ellos, y delincuentes de toda clase. Esto lo cuentan muy bien los cómics de Joe Sacco.

Francisco Veiga para Jot Down (1)

En el libro que dirige, El retorno de Eurasia, hay un capítulo dedicado a las revoluciones de colores, ese método de injerencia que se escuda en el lógico descontento de la población ante los déficits democráticos que sufren en sus Estados.

Bueno, aquí hay tres problemas, como mínimo. De un lado tenemos ese afán de los vencedores de la guerra fría por legitimar el hundimiento de los regímenes socialistas del Este como «revoluciones democráticas». Y de presentarlos como contrapunto o incluso como «antídotos» de fenómenos como la Revolución de los claveles, la cubana o incluso la misma Revolución bolchevique. Lectura deseada: no solo se ha ido al garete el socialismo real de la URSS, sino que el liberalismo genera sus propias revoluciones; la rueda de la historia gira en sentido contrario, todo vuelve a escribirse desde la primera página, en 1900. Y de paso, se confunde a la izquierda europea más radical, que desarrolló un complejo de fracaso en 1991.

Pero mucha gente en las calles no quiere decir que necesariamente sea un acto democrático o de izquierdas. Significa tan solo que hay mucha gente en las calles, por las razones que sean. Pero no son unas elecciones. La tele, las redes sociales pueden sacar mucha gente de sus casas. Como en los años treinta del siglo pasado, la derecha actual le ha dado la vuelta a un icono de las izquierdas: lo masivo es revolucionario y democrático por definición. ¿Estamos seguros de esto? ¿No se trata, precisamente, de la contrarrevolución? ¿Estaba presente en Tahrir 2011 la gente que después se volcó en Tahrir 2013? ¿Y qué quiere decir «gente»? Circulan pocos datos sociológicos sobre los protas de estas concentraciones que ocupan toda la pantalla de la tele.

En definitiva, las «revoluciones de colores», reproducción en laboratorio de las de 1989, pueden salir adelante o no. Pero lo que si te puedo garantizar es que si no hay luz verde desde Washington, no despegan. Y hay datos de sobra sobre esto. Siempre recomiendo el impresionante reportaje de Manon Loizeanu sobre las «revoluciones de colores», que se puede encontrar en YouTube solo con teclear: «Los Estados Unidos a la conquista del Este». Tiene escenas absolutamente turbadoras: ¿cómo diablos las ha conseguido?

Precisamente, se está hablando de revolución de colores en Macedonia. ¿Pero no es ya un abuso? Parece que en este caso a Putin le conviene explotar esa situación, que ha existido, y al presidente Grushenko poder decir que las justificadas protestas que hay en el país son en realidad inducidas por una amenaza exterior.

Es pronto para saber qué está sucediendo realmente en Macedonia. Las alegrías interpretativas y los entusiasmos son el peor enemigo de cualquier periodista o analista que quiera hacer carrera en la zona. La regla es: mucha calma, una buena dosis de escepticismo y no tomar partido por nada o por nadie, si no te obligan a ello a punta de pistola [risas]. Dicho lo cual, vale la pena tener muy presente que cuando nuestra tele le da mucha cobertura a una protesta popular en el Este, malo. Fíjate cómo pasaron de puntillas sobre las impresionantes protestas sociales del año pasado en Bosnia. Vaya, eso no interesaba mucho cubrirlo, quizá porque era auténtico malestar social en bruto, sin color político, no manipulable.

Además vale la pena recordar que estamos hablando de países muy pequeños. Kosovo tiene el tamaño de la provincia de Murcia, Bosnia es como Aragón más la Rioja, Macedonia es más pequeña que Galicia. ¡Chechenia es más pequeña que Cáceres! Eso hace todo muy imprevisible. Tres mil tipos armados pueden organizar una limpieza étnica espantosa (o una matanza), comprometen a toda la población, de tres millones y dejan fuera de juego a los treinta mil pacifistas, si es que llega a haber ese porcentaje.

El otro día, cuando la tele sacó a unos vecinos de Kumanovo diciendo que el tiroteo aquel era poco menos que un invento de la poli o del Gobierno, recordé un viaje a Kosovo en 1996, cuando ya empezaban a producirse algunos atentados menores. Llego a Prishtina, empiezo a hacer entrevistas y los albaneses me dicen que a esos que pegan tiros «nadie los conoce por aquí». Que son de la policía serbia, pura provocación. Ahí va, la hostia. O sea que en sus orígenes, los del UÇK eran la propia policía serbia. Y fueron unos cuantos los que mantenían esa versión. El mismo Rugova llegó a decirlo.

En esos países no se pueden hacer análisis de política interior como si estuviéramos en Italia, Francia, o España. Son muy pequeñitos, das unos pasos y estás en el de al lado, y además parte de la población es de ese mismo país vecino; y el nacionalismo es pannacionalismo. Lo interior y lo exterior se confunden. Eso facilita cualquier manipulación exterior. Recuerdo al croata Stipe Mesic, allá por 1991, a la sazón todavía teórico presidente federal de Yugoslavia pero ya trabajando para los secesionistas de su país, recomendando a De Michelis, el ministro de Asuntos Exteriores italiano, que comprara Montenegro para completar el frente europeo contra Serbia. «¡Cómprelo, cómprelo, le saldrá barato, no tienen nada por allí!», le decía.

Lo trágico es, volviendo al principio, lo inesperado de los acontecimientos, cómo se precipitan. Ucrania celebraba una Eurocopa hace poco, todo era fiesta, televisiones de todo el mundo y fuegos artificiales, y en nada estalla una guerra civil espantosa.

El Cisne negro de Taleb. A veces parece que conducimos mirando el retrovisor y como vemos la carretera recta, imaginamos que seguirá siendo recta. Pero no, puede haber una curva y que te la comas. Lo que da miedo es eso, que ocurrió de un año para otro. Hace poco en The Atlantic un periodista hizo un reportaje muy bueno sobre Oriente Medio. Hablaba de la creación de países, cómo hemos jugado a reformar la región, dibujar fronteras con el tiralíneas; y la conclusión del artículo era: ¿Alguien está seguro de que los cambios de fronteras significan la solución de los conflictos? Modificar fronteras no soluciona los conflictos, en todo caso crea otros nuevos, no es la solución.

Francisco Veiga para Jot Down 7

Fotografía: Alberto Gamazo

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Toad: … y al tercer día Jimi Hendrix resucitó en Suiza

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Toad. Imagen cortesía de Akarma.

Toad. Imagen cortesía de Akarma.

Hace ya más de diez años que el incansable músculo gris que está detrás de Mater Dronic, José Carlos Sisto me grabó una TDK de 90 con grupos de los que no había oído hablar en la vida. Los peruanos Gerardo Manuel y el Humo, por ejemplo. Los daneses Hurdy Gurdy. Los tejanos Bubble Puppy o barbaridades como Savage Resurrection. Aquello me abrió los pabellones auditivos como almejas en agua caliente. Había vida más allá de las revistas especializadas; más allá del sota, caballo y rey de los clásicos de siempre y los grupos del momento.

No sé si como segunda o tercera canción en esa cinta venía el grupo Toad, al que rescataremos hoy en «Busco en la basura algo mejor», llamado así supongo que por la canción que cerraba el Fresh Cream de Cream en 1966 con un solo de batería en medio. Todos estos grupos surgieron con la explosión del heavy rock en 1969, o hard o progresivo o como quiera usted llamarlo que da igual, de la que ya hablamos en la última entrega de grupos olvidados, la de Pluto. Toad lo hicieron en 1970, estrenando la década. Pero antes de entrar en materia, échenle una oreja a la canción que me dilató el sigmoide cosa mala. El punteo que empieza a los dos minutos y medio recomiendo escucharlo sentado.

Se lo he puesto muchas veces a gente de orientación musical más bien yevi y siempre han mostrado indiferencia. No sé si porque Toad se sale de la ortodoxia o porque ellos directamente son sordos. Tampoco es fácil seducir al anglófilo con la propuesta de un italiano, un sueco y un alemán residentes en Suiza. Pero hace unos días me hizo mucha ilusión encontrar en YouTube a un chaval que había tenido el detalle de subir un vídeo de sí mismo haciendo air guitar con estos tres minutos aludidos del punteo en el váter de su casa delante del espejo. Son curiosas las nuevas generaciones, para mí la gracia de tocar la guitarra imaginaria delante del espejo del baño era que no me veía nadie. No obstante, lo importante es que este chico, hijo del siglo XXI, tiene buen gusto. No estaba vibrando con cualquier mierda. Y además es el único vídeo que tiene en su cuenta. Eso es lo que él tiene que decirle al mundo, cómo flipa con un solo de Toad, absolutamente nada más. ¿No es maravilloso? Con mucho menos mérito se ha proclamado a alguno rey de España.

Volviendo al asunto, la historia de Toad no es nada fácil de encontrar. Quedaron circunscritos a Suiza, donde tenían su sede en Basel. Luego han sido comidilla de expertos hasta que Akarma (recuerden que volqué todo su catálogo en el Spoty para ustedes) reeditó sus tres discos y los últimos despistados pudimos hacernos con los LP. No sé qué costarán los originales, jamás he visto ninguno, pero los de Akarma ya rondan los doscientos dólares en gemm.com. Para intentar rascar un poco en la biografía de Toad intercambiamos unos correos con Vittorio «Vic» Vergeat, y este es el resultado.

Vic considera que su grupo no tuvo más repercusión porque en los mercados británico y estadounidense tenías que ser anglosajón para destacar. Puede ser. También hay que tener en cuenta que la competencia en aquellos tiempos era alta, surgía un nuevo género cada par de años y que los grandes clásicos como Black Sabbath o Led Zeppelin eclipsaron a muchos grupos de calidad homologable.

Natural de Domodossola, en Piamonte, Italia, una pequeña ciudad de menos de veinte mil habitantes que en la antigüedad estuvo disputada con Austria y donde ahora la gobierna la Liga Norte, Vic nació en 1951 y empezó a escuchar rock con diez años, cuando los Beatles todavía estaban en Hamburgo. A los doce ya tocaba la guitarra. Filippo Casaccia es un periodista que intentó rodar un documental sobre su vida, reunió cien horas de entrevistas con él y cuenta que el joven Vic mostraba las características propias del niño prodigio: rebelde, desobediente y contrario a las normas y la disciplina. En consecuencia, sus padres le enviaron a un internado, pero nada de eso le desvió de su objetivo: ser músico.

Con una serie de devaneos en terrenos del pop amable, es la aparición de Jimi Hendrix la que le deja claro cómo quiere tocar en esta vida. La guitarra, sigue Casaccia, pasa a ser para él «un símbolo fálico que masturbar, el cuerpo de una mujer que acariciar o directamente una ametralladora que disparar». Vic me lo confirma por mail: «Sigo pensando que Jimi Hendrix fue de lejos el mejor y más creativo guitarrista de todos los tiempos. Cuando estuve en Toad toqué con muchos grupos y para mí no eran más que rivales; todos ellos excepto Jimi». Un artículo de 1972 firmado por Alberto Gioannini «After The Cream, Toad» recoge otras declaraciones similares de Vic sobre Hendrix: «No tiene sentido, después de él, que haya grupos que se llamen “progresivos” porque en realidad ninguno de ellos constituye ningún progreso comparados con Hendrix».

Su debut en los escenarios fue en el club Underground de Lugano, en Suiza, junto a un hombre-orquesta, Hunka Munka. Vic lo explica: «Era un genio con el Hammond y un pionero, en los sesenta había inventado un prototipo muy parecido a lo que luego serían los sintetizadores». Juntos llegaron a ser un atractivo turístico que ponía el local hasta los topes. Pero el italiano no era amigo de la tontuna, pronto puso pies en polvorosa y huyó con su novia a Londres.

«Estuve allí unos seis meses y cada noche iba al Marquee. Era una de las mejores maneras de aprender a tocar la guitarra, fijándote en los mejores de entonces. Después de cada show, me iba corriendo al hotel y trataba de sacar en la guitarra todo lo que había visto», recuerda Vic. En 1969 Londres era la capital mundial del rock. Relata Casaccia que para el guitarrista aquella estancia fue como ir a la universidad. Y también detalla que el hotel en el que se alojaba no era otro que el Ritz. Y le llama «dandi malcriado». Detallito.

El primer tren para la fama que pasó por su andén fue el de Hawkwind. Ya saben, el grupo drogadicto por antonomasia que expulsó de sus filas a Lemmy por drogadicto. Estuvo con ellos durante la grabación del primer disco, pero a nuestro dandi no le gustó el rollo que llevaban estos arquitectos del caos. «Estuve con ellos solo un par de semanas, de verdad que no pudo haber sido más tiempo, éramos demasiado diferentes». Vic no se drogaba, aunque en este contexto y aquellos años suene raro. Encima, poco después los que le ofrecerían entrar en el grupo serían Can. Rechazó la propuesta porque no le gustaba su música «hecha por telepatía», como titulamos aquí nuestro artículo.

Vic Vergeat en los años ochenta. Imagen cortesía de Capitol Records.

Vic Vergeat en los años ochenta. Imagen cortesía de Capitol Records.

De vuelta de Inglaterra por fin fundó Toad junto a miembros de la formación suiza Brainticket, un prodigio del space rock: Werner Fröhlich al bajo y Cosimo Lampis a la batería. Pero en Toad se iban a dejar de viajes cósmicos para tocar duro. Era noviembre de 1970, tan solo un mes antes había muerto Jimi Hendrix, uno de los principales precursores del nuevo sonido, el heavy o hard rock que lo estaba petando a las dos orillas del Atlántico. Martin Birch, quien fuera productor de Deep Purple, Iron Maiden, Rainbow o Black Sabbath, fue el ingeniero de su primer disco pocos días antes de irse grabar el Long Player de los Faces. En las primeras reseñas en la prensa sobre este plástico se habló de Toad como «los nuevos Cream».

Aunque eran cuatro en lugar de tres como el grupo de Eric Clapton o la Experiencie de Hendrix, formaciones power-trio. En Toad estaba también el cantante Beni Jaeger, de timbre cercano al de Rod Stewart, que pronto abandonaría el grupo porque no sabía qué hacer mientras Vic se marcaba sus prolongados solos de guitarra. «Era un gran cantante y mejor persona, pero lo tuvo que dejar porque mis solos eran demasiado largos como para que él estuviera tanto tiempo callado sobre el escenario, pero nuestra amistad no cambió».

Del LP, haciendo equilibrios entre Grand Funk Railroad y unos Taste, con un gran sapo en la portada haciendo honor al nombre del grupo, destacamos «Pig´s Walk», de la cara B, donde efectivamente se nota que la guitarra, bajo y batería hacen la guerra por su cuenta —y sin hacer prisioneros—. «Somos diferentes a todos esos grupos que preparan las partes de cada instrumento antes de cada concierto y no permiten ninguna posible variación, y tampoco nos parecemos a esos grupos de la escena alemana que confían en la inspiración del momento para todo el concierto. Nosotros sabemos cómo improvisar, pero es necesario mantenerse dentro de ciertos esquemas preestablecidos», explicó en el artículo de Gioannini.

Como power-trio siguieron sacando una serie de magníficos EP, que además los regalaba Akarma con las reediciones de los álbumes. Stay es el primero y en YouTube hay una acojonantísima aparición televisiva donde la tocan. Oscuridad a lo Black Sabbath, el sonido de moda entonces, pero en los desarrollos Vic imprime la marca hendrixiana, orgías salvajes sin condón de guitarra, bajo y batería.

Los conciertos por aquel entonces eran multitudinarios. En Palermo, Sicilia, tocaron ante sesenta mil personas. En una gira por Suiza de doscientas fechas hicieron sold out en cada bolo y llegaron a pasar por el Festival de Montreux, prácticamente el Olimpo de los grupos de la época. «El mejor concierto que dimos fue el de Palermo. Había luna llena y una gran noche estrellada. Compartíamos cartel con Colosseum. Sobre el escenario entré en éxtasis como nunca ante en mi vida, y en aquella época todo el mundo se estaba drogando, pero yo no, mi droga era la música».

En 1972, otra vez con Martin Birch en la pecera, graban su obra maestra, Tomorrow Blue. No es normal la brutalidad con que se abren las dos caras de este disco. El «Thoughts» que ya han escuchado en la A, y la barrabasada «Vampires» en la B. Pero Vic no se limita a bordar el hard psicodélico o el heavy rock profundizando en las enseñanzas de su maestro. El disco está lleno de atmósferas muy diferentes, es completamente heterodoxo, y hasta cuenta con un violinista, Helmut Lipsky. «Mis raíces son el blues. Todo viene de ahí, pero siempre he estado abierto a todo tipo de música; siempre que al menos molara. Ese es el motivo por el cual cuando conocí a Helmut me pareció un violinista asombroso y le invité a grabar con nosotros. Muchos años después, cuando estuve de gira por Estados Unidos en solitario, vino a verme al concierto que dimos en Boston y me encontré con que era el primer violinista de la Boston Philarmonic Orchestra».

Con esta obra de arte en el mercado, siguieron siendo unos teloneros de lujo para grupos como Deep Purple o Black Sabbath, pero Vic decidió tomarse un descanso e irse a vivir a Roma. Siguió como músico de sesión para RCA y apareció en un spaghetti western yugoslavo que reeditaba el clásico Sparate a vista a Killer Kid de Terence Hill, que tuvo escaso éxito o no pudo cuantificarse en los cines de barrio y de pueblo para los que estaba destinada. Mientras tanto, la música fue cambiando entrados los setenta y Vic se enroló en el grupo de soul Wess & The Airedales. Era el único blanco de la formación. Y todo lo aprendido con los morenos le sirvió para grabar Dreams, el tercer y último disco de Toad en los setenta, que se atreve sin complejos con en el funk. Era 1975, un año antes de que los Bee Gees lanzasen el single de «You Should Be Dancing». El disco no tuvo ya ningún éxito reseñable, pero sigue siendo un trabajo excelente de nuevo con registros insospechados, cambiando de tercio en cada corte. Es un peligro que te pongan en una boda un temazo como el que abre la cara A, «Keep on Moving», cuando vas medio mamao. Aviso.

Esta combustión de funk, hard rock y blues no fue bien entendida por la discográfica y supuso el final del grupo aunque siguieran dando algún concierto hasta 1978. Pero el sello EMi-Capitol tenía otros planes, en lugar de tirar por la moda de la música disco, aunque fuera eléctrica, como había apuntado Toad, quisieron hacer de Vic un guitar hero de heavy metal, la última nueva sensación. Le cambiaron el apellido a «Vergat», más fácil de pronunciar para el mercado estadounidense. Así registró un disco en solitario en 1980 producido por Dieter Derks, el ingeniero que se hizo rico grabando a Scorpions y la trilogía más dura de Rory Gallagher, el Photo Phinish, Top Priority y Jinx.

Por supuesto, para la portada de ese LP, titulado Down to the Bone, lo encueraron y le arreglaron el afro, además de fotografiarlo en un escenario lleno de humo con luces rosas. Pistoletazo de salida para los ochenta. «Me pidieron que pusiera cara de malo», recuerda. Y con esas alforjas le dio para entrar en el Billboard y girar por Estados Unidos con Nazareth y Joe Perry. El disco sigue las líneas ya marcadas por Vic en los setenta aunque el conjunto esté anudado con tics más metálicos, según la moda incipiente del momento como hemos dicho. Lo gracioso es que para irse de gira el italiano contó con una sección rítmica formada por Bobby Blotzer a la batería y Tom Crouicer al bajo. Dos tíos que en un par de años se harían multimillonarios con Ratt y Dokken respectivamente.

Vic no se convirtió en un estrellón del heavy metal rodeado de chicas en cueros en la piscina de su mansión, por suerte o por desgracia —entendemos que por fortuna puesto que ahora está felizmente casado y con tres churumbeles— se volvió a Europa. Y su carrera en solitario se vino definitivamente abajo cuando su proyecto Weapon of Love, producido por el guitarrista Manny Charlton de Nazareth, fue suspendido por EMI.

Después, siguió colaborando con grupos del continente hasta el regreso de Toad en los noventa con dos discos de estudio, uno de ellos Hate to Hate, en contra de la primera guerra de Irak. Aparte de los cinco álbumes de Toad, quedaron para la historia varios directos mucho más explosivos que en el estudio, como suele ser habitual. El más representativo de la etapa clásica es Open Fire, Live in Basel 1972. Extraigo de una reseña: «Vic es como Alvin Lee de rápido pero con la potencia de Angus Young, mientras que la sección rítmica no es menos que devastadora». Pero todavía le quedaba por ver uno de los mayores éxitos de su vida. En 1993, una canción que compuso con el cantante de hard melódico Marco Paganini para que la cantara ese prohombre que es David Hasselhoff, sí, Michael Knight y Mitch Bucanan, destinada a la banda sonora de los dibujos animados alemanes Pingu, arrasó en Suiza. ¡Un rap para niños!

Por supuesto, a Vic se la pela lo que puedan pensar de él. Me dice: «He estado en contra de lo establecido desde que era un niño. He hecho siempre lo que amaba. Lo que me gustaba. De modo que los críticos, los managers y el público medio, a los que solo les gusta lo que está dentro de lo obvio, especialmente en estos tiempos, no me quitan la pasión. Todavía la conservo intacta. Siento que la creatividad es una de las emociones más valiosas en esta vida».

«Ambicioso, sí, pero nunca lo suficiente como para aceptar imposiciones», sentencia Cassacia en la historia del documental sobre Toad que se quedó sin financiación cuando se hundieron las productoras a principios del nuevo siglo. Y yo concluyo con que siempre me ha dado cierta emoción mirar la carpeta de Tomorrow Blue, en la que los tres miembros del grupo posan mostrando solo su rostro y Vic firma de su puño y letra con el lema: «True music is forever».

Imagen: cortesía de Akarma.

Imagen: cortesía de Akarma.

La entrada Toad: … y al tercer día Jimi Hendrix resucitó en Suiza aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

La maldición del ego del arquitecto

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Una conversación con Juan Diez del Corral

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Encontré esta rotonda por casualidad, en Calamocha. Salí de la autovía y ¡toma! No me lo podía creer. Todo acero corten. Y es gigantesca, fíjate en el tamaño del árbol y las torres del tendido eléctrico…

Crecí en su día y envejezco ahora viendo cómo en los pequeños pueblos de mi Castilla han ido brotando mondongos arquitectónicos. Casi como si una abyecta invasión alienígena levantara un palacio para su virrey en cada municipio. Luego los chorongos llegaron a los barrios de Madrid. Empezaron en El Ruedo de la M-30 y se extendieron por toda la ciudad como por mitosis hasta llegar a predominar, los aludidos engendros, en nuevos barrios como los PAU de Vallecas en el sur o los San Chinarro y Las Tablas del norte.

Como en V o en la Invasión de los ultracuerpos, afortunadamente, pronto vi que no estaba solo. Otros humanos también se habían dado cuenta de la amenaza. Pocos, pero organizados en células de resistencia. Los más celebérrimos son los de Satán es mi señor, que dieron un neonombre al adefesio arquitectónico, «el satanazo», también está España bizarra y Nación rotonda pero antes que ellos estaba Juan Diez del Corral haciendo la guerra por su cuenta. He conseguido traérmelo a este humilde blog «Busco en la basura algo mejor».

Arquitecto, Juan firma varios blogs que sigo desde hace años en los que critica con impotencia y desesperación, también con humor, la deriva que ha tomado su profesión especialmente en España durante el último cuarto de siglo. Son textos brillantes para reír o llorar o las dos cosas a la vez. Si quieren vivir la experiencia pueden empezar por el blog Cascotes, seguir por Mira estotro y luego meterse la droga dura del Manual de crítica de la arquitectura, aunque, desgraciadamente, ya no podrán pasarse por el impagable Fea es La Rioja porque tuvo que cerrarlo al público tras recibir amenazas de los amantes de sus pueblos. Y de eso precisamente queremos hablar con él, del porqué de todo este despropósito, de estos orgullos ridículos y tanto delirio. Quedamos en una terraza de avenida de América y lleno la mesa de fotos.

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¿Por qué criticas con tanta vehemencia la arquitectura moderna?

Porque lo que llamamos modernidad, es decir, ese corto periodo de la historia del arte posterior a la Primera Guerra Mundial significa sobre todo el relanzamiento de la figura del artista. Nadie como Ernst Jünger ha sabido contar la importancia de ese momento en que todo un mundo había quedado hecho pedazos. Moralmente, me refiero. La destrucción física vendría después, en la Segunda. De entre las ruinas morales de aquellas formas decimonónicas de entender el mundo surgieron un montón de artistas e iluminados cuyas propuestas iban desde el diseño novedoso de una silla hasta la remodelación total de París o la invención de una sociedad de soviets. A grandes rasgos, eso fue la modernidad.

Al acabarse los años veinte, la sociedad reaccionó brutalmente contra las propuestas mayormente abstractas de los artistas modernos, pero tras la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, los postulados modernos de racionalidad, funcionalismo y sus formalismos minimalistas triunfan en la reconstrucción de Europa porque son igualmente útiles a los modos de gran producción capitalista o comunista de la ciudad.

A mediados de los setenta se producen las primeras crisis teóricas de la modernidad pero lo único que entendió la mayoría de los arquitectos de esa crisis es que podían darse a una creación más caprichosa o espectacular. Es el momento de la posmodernidad, la deconstrucción y de la consagración universal de la arquitectura espectáculo. Los arquitectos más honestos prefirieron seguir anclados en los principios modernos antes que caer en tales banalidades, pero el mayor problema de esa coyuntura fue la práctica desaparición de la crítica.

¿Por qué desapareció el ejercicio de la crítica?

Yo me formé justamente en la primera mitad de los setenta. Y durante la carrera aprendí que la crítica era parte fundamental del proceso creativo. No puedes hacer cualquier cosa, no es cuestión de gustos. La crítica es un ejercicio de búsqueda de argumentos sólidos y racionales que sitúen y justifiquen un proyecto. Pero cuando acabé la carrera y salí a la calle, me di cuenta de que no había aparato crítico en la sociedad. Como te decía, la modernidad había triunfado en los años cincuenta, en los setenta entró en crisis, y en los ochenta comenzó la arquitectura espectáculo, y los arquitectos más capacitados, los mejores pero no los más honestos, abandonaron las cátedras y el ejercicio crítico para relanzarse profesionalmente como artistas, para hacer filigranas con la arquitectura, alimentar su ego y darse el gustazo de salir en las historias del arte.

Sin embargo, también en 1980 apareció un libro increíble sobre teoría de la arquitectura. Era de un californiano, Christopher Alexander, que daba clases en Berkeley. Un hippie de origen austriaco. Como profesor e investigador que era, la UNESCO le había enviado a Perú a estudiar el fenómeno de las migraciones que iban de la montaña a la ciudad. Gentes que acababan de bajar de los Andes y por las noches, con cuatro cartones y tres uralitas, montaban un poblado. La UNESCO mandó allí a los arquitectos a poner orden, pero Alexander al ver aquello se cayó del caballo.

Pensó que esa gente tenía un lenguaje de construir. Sin medios y sin apenas nada levantaban poblados con sus calles y casas, y organizaban el espacio con una racionalidad y una gracia de la que eran incapaces los arquitectos. Entonces escribió El modo intemporal de construir, donde explica que, además de un lenguaje para hablar, los humanos tenemos también una forma de construir que se ha ido formando en nosotros como un lenguaje. Porque todos los pueblos han crecido de una forma espontánea y gradual y así mismo la arquitectura. A partir de ahí puso a toda la facultad a investigar en esa línea y sacó la segunda parte de su teoría: El lenguaje de patrones.

Los patrones que guían cualquier proceso de intervención en la tierra, cualquier arquitectura, no tienen nada que ver con el capricho formal de las modas y los artistas. Hay, o había, un lenguaje en nosotros que es el que estaba en el sustrato de la formación de todas las ciudades antiguas que tanto admiramos, los cascos viejos, las villas suizas, o nuestros pueblos… hasta que, de repente, ay, llegaron en masa los arquitectos.

¿En qué momento de la historia se imponen los arquitectos artistas a ese lenguaje?

Pues hay que remontarse más atrás de lo que ahora llamamos modernidad pero no tanto. Hay que ir a otro momento de «modernidad» que llamamos Renacimiento. Está perfectamente estudiado y datado. Fue en Florencia y lo contó maravillosamente Leonardo Benévolo en los comienzos de su Historia de la arquitectura del Renacimiento, otro libro que me marcó mucho en mi proceso formativo. Las catedrales se construían con el lenguaje intemporal del que habla Alexander, con los gremios, igual que el burgo. Pero en la construcción de la catedral de Florencia se plantearon un problema más ambicioso de lo normal, hacer una cúpula enorme, y a la hora de resolver su construcción el cabildo catedralicio de Florencia se vio en un apuro. Nadie se atrevía a hacerla y se produjeron muchos debates, hasta que a Brunelleschi, un maestro de obra muy inteligente, se le ocurrió una solución genial que le encumbró sobre los demás maestros.

Los gremios dijeron que eso era una locura, que así no se podía hacer, y en ese momento Brunelleschi les echó de la obra y se trajo gente sin especializar de Lombardía. Un insulto en toda regla a los gremios florentinos y al modo colectivo de hacer las cosas. Pudo levantar su cúpula, asombró al mundo y justo ahí, en ese momento, nació el arquitecto. O el arquitecto moderno. El artista. Porque hasta entonces el arquitecto, como dice su etimología, no era más que el primero de los albañiles, y no el artista que domina toda la obra. En ese momento un hombre deja de ser albañil y se hace dios, se eleva infinitamente sobre los demás y aparece así la arquitectura de los artistas. La arquitectura moderna.

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Tras el triunfo de la figura del artista en Florencia, los papas vieron que el gran aparato propagandístico de la arquitectura era bueno y procedieron a utilizar el invento. Roma era una ruina en aquel momento, no era nada antes del Cinquecento, pero los papas importaron a los artistas de Florencia y estos se pusieron al servicio del Vaticano. Ese es otro momento clave en la historia de la arquitectura. Me di cuenta en mi segundo viaje a Roma. La Iglesia católica creó un espectáculo para atraer a los fieles que se le iban con las reformas nórdicas. Y su operación fue un exitazo de masas. Formalmente no se parecen nada pero no me negarás la semejanza de aquella historia con la operación Guggenheim. Y si me permites el chiste, sabrás que los del PNV se formaron mayoritariamente en los jesuitas [risas].

Y tras los papas, vinieron los reyes de los nuevos imperios terrenales. Y echaron mano del mismo procedimiento: de los grandes artistas de la arquitectura, y de la escultura, y de la pintura, que en los mejores casos eran los mismos. Cuando les decía yo a los que llevan la página de Satán es mi señor que Versalles o El Escorial son tan satánicos como el Guggenheim se cabreaban mucho conmigo como si yo fuera un troll, pero espero que algún día recapaciten y lo entiendan.

En una catedral francesa hay una inscripción en latín que me emociona. Los que la construyeron firmaron así: «Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam». Creo que no hace falta traducirla. Es devastadora. No a nosotros Señor, no a nosotros, sea para tu nombre toda la gloria, siento que dice. Toda la historiografía moderna quiere saber quién ha hecho las catedrales sin aceptar que no hubiera artistas detrás. El famoso misterio del gótico. Pero cada vez que leo esa inscripción me doy cuenta de que esos tíos sabían lo que se hacían: no querían comer la manzana que les ofrecía la serpiente.

¿Y en España cuándo empieza todo?

Como España no entró en la Primera Guerra Mundial y nuestros artistas se iban a París, en la primera mitad del siglo no tuvimos grandes profetas de la modernidad pero en el boom inmobiliario de los polígonos y de la costa de las décadas de los sesenta y setenta vaya si triunfó. Y a nivel teórico también. En los setenta los arquitectos nos formamos al cincuenta por ciento en arquitectura y otro cincuenta por ciento en política. Quien más quien menos era maoísta o trotskista y quería cambiar el mundo. Quería ser moderno. Pero en la posmodernidad la arquitectura y la política se separaron y en los ochenta permitimos que se generara la gran artistada. Derecha e izquierda en materia de ciudad resultaron ser absolutamente iguales. Ambas abrazaron la arquitectura espectáculo a mayor gloria suya. La arquitectura desde entonces se convirtió en un show pagado por los políticos para alimento de los media y entretenimiento de la sociedad. Y hasta las ciudades empezaron a competir entre sí a ver cuál de ellas contrataba a más artistas.

Ahora existe cierto consenso en que barbaridades como la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia son una locura, pero ¿y los pueblos españoles? Raro es el que no tenga un monstruo de hormigón y acero corten.

La Ciudad de las Artes y las Ciencias fue una operación política de arquitectura espectáculo como tantas otras, lo que pasa es que por estar en Valencia todo el mundo sospechó que se trataba de fallas ridículas y carísimas, como así es. Pero están ahí fuera, en el Turia, y con hacer que el Turia vuelva por su viejo cauce, algún día se las llevará por delante.

El problema de los pueblos, sin embargo, es que son muy frágiles. Las ciudades llevan modernizándose desde el Renacimiento, el Barroco, la Ilustración, las operaciones de sventramento como la de Haussman, etc., pero los pueblos hasta 1950 estaban intactos. Hay un libro maravilloso de Lewis Mumford, El mito de la máquina, otro de mis grandes libros de referencia, que explica que la aldea es un invento neolítico que llegó intacto hasta mediados del siglo XX; la misma aldea de siempre, con sus relaciones, sus oficios, ayudas y soportes, una serie de interacciones con el territorio que son mágicas. La aldea era la mejor muestra de una arquitectura intemporal, construida por los vecinos, con sus callecitas torcidas, los tejados a dos aguas; todas las casas distintas pero iguales, como las personas, que somos diferentes pero nos parecemos mucho. Esas casas eran el reflejo de la sociedad. La entrada de la arquitectura de los arquitectos en ese pequeño mundo de los pueblos ha sido como la de un burro en un garaje. Bueno, o al revés, la de un deportivo en una vieja cuadra.

La más ridícula de todas ha sido seguramente la aparición de los chaletazos de los ricos de pueblo diseñados por arquitectos mediocres queriendo ser artistas, pero hay de todo: bloques en medio de pajares o plazas de pueblo imitando a las de Barcelona por no hablar de las rotondas con alguna escultura en acero corten. En mi blog Mira estotro hay un enorme repertorio mudo de todos estos desastres. Digo mudo porque después de las amenazas que recibí por Fea es La Rioja se me quitaron las ganas de sarcasmo aunque últimamente he empezado a poner «etiquetas» a las fotos de ese blog para catalogarlas un poco.

Como nací en los cincuenta yo llegué a ver mi pueblo de La Rioja tal como había sido a través de los siglos. Toda Castilla era así. Aldeas levantadas según el modelo intemporal de construir. No te había dicho que también tengo un blog dedicado a ese pueblo, Anguciana, una especie de contrapunto de mis blogs sobre la fealdad escrito de otra manera, como si quisiera recuperar el paraíso perdido.

Dices que España es uno de los países más feos de Europa.

No lo digo yo, es una frase del etnógrafo Julio Caro Baroja, el sobrino de Pío. Él, que había estudiado los molinos, los arados, todos los objetos que venían del Neolítico, dio la voz de alarma. Había recorrido toda España y ya había empezado a ver muchas salvajadas, tipo esas carreteras que rompían el muro de la iglesia. La frase que yo recuerdo decía más o menos que él había conocido una España pobre pero hermosa, y que a la velocidad con la que se estaba transformando se iba a convertir en uno de los países más feos de Europa.

El asunto de la fealdad arquitectónica está poco estudiado. Desde Rosenkranz para acá no hay gran cosa. Como tampoco está nada claro su reverso, el tema de la belleza. Alexander propone que la belleza tiene que ver con el estado de la salud, aunque yo, en mi libro, prefiero ligarlo a las señales del sexo. Es decir, a los signos del deseo y de las ganas de vivir, de la búsqueda de la plenitud. Que no es lo mismo. La belleza tiene un punto de ilusión que no tiene la salud que es más silenciosa. Umberto Eco publicó no hace mucho una Historia de la fealdad y a la arquitectura apenas le dedica un par de páginas referentes al fenómeno kitsch. En ese sentido la reacción de la gente que se apunta al grupo sarcástico de Satán es mi Señor y los materiales que envían a esa página son un gran avance. Otra cosa es la pobre teorización que hacen. Hay otra web muy maja llamada España bizarra que día a día recopila con más seriedad y documentación todos los despropósitos y fealdades que se vienen produciendo en España. El tío es buenísimo, muy metódico, lo recoge todo y lo clasifica en plan alemán pero oculta su identidad y no sé quién es. Otra gente muy interesante en la denuncia urbanística es la de Nación rotonda. Yo empecé Cascotes en 2007 y por lo menos ahora empiezo a sentir que no estoy solo.

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Una de las cosas que me reafirma en el feísmo español es la comparativa. En Francia, por ejemplo, la fealdad de la modernidad y de los artistas ha tenido una evolución más lenta en los pueblos, y en muchos de ellos aún te quedas impresionado de lo bonitos que son. En Alemania igual, después de la debacle de la guerra, se han construido pueblos completamente nuevos, pero con los patrones antiguos. La fealdad no se ha extendido tanto como aquí. El campo inglés también está urbanizado de otra manera. Pero España no. El crecimiento ha sido muy brusco. Creo que los arquitectos deberían parar un momento y comparar. Durante muchos años organicé viajes para el Colegio de Arquitectos a fin de que viéramos y comparáramos. Ahora ya solo les pido un acto de contrición.

Madrid no es un pueblo, pero es doloroso pensar lo que han hecho con plazas como la de San Ildefonso, la de Chueca o la de Juan Pujol.

Una disculpa para la destrucción de las plazas más sencillas y castizas ha sido la de la construcción de parkings subterráneos. Con ese argumento u otros, ya aparecieron plazas duras en Barcelona en los años setenta, como la famosa de Sants, de Piñón y Viaplana. Plazas artísticas se podrían llamar porque de un modo u otro enseguida se llenan con esculturas, chirimbolos, bolardos o cualquier otro chisme que se le ocurra al arquitecto de turno.

¿Por qué tanto acero corten en nuestros días?

Aunque el tema de los materiales de la arquitectura nos daría mucho de sí —en mi Manual de crítica le dedico un gran epígrafe—, por resumir un poco te diré que lo del corten no es más que una moda. El concepto de moda entró también en la arquitectura con la modernidad. Las modas han sustituido a los estilos y los han acelerado. Como me dedico a enseñar decoración ahora ando investigando un poco en los tics de lo que se podría llamar el estilo castellano, todo aquello que se empleó en los Paradores de Turismo y que pudo haber empezado, por ejemplo, en El Escorial, con unas formas sobrias, monacales, con muebles de carpintería de armar, etc. Ese estilo español generó una especie de moda que se ha perdido y que en el último sitio que perdura es en algunas casas de famosos de Los Ángeles [risas].

El acero ese, oxidado o corten, es un tic muy extendido en nuestra época, una especie de signo de los tiempos. Quizás una metáfora, porque lo oxidado es lo decrépito. Es como lo de llevar los tejanos rotos. Lo que pasa es que las modas de los materiales suelen ser como grandes oleadas que lo inundan todo de un modo abusivo. La elección de un material es uno de los momentos claves en la sabiduría de la construcción. La decisión por el más sencillo, el más duradero, el más económico, el más cercano, o también el más blando y amable para según qué sitios de la obra, se sustituye por la rápida imposición de una moda. Hace unos años recordarás que la gente criticaba el abuso del ladrillo en la arquitectura. De repente todo era ladrillo. Y ya no digamos el ladrillo ese brillante y horroroso que hacían en las cerámicas palentinas. A propósito del abuso del ladrillo, en un «cascote» reciente he hecho unas risas sobre Guijuelo, el pueblo salmantino del jamón ibérico en[la rotonda, en que la proporción de grasa y magro, o blanco y ladrillo, debió de cambiar mucho en los años del crecimiento del pueblo [risas].

El color de España es el color naranja de los ladrillos, eso es un hecho.

El ladrillo es un material que viene de Babilonia y al que los romanos le dieron un uso muy inteligente como encofrado del hormigón, pero claro, el ladrillo colocado en kilómetros de fachadas es otra cosa. Peor aún es en los pueblos lo del forropiedra, o el estilo nacional piedra vista, como lo llamo yo. Rascar como sea y que se vea la piedra. Ahora vas a hoteles que llaman con encanto y te dan habitaciones con camas de matrimonio muy bonitas apoyadas en una pared… ¡de piedra de mampostería! Coño, digo yo, ¡así era la cuadra de mi pueblo! El raseo del yeso sobre la mampostería hacía que la habitación fuese más limpia y por tanto apta para el uso de las personas. En las cuadras, como había animales, pues no, ahí pared de piedra. Ahora vas a casas rurales y todas las habitaciones con piedra. Oiga, no, a mí póngame donde las personas, les digo.

También se abusa del acero y el vidrio. Esos edificios fríos, simples, que están fuera de los cánones tradicionales hechos solo con acero y cristal, que no resuelven los problemas de la arquitectura, como la ventilación, dar sombra, echar el agua fuera. La desaparición de los aleros y goterones hace que enseguida tengas las fachadas llenas de churretes que tienes que estar limpiando toda tu vida, con un mantenimiento constante y carísimo.

Eso me llamó la atención del Parlamento Europeo en Bruselas, cómo limpiaban los cristales aparatosamente en una especie de nave espacial.

Sí, el capricho en la elección de materiales es como una epidemia de cada tiempo pero al fin y al cabo es menos importante que el hecho de que el arquitecto se crea dios y quiera trascender por encima de los demás.

¿Y el hormigón?

El hormigón no es malo ni satánico. Es un invento bastante interesante. Otro invento romano. Lo que pasa es que el cambio de aglomerante, es decir, cemento en vez de cal, le dio una dureza muy superior y a su vez una mayor fragilidad. Eso se arregló armándolo con acero, lo que a su vez dio lugar a una forma de construir distinta, en mallas estructurales, o jaulas que las llaman, en vez de muros. Contra esa construcción de estructuras de hormigón y tabiques de papel, Alexander proponía también investigar y trabajar con un hormigón no tan pesado, con aditivos ligeros, derivados de la madera, polvo o serrín, porque la edificación tradicional es una edificación en masa, como la del adobe.

El hormigón en masa es un material con una gran inercia térmica y eso me lleva a recordar algo que la gente tiene comúnmente olvidado y es que la arquitectura no es un juego diletante sino un asunto de vida o muerte, un asunto épico. Donde mejor se ve eso es en Dersu Uzala, la película de Kurosawa. Ahí queda demostrado, en la escena de la caída de la noche en la taiga helada cuando se hacen la cabaña en cinco minutos, que la arquitectura nos salva de la muerte cada día. Que la arquitectura es sagrada y que en las situaciones más extremas, nos va la vida en ella.

Te podía seguir contando decenas de historias de los materiales en relación con la arquitectura porque una de las cosas buenas que aprendimos de la modernidad es que había que ser honesto con los materiales, que había que descubrir su vocación, su razón de ser o la mejor forma de ser utilizados. La polémica entre el núcleo de una pieza y su aspecto exterior aún sigue vigente. Lo de hacer que las columnas fueran de mármol por fuera y de hormigón por dentro fue otro invento romano para abaratar costes. Los griegos hacían las columnas completamente de piedra y ellos dijeron «¡Qué va! esto lo haces con núcleo de hormigón, le pones una placa de mármol por fuera y te queda exactamente igual». Eran unos pillos, claro, ¡como italianos! Los modernos se las dieron de puristas y dijeron que eso no y acabaron poniendo el hormigón por dentro y por fuera. Y así les fue. Haciendo los edificios más brutos de la historia.

¿Cuál ha sido tu experiencia personal en la profesión?

Empecé a trabajar como profesional liberal en una de las primeras crisis del petróleo, cuando la Administración se empezaba a reorganizar con el cambio democrático. No te lo vas a creer pero apenas sabía yo nada del urbanismo real y ya me ofrecieron ser consejero de Ordenación del Territorio en el primer o segundo Gobierno de mi comunidad autónoma. Pero lo peor fue que nuestros interlocutores en cada trabajo profesional, es decir, los promotores y constructores, acababan de formar un tejido empresarial de palurdos recién llegados al idioma de los negocios que no pedían más que rentabilidad. No me gustó el trabajo de arquitecto por el contacto con los promotores y con una Administración desnortada y leguleya. Pensé que la arquitectura estaba podrida. Enseguida me di cuenta de que todo lo que me habían enseñado en la Escuela era falso, sobre todo cuando leí el libro de Alexander. Yo también me caí del caballo.

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Paré de trabajar y pensé que sería mejor dedicarme a la docencia, a leer filosofía y literatura, a teorizar. Me extrañó que nadie hubiera reparado en la verdad que contenía el libro de Alexander y deduje que tenía que reescribir ese libro. Los californianos son un poco iluminados, cuando creen que han descubierto la verdad la predican como si de una religión se tratara. Alexander acabó por generar una secta en Berkeley hasta que se ganó un expediente y medio le echaron de la universidad. Yo creía que había que reescribir su trabajo en términos racionales. Porque la verdad estaba aún ahí y a la vista en nuestras viejas ciudades y pueblos, y en fin, así fue saliendo ese libro, el Manual de crítica de la arquitectura, en el que intenté mezclar el mensaje de Alexander con el vocabulario tradicional de la arquitectura buscando ese lenguaje perdido según el cual sabíamos construir sin necesidad de arquitectos.

Fuiste presidente del Colegio de Arquitectos de La Rioja.

Bueno, después de los primeros años de profesor y de inmersión en la teoría, me volvió cierta nostalgia por la profesión. Se dio entonces una circunstancia curiosa cuando apareció la ley de liberación de tarifas. Se produjo un vacío de poder y nadie quería hacerse cargo del Colegio. Y fui yo y me presenté a decano. Por reacción se montó rápidamente una candidatura a la contra, porque más de uno pensaba que yo estaba un poco loco, pero gané. La verdad es que no sé cómo, pero gané y fui decano. Y vine a la corte a las reuniones del Consejo General de Arquitectos. Fíjate.

Poco antes de ello y también dentro del Colegio, había inventado una pequeña publicación llamada El hall, una hojilla parroquial en la que animé a mis compañeros a ser críticos de arquitectura. Un revulsivo para que en una provincia pequeña hubiera un medio de comunicación de arquitectos, para que se confesasen, para que dijesen qué les parecía bien y qué no. Lo hacía en casa con el QuarkXPress y uno de los primeros Mac, que se me petaba en cuanto me pasaba de megas. Fue en 1995.

¿Con ese periódico empezó tu vocación crítica?

No, no. Mi afición crítica viene de antes. Mi primer artículo publicado fue contra las casas con fachadas en dientes de sierra. Eso fue en 1983. Luego me animé y empecé a escribir en el periódico local, pero abrí el abanico de temas y lo mismo me metía contra la tristeza de los portales de los bloques de viviendas que con los políticos más torpes. Un momento muy dulce en mi carrera crítica fue mi fichaje por la revista Archipiélago y poder trabajar para su magnífico director, José Angel González Sáinz. Se lo debo a Félix de Azúa, que propuso mi nombre al recién creado Babelia, pero cuando en El País vieron los artículos que les envié ni me contestaron. Menuda suerte tuve. Para Archipiélago escribí mis mejores cosas. Por ejemplo, un artículo sobre arquitectura y vejez, que arrancaba con mi indignación por un asilo que vi en Badajoz con forma de panóptico, es decir, de cárcel. ¿Un asilo de viejos como una prisión? ¡Pero a dónde ha llegado la arquitectura en el trato con la etapa más delicada del hombre!, pensé. Por cierto, los hijos del arquitecto que hizo ese asilo, cuando lo encontraron republicado en internet me escribieron una carta llamándome de todo.

Con cada artículo que escribía me ganaba nuevos amigos. Para El hall escribí uno sobre el papa, cuando dijo que el infierno no existía, y me quisieron abrir un expediente. Cuando venía un arquitecto al Colegio a contar su obra, al mes siguiente se encontraban con un artículo poniéndolo a parir. Y ya directamente me echaron. Desde el Colegio también intentamos colaborar con la prensa pero me salió el tiro al revés. Siguieron con lo de siempre: titulares huecos o tópicos, frases que no entiende nadie y a llenar páginas. Todo críptico, poético, metafórico. Ese es el discurso que tienen ahora los arquitectos cuando se asoman al público.

También fuiste arquitecto municipal.

Sí, fue durante un breve periodo de tiempo entre la profesión liberal y mi dedicación a la enseñanza. Breve pero muy intenso. Y aprendí mucho. Muchísimo. Lástima que no pudiera hacer uso luego de todo ese aprendizaje. O mejor que no lo hiciera porque… en el pueblo para el que trabajé acabaron haciendo una pintada en una pared que decía «Arquitecto municipal vete del pueblo ya» [risas]. Pero es que al llegar vi muchas cosas que estaban mal.

Te voy a contar una historia con la que te vas a reír. Por en medio del pueblo había un río con un cauce muy ancho que antes, con los deshielos, tenía dos o tres crecidas al año. Esas crecidas se acabaron o mermaron mucho cuando en la época de Franco se hizo un pantano en la cabecera del río. Entonces los del pueblo, poco a poco, fueron metiendo sus fincas hacia el cauce. Cuando me enteré le dije a mi alcalde que eso era terreno público y que ahí había que hacer, yo qué sé, un parque, un paseo, algo público y para todo el mundo. Como en el Ayuntamiento no se atrevían a meter mano, dije de ir a la Confederación Hidrográfica o a la capital para que marcaran ellos el linde del cauce y ahí nos fuimos todos, el alcalde, una comisión de concejales y yo, a ver al ministro a Madrid.

El ministro de Obras Públicas era entonces el socialista riojano Sáez de Cosculluela. Llegamos a Nuevos Ministerios, ese edificio tan hitleriano… sí, ya sé que no es de Franco sino de la época de la República, pero fue hecho en ese rebote contra la modernidad de la que te hablaba al principio. Bueno, el caso es que allí, al fondo de aquellos pasillos sin fin y despachos con techos más altos que el cielo nos recibió el señor ministro, di el discurso de que el río era el pulmón del pueblo y luego ya por la noche, lo típico, alguno de mis políticos cedió a la tentación de la carne. Se fueron de putas. Y fue muy impactante porque a uno de ellos le envenenaron con burundanga y casi se muere. Les decía el alcalde: «¡Sois idiotas, con la de sitios buenos de masajes que nos ha dicho el taxista y os subís a la primera que veis en la calle como si no os pudierais aguantar!». En el hotel estaban acojonados, con el doctor reanimando al hombre y yo pensando: «Joder, ¡cómo va a acabar lo del deslinde del río!».

Pasemos a comentar algunas fotos que has puesto en tus blogs:

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El Fuerte de Goian en Pontevedra. Lo puso una gallega en Satán es mi señor. Una chica sensata que vio esta «arquitectada» y se preguntó: «¿A qué viene toda esta mierda de hormigón?». Le dediqué un pequeño «cascote». Quiere ser una escultura moderna. Me gustó el lugar, la ruina de un viejo fuerte contra Portugal al lado del río, un sitio idílico, ahora tranquilo, nada bélico, pero llegó el Ayuntamiento y plantó su pequeño Guggenheim. Le ofreció la oportunidad de lucirse a algún arquitecto local cuya identidad ignoro. Es pequeño, pero es una destrucción. Esto pasa en todos los pueblos, me da igual si los gobierna el PP, el PSOE o IU.

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San Sebastián. Esto es un asunto más serio. Dos arquitectos de los llamados consagrados, Nieto y Sobejano. Por un lado la rehabilitación de un edificio dejando la fachada sin carpinterías. Es algo que no puedo soportar: coger un edificio histórico, meterle aire acondicionado y un cristal en las ventanas haciendo que parezca una calavera. Las ventanas son el mecanismo de apertura para que entre la luz y el aire, es al cuerpo humano lo que la boca o el ojo. Y un ojo así, vaciado de carpintería es terrible. Voy recopilando en un «cascote» titulado «Ventanas de la vergüenza» todos los olvidos de la carpintería de los arquitectos modernos en los edificios históricos. Lo que tiene al lado es una especie de muro de contención, con el tic de moda de los agujeritos. De remate, la escalera cerrada, congelada. Estos arquitectos siempre hacen escaleras para que se recorra su escultura y el Ayuntamiento luego suele poner una valla para que no pasen. Mira las que hay en la Ciudad de las Ciencias… La terraza de sillas de plástico que hace de rótula de las tres piezas es tan lastimera como la que hay en la estación de Atocha. Qué dolor.

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Madrid. San Chinarro. El edificio ventana o el bloque gruyer. Lo que ocurre en casos como estos es que los Ayuntamientos dieron en usar las VPO para dar rienda suelta a una serie de arquitectos promesa que acababan de salir de las escuelas que parece que dijeron: «¡Esta es la mía! A un promotor no, pero a la Administración se la cuelo». Todo ocurrencias sin sentido, gruyers, colorines, chuminadas, espuma, pastelería… llámalo como quieras. Pero a ver, ¿por qué los agujeros? ¿Para impactar a la ciudad o para que no impacten los aviones? El de colorines lo hicieron unos holandeses famosos a medias con una profe madrileña. En arquitectura los holandeses están muy locos. Intentaron hacer un Mondrian con un agujero y yo en Cascotes le puse un avión con el Photoshop e hice unas risas sobre su utilidad para compatibilizar edificación y aeropuertos.

05 ASAMBLEA DE MURCIA

Hombre, el Parlamento de Murcia. El año pasado estuve en Cartagena y no sabía que estaba allí. Me tiré de los pelos cuando me enteré luego. Merece una peregrinación. Otra visita. Mi primer blog de arquitectura, el LHD (le hall digital) lo cerré con un edificio similar, unos Juzgados en Vera, Almería, que, esos sí, descubrí por casualidad en otro viaje. No sé si serán del mismo arquitecto pero lo que es seguro es que son de la misma chaladura. La de creerse que aún se puede ser Gaudí. Gaudí es muy peligroso. Lo es incluso en la Sagrada Familia. Él vivió en su época y en su momento y, claro, ahora ya no se puede hacer Gaudí. Cuando fui hace un par de años a ver la Sagrada Familia que había inaugurado el papa escribí un «cascote» al estilo de los de El Mundo Today diciendo que habían conseguido acabar la catedral pero se habían olvidado de poner a Dios. ¡Pero quién es Dios al lado de Gaudí! [risas]. Así que comenté con sorna que se hubiera puesto al Cristo cayendo en paracaídas.

Cuando descubrí el Parlamento de Murcia investigué un poco y vi que el arquitecto se sentía como un artista incomprendido, una reencarnación de Van Gogh vilipendiado por salirse de la ortodoxia moderna. Solo que te pongas a analizar esos capiteles te da un pasmo. ¿Tú sabes la de siglos que costó llegar a las formas canónicas de los capiteles de una columna? El toro, la escocia, las hojas de acanto, el astrágalo, las volutas de los capiteles, todas esas piezas siguieron un proceso evolutivo de siglos y aquí… aquí está todo el lenguaje roto e inventado con un gesto caprichoso. Pone columnas como podría poner un pincho moruno o un Simca 1000. Capricho puro. No nos habíamos dado cuenta pero en España hay mucho artista… ¡este es también un país de artistas!

06 BURGOSdespues

Burgos. La restauración de una biblioteca en un edificio histórico. La gente pensaba: ¿pero cuándo van a quitar los andamios? Y no, es que el proyecto es así. Se conoce que el edificio histórico les parecía feo. Han dejado la puerta y le han quitado el frontón. La restauración o la intervención en edificios antiguos es otro gran tema de debate. Tengo mi doctrina sobre esto: yo creo que los edificios viejos tienen que desaparecer, morir, igual que nosotros, pero hay que aprender de ellos. Reproducir sus patrones. Utilizarlos como sabiduría, no momificarlos y dejarlos como este, unidos a una modernidad exacerbada.

En España también hay montones de murallas a las que les han metido paneles de acero corten buscando un diálogo entre lo antiguo y lo moderno que es una salvajada, un diálogo de sordos. Una explicación al maltrato con el patrimonio es que como hemos sido muy pobres tenemos un deseo de evitar lo viejo. La gente quiere cosas nuevas. Quiere progreso. Antes de que hubiera artistas, se tiraba una iglesia románica, por ejemplo, y se construía una gótica en su lugar. Y no pasaba nada, porque se hacía colectivamente, no por la intervención de un artista. Los cabildos catedralicios tenían dos siglos para construir y se daban tiempo para debatir. Eso se acabó. Lo viejo es a la vez sagrado y detestable. Y la mayor parte de las restauraciones exhiben esa esquizofrenia.

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Esto es un museo del hormigón en Salamanca, un Centro de Interpretación del Hormigón lo llaman. Lo encontré también en Satán es mi señor. Da pie a hablar de la confusión que se ha creado entre la escultura y la arquitectura. Tradicionalmente la escultura es subsidiaria de la arquitectura, y entra en ella delicadamente, en la sombra de una cornisa, en la configuración de cada columna, o por decirlo en general, mediante las molduras. Los artistas de la arquitectura espectáculo dicen de cosas como estas que han logrado la integración de la escultura en la arquitectura, pero esto es una mierda. Aquí tenemos una escultura sacada de dimensión. Además, no han hecho esculturas, han hecho chorradas. Ahora un capitel de no sé qué, una cornisa como de plastilina… Capricho puro. Individualismo.

08Antonio Vaíllo

Esto está en Pamplona. Es de Antonio Vaillo. Lo vi en persona. Su obra consiste en resolver una fachada con texturas, reducir la arquitectura a la mínima expresión, sin zócalos ni huecos, ni tejados, ni vierteaguas. Un solo material, un solo color. Una sola textura. Es como tener un hijo y que solo sea pelo, ¿bonito, eh?

10kursalismo

Desde que Moneo firmó esto, ahora aparecen cubos inclinados y fachadas rayadas por todas partes. Al fenómeno lo llamo «kursaalismo». ¿Cómo es posible que todo un auditorio se inspire en un pedrusco de esos que están en el rompeolas? Te puedes inspirar pero no cojas el cubo a gran escala y me lo pongas delante de la fachada decimonónica de todo un San Sebastián. Y lo gracioso es que los exegetas del maestro decían que respetaba mucho el contexto. Sí claro, el del rompeolas.

14torrevieja

Torrevieja es una colección de catástrofes absoluta. Esta me la mandó un aparejador y me hizo mucha ilusión porque los aparejadores son gente que hace lo que les mandan, es una profesión maldita. En este mundo podrido de la arquitectura encontrar un aparejador sensato me emocionó. Les he atacado mucho, de hecho es una profesión que no existe en Europa, y aquí en los pueblos han hecho mucho daño, asesoran a los Ayuntamientos pequeños y hacen mierdas por todas partes. ¡No veas cómo lo ponen todo de bolardos! En medio de la perdición puede surgir la salvación, decía Hölderlin en un verso mucho más bonito. Que un aparejador y de Torrevieja me mande esta foto es todo un rayo de esperanza.

16 CASTEJON DE VALDEJASA. ZARAGOZA. PLAZA

¡Madre mía! No me tortures. Descubrí esta plaza por casualidad en internet y como tenía programado un viaje a Zaragoza no tardé ni una semana en estar allí y hacer esta foto. Qué se puede decir de esta urbanización. Bolas bolardos, los bancos en rotonda como si fuera un tío vivo. Y tres jardineras. Ni que hubiera un parking debajo, que no lo hay porque es un pueblo de mala muerte. ¿La habrá diseñado un arquitecto?, ¿un aparejador…? No lo sé. Muchas veces no quiero ni preguntar. Ni enterarme.

15Fullaondo

Fullaondo. Un personaje. Su obra tiene mucho que ver con Torres Blancas [las tenemos al lado]. Mira qué maclas, qué curvas, qué locuras piramidales hacía Fullaondo. Torres Blancas no solo fue obra de Saenz de Oíza, también lo es de la empresa navarra Huarte, una de las grandes constructoras del régimen de Franco. Toda obra de arquitectura tiene una madre y un padre, esa es otra de mis lecciones favoritas. La promotora Huarte desapareció, no sé qué ha sido de ella. He buscado su nombre hace un momento en la placa que hay en la entrada de Torres Blancas y no está. Seguramente habrá sido absorbida por otra más grande. En los años setenta a Huarte le dio por una especie de patronazgo de artistas promocionando una revista llamada Nueva Forma que dirigía el bilbaíno Fullaondo. Salían las obras de Oíza, de Higueras, de Oteiza, de todos los artistas de España con preferencia por los de Madrid y el País Vasco, con muchas fotos, citas de Joyce, de poetas… un tipo de cultura un poco esotérica y muy elitista. Descubrí que, además de director de revista Fullaondo, también quiso ser artista de la arquitectura y encontré esas maravillas de Granada, de Madrid, o de su propia tumba. En Cascotes está.

17Cascotes y Getafe estaban llamados a encontrarse algún  día

Getafe suele pagar el pato en mi blog porque lo elegí como ejemplo de despilfarro de los ayuntamientos democráticos y de izquierdas. Me fui allí un fin de semana e hice un montón de fotos. El gasto público que se ha enterrado en chirimbolos, bolardos, fuentes, la cibelina, este quiosco «de diseño», la plaza de toros, monumentos terroríficos al cartero, al músico… ¡Venga esculturas! Duele un montón. Pero lo mismo es en Leganés, o en el Puerto de Santa María, lo que pasa es que yo no puedo estar en todas partes y visto Getafe me quedé agotado.

18cabildotenerife

Santa Cruz de Tenerife es una ciudad muy heavy. Fui allí dos veces. La primera, muy bonita, a recoger un premio de un millón de las antiguas pesetas por un artículo crítico aparecido en el periódico local sobre los farolones que estaban poniendo en la plaza de mi ciudad. Qué cosas. La segunda vez que estuve, fui invitado a un pequeño congreso de urbanismo, esa otra gran disciplina de la arquitectura que ha muerto ahogada por los abogados, los constructores y los políticos. Los arquitectos ya no pintan nada en el urbanismo. En la segunda visita, claro, hice más fotos de la Tenerife heavy que en la primera, y aparte del cuerno de Calatrava junto al mar, la foto más significativa creo yo, es la del propio cabildo insular, diseñado como para asustar a la ciudadanía. Por dentro, además, es todo kitsch. Un edificio esperpéntico y por supuesto premiado por los medios de comunicación y los Colegios de Arquitectos. No me preguntes cómo se llaman sus autores que prefiero que pasen al anonimato de una época atroz.

20MUSEO PABLO SERRANO, Zaragoza

Zaragoza. Me envió esta foto una señora muy maja con un mail que decía escuetamente: «Mire, están construyendo esto en mi ciudad, creo que es de su interés». Cuando lo vi me quedé pasmado. Aquí se ve… yo qué sé… el delirio nocturno de un arquitecto en su mesa de trabajo, tal vez bebiendo, sin control, ¡sin nada! Es un museo dedicado a un escultor, pobre. Lo ha aplastado. De Zaragoza mejor no hablar, lo que han hecho allí los artistas…

Dos años después de ponerlo en mis Cascotes fui a verlo, me hice una foto haciendo la peineta y debuté con ella en el grupo de José Ramón Lorenzo Picado. Me había resistido un par de años a entrar en Facebook por considerar que era un medio satánico de incomunicación, así que este edificio fue como mi manzana. La mordí y pequé. Menos mal que tras varios meses de colaborar con mis aportaciones y comentarios en esa web, los administradores de Satán es mi Señor decidieron expulsarme de su singular paraíso…

22Torre Rosaledaponferrada

Ponferrada. Todo artista de la arquitectura que se precie un poco ha pensado cómo hacer SU rascacielos: ¿contorneándolo?, ¿dándole forma de pepino?, ¿de columna?, ¿quebrándolo?, ¿retorciéndolo?, ¿rematándolo con un frontón chippendale? El artista de este dijo: pues mira, así, y a mí me dio pie a escribir un «cascote» al estilo El Mundo Today con un titular que decía: «Una serie de errores de obra acaba en premio de arquitectura». Pero lo que yo veo ahí (como en la mayoría de los «cascotes») no es arquitectura, sino enfermedades mentales. Delirios. Ya en serio: llevo tiempo diciendo que antes de poner un ladrillo más los arquitectos deberíamos dedicarnos a diagnosticar las locuras de nuestra profesión y a hacer terapia.

25 Rivas-Vaciamadrid-Mi5-fachada-600x327

Rivas Vaciamadrid, el pueblo de Tania Sánchez. Esto es un Centro de la Juventud. No me he atrevido a verlo en directo pero sí que vi a los arquitectos que lo hicieron y daban miedo. Eran muy echados palante… Vinieron a la Escuela de Diseño de Logroño a dar una conferencia y parecía que iban a morder. Como para objetarles algo. Han hecho también otro monstruo indescriptible en el centro de Teruel. Hubo un tiempo en que el artista iba de víctima pero estos parecía que iban de bronca. Como sus edificios.

27 ALICANTE, edificio la pirámide

Alicante. Este me lo descubrió mi colega Javier Dulín, uno de los pocos arquitectos riojanos que me ha apoyado en mi lucha solitaria contra la fealdad y la mala arquitectura.

Aparte de darle a los cubos, a los artistas siempre les ha dado por hacer pirámides. La del Louvre ha debido de influir mucho. Guarderías, Centros de Salud, Centros de Interpretación, hay pequeñas pirámides de arquitectos a patadas. En un libro que publicó un periodista titulado Fea es Valencia o algo así, dedicó un capítulo a las pirámides de los arquitectos. Pero lo más grande es que te encarguen una gran promoción de viviendas y que el Ayuntamiento te permita hacerla como una pirámide. Me hubiera gustado ver por un agujerito el momento en el que el arquitecto de esta cosa le dijo a su mujer que al fin iba a construir una gran pirámide. Un chirlo como este tiene que tener una novela detrás. Piensa en los funcionarios, la sorpresa luego de la gente. Yo me quejo mucho de que los intelectuales se hayan desentendido de la arquitectura pero también los novelistas o guionistas de cine.

Un bloque de viviendas es un asunto de ingeniería del almacenamiento humano pero aquí las circunstancias se aliaron para darle al arquitecto la posibilidad de hacer arte. Y muy moderno. No una pirámide kitsch como la del Luxor en Las Vegas sino con entrantes, salientes, fracturas, etc. Un verdadero hito. Me encantan las motos de la foto. Son como de guerreros egipcios.

27caixaforum

El Caixa Forum de Madrid. Cuidadito. Los dos arquitectos que hicieron esto son veneradísimos. Organicé una vez un viaje para ir a ver su obra a Basilea. Parecía que eran unos modernos que recuperaban los valores de la textura, con muchísimo dinero claro, pero se les empezó a ir a la olla conforme subían. Tecnológicamente son muy buenos pero con el prestigio internacional se fueron haciendo cada vez más artistas y… ahí lo tienes: un jardín vertical mezclado con un edificio en suspensión y un terrible dolor de cabeza oxidado encima. ¿Qué es lo siguiente que se les va a ocurrir? Cuando paseas a su lado y ves los encuentros con las calles te cabrea aún más. Las casas normales están apoyadas sensatamente en la calle pero esta vieja fábrica no, está… está subiendo a los cielos… en fin.

f5 LOGROÑO. MONUMENTO A LAS VICTIMAS DEL TERRORISMO

Y esto está en mi Logroño querido. Es una escultura muy triste en homenaje a las víctimas del terrorismo. Mira que podrían haber hecho cualquier otra cosa, algo con vida, con rosas, no sé, pero no así, con la imagen del caos, la fractura o la destrucción. Parece más bien un homenaje a los asesinos. O podría serlo igualmente. El terrorismo ha intentado mostrar no pocas veces a los asesinos como víctimas y muchos periodistas y hasta jueces les han seguido el rollito. Diógenes Laercio decía que las civilizaciones se hunden cuando no podemos distinguir entre el bien y el mal. Algo así pasa, creo yo, cuando contemplamos esto.

Fotografías cedidas por Juan Diez del Corral.

La entrada La maldición del ego del arquitecto aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

José Antonio Guardiola: «La brecha que separa el hecho noticioso del ciudadano se ha estrechado tanto que apenas queda hueco para el periodista»

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José Antonio Guardiola para Jot Down 0

En Portada es uno de los programas informativos de Televisión Española que más premios ha recibido. Su director, José Antonio Guardiola (Madrid, 1963) es de esos periodistas que siguen ilusionados por su trabajo a pesar del paso de los años. Su entusiasmo a veces parece fruto de la inocencia de un niño. En 2014 el programa cumplió treinta años con el episodio «El reportaje perfecto», donde Guardiola reunió a un grupo de periodistas para charlar sobre la profesión. Fue grabado en el parque del Retiro en Madrid y él hacía las preguntas. Ahora, un año después, volvemos con él al mismo lugar y le pedimos que sea él quien las responda.

El reportaje de En portada sobre la muerte del fiscal argentino Nisman ha tenido gran repercusión allí.

Lo que más me obsesiona en el periodismo de hoy es la narración. Me motiva mucho encontrar formas de narración diferentes en función de las historias y que, sin perder ni un ápice de rigor, juegues con elementos quizá más propios del cine o las series de TV. Por eso la historia de Nisman la vi como una especie de reportaje-thriller. Está magníficamente rodado con esa intención, planos sucios, descompuestos y muy contrastados para lograr una simbiosis entre las tramas periodísticas del caso Nisman y su forma de presentar en televisión. Eso es la bomba, me llena mucho. Y al final llegas a la conclusión de que tiene mucho más valor un buen reportaje de televisión que un buen capítulo de House of Cards. Porque rodar un buen thriller es «sencillo»… Tú montas las escenas, las ruedas cuando quieres y las veces que quieres y luego decides quién es el asesino, pero eso en periodismo no vale. Afortunadamente. Luego, parece sorprendente, pero al día siguiente de su emisión en España, el reportaje en sí y sus testimonios eran la noticia con la que abrían las portadas de internet de los principales medios argentinos: Clarín, La Nación, Perfil… Un reportaje convertido en noticia.

Hiciste la última entrevista que dio Mandela en su vida.

Me lo recuerdan a menudo, pero fue fruto de la casualidad. No le doy valor periodístico al hecho de que fuera su última entrevista. Solo le doy valor interiormente por lo que me costó conseguirla. Estuve muchísimo tiempo persiguiéndola. Tuve que recurrir a la Fundación Nelson Mandela, la Fundación Príncipe de Asturias, amigos sudafricanos que tenían influencia sobre él, a la embajada y hasta a su mujer. Y cuando le tuve enfrente no me sentí como que me encontraba ante un estadista, ni siquiera frente a un personaje de la historia; sentí que tenía ahí al que en ese momento era el padre de la humanidad. Sé que suena grandilocuente, pero fue así. Nadie se atrevía a cuestionar a Mandela ni se atreve. Pero nunca fui consciente de que fuese la última entrevista que se le iba a hacer. De saberlo lo habría planteado de manera diferente.

Luego es verdad que Mandela genera empatía de una manera que es hasta difícil de explicar; transmite tal descarga de humanidad, tanta credibilidad, que te impone. Las únicas preguntas que le hice con mordiente fueron sobre su responsabilidad en la epidemia de sida que sufría Sudáfrica. Su Gobierno podía haber sido más activo para poner controles que frenasen la expansión de la enfermedad, pero se dejaron llevar por conocimientos poco científicos. Se lo planteé y él me respondió con evasivas, pero era Mandela. ¿Qué vas a hacer? ¿Ponerte a repreguntar a un señor de ochenta y tantos años? Aunque reconozco que no fui lo incisivo que habría sido con cualquier otro personaje.

Tampoco creo que él, cuando concedió esa entrevista, pensase que fuera a ser la última. Me parece que lo que le pasó fue que se sintió incómodo por la edad que tenía. No me oía bien. Algunas preguntas se las tenía que repetir. Le costaba escuchar y entender. Tengo la impresión de que en gran medida decidió no hacer más entrevistas por eso, porque no era una situación agradable para él. Se la hicimos en el Ritz el día después de la boda de los entonces príncipes y ahora reyes de España. El embajador sudafricano me pidió que no grabáramos el paseo de Mandela desde su suite a la habitación donde le entrevistamos porque caminaba con mucha dificultad, tardó muchísimo en recorrer pocos metros. Encontrarte a un personaje de esa categoría mostrando signos de debilidad también me influyó a la hora de ser incisivo. Todos somos humanos… Aunque si me hubiera encontrado en esas circunstancias a Robert Mugabe, por ejemplo, seguramente habría sido menos respetuoso.

Admiro a Mandela enormemente, aunque creo que nos hemos extralimitado subrayando sus bondades. Su trayectoria fue más o menos paralela a la de Mugabe en Zimbabue, que podría haber sido como Mandela, porque llevó a su país a la liberación, pero al final gobernó Zimbabue de una manera tan torpe, tan autócrata, que no resiste ni la más mínima comparación. Quizá hemos santificado demasiado a Mandela, pero este mundo a veces requiere un liderazgo moral del que estamos tan carentes y él, sin ser perfecto, porque no lo era, lo simboliza muy bien. Lo que sí que creo que se ha tratado poco de su figura es el pozo de amargura que tenía por haber desatendido a su familia al entregarse tanto a la causa.

La pena es que cada vez es más difícil conseguir este tipo de entrevistas. Los Mandela, Arafat o Castro de hoy en día son cada vez más reacios a los medios de comunicación, al margen de que cada vez somos más medios los que pedimos entrevistas. Aunque nunca ha sido fácil conseguirlas. Con Mandela, si te citaba en un lugar a una hora, iba. Con otros como Yaser Arafat, por ejemplo, tenías que estar en una ciudad durante quince días, que ya te llamarían. Y a veces ni siquiera lo hacían. Por cierto, ¿sabes qué me llamó la atención de Arafat y de Mandela? Que ninguno de los dos tenía manos de un luchador. Eran manos suaves. Cuando me la estrechó Arafat me sorprendió, esperaba una mucho más callosa. Al menos Mandela transmitía una descarga de humanidad, aunque suene a realismo mágico. Arafat, en cambio, no.

José Antonio Guardiola para Jot Down 1

Cuando empezó el programa que diriges, En portada, se estrenó con una entrevista a Fidel Castro que recibió ciertas críticas.

La hizo Vicente Botín y creo que le pasó algo como a mí con Mandela, pero un tanto diferente. Siempre ocurre, cuando persigues con mucha insistencia una entrevista y por fin te la conceden da la sensación de que ya está todo hecho, cuando en realidad lo verdaderamente importante empieza cuando lanzas la primera pregunta. Fidel Castro es una persona arrolladora y Vicente Botín, que no es sospechoso de ser revolucionario cubano por los libros que ha escrito después, se dejó llevar por ese no sé si miedo escénico, pero sí por esa especie de intimidación que a los periodistas nos produce a veces estar ante personajes históricos. También hay que tener en cuenta que no pudo prepararla. Se metió en un cóctel y de repente le dijeron: venga, pasa por aquí y haz la entrevista. En esas circunstancias es inevitable que luego te arrepientas de no haber hecho una serie de preguntas, pero eso nos sucede a todos en la vida. Así que Fidel contó su versión de la revolución, cómo estaban los cambios y habló, habló y habló, eran sus años de discursos de cinco horas, y no se le cuestionó nada de lo que dijo.

En portada tiene enfoques muy variados en cada entrega. Puede entrevistar a un líder mundial como los que hemos comentado lo mismo que a cualquier ciudadano, como aquel joven kazajo con malformaciones por los experimentos nucleares de la URSS.

El joven kazajo se llama Berik. Fue una de esas historias que te hacen pensar que el periodismo sirve para cosas tangibles. A veces te planteas si servirá para que un dictador se lo piense dos veces antes de lanzar un ataque contra la etnia vecina, pero en otras sirve para hacerle la vida un poco más feliz a gente que lo ha pasado mal. En Portada conoció a Berik en Kazajistán, durante el rodaje de un reportaje de Carlos Franganillo y Miguel Ángel Viñas. Estaban interesados en investigar las pruebas nucleares en la URSS durante los cincuenta y sesenta y así dimos con Berik, un chico cuya madre se había expuesto a las radiaciones de las explosiones nucleares porque vivía cerca de un campo de pruebas del ejército soviético. Como el Gobierno no informaba, la gente salía a ver el hongo nuclear como puede salir aquí ahora a ver los fuegos artificiales en San Isidro. Contemplaban el hongo y se exponían a la radiación. Muchas personas han sufrido malformaciones por eso.

Al ver el programa «Hijos de la guerra atómica», un cirujano español se ofreció a operarle. Coincidió con que nos acababan de conceder un premio por otro reportaje y decidimos invertir la dotación en traer a Berik a Madrid y operarle. Durante todo el proceso de vida de Berik en España grabamos todas sus vivencias porque imaginamos que podía ser una historia digna de ser contada. Y así nos salió otro reportaje, esta vez muy sensible. Yo soy más partidario de los formatos tipo BBC, que no tratan de generar tanta empatía, pero aquí accedí a buscar en el espectador un grado de emoción suficientemente alto como para que la historia emocionara, pero sin caer en el sensacionalismo. Fue muy jodido encontrar el equilibrio, tocar fibra sensible sin pasarse de sensiblería.

¿Te ha ocurrido en un conflicto que tienes que olvidar que estás haciendo periodismo y dejarlo todo por una razón humanitaria de fuerza mayor, un suceso que te obliga a intervenir?

En Kosovo pasé por una experiencia en la que uno tiene que pensar si lleva piel de periodista o de humano. O el momento en el que entiendes que no puedes ser periodista sin tener piel humana, mejor dicho. Y fue una en la que nos la jugamos de verdad. Yo nunca he sido un periodista de contar películas, aunque sí haya estado en peligro en muchas ocasiones, pero hay veces en que te estás jugando la vida literalmente y esta fue una de ellas. Estábamos en Pristina. No muy lejos, en los alrededores de Komorán, había una zona controlada por el UCK —la guerrilla albanokosovar— y decidimos ir allá a rodar un reportaje. Pasamos los controles de carretera, donde había que pillar con la guardia baja a las fuerzas especiales serbias de Milosevic. Lo conseguías hablando un poco de fútbol, yo que soy del Atlético sacaba siempre a Pantic. Te ganabas su confianza y te dejaban pasar. En el viaje, al final llegamos a un pueblo donde un francotirador había matado a un niño. El cadáver, que llevaba muerto horas, estaba en un robledal, en un bosque. Y a su lado estaba su hermano. Todavía vivo, pero herido con un disparo en la cabeza.

Nos movíamos en un coche blindado y los vecinos albaneses de ese pueblo nos pidieron que recogiéramos el cadáver porque nadie podía acceder al robledal. Nosotros, con el coche, donde ponía claramente que éramos de TVE, fuimos. Teníamos la esperanza de que el francotirador viera que éramos periodistas y no disparara. Llegamos, nos bajamos y hubo tiros, pero no a dar, solo como advertencia: «sabemos que vais a recoger el cadáver del niño, hacedlo pero no estéis más tiempo del debido». Con nosotros estaba su padre, o su tío, lo recogimos de entre los árboles y lo llevamos de vuelta a la aldea en el coche. Pero había llovido, no teníamos tracción a las cuatro ruedas y ahí nos quedamos bloqueados. El blindaje pesaba demasiado, el coche patinaba, empujábamos pero no encontrábamos manera de salir. Fueron momentos de verdadero horror porque sabíamos que el francotirador seguía ahí.

Cuando lo logramos, llegamos al pueblo y entregamos el cadáver. Era una aldea de albanokosovares. Imagina la que se lio ahí. Pero el problema era que el hermano seguía malherido. La bala le había dado en el cráneo, le había rozado, y si lo dejábamos ahí iba a morir. Seguro. Nos pidieron que lo lleváramos al hospital de Pristina, en el pueblo no tenían ni botiquín. El problema era que si nos detenían en el control no nos permitirían llevarle hasta el hospital y no te digo lo que nos iba a pasar a nosotros. Pero en un momento así te quedas pensando, ¿cómo me voy a negar a llevar a un niño al hospital?

Fue un momento difícil porque si nos hubieran pillado las fuerzas especiales de Milosevic nos habrían llevado a la cárcel como mínimo, a no ser que te peguen un tiro ahí mismo y digan que has salido corriendo. Sin embargo, dejarlo ahí era dejarlo morir. Hablamos entre todos los miembros del equipo, estas son decisiones que no puedes tomar solo, y decidimos arriesgarnos. Volvimos a pasar camino del hospital de Pristina por los checkpoints. Había varios. Íbamos completamente acojonados. Unos controles eran más peligrosos que otros. Si nos cogían las fuerzas especiales… en fin, qué decir, todos sabemos cómo eran. Al chaval lo metimos en mantas para que no se le viera, le habían puesto una venda. Fuimos chapurreando serbio como podíamos de control en control, de risas con los policías, y al final afortunadamente conseguimos llegar al hospital. Allí lo dejamos, pero nunca supimos qué fue de él. Y eso que he vuelto varias veces a Kosovo, lo he buscado y se lo he comentado a Flaka Surroi, una de las periodistas más importantes de Kosovo y gran amiga mía. Calculo que ahora el chico tendrá veintitantos años, pero ya digo que nunca he podido averiguar qué pasó. Si salió con vida del hospital o murió.

José Antonio Guardiola para Jot Down 2

¿Cuál es el viaje que más te ha marcado?

Sin duda, 2001 en Afganistán. Fue mi viaje más enriquecedor y también el más triste. Entramos en el país de los primeros a través de Pakistán. Iba con dos cámaras, José Manuel Frean y Juan Antonio Barroso, dos amigos. Porque en televisión eso es fundamental. Y más en las guerras. Para trabajar en equipo tiene que ser con gente a la que quieres y que te quiere y que además nos respetemos profesionalmente. El caso es que llegamos a un territorio prácticamente vacío en el este del país, en Jalalabad. No había talibanes, habían huido, pero tampoco habían llegado los muyaidines, a los que cuando fueron apareciendo les costó bastante asentar su poder. Y tampoco había tropas internacionales, ni se las esperaba. Como periodista podías moverte por donde quisieras. No te paraba un policía en un semáforo, no había un checkpoint de los infinitos que había en los Balcanes. Podías ir donde quisieras, como digo. Una libertad absoluta de movimientos y esa es la mejor materia prima para un periodista. Para que te hagas una idea, uno de los primeros sitios donde estuve fue la casa de Bin Laden a las afueras de Jalalabad. Estuve ahí antes de que llegase la CIA. Periodísticamente no sé cómo definirlo, ¿el paraíso? Estuve en campos de entrenamiento de Al Qaeda, en una prisión con reclusos de Al Qaeda, que los mirabas a la cara y te acojonabas, no porque fueran asesinos, que seguramente lo eran, sino porque tenían tanto miedo, tanto odio, que al ver a alguien lo miraban como a un enemigo. Y claro, cuando tú no lo eres pues te da mucho miedo.

Todo eso fue lo enriquecedor del viaje. La parte más dura vino después. Como la vida misma, que se compone de felicidad y sufrimiento. Estábamos una noche discutiendo si al día siguiente nos íbamos en una caravana de periodistas a Kabul. Nosotros decidimos quedarnos porque estábamos disfrutando. En la capital, desde la que ya informaban otros compañeros desde hacía varios días, solo íbamos a poder hacer reportajes sobre si el oso polar del zoo había sobrevivido al calor del verano. Lo digo sin menosprecio, pero es que al final era eso. En el este de Afganistán estábamos ochenta periodistas para una extensión tan grande como Extremadura o más. Julio Fuentes, sin embargo, sí cogió esa caravana y se fue.

Recuerdo que llevaba una camisa oscura, unos pantalones beige, unas botas, y su camisa estaba manchada porque había abierto antes un bote de aceitunas y le había salpicado. Salió la caravana y enseguida saltó el rumor de que los habían tiroteado. Entonces piensas que todos esos elementos que te sirven para ser feliz periodísticamente pueden convertirse en tu ratonera. No tienes a nadie a quien preguntarle, no hay fuentes fiables. Eso que es una gozada, de repente es una encerrona. Encima su pareja de entonces era y es amiga mía. Tenía, como periodista, el compromiso de contar lo que había pasado, pero, como persona, primero decírselo a quien merecía saberlo de primera mano. Como era imposible lograr cualquier confirmación oficial decidimos que solo daríamos la noticia cuando pudiéramos reconocer visualmente los cuerpos. Así fue, volvimos a ver esa camisa azul oscura y esos pantalones beige. Los reconocimos y lo contamos. A partir de ese momento los tres del equipo debatimos si permanecíamos en Jalababad o, como hizo la inmensa mayoría, regresábamos a Pakistán. La situación era extremadamente peligrosa, pero no hubo dudas. Nos quedamos y seguimos disfrutando tanto como sufriendo. Eso como equipo nos dio mucha fuerza.

Poco después de eso, el caso Couso cambió definitivamente el periodismo internacional español, la forma de cubrir los conflictos.

Recuerdo que los equipos de la BBC llevaban en Afganistán en 2001 a un exmiembro de las SAS, los comandos del ejército británico, que les iba marcando a partir de qué punto tenían que cubrirse con el casco, dónde con el chaleco, etcétera. Yo entonces no lo entendía porque me parecía que contribuía poco al fin último que es contar bien una historia. Creo que trabajar con alguien armado te expone más que te protege. Cuando estás con un tipo al lado que te dice qué es exactamente lo que tienes que hacer o los pasos que tienes que dar, seguramente se salven vidas, y eso evidentemente tiene que estar por encima de todo, pero desde lo de Couso los medios españoles, que muchas veces están dirigidos por personas que nunca han ido a un conflicto, entendieron que al enviar a alguien a una guerra tenían que imponer una serie cuestiones de seguridad fundamentales. Había que ir con un chaleco, con un casco… En la guerra de Kosovo nadie llevaba protección. Nosotros utilizamos un blindado que compró TVE durante la guerra de Bosnia, pero nos reportó más problemas que ventajas. Nos dejaba tirados constantemente en medio de la nada y eso sí que es peligroso.

Y lo cierto es que ahora con la crisis lo que casi no hay son enviados especiales, pero hasta que pasó lo de Couso los medios se presentaban en los conflictos con cero protección. Surgió entonces un debate en algunas empresas de información respecto a las medidas de protección a los periodistas, los seguros, etc. Ese debate, sano en un principio, degeneró hasta el punto en que las empresas comenzaron a renunciar a coberturas de conflictos para no tener que abordar esos elevados costes en seguridad. Y todo esto abonado encima por una crisis que ha machacado el periodismo local e internacional. Y la consecuencia es que los periodistas ya no estamos tan cerca de las noticias como deberíamos estar. Nos han alejado de la cobertura directa de los conflictos. Un problema muy grave en el periodismo internacional.

¿Crees que hubo intencionalidad de Estados Unidos en asesinar a un periodista para lograr el objetivo que acabas de describir?

No estoy tan seguro. Cuando le mataron yo estaba en Irak, pero en el sur, en Basora. No estaba en Bagdad. Lo primero que creo es que si la sociedad se dota de una serie de intermediarios, que son los periodistas, para contar lo que está pasando, nos debemos fiar de ellos. Son nuestros ojos en el conflicto. Y si ocurre algo tan grave como lo de Couso, la primera versión que yo tengo que escuchar es la de los periodistas que están sobre el terreno. La de Carlos Fernández o la de Jon Sistiaga, que además son buenos amigos míos. Por eso, a mí que de entrada se rechazara de plano esa versión me hizo sospechar. Ahora, llegar a afirmar tajantemente que eso fue un acto premeditado, no sabría qué decirte. Porque a mí una de las cosas que más me gustan en periodismo es ponerme en el papel del otro. De la víctima y del victimario. Algo que te enriquece como persona y como periodista. Porque yo también me pongo en el papel del militar atemorizado que iba en el carro o en el vehículo blindado, con un inmenso calor, medio mareado, que le desconcierta la luz, en medio de combates y de repente ve en un punto algo que le hace temer por su vida… La reacción que puede tener en ese momento un militar hay que entenderla también. Pero insisto, no estoy justificando lo que pasó allí, ni muchísimo menos, solo me gusta ponerme en el papel de los dos. ¿Pudo haber sido fruto de la casualidad que vieran y sospecharan que había una amenaza para ellos? Pudo ser. En todo caso, yo lo tengo muy claro. Mis amigos, y repito, los intermediarios que la sociedad ha elegido para que le cuenten lo que allí está pasando me dicen algo que yo no vi y creo en sus palabras: que el asesinato de Couso no fue producto de la casualidad. Me fío de su palabra. En cualquier caso, lo que sí me parece lamentable es que no se pueda investigar esa muerte y que un juez tenga que renunciar a esclarecer lo que pasó como acaba de suceder.

En el reportaje de regreso a Ruanda tras el genocidio, entrevistaste a Valérie Bemeriki, la periodista que llamaba a «matar a todas las cucarachas».

Fue una entrevista cuando menos curiosa. Bemeriki era un símbolo. Representa lo peor que puede simbolizar un periodista. Era locutora de la radio del régimen hutu, la emisora de las Mil Colinas. Desde ahí, por un lado, incitaba al odio, pero además durante el genocidio señalaba dónde se escondían los «objetivos» tutsis, los que ellos llamaban cucarachas, para matarlos. En sus programas decía: «en tal aldea hay no sé cuántos protegidos en tal casa. En equis iglesia se refugian cucarachas». Los hutus que la escuchaban iban a buscarles y pasaban a cuchillo, machete o tiros a todos los que estaban allí. Por eso para mí representa la peor condición del periodista, que es la del transmisor de puras órdenes. No sé si se arrepiente de lo que hizo. Cumple cárcel y probablemente no saldrá de allí aunque cambien los Gobiernos en Ruanda. Cuando la entrevisté, lo que más me sorprendió fue la serenidad con la que hablaba. Además, en un francés impecable. Explicó todo con una frialdad, con una sincera falta de arrepentimiento, y eso que estaba dentro de su celda y sabía que la escuchaban sus carceleros.

Para mí este viaje fue muy importante, porque volví a Ruanda veinte años después y me sirvió para poder entender humana y periodísticamente lo que no había comprendido veinte años atrás, que eran muchas cosas. Cuando fui como enviado especial, bastante inexperto y seguramente inseguro, estuve más pendiente de tener una crónica antes de las nueve de la noche que de procesar una tragedia de tales dimensiones. Esto nos pasa a veces cuando hacemos telediarios, nos arrolla la necesidad de contar cosas, de tener la crónica preparada. Es una especie de miedo al vacío.

José Antonio Guardiola para Jot Down 3

Francisco Veiga denunció en su entrevista en Jot Down que al conflicto de Ruanda los medios no le prestaron atención, cuando fue una masacre que superó el índice de asesinatos de los nazis durante la II Guerra Mundial.

Hombre, Francisco Veiga, un profesor de universidad al que te encuentras en los conflictos sobre el terreno. A lo que entiendo se refiere es al debate sobre el valor de la vida en un conflicto en el mundo de hoy, tanto en el periodismo como en lo que no lo es. El niño muerto en un tiroteo en un colegio de Oklahoma vale lo mismo que el niño muerto de hambre en Etiopía, pero parece que no pesa lo mismo. En aquella época nos volcamos en el conflicto de Yugoslavia más que en el de Ruanda por la proximidad, por las connotaciones y por los diferentes elementos que tenía que te generaban muchas más dudas, incertidumbres y temores que el propio conflicto de Ruanda, que al fin y al cabo era algo que se veía lejano e incluso incomprensible.

A veces nuestro contrato como periodistas consiste en que el ciudadano entienda que esos conflictos repercuten. Que una guerra en Libia no afecta solo a los libios. Que una tala de árboles en el Amazonas no afecta solo a los brasileños No solo es la obligación moral de prestarles atención, sino también lograr que el ciudadano lo haga. Y a veces los periodistas fallamos, no sabemos convertir en interesante lo importante. El caso yugoslavo era muy fácil de acercar y el ruandés no tanto, aunque desde la II Guerra Mundial no se conociera una masacre como esa. Estamos hablando de ochocientos mil o un millón de muertos en un periodo de cien días.

¿Qué sentiste personalmente ante la responsable de tantas muertes? ¿Te provocó rechazo?

No, como decía antes, me pongo mucho en el papel del otro. Es como cuando cruzas la mirada a los de Al Qaeda. A veces distingues odio, otras veces miedo… ambos sentimientos humanos. Cuando observas sus ojos ves esa parte quizá más oscura de la humanidad, a pesar de que hayan sido los más bárbaros asesinos que te hayas cruzado en toda tu vida. Y Bemeriki era una mujer serena, asumía que estaba pagando una culpa de la cual al menos sí creo que era consciente. Pero para ejercer el periodismo es muy importante intentar entender al otro, por qué ha cometido una aberración. No por justificarlo, solo por entenderlo. Yo no soy un juez, no tengo que condenarlo, solo debo exponer los hechos. Si quiero exponer a Bemeriki tengo que entenderla antes. Tengo que dar las claves para que sea el ciudadano el que entienda que contribuyó a la muerte injustificada y, por supuesto, injusta de miles de personas.

En Facebook dijiste que habías vuelto a Ruanda dieciocho años después y seguías sin entender nada.

Cuando me metí en el periodismo lo que me gustaba eran las relaciones internacionales. Me veía más como corresponsal en Washington o en Bruselas, como un analista porque me gustaba mucho entender lo que pasaba, jugar con el mapa del mundo y poner las piezas del puzle para entender por qué si pasa algo en un sitio afecta a otro lugar. Pero cuando me ofrecieron probar el periodismo de acción, cuando me propusieron viajar a Ruanda, no iba a decir que no. Fui para allá con la sensación de que viajaba a un lugar que no conocía lo suficiente como para explicarle al telespectador lo que estaba pasando. Y lo que ocurrió no fue que no lo lograra comprender como periodista, es que me desbordó como ser humano.

Pongo un ejemplo. Recuerdo que estaba con los refugiados tutsis que volvían a sus aldeas desde el Congo. Llegaban y comprobaban que sus casas estaban ocupadas, que los maltrataban. Un panorama que seguramente era mejor que el de los campos de Goma de los que escapaban, pero que desde luego no era lo que imaginaban que iban a encontrar. Allí, un día al atardecer, entre las madres que cocinaban las típicas cacerolas africanas, un día sin viento porque recuerdo muy bien que el humo subía en vertical, en una zona muy deforestada cercana a Nyamata… De repente encontré una niña llorando. Era un llanto… no era el llanto de un niño occidental. Los niños en África lloran de otra manera, con desconsuelo; lloran sin interrupción. Aquí un niño llora y para, allí puede estar veinticuatro horas. Esa niña que vi llorar tenía la misma edad de mi hija, que ahora tiene veinte años. Estaba sola, porque en África las madres no les prestan atención a los niños como se la prestamos aquí, que los hiperprotegemos; la niña estaba sola y en ese momento no sé por qué vi en el llanto de esa niña los ojos de mi hija.

En ese momento me emocioné, porque entendí lo que estaba pasando. Eso me ha ayudado a ser mejor periodista. Porque antes de cruzar la mirada con esa niña lo veía todo desde un filtro. Era un españolito que simplemente estaba allí para contar lo que estaba viendo, pero no lo estaba sintiendo. En ese momento, sin embargo, empecé a hacerlo; empecé a ver en el otro lo que no veía hasta entonces. En ese momento me di la vuelta, lloré pensando en mi hija, preguntándome qué estaba haciendo en Ruanda cuando podía estar con ella. Reflexioné si sería capaz de relatar lo que había tenido ante mí. Y pensé: si soy capaz de contar esta historia, valdré como reportero de guerra. Si no, no. Me quedaría como el periodista que te da las claves de por qué ha pasado en Crimea lo que ha pasado, por ejemplo, lo que, por otra parte, tiene un enorme valor.

La conclusión es una pregunta: ¿Qué lleva a un ser humano a coger un machete y clavárselo en la cabeza al de enfrente? El odio. Y el odio es un sentimiento que lo multiplican los malos, los poderosos. Las sociedades no somos conscientes de lo que significa una guerra. Se ha trivializado tanto, nos han anestesiado tanto, en parte quizá por los videojuegos y las películas, que no se entiende lo que es en realidad. La guerra es algo que arrasa con todo. Quizá las guerras sean inevitables, es más, creo que lo son, pero los que sí son evitables son los políticos que nos llevan a la guerra. Y ahí sí, el papel del periodista es denunciarlos.

Si de algo estoy satisfecho con el periodismo es que, de alguna manera y en pequeña medida, con nuestro grano de arena hemos logrado que quizá algún dirigente en algún lugar del mundo cuando está dispuesto a cometer un genocidio, se lo piense dos veces: «cuidado que a lo mejor llega el periodista tocapelotas que va a contar todo esto y voy a terminar en el Tribunal de La Haya». Si por esto alguna vez alguno de estos no firma la orden de ejecución de no sé cuántos, aunque solo sea por eso, ya ha servido.

José Antonio Guardiola para Jot Down 4

En el caso del reportaje sobre Salvador Allende conseguiste el vídeo de la exhumación de su cadáver, que no lo había visto nadie, solo el Gobierno.

Esa historia periodísticamente es muy bonita. Cuando Pinochet estuvo detenido en 1998 conocí a un cámara chileno que se llama Pablo Salas. Nos hicimos muy amigos. Una vez, cenando en su casa en Chile, después del asado y unas copas, me dijo: «Guardiola, te voy a enseñar una cosa». Me llevó al salón de su casa y me mostró unas imágenes que solo tenía él: la exhumación de Allende. Yo no sabía ni que existieran esas imágenes. Bueno, nadie lo sabía. Era la exhumación secreta del cadáver del presidente.

En 1990, cuando llegó la democracia a Chile, Allende seguía siendo el primer desaparecido de la dictadura. Porque nunca nadie supo dónde estuvo enterrado, aunque se sospechaba. Ni siquiera se sabía cómo murió. El Gobierno democrático de Patricio Aylwin decidió abrir la tumba donde creían que lo habían enterrado, el mausoleo de su familia en Viña del Mar para después darle el homenaje que se merecía. Se hizo de noche y allí estaba para reconocerlo su médico de confianza, una de las mejores personas que me he encontrado en la vida, Arturo Jirón. Bajaron a la fosa, abrieron la tumba y el Gobierno decidió que todo aquello quedase grabado para que formara parte de los archivos de la República para la eternidad. Para esto habían contratado a Pablo Salas, el cámara del que hablo. Pero él, con ese olfato periodístico que tienen que dar los periodistas, en el trayecto de vuelta desde Viña del Mar a Santiago hizo una copia de la grabación en el coche. Ese vídeo lo tuvo guardado hasta que me lo enseñó en su casa y me dijo que nos lo reproducía, pero no nos lo iba a dar jamás. Y yo: bueno, ya lo hablaremos [risas]. ¡Cómo te van a decir a ti eso que eres periodista!

Al final, cuando murió Pinochet, decidió hacer públicas las imágenes. Yo era jefe de internacional del telediario y la única cobertura que hice durante esa etapa fue esa. Me sentía necesitado de contar la historia de la muerte del dictador y allí coincidí con Pablo Salas y acordé emitir por fin las imágenes. Eran muy importantes porque despejaban muchas dudas históricas. Me puso como condiciones que nunca se utilizaran esas duras imágenes para desprestigiar a Allende y que el reportaje lo tenía que hacer yo. El problema era que como jefe de internacional no podía estarme un mes y medio por ahí haciendo un reportaje, así que guardé el DVD en la mesilla de mi casa en Madrid durante un año y pico. Ahí lo tuve sin enseñárselo a nadie hasta que dimití, me nombraron director de En portada y decidí que mi primer reportaje iba a ser ese. Luego, a raíz del reportaje un juez chileno reabrió la causa y se pudo probar, se sentenció que Allende se había suicidado. El periodismo también contribuye a poner luz a la historia y este es un claro ejemplo. Periodísticamente me llenó muchísimo.

En Bolivia entrevistaste a Nicolás Castellanos, un obispo español que lo dejó todo y se fue con los pobres, un cura de la teología de la liberación.

Llegué a él por casualidad. Queríamos hacer el primer reportaje de RTVE en HD y tenía que ser algo que si salía mal pudiera repetirse. Era un reto tecnológico que nos generaba mucha inseguridad. Obviamente, si nos metíamos en un conflicto o en la jungla no íbamos a volver al día siguiente a grabar la misma secuencia. Pensé en todos mis contactos, hice como un casting. Nicolás Castellanos fue un obispo español de la Transición que en un momento dado entendió que la Iglesia no tenía el discurso que debía tener. Pensaba, como puede decir ahora el papa Francisco más o menos, o como decía claramente la teología de la liberación, que la Iglesia tenía que dedicarse a trabajar por los pobres. Decidió dar el salto y se fue a Bolivia.

La obra que tiene allí es espectacular. Es un proyecto que se llama «Hombres Nuevos» que busca básicamente lo que te he dicho, acompañar a los pobres. Con la gente que necesita ayuda de verdad. Recuerdo una frase que dijo que me dejó clavado: «Yo es que ahora de repente veo que en las manifestaciones contra el matrimonio homosexual se reúnen tantas personas, compañeros míos, para intentar impedir que los homosexuales se casen, con la cantidad de problemas que hay en el mundo; con la cantidad de problemas que tienen los pobres del mundo. No lo logro entender». Es así. Yo no soy creyente, pero sí es cierto que se comparten una serie de valores que al ser humano lo hacen grande, llámense cristianismo, mahometismo o budismo. ¿Qué tienen que ver esos valores con una manifestación de esas características?

Nicolás Castellanos lo que cree lo aplica a su vida y vive en El Palacio, que es una especie de comuna en un barrio de gente muy humilde, el llamado Plan 3000 de Santa Cruz de la Sierra. Sigue siendo miembro de la teología de la liberación y la defiende. Es un personaje de los que te enriquece. Es lo bueno que tiene el periodismo, si yo hubiera sido, por ejemplo, abogado, nunca habría conocido a alguien así y sería otra persona distinta.

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Otro reportaje emotivo en este sentido, el del periodista desaparecido Pedro Cárdenas.

Colombia es un país que ha vivido los conflictos con tal intensidad que entras en una aldea, te empiezan a contar cosas y cuando llevas tres días, ves que solo se han remontado a los últimos diez años. Y luego es un país con una gente magnífica, que gente así hay en todas partes, pero en Colombia especialmente. En el caso de Cárdenas quise hacer un reportaje centrado en poner en valor la figura del fixer, nuestro cicerone en los conflictos. Gente que a veces es un periodista local y otras es un buscavidas. En Afganistán, por ejemplo, tuve uno que estaba metido hasta las trancas en los servicios secretos de unos y otros. Se lo sabía todo. Y cuando estás allí te tienes que dejar llevar por él, porque que en el fondo que tú hagas un buen trabajo depende en gran medida del fixer, de que sea bueno. Luego el premio te lo dan a ti y él se queda en su país sufriendo.

El reportaje se llamó «Maldito oficio». Estaba dedicado a los periodistas locales. Porque tú siempre tienes un billete de vuelta, pero el otro no. Al día siguiente tiene que llevar a sus hijos a la guardería. Y Pedro Cárdenas era un periodista en estado puro. Se jugó la vida; la suya, la de su mujer y la de sus hijos por denunciar las mafias y corruptelas de políticos y paramilitares. Ni siquiera era periodista por titulación. Y desapareció. No está probado que lo mataran, pero a mí me extrañaría que no lo hubieran hecho.

¿Es la televisión un arma de guerra como se denuncia en los conflictos modernos?

Lo es, aunque ha variado mucho. En las guerras de los Balcanes, por ejemplo, tuve la sensación de que en los frentes nos veían como un objeto de seducción. El periodista era el que iba a facilitar el camino para que la opinión pública mundial se sensibilizase con los problemas de cada bando. De por qué luchan. O por qué matan. Pero ahora, con la irrupción de las redes sociales y las nuevas tecnologías ha cambiado. El caso extremo lo tienes en Siria, es decir, el Estado Islámico ya no te necesita para contar su historia. Tienen una capacidad de producción de información que tú ves los vídeos y parecen rodados por profesionales de Hollywood. Lo que ellos quieren que se sepa, los periodistas nos lo bajamos de internet. ¿Para qué tenemos que estar allí? Para nada. Y entonces, si estás, lo que se proponen es eliminarte. Ese es uno de los grandes dramas que tiene el periodismo de guerra hoy. Ya no eres un objeto de seducción, sino un objetivo.

Sin embargo, el cambio determinante empezó a darse tras la guerra de Vietnam.

Los políticos descubrieron en esa guerra que los medios pueden tener mucho poder. Y su objetivo es limitar la influencia mediática en su propia conveniencia. Las guerras que vinieron después estuvieron muy condicionadas por la guerra de Vietnam. Pero insisto en que, más que esa guerra, lo que de verdad está cambiando el periodismo son las nuevas tecnologías. La brecha que separa el hecho noticioso del ciudadano se ha estrechado tanto que apenas queda hueco para el periodista. Ahora la sociedad pide respuestas inmediatas. Este fenómeno cuando empezó fue sobre todo con la caída del muro de Berlín. Todas las televisiones lo dieron en directo. El espectador era testigo directo. No hacía falta contexto: había un tío vestido de verde que abría una puerta y una multitud de personas se abrazaban, unos mejor vestidos que los otros. Pero el contexto histórico que supone la apertura del muro y sus posibles consecuencias en el futuro, si lo estás viendo en directo no lo entiendes. Es como la guerra de Irak del 91, que fue la explosión de la CNN, veías avanzar los carros por el desierto. ¿Qué supone eso? «No lo sé, pero lo estoy viendo». Por todo esto el periodismo se ha ido dejando llevar cada vez más por el deseo de querer contar lo que está pasando ahora mismo, generando esa necesidad, como digo, de respuesta inmediata que como periodista te resta capacidad para introducir el contexto.

El periodista que salta de una guerra a otra, ¿tiene tiempo de entender el conflicto para poder explicarlo en esas condiciones?

En ocasiones no. Cuando fui a Ruanda me avisaron la misma noche en que salía. Había seguido la información, pero una cosa es estar informado medianamente en Madrid y otra coger la mochila y ser tú el que lo va a explicar. Ahí tienes que ser el que más sabe de Ruanda. En coberturas inesperadas, las que surgen en apenas un par de horas, yo siempre he utilizado los viajes en avión para leer y documentarme, pero está claro que no es suficiente. Y si la sociedad te pide respuestas inmediatas, ¿qué vas a hacer? ¿No dárselas? No puedes. No puedes ir a contracorriente. Solo te queda dar esa respuesta con dudas. Por ejemplo, el fiscal argentino Nisman ha aparecido muerto. Hay posibilidades de que se haya suicidado o no. Entonces tienes que exponer las claves fundamentales que apuntan en una dirección o en la otra. Así puedes generar un interés del ciudadano en el contexto. Una duda. Lo que nosotros buscamos con En Portada es que si llegase un extraterrestre a la Tierra y cogiera los programas de los últimos dos años en DVD se hiciera una idea precisa de cuál es el estado del mundo y lo que está pasando en él.

Uno de los mejores trabajos informativos que se ha hecho sobre Ucrania es un documental que ha grabado por su cuenta y riesgo, sin el respaldo económico de una empresa, Ricardo Marquina. Está subido a YouTube, se llama El año del caos. ¿Qué papel le das a iniciativas así en el periodismo del futuro?

El futuro del reportaje de gran formato está en esas manos. No está en las grandes empresas llámense BBC, CNN o TVE. No es que TVE no llegue, que no llega, es que ninguna empresa va a llegar. Hay reportajes, como el famoso Restrepo, que se ruedan en diez o quince meses. Ninguna de las grandes empresas de comunicación del planeta le va a costear a un empleado quince meses de su salario para un documental. Por eso, los freelance se apoderan poco a poco de los reportajes de gran formato. Y su financiación apuntará a filántropos u organizaciones que estén dispuestas a poner dinero para que se cuente una historia. Habrá que tener cuidado con qué objetivo quieren que se cuente.

Pero creo más en el papel del ciudadano en el periodismo que en el periodismo ciudadano. Porque yo como periodista me siento obligado a desarrollar mi trabajo con una serie de pautas por un contrato que me une a la sociedad. Igual que el médico tiene un juramento hipocrático. Un ciudadano no tiene esa obligación. Lo cual no quiere decir que no pueda ejercer el periodismo, o que no pueda ser periodista quien no haya estudiado la carrera, sino que para ser periodista tienes que cumplir un contrato. Si lo cumples, adelante. Si no, me gustaría saberlo porque el grado de fiabilidad no va a ser el mismo. Anclados en este principio, luego la financiación puede venir por múltiples fórmulas.

De todas formas, es muy útil para el periodismo el empuje de muchos jóvenes que agarran una cámara y se dedican a buscar historias por el mundo. A algunos los admiro muchísimo. Aunque está el inconveniente de que el contacto con la redacción enriquece, es bueno que alguien con perspectiva y distancia te sugiera enfoques nuevos. Para crecer como periodista es imprescindible trabajar cerca de profesionales que deben ser referentes y en muchos casos estos están en las redacciones.

De En Portada se decía cuando empezó en los ochenta que «recogía la herencia de los documentales de TVE». ¿En qué consistía esa herencia?

Era una filosofía heredada de la televisión, sobre todo la americana, que fue la que llevó el gran reportaje de prensa a televisión. Al principio en TVE se hacían con improvisación y eso aumentaba la calidad del resultado. Los periodistas como Miguel de la Quadra Salcedo trabajaban de forma radicalmente distinta a como lo hacemos nosotros ahora. A estos les llamaban un día y se iban al país que fuera, se estaban allí dos meses, rodaban todo lo que podían y, cuando decían que habían terminado, los mandaban a otro destino. No se trabajaba la agenda. Ahora tú vas a tiro hecho y esto te impide en buena parte olfatear adecuadamente cuando estás en el destino. Ellos improvisaban. Rodaban sobre la marcha, con una fuerza narrativa tremenda.

José Antonio Guardiola para Jot Down 6

Llegaste a ser jefe de internacional del telediario pero dimitiste. ¿Por qué?

Mi proyecto consistía en crear un equipo de enviados especiales que fuesen jóvenes, con capacidad para moverse por el mundo y contar historias en un lenguaje audiovisual de calidad extrema. Un equipo de enviados especiales como lo tenía la BBC. Allí estaban Luis Pérez, Óscar Mijallo, Sagrario Mascaraque, José Carlos Gallardo, Antonio Parreño, Yolanda Álvarez, Carlos Franganillo, Diego Arizpeleta, David Picazo

Ese era mi proyecto, pero llegó el ERE a RTVE y muchos corresponsales se prejubilaron. Sus huecos se cubrieron con esos jóvenes que estaban llamados a ser corresponsales a los cincuenta, pero no a los treinta y cinco. Sin embargo, aceptaron y se fueron. Yo les animé en la nueva etapa que empezaban, pero les advertí que dejar de ser corresponsal con cuarenta años les iba a resultar muy difícil. En España no se respeta la carrera profesional. Cuando vuelves a Madrid a la gente le da igual que hayas sido corresponsal. Ahora los que regresan me dicen: «me acuerdo mucho de las palabras que me dijiste». Esto echó por tierra mi proyecto.

Pero otra de las razones por las que dimití fue porque en televisión hay un desequilibrio cada vez mayor entre el peso de la edición y el peso de los responsables de área. El editor digamos que tiene una visión global y decide cuáles son los contenidos de un informativo y el jefe de área es el que determina o jerarquiza qué se debe contar dentro de su ámbito. En la medida en que esos poderes están equilibrados, el resultado final es fantástico. Pero yo lo que viví fue un periodo en el que el jefe de área tenía cada vez menos peso y la edición más. Entendí que se estaba invirtiendo la forma en la que debe hacerse el periodismo. Creo que la información surge en la calle y el periodista la debe empujar hacia arriba, al jefe de área, para que se la exponga al editor y este lo meta en la narración del día. Pero si el flujo es el inverso, si el editor le dice al periodista: «quiero esta noticia», a mí no me gusta. Porque es muy fácil controlar a un editor, pero no a trescientos periodistas, por eso yo prefiero que la información venga de ellos, de abajo.

Luego también me afectaba ser jefe. Cuando eres el responsable y tienes que mandar a un amigo tuyo a Irak no es fácil. En 2005 volví a Bagdad como redactor y ya no se podía trabajar. En cuando estabas por la calle y sacabas la cámara enseguida veías a alguien con el teléfono llamando y si en tres minutos no te largabas tenías problemas. Si no puedes entrar en la casa de los iraquíes a que te cuenten sus problemas, no estás trabajando bien. Al llegar a jefe de internacional decidí que en esas condiciones no íbamos a viajar a Bagdad. Cuando después mejoró algo la situación, envié a Luis Pérez, que ahora es corresponsal en Moscú, y no veas lo que me costó. Le llamaba todos los días a todas horas, no por la información, sino para saber si estaban bien.

Y también vi una cosa clara, a mí lo que me gusta es contar historias. Entendí que mi carrera debía tener una evolución. Ya había cubierto muchas guerras y me di cuenta de que lo que escasea en el periodismo es la cobertura de las posguerras. Descubrí ese papel de reportero de posguerra. Porque creo que durante la guerra, por instinto, la gente sobrevive, pero cuando ya no hay guerra, es cuando más desprotegidas se sienten las víctimas. Las prometidas ayudas internacionales que iban a llegar nunca llegan. Pasan del instinto de sobrevivir al de no morir, y es ahí donde les golpean los traumas. En fin, vi que el periodismo ahí tenía una deuda. En eso hemos centrado muchos reportajes de En Portada, aunque creo que todavía se puede desarrollar mucho más en España.

¿Cómo valoras la situación actual de los servicios informativos de TVE? El último informe del Consejo de informativos ha sido demoledor.

Sí, los últimos informes han sido contundentes. Lo primero que hay que destacar es que TVE, al contrario que la inmensa mayoría de las empresas periodísticas en España, es un medio que cuenta con un Consejo de Informativos, que se debe encargar de velar por la independencia. No es algo improvisado, es un órgano que forma parte de la propia estructura de RTVE y que lo elige la redacción. Es decir, estés o no de acuerdo su opinión debe ser interpretada como la voz de la redacción. Eso es importante saberlo y valorarlo. El Consejo lleva en su esencia ser contrapeso de la dirección. De hecho no conozco ninguna Dirección de Informativos que haya aplaudido al Consejo.

Personalmente, creo que el problema de fondo de RTVE es que carecemos de un doble blindaje que considero imprescindible: el financiero y el político. RTVE necesita tener un presupuesto estable y una financiación sólida. Toda empresa, para acometer sus proyectos de futuro, necesita saber con qué presupuestos cuenta y cómo se va a financiar. De dónde va a salir el dinero y cuánto. La retirada de la publicidad en 2010 fue demasiado improvisada. Y si a eso le añades recortes en las aportaciones te encuentras con una empresa muy difícil de gestionar económicamente.

Y el otro blindaje es el político. Entre la ciudadanía existe la impresión, que yo comparto, de que todos los directores de Informativos se han decidido en algún despacho del Palacio de la Moncloa. Eso no es bueno y no debe ser así. Presiones las hay y las habrá siempre. En todos los medios. Pero en los medios públicos hay que generar los mecanismos para que si un responsable editorial —que debe ser elegido exclusivamente por su valía profesional— se resiste a la presión de un político no pase nada. O mejor dicho, no pueda pasar nada. Para empezar creo que sería bueno que el Consejo de Administración dejara de ser un miniparlamento y se convirtiera en un órgano de representación social, político y periodístico. ¿Por qué no se pueden incorporar también al Consejo representantes de la Federación de Asociaciones de la Prensa? ¿O de la Academia de Televisión? ¿O del mundo de la Universidad? Eso ayudará a lograr algo imprescindible: que todos los ciudadanos, sin excepción, entiendan que RTVE es suya y que su rumbo no está al albur de las mayorías.

El valor de un periodista solo se mide en credibilidad y el de un medio lo mismo. La credibilidad se conquista día a día y creo que TVE tiene que ganar credibilidad demostrando a todos los ciudadanos, que son nuestros verdaderos accionistas, que está descontaminada de políticos. En las actuales circunstancias, deben ser los políticos los que decidan renunciar al manejo de RTVE y, sinceramente, creo que solo lo harán cuando reciban un mensaje contundente de la sociedad. Ese es el objetivo, concienciar a la sociedad para que exija a todos los políticos que los medios públicos no se tocan. Ojalá todos los partidos incorporen esa idea tan sencilla en sus programas electorales.

Todo esto es opinable y discutible, pero la esencia del asunto se reduce a que cada periodista debe ser, por encima de todo, responsable de su propio trabajo. Yo tengo muy claro cuál es el límite que me pongo a la hora de trabajar. Puedo discutir hasta el infinito sobre criterios periodísticos, pero no voy a aguantar ni un minuto si el debate se refiere a la conveniencia política de un tema u otro. Un buen periodismo solo existirá en la medida en que un periodista pueda decir: eso no lo hago.

José Antonio Guardiola para Jot Down 7

Te has quejado del horario de tu programa.

Todos los que tenemos un horario más allá de las 23:30 y no estamos en La 1 nos quejamos. Y me pongo en la piel de todos, pero como director de En Portada me quejo del mío. Lo mismo que me quejo de que en el descanso de la Champions el otro día no metieran una promo de En Portada, pero qué le vamos a hacer. De todas formas emitimos un tipo de reportaje que no es un trabajo para masas. Me encantaría que lo fuera, pero me gusta trabajar en libertad. Y si tienes la presión de la audiencia en otro horario o en otro canal todo sería diferente. Este programa tiene treinta y pico años, no puede estar sometido a esas presiones, es como un transatlántico. Si yo, como capitán, quisiera dar ese giro tampoco podría.

Has comentado en alguna ocasión que en TVE no se aprovecha el interés que tiene la audiencia latinoamericana en lo que dicen los medios españoles.

Latinoamérica está mucho más desarrollada que España en el lenguaje narrativo de prensa, especialmente en reportajes o crónicas como dicen allí. Donde sí que hemos evolucionado más que ellos es en la narración audiovisual. Nosotros arriesgamos más y tenemos mejor capacidad de contar historias, y eso que ellos hacen una televisión también muy buena. El caso es que, antes, cuando hablaba de la financiación, es porque una estabilidad presupuestaria te debe servir para tener un proyecto, y ese debería ser en nuestro caso convertirnos en el mascarón de proa de la marca España. En Latinoamérica hay cuatrocientos o quinientos millones de personas que todavía siguen queriendo estar informados de lo que pasa a través de RTVE. Algunos medios han entendido esto muy bien y se han aprovechado de nuestra inacción, como los rusos, los árabes, los franceses o la CNN en español, que tiene una capacidad de producción que para nosotros ya es inalcanzable, e incluso TeleSur. El día que RTVE entienda que el futuro no pasa por dar en directo los plenos del Ayuntamiento de Guadalajara, que es mi tierra, sino por acercar lo que pasa en Latinoamérica a los españoles y viceversa, tendremos futuro. El Canal 24 horas puede tener una vertiente española, pero debe contar con una presencia continua de Latinoamérica. Creo que se podría emitir un Canal 24 horas solo para América. La primera vez que fui a Argentina, el telediario de TVE era el tercero o el cuarto más visto. Ya no es así porque se ha fragmentado la audiencia, pero sigue siendo importante. Un ejemplo es lo que he comentado del caso Nisman, hay un deseo de los latinoamericanos de informarse a través de TVE. Siguen mirándonos y esperan de nosotros un referente y no lo digo ni mucho menos desde el «maternalismo» de la madre patria. Es más, ¿por qué no utilizamos una empresa como la nuestra, aunque sea egoístamente, como un vehículo para que España se conozca allí y le sirva a nuestros intereses comerciales, o humanitarios?

Qué opinas de los nuevos programas de internacional que hay en las cadenas privadas en los que se recurre al periodista protagonista, como Jon Sistiaga, o a que el protagonista sea el riesgo, como En tierra hostil.

Me gusta explorar nuevos formatos. En tierra hostil tiene cosas que me gustan a la hora de rodar o narrar. A veces hay que quitarse la losa de la narración tradicional, meter cosas más directas o improvisadas. Así lo hacía Miguel de la Quadra Salcedo y le quedaba todo más vivo, no le daba tantas vueltas a dónde plantar la cámara, etc. Sin embargo, a mí me gusta contar todos los elementos básicos para entender una historia más allá de lo que ven tus ojos. Como periodista no me conformo con mostrar lo que veo. Claro que si te compran un programa que tiene que tener una determinada audiencia, quizá tienes que hacerlo así. En el caso de Jon creo que él tiene un caché y sabe contar historias en primera persona como nadie. Piensa que a veces en televisión tienes que utilizar la primera persona como testigo de lo que has visto. Yo entiendo la narración en primera persona siempre que tu testimonio sea único. Y defiendo que el reportero salga en televisión siempre y cuando esté haciendo su trabajo. Lo que no contemplo profesionalmente es que el periodista, por ejemplo, salga paseando por la feria del libro sin más en una pieza sobre la feria del libro.

El que sí que ha conseguido enganchar a una gran audiencia sin perder la sobriedad es Salvados.

Salvados creo que televisivamente está muy bien hecho y sociológicamente es producto de un hartazgo. El periodismo en general ha tardado en entender que había que dar un paso más, que el mundo y la sociedad cambian. Ahí Salvados ha aportado ese granito de arena en el objetivo de muchos ciudadanos de quererse sentir gobernados de otra manera. Un sentimiento que no tiene nada que ver con ser de izquierdas o de derechas. Luego Salvados técnica y narrativamente tiene elementos muy interesantes. El planteamiento de las entrevistas, las pausas, los silencios, saber entrar en el personaje. Habrá quien piense que se rueda en una mañana, pero eso requiere mucho trabajo y mucho esfuerzo. Una vez les vi grabando en un centro comercial. Me acerqué para curiosear y no me reconocieron. Investigué cómo conseguían esa calidad de sonido, porque en ese centro comercial había un ruido ensordecedor. Y vi que allí, in situ, había un mezclador de sonido trabajando con su mesa. Al ver luego el programa se escuchaba fantástico. Salvados tiene un trabajo muy concienzudo detrás.

Una última cosa: en los ochenta coincidió que En Portada tenía la sintonía de Vangelis de Blade Runner y Documentos TV la de Ry Cooder de Paris Texas. Ambas tristísimas. ¿Cuál era el objetivo, que llorasen los niños en casa?

Es que el mundo hay veces que da ganas de llorar. Pero creo que la de Documentos TV era más tristona que la nuestra. La que tenemos ahora, en cambio, tiene presencia, percusión y es heavy. Te engancha, la oyes y vas a la tele a ver qué pasa, que es el objetivo de una sintonía. Como cuando escuchas la del telediario y dices: voy para allá. A los periodistas nos pasa algo diferente, cuando la oímos por el pinganillo en los directos nos empiezan a temblar las piernas. Y ojalá que nos tiemblen toda la vida al entrar en un directo, porque el día que dejen de temblar significará que te has confiado.

José Antonio Guardiola para Jot Down 8

Fotografía: Guadalupe de la Vallina

La entrada José Antonio Guardiola: «La brecha que separa el hecho noticioso del ciudadano se ha estrechado tanto que apenas queda hueco para el periodista» aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Begoña Villacís: «En Podemos se han equivocado con Carmena, han puesto a alguien con criterio»

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Begoña Villacís para JD 0

Para la sesión de fotos que hacemos antes de empezar la conversación, abre el Jot Down n.º10 por las viñetas de la publicidad de Magno. Enseguida recuerda que el otro día encontró por su casa un cómic de Mauro Entrialgo que leyó de adolescente. «Herminio Bolaextra. ¿Os suena?», pregunta. Decimos que sí, que eso es lo mejor que ha parido madre y a ella parece extrañarle que sea conocido, pero confiesa que aún hoy mantiene muchos guiños con su hermano sacados de esas historietas. Luego hablamos de Pearl Jam, Nirvana. Foo Fighters, Lou Reed y Malasaña. Así vivió los noventa. Ahora Begoña Villacís (Madrid, 1978) es abogada, está casada y tiene dos hijas. Ha entrado como concejal en el Ayuntamiento de Madrid por Ciudadanos, un partido que proclama que viene a regenerar e implantar la nueva política.

La última encuesta para Mediaset de Sigma Dos dice que Ciudadanos ha bajado seis puntos y el PSOE ha subido otros seis.

Hay otras encuestas que dicen lo contrario. Y yo me creo las otras por una sencilla razón, la gente vota unas siglas, no el pacto que haga esas siglas. Los criterios de pactos de Ciudadanos, basados en exigencias y no en un apoyo condicionado a entrar en el Gobierno, son mucho más puros y más claros que un ejercicio de «entreguismo» que suponga que en el futuro la gente no tendrá claro si merecerá la pena votar a unos u a otros. Pero hay una encuesta que dice que los que hemos subido somos nosotros, que en el Ayuntamiento aumentamos un 1,2%.

Esta encuesta que te comento está hecha antes de que Pedro Sánchez sacase la bandera de España gigante.

Ese gesto resulta paradójico por tres motivos. Uno, porque gran parte de los del PSOE se han enfadado; dos, porque el PSC le ha puesto muchas complicaciones y se lo ha hecho pasar mal a Ciudadanos precisamente por ser Ciudadanos los que defendían la bandera de España en los ayuntamientos cuando el PSC se negaba, y tres, porque las declaraciones que hacía Pedro Sánchez al respecto decían que quería que el Partido Socialista entendiera esa bandera como suya. Ergo, a contrariu sensu no entiende la bandera como suya. Para Pedro Sánchez es un reto hacer que el PSOE asimile la bandera española como propia. Eso no debería ser ningún reto ni noticia en otro país del mundo que no sea España.

Aun así, esa estrategia de Pedro Sánchez, ¿a quien más amenaza con quitarle el voto es a Ciudadanos?

Nuestras propuestas son distintas. El cambio que nosotros proponemos no tiene absolutamente nada que ver con el suyo. No pueden erigirse en regeneradores ni muchísimo menos.

Entras en política porque coincides con Albert Rivera en una tertulia televisiva.

Coincidí con él en varias, hablábamos en maquillaje. Aunque antes yo empecé a votarles porque vivía en Villanueva del Pardillo, uno de los sitios donde Ciudadanos se presentaban cuando no lo hacían en casi ninguna parte fuera de Cataluña. Y después de la televisión, cuando había coincidido con ellos, al volver al despacho de abogados en el que trabajaba le decía a mis compañeras: estas personas dicen lo mismo delante que detrás de las cámaras. Eso no es tan habitual. Generalmente, lo que sostienen los políticos delante de la cámara y después no tiene nada que ver. Así que me metí en grupos de trabajo con ellos pero no me preguntes ni cómo ni cuándo porque no sé en qué momento fue, soy incapaz de recordarlo. Soy una persona muy activa, pero desde que entré en contacto con ellos ni sé lo que me ha pasado, ha sido una sucesión de acontecimientos hiperbólica, atropellada. De hecho, inicié un diario de campaña para no olvidar todas las experiencias que estaba viviendo.

¿Qué has vivido en la campaña?

Conoces a mucha gente que de otra manera no podrías. Estuve en el comedor del padre Ángel o en la Cañada Real, que fue una experiencia. Mi madre ha trabajado con el colectivo gitano y quizás todos los prejuicios que tiene la gente con ellos yo no los tengo por ese motivo. Hablé con toda esa gente. Ellos me pedían casa, yo que mandasen a los hijos al colegio… Hubo un montón de situaciones distintas cada día. Fue muy curioso.

El caso es que cada vez más políticos venís de la televisión.

Es una plaza más. Es como un foro donde se debate públicamente. Los debates ya no están ni en los parlamentos ni en las asambleas, están en la tele. Además, hay más participación ciudadana, la gente no ve a los políticos encorsetados en plasmas, en notas de prensa. Hay mucha más agilidad y flexibilidad. Pero sobre todo ha generado un interés por la política que antes no existía. Lo encuentro muy sano. Ha servido para que los jóvenes se interesen por la política y fenómenos como Ciudadanos o Podemos hayan podido tener lugar.

Pero en el lado negativo habrá que mencionar que en esos espacios quienes aparezcan siempre dependerán de la decisión de un directivo, un magnate de los medios… Tiene ese lado perverso.

Sí, completamente. Una sociedad evolucionada se distingue por la libertad de sus medios y por la independencia de sus jueces.

Recuerdo cuando Almunia perdió las elecciones que salieron artículos que decían «un calvo nunca habría podido ganarlas». Ahora tenemos a Pedro Sánchez, apodado precisamente en este Ayuntamiento cuando era concejal como «el Guapo», a Pablo Casado en el PP, a Inés Arrimadas, a ti… todos destacáis por vuestra imagen, belleza.

Muchas gracias.

No lo digo yo solo, de ti en El Mundo escribía Emilia Landaluce «es guapa, quizá demasiado para la política». En El Confidencial titularon con tus palabras: «No soy la más guapa de Ciudadanos». ¿No se le está dando demasiada importancia?

En política, a las mujeres la belleza nos perjudica. Sin embargo, a los hombres les beneficia. Cuando yo escribo artículos, que lo hago una vez a la semana, siempre sale alguien que me dice que yo no he escrito eso. ¿Le pasa esto a Pedro Sánchez o a Albert Rivera? No. Sigue habiendo clichés. ¿E Inés Arrimadas? Ella va a tener que demostrar más que ninguna otra.

Begoña Villacís para JD 1

Vaya semanita, la primera, que habéis tenido en el Ayuntamiento con los tuits y todo esto.

Cuando llegamos los de Ciudadanos íbamos un poco en plan Verano Azul, supercontentos, y según salimos de la asamblea, algunos tuvieron un baño de masas y otros de antimasas. Abucheos, gritos de «guillotina», «horca». No te puedes ni imaginar qué barbaridades nos decían. Hubo un momento en que miré a la cara a una señora, que no me conocía de nada, y estaba desfigurada por el odio. Ahí se nos bajó un poco el ánimo. Encima con la inquietud de si eso iba a ser solo una anécdota o una rutina.

Luego llegó el tuit. Lo vi unas horas después de que me pasase eso y no me pilló desprevenida. Me indigné, porque cuando los leí vi que era normal. Con los de Podemos lo anormal hubiese sido que no hubieran salido esos tuits. Todos tienen un origen común. Cuando en Madrid hubo el movimiento de los indignados, fuimos dos tipos de personas, los que pedían justicia y otros que pedían venganza. El nexo común, el sustrato, en lo que germinó fue en el odio, el que puedes ver en todos estos tuits. Y porque ahora los han borrado, sino a saber qué más habría salido. Dicen que no eran cargos cuando los escribieron, pero eran personas.

¿Dónde está el límite en este escándalo? Porque ha habido una dimisión, el asunto ha llegado a los tribunales…

La gente puede cambiar. Lo he visto. Pero sinceramente, aunque la gente cambie, no puedes manchar el nombre de la institución. El reglamento del pleno lo dice con claridad. Y esto te lo digo desde el punto de vista técnico. Porque luego me hago una pregunta, si este señor hubiera dicho a los electores que pensaba así, ¿le hubieran votado? Para mí es casi tanto como voto anulable.

¿Por qué no te convencen las explicaciones que ha dado, de que era un chiste, que no estaba tratando de transmitir una ideología antisemita?

Sé que era un chiste y sé que son frecuentes en España, aunque yo no he participado de ellos. La gente los cuenta, pero tampoco los publica en Twitter. Y por otro lado, los chistes antisemitas en España no son frecuentes. He vivido en Estados Unidos y allí sí lo son. A mí esos chistes lo que me indican es cuál es la línea de esa persona. No hace chistes de comunistas o contra otros colectivos que puedan estar más cerca de él, sino que los hace antisemitas, lo que es propio de los partidarios de Palestina. Los tuits de Zapata ideológicamente tienen una razón de ser, no están ahí aleatoriamente.

Luego no sé por qué hay que distinguir si es imputado, imputadito o imputadillo. Tal vez los criterios que te impongas son exagerados, los nuestros lo son, pero tienes que cumplirlos. Si te imputan, dimite.

Se os acusa de desdeciros y apoyar a Gobiernos que han tenido y tienen graves casos de corrupción.

Hemos dicho lo mismo antes, durante y después; apoyar a la lista más votada con un documento de medidas imprescindibles para contar con nuestro apoyo. De haber sido posible en el Ayuntamiento lo habríamos hecho con decenas de medidas que hubiesen sido óptimas. Te puedo segurar que habríamos sido muy exigentes.

El de la Comunidad de Madrid es el más escandaloso en cuanto a casos de corrupción, que han alcanzado a los cargos más altos del Gobierno. Y le dais continuidad.

Económicamente el mayor caso de corrupción es Andalucía, que ha tocado a Chaves y Griñán, que hoy mismo han sido imputados. Pero en la Comunidad de Madrid la corrupción ha sido igualmente escandalosa. Yo diría que asquerosa. Pero con el pacto con Ciudadanos son situaciones que sencillamente ya no se van a volver a reproducir. Ahora tienen un policía encima, una vigilancia. La gente lo entiende porque lo que quiere es que haya ahí alguien tocando las narices, poniendo la lupa. Cada tres meses nos vamos a reunir para revisar los compromisos adquiridos. Porque me gustaría que me sacasen una sola cosa en la que nos hemos desviado. No hay ni una sola declaración nuestra que pueda evidenciar que no hemos cumplido con algo. Dije que no gobernaría con Aguirre y no lo habría hecho. Ya veremos si el PSOE no entra a gobernar con Ahora Madrid después de noviembre. En la comunidad pudimos haber cogido consejerías, pero solo hemos pedido que se materialicen nuestras propuestas. Creo que este es un hecho sin precedentes.

En eldiario.es dijiste que a lo largo de tu vida habías votado a UPyD, al PP, a Ciudadanos y también en blanco. ¿Cuál fue el orden?

He votado en blanco muchas veces. Al PP le voté tras Zapatero, en 2008, y no te creas que recuerdo muy bien cómo fue lo demás. A UPyD después, y en locales a Ciudadanos como te he dicho antes.

¿En las europeas de 2009 votaste a Ciudadanos?

No, en las últimas.

¿Pero recuerdas la coalición que hizo Ciudadanos en 2009 para esos comicios?

Fue un error.

En la coalición estaba el partido de Eduardo Tamayo y José Luis Balbás.

Lo sé, lo sé.

¿No te preguntas por qué?

Es que yo no participé en eso. Solo sé que es poco frecuente que los partidos políticos hagan autocrítica y Albert Rivera la hizo. Dijo que había sido un error, lo expresó abiertamente. Eso es lo que me gusta de Ciudadanos. Y además, que el partido puede tener una postura y yo otra. No somos una fábrica de hacer latas de tomate, somos personas con un ideario, no una ideología.

Begoña Villacís para JD 2

Losantos en esRadio decía recientemente que las cuentas de Ciudadanos en esa campaña de 2009 eran sospechosas.

No lo sé. Solo puedo decirte que nos dieron un 10 en el test Transparencia Internacional.

Pues me he ido a la web a buscar esas cuentas de 2009, he pinchado en «transparencia» y me han salido todas las cuentas pero desde 2010.

No sabría decirte, de verdad. Solo te puedo decir que en nuestra campaña hemos ido todos a trabajar a la oficina con nuestros propios ordenadores. No teníamos ni aire acondicionado ni ascensor. Íbamos con nuestro tupper y a pelo. Todo eso que nos acusan del IBEX y tal, yo no lo he visto. Solo había gente echando horas y horas. El capital humano de Ciudadanos es muy elevado. Son profesionales de un nivel muy alto que están prestando su tiempo que vale mucho dinero, que no se le paga.

Pero con Balbás sí que he coincidido en tertulias y me parece muy gracioso. Muy divertido. Nos hemos visto mucho en El gato al agua pero nunca hemos tocado estos temas.

Todo esto que te pregunto es porque obviamente no hemos podido hacer una investigación sobre quién es cada militante de Ciudadanos. Pero si seguimos la pista por Google, el aludido partido de Tamayo y Balbás se unió a otro que había fundado el entorno de Rafael Blasco, ahora en prisión, en Valencia. Y el resultante, PSD, se unió al CLS, que era la escisión del CDS que no quiso integrarse en el PP en 2006. Este CLS estuvo presidido por Eva María Borox, expulsada del PSOE de Madrid acusada de infiltrar a exmilitantes del PP en el partido, y al final se unió a Ciudadanos, donde Eva Borox es ahora diputada en la Asamblea de Madrid. La pregunta es: ¿conoces a otros militantes actuales de Ciudadanos que vengan de estas militancias, cuando menos, curiosas? Tienen que estar ahí, ¿no?

No conocía todo este laberinto. Y ya sabes la teoría de los seis conocidos. Supuestamente hasta con Tom Cruise yo tengo seis conocidos en común. Si tiras, estoy convencida de que tú y yo tenemos un ex en común. O tres amigos. Es imposible que no suceda y más en el mundo de la política. Pero te puedo asegurar que Eva Borox es una mujer fiable no, lo siguiente. Además, el CLS se disolvió porque en caso contrario no podía entrar en Ciudadanos. Por otra parte, no sé lo que estaba haciendo todo el mundo en Ciudadanos. Tengo la responsabilidad de las cosas que hago yo. Creo que todo esto es, como decimos en derecho, forzar el tipo. Lo de Tamayo espero que algún día se escriba porque creo que es una historia interesante. Sé que ella, Sáez, estaba trabajando en una residencia. No sé si será leyenda urbana toda la historia o…

Teresa Giménez Barbat, impulsora de Ciudadanos en Cataluña en su día, escribió el libro Citileaks, donde decía que le habían contado que Alfonso Guerra se reunió con empresarios en Cataluña para que financiasen al nuevo partido. Le llamaba el «hada madrina» de Ciudadanos en aquellos primeros momentos. ¿Qué se dice por el partido de este detalle?

Solo me ha llegado lo del libro. Pero es que ahora mismo estamos tan sobrecargados en construir, que creo que a veces deberíamos parar para analizar históricamente al partido. Yo esa información no la tengo. Aunque me parece interesante, ya la preguntaré. Si me lo hubieses dicho antes…

Te defines como ni de izquierdas ni de derechas. Dices que esta es una división de «casta». ¿Coincides con las teorías de Errejón?

Fue una de mis primeras entrevistas, en La Sexta. Sí creo en las izquierdas y en las derechas. Pero me parece que los partidos tradicionales que se dicen de izquierdas o de derechas las han desnaturalizado. Mira, hasta ahora me he dedicado al mundo del derecho, fiscal y laboral, y puedo tener una perspectiva muy clara de las políticas que seguían unos y otros. Tú ves al PSOE, que fue el primero que tocó las pensiones de viudedad, introduciendo las compensatorias. El primero en tocar la jubilación, quitando coeficientes, jubilaciones anticipadas, y fue el primero en hacer la reforma laboral. Me he hartado de recurrir facturas de los hospitales La Paz y Puerta de Hierro porque cuando se te acababa el seguro de desempleo te quedabas sin asistencia sanitaria tú y tus hijos. ¿Y el PP? Nada más salir elegido hizo la mayor subida de impuestos de toda la historia de la democracia. Subió el IVA, el IRPF… Entonces, ¿estos son de izquierdas o de derechas? Esa relación ya no existe. En el fondo es populismo decir «yo soy de izquierdas», es una técnica de marketing destinada a un colectivo, y lo adornan con la forma de vestir…

No obstante, entiendo que Podemos sí es de izquierda. Además, izquierda extrema. Ayer coincidí con Luis Alegre y me decía «Nosotros es que no somos de izquierda». Le pregunté: «A ver, José Luis, ¿tú de qué eres, de izquierda o derecha?». Y me dice: «de izquierda». Después sí me explicaba eso de que no, que es «de arriba y de abajo», y yo le dije que no se acomplejara por reconocer lo que realmente era, que no pasa nada.

Ahora que mencionas la sanidad, Ciudadanos dice que no daría la tarjeta sanitaria a los mal llamados inmigrantes ilegales.

No es así exactamente. Gobernando el PP y el PSOE en mi área he visto cómo facturaban a la gente por la asistencia sanitaria tras perder el paro. Con ellos, nacionales y no nacionales, no la tenían. Los clientes siempre me decían: «¿Pero la asistencia es universal?». Y no, eso era una gran mentira.

Pero luego lo fue.

En 2012 lo que hicieron fue una extensión para que se prorrogase. Y luego lo volvían a prorrogar. Para mí la injusticia era que te lo prorrogasen. En la actualidad lo que proponemos es la fórmula más razonable, la armonizada con la Unión Europea. Mantendríamos la misma cartera de servicios que toda la UE. No habría ninguna enfermedad que pusiera en peligro la vida de una persona que no cubriera la asistencia sanitaria. Pero no daríamos una operación de juanetes. Y te digo juanetes porque era un clásico lo de venir aquí a hacerse esa operación y la de cataratas, era el llamado turismo sanitario. Pero si vienes y tienes sida, te trato. Si tienes una enfermedad contagiosa, te trato. Si eres menor, te trato. Eres una embarazada, te trato.

Pero no habría atención primaria para un, por ejemplo, hombre de treinta y dos años que tiene tos.

En ese caso no.

Aquí me voy a lo que dicen los médicos que analizan la eficacia del Sistema Nacional de Salud y dicen que lo que no se trata en primaria, la fase más barata y eficaz del sistema, luego termina en urgencias, en el ejemplo que te pongo, en una neumonía, un ingreso, y ahí es más caro.

Tienen razón, por lo que he visto en las estadísticas, puede ser. Pero lo que no cuentan esos estudios es el efecto llamada que supone ese tipo de atención sanitaria. El turismo sanitario ha sido una realidad. Y lo que mucha gente no sabe es que tenemos convenios bilaterales con muchos países, de reciprocidad, que cubrimos los servicios que nos cubren a nosotros. También es de sentido común. No sé quién se ha pensado que somos multimillonarios, que las pensiones están garantizadas, que podemos cubrirlo todo: el desempleo, los subsidios, el de cargas familiares, el REMI…

En sanidad nosotros gastamos solo un 8% del PIB mientras que Alemania, Francia o Bélgica destinan un 11% e Italia un 9%.

Eso se dice. Pero esas cifras no las vemos, porque faltan un montón de servicios no incluidos en ese coste.

Begoña Villacís para JD 3

Albert Rivera dijo en El Objetivo de Ana Pastor que «quien no pagara impuestos» en España no tendría derecho a la tarjeta sanitaria. Y los inmigrantes ilegales sí que pagan impuestos, como el IVA. La sanidad ya no se financia por cotizaciones, ahora va por impuestos y ellos también los pagan.

No hablo de cotizar. Lo llevo a estar armonizados con la UE y dar los mismos servicios y que haya reciprocidad. Además, las organizaciones que traen inmigrantes de otros países te dicen que uno de los criterios más atractivos para elegir el país de destino es la asistencia sanitaria. Pero, de todas maneras, de corazón te digo que es un debate muy demagógico, con lo que proponemos prácticamente todas las contingencias estarían cubiertas. El problema sería que la vida de alguien corriera peligro y eso no ocurriría en ningún caso.

Y esos inmigrantes tal vez paguen el IVA ¿pero tú sabes lo que pagamos los españoles? Si cobras mil quinientos euros se te va un 40% en seguridad social, un 31% de cuota empresa, un 6% de cuota del trabajador más un 16% de IRPF, más la tasa de basuras, más el IBI… ¿te das cuenta de lo que pagamos? Vuelvo a decirte, lo preocupante aquí es si comprometemos la vida de alguien por no operarle los juanetes. Y no. Lo haríamos si no atendiéramos un cáncer, un sida, una úlcera… y todo eso lo vamos a cubrir.

El problema de la gente que viene en condiciones de pobreza, a veces extrema, no son las operaciones de juanetes.

A mí también me gustaría que todo el mundo fuese así.

¿Cómo?

Pues tú te crees que yo no quiero ayudar a la gente. Me gustaría ayudar a todo el mundo, que quien venga a España tenga asegurada desayuno, comida y cena y casa lo más lujosa posible y que todos vengan con coche y tal. Pero te tienes que poner unos límites entre lo que se puede y lo que no se puede. El límite que no vamos a rebasar es que ningún niño se quede desatendido, o una embarazada, pero la realidad que hemos visto en España con el fenómeno de barra libre, porque somos más buenistas que el papa, es que al final una de las operaciones más frecuentes era la de juanetes. Hay cosas que sí y cosas que no. ¿Me gustaría ayudar a todo el mundo? Sí, no te quepa ninguna duda. Pero es que no se puede. ¿Por qué no nos acercamos a África y les cuidamos? No sé por qué los que vienen a España tienen más derecho a estar cuidados que los que viven en Mozambique. Creo que deberíamos asistir a todo el mundo. Si adoptamos ese discurso, lo puedo llevar hasta la extenuación. Uno tiene que saber lo es soportable y lo que no. ¿No debería ir la sanidad española a Mozambique a cuidarlos a todos? A mí me gustaría. Pero te puedo asegurar que los que defienden lo contario a nuestra postura hacen demagogia. Cuando han estado legislando yo me he hartado de recurrir facturas sanitarias de hospitales públicos. Yo era la que defendía particularmente a esas personas, no ellos.

Cuando comento con médicos la evidencia en cifras de que con atención primaria es más barato para el sistema cubrir a los inmigrantes ilegales que con las urgencias, les pregunto si Albert Rivera y su equipo no conocen este análisis. Algunos me dicen que seguro que sí, pero que políticamente le debe salir más rentable llevar un discurso xenófobo o antiinmigración para pescar votos entre ciertos sectores de derecha.

Perdona, con todos los respetos, pero eso no es así. El nuestro es un discurso europeísta. ¿Que tengamos que armonizar impuestos es porque es xenófobo también? ¿Si nos hemos armonizados con la OCDE y ahora tenemos normas más estrictas de vigilancia de la salud que antes es también porque es xenófobo? No me vale que armonizarnos con Europa sea xenófobo en unas cosas sí y en otras no. Es absolutamente absurdo. Tenemos mejores tratados de reciprocidad con Iberoamérica que con Estados Unidos. Y tampoco es antiinmigratorio, porque nosotros ahora mismo vamos a necesitar inmigrantes. No vamos a ser capaces de pagarnos las pensiones. Tenemos que promover que la gente vuelva a España porque con la pirámide de crecimiento demográfico que tenemos, que es una pirámide invertida, no vamos a poder pagar las pensiones de nadie. Tenemos un complejo de multimillonarios y hay cosas que no son sostenibles. Si por mí fuese me iría a Madagascar, a Mozambique o donde fuese y curaría a todos.

¿Qué reformas fiscales crees que son necesarias?

Tenemos que bajar los impuestos, sin ninguna duda. Aquí prefiero que la gente se gaste el dinero en Madrid antes que en el Ayuntamiento. El Estado tiene que ser menos avaricioso, la avaricia rompe el saco y eso es lo que está pasando aquí en España. Te cobran todos los impuestos que te he mencionado antes, incluidos gasolina o si fumas, e incluso al ahorro. Que ahora algunos advenedizos dicen que el ahorro de unos es el ahorro de todos. En fin… La parte que se queda para mover la economía privada es nimia.

Begoña Villacís para JD 4

Ahora mismo las listas de espera para operaciones quirúrgicas acaban de tocar techo. ¿Cómo bajar los impuestos sin complicar esta situación?

Dimensionándose, reestructurarse, sangrar un poco al principio para luego crecer mucho más sano. Nosotros somos de los pocos que queremos eliminar las diputaciones provinciales. No tiene sentido pagar por despachos que estén vacíos. Yo cuando dije que iba a bajar los impuestos expliqué de dónde iba a sacar el dinero para poder hacerlo. Proponía reducir una serie de figuras, como el número de altos cargos. También hay un sobrecoste en las facturas en la adjudicación de contratos públicos por las mordidas y por las comisiones. Mejorando el proceso de contratación y dándole más transparencia eliminabas ese 25% de sobrecoste. Así se tiene que hacer una bajada de impuestos.

El otro día Pedro Sánchez, cuando lo de la bandera, habló de una fiscalidad más justa. Su partido ya llevaba en el programa de 2004 que las rentas del trabajo aportan más que las del capital aun teniendo menos peso en el PIB.

Sí, estoy con Pedro Sánchez y con todos los que creen que los impuestos no se aplican con toda la progresividad que debieran. El IBI por ejemplo es lineal. Supuestamente es indirecto, pero está asignado al dinero que tenías cuando te compraste esa casa. Da igual si ahora estás en paro. Si te la compraste hace siete años cuando tenías trabajo, ya estás marcado de por vida seas rico o desempleado. Hay que hacer una gran reforma fiscal. Al IBI queremos introducirle bonificaciones para que sea más progresivo.

A nivel estatal, en España al final los que pagan impuestos son los «nomineros», como venimos diciendo. Hay que perseguir el fraude, destinar mucho más dinero a combatirlo, y armonizar la fiscalidad de las autonomías. Aquí me ha criticado gente por decir esto, puesto que en Madrid algunos impuestos son más bajos, cuando luego ellos critican el concierto vasco y navarro. Yo pienso que habría que ceder más impuestos estatales, IVA e IRPF, a los ayuntamientos que son los que tienen trato más directo con los ciudadanos.

En España los impuestos son muy altos. Te dirán que pagamos menos que en otros países de la Unión Europea, pero eso es mentira. No han tenido en cuenta los costes de seguridad social. Si cuentas con ellos pagamos como en Suecia. Y la diferencia que señalas entre lo que tributan las rentas del capital y las del trabajo es completamente cierta. De hecho, es precisamente lo que decimos en nuestro programa económico. Por eso queremos simplificar el IRPF y eliminar muchas de las deducciones del impuesto de sociedades. Aunque a mí no me gustaría hacerlo en algunos aspectos, como la deducción por generación de plantilla, que considero que está muy bien porque estimula que se mantenga el volumen de trabajadores de cada empresa. Pero sí, las empresas pagan menos y tienen más fácil la deslocalización y el camuflaje. Tenemos que reducir el fraude y localizar todos esos puntos negros.

Monarquía. El otro día dijiste en El Mundo que Felipe VI lo estaba haciendo bien. ¿En qué se lo notas?

En que no lo está haciendo mal [risas]. Creo que se lo ha tomado profesionalmente. Le valoro como a un trabajador al que he reclutado. Está haciendo lo que se pide de él, transparencia, y ejerce de embajador. Ha tenido gestos como quitarle el título a su hermana, que me parece que era lo debido. Y me ha parecido austero en la medida de lo posible. Precisamente, cuando no se hacían estas cosas la monarquía perdió mucha popularidad y lo que necesitamos es tener un buen embajador de España. Ahora bien, nada de esto significa que las cosas se tengan que obtener por vía sanguínea.

Dijiste que eso era «anacrónico».

Vamos a ver, si eres demócrata crees en que las cosas se elijan.

Si tú diseñases una España ideal, ¿cómo sería?, ¿una monarquía o una república?

No podría partir de cero. España es lo que es a día de hoy con todo lo que hemos vivido. Tendría que hacer un país que nada tuviese que ver. Pero si pudiese hacer una España creada de cero sería naturalmente una república. Aunque a día de hoy, con la democracia y cómo se gestó la Transición, y con figura de este Felipe VI en este momento a mí no me incomoda la monarquía. Creo que puede tener su papel promoviendo la unión sin generar antipatía. Lo que no me parece razonable es que si Felipe tuviese un hijo las mujeres estuviésemos detrás de los hombres para heredar el trono.

En electomanía.es te preguntaron por el IBI de la Iglesia. No te mojaste. Contestaste que el Ayuntamiento no tiene competencias para obligarla a hacerlo.

Todo el mundo empezó a decir en un debate en Madrid que iban a hacer que la Iglesia pagase el IBI, pero había que decirles que no iban a hacer nada porque es un Real Decreto sobre Haciendas locales que dice claramente cuáles son las limitaciones. No te puedes comprometer a cambiarlo porque no te deja el Real Decreto. Eso está puesto ahí por todos los lugares de culto, sean sinagogas o mezquitas, y eso lo respeto. Aunque hay que vigilarlo, porque no es de recibo que haya pisos que por ahí que entren en esa categoría. El problema son los excesos. Pero lo demagógico es que la gente o mienta de esa manera o no se mire las cosas. Porque en el debate en el que salió esto yo tenía a los otros candidatos, menos Esperanza Aguirre, diciendo eso y lo que me pregunto es si no estaban engañando a sabiendas.

Begoña Villacís para JD 5

Me has dicho antes que te cae bien Carmena.

Sí, porque me gusta hablar con ella. La veo razonable, lo que me tranquiliza bastante. Y cuando hablas con ella su escucha es activa. Ella valora todo lo que le estás diciendo. No es alguien que tenga su discurso, como me he encontrado con gente en su grupo a la que le daba igual lo que le dijeras porque le entraba por un oído y le salía por otro. Ella sí que estaba dispuesta a escuchar. Hablé con ella de la banca pública municipal, de las competencias que teníamos para llevarlo a cabo, me dijo que lo miraría y, no te digo que fuera por mí, pero luego vi que rectificó el programa. Creo que en Podemos se han equivocado con Carmena porque han puesto a alguien con criterio y no va a aplicar su programa, algo que por otra parte me tranquiliza.

Además, está haciendo mucha pedagogía con su equipo. Ella comparte los ideales de Podemos, se declara de izquierdas, pero les está enseñando a ser más pausados, más tranquilos; a ser más sosegados, a escuchar. De todos modos, los chicos que lleva son jóvenes, y ella les da todo esto que te he dicho, pero también recibe su dosis, ha rejuvenecido. Todo el mundo se mete conmigo porque hablo muy bien de Manuela, pero creo es algo que no tiene nada malo. Es parte del cambio.

Cuando me leí el programa de Ahora Madrid había muchas cosas que me preocupaban, como lo de la banca pública municipal que te digo, que por muy bien que empiece nunca sabes cómo va a acabar aquello, o el tema de los desahucios, donde también pretendían proteger las viviendas arrendadas. Si tú no proteges los derechos del arrendador lo que lograrás es que la gente no alquile sus viviendas, el precio suba espectacularmente y al final ocurra lo mismo que con el Plan Mangada, que supuestamente era de izquierdas, pero como confinó la ciudad y su crecimiento, lo único que hizo fue que todas las viviendas subiesen de precio y fuesen más inasequibles. Tienes que planificar a largo plazo y eso Manuela me lo entendió perfectamente cuando lo hablé con ella. Afortunadamente, después se ha desviado de ese programa y ha dicho que no la compromete. Yo sí que pienso que el programa te debe comprometer, pero creo que ella no pudo interferir en la redacción del suyo y ahora que ya es alcaldesa dice que no la compromete. Y me alegro, sinceramente, había muchas cosas que no me gustaban. Tenía bonito lo de los huertos, eso sí estaba bien…

Sobre feminismo, has dicho que las leyes de cuotas son rellenos.

¿No se da cuenta la gente de que cuanto más hablemos de igualdad, igualdad, igualdad, menos iguales vamos a ser? Tengo ideas feministas y bastantes, pero a veces digo, aunque se me tiren al cuello, que la mejor manera de proteger a las mujeres es dar más derechos a los hombres. Por ejemplo, en las empresas se mira mal que los hombres se cojan el permiso por paternidad. Y en la mayor parte de las empresas los hombres no se lo cogen. Imagínate que estuviesen obligados a cogérselo. Si fuese así, cuando yo me presentase en la siguiente entrevista de trabajo no me verían cara de fértil. La igualdad es esa, también permitir que los hombres puedan ser padres. Y no me siento obligada a decir «señoras y señores», si en el fondo sabemos lo que quiere decir, ¿por qué tenemos que estirar los términos? Cuanto más hablemos de esto menos iguales vamos a ser. Y si a mí me tocase entrar alguna vez en algo para cubrir un cupo de mujeres, personalmente digo que me sentiría humillada. No quiero estar de relleno en ninguna parte. Si hay un hombre más válido que yo, aunque haya mayor porcentaje de hombres, creo que debe ser él quien esté.

Con el aborto estabas cómoda tal y como estaba la ley antes de las iniciativas de Gallardón.

Efectivamente. Pero es que Gallardón se ha lucido tanto en el Ministerio de Justicia que no sabría por dónde empezar. Con las tasas, con el aborto. Como abogada, te puedo decir que se me ha quedado tanta gente sin reclamar algo por el tema de las tasas que es increíble. Preferentistas… en fin. La justicia empieza por no diferenciar entre ricos y pobres. Él decía que quería descongestionar los juzgados con un elemento disuasorio, ¿y tenía que ser el dinero, la barrera económica, es eso razonable? Me pareció tan escandaloso que no sé cómo no salió todo el mundo a la calle. Y el aborto igual. Las mujeres no abortan en plan «ay, a las siete tengo un aborto». Van condicionadas, no es agradable, se sufre mucho. Y hay que estar con todas las personas. No se va a abortar como a hacerse las uñas. Hace falta sentido común. Creo que lo mejor es no hacerlo, pero si no te queda más remedio no puedes estar obligada a ir a un lugar de mala muerte donde se hacen abortos a la percha como antaño. Hace falta seguridad, ayuda; ayuda de la que haga falta, psicológica sobre todo.

Y por último una tontería. Con las candidaturas salen muchos datos personales y a mí el tuyo que más me ha llamado la atención es que llamases a tu hija Jimena. Con ese nombre hay cuatro mil en Madrid, quinientas en Burgos y cuatrocientas en Toledo. Es decir, es un nombre minoritario y circunscrito a Castilla, será por la leyenda del Cid imagino, y me pregunto si es que tienes algún tipo de sentimiento identitario castellano.

Sí, mi madre distingue al mundo entre la gente de Ávila y el resto; o entre castellanoleoneses y los demás. A los de Madrid nos separa incluso. Y yo cuando voy por allí sí que siento raíces, aunque no he vivido ni siquiera eso de ir al pueblo de cría en verano. Pero sí que tengo un sentimiento. Mi madre es Castilla, Castilla, castellanos, castellanos. Aunque te digo una cosa, yo he crecido en Madrid, pero en cuanto pude me fui fuera, a Estados Unidos. El otro día me hicieron en Antena 3 la típica pregunta capciosa, ¿puedes prometer que nunca tendrás una cuenta fuera de España? Y le dije que no. Porque no sé dónde voy a vivir dentro de cinco años. Me gustaría acabar mis días en España porque me gusta, pero a lo mejor termino en, yo qué sé, Australia. Algo que no tendría que tener nada de particular. A mí vivir con quince años en Estados Unidos, cuando España todavía no era tan abierta, me dio otra mentalidad. Venía de un ámbito conservador y allí estuve con una familia hippie que se fue en su día a Woodstock haciendo autostop. Estuve en un instituto, el más mezclado de toda Virginia, donde mis amigos eran negros, judíos… todo eso me abrió bastante la mente. Así que no sé si en un futuro estaré viviendo en otro país.

Begoña Villacís para JD 6

Fotografía: Guadalupe de la Vallina

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Sexo en el franquismo (I): las secuelas

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Hace pocos días le pregunté a una muchacha qué le gustaría ser: «¡Extranjera!» me contestó. (Gonzalo Torrente Ballester, Triunfo, 1979)

(De la serie: «El sexo en tiempos de Mad Men»  y «La vida sexual en la URSS»)

Tengo una colección de libros llamada «Temas sexuales» que se imprimió en 1933 y 1934, tiempos de la II República española. Solo sé, por la publicidad de la colección que he visto en la hemeroteca, que en las librerías que los vendían también podía uno adquirir títulos como Los pobres contra los ricos o Ensayos socialistas. Lo cierto es que son solo unos cuadernos de divulgación sexual con sus aciertos y sus errores, porque no faltan ideas que a día de hoy consideramos majaderías, la verdad sea dicha, como ejercicios gimnásticos para realizar desnudos bajo el sol, mostrados en fotografías en uno de los volúmenes, que servirían de afrodisíaco al activar «excitaciones mecánicas».

Pie: ¡Ojo! Nos dice nuestra amiga Ana Thiferet que «casi cualquier postura de yoga en pelotas bajo el sol es afrodisíaca». Y concretamente, esta mujer está haciendo una variante «raruna» de la asana ‘mitad de cobra’. E insiste Ana en que, de hecho, «hay mogollón de asanas que podrían ser útiles para el sexo. Por eso de descubrir el cuerpo, disfrutarlo, relajarse…»

¡Ojo! Nos dice nuestra amiga Ana Thiferet que «casi cualquier postura de yoga en pelotas bajo el sol es afrodisíaca». Y concretamente, esta mujer está haciendo una variante «raruna» de la asana mitad de cobra. E insiste Ana en que, de hecho, «hay mogollón de asanas que podrían ser útiles para el sexo. Por eso de descubrir el cuerpo, disfrutarlo, relajarse…».

Pero uno no puede evitar fijarse y sorprenderse por algunas afirmaciones que traen, ya que, dadas las características del periodo histórico que vino después, llaman la atención por el contraste. Dice así un párrafo de la entrega El arte de hacerse amar:

El hecho de haberse iniciado en las relaciones amorosas no quiere decir que hayan de terminar, no digamos ya en una unión legalizada, sino que ni siquiera en una realidad sexual libre (…) puesto que aquellos que han vivido más licenciosamente son los que encuentran más felicidad en la vida conyugal (…) A esas edades en que el ardor juvenil es como una llama viva que todo lo quema y todo lo arrasa y que con lo primero que da al traste es con los conceptos prohibitivos de la vieja moral.

Estos extractos que acaban de leer, en el régimen que instauró el general Franco después de cometer un genocidio contra los españoles, eran más peligrosos que los textos de Bakunin. Estoy exagerando, pero desde luego el Estado los perseguía con la misma tozudez y perseverancia. Y muy especialmente, los prevenía con la censura de las comunicaciones públicas y el adiestramiento de la juventud en las escuelas. Sin embargo, a día de hoy, el comportamiento que describe el mencionado texto es el de gran parte de la población, por no decir la mayoría, antes de emparejarse o casarse.

Aunque, antes de entrar en el esquema ideológico del franquismo y su educación reflejada en la conducta sexual de los españoles de aquel tiempo, repasemos primero los estragos que causaron en varias generaciones.

Un ejemplo en vídeo, que les entre por los ojos. En 1990, TVE estrenó un programa, Hablemos de sexo. En la web del ente hay un capítulo completo. Es el dedicado a la masturbación. Vean las opiniones recogidas por la calle a los españoles, especialmente a los que ya tenían cierta edad. Escalofriantes muchas de ellas. Muchos, a una década del siglo XXI, veían normal pegar a un hijo al que se sorprende masturbándose. Uno habla de colgarlo. Dicen que hay que gritarles.

Y del mismo cariz son las cartas que escribieron durante todo ese año los lectores a los periódicos indignados con la emisión de un programa de educación sexual. En ABC se preguntaba un caballero si con la campaña del Gobierno de «Póntelo, pónselo», promoviendo el uso del preservativo en las relaciones sexuales ante la epidemia de sida de los ochenta, y con el espacio de Elena Ochoa Hablemos de sexo lo que se pretendía era «fomentar en los jóvenes la práctica indiscriminada del disfrute carnal». Otro protestaba porque «lo emiten en prime time y los adolescentes escuchan asombrados que la masturbación no es perjudicial». Una señora no daba crédito: «han dicho que el sexo anal no es perverso». Y el más simpático era un señor que, muy preocupado, informaba al diario: «se emite cuando los adolescentes están despiertos». ¿Quizá vería más lógico que un programa de educación sexual solo lo pudieran ver los que ya han tenido hijos?

Mientras, en La Vanguardia, a un catedrático de la Universidad de Barcelona, Alfonso Balcells Gorina, del Opus, le publicaron una tribuna donde decía que el sida era una enfermedad del comportamiento, que se debía curar con «un cambio personal, de actitudes y de costumbres», pero no con educación sexual, que era según él: «tantas veces puro erotismo reduccionista del sexo a la esfera corporal, inhumano y egocéntrico, anatomía y fisiología con ribetes pseudocientíficos, como en el programa Hablemos de sexo de la televisión pública y otros parecidos, que las familias consideran lamentables y contraproducentes».

Esto quince años después de la muerte del invicto caudillo. Si vamos más atrás, tras su desaparición y el cambio de régimen, en los locos años ochenta, dijo recientemente Grace Morales en el último Mondo Brutto, el número 43, que en la célebre Movida hubo «más droga que sexo». Y si ya ponemos la lupa en las secuelas perceptibles en el año 1976 la cosa empeora hasta niveles surrealistas. En un libro que publicó Óscar Caballero, El sexo del franquismo, este recogió casos que le habían planteado sexólogos de la época y que hablaban por sí solos de la educación y salud sexual —y por qué no decir mental— de parte de los españoles que salían del franquismo, especialmente las generaciones educadas en la posguerra o en los pueblos.

Por ejemplo, al doctor Martínez López, cita, le llegó un chico de Lleida quejándose de que se había casado hacía poco y que a su mujer no «le cabía nada». Él le respondió que si ella tenía el himen muy duro, que había casos, lo podía solucionar un ginecólogo. Pero no, resultó que al chaval le habían explicado que tenia que bajar las bragas a su mujer y metérsela por el agujerito y el único agujerito que conocía era el del ombligo. El doctor Frederic Boix Junquera explicaba a continuación que ese tipo de dudas no escaseaban, que había casos en que las madres solo les enseñaban a las hijas a quitar las manchas de semen de los colchones. Otro doctor, de Villalba, en Madrid, cuenta en estas páginas que trató a un matrimonio que acudió a su consulta —ella, porque él no se atrevía— a decir que no podían tener hijos por mucho sexo que practicaran. Cuando terminó preguntándole cómo lo hacían, dijo «lo normal, por detrás». Resulta que «lo hacían así porque ella, desde niña, había oído que por delante era pecado y, además, igualmente tenía orgasmos regulares».

La ignorancia era transversal, no solo sucedían estos episodios en las capas más humildes. Incluso en la alta sociedad había problemas sexuales y malentendidos derivados de la falta de conocimientos elementales. Este doctor también aportaba el relato de la vida sexual de una mujer adinerada que entonces tenía cuarenta años y cinco hijos:

Cuando me casé ninguna persona me había anticipado qué iba a sucederme en la noche de bodas (…) Mis padres habían concertado un matrimonio con el hijo de una familia cuya posición económica era mejor que la nuestra (…) Nadie me habló de sexo, ¿y cuál era mi recuerdo del colegio? Recuerdo que nos bañábamos envueltas en una bata para no ver ni dejar ver nuestro cuerpo. Yo ignoraba hasta la masturbación (…) Por otra parte había visto a mi novio solo en tres oportunidades (…) La noche de bodas lo único que yo sabía era que dormiría con él y debería obedecerle en todo (…) El primer acto fue horrible. Estábamos los dos prácticamente vestidos. Él era torpe y yo noté un dolor muy agudo con la penetración. No conocí el orgasmo hasta tres meses más tarde, una noche en que me acosté embriagada después de cenar. (…) A los seis meses de casada, él me pidió que pusiera su pene en mi boca. Me negué. No quería tener hijos tan joven y estaba absolutamente convencida de que me quedaría embarazada si él colocaba su pene en mi boca.

Esos ejemplos, estas secuelas, son el resultado de una de las mayores y más importantes imposiciones del franquismo: la frigidez femenina. El marido que llamaba puta a su mujer porque esta había tenido un orgasmo no era infrecuente. Ya en un especial sobre sexo de la revista Triunfo en 1970 encontramos el diagnóstico: «La frigidez femenina se ha trabajado. Ahora comienza a considerarse un mal. La idea del honor ha funcionado como un anafrodisiaco. La mujer considera una virtud amar sin placer porque equipara el placer al pecado».

En un ABC de 1976 se ponía de manifiesto esta educación para la frigidez en un editorial contra la educación sexual y a favor de la castidad que contenía frases para enmarcar: «se presenta la satisfacción del impulso sexual como una fuente de placer físico que se alcanza en una especial clase de retozo o juego por el cual no hay que preocuparse (…) Hay también una virtud que ennoblece la sexualidad del hombre: se llama castidad, y como virtud significa la fuerza que mantiene la limpieza del cuerpo y del alma. Ciertamente, no estamos en tiempos en los que la castidad tenga buena prensa…». Caballero explicó en su libro que esta mentalidad era una de las principales causas del fracaso matrimonial de tantas parejas españolas, «matrimonios que después de tantos hijos no conocen lo que es el orgasmo. La relación sexual mecánica y el tedio ante el acto sexual tiene demasiados practicantes en nuestro país». Desolador.

Noticia recogida en La Vanguardia; jueves 1 de marzo de 1973.

Noticia recogida en La Vanguardia; jueves 1 de marzo de 1973.

Pero eso es lo que supuso la dictadura. Un regreso a la castidad tradicional española, un concepto antediluviano. Según un artículo de Rafael Huertas y Enric Novella, «Sexo y Modernidad en la España de la II República», publicado en la revista Arbor del CSIC, en 1932 ya había en España una Liga Española para la Reforma Sexual sobre Bases Científicas, filial de la Weltliga für Sexualreform fundada en 1928 en Berlín por el doctor Marcus Hirschfeld (las imágenes que solemos ver de los nazis quemando libros cuando toman el poder en 1933 son las de cuando asaltaron la sede de este instituto el 6 de mayo de ese año).

También circulaba por España en aquel periodo la obra de Hildegart Rodríguez, que abogaba por la «libre elección de la maternidad», el método anticonceptivo para alcanzar una sexualidad más libre. Además, abogaba por una educación sexual desde la escuela. Una necesidad que esgrimía de forma unánime «prácticamente toda la literatura médica de la época», señalan estos investigadores, como el doctor Ángel Garma, que se quejaba de que si a un adolescente se le educaba en el rechazo a su propia sexualidad tendería a desconfiar de las personas que le rodeasen al crecer. Y también demandaba una educación sexual basada en valores como la veracidad y la tolerancia. Ponía de ejemplo que el que a los niños se les enseñase que los niños vienen de París solo tenía como consecuencia que «se les estropea la parte lógica del pensamiento». Pero ya se sabe, y bien conoce la religión, lo manipulable que es alguien a quien le han inculcado ideas irracionales antes de que esté en edad de razonar.

También la República trajo la primera ley de divorcio de la historia de España. Y otra afrenta mucho más grave, que le costó la vida a tantos maestros durante el genocidio, la legislación del sistema de enseñanza republicano, que introducía la «coeducación» (ahora educación mixta): se fundieron las escuelas masculinas y femeninas en una. Ante esta transformación, el papa Pío XI se manifestó condenando expresamente el nuevo modelo en su encíclica «Divini Illius Magistri». El pontífice protestaba porque este sistema educativo se basaba en el «pernicioso» y «erróneo» principio «negador del pecado original». El falangista Onésimo Redondo lo calificó de «crimen ministerial contra las mujeres decentes». Y el padre José Antonio Lauburu explicó en su conferencia «La educación de los hijos» en 1935:

¿Va a ser ciencia dar la misma dirección intelectual a los que no solamente en el sexo, sino en sus notas psicológicas, son marcadamente diferentes? ¡No, señores, no es ciencia! Ni la conocen ni les interesa. Lo que sí les interesa es la promiscuidad de los sexos, precisamente en las épocas de la pubertad y de las pasiones más violentas, para atentar contra el pudor y entender las pasiones azuzándolas con las burlas y desprecios irónicos a la religión y la moral.

El franquismo prohibió la coeducación el 1 de mayo de 1939. Es conocido que a los maestros que defendieron el sistema, especialmente en Andalucía, Extremadura, Castilla y Galicia, se les fue a buscar a su casa uno por uno sistemática y organizadamente para meterles cuatro tiros y enterrarlos en una cuneta ¡donde todavía están muchos de ellos! Se cumplieron los deseos de Onésimo Redondo cuando dijo que la coeducación o emparejamiento escolar era «un capítulo de acción judía contra las naciones libres, un delito contra la salud del pueblo, que deben penar con sus cabezas los traidores responsables». Dicho y hecho.

Escuela de niñas, España, años cuarenta. Foto: DP.

Escuela de niñas, España, años cuarenta. Foto: DP.

Ni siquiera en 1970 los propios legisladores franquistas más avanzados lograron introducir la coeducación por la oposición de la Iglesia. En el diario Pueblo el presidente de la Federación Española de Religiosos de Enseñanza justificó el inmovilismo: «Los riesgos morales son grandes. La Iglesia no se opone a una convivencia de sexos, sino a sustituir fácilmente una legítima comunidad por una promiscuidad de carácter tendenciosamente igualatorio».

Igualdad era la palabra. Porque la razón que subyacía era evidente: educar a chicos y chicas juntos suponía igualarlos. Dicho de otro modo, que la mujer dejaría de tener una educación diferente a la del varón. Según Luis Alonso Tejada en su libro La represión sexual en la España de Franco, efectivamente el propósito del sistema educativo del régimen era limitar las posibilidades intelectuales de las niñas y mujeres y orientarlas hacia actividades de inferior rango cultural y social: enviarlas directamente a las tareas del hogar.

Esto luego derivó, sigue Tejada, en un menor interés de los padres por los estudios de sus hijas y elevados porcentajes de analfabetismo femenino. Las cosas cambiaron a partir de 1960, pero la generación de mujeres de posguerra quedó marcada. Las mujeres adultas tenían un desinterés por todo lo intelectual y cultural que necesariamente las distanciaba de sus maridos. No era posible una comunicación real y auténtica y, por lo tanto, en términos sexuales, un elevado porcentaje de matrimonios naufragaban por la lógica insatisfacción sexual y afectiva derivada de esta situación. Pero las muy católicas autoridades estaban convencidas de que debía ser así. El tío de la exalcaldesa de Madrid, doña Ana Botella, ilustre rector de la Universidad Complutense entonces, el doctor Botella Llusià, así lo explicaba:

En esta educación juvenil de la mujer es un error educar a las mujeres igual que a los hombres. La preocupación que deben recibir para la vida es radical y fundamentalmente distinta. Una formación encaminada no a hacer de ella un buen ciudadano, sino una buena esposa y una buena madre de familia o, si se queda soltera, un ser útil a sus semejantes.

Continuará. Próximo capítulo: «El regreso a las tinieblas»

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Sexo en el franquismo: el regreso a las tinieblas

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foto extraida de 'Cuarenta años sin sexo', Feliciano Vázquez

Imagen extraída de Cuarenta años sin sexo, Feliciano Vázquez, editorial Sedmay.

¡Soy cristiano y español, que es ser dos veces cristiano! (José María Pemán)

Decíamos en el capítulo anterior que la sociedad española surgida de la guerra, la nacionalcatólica, reservaba a la mujer un lugar secundario en la sociedad. Tenía que dedicarse a las tareas del hogar, orientar su formación a estos quehaceres y dar hijos que criar, pero sin experimentar placer ninguno, no fuera a ser que su marido la calificara de puta. ¿Cómo se articuló esta maquinaria?

No fue así desde el primer día. Durante la guerra, abrieron la mano. Por una parte, por los soldados. Cuando volvían del frente de permiso, se les toleraba que tuvieran una vida licenciosa. En la retaguardia nacional siguió habiendo prostitución y ocio nocturno.

Solo en Navarra se prohibieron todos los cabarés y bares con camareras.

Aunque no era necesario que los soldados estuvieran de fiesta para el sexo. La violación como arma de guerra, o la mujer como trofeo militar, estuvo a la orden del día y no se trató de hechos aislados perpetrados por indeseables que se crecen en los conflictos. El propio Queipo de Llano alentó las violaciones en sus tristemente célebres arengas radiofónicas: «Legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y a la vez a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estos comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen», dijo en un discurso que sirvió de consigna para las violaciones sistemáticas.

Durante dos horas, las tropas disponían de libertad plena para dar rienda suelta a instintos salvajes en cada localidad conquistada. Las mujeres entraban en el botín. Preston describe la escena que presenció en Navalcarnero el periodista John T. Whitaker, que acompañaba a los rebeldes, junto a El Mizzian, el único oficial marroquí del ejército franquista, ante el que conducen a dos jóvenes que aún no habían cumplido veinte años. Una era afiliada sindical. La otra se declaró apolítica. Tras interrogarlas, El Mizzian las llevó a una escuela donde descansaban unos cuarenta soldados moros, que estallaron en alaridos al verlas. Cuando Whitaker protestó, El Mizzian le respondió con una sonrisa: «No vivirán más de cuatro horas». (Tereixa Constenla, El País. 27 de marzo de 2011)

Y no fue solo un fenómeno africano. También las católicas tropas del general Mola dejaron un reguero de sucesos como el de Valdediós, en Asturias, donde una unidad violó y asesinó a catorce enfermeras junto a una niña de quince años. Noticia que tenemos fresquita porque el año pasado el Ayuntamiento de Pamplona de UPN cedió la Ciudadela, un castillo, para que el Ministerio de Defensa les rindiera homenaje a los doscientos cincuenta años de historia de la unidad, la America 66. No sin polémica, también había participado en los fusilamientos del golpe de estado en Navarra, que ascendían a tres mil quinientos.

Lo paradójico es que mientras las milicianas y las mujeres de los defensores de la República eran violadas, encarceladas y rapadas para marcarlas, en la retaguardia nacional surgió un fenómeno curioso. Tuvo lugar cierta emancipación de las mujeres que colaboraban con el fascismo. La guerra sacó del pueblo o de la rutina del hogar a miles de chicas que tuvieron que viajar, relacionarse con otros hombres por su cuenta o asumir responsabilidades. Tras la victoria, en quince o veinte años de dictadura no volvió a verse nada semejante. Como queriendo marcar el hasta aquí hemos llegado, en las nuevas Normas de Decencia Cristiana que se promulgaron a las chicas del Auxilio Social se les bajó la falda de la rodilla hasta el tobillo y en las cartillas de racionamiento se les dejó de dar la «tarjeta de fumador». Hasta ellas, las enfermeras de los nacionales, estaban señaladas.

Queipo de Llano & friends. Foto: DP.

Queipo de Llano & friends. Foto: DP.

Se atribuye al dominico fray Albino Menéndez-Reigada, obispo de Córdoba y confesor de Franco, calificar la guerra con el término de «Cruzada». Un apelativo clave para entender el modelo de sociedad que se impuso tras la guerra. Fray Albino fue el autor del Catecismo Patriótico Español que tuvieron que estudiar los niños hasta que el Concilio del Vaticano II lo convirtió en impresentable. Este religioso fue uno de los ideólogos más destacados de los golpistas que instauraron la idea de que el catolicismo y la identidad española eran indisociables. Una treta para dotar de justificación formal al genocidio «ante los ojos de Dios» y para privar de su nacionalidad al enemigo, para convertirlo en extranjero en su tierra. También le tenemos fresco en la memoria porque en 2008 Cajasur dedicó una exposición en homenaje a su vida y obra conmemorando los cincuenta años de su muerte, con una amplia cobertura en ABC de hilarantes titulares como «obispo de la paz».

Aunque la idea de que el español era católico por el mero hecho de ser español y español por ser católico era anterior a la guerra. En la prensa de Acción Católica en 1934 ya tenemos muestras de esta línea de pensamiento como el Discurso de la catolicidad española, reeditado por el franquismo en 1954, que contiene perlas de este calibre:

El Señor la quiere a Italia, como quiere a todas las naciones. Pero solo una, solo una en el mundo le ha querido a Él, viviendo sin vivir en sí misma. No es que Él se haya distinguido entre las demás —¡qué herejía pensarlo!— es que ella lo ha distinguido entre todos los dioses, distinguiendo entre lo falso, lo verdadero. España, novia de Cristo… Toda la historia española, en el más ambicioso sentido del vocablo, es historia eclesiástica. El pobre Pérez Galdós, con su miope liberalismo de casa de huéspedes, murió sin saberlo. Pero nosotros, sí. El idioma castellano, dijo Carlos V, ha sido hecho para hablar con Dios.

El propio papa Pío XII manifestó que España era la nación «elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del nuevo mundo y como baluarte inexpugnable de la fe» en un mensaje radiado a los españoles quince días después de la «Victoria». El caso es que, en resumen, cuando Franco hizo reparto del botín, a la Iglesia preconciliar le dejó la educación y la moral pública y privada. Al propio falangista Dionisio Ridruejo, que en 1938 tenía un proyecto para las Organizaciones Juveniles del Movimiento, le apartaron de cualquier tarea educativa porque, entre otras cosas, no era aún padre de familia y como los camisas viejas era un tanto mujeriego.

El único papel que jugó Falange en este aspecto, con ingredientes propios de la naturaleza de su organización antes de los Decretos de Unificación, fue el SEM (Servicio Español de Magisterio) de Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de Falange, que en la inauguración del mismo en 1943 hizo toda una declaración de intenciones: «Las mujeres nunca descubren nada, les falta el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles, nosotras no podemos hacer más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan hecho». Y por eso había que: «apegarlas con nuestra enseñanza a la labor diaria, al hijo, a la cocina, al ajuar, a la huerta; tenemos que hacer que la mujer encuentre allí toda su vida y el hombre todo su descanso».

Del mismo modo, también se instauró el matrimonio católico como obligatorio para todos los españoles. Los que se habían casado por lo civil con la legislación republicana del 32 vieron sus matrimonios anulados y tenían que repetirlos por la iglesia. Eso sí, demostrando con pruebas fehacientes que eran católicos practicantes. En caso contrario, no se les casaba. Aunque peor fue la situación de los divorciados durante la República. En el franquismo se encontraron con que volvían a estar casados con su primera mujer.

Las parejas también tenían prohibido el uso de anticonceptivos. Incluso «la divulgación pública en cualquier forma que se realizase en medios para evitar la procreación» estaba penada por la ley. Un Código Penal, el de 1944, donde aparecía la figura del parricidio «por honor» si se sorprendía a la mujer en acto de adulterio. Un derecho que no se eliminó hasta 1963. ¿Y cómo se aliñaban estas leyes propias del ISIS con la sociedad? Pues con grandes pensadores, como el padre Quintín de Sariegos y su obra Luz en el camino, donde venía a justificar dicha ley por el camino de en medio: «En el 90 % de los casos son ellas las que desperezan la fiera que duerme en la naturaleza del hombre con el ofrecimiento de su cebo apetitoso».

En aquella España el cuerpo de la mujer estaba dividido, como en los pósters de una vaca que había antes en las carnicerías, en partes. En este caso, honestas y deshonestas. Los pies, la cara y los brazos hasta el codo eran honestos. Todo lo demás, deshonesto. Pecado. Mal. Decía el famoso jesuita Ángel Ayala Alarco, pedagogo y propagandista católico, en su Consejos a las jóvenes de 1947: «¡Qué modas tan indignas, tan atentatorias al pudor! (…) Brazos descubiertos hasta cerca del sobaco ¡casi van peor que desnudas!».

¿Y qué era el pecado? Pues, de entrada, como indicaba el libro de bachillerato que aprobó el BOE de agosto de 1939, causa de graves enfermedades:

Según el juicio de los más afamados médicos, las perturbaciones cardíacas, la debilidad espinal, la tisis pulmonar, la epilepsia, las afecciones cerebrales, la enteritis crónica y de un modo especial la sífilis, son ordinariamente triste herencia del pecado deshonesto.

Y al pecado no solo se podía llegar contemplando o tocando un hombro femenino. También había que cuidar la mente. Pedro Riaño Campo escribió en Formación católica de la joven, en 1943, que «la mejor novela es buena para echarla al fuego». El Manual de Acción Católica de 1937 advirtió de que las jóvenes tenían prohibidas las representaciones teatrales. Y en la revista adolescente Mis chicas, de historietas, se advertía a las lectoras «antes de leer un libro, consulta con un sacerdote».

Clases de cocina de la sección femenina.

Clases de cocina de la sección femenina, Barcelona, 1943. Foto cortesía de colección Merletti.

La masturbación, como es sabido, obsesionó a todos estos intelectuales de la Santa Madre y también se utilizó la mentira y la falsificación para «prevenirla». El censor padre García Fígar atribuía a tocarse los siguientes problemas de salud física y mental: «Desnutrición orgánica. Debilidad corporal. Anemia general. Caries dentales. Flojera en las piernas. Sudor en las manos. Opresión grande en el pecho. Dolor de espalda y nuca. Pereza y desgana para el trabajo y hasta imposibilidad de realizarlo. Acortamiento de la vida sexual, imposible de rescatar más tarde. Pérdida de atracción para el sexo contrario y repugnancia al matrimonio. Esterilidad espermatozoica. Retentiva nula. Oscuridad en el entendimiento. Obsesiones y desvaríos. Voluntad débil. Incapacidad para el sacrificio. Aficiones animales».

Por eso también había manuales que indicaban cómo tenían que dormir los niños. Siempre con las manos por fuera de la manta y las sábanas. En los internados había vigilantes mirando cama por cama si esto se cumplía. Se llegaron a recomendar colchones duros. «No lleves ropa interior de lana, porque su calor excesivo puede excitarte», recomendaba un libro de Tihamer Toth, Energía y pureza, que circulaba por los internados. «Por la mañana, una vez despierto, no permanezcas más tiempo en la cama. Puedo sentar que el que permanece durante mucho tiempo en la cama por la mañana, después de despertarse, llega a caer en el pecado de la impureza», sentenciaba. Los niños llegaban a tener prohibido hasta meterse las manos en los bolsillos.

Los efectos en la mente de toda esta generación fueron demoledores. Surgieron complejos de castración y traumas por mala conciencia. El propio Francisco Umbral lo describió así en su Memoria de un niño de derechas:

Nos enseñaron a odiar el propio cuerpo, a temerlo, a ver en su desnudez rojeces de Satanás, repeluznos de Luzbel, frondosidades infernales. Odiábamos nuestro cuerpo, le temíamos, era el enemigo, pero vivíamos con él, dentro de él, y sentíamos que eso no podía ser así, que la batalla del día y de la noche contra nuestra propia carne era una batalla en sueños, porque ¿de dónde tomar fuerzas contra la carne si no de la propia carne? Había un enemigo que vencer, el demonio, pero el demonio era uno mismo.

Pero el Concordato con el Vaticano de 1953, en el artículo 26 especificaba que la educación tenía que permanecer en manos de estos individuos. «Todos los centros docentes de cualquier orden y grado, sean estatales o no estatales, la enseñanza se ajustará a los principios del dogma y de la moral de la Iglesia católica». Norma con la que expulsaron a todos los maestros «indignos», es decir, a los que no eran católicos o no eran practicantes (y habían sobrevivido a los primeros compases de la guerra). Del mismo modo que también se eliminaron a los alumnos que contravenían la fe oficial, como los hijos de padres separados o los mismos hijos de gente de izquierdas.

En este regreso a las tinieblas, un infierno psicopatológico, la sexualidad se abarcaba hasta a los niños de dos años. El gobernador de A Coruña, señor Arellano, impuso que los pequeños de dos años en adelante llevasen bañador en la playa. Un lugar en el que por ley todo el mundo tenía que llevar cubierto el pecho y la espalda. Estaba prohibido permanecer fuera del agua en traje de baño. El gobernador de Valencia, Francisco Planas de Tovar, llegó a multar a su propio hijo por quitarse el albornoz en la playa demasiado lejos del agua.

Alonso Tejada contó en el libro que citamos en el primer capítulo de esta serie que en una ocasión en 1950 se organizaron en el palacio de Magdalena unos cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, a los que se apuntaron muchos adolescentes extranjeros. La llegada de chavales de otros países fue interpretada como un triunfo para el régimen. Entonces la imagen internacional de España era impresentable, como no podía ser menos. El problema fue que las chicas que llegaron pronto quisieron ir a la playa con sus bañadores de dos piezas ¡con el ombligo al aire!

Para no impedírselo, lo cual hubiese sido un escándalo en aquel momento tan delicado, la medida que tomaron las autoridades fue acotar la playa para que no pudieran ir los españoles. Se la dejaron solo a los extranjeros, mientras en las playas cercanas los naturales tenían que seguir yendo vestidos completamente y con albornoz. En el aludido Luz del camino decía Quintín de Sariegos: «El hombre que contempla impasible a una joven en maillot o biquini, no es hombre normal: o es un tarado o un pervertido en su naturaleza».

Imagen extraída del libro Celtiberia Show, de Luis Carandell. Editorial Maeva.

Imagen extraída del libro Celtiberia Show, Luis Carandell, editorial Maeva.

El baile también se convirtió en un dolor de cabeza para los guardianes de la pureza. El padre Jeremías de las Sagradas Espinas, que estuvo veintitrés años estudiando «el problema» del baile, escribió este texto que más bien parece un sketch de Tip y Coll, pero era la cruda realidad en 1949:

Un acto puede ser ex se (por sí mismo) torpe por doble motivo: sirve ex obiecto sirve ex modo tangendi (ya por el objeto, ya por el modo de tocar). Son torpes ex obiecto los contactos con las partes torpes, genitales y próximas a ellas, incluso el vientre. Son torpes también ex se por el modo, ex modo tangendi, los contactos que se realizan en las demás partes del cuerpo, cuando existe desorden en el modo.

Todo baile en el que se ejecuten esos actos per se inmorales, será también per se gravemente inmoral, según la definición del baile dada por los magnos teólogos (…) estos bailes son para divertirse sin fornicar. Son el vals, la polka, la mazurka, el galop, el cotillón, etc…

Y hemos aquí ya metidos en el tango y su cortejo de inmundicias, no digo hasta las narices, sino hasta la coronilla. Eso son parejas de hombres y mujeres cosidas de pecho y vientre, con la conciencia hecha jirones, embriagándose de lujuria por las plazas y calles de día y de noche. En su aldea no se necesitan casas de Aloprostitución. Ellos y ellas satisfacen en el baile agarrado o el parejeo de día y de noche, en privado o en público, como más gusten, o de todas las maneras, sus concupiscencias sensuales. Todas estas inmortalidades son consecuencia de la pérdida del pudor en el baile agarrado. No se podrán evitar mientras no se le destierre.

Porque el baile entrañaba un gravísimo riesgo para el alma, que era el de tocarse. Entrar en contacto. En La muchacha y la pureza, de Emilio Enciso Viana, de 1952, que tiene una generosa obra dedicada a la mujer joven, se situaba el umbral del peligro por contacto carnal en el mero hecho de coger un brazo. Su razonamiento era impecable en cualquier caso:

Cuando los vestidos, por frivolidad o por tontería de la moda o por descuido, se achican, se ciñen, o de otro modo resultan provocativos, son inmodestos… Hay quien dice: ¿qué tiene que ver en el vestido femenino un centímetro más o menos? Son tonterías de los curas y de las beatas. ¿No ha de tener nada que ver? Ese centímetro hace que en el vestido no exista la moderación, la regla, el equilibrio que exige la decencia cristiana, y es ocasión de que, al verlo, ofenda la pureza. ¿Qué tiene que ver, por ejemplo, que los novios vayan cogidos del brazo? ¿No ha de tener que ver? Esas intimidades, esa licencia de coger el novio el brazo de la novia, es una puerta que se abre al pecado, es una facilidad para él, es un incentivo, es una hoja arrancada a la flor de la pureza, es la corteza que se ha quitado a la fruta.

Cuando una pareja joven iniciaba el noviazgo —la preparación para el matrimonio, puesto que en caso contrario sería pecado— y salían juntos, lo hacían acompañados de una carabina, una mujer más mayor que vigilaba qué hacían. La comunicación de la pareja, descubrirse, explorarse, aunque solo fuese hablando, estaba completamente coartado por esta supertacañona. Tenía que ser todo un fiestón para una pareja joven compartir su intimidad con ella.

Y si los jóvenes eludían la presencia de este anafrodisiaco, las autoridades les perseguían y fiscalizaban cada movimiento. En las ciudades de provincias la prensa local publicaba con frecuencia la lista de parejas que habían sido multadas por «atentar a la moral con actos obscenos en plena vía pública». Y para hacerlo indirectamente más atractivo, se ponían solo sus iniciales. De modo que el juego de descubrir quiénes eran lo hacía todavía más llamativo y el escarnio incluso más molesto.

Pero si tocar un brazo era como pelar la fruta que te vas a zampar, en palabras del mencionado Emilio Enciso, el beso constituía ya un problema de extrema gravedad. El padre Antonio Aradillas, en 1960, dedicó una obra completa a los ósculos, ¿El beso…?, y en uno de los casos que ilustraba algo tan natural como besar a tu novia adquiría tintes de tragedia de película de terror:

Pero un día pudo más la pasión que el cariño, y el novio sorprendió a Maribel con un beso brutal clavado con saña de bestia en la mejilla de nieve de la chica piadosa. El beso del novio se había clavado punzante en la mejilla, y con rabia comenzó Maribel a restregar su cara, intentando borrar toda huella posible. Y claro, la huella se hizo más ancha, más roja y más profunda. Más de sangre. Se le ve a simple vista en su cara… Ha llegado a sentir auténtico asco de todos los labios humanos.

Francisco Franco y el beso. Foto: DP.

Francisco Franco y el beso. Foto: DP.

En esta situación, en las familias de la burguesía lo que terminaba ocurriendo indefectiblemente era que los hijos se desfogaban con las criadas. En el libro de Umbral que hemos traído a colación el escritor lo reconocía sin tapujos. «Las señoras nunca vieron bien que sus hijos se iniciasen con las criadas, pero era para lo que realmente se las contrataba». Según contó también Carmen Martín Gaite en su Usos amorosos de la posguerra española esta costumbre desencadenó muchas tragedias. A menudo las asistentas eran chicas de muy pocos recursos que no tenían ni un hogar al que volver. Cuando eran sorprendidas con el hijo de la casa, eran despedidas. Lo que las arrojaba a ellas en brazos de la prostitución de más bajo nivel para poder sobrevivir.

El padre Mariano Gamo, que se encargó de los ejercicios espirituales de las asistentas de un adinerado barrio madrileño en los sesenta, le explicó a quien esto escribe hace pocos meses que en muchos casos estas chicas ni siquiera tenían asignación, que trabajaban por la manutención, por la cama y tres comidas al día. Si las despedían, estaban en la indigencia. Los señoritos se podían sobrepasar con ellas todo lo que querían y más con cualquier chantaje banal, pero que pudiera suponer para ellas la amenaza del despido, que finalmente se producía por acceder a la coacción. Tremendo.

Y para las chicas de la burguesía, con esta enfermiza educación, lo que se consiguió fue un ejército de frígidas. Cuando se casaban eran ese tipo de matrimonios que hacían el amor a oscuras y con pijama solo con fines reproductivos, sin el menor apetito sexual, en el que como la mujer gozase aunque fuese por casualidad, ultrajaba al marido que la enviaba al confesionario entre insultos. En las páginas del suplemento del diario ABC, Blanco y Negro, Santiago Loren estimaba en 1970 que en España, entre un 60% y un 70% de las mujeres eran frígidas. José Antonio Valverde y el doctor Adolfo Abril, en su trabajo Las españolas en secreto, comportamiento sexual de la mujer en España, de 1975, cinco años después, llegaban a elevar el porcentaje:

De ahí que podemos estimar las insatisfacciones sexuales femeninas entre un 74% y 78%. Esto es muy claro, que da cada 100 españolas con actividad sexual generalmente dentro del matrimonio, 76 no encuentran satisfacción; de cada cien, 76 no alcanzan el orgasmo y, en muchas ocasiones, ni lo han conocido.

No obstante, esto era la virtud. Lo bueno, lo deseable. Dejemos que lo explique un ilustrado del régimen, por concluir el capítulo de nuevo con una cita del tío de Ana Botella, el rector de la Universidad Complutense de Madrid, Botella Llusià. Las mujeres que gozaban no eran mujeres, sino marimachos. Así opinaban los científicos de Franco:

Hay muchas mujeres, madres de hijos numerosos, que confiesan no haber notado más que muy raramente, y algunas no haber llegado a notar nunca, el placer sexual, y esto, sin embargo, no las frustra, porque la mujer, aunque diga lo contrario, lo que busca detrás del hombre es la maternidad. […] Yo he llegado a pensar alguna vez que la mujer es fisiológicamente frígida, y hasta la excitación de la libido en la mujer es un carácter masculinoide, y que no son las mujeres femeninas las que tienen por el sexo opuesto una atracción mayor, sino al contrario.

(Continuará)

Bibliografía

La represión sexual en la España de Franco, L. Alonso Tejada.

Usos amorosos de la posguerra española, Carmen Martín Gaite.

El sexo del franquismo, Óscar Caballero.

Cuarenta años sin sexo, Feliciano Blázquez.

La entrada Sexo en el franquismo: el regreso a las tinieblas aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.


Gais, lesbianas y transgénero durante el franquismo

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Montaje fotográfico realizado en la Central de Observación de la Dirección de Prisiones, donde se estudibaba y calisificaba a los reclusos.

Montaje fotográfico realizado en la Central de Observación de la Dirección de Prisiones, donde se estudiaba y calisificaba a los reclusos. Imagen: Tusquets.

(Viene del capítulo anterior: «Sexo en el franquismo: el regreso a las tinieblas»)

Inversión sexual y erotismo desviado. Repugnante caso que subleva a toda conciencia honesta. Ofende al pudor y a las buenas costumbres y es objeto unánime de condenación. Actos contra natura. Perversión sexual. Nefando tráfico sodomítico. Repugnante vicio. Vicio antinatural y perturbador. Vicio merecedor de la más completa repulsa. Actos atentatorios a la moral, fundamento de la familia y la sociedad. Nefastas relaciones. Repugnante porquería. Repugnantes aberraciones. Torpes acciones. Inmorales aberraciones. Sucios y reprobables actos. Actos de desviada lujuria. Vergonzoso vicio. Acción soez. Desvergonzada e impúdica. Aberración contraria a la naturaleza humana. Torpes instintos. Repugnantes actos libidinosos…

Calificaciones de la homosexualidad en los expedientes del Tribunal Supremo del franquismo recopilados por Armand de Fluviá, autor de El homosexual ante la sociedad enferma en 1978.

Si bien las prácticas homosexuales estuvieron penalizadas en muchos países de Europa durante la segunda mitad del siglo XX y la España de Franco no era, en ese contexto, una excepción, nuestro país constituye un interesante objeto de estudio por cómo abordó el tema científicamente, por llamarlo de alguna manera. Tras la destrucción del estado democrático entre 1936 y 1939, el franquismo comenzó a crear y teorizar en la posguerra una psiquiatría hispana.

Según cuenta el psiquiatra González Duro en las obras que ha dedicado al fenómeno, en general no era más que una adaptación de toda la psiquiatría nazi a términos locales. Con la novedad de que la psiquiatría nacional tendría como fundamento un concepto teológico del hombre. «Todo se explicaba en función de la “vitalidad”, término ambiguo definido poéticamente como la sutura entre el cuerpo y el alma».

Dentro de esta disciplina no se admitían conflictos familiares o generacionales. La psiquiatría nacional no era más que otra trinchera para la defensa del sistema establecido. La locura era biológica o genética, y por eso se trataba exclusivamente con los tratamientos biológicos más agresivos, electroshock o lobotomías. Y su causa era clara: el pecado. El doctor Marco Merenciano, falangista y católico, entendía que la enfermedad mental era un castigo por el pecado; «pecado que por su naturaleza llevará al castigo de la imposibilidad de arrepentimiento», escribió. Este señor tiene todavía una calle en Valencia.

Otro, con calle en Madrid en la actualidad, López Ibor, daba, como documenta González Duro, «una interpretación teológica de la enfermedad psíquica cuya realidad solo se podía entender yendo a la base radical del ser humano, de su “naturaleza caída”, de ahí la conveniencia de que el psiquiatra fuera cristiano, y católico específicamente». Y Antonio Vallejo-Nájera, también, por su puesto, con calle en Madrid, teorizó que quienes tenían ideologías distintas a las inherentes al hombre español «sano y vertical, religioso y de derechas por naturaleza» sufrían de un virus marxista o una malformación genética —el gen rojo— para lo que proponía la reinstauración ni más ni menos que de la Santa Inquisición.

En cuanto al psicoanálisis, el rechazo era total por su falta de «espiritualidad» su «pansexualismo» y su ser «nocivo para la catolicidad inmanente del enfermo español», sigue González Duro, que precisaba una psicoterapia específica según estos galenos. La obra de Freud estuvo prohibida en España hasta 1949 y a partir de entonces se trató de adaptar. «El pueblo español profesa en su mayoría el catolicismo, y es la primera de las condiciones de nuestra psicoterapia que no contradiga el dogma y la moral católica», explicó Vallejo Nájera. Y el catalán Ramón Sarró i Burbano sentenció: «Pero ¿cuál sería la mejor interpretación? ¿Hemos de reconocernos como sexualidad, como ambición más o menos frustrada o como cosmovisiones del arquetipo? (…) ¿Y por qué no como el camino del alma hacia Dios del que nos aleja el pecado y nos acerca la Gracia; o como cristiano que necesariamente cae y se levanta ante la faz Divina?».

En este contexto científico arbitrario y surrealista, los homosexuales eran considerados enfermos en el mejor de los casos. Se les aplicaron terapias aversivas —medicación para inducir al vómito o descargas eléctricas mientras se les mostraba pornografía homosexual—, electroshock o lobotomías. López Ibor llegaba a presumir de sus «exitosas» lobotomizaciones a gais. La revista Interviú recogió un fragmento de una conferencia suya en Italia en 1973 donde decía: «Mi último paciente era un desviado. Después de la intervención del lóbulo inferior del cerebro presenta, es cierto, trastornos en la memoria y la vista, pero se muestra más ligeramente atraído por las mujeres».

Quirófano del Hospital Penitenciario de Madrid (1956). Fotografía: Real Academia Nacional de Medicina.

Quirófano del Hospital Penitenciario de Madrid (1956). Fotografía: Real Academia Nacional de Medicina.

Los primeros intentos de curar homosexuales habían empezado en la Primera Guerra Mundial, cuando los altos cargos del ejército alemán detectaron que la homosexualidad estaba extendida entre muchos de sus soldados. Cuenta la doctora Teresa Cabruja, de la Universidad de Girona, que esto sucedía porque se consideraba que la homosexualidad respondía a «causas ambientales», pues no podría darse genéticamente en la raza aria. Aquí se siguió con esa cantinela casi hasta los años ochenta. De hecho, en 1977, la UCD planeó la creación de diez mil plazas para la reeducación de homosexuales. Un plan abortado cuando la Constitución prohibió un año después clasificar a las personas por su sexualidad.

Pero lo cierto es que en la historia moderna de España nunca hubo un exceso de celo a la hora de perseguir a los homosexuales. El Código Penal de 1822 no recogía el delito de sodomía por su inspiración francesa, país donde se despenalizó la homosexualidad en 1791. En los códigos penales de 1848, 1850 y 1870 españoles aunque no estaba penalizada, se castigaba con la figura del «escándalo público». Solo Primo de Rivera endureció la ley en 1928 castigando específicamente las relaciones sexuales entre adultos del mismo sexo con una multa y la inhabilitación para ocupar cargos públicos. Finalmente, la II República despenalizó completamente la homosexualidad —excepto en el Ejército— en su Código Penal de 1932. Y aunque luego redactara la Ley de Vagos y Maleantes en 1933 sobre delincuentes «potenciales», no insertó en ella a los homosexuales. Fue durante el franquismo, en 1952, cuando se modificó esta ley para incluirlos expresamente.

No obstante, entre 1939 y 1952 el régimen estuvo más preocupado de exterminar y encarcelar a sus enemigos políticos que a los homosexuales. Si acaso, merece la pena mencionar el caso del escritor Álvaro Retana en 1939, denunciado por sacrilegio al beber semen de un copón sagrado. En el proceso, Retama tuvo el valor de contestar al juez: «Señor, prefiero siempre tomarlo directamente». Fue condenado a muerte, se le aplazó la pena varias veces y al final se le conmutó por treinta años de cárcel.

O el caso del cantante de copla Miguel de Molina, al que antes de exiliarse le dieron una paliza en plena calle José Finat y Escrivá de Romaní, futuro alcalde de Madrid, y Sancho Dávila, falangista pro nazi que luego fue presidente de la Federación Española de Fútbol. Uno de los dos le arrancó el pelo y se lo llevó guardado envuelto en un pañuelo de recuerdo. Pero por lo visto solo se trataba de un asunto de celos. Un mandamás del régimen sufrió un desengaño sentimental con él y lo persiguió hasta que él mismo cayó en desgracia por un incidente en una sala de fiestas. Se cuenta en El látigo y la pluma, del periodista Fernando Olmeda:

Varias personas sujetaron al agresor y trataron de calmarle diciendo que el individuo era un falangista muy vinculado a las altas esferas y le traería problemas. Pero el joven exclamó que aquel asqueroso maricón le había toqueteado los genitales al pasar y que no iba a perdonarlo. Cuando le insistieron en que olvidara el incidente, el hombre se dio a conocer como agregado militar de la embajada de un país centroeuropeo. Dijo que hablaría con su embajador y al día siguiente haría una denuncia formal al Ministerio de Relaciones Exteriores. El enloquecido maricón no era otro que el secretario del ministro, que durante años me persiguió monstruosamente. Aunque se trató de acallar el escándalo, la cantidad de testigos presenciales lo hizo imposible y el tipo salió violentamente de sus dos cargos.

Los artistas homosexuales fueron un objetivo político en aquella época. Para permitirles llevar su vida tenían que informar a la policía, convertirse en chivatos. Además de mostrar una inquebrantable adhesión al régimen en todas sus manifestaciones públicas. En aquellos años, en cualquier caso, convivieron reconocidos homosexuales en los puestos más altos de la jerarquía franquista —muchos fueron famosos por haber dado «paseos» en la guerra— con una exaltación de la masculinidad exacerbada por parte de los falangistas triunfadores.

Casi todos los artículos sobre homosexualidad que tratan este período histórico insisten en señalar las inequívocas características homoeróticas de la estética falangista. Así como los apodos que recibía Franco entre los suyos, tales como «Paca, la culona» o «Miss Islas Canarias 1936», o la descripción que de él hizo el periodista americano John Whitaker:

Hombre pequeño, su mano es como la de una mujer y siempre está empapada de sudor. Excesivamente tímido, se pone en guardia para dialogar con su interlocutor; su voz es ligeramente desconcertante, pues habla muy suave, casi en susurros.

Todo con el fin de asociar la obsesión del nacionalcatolicismo por exaltar la hombría de la nación a sus propias inseguridades. Una conclusión muy tentadora, pero que carece de sentido en la época. Los fascismos y el nazismo, al marco de identificación primaria, el nacionalismo, añadieron la raza y la masculinidad como forma de resolver todos los problemas, un regreso al pasado edénico mediante la virilidad, la agresividad y la fuerza de voluntad. La figura del machote era el truco del almendruco propagandístico gracias al cual se resolverían todos los problemas en los tumultuosos años treinta.

Fotograma de la película propagandística Rojo y negro (1942) en la que un soldado de uniforme porta la bandera falangista. Imagen: CEPICSA.

Fotograma de la película propagandística Rojo y negro (1942) en la que un soldado de uniforme porta la bandera falangista. Imagen: CEPICSA.

No obstante, otra historia es, como relata Olmeda en su libro, que la homosexualidad estuviera muy presente en el ejército rebelde. La tropa, dice, no ponía objeciones a que un soldado tuviese relaciones sexuales con otro que era más bien afeminado. También que la famosa camaradería en algunas ocasiones encubría verdaderos enamoramientos bajo el techo del cuartel entre hombres confinados, o que en los ejércitos de África fuesen habituales las noches de juerga de hachís y alcohol con jovencitos marroquíes. Todo ello percibido como algo normal que nada tenía que ver con la homosexualidad. Para prueba, en 1942, fue el propio Franco quien tras una visita a la Academia Militar de Zaragoza ordenó que se colocara una cama adicional en las habitaciones dobles «para evitar tentaciones».

Mientras tanto, en la sociedad, la posibilidad de ser homosexual la marcaba la clase social. Los que tenían al alcance de sus medios llevar una doble vida, que a menudo exigía tener dos pisos, la llevaban. También, como es lógico, los homosexuales de buena familia se aprovechaban de los que eran más humildes. Y Olmeda cuenta que en Barcelona las familias de nivel, cuando tenían un hijo homosexual, podían llegar a aceptarlo y permitirle tener su pareja admitiéndola en la familia cubriéndole como un primo que se había ido a vivir con ellos. Aunque la excusa del primo se ha podido escuchar en las capitales de toda la piel de toro.

Las lesbianas, por su parte, estuvieron en una situación diferente. Si una mujer vivía sola, tendría más problemas si invitaba a su casa a hombres solos que a otras mujeres. Bien al contrario, si se rodeaba de mujeres mantendría una excelente reputación. Los propios padres que no toleraban que un hijo cuando era niño o adolescente manifestara excesivo afecto o encariñamiento por un amigo veían como completamente normal que su hija durmiera en la misma cama con una amiga o una prima.

Durante todo el régimen, el número de expedientes sobre casos de lesbianas fue infinitamente menor que el de hombres. No tuvieron que frecuentar urinarios o exponerse a las redadas policiales. En las ciudades existían redes de mujeres que no levantaban sospechas cuando se reunían a celebrar una fiesta en un piso. Empar Pineda escribe en Una discriminación universal que incluso era al contrario, que los vecinos estaban «encantados de tener unas chicas que eran tan formales que no invitaban a chicos a sus fiestas». Sin embargo, en un contexto de represión inclemente sobre la sexualidad femenina tal y como se relató en los capítulos anteriores de esta serie, muchas lesbianas ni siquiera tuvieron la oportunidad de saber que lo eran hasta que empezaron a difundirse las ideas feministas años después. Como dice Pineda, el sexo entre mujeres no se perseguía porque para el régimen no podía existir.

Los homosexuales en aquel tiempo tuvieron que recurrir a los encuentros clandestinos en playas apartadas, cines o los inevitables urinarios, con lo que significaba a la hora de exponerse a los delincuentes que haciéndose pasar por gais les robaban todo lo que llevasen encima o incluso lo que tuvieran en casa si subían. Las diferentes formas de robarles hasta recibían su nombre. Olmeda, por ejemplo, habla del «timo de la pasma ful». Uno hace de gancho en el urinario enseñando el miembro enhiesto y el compinche aparece haciéndose pasar por policía para prender al homosexual que caiga en el engaño. El periodista recoge en su libro el testimonio de un antiguo delincuente que asegura que en una ocasión estuvo a punto de hacérselo a un jugador de fútbol de primera división. La víctima, por supuesto, nunca denunciaba.

Otro punto de encuentro eran los prostíbulos, que hasta que la ONU no declaró la prostitución incompatible con la dignidad humana, en España funcionaron sin grandes dificultades. Allí muchos hombres acudían sabiendo que además de meretrices también había jovencitos que necesitaban dinero o, en su defecto, prostitutas que sabían amarrarse un dildo a la cintura. Mari Loly, una profesional de la época cuyo testimonio destaca Olmeda, tiene un relato que enlaza con el de la sexualidad en las filas del ejército de Franco:

A veces un hombre que ha sido mi cliente me pide un jovencito, me pide que haga de intermediaria. Suelen argumentar que están hartos de las mismas sensaciones y quieren pasar a un jovencito después de haber probado todo con una mujer. Algunos, una vez probado, se dan cuenta entonces de que eso es lo que les gusta. «Mariquitas» que no sabían que lo eran. Pero en casi todos es una prolongación de su papel de macho. Hay también hombres mayores, viudos o casados, que un día se sorprenden haciéndose o dejándose hacer con un jovencito y les gusta, y no hacen ascos porque normalmente juegan el papel de macho y eso no es tan desagradable para los hombres como si tuvieran que tomar.

Imagen: cortesía de Jaime Gallaostra / agenciafebus.com

Imagen: cortesía de Jaime Gallaostra / agenciafebus.com

Otra forma de contacto eran los anuncios en determinadas revistas, como las de culturismo por motivos obvios, lo que dio lugar a situaciones curiosas. En 1952 el español Juan Ferrero se proclamó Mister Universo de culturismo en el Scala Theater de Londres. Nunca un español ha vuelto a alcanzar ese título. No obstante, el régimen silenció completamente su gesta por considerar esa disciplina propia de homosexuales.

En ese mismo año circuló entre las autoridades un informe sobre «moralidad pública» que trataba de cuantificar la situación de la homosexualidad en España. El documento indicaba que cada vez se detectaban más casos:

Valencia: existe una cantidad apreciable, arraigada en personas de todas las edades y clases sociales; Madrid: Parece bastante extendida; Granada: Se advierte en el clima moral de la ciudad un incremento extraordinario de las aberraciones sexuales; Guipúzcoa: los casos van en aumento; Baleares: la desgracia de la homosexualidad ha aumentado en ambos sexos, etc…

Es en ese momento cuando se reforma la Ley de Vagos y Maleantes para incluir a los homosexuales. El régimen ya había acabado completamente con la oposición política dentro del país y pasaba a buscarse nuevos enemigos. Muchos homosexuales no habían sido sorprendidos in fraganti y con esta legislación ya eran delincuentes potenciales. La pena que acarreaba la aplicación de la ley era la reclusión en un centro de trabajo o colonia agrícola y el exilio o prohibición de residir en el territorio durante dos años.

A tal fin, en 1954 se puso en marcha la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, en Fuerteventura. La colonia era más bien un campo de concentración y lo de agrícola era una broma de mal gusto puesto que el terreno era totalmente desértico. Los presos picaban piedra y cavaban zanjas. «Frío, miseria, hambre, humillación, palos y más palos. En total éramos noventa maricones. Se pasaba el día cargando piedras, haciendo muros, sacando agua del pozo. Era como un campo de concentración pero sin cámara de gas. El médico de la prisión, para reconocernos homosexuales, nos ponía a cuatro patas y nos metía el dedo en el culo», recordó en El País Octavio García, uno de los reclusos, que tampoco olvida que le detuvieron cuando las autoridades se decidieron a «limpiar de maricones Las Palmas».

Se pasaba tanta hambre que Manuel S. H., que Dios lo tenga en su Gloria, se comía hasta las cagarrutas de las cabras y Juan Curbelo Oramas devoraba la comida podrida de los paquetes que le enviaba su madre y que los guardianes retenían hasta que despedían un olor nauseabundo. El hambre era una presencia constante, obsesiva, demoledora, pero no era la única pesadilla. Estaban también los palos, que caían como un diluvio. Por equivocarse al marcar el paso, por responder, por rezongar, por quedarse rezagado al amanecer, por dormirse en la imaginaria, por nada, por todo. (Crónica. El Mundo. 2003. Arturo Arnalte)

El director de la colonia era un sacerdote católico vasco. Dictaba cuántos golpes había que dar a quién y por qué. Escondía la correspondencia de los presos y era quien decidía si el interno estaba tres meses o los tres años de rigor que marcaba la nueva ley. También funcionaron los centros especializados de Badajoz y Huelva. El primero era para los homosexuales pasivos y al otro iban los activos. En las cárceles no «especializadas», como Carabanchel en Madrid o La Modelo en Barcelona, muchos de los internos eran violados sistemáticamente por los otros presos. Había celdas en las que directamente los funcionarios les prostituían. En la calle, la Brigada Social buscaba a los homosexuales con agentes secretos en los cines y discotecas. Existían informes de conducta con todo lujo de detalles, no muy lejos de lo que hacía la Stasi con sus sospechosos, redactados por las autoridades religiosas, políticas y policiales que marcaban la vida de quienes eran señalados.

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Ficha policial de Silvia Reyes, encarcelada en 1974 con excusa de la Ley de Peligrosidad Social. Imagen: cortesía de la Asociación de Expresos Sociales.

También especialmente dura fue la existencia de los transexuales, entonces travestis. El régimen consideraba subversiva no solo su sexualidad, sino también su apariencia, al margen de que era más fácil de reconocer para la policía, y las autoridades se ensañaron con ellas. Los travestis se habían convertido en una opción más en la oferta de la prostitución. Válida para los clientes homosexuales y también para aquellos que no podían acostarse con su novia hasta el matrimonio.

No obstante, durante la década de los sesenta la sociedad española fue modernizándose y empezaron a surgir tímidamente bares de ambiente disimulando como buenamente se podía. Ya no fue tan fácil para ciertos homosexuales de buena familia someter a otros homosexuales de extracción humilde. Con la nueva clase media que estaba naciendo en las ciudades la gente ya no estaba tan desamparada y no se podía abusar de cualquiera con facilidad por muy homosexual que fuese. Pero también llegaron los pelos largos y las minifaldas y el régimen volvió a ponerse en guardia.

Un juez de Barcelona, Antonio Sabater, alertó del auge que experimentaba la «inversión sexual» a la que había que poner coto. Las causas, según el magistrado, pasaban por el desarrollo de la sociedad de consumo, el afeminamiento de la indumentaria masculina, el narcisismo de la juventud, su preocupación por el aspecto físico y su deseo de llevar una vida cómoda convirtiéndose en mantenidos de algún hombre de dinero.

Este juez fue uno de los artífices de la nueva ley, que iba a ser la de Peligrosidad Social. No obstante, aparecieron las primeras asociaciones de homosexuales, como AGHOIS en Barcelona, cuyas protestas influyeron en la opinión pública. Cuenta un artículo de L´Armari Obert que La Codorniz criticó la nueva ley, que venía en cofre de norma progresista y preventiva, riéndose de que nos hubiese privado de Sócrates o Miguel Ángel.

Así, en 1970 el régimen se «humanizó» y la Ley de Peligrosidad Social solo castigaba los «actos de homosexualidad», pero no a los homosexuales por el hecho de serlo. Aunque su redactado era tan ambiguo que seguía permitiendo a los jueces hacer lo que les viniera en gana. Con todo, finalmente se impuso la teoría de que la homosexualidad no era un delito, sino una enfermedad que era preciso curar. Lo que seguía siendo una terrorífica amenaza para la población.

Lo más amenazante de esta ley es que trasladaba la decisión de la represión directamente al ámbito familiar desde el momento en que el juez podía considerar oportuno que el homosexual se sometiera a tratamiento en vez de ser enviado a prisión, en caso de mediar una petición familiar. Este tratamiento se basaba en sesiones de terapias, fundamentalmente de dos tipos, las eméticas y las eléctricas, sin excluir la más radical, la lobotomía: una intervención quirúrgica para modificar el cerebro. Esta última técnica se practicó en clínicas privadas y en la cárcel de Carabanchel. (Una discriminación universal; Javier Ugarte Pérez)

Esta situación se extendió hasta prácticamente 1980, cuando la judicatura dejó de aplicar la Ley de Peligrosidad Social tras la Constitución y una proposición de ley de PSOE y PCE para que al menos se eliminasen los aparatados dedicados a los homosexuales. El saldo final fue de al menos cinco mil homosexuales encarcelados, pero nunca se podrá cuantificar cuántos se marcharon del país, cuántos se suicidaron, ni cuántos sufrieron una vida de autonegación y privaciones absolutamente intolerable e inhumana.

Imagen: DP

Imagen: DP

La entrada Gais, lesbianas y transgénero durante el franquismo aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Monchi: «Bilardo es la persona que más me ha influido en el fútbol y en la vida»

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Durante los años noventa el Sevilla F. C. fue conocido por sus ambiciosos proyectos y sus contundentes fracasos. Ramón Rodríguez Verdejo «Monchi» (San Fernando, 1968) vivió esta época como futbolista. Primero fue el eterno suplente, condición que le hizo famoso por las imitaciones que hicieron de él en el programa Al ataque de Antena 3, y más adelante logró continuidad en segunda, luchando por sacar al equipo del hoyo. Al colgar los guantes, como delegado de campo vivió otro descenso del Sevilla, el más duro de todos, con el equipo colista desde enero. Pasó entonces a ser director deportivo y tuvo que montarle un equipo a Joaquín Caparrós a coste cero. Desde ese día, el equipo bajo su dirección no ha dejado de crecer, obtener más títulos que en toda su historia y traer a España a los mejores jugadores del mundo aún por descubrir. Hace una pausa en su apretadísima agenda en pleno verano para contar toda su historia en el Sevilla. Un club al que actualmente muchos aficionados apellidan «de Monchi».

Me ha dicho José María López del As de Sevilla que iba a flipar al verte, que tienes ahora más pinta de portero que cuando jugabas, y es cierto.

Llevo ya unos años dándole a los músculos. El gimnasio me libera. Voy a las siete de la mañana para no estar pendiente del móvil y centrarme solamente en levantar pesas. Siempre digo de broma que si hubiera tenido este cuerpo cuando era jugador todavía estaría jugando al fútbol. Pero, en fin, el ejercicio para mí no es más que una forma de rebajar el estrés. Prácticamente trabajo todo el día, siempre que esté el móvil encendido. Normalmente entro a las nueve a la oficina y salgo a las diez, pero a veces a las doce tengo que estar haciendo una gestión… Sobre todo ahora, en esta época del año, que es cuando hay mayor vorágine en nuestro trabajo.

¿Cómo era tu familia? ¿De dónde vienes?

De una familia muy humilde. Soy de San Fernando, un barrio obrero. Mi padre trabajaba en una empresa de construcción de barcos, la San Carlos. Él era tornero y mi madre ama de casa. Vivíamos en las casas que había para los trabajadores de esa empresa. Le cogió la reconversión industrial en aquellos años, pero tuvo suerte porque por un accidente ya le habían prejubilado. Se había roto la clavícula y ya lo tenían trabajando fuera de su puesto. Cuando llegó la reconversión fue uno de los primeros jubilados anticipados. Su empresa se la llevó por delante aquella crisis, ya ni siquiera existe.

Vivíamos con lo que teníamos. No quisiera entrar en detalles para no pecar de humildad, pero teníamos lo justo. Nunca faltaba un balón en Reyes, ni mi bicicleta Motoreta ni nada, pero porque mis padres se sacrificaron mucho. Mi padre nunca tuvo carné de conducir, por ejemplo. Hacía veladas, que eran las horas extras nocturnas. Le recuerdo irse con la comida al salir a trabajar de madrugada y gracias a eso, a su esfuerzo, yo tuve todo lo que quería. Por eso recuerdo mi infancia con felicidad, aunque todo esto me ha hecho valorar lo que tengo ahora. Saber de dónde vengo. Porque me críe en la calle prácticamente. Aún mantengo a casi todos los amigos de la infancia.

Luego estudié Derecho. Era buen estudiante, pero me gustaba mucho el fútbol. Siempre digo como anécdota que mi madre me llamaba por la ventana para tomar el biberón, es decir, que no soy capaz de recordar cuándo fue la primera vez que jugué con la pelota en la calle. Y siempre lo hice con chicos con más años que yo de modo que, como dice mi hermano, aprendí a ser portero recibiendo los balonazos que me tiraban los mayores, perdí el miedo al balonazo rápidamente. Después empecé a jugar en El Águila, un equipo de San Fernando. Más adelante en el San Fernando y al final recalé en el Sevilla. Mi historial de equipos es muy corto (risas).

Juan Arza, uno de los mejores jugadores del Sevilla de toda su historia, fue el que te hizo el seguimiento.

El que trabajaba entonces la secretaría técnica del Sevilla y las categorías inferiores era Pablo Blanco, que todavía trabaja en el club, y Juan Arza colaboraba con él. Vino a verme varias veces y entre todos decidieron firmarme. Pero antes de fichar por el Sevilla fui a probar una semana con el Madrid, con el Castilla. El entrenador era Vicente del Bosque, el segundo García Remón y el entrenador de porteros Miguel Ángel. Era el 88. Fui a probar con el Madrid la misma semana que el Español juega la final de la UEFA con el Bayer Leverkusen. La vi en el Hotel Centro Norte. La verdad es que fui un poco reacio a esa prueba. Pensaba que podían venir ellos a verme a mí con el San Fernando cuando quisieran en lugar de al revés. Entrené dos días y al tercero dije que me iba. Teníamos un partido muy importante contra el Montilla en el que nos jugábamos el ascenso a 2ªB. Curiosamente, a ese partido vinieron Juan Arza y Pablo Blanco y me dijeron directamente: «Monchi, el lunes te vienes a Sevilla para firmar». En el Madrid no estaban tampoco especialmente convencidos conmigo y yo era un poco rebelde. Estaba muy involucrado con el ascenso de mi equipo, también tenía mis estudios y no quería quitarme. Por eso al Madrid les dije que o me firmaban o me iba y me dijeron que me fuera. No sé si me habrían fichado aunque me hubiera quedado de todas formas, tampoco era tan bueno yo.

Fichaste por un Sevilla Atlético que pudo subir a 2ª pero se quedó a las puertas.

El primer año perdimos el ascenso en Linares en la penúltima jornada, que teníamos que ganar y empatamos y ascendió el Atlético Madrileño. Josu Ortuondo entrenaba a aquel Linares. Y el segundo año, con un filial más endeble, peleamos de nuevo por el ascenso pero el que subió fue el Albacete de Benito Floro. Los dos años quedamos terceros.

Cuando subes al primer equipo del Sevilla te impresiona el portero soviético Rinat Dassaev.

Solo podía haber tres extranjeros en el equipo en esa época. El Sevilla tenía a Polster, Bengoechea y Dassaev. Entonces vino Iván Zamorano y se dio de baja como extranjero al soviético. Al segundo portero, Fernando Peralta, lo mandaron al Málaga y se quedaron sin ninguno. Por eso firmaron con Juan Carlos Unzué, que entró en una operación de intercambio con el F. C. Barcelona por el lateral Nando y me subieron a mí del filial. Debuté viajando con el equipo a un trofeo Ciudad de Vigo contra el Spartak de Moscú, el Internacional de Porto Alegre y el Celta.

Y si yo tuviera que decir cuál es mi portero favorito siempre diré que Rinat Dassaev. En mi opinión, el mejor portero de la historia del fútbol con diferencia. Técnicamente era perfecto. Cuando se quedó sin ficha ese año lo asumió perfectamente y entrenaba como si fuera a jugar todos los partidos. Para mí ver eso fue muy importante. Un tío con la trayectoria de Rinat, tal y como tenía las rodillas, que estaban muy baqueteadas, entrenando todos los días, intentando estar como el que más aun sabiendo que no iba a poder jugar… eso te sirve de motivación. Luego se convirtió con Luis Aragonés en entrenador de porteros y aprendimos mucho. Además de que como persona era un crack, se adaptó muy rápido a Sevilla y se hizo muy sevillano. La pena siempre será que tuvo muy mala suerte porque llegó aquí con la rodilla muy mal y tuvo un par de incidentes… como cuando se cayó con su Citröen BX en el foso del rectorado de la Universidad de Sevilla (risas) que… bueno. Pero era un tío muy entrañable.

En esa primera plantilla, con Cantatore, estaban Polster, Zamorano, Jiménez….

El año anterior nos habíamos clasificado para la UEFA, había mezcla de canteranos como Rafa Paz, Jiménez, Martagón, Conte y Carvajal con tíos más contrastados como Polster y Zamorano, que eran top. Era un buen equipo, con muy buen ambiente. Llegar se me hizo muy fácil, me integré como uno más. Fue un año bonito, descubrí lo que era jugar en Europa. Primero con el PAOK, empatamos a cero en la ida y en la vuelta y allí les ganamos por penaltis, fue apoteósico. Y luego con el Torpedo de Moscú, que nos echó perdiendo allí 3-1 y aquí ganamos 2-1 en un barrizal. Tuvimos todos los condicionantes en contra. Jugábamos contra un equipo ruso y aquí que no llueve nunca va y diluvia.

Recuerdo que allí pasamos un frío enorme. Pero ese viaje fue muy impactante. Era la época de la Perestroika, con Gorbachov, y fue gracioso porque estábamos muy preocupados por qué país nos íbamos a encontrar, entonces se hablaba de escasez de alimentos y demás. Llegamos al hotel Rossiya, que decían que era el más grande del mundo. Era enorme, la verdad, y había en las puertas una manifestación a la japonesa, con la gente de medio cuerpo para arriba desnudos. Decían que no había pan, pero nosotros llegamos un lunes por la tarde y por la noche comimos bien, con pan bueno. Nos reíamos de las televisiones, de que exageraban. Pero al día siguiente por la mañana el pan estaba un pelín duro. Por la tarde más duro y por la noche ya insufrible: era el mismo pan para toda la semana. Fuimos testigos de la pobreza que había en aquel momento en ese país. Las sobras de nuestra comida, o más que la sobras si dejabas medio filete, decían que se lo podían comer tranquilamente los camareros. Por la calle te venían los chiquillos para cambiarte cualquier cosa. Era, en general, una época dura para Moscú.

Diego, vuestro defensa entonces, dijo que cuando estaba en el Betis a los derbis había jugadores que iban con pistola, que se cogía un muñeco vestido de sevillista y se le daba una paliza en el vestuario. Y que luego cuando estuvo en el Sevilla se hacía lo mismo.

Diego llegó en la 88-89 y cuando yo coincidí con él ya llevaba dos años de sevillista. En el fútbol hay mucha leyenda urbana, pero si ha contado eso seguro que es porque es verdad. La rivalidad aquí puede llegar a cotas insospechables. Ese año, por cierto, les ganamos 0-3 en su campo con dos goles de Iván Zamorano.

¿Cómo era Zamorano?

Cuando llegó aquí era desconocido. Venía del St Gallen suizo, pero en cuanto lo veías te dabas cuenta de que era distinto. Tenía unas condiciones físicas bestiales, con ese salto, esa capacidad de remate. Esa temporada fue con Polster y Zamorano y la siguiente con Zamorano y Suker. Eran delanteros que valían para el Sevilla de hoy. Si hubieran tenido compañeros mejores que Monchi (risas)… A saber hasta dónde habría llegado el equipo. Para mí el mejor de todos era Toni Polster. Su instinto asesino no lo tenían los otros dos. Aunque fuese un 10 contra un 9,8, eran top los tres, pero Toni era un matador, con esa corpulencia. Fue una pena que le tocara un Sevilla más humilde deportivamente. Polster, Davor o Iván con un Sevilla actual… ay. De hecho, Suker y Zamorano se fueron al Madrid.

Eso dijo Polster, que no podía coger a Hugo Sánchez jugando en el Sevilla.

El primer año suyo, 89-90, fue máximo goleador empatado con Hugo. Es el récord de goles de un jugador del Sevilla junto con Juan Arza.

Monchi para Jot Down 1

Aquel año debutaste.

Sí, en Atocha, justo cuando empieza la primera guerra de Irak. Se había fastidiado Unzué el menisco. Y tuve la mala suerte de que en el minuto uno, no estoy exagerando, me disparan, se me escapa el balón y Atkinson, un negrito que tenía la Real Sociedad, me da una patada y me saca el dedo. Vino el médico, me quitó el guante y tenía el dedo salido, de hecho aún hoy lo tengo desformado. El médico pidió cambio. Yo dije que cambio los cojones. Que me lo metiera y seguía. Lo hizo y acabé el partido. Empatamos a uno, me marcó John Aldridge. Pero no se habló de mi debut porque hubo un incidente entre Cantatore y Polster, lo cambió con el 1-1, se quitó la camiseta y se la tiró al entrenador. Al día siguiente solo se habló de esto y muy poco de mi salud. Unzué se recuperó pronto y ya jugó el siguiente partido, aunque estaba renqueante y lo tuvieron que operar. De modo que pude jugar cinco partidos antes de que volviera. Recuerdo que contra el Tenerife me marcó Martino. El Tata, el exentrenador del Barcelona. El único gol que metió en España me lo coló a mí (risas).

Luego no se me olvida Gijón, que me vino un balón alto, despejé para echarla a córner, escuché a los aficionados cantar gol y me dije «hostia, aquí ha pasado algo raro». Pues sí, me lo había metido. Encima aquel día Ablanedo estuvo inconmensurable y los periódicos dijeron «la diferencia estuvo en la portería». Y yo…

Luego contra el Atlético me marcó Rodax, volvió Unzué, pero pude jugar contra el Barcelona al final, donde monté otro número. Cada partido fue un incidente (risas). En este no lo hice mal, perdíamos 2-0, goles de Stoichkov y Goicoechea, pero no estuve mal. Sin embargo, recuerdo perfectamente la jugada en que me expulsaron. Acababan de introducir la norma de que el último jugador si hacía falta era roja. Venía Txiki Beguiristain directo, le hice falta fuera del área y me expulsaron. Era el Barça de Cruyff al principio, que nos metió un baño impresionante. Tremendo. Evidentemente, fueron campeones de liga ese año.

Háblame de Suker.

Su inicio fue difícil porque, entre otras cosas, como el idioma, cuando llegó acababa de empezar la guerra de los Balcanes y aterrizó aquí un poco perdido. Pero se integró muy bien al final. No tardó en meterse en la idiosincrasia de la sociedad sevillana y ser uno más. Tienes que entender que Sevilla es un sitio magnífico para el jugador. Tiene todos los condicionantes para que el jugador esté bien. El andaluz en general es muy acogedor y el sevillano, más. La ciudad es muy cómoda, no tiene problemas de tráfico, está bien comunicada, tiene de todo, y el ambiente tan bonito que se ve en los partidos engancha.

El debut de Suker fue en Copa del Rey. Como para olvidarlo. Metió el primer gol en el gol sur y atravesó corriendo en un sprint bestial todo el campo para ir a celebrarlo con los Biris al gol norte. Tardó como diez minutos en recuperarse, pero luego ganamos 4-1 y él metió tres. Martagón era muy amigo suyo, fue su compañero de habitación. Pero aquel año de Víctor Espárrago yo lo recuerdo por ser el más duro de mi vida.

¿Por qué?

Fue mi primera pretemporada con el equipo. La hicimos en Chiclana, justo al lado de mi casa. Era el hotel Al Andalus, que acababa de abrir, y recuerdo que le dije a mi mujer que ese hotel iba a ser un fracaso, ahí en mitad de la nada. Ahora es uno de los sitios más cotizados. Me di cuenta rápidamente de que no valgo para los negocios inmobiliarios (risas). Lo que pasó ese verano fue que las pretemporadas con Espárrago eran muy duras. No es que no fuesen con balón, es que eran sin campo de fútbol. Las sesiones de balón las hacíamos en una calle del campo de golf. En ese momento de la pretemporada Víctor no le daba ninguna importancia al balón. Ahora corro treinta kilómetros sin problemas, pero entonces eran siete un día, ocho el siguiente, nueve al otro. Y cuando llegábamos a diez hacíamos una contrarreloj. Corríamos por las dunas en la playa… Era bestial. Fue mi primera temporada como profesional y lo pasé fatal. Después además fue un año malo, no le cogimos el feeling al equipo.

En la 92-93 vino Carlos Salvador Bilardo.

Mi año favorito. Magnífico. Un sueño. Lo recuerdo todo como si me hubiera tocado la lotería, jugar un año con Maradona y encima entrenado por Bilardo. Es que si te decían «vas a jugar un año con Maradona entrenado por Bilardo» contestabas «Venga, ahora cuéntame la verdad». Tuvimos un grupo magnífico dentro del vestuario. Los más jóvenes, Unzué, Marcos, Del Campo, Conte, Carvajal, Martagón, vimos como llegaban Bango y Monchu, que éramos todos casi de la misma generación y encajamos muy bien. Luego llegó Diego y, la verdad, de él solo puedo hablar bien. Yo era el último mono del equipo y me trataba como a uno más. Guardo el recuerdo de este año como un sueño. Todo lo que pude aprender… y mira que no jugué nada, que no me ponía, pero al lado de Bilardo aprendí mucho. También viajamos mucho. El fichaje de Diego se financiaba en parte con Telecinco y teníamos que andar jugando amistosos. Estuvimos en Buenos Aires, en Córdoba, contra el Sao Paulo, en Turquía contra el Galatasaray, aquí en casa contra el Oporto, el Bayern de Munich, con la Lazio ¡Qué bonito fue ese año!

¿Por qué dices que aprendiste tanto de Bilardo?

Bilardo es la persona que más me ha influido en el fútbol y en la vida. Era un tío metódico, muy adelantado a su tiempo. No porque usara los vídeos, que también, sino porque lo tenía absolutamente todo bajo control. Yo no entro en la parcela táctica, que a mí su fútbol no me gustaba. Era de marcar al hombre, de conceptos que con Luis Aragonés se me cayeron. Pero profesional y personalmente, insisto, de quien más aprendí fue de Bilardo. Era cuidadoso, como digo no dejaba nada al azar. Todos los detalles estaban controlados y esa obsesión la llevaba al extremo. Incluso lo exageraba todo. Por ejemplo, los entrenamientos tenían que verlos todos los miembros del club, los utileros, los médicos…. Su teoría era que si un día se ponía malo él, y el segundo entrenador y el tercero, los tres a la vez, pues tendría que hacer el equipo el fisio y era su obligación saber cómo se entrenaba. Mira, es que hasta recuerdo de Bilardo en los hoteles que cuando todos estábamos en chanclas cómodamente, él iba en botines. Le preguntabas y te decía: «¿Y si arde el hotel? ¿Y si tenemos que salir corriendo? Tú en chanclas…». Lo medía todo. De repente nos llamaba para que en media hora estuviéramos todos en el estadio para ver un vídeo. Nos ponía una jugada de dos minutos y eso es lo que te llevabas para casa. Pero yo en eso soy muy parecido, me gusta tenerlo todo controlado. Igual me preocupo por cosas que son banales, pero es mi forma de concebir este deporte. Todo esto lo aprendí de él, pues estuve a su lado en el banquillo toda la temporada.

Cuando te cogió del pelo un día que os gana el Athletic en el último minuto…

Aquello fue en el debut de Maradona fuera de casa. Habíamos empatado 1-1 y nos metieron un gol en el último minuto, yo me agaché y él me cogió de los pelos del ataque de nervios que le dio. Yo tenía más pelo (risas) pero oye, yo reacciono igual ahora cuando nos meten un gol.

Y Maradona qué.

Cuando él llegó a finales de septiembre, estábamos concentrados en un hotel a las afueras de Sevilla. Nunca lo olvidaré. Estábamos todos en un salón muy amplio y apareció él. Aunque es cierto que no era él, él. Tenía el pelo largo, estaba un poco pasado de peso, pero era Maradona, joder. Y cuando acabamos de comer Carlos nos llevó a todos a una habitación y nos explicó que a partir de ese día en el equipo iba a haber dos grupos. Uno Maradona y el otro todos los demás. Y que teníamos que convivir con eso, que era Maradona. Todos lo aceptamos. En ese momento nos dimos cuenta de que tenía razón, que es que era Maradona. Él tendría unos hábitos y nosotros, otros. Luego Maradona tuvo muchas fases en el Sevilla, mejores y peores. Pero en cualquier caso, siempre fue muy cercano. Su adaptación al grupo fue muy rápida. Lo hizo fácil él. Nosotros al principio manteníamos la distancia porque pensábamos que él iba a mantenerla, pero fue todo lo contrario; él dijo «¡venirse aquí conmigo!».

De Maradona nunca ha hablando mal un compañero.

Era una persona… de verdad. Yo siempre digo que era mejor para el resto que para él, para él no fue bueno, pero para el resto era… ¡Maradona! Recuerdo cuando nos invitó a su cumpleaños a su casa, nos dio de todo, tan cariñoso, tan cercano. Mi relación con él se hizo fuerte porque Maradona no podía pasear a cualquier hora. Siempre que salía tenía a diez mil detrás. Entonces se daba una vuelta muy temprano. Y como yo era de dormir poco, me iba siempre con él. Con esos paseos a las ocho de la mañana hicimos amistad. Me regaló un reloj, qué risas, un Cartier, y me dijo: «No sabes por qué te lo regalo». Yo ni idea. Y siguió: «¿No te acuerdas de que un día íbamos paseando por las Ramblas en Barcelona?». Resulta que yo aquel día llevaba un Rolex falso, no me daba para mucho más, y él me dijo: «Qué reloj tan bonito tienes». Y yo: «No, es falso Diego, lo he comprado en Ibiza por cinco mil pesetas». Se quedó con eso y cuando ya se iba a ir me llevó a su casa con Monchu y Conte, con los que mejor se llevaba, y me hizo este regalo. Todavía lo tengo, por supuesto. Me dijo: «Toma, para que no tengas que volver a llevar relojes falsos». Diego era un buen tipo. No era nada divo ni prepotente. Tenía sus defectos, pero en el cara a cara, en el día a día, era tan normal. Luego el 20% que dio aquí era el 200% del resto.

El club le echó, le despidió.

La relación con Maradona fue ascendiendo, llegó a una cima y luego bajó. Hubo un punto de inflexión que fue el partido que quiso jugar con su selección. Nosotros jugábamos en Logroño, Luis Cuervas le hizo venir de una concentración nacional y ahí se encabronó un poco y se dejó ir. Empezó a faltar a los entrenamientos, al final llegó a tener una discusión terrible con Bilardo en el partido contra el Burgos…

Pero porque le hicieron jugar infiltrado para luego cambiarle.

Le pincharon el tobillo y le cambió porque no estaba bien. Al salir del campo Diego lo puteó, al pasar al lado de Bilardo lo insultó y en el último partido de liga, en el que nos jugábamos la UEFA, ya no jugó. Pero la cosa venía desde enero.

También estaba el Cholo Simeone.

Vino un poco a la sombra de Maradona, llegó del Pisa. Era semidesconocido. En aquel momento no había los medios que hay ahora, que tú en tu casa le das a un botón y ves toda la carrera de cualquier jugador. El Cholo al principio no llamó mucho la atención porque técnicamente no era nada del otro mundo, pero cuando empezó a salir ese jugador que llevaba dentro, lo que se ve ahora, una verdadera roca, enseguida se convirtió en alguien importante. Muchas veces me preguntan si cuando jugaba era como ahora de entrenador. Pues mira, es que era un entrenador dentro del campo. Ordenaba, mandaba. Y a pesar de que llegó como «el otro Diego» al poco tiempo se convirtió en «Diego». El «Diego» del Sevilla, Diego Pablo Simeone.

Luego en persona Cholo no era mucho de amistades en el vestuario, porque vino con su pareja y demás, no salía con nosotros. Pero después sí se integró y le gastábamos muchas bromas. Maradona sobre todo se metía mucho con él. Recuerdo que, como yo no jugaba, me quedaba después de los partidos a entrenar con ellos a que me lanzaran tiros. Maradona siempre le decía «¡Cholo, que tienes los pies redondos!». Pero fíjate a lo que llegó después, en qué equipos importantes ha jugado, y eso fue porque era muy bueno táctica y físicamente. Especialmente, su gran virtud fue que era muy inteligente. Mucho.

Monchi para Jot Down 2

93-94, Luis Aragonés en el banquillo.

Es el entrenador con el que mejor he trabajado tácticamente. Y yo percibía que bajo su mando el equipo cuando salía al campo tenía perfectamente claro qué quería hacer. En aquellos años ya era un entrenador con el que se trabajaba la presión, se asociaban líneas. Tenía un proyecto complicado porque venía después de Bilardo, un entrenador con el que estuvimos muy implicados, no era fácil, pero logró dos campañas magníficas. En la primera estuvimos a punto de entrar en la UEFA, pero la perdimos en el último minuto cuando falla Djukic el penalti famoso. Nunca lo olvidaré. Último minuto del partido, el Barcelona nos ganaba ya 5-2. Yo estaba con los cascos en el banquillo, pitan penalti en Coruña a favor del Dépor, toda la grada del Camp Nou callada y un segundo antes de que lo fallara por la retransmisión que yo estaba escuchando, ya saltaron todos los espectadores gritando. El Dépor se quedó sin liga y nosotros sin UEFA. Y al año siguiente de Luis por fin lo logramos.

Pero ya digo que Luis como entrenador para mí es el mejor que he tenido. Igual con Bilardo aprendí más cosas, pero Luis manejaba bien todas las facetas. Era un gran motivador, un tío trabajador, un gran analista, sabía estar, sabía mirar para otro lado cuando tenía que mirar para otro lado, encarar los problemas cuando tenía que encararlos. Fueron dos años muy bonitos y muy buenos.

A aquel Sevilla llegaban muchos fichajes que le había salido rana al Madrid, al Atlético o al Barcelona.

Más o menos. A Luis le gustaba fichar a gente que le conocía, como Soler, a Pedro, a Juanito, a Moacir, Quique Estebaranz. El concepto de dirección deportiva de entonces era diferente. Los entrenadores tenían más trascendencia sobre la decisión y Luis traía a gente cercana, que conocía.

Tú solo jugaste Copa del Rey. ¿Estar tanto tiempo en el banquillo te enseñó a ver el fútbol de otra manera?

Lo que para mí fue un problema en su momento, no jugar tanto como me gustaría, luego me vino muy bien. Aprendí mucho de los entrenadores que tuve al lado. Además, a mí particularmente me gustaba el fútbol. Me preocupaba de leer las alineaciones rivales, de ver cómo jugaban los demás equipos. No lo hacía pensando en que un día sería director deportivo, sino porque me gustaba. Decía a los compañeros lo típico de cuidado que este regatea por este lado, o este portero se tira más hacia este, etc… Como no podía sumar jugando, intentaba hacerlo de otra manera.

¿Cómo te tomaste lo de Al Ataque, el programa de Alfonso Arús en Antena 3 donde te imitaban?

Hubo fases. Al principio no lo entendía, me preguntaba que por qué yo. Portero suplente del Sevilla, nadie me conocía, ¿por qué yo? Y me enfadaba, pero luego terminé viéndolo en el salón de mi casa con mi mujer y riéndonos. Lo asumí. Pero en inicio me costaba entenderlo. ¿Tenía un habla muy andaluza, tal vez? Contacté con Sergi Mas, que era el actor que hacía de mí, y me dijo que no había ningún motivo. Respondió: «Lo hemos hecho y ya está». Luego íbamos a jugar a Barcelona, yo era suplente y la gente me aplaudía, era más famoso que en Sevilla. Porque como sabrás este programa se emitió primero en TV3, como Força Barça. Ahí empezó mi personaje, que vieron que tenía cierto éxito y decidieron llevárselo a Antena 3.

Hablemos del descenso federativo de Celta y Sevilla. Dice un amigo mío que es la única manifestación que ha habido en España que ha servido para algo.

Ahora se han cumplido veinte años. La noticia del descenso a nosotros nos cogió en Chiclana, en la concentración. Fue una verdadera pesadilla. Yo estaba con Unzué de compañero de habitación, íbamos a entrenar en segunda sesión a las siete de la tarde y a las cinco apareció Jiménez aporreando la puerta diciendo que nos habían descendido. Un resumen de la situación muy descriptivo de todo lo que pasó es lo que yo le dije inmediatamente a mi padre, que en paz descanse, que al apartamento que yo tenía en San Fernando le pusiera el cartel de «Se vende». Y también estaba la pena de ver a un equipo como el Sevilla desaparecer prácticamente. Recuerdo que en pretemporada jugamos un partido contra el Chiclana y se colaron ahí no sé cuántos miles de sevillistas. Nosotros, los jugadores, éramos convidados de piedra en todo esto. Al volver de la concentración sí que fuimos algunos jugadores a una manifestación que hubo en la Plaza de España, Jiménez, Tevenet, Pineda, yo…. Y nos pasamos quince días con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar.

Lo que no creo es que haya que menospreciar todas aquellas movilizaciones, lo que hay que hacer es criticar la no movilización en otros ámbitos. Hay gente para la que el Sevilla es más importante que su familia. Aquí hay gente que se quita de muchas cosas para poder tener dinero para un carné. ¿Eso es malo o es bueno? Es un sentimiento, contra eso… Sevilla es una ciudad donde los sentimientos que no son privados son muy grandes. La Semana Santa, el Rocío, incluso la Feria. Son celebraciones que están tan dentro de la forma de ser del sevillano que para ellos llega a ser algo vital.

Esto que dice tu amigo lo he escuchado muchas veces, que la gente se movilizó para salvar al Sevilla pero no para salvar Astilleros, por ejemplo. Pero el problema no fue que se movilizaran por el Sevilla, sino que no se saliera a defender Astilleros. No sé si me explico. Hay gente en Sevilla para la que este club es su vida. Lo han mamado desde chicos y lo llevan tan dentro que… Mira, yo no lo he sentido desde pequeño, que soy sevillista de adopción, pero el año que bajamos a segunda fue el día más triste de mi vida. Así lo sentí. Igual luego se te muere un primo y no lloras. La explicación está en cómo es la persona, lo que significa para ellos interiormente su club. Salieron a la calle porque querían defender algo que era su vida. Si tu hijo tiene un problema, lo defiendes a capa y espada. Pues esto fue igual. Además, fue todo espontáneo. No hubo nada preparado, y fue así porque la gente sentía que se le iba la propia vida con el descenso a segunda B.

Ese año cayó el presidente Luis Cuervas. ¿Qué cambió al cerrarse esa etapa?

Se perdió un presidente que no obtuvo el resultado que merecía todo lo que él puso sobre la mesa. Con Luis Cuervas el Sevilla salió del anonimato con jugadores como Suker, Zamorano, Maradona, Simeone, pero luego no hubo un reporte. Al final fue un Sevilla que se quedaba cada año en mediocre y como mucho un poquito más, pero poco. Sin embargo, hizo cosas importantes. Fue un buen presidente sin el lustre de los resultados. No digo títulos —porque en aquella época era impensable ganar uno para un equipo como el nuestro, ahora sí porque hay ocho, pero entonces nada— pero debimos ir más veces a Europa.

¿Es verdad que el Maestro Araujo te puso el apodo de «el León de San Fernando» en una eliminatoria de Copa de ese año contra el Compostela?

No. Vino por ahí, pero el partido famoso fue un Atlético de Madrid-Sevilla contra el Atlético del doblete. Pasamos una vez del medio campo y metimos un gol. No sé la barbaridad de veces que nos tiraron a nosotros, pero esa tarde, yo, si me quitaba de en medio me daba el balón. Lo paré todo. Todo. Igual fueron cincuenta tiros. Me puso el Marca o el As un cuatro. Y aquel día Antonio me colocó el apodo del León. San Fernando es la isla del león e hizo ahí el juego de palabras.

Ese año llega Rambo Petkovic rebotado del Madrid.

No era mal jugador, pero tuvo mala suerte. Eso entró dentro de la operación de Davor, que se medio vende a mitad de temporada y vienen al Sevilla Petkovic y Agostinho. Entraron con mal pie porque la gente los comparaba con Suker, pero Petkovic no era malo, tenía un golpe de balón magnífico. Lo que pasó fue que se lesionó pronto, en un partido contra el Sporting de Gijón, y ya no levantó cabeza.

Peixe, que fracasó estrepitosamente, luego en Portugal volvió a la élite.

Peixe era un jugador magnífico, hombre. Lo que pasó es que llegó aquí y a los tres días, descenso federativo. Y Toni Oliveira, que era el entrenador portugués que lo trajo, al mes se marchó. Entonces le entró saudade, morriña, y se fue él también. Era de la generación de Figo, de Joao Pinto y todos estos y era un mediocentro defensivo muy bueno, pero aquí le pasó por encima todo.

Ese año, que jugaste en primera varios partidos, te marcaron jugadores emblemáticos: el Pizzi del Tenerife, Morientes con el Zaragoza, Laudrup con el Madrid, Dubovsky en Oviedo, Bakero en Barcelona y Mijatovic dos con el Valencia.

Recuerdo especialmente el de Valencia, que marcó mi vida. Echaron a Oliveira, vino Juan Carlos Álvarez que contó primero con Unzúe pero luego ya me puso a mí de titular. Y en el partido de debut, zas, me marcó Pizzi cuatro. Salí en todos los telediarios. Cada vez que jugaba se enteraba toda España. Despidieron a Juan Carlos y vino Espárrago, su segunda etapa, que me dejó jugando. Esta fue mi mejor época como jugador junto con los últimos seis meses de mi carrera. Jugamos contra el Espanyol de Camacho en Barcelona, paré un penalti y luego ganamos con gol de Pepelu. En el Camp Nou empatamos a uno y también fue un buen partido. Y al final nos estábamos jugando el descenso más o menos, y contra el Valencia en su casa. En el primer tiempo, a los quince o veinte minutos, Mijatovic se queda solo, me intenta regatear, quise no hacerle penalti, pero le di y encima me caí mal con el hombro. Metió el penalti y yo me quedé con el hombro fastidiado. Seguí jugando, en el descanso estaba destrozado, pero continué porque yo era cabezón. En la segunda parte le hice otro penalti, que me tiré para el lado donde tenía el hombro bueno y se lo paré. Y luego metió otro. Perdimos 1-2. Era Zubizarreta el portero del Valencia. Y yo nunca me recuperé de esa lesión. Uno de los motivos por los que me retiré del fútbol fue por los dolores del hombro.

Dos partidos después de ese de Valencia fue la famosa aparición de Suker en su último partido como sevillista.

Nos estábamos jugando el descenso, había pocas posibilidades de bajar, de hecho luego quedamos duodécimos. Pero existía la posibilidad de carambola. Suker estaba concentrado con la selección de Croacia para jugar la Eurocopa y se vino expresamente para jugar ese partido. Metió tres goles y se fue. Salió a hombros del campo, como los toreros. Era el último partido de su vida como jugador del Sevilla y fue de chapó.

Monchi para Jot Down 3

Llegó Camacho.

Estuvimos veintidós días concentrados en Holanda. Una barbaridad. Mirando los patos todo el día, no recuerdo una concentración más aburrida que esa. Nos regalaron unos móviles, cuando nadie usaba de eso todavía, y los llamábamos «los delanteros» porque estaban todo el día «buscando red». Veintidós días sin cobertura con los Airtel. Y cuando por fin llegamos a España, el primer entrenamiento de octubre se me volvió a fastidiar el hombro en una caída. Jugué con Camacho hasta que lo echaron y lo hice muy renqueante. Parando más con la izquierda que con la derecha.

Fue el año del descenso.

Hubo de todo ese año. En lo que a mí respecta, tuve actuaciones buenas y otras horrorosas. El día que echaron a Camacho contra la Real Sociedad por mi parte fue un desastre. Ganábamos 2-0 faltando ocho minutos y perdimos 2-3. De mi papel ese día te digo que de los tres goles me tragué cuatro (risas). Luis Carlos Pérez, periodista de Sevilla, siempre me cuenta que me tenía puesto un tres en la crónica hasta que llegaron esos ocho minutos y me tuvo que poner un cero. Fíjate cómo fueron.

Estaba Robert Prosinecki.

Era un gran tipo. Cariñoso. Pero aquí ya venía justito, aunque jugaba muy bien al fútbol. Pero es que deportivamente ese año fue todo un desastre. El grupo que teníamos nos hartábamos de reír, salíamos mucho, había muy buen ambiente con Robert, con Onésimo, que también andaba por ahí. Llegó Vassilis Tsartas

Un genio.

La mejor zurda que ha tenido el Sevilla después de Davor Suker. La calidad de Vassilis era impropia de su equipo. Estaba muy por encima de nosotros. Quizá era un poco lento en la traslación, pero…

Una vez en elCerro del Espino, en un partido contra el Atlético de Madrid B, quise fotografiarle, no lo distinguía entre el grupo que corría en el calentamiento, le pregunté a un aficionado sevillista quién era y me contestó: «¡Quién va a ser, el que va andando!».

(Risas) Ese día le paré un penalti al Atlético y dijeron que estaba amañado porque lo lanzó Sequeiros, que era de nuestra cantera. Tsartas era espectacular. Le costó arrancar, pero tenía mucha calidad. Se mereció jugar en un Sevilla mucho más grande. Cuando llegó lo trajo una agente que me lo dejó a cuidado, porque era medio introvertido. Yo lo recogía cada día, hice una buena amistad con él. Era calladito, muy educado, pero luego en el campo…

Vino con Petros Marinakis.

Uf, no me preguntes por aquellos fichajes porque llegó cada individuo…

A Tsartas lo trajo Herminio Menéndez.

El director deportivo era Rosendo Cabezas, que hasta hace poco ha trabajado conmigo y todavía colabora, lo que pasa es que ya es mayor y está retirado. Herminio llegó en un momento de vacío de poder, en agosto del 95, hubo varios presidentes y cogió fuerza. Era un buen gestor. En un momento difícil fue capaz de aguantar con sus hombros el Sevilla.

¿Qué opinión tienes de González de Caldas?

Como persona, conmigo se portó siempre muy bien. Siempre como un señor. No tengo capacidad de juzgar lo que hizo como presidente porque yo era jugador y no me enteraba de nada. Pero en lo personal me trató muy bien. Había pactado una renovación con él, lo tenía todo acordado, vino la vorágine de que se iba a ir, no se había firmado el contrato, y justo un día antes de su marcha me llamó y me dijo: «Lo que prometí aquí está, aquí tienes el contrato». No tuvo por qué hacerlo.

Ese Sevilla que se desmoronó y acabó bajando a segunda arruinado coincidió con una de las mejores generaciones de la cantera de su historia. Si no hubiese habido ese hundimiento, con esas incorporaciones el Sevilla podría haber volado ya entonces. Salva, José Mari, Yordi…

Carlitos, Tevenet, Marchena poco después. Fue la pescadilla que se muerde la cola. Esa generación salió por el declive de la primera plantilla, que había cada individuo sospechoso que era para descambiarlo, el entrenador Julián Rubio subió a Velasco, a Luque, a Loren, dio oportunidades, incorporó también a lo que venía detrás, Salva y José Mari, pero claro, el entorno del equipo no hacía que brillara el conjunto. Los chicos solo se lucieron individualmente, por eso no tuvieron un mayor reconocimiento. Pero la generación era espectacular, fueron todos campeones de España de juveniles.

¿Por qué dimitió Bilardo en esta, su segunda etapa como sevillista? ¿Es verdad que fue porque no quiso cargarse a los veteranos, que eran sus amigos?

Bilardo vino como última solución. Obligado por la amistad que tenía con Rosendo Cabezas. Pero se encontró una generación de jugadores que eran cinco años mayores, de los que era amigo de todos, lo era mío, de Unzúe, de Jiménez… y tuvo que tomar decisiones deportivas que afectaban a sus amigos. Por eso dijo que no podía. Y que si no podía ser él mismo, prefería irse. Bilardo era muy buen tipo, tenía muy buen corazón.

No ha quedado esa imagen de él.

Mira, en el primer año de Bilardo, yo tenía una cláusula por partido por la que si jugaba cinco, me daban la mitad del contrato y si jugaba diez me lo doblaban. Con Bilardo jugué cuatro solo de Copa del Rey contra la Gimnástica Ponferradina y el Gimnástico de Alcázar. Tenía solo cuatro partidos y si jugaba el quinto, tenía un plus de setecientas cincuenta mil pesetas. Mi sueldo era de un millón y medio. Esa prima para mí era la vida. Le planteé mi problema y me dijo que no me preocupase, que me lo daría. El problema es que el equipo estuvo compitiendo hasta el final, hasta el último día y no hubo un solo minuto donde pudiera decir que no nos jugábamos nada, que saliera Monchi. Yo entendí perfectamente quedarme en el banquillo, era razonable. No se podía y no se podía. El último día, en Gijón, no nos clasificamos. Llegó y comentó que quien quisiera salir a tomar una copa que podía. Yo me estaba cambiando y cuando los demás se fueron me llegó llorando. Me abrazó y me dijo: «Te he fallado, una cosa que te prometí y no te la he podido dar». Me puse a llorar yo también, porque soy muy llorón y le insistí que no pasaba nada, que lo entendía, que no se habían dado las circunstancias. Se quedó el tema ahí y cuando fui a cobrar me pagaron el premio. Aluciné y me contaron que lo había puesto Bilardo de su bolsillo. Eso te da cuenta de cómo es. Fue un tipo muy especial, muy duro, pero en la fachada.

Partido de copa contra el Isla Cristina. ¿El día más duro de tu vida?

Ese es el que me recuerdan los aficionados, ese y el de la Real Sociedad.

Me dicen que había que verte la cara ese día.

Yo he salido dos veces por una puerta distinta a por donde se tiene que salir. Ese día fui yo solo y el otro todo el equipo, en el 98. El día del Isla Cristina habíamos descendido, tuve actuaciones malas. Pero ese año había empezado jugando yo y no lo estaba haciendo mal. En la ida en San Roque, porque el Isla Cristina no tenía campo, ganamos 1-2. En casa todo se presentaba bien. A los diez minutos les expulsan a uno y metemos un gol. Creo que el día de la Real Sociedad tuve culpa, pero este día la verdad es que no. Luego nos empataron, nos fuimos 1-2, y yo no tuve nada que ver en esos tantos. Faltando diez minutos empató Tsartas y en el último minuto, yo estaba adelantado, jugando un poco como de libre, Mariano me coló una vaselina. Salí del estadio en la furgoneta del utilero. Me tuvieron que sacar el coche y llevármelo a la puerta del Corte Inglés. Y cuando iba con el coche, en cada semáforo había aficionados y tenía que taparme la cara. Fue un día terrible. De hecho, me he perdido pocas convocatorias en mi vida y Julián Rubio me tuvo castigado, apartado del equipo, porque decía que mi presencia en el banquillo era negativa para los compañeros porque los aficionados se cabreaban solo por verme. Cinco o seis partidos estuve sin convocar.

Un año horroroso el primero en segunda.

No subimos. Después vino Castro Santos, ficharon a Paco Leal.

Le quitas la titularidad.

Se la quité a Casagrande en el primer año en segunda y a Leal en el segundo.

Este año fue un desastre también hasta que llegó Marcos Alonso, el equipo hizo una remontada tremenda y logró subir clasificándose para la promoción.

Tuvo mucho que ver el preparador físico de ese equipo, el profe Ortega, que ahora está con Simeone en el Atlético de Madrid. Su aterrizaje en España fue en Sevilla. Era un obseso del peso. Jugué toda mi vida de futbolista con ochenta y un u ochenta y dos kilos. Cuando llegó él me dijo que tenía que perder ocho kilos. Soy muy obsesivo y cabezón, se me metió en la cabeza perder el peso y bajé los ocho kilos. En el último partido, contra el Villarreal aquí en casa, no soy yo. Tengo una cara demacrada. Pero él tenía razón. Cuando pesaba setenta y tres o setenta y cuatro, me decía que me imaginase que me ponía una mochila de ocho kilos y me pusiera a parar. Y claro, sí que hay una diferencia. Así hice un final de temporada muy bueno. De todas formas, con lo que me quedé ese año fue con que del «Mochi, vete ya» al «Monchi, quédate» hubo cuatro partidos. Eso me dio una gran lección, que en este deporte hagas lo que hagas siempre te puede tocar a ti. El ejemplo de eso fue esta temporada en segunda. El equipo estaba, en el domingo de Resurrección, en abril, el duodécimo. Habíamos jugado en Albacete en la jornada anterior y perdido 3-0. Imagínate qué Semana Santa nos esperaba, y encima como estaba yo, con mi mujer embarazada. Al final decidí salir de casa porque me gustan mucho las cofradías, pero la ponía delante a ella delante con la barriga para dar pena y que no se metieran conmigo.

El caso es que ese domingo jugábamos contra el Toledo en casa. En el hotel de concentración, los Biris nos tiraron huevos. Y no entraron los primeros quince minutos del partido como protesta. Échale, cuando quisieron entrar, nos metieron el 0-2. Imagínate yo, en la portería del gol norte, donde están ellos, que acababan de entrar y nos habían enchufado el segundo. Cada vez que me pasaban el balón, no veas. Le tuve que pedir a Hibic y Prieto que por favor no me la echaran más. Al final empatamos a dos e incluso estuvimos a punto de ganar, aunque tuvimos que salir todo el equipo por la puerta cinco. No obstante, desde ese día empezamos a subir. Hasta ganamos 0-1 en Málaga, el día que más miedo he pasado en un campo en mi vida por la actitud del público. Tengo una cicatriz en la cabeza de un monedazo que me dieron ese día en el calentamiento. Y de ahí fuimos a jugar la promoción con el Villarreal, goles de Tsartas, y a primera.

Y te retiras.

Tenía el hombro fastidiado. Decidí retirarme si ascendíamos. Pero al subir mi nombre fue de los más coreados y por ese prurito de egocentrismo y que tenía contrato aún, que había renovado hace poco, seguí. Empezamos la pretemporada en Holanda, pero vi que no era buena idea, me ofrecieron seguir como delegado y acepté.

Monchi para Jot Down 4

¿Por qué ese año de regreso a primera se ficharon tantos uruguayos?

Los primeros en llegar fueron Tabaré y Nico Olivera, que salieron bien, colaboraron con el ascenso. Y como salieron bien pues se dijo: traemos más. Sobre el papel no estaba tan mal. Otero había metido diez goles con el Vicenza en Italia. Podestá era joven, pero prometía. Y a Zalayeta, que venía de la Juventus, luego le fue muy bien en Italia. Pero el año fue otra vez para enmarcar. Todo lo que pudo salir mal, salió mal. Creo que descendimos en enero. Nos cerraron el campo no sé cuántos partidos ¡y yo de delegado! En el primer partido le dieron un botellazo al árbitro, en otro con una lata, luego el famoso cuchillo… fue una ruina de año. Cuando dejas el fútbol quieres tener una vida tranquila y yo me vi doce horas al día encerrado en el club. Teníamos el diez por ciento de los empleados que hay ahora. Yo hacía de delegado, de jefe de prensa, organizaba los viajes, iba a las peñas. Roberto Alés me dio la oportunidad después de ser director deportivo porque veía que trabajaba, que podía hacerlo todo. Veinte mil cosas más de las que tenía que hacer. Y aprendí mucho, conocí la otra faceta del fútbol, lo que hay fuera del jugador, pero lo pasé muy mal. Además, me convertí en el hombre del club para solucionar los problemas de los que el año pasado eran mis compañeros, y yo había sido el capitán. De capitán pasé a su asistente. Eso también me resultó complicado.

Cuando el equipo vuelve a bajar y Alés te quiere de director deportivo has declarado que a él no le podías decir que no a nada.

Alés era muy entrañable, por la forma de plantearte las cosas veías que iba de corazón. Por aquel entonces yo vivía en el club. De mi hijo mayor, Alejandro, me acuerdo de su infancia, pero de la segunda, María, no. Un día me llamó Alés a su despacho y me dijo que querían que me involucrase más en el tema técnico. Si me hubieran dicho que me involucrara más en la pintura del estadio habría dicho que sí a ser pintor. Porque entonces para mí la secretaría técnica era lo mismo que pintar el campo: no tenía ni idea. Y eso no es todo: además, me hicieron cobrar la mitad. Había renunciado como jugador a dos años de contrato, perdoné la ficha de mis dos mejores años, que tenía un buen contratito. Como delegado estuve bien pagado, no te voy a engañar, pero como secretario técnico ya era la mitad.

Con ese ánimo, le tienes que montar a Caparrós un equipo a coste cero. Cuenta la leyenda que viajabas en tu coche por los estadios, pagándote las dietas de tu bolsillo.

En mayo empezamos a preparar el equipo de segunda. Teníamos que vender todo porque estábamos en quiebra técnica. Vendimos a Marchena al Benfica, Jesuli al Celta, Tsartas al AEK y Juan Carlos al Atlético de Madrid. Sacamos de ahí unos tres mil millones que era más o menos lo que necesitábamos para respirar porque Hacienda nos lo tenía todo bloqueado. Así me tuve que poner a montar un equipo. La única ventaja que tenía era estar seguro de que estaríamos en segunda. Con Pepito Alfaro, que me enseñó mucho y ha muerto el pobre, cogíamos y nos íbamos un sábado por la mañana a Madrid o Barcelona, en coche o en tren, más en tren que en AVE, y veíamos todo lo que podíamos. Yo cuatro partidos y él otros cuatro. En un mes y medio hicimos algunos informes y con Joaquín Caparrós ya diseñamos la plantilla, que salió de la nada. Fichamos diez o doce jugadores creo que por cuarenta millones de pesetas. Pero tuvimos una ventaja: la marca. En el mercado en el que me he movido siempre he sido dominador por mi marca. Estábamos muertos, pero éramos el Sevilla. Le decías a Pablo Alfaro, a Loren o a Notario, oye, que soy el Sevilla. Y escuchaban. Porque nosotros siempre le hemos peleado los jugadores a equipos normales, menos una vez que pujamos con el Milan por Poulsen y ganamos, nunca hemos rivalizado con el Chelsea y estos.

Con un equipo diseñado para no descender se sube arrasando.

El equipo era para ascender (risas) lo que pasa es que con los fichajes la gente empezó a decir «Con Roberto Alés, a 2ªB». Traíamos a Notario de Granada, a Puli del Ceuta, a otro del Athlétic de Bilbao B, César. David Castedo del Mallorca, donde no jugaba. Pablo Alfaro, que estaba dando vueltas por el mundo. Con esos nombres la gente pensaba que no íbamos a llegar muy lejos.

Explotó Reyes.

Ya había debutado conmigo de delegado, pero en primera pegó el salto. Era un prodigio de la naturaleza. Un portento físico. Reyes es muy bueno técnicamente, pero entonces lo que rompía era su capacidad física. Podía jugar con un nivel de intensidad altísimo constantemente. Hacía esfuerzos una, dos, tres, cuatro, veinte veces. Eso era lo que le hacía distinto. Un jugador así nace una vez cada diez años y tuvimos la suerte de que naciera aquí.

¿Y en lo que respecta a su personalidad?

Hay que quererlo. No es un mal tipo, pero tiene su forma de ser. No le da trascendencia a las cosas, vive su día a día, es feliz. Yo lo quiero mucho y posiblemente las broncas más grandes que le han echado en la vida se las he echado yo. Y me veo con capacidad para echárselas porque lo quiero y él lo sabe. Pero tienes que quererlo. Los que son artistas son artistas. A Camarón de la Isla tenías que aceptarlo como era, pues igual a Reyes.

Perdisteis la UEFA en el último partido de liga, en Sevilla se recuerda como «el amaño».

No digo que fuese un amaño para no ofender a nadie (risas). Lo importante fue que, vamos a ver, hicimos un equipo que creció paso a paso. Fue un proyecto que se cimentó desde la base en todos los ámbitos, el deportivo y el estructural. El club fue creciendo de manera concéntrica.

La caída al pozo tan dura fue buena en ese sentido, os hizo aprender.

La gran virtud de Roberto Alés fue decirle a la gente «somos el Sevilla, somos muy grandes, somos muy buenos, pero estamos en segunda, arruinados, con una plantilla mediocre y sin nada; así que vamos a darnos cuenta de lo que somos realmente». Él fue capaz de verlo y de transmitirlo, que es lo más difícil. Luego con Del Nido el equipo fue creciendo y José María fue capaz de atreverse poco a poco a subir los objetivos y las ambiciones.

El Sevilla de Caparrós tuvo fama de ser muy duro, no había jornada en la que no lo recordaran los periodistas.

Más que duros, éramos fuertes, intensos, agresivos en cuanto a contundencia, pero matamos una vez a un gato y nos llamaron… ya sabes.

¿Lo de estar a punto de matar a Arango?

Ya venía un poco de atrás. Nosotros lo que intentábamos era sacarle partido a nuestras virtudes y no matábamos a nadie, éramos duros, pero honestos, leales y varoniles.

Monchi para Jot Down 5

En la 2002-2003…

¡Te has olvidado de mi anuncio! La primera campaña de publicidad del Sevilla la hice yo. Llegó Manolo Vizcaíno como director de marketing e hizo una campaña de publicidad para los abonos, y me utilizó a mí como actor. ¿Cómo era el eslogan? No me acuerdo. Yo salía con una chica embarazada, como si fuéramos una pareja. Ella va al ginecólogo a hacerse una ecografía y cuando vuelve a casa le pregunto: «¿Es niño o niña?». Y dice: «Sevillista». Entonces se veía la ecografía y salía, en lugar de un corazón, un escudo (risas).

Ese año ya se pudo ganar al Barça 0-3.

Con goles de Toedtli. En la 2001-2002 ya estuvimos a punto. Íbamos creciendo poco a poco, como te digo.

Pero este año llegó un chaval desconocido llamado Dani Alves.

Fue un año duro para mí porque murió mi padre. Le pillamos en invierno, junto a un griego del Ajax, Nikos Machlas. La noticia de que mi padre tenía cáncer, un cáncer galopante que se lo llevó en tres meses, me cogió en Ámsterdam viendo un Valencia-Sevilla en casa de un amigo. Con lo del cáncer no le pude prestar mucha atención al fichaje de Alves. Estuve mucho tiempo en San Fernando. A Dani la verdad es que le costó mucho trabajo integrarse. Venía de Bahía, medio perdido. Joaquín no le encontró mucha ubicación, sus primeros seis meses no fueron nada buenos. Antes de que explotase su calidad jugó en todas las posiciones. Lateral izquierdo, media punta, de todo. Al final sí que se le veían cosas distintas, Caparrós fue capaz de aguantarle y el resultado, pues mira.

La paciencia fue la clave y no solo en este caso.

No quiero quitarnos méritos, pero eso depende de la exigencia. Cuanto más se exige, menos paciencia puedes tener, y al revés. Nuestra presión entonces era menor. Así pudimos traer a Alves y esperar a que demostrara lo que podía dar de sí, a Baptista y esperar a encontrarle una posición donde explotara, lo mismo que Adriano, Luis Fabiano… En el caso de Alves hubo dos Danieles. Primero un tío que llega y no se entera de nada, que parece que se ha caído de un guindo, y otro Daniel que va ganando peso. Pese a todo, a mí lo que siempre me ha llamado la atención de él es su profesionalidad. Su capacidad competitiva, no solo en el campo, también en el entrenamiento. No se perdía uno. Hasta en los de recuperación él quería entrenar y había que decirle que no.

En la 2003-2004 fue el llamado «salto de calidad».

Ese fue el eslogan. Llegaron Baptista, Hornos, Aitor Ocio, Martí, Esteban, Darío Silva. Ahí hubo un cambio de registro. Veníamos de ascenso, dos años de permanencia, y la gente empezó a demandar algo más. Por eso se elaboró en el departamento de marketing el eslogan que anunciaba que íbamos a por otras cosas. Le metimos cuatro al Madrid de Queiroz en casa, con una noche apoteósica de Reyes y Alves. Así, después del nivel que mostró Reyes, lo pudimos vender al Arsenal y con lo que llegó tapamos agujeros y otra vez pudimos aspirar a un poco más. Y suma y sigue.

Además, se fue Reyes, pero apareció Navas, que por cierto le cerró el paso a su hermano.

Sí, Marcos Navas, que venía del filial también, jugaba en la banda derecha, pero su hermano tenía más calidad. De hecho, le pasa por encima.

Julio César Clemente Baptista, «la Bestia».

Tengo que confesar que a Baptista le llamaron «la Bestia» porque yo me confundí en la rueda de prensa. Él no era «la Bestia», le decían «la Roca». Me confundí, dije «la Bestia» y con eso se quedó. Su día clave fue en La Línea, donde jugamos un amistoso, nos expulsaron a alguien, no sé si a Reyes, se cambió el sistema, se le adelantó y metió dos goles. Dijo Caparrós: joder, este tío tiene gol. Lo empezó a adelantar, a jugar de segundo delantero, y vaya si tenía: veintipico goles cada año marcó.

¿Y Darío Silva?

Lo firmamos buscando ese delantero racial, pero no tuvo el rendimiento que todos pensábamos. No dio todo lo que pensamos que podía dar. No estuvo mal, pero no fue el del Málaga.

Más adelante se intenta recuperar a Jesuli. ¿Por qué?

Habíamos fichado a Renato, Makukula, Aranda, Sales… queríamos crecer, mantenernos. Ya nos metíamos todos los años en Europa. Incluso estuvimos a punto de entrar en Champions, que nos la quitó el Betis. Y trajimos a Jesuli porque estábamos buscando un jugador de banda. Negocié con el Chelsea por Gronkjaer y al final no pudo venir. Después pensamos en Riera y al final fuimos a por Jesuli. Había estado a muy buen nivel en el Celta. Apostamos por él y tuvo un buen comienzo pero luego no dio lo esperado…

En Vigo le criticaban que no es que saliera de marcha más de lo debido, es que no lo disimulaba.

No sé. Nunca he sido policía con este asunto. No sé si es virtud o defecto. No me gusta seguir a los jugadores. Yo les digo: tú verás lo que haces, estás en Sevilla, aquí se sabe todo, siempre va a haber un testigo. Si te cuidas, bien, si no, jugará otro. A mí la gente, los aficionados, me mandan wasaps, me escriben mails contándome lo que hacen los jugadores por la noche, pero no creo en eso. No sé si es bueno o malo, pero como no creo en fiscalizar a la gente no lo pongo en práctica.

Adriano fue suplente bastante tiempo.

Venía de un equipo pequeño, al igual que Alves, y aterrizar a un club de la dimensión del Sevilla les cuesta. Pero tenía unas condiciones increíbles. Un tren inferior tremendo, era un portento físico, tenía una potencia… Podía golpear con las dos piernas. Poco a poco su nivel se impuso.

Victoria en el Bernabeu 0-1 al Madrid de Raúl, Owen, Beckham, Zidane…

Gol de Baptista. Y Jesuli hizo un partidazo. Estábamos casi para ponernos líderes. Creo que ese año nos sobró temporada.

El destino os jugó una mala pasada ¿o buena? Cuando el Betis os quita la clasificación para la Champions y vais a la Europa League, que se consigue ganar, con todo lo que eso supuso.

Hubo un antes y un después. Sobre todo por la reafirmación del modelo. Cuando acabamos esa temporada, la 2004-2005, fue triste para nosotros. Aquí se mide, o medía todo mucho, por lo que hace el rival, el Betis. Ellos ganaron la Copa del Rey y se metieron en Champions. Al año siguiente era nuestro centenario, además. Entonces aquí se hablaba mucho de lo bien que trabajaba el Sevilla, pero el Betis sin tantas estructuras consiguió esos éxitos. De modo que a mí este año me lo acabaron planteando: «¿Merece la pena todo esto? El Betis sin eso mira lo que ha conseguido». Contesté: «Yo creo en esto, a la larga nos va a dar más éxitos que fracasos». Y Del Nido y el consejo de administración confiaron en mí y creyeron lo que dije. Luego vendimos a Baptista y Sergio Ramos, todo se complicó mucho más, pero precisamente ese verano, ante la adversidad, fue cuando se cimentó todo confirmando la fe en nuestro modelo. Fue muy importante.

Monchi para Jot Down

Llegó Juande. Buen entrenador, pero donde brilló realmente fue en el Sevilla y luego no ha vuelto a dejar esa impronta.

La verdad es que es así. Había estado bien en el Betis, no tanto en el Málaga, estaba en paro cuando lo fichamos, pero era el entrenador que creíamos que podía coger al equipo después de Caparrós, con la huella tan profunda que había dejado Joaquín. Misión que no era nada fácil y él la hizo muy bien, hubo una transición hacia un equipo más ofensivo que no perdió la personalidad que ya tenía.

Con Enzo Maresca, fichaje de ese verano, tuviste suerte, fue un tío importantísimo, pero era la segunda opción.

Cierto. La primera era Camel Meriem. Pero tengo un montón de jugadores que triunfaron y eran la segunda opción, Enzo no fue el único. Kanouté tampoco era la primera opción, era Fred.

Sí, que cuando llegó la gente alucinaba, sobre todo por el nombre.

El nombre hacía más gracia en Cádiz que aquí (risas).

Y con Dragutinovic alucinaron nada más llegar también pero con su gancho de derecha…

El caso de Drago es especial. Se salió de nuestra estrategia, fue suerte.

¿No te lo recomendó Arrigo Sacchi?

No, no fue así. Era el último día de mercado. Florentino pagó la cláusula de Ramos. Tuvimos que buscar un central para poder reemplazar a Sergio. Sí es verdad que hablé con Sacchi, pero los nombres que me dio ya los había barajado yo quince veces. Una de las noches que he llorado como director deportivo por impotencia fue esa. Pero José María Cruz, director general, a última hora de la noche se acordó de que Pedja Mijatovic había estado hacía unos días en las oficinas del club ofreciéndonos un central que jugaba en Bélgica. Yo no lo conocía, pero llamamos por teléfono a gente que dominaba el fútbol belga, Drago jugaba en el Standard de Lieja, y lo fichamos así. Era un millón y pico, no era un gran riesgo, pero nos salió muy bien. Aunque fue el factor suerte, no otra cosa.

Cuando doy conferencias sobre mi profesión lo dejo claro. A pesar de que nos funcionó, nunca volvimos a dejarnos llevar por el azar. No cedí a la tentación de volver a tratar de hacer algo así. Me mantuve en mi línea. Y así también me equivoqué, y muchas veces, pero al menos lo hice con mi propia forma de trabajar. Lo de Drago fue un tanto que se apuntó la suerte, no yo, y seguí planificando las plantillas como hasta entonces.

En cuanto al puñetazo que le dio al moranco mira, Drago sigue viviendo por aquí y está muy integrado en Sevilla. Me considero muy amigo de él. Eso fue una anécdota, aunque el moranco no lo vea así evidentemente (risas), pero hay que entenderla en su contexto. Un tío que llega aquí sin tener ni papa de español, que ve entrar en el vestuario a un tío que no conoce de nada, que le lanza un beso, que todo el mundo se ríe, pues… Recuerdo que llegué a la ciudad deportiva un poco tarde, entré al vestuario del utilero y me encontré a César Cadaval con una bolsa de hielo en la cara, pregunté y me dijeron: «Nada, que Dragutinovic le ha dado un puñetazo». Y yo: «Espera, espera, rebobina. ¿Qué ha pasado?». (Risas). Hablé con Drago después del entrenamiento, los dos nos entendíamos en francés, y lo que me llamó la atención es que él estaba convencido de que tenía razón, que había hecho lo correcto. «Un tío que conozco de nada entra al vestuario me gasta esa broma, pues le doy una hostia». Lo tenía claro (risas). Pero aquí siempre fue muy buen profesional y gran amigo de sus amigos.

Ese año, el gol más importante del Sevilla fue el de Puerta al Shalke 04 en las semifinales de la Europa League. En el centenario, el gol de la victoria en el minuto 100.

Ese es el gol que nos cambia la vida. En ese momento yo estaba a punto de irme del Sevilla, había firmado ya por el Almería. Mi mujer tenía un problema por depresión y necesitábamos irnos de Sevilla. En marzo de 2006 firmé, y con todo hablado con el club, de hecho fue Del Nido el que revisó mi contrato con el Almería. Pero cuando fuimos a jugar la eliminatoria del Shalke… Ay. Decidimos dar la rueda de prensa el Miércoles Santo para que tuviera menos repercusión la noticia de mi marcha, pero el Domingo de Ramos cojo varicela y la suspendo. Entonces fuimos a jugar contra el Shalke, pero acudí ya como aficionado, con mi cuñada y con mi hijo. Me senté en la grada y los cinco mil sevillistas que había se dieron la vuelta hacia mí para cantarme «Monchi quédate, Monchi quédate». Terminó el partido, empatamos a cero. Y fui a ver a mi mujer a Chiclana y le dije que ella se iba a curar de una depresión pero que a mí me iba a dar otra, que no me podía ir. Y en la vuelta llegó ese gol, el que digo que nos cambia la vida. Llegamos a una final europea y nada volvió a ser lo mismo. Para mí como lo de Eindhoven no volverá a haber nada igual. Cómo se ganó, cómo lo celebramos y lo que supuso… fue irrepetible. Luego hemos jugado no sé si once finales más, doce con la del martes [Supercopa de Europa con el Barcelona en Tblisi. NdR] pero ninguna ha sido igual.

Al año siguiente, este equipo que has ido construyendo desde segunda división y sin un duro, está a punto de ganar todo lo que juega.

Es que nos centramos en ganar todo, pero no llegamos. Si hubiésemos dado menos importancia a la Copa igual sí hubiera caído la Liga, pero lo veíamos todo con tanta facilidad que intentamos ir a por todos los títulos. De hecho, llegamos muy justos al final, la Copa la ganamos con la lengua en el suelo.

Esta vez fue el gol de Palop. Otro tanto, gol del portero en el último minuto, inenarrable.

Otra vez la suerte. Mi trabajo es intentar acortar el factor suerte, pero luego te ocurre algo así: que con todo perdido salga el portero de su área y le meta un gol de cabeza al rival en el último minuto. Eso es suerte. Aunque para que ese gol valga luego tienes que poder afrontar los cuartos de final con algo más que suerte.

La inercia del equipo era increíble, ganando todas las finales que se ponían por delante, y entonces ocurrió lo de Puerta.

Fue muy duro. El peor momento de mi vida como director deportivo y como sevillista. Lo vivimos todos en primera persona, la muerte de Antonio nos cogió en Atenas y yo tuve que decírselo al grupo. Había estado todo el año peleando conmigo por un contrato, de septiembre a junio, muy duro. Aguantó, aguantó y consiguió lo que quería. Tenía mucha personalidad. El día que murió yo no estaba en el campo, se casaba un amigo en Chiclana. Vi el partido por televisión, cogí el coche y salí disparado.

¿Se puede decir por qué Juande abandonó el equipo semanas después?

Pregúntaselo a Juande (risas). Yo estaba en Londres viendo un Tottenham-Getafe de UEFA cuando Juande se va al Tottenham. Me había ido a ver a Rakitic en un Chelsea-Schalke 04 y me quedé unos días más a ver al Getafe. Estando allí, empezó a sonarme el móvil ¡que Juande se iba al Tottenham! Le pregunté al director deportivo del Tottenham y me dijo que sí, que efectivamente lo tenían. La gente se pensó que yo estaba allí vendiéndolo, pero no. Fue casualidad.

Aquí se abrió un paréntesis, empieza una época menos buena. La afición critica algunos fichajes y tú contestas: «Vendrán más Romarics», en referencia a un jugador que había llegado fuera de forma.

Romaric más allá de su peso o no peso, de su forma de ser o de su vida y tal, era el perfil de jugador que ficha el Sevilla. Uno que destaca en un equipo pequeño, en una liga más o menos competitiva y viene aquí. Así llegaron Kanouté, Escudé, Poulsen… Nuestro perfil de fichaje nunca es una estrella. Carriço vino del Reading. Romaric del Le Mans… Te puedo decir así veinte nombres. ¿Por qué dije más Romarics? Porque siempre iba a traer ese formato. Siempre alguien que viene de atrás y con hambre.

Ha habido años en los que has fichado hasta a catorce tíos.

Bueno, en la 2013 o 2014 sí que creo que fueron catorce.

Si fichas tantos no es tan difícil acertar con tres.

Juzgar el trabajo del director deportivo por el acierto de los fichajes es erróneo. Hay que valorar lo que ha hecho ese director durante un tiempo. Yo no me vanaglorio de haber fichado a Alves, a Adriano o a Baptista o Poulsen o Keita… lo que me enorgullece es tener una estructura que es capaz de lograr lo que ha conseguido el Sevilla estos últimos años. Cuando tú firmas quince es imposible que los quince triunfen, salvo que juegues al rugby. Pero hacer un examen puntual no vale, esto es mucho más profundo.

La Copa del Rey al Atlético salvó este periodo un tanto gris comparado con lo que se había alcanzado.

Es un título de los que más he celebrado. Tras lograrlo todo y atravesar una pequeña travesía del desierto, el titulo de Barcelona fue muy bonito. También porque había gran inferioridad de aficiones, al ser allí hubo menos gente de Sevilla. Además fue un título inesperado. La etapa de Jiménez había concluido, se le destituyó, la trayectoria no era buena. La pena fue luego no aprovechar ese impulso, pero bueno, con esa Copa volvimos a sacar pecho.

Monchi para Jot Down 6

¿Y qué pasó en estos años de Manzano, Marcelino y Michel que ningún proyecto cuajó?

No fuimos capaces de encontrar el entrenador que le sacara partido al equipo. No era culpa de ellos, era de la dirección deportiva que no supo verlo ni por su parte ni por establecer un equipo que pudiera rendir al nivel necesario para que ese entrenador pudiera tener un grupo humano lo suficientemente compacto para lograr los objetivos. Pasamos de tener muy pocos entrenadores durante muchos años a muchos durante pocos. No hicimos las cosas bien, para qué nos vamos a engañar. Malos entrenadores no eran, tenían buen currículum, Michel luego tuvo una continuidad buena en el Olympiacos y Marcelino está rindiendo magníficamente en el Villarreal, pero no fuimos capaces de encontrarles las plantillas adecuadas.

Rakitic llegó aquí y se convirtió en un sevillano más.

Iván es un ejemplo de lo que es contranatura. Lo normal es que hubiese tenido muchos problemas de adaptación y fue todo lo contrario. Echarse novia aquí le ayudó y también enseguida pilló el idioma, lo que le vino muy bien con la afición. Soy muy amigo suyo, quizá es de los jugadores que hemos traído con los que más amistad mantengo. Siento devoción por él, por su profesionalidad, por su ayuda al club, por su implicación con el vestuario, por su rendimiento. Siempre le estaré agradecido y tendré pasión por él. De todos los que he fichado es de los que más guardo como algo mío.

Con Marko Marin, sin embargo, ocurrió al revés. Rindió muy bien en Alemania, lo había fichado el Chelsea donde dejó algún detalle, pero aquí nada.

Fue una de las operaciones de las que más orgulloso me sentía. Firmar a Mako Marin me parecía una epopeya. Me costó mucho, fue una odisea. Sin embargo, no dio. Creo que Marko tenía y tiene que cambiar el chip y no lo hizo. De la calidad que tenía no podía vivir. Se lo explicamos muchas veces. Tenía que adaptarse al fútbol actual, ser más competidor.

Otra sorpresa, Vitolo. Fichado de segunda, ahora internacional con la absoluta.

No. Fue una apuesta segura, lo seguíamos desde muchos años antes, pero tuvo una lesión de rodilla y no pudo firmar en su momento. Era muy difícil equivocarse con él, solo estaba pendiente por ver su adaptación a la península porque era canario, pero nada más. Y su adaptación fue muy fácil, es muy abierto, muy dicharachero. Muy amigo de Reyes (risas).

Otro hallazgo, la dupla Bacca y Gameiro, que también ha dejado unos millones con la venta de Bacca al Milan.

Hubo un momento difícil, cuando tuvimos que vender a muchos jugadores. A Navas, a Negredo, a Medel… Necesitaba gol. Ya quise fichar a Gameiro antes, cuando estaba en el Lorient. Siempre fue una gran aspiración tenerlo aquí. A Bacca, sin embargo, nos lo ofrecieron, empezamos a ir a Bélgica a verlo y nos dimos cuenta de que ahí había algo. Sustituir a Negredo nos pareció difícil hacerlo con un solo jugador, así que nos trajimos dos.

Dice José Lobo, el autor de Yonkis y gitanos, que Negredo es el único jugador sevillista al que la afición ha pitado en una final.

Sí, en la de Barcelona. Álvaro tuvo un inicio complicado en Sevilla. Tuvo que sustituir a dos monstruos como Luis Fabiano y Kanouté y no estuvo fino. Pero luego fue vitoreado a más no poder.

Recuerdo que Luis Fabiano también empezó muy mal. Vamos, no es que fuesen unos inicios complicados, es que casi llegó a ser un hazmerreír

Para mí es el mejor delantero que ha tenido el Sevilla en la historia. Luisfa era un tío al que había que conocer, darle cariño. Los futbolistas llegan pero luego tienen que tener un recorrido.

Te has justificado en su día con la frase «No hay malos fichajes sino malos rendimientos».

Lo mantengo, no es una excusa, es una realidad. Tienes malos fichajes si no sigues tu estructura, si ficho tirando una moneda al aire a cara o cruz. Pero si tú sigues la trayectoria al final no es un mal fichaje, sino un mal rendimiento porque no has sido capaz de adivinar que su adaptación no iba a ser la adecuada, o su acople al fútbol europeo, o que al final no es el perfil que necesita el entrenador.

¿Cuáles han sido tus mayores frustraciones?

Lautaro Acosta. Cuando fui a ficharlo estaba al cien por cien seguro de que funcionaria, le vi todo lo que quería ver, me gustaba mucho, pero no salió.

Keita estuvo jugando años en el Lens. ¿Por qué no vio nadie que era un jugador top?

(Risas) Keita tampoco era la primera opción, la primera era Kevin-Price Boateng, se nos cayó y fuimos a por él. Al final la clave es leer los perfiles del jugador. Juande buscaba un box to box, un jugador con llegada, con potencia, y en nuestra famosa lista de los elegidos estaba él.

¿Cómo es tu equipo para fichar y cómo funciona?

Mi segundo, que no me gusta llamarlo así, es Óscar Arias. Después está el coordinador de área que es Miguel Ángel Gómez y luego tenemos trece personas más divididas en función de los campeonatos. Cada técnico tiene distribuido una serie de ligas a las que sigue, son responsables de esos países y van aportando información a nuestra base de datos; luego tenemos reuniones mensuales. Este equipo de trabajo se compone básicamente de exjugadores, exentrenadores, psicólogos y educadores físicos. Hay de todo porque eso nos permite ver a cada jugador desde diferentes puntos de vista para aunar distintos criterios. La mayoría son gente de aquí de Sevilla, que normalmente han pasado por el club y son de absoluta confianza. Gente de perfil normal, nada presuntuosos y muy trabajadores. Ahora, por ejemplo, en verano, solo hacemos gestiones. Ya tenemos todo el fútbol visto. El trabajo de seguimiento hay que tenerlo acabado por abril o mayo. A partir de ahí, ponemos un nombre a cada perfil que pide el entrenador. En este momento estoy cerrando el contrato de un fichaje del filial y lo que hago es revisar y redactar el contrato, que está en inglés. Por cierto, que de enero a mayo de 2014 me fui a Inglaterra a estudiar inglés. Hablo francés porque lo estudié en BUP y COU y luego he tenido tantos jugadores que hablaban en francés que he perfeccionado. A Inglaterra fui fundamentalmente a aprender inglés, me fui solo, pero ya que estuve allí aproveché para investigar cómo trabajaban los clubes ingleses.

¿Y qué viste?

Muy buenas infraestructuras en todo lo que no es deportivo. En eso nos ganan mil a cero. Y en lo que es deportivo tienen buenas infraestructuras pero no las aprovechan. Hay una desconexión total entre la captación o scouting y la toma de decisiones. Tienen quince mil técnicos y medios, los mejores programas de seguimiento, los mejores software para procesar los datos, pero después hay una desconexión entre esa información y la toma de decisiones. Es como si tienes un buen departamento comercial pero luego no existe el departamento de ventas.

Estabas orgulloso de la trayectoria del Sevilla en estos últimos años porque es un club que tiene treinta mil socios en la comunidad con más paro de Europa, dijiste, y sin el dinero de un jeque árabe.

La virtud del Sevilla, el orgullo del sevillismo, es que este club es lo que quiere el sevillismo. Hemos pasado malos momentos, pero seguimos siendo el club de los sevillistas. Eso hay que valorarlo, el equipo ha crecido desde sus propias raíces. Siempre con gente sevillista. Los presidentes que yo he tenido, Rafael Carrión, Roberto Alés, José María del Nido o José Castro son todos socios del Sevilla desde hace muchos años, con número de carné por debajo del 500. Muchos años. Pero luego el director financiero es sevillista, el director general es sevillista, el director de marketing es sevillista, el director de la asesoría jurídica es sevillista y el director deportivo, que soy yo, es sevillista. Esto es algo que no podemos perder. ¿Puede parecer anecdótico? Vale. Pero yo creo que es una virtud, porque si sientes lo que haces, te esfuerzas el doble. En los demás clubes no sé si es así, no lo sé, pero sí sé que aquí todos son sevillistas y todos tienen carnés muy bajos. Quizá el que menos sevillista sea soy yo, que lo soy de adopción y no de nacimiento.

Monchi para Jot Down 7

Fotografía: Manuel Gutiérrez

La entrada Monchi: «Bilardo es la persona que más me ha influido en el fútbol y en la vida» aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

El amor por el mal y viceversa

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Imagen: DP.

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Me contó un hombre que relataba unas historias estupendas que durante sus años mozos en París le llamó la atención observar cómo, en los urinarios públicos, había de vez en cuando señores echando trozos de pan por el suelo. Se preguntó si sería con el noble propósito de dar de comer a las ratas, lo que ennoblecía enormemente al ciudadano francés, hasta que le dijeron que no: que se trataba de coprófagos. Los tíos echaban mendrugos de pan por el suelo de los baños para ir a recogerlos dos días después. Bien impregnados en orines, como los pastelitos llamados borrachos, se los comían en plan Saturno devorando a sus hijos de nuestro Francisco de Goya.

La verdad es que nunca he dejado de pensar en estos coprófagos parisinos. La razón es sencilla: me daban envidia. Alcanzar el éxtasis con tan poco. Qué suertudos. Me siento como Richard Burton en Equus. Ya saben, la película de Sidney Lumet sobre un chico al que de niño su madre le machaca con la figura de Jesucristo. Luego su padre, harto, retira el retrato de Jesús de su habitación y pone un ordinario cuadro de caza con un caballo en primer plano. Pero el chaval siguió rezando en la misma postura y en la misma dirección, obviando que el contenido del retrato había cambiado, hasta desarrollar una especie de religión nueva y personal en la que el objeto de culto eran los caballos. De mayor esto le ocasionó algún que otro problema que dio con su culo en el diván del psiquiatra, que era el aludido Richard Burton. Digo que me siento como él, porque en un momento del tratamiento se cuestiona todos sus principios y rompe a gritar (aproximadamente): «¡Pero por qué tengo que curarlo! Cuando está desnudo montado a caballo por la noche siente que… ¡está follando con su Dios! ¡Sexo con Dios!». Era cierto, ¿para qué quería ser normal ese chico? ¿Para hundirse en la rutina del matrimonio como su psiquiatra y despertarse todos los días sin ganas de vivir?

Pero estoy equivocado. No es tan fácil como parece. El señor que unta panecillos en pis está desafiando un esquema de valores que es de todo menos sencillo. Y para que el niño de Equus folle con Dios hace falta, primero, toda la religión cristiana desde que se vuelve organizada y su confrontación, segundo, con los valores emanados de la ilustración —el padre—. O sea, que no se puede hacer el experimento en casa porque le da a uno la gana. No puede uno ponerse a comer sus heces a ver si se le ponen los ojos en blanco del gusto ni rezarle a las bombillas para sentir que te la chupa el demiurgo cada vez que alguien da la luz. En cada acto, llamado o mal llamado de perversión o transgresión, necesitamos a toda la sociedad en su conjunto para que baile con nosotros.

Es lo que explica un libro de 2009, Nuestro lado oscuro, de Élisabeth Roudinesco, que me ha alegrado el verano. Habla de la perversión, de qué lo ha sido y qué lo ha dejado de ser con el paso del tiempo. Por ejemplo, flagelarse en la Edad Media acercaba a Dios, era una sana costumbre, hasta que poco a poco se fue bajando el látigo para azotarse en el culo porque aquello despertaba cierto interés sexual y pasó a ser perverso. Así como la homosexualidad, que fue cosa del diablo, ahora es lo más normal del mundo. O la pura masturbación, que durante los siglos XVIII, XIX y hasta bien entrado el XX se consideró por muchos médicos como una fuente de terribles enfermedades. Los que se masturbaban, bajo esa lógica, se estaban destruyendo a sí mismos, eran perversos. Pero luego ya se ha admitido que en el peor de los casos el masturbador es que está estresado o aburrido o simplemente conectado a internet una tarde lluviosa de invierno.

Los peligros de la masturbación. Imagen de Le livre sans titre (DP)

Los peligros de la masturbación. Imagen de Le livre sans titre (DP)

En la actualidad, dice Roudinesco, los dos tipos de perversos más destacados en nuestra sociedad son el terrorista islamista y el pedófilo. El primero es un tipo que meticulosamente se prepara para matar a cuantas más personas mejor y al mismo tiempo, en muchos casos, inmolarse también con ellos para irse al paraíso. El puro gozo de destruir y destruirse. En el caso de los niños, el rechazo que causa el pederasta se debe a que su crimen, la violación, lo perpetra con quienes por su propia naturaleza no pueden tener relaciones sexuales. ¿Cómo se remodelarán estas dos perversiones en el futuro?

Para plantear esta reflexión el libro se estructura, con las palabras que emplearían Faemino y Cansado, como un carromato de perversos fenómenos. Con el subtítulo «Una historia de los perversos», es un desfile de personajes de tal envergadura que uno se sentiría más cómodo leyendo el ensayo con pasamontañas. Pero, por si acaso, nosotros ampliaremos con más información las hazañas de cada uno de ellos que aporta el libro. Vamos allá.

La primera en aparecer es doña Margarita María Alacoque (1647-1690), monja salesa natural de Hautecour, que residió y se hizo famosa en el convento de Paray-le-Monial, en Borgoña, básicamente al lado de donde nació. Se conoce que era una monja muy limpia y muy pulcra a la que le repugnaba cualquier atisbo de suciedad, pero un día se le apareció Jesús increpándola por su actitud y se comió los vómitos de una enferma arrepentida y, en otra ocasión, los excrementos de una enferma de disentería. En el libro Antes del asco: excremento, entre naturaleza y cultura de Hilia Moreira se explica que la religiosa pretendía «mostrar la equivalencia entre boca y ano, adentro y afuera, alto y bajo, limpio y sucio. Todo es obra de Dios, según ella». Pero Luigi Cascioli, autor de La fábula de Cristo, considera que era un fervor menos religioso y más prosaico, tal y como se deja entrever en los fragmentos de estas vivencias que destaca de su biografía:

Cuando estaba frente a Jesús me consumía como una vela en el contacto enamorado que tenía con él (…) Yo era de un carácter tan delicado que la menor suciedad me levantaba el corazón (…) Jesús me regañó vigorosamente por mi debilidad y yo reaccioné contra ella con tanto coraje que un día limpié con mi lengua el suelo ensuciado por el vómito de un enfermo. Me hizo gozar tanta delicia en esta acción que habría deseado tener la ocasión para poder hacerlo todos los días (…) Una vez mostré cierta repugnancia en el momento de servir a un enfermo que tenía disentería. Jesús me regañó tan severamente que, con el fin de reparar, me llené la boca de sus excrementos, me los hubieses tragado si la Norma no prohibiera comer fuera de las comidas.

Sor Margarita fue santificada por el papa Benedicto XV en 1920.

Siguiente: Catalina de Siena (1347-1380) bebió pus de los pechos de una mujer cancerosa y en ese momento pudo escuchar a Cristo decirle «Mi bienamada, has mantenido por mí duros combates y con mi ayuda has salido victoriosa. Nunca me has sido tan querida ni tan grata (…) No solo has despreciado los placeres sensuales, sino que has vencido a la naturaleza al beber con alegría, por amor a mí, un horrible brebaje. Pues bien, dado que has realizado un acto que excede la naturaleza, quiero darte un licor que excede la naturaleza». Momento en el cual, le abre la herida del pecho de Cristo y le da de beber su sangre. «Algunos teólogos medievales presentaban esa herida como un seno, lo que hace de esa visión de la carne sangrienta-lactante de Cristo un símbolo de su profunda humanidad», nos cuenta el profesor de la Universidad Paul-Valéry de Montpellier, Louis Cardaillac.

Sor Catalina fue santificada en 1461 por Pío II. En 1939, Pío XII la declaró patrona principal de Italia, junto a San Francisco de Asís. En 1970, Pablo VI la hizo Doctora de la Iglesia. Y en 1999, Juan Pablo II la convirtió en Santa Patrona de Europa.

Pasaje de la vida de santa Catalina de Siena, de Cristóbal de Villalpando.

Pasaje de la vida de santa Catalina de Siena, de Cristóbal de Villalpando.

Con el número tres, Liduvina de Schiedam (1380-1433). Un caso contado en la obra de Roudinesco a partir de la biografía que escribió Joris-Karl Huysmans (1848-1907), libertino decadente, convertido al catolicismo por odio a la ciencia, a la modernidad y a la razón, un místico esteta fascinado por la abyección. Suya es la frase «el arte, junto a la oración, es la única eyaculación limpia del alma». Cuenta este caballero que Liduvina quiso salvar el alma de la Iglesia y de sus fieles «convirtiendo su cuerpo en un montón de basura». Tras caerse a un río helado, contrajo una penosa enfermedad. Durante treinta años estuvo postrada imponiendo a su cuerpo sufrimientos como gangrena, úlceras o dislocación de miembros. «La bienaventurada consideraba su estado como un don de Dios». Tras morir su padre, decidió seguir sin cama. Tirada en el suelo. «Vivió sobre una tabla cubierta de estiércol». Pero como no se moría, llegó a ser sospechosa de herejía. «A veces, por la noche sollozaba y desafiaba a su maestro, para luego reclamarle mayores sufrimientos todavía».

Huysmans escribió esta biografía cuando la medicina del siglo XIX empezaba a calificar estos comportamientos transgresores de los santos, goce con la suciedad, excrementos y orina, como enfermedades mentales. El autor quiso glorificarla, aunque personalmente me quedo con la versión de Tomás de Kempis (1380-1471) escritor para monjes de vida contemplativa y cuya «postura medieval antiintelectualista haría que los críticos del racionalismo le acusaran de oscurantismo y apología de la ignorancia», dice la Wikipedia. Afortunadamente, en Global Catholic Network encontramos un resumen de su trabajo biográfico sobre Liduvina.

Hasta los quince años Liduvina era una muchacha como las demás: alegre, simpática, buena y muy bonita. Pero en aquel año su vida cambió completamente. Un día, después de jugar con sus amigos, iban a patinar y en el camino cayó en el hielo partiéndose la columna vertebral (…) La pobre muchacha empezó desde entonces un horroroso martirio. Continuos vómitos, jaquecas, fiebre intermitente y dolores por todo el cuerpo la martirizaban todo el día. En ninguna posición podía descansar. La altísima fiebre le producía una sed insaciable. Los médicos declararon que su enfermedad no tenía remedio.

Se ponía a llorar y a preguntar a Dios por qué le había permitido tan horrible martirio. Pero un día Dios le dio un gran regalo: nombraron de párroco de su pueblo a un verdadero santo, el padre Pott. Este virtuoso sacerdote lo primero que hizo fue recordarle que «Dios al árbol que más lo quiere más lo poda, para que produzca mayor fruto y a los hijos que más ama más los hace sufrir». Le colocó en frente de la cama un crucifijo, pidiéndole que de vez en cuando mirara a Jesús crucificado y se comparara con Él y pensara que si Cristo sufrió tanto, debe ser que el sufrimiento lleva a la santidad.

Santa Liduvina llegó a amar de tal manera sus sufrimientos que repetía: «Si bastara rezar una pequeña oración para que se me fueran mis dolores, no la rezaría (…) Y en adelante sus sufrimientos se le convirtieron en una fuente de gozo espiritual (…) La enfermedad fue invadiendo todo su cuerpo. Una llaga le fue destrozando la piel. Perdió la vista por un ojo y el otro se le volvió tan sensible a la luz que no soportaba ni siquiera el reflejo de la llama de una vela. Estaba completamente paralizada y solamente podía mover un poco el brazo izquierdo (…) Parecía que ya en vida estuviera descomponiéndose como un cadáver. Pero nadie la veía triste o desanimada, sino todo lo contrario: feliz por lograr sufrir por amor a Cristo y por la conversión de los pecadores.

Esta alegre muchachita fue santificada oficialmente por León XIII en 1890.

Liduvina de Schiedam. Imagen: DP.

Liduvina de Schiedam.(DP)

A continuación, en la obra aparecen los flagelantes. Cuenta Milagros León, profesora de Historia de la Universidad de Málaga, que el origen de esta práctica está en la peste negra que se extendió por el continente en el siglo XIV, la cual fue considerada un castigo divino. Estas buenas gentes, los flagelantes, para pedir perdón por los pecados que habían traído la ira divina, formaban «cohortes vagabundas» que se apartaban de la sociedad, renunciaban al sexo y dejaban de ingerir cualquier tipo de alimento superfluo para azotarse en la espalda y así «manifestar y sentir uno mismo que la carne es despreciable, que el propio cuerpo es de deficiente composición, pedir que otra corporeidad te sea concedida», tal y como explica Patrik Vandermeersch, profesor de Psicología de la Religión en la Universidad de Groningen.

Vamos, que zumbándose hasta perder el sentido tenían la sensación de que no habitaban en su propio cuerpo, entraban en trance por el dolor extremo. Y hasta ahí bien, lo que pasó es que a alguno se le empezó a ir la olla (tan solo un poquito más) y a finales del siglo XIV los flagelantes anunciaron la venida del Anticristo, dice Roudinesco. Entonces sus prácticas fueron condenadas y a la «idolatría del cuerpo» se opuso un cristianismo basado en el amor y la confesión. Se sustituyó la «punición exuberante de la carne» por el «autocontrol espiritual». Los otrora excelsos flagelantes de repente pasaron a ser considerados perversos. Un caso escandaloso fue el del rey Enrique III de Francia (1551-1589), que es el que trae Roudinesco en su libro.

Hacia finales del siglo XVI se vio, con un refinamiento digno de él y de su corte, al rey Enrique III flagelarse en público con sus favoritos en las procesiones en que participaban, vestidos con túnicas blancas, excitándose de ese modo en las orgías de lujuria a las que, después de la ceremonia, tan devotos personajes se entregaban en los aposentos secretos del Louvre.

Lo cierto es que a la autora se le olvida mencionar que este rey, que fue asesinado, sufrió varias campañas de descrédito por medio de panfletos que finalmente, como suele ocurrir, se convirtieron con los años en la verdadera historia, la cual actualmente es desmentida. No obstante, sí era cierto que Enrique III era patrón de los Flagelantes Blancos de la Anunciación, pero lo que parece que pasaba era que los parisinos, a esas alturas del siglo XVI, se tomaban a cachondeo sus romerías.

En España, sin embargo, nadie se reía. La Contrarreforma supuso un auge de este tipo de órdenes. El Concilio de Trento justificó la penitencia como buena obra para merecer a Cristo, en contraposición a esa cosa moderna, hipster y metrosexual que preconizaban los protestantes: «el sacrificio». Eso sí, aquí éramos humanos igual que en cualquier otra parte, y según recuerda Milagros León, la cosa también se nos fue de las manos por la vía sexual. Dice esta profesora que el arzobispo sevillano Cristóbal de Rojas se quejó a Felipe II en una serie de cartas en las que se «informa y evidencia la promiscuidad y falta de respeto mostrada por los fieles y penitentes a lo largo de los excesos y concurridos recorridos, siempre en horas nocturnas». Carlos III fue el primer monarca que prohibió decididamente estas prácticas flagelantes, pero como vimos el año pasado cuando recordamos la España negra, estas resistieron durante todo el siglo XIX hasta nada menos que ¡hoy!

Volviendo un par de siglos atrás, Roudinesco cita a Gilles de Rais (1405-1440). Había luchado a las órdenes de Juana de Arco, una doncella a quien guiaban unas voces y que llevaba ropas de hombre. Lo primero se lo podían perdonar en aquel tiempo, pero no, nunca, lo segundo. Entre otros pecados, atentaba contra su obligación mostrar su condición de mujer, ocultarla venía a ser como apropiarse de los derechos que no le correspondían por no ser varón. Ella dijo que los ingleses querían violarla, pero el tribunal no tragó y le prendieron fuego. Este suceso marcaría la vida de Gilles de Rais.

Biografiado por Georges Bataille, al morir un año después el abuelo de Gilles y heredar este toda su fortuna, brotó en él un intenso deseo de violencia y transgresión. Su abuelo había sido un individuo cruel y ahora Gilles, fuera de su dominio y cabreado con el mundo, solo querría superarle. Roudinesco en un parrafito se ventila este apartado de su vida:

Rodeado de sirvientes, que le servían de proveedores, secuestraba a niños pequeños, arrebatados a familia campesinas, y les hacía sufrir las peores sevicias. Seccionaba los cuerpos, arrancaba los órganos, sobre todo el corazón, y se aplicaba en sodomizarlos en el momento de su agonía. Con frecuencia, presa de frenesí, se agarraba el miembro en erección para frotarlo contra los vientres torturados. De ese modo entraba en una especie de delirio en el momento de la eyaculación.

Elegía siempre a los niños más guapos, porque estaba muy preocupado de escenificar sus maldades. Al final, como en trance, llegaba a invocar al diablo, pero siempre acababa chapoteando entre la sangre, el semen y los restos de comida. Se cepilló a unos trescientos niños, pero su aludido biógrafo explicaba el fenómeno, que iba más allá de la locura, o más acá, como contó el periodista Eduardo Chamorro cuando reseñó la obra en Triunfo: el crimen para él era algo «lúdico y orgiástico» donde el delirio se convirtió en «el cauce más adecuado para unas pasiones lóbregamente vitales y en el resorte fundamental de la fuente de la vida, que encuentra en su dilapidación inútil la forma espeluznante de erguirse sobre el orden humano e igualarse a lo sacro».

Ya ven. Al final todo se reducía a ese anhelo tan medieval del que hemos hablado de salirse uno de su cuerpo mortal, de la carne, para abrazar la divinidad. No es casual que cuando el Tribunal de Nantes le metió mano, coincidió con la iniciativa del rey Carlos VII que puso fin a los grupos de bandoleros a las órdenes de los señores feudales como De Rais, sustituyéndolos por un ejército regular y jerarquizado. Restauró el poder real y eso significó el final del feudalismo, una época que tenía que ver más con Mad Max que con laúdes y tortas de pan. Antes de ser sentenciado, Gilles de Rais se arrepintió de sus correrías y advirtió a los jueces sobre los nefastos efectos «del consumo de vino caliente, especias y estimulantes». Tras pedir perdón, se le reintegró en el seno de la Iglesia para luego ahorcarlo y prender fuego a su cuerpo, como al de su querida Juana. Aunque aquí fue solo un poco. Una vez socarrado permitieron a las damas de la nobleza que lo retiraran de las llamas para darle digna sepultura.

Gilles de Rais en el cómic Los viajes de Jhen, de J.Pleyers y Jaques Martin. Imagen: NetCom2 Editorial.

Gilles de Rais en el cómic Los viajes de Jhen, de J.Pleyers y Jaques Martin. Imagen: NetCom2 Editorial.

Muchos años después, la brutalidad de este personaje solo pudo ser igualada por la de Sade, pero en sus cuentos, no en la vida real. El marqués pertenecía a la nobleza del siglo XVIII, un estamento arrogante y que no conocía límites en la búsqueda del placer, pero que no hacía sangre. O no tanta. Niño consentido como pocos, ya en los primeros escritos de Sade aparece la figura del libertino, que lejos de cualquier filosofía del placer, el erotismo o la libertad individual, lo que reivindicaban eran los excesos de la naturaleza y en servirla siguiendo su ejemplo. Una lógica en la cual, si el acto sexual se basa en tratar al otro como un objeto, un objeto es siempre equiparable a otro objeto, de manera que el verdadero libertino debía buscar el último grado de la lujuria en los seres, humanos o no humanos, más improbables: «Un eunuco, un hermafrodita, un enano, una mujer de ochenta años, un pavo, un mono, un dogo enorme, una cabra y un niño de cuatro años, bisnieto de la anciana, fueron los objetos de lujuria que nos presentaron las damas de compañía de la princesa», escribió en su amena Historia de Juliette en 1797. Una vez presentado el equipo, el libertino debería ingeniárselas para gozar de todos ellos a la vez, y ahí residía la sensibilidad artística:

Una vez dispuesta la colección de tales anomalías, el libertino deberá disfrutar de ellas inventando hasta el infinito el gran espectáculo de las posturas más irrepresentables. Deberá encular al pavo y cortarle el cuello en el momento de la eyaculación, luego acariciar los dos sexos del hermafrodita, arreglándoselas para tener entre la nariz el culo de la vieja mientras esta defeca y en su propio culo al eunuco follándolo. Tendrá que pasar del culo de la cabra al culo de una mujer, luego al culo del niño mientras otra mujer le secciona el cuello al pequeño: «Me follo el mono, de nuevo el dogo pero por el culo, el hermafrodita, el eunuco, los dos italianos, el consolador de Olympe: todos los demás me masturbaron, me lamieron y salí de tan nuevas y singulares orgías tras diez horas de los más estimulantes goces».

Estas ideas no nacían solo en su poderosa imaginación. Su madre encasquetó los cuidados de su hijo a una de las amantes de su padre, que era sodomita de jóvenes de ambos sexos. Cuando su padrastro murió, pasó a custodia de su hermano, el conde de Charolais, conocido por su crueldad. En las cacerías, como quiso probar Fraga en su momento, disparaba a las personas, en especial a los obreros que trabajaban en su propiedad. El niño, por esas fechas, con tamaños ejemplos no manifestaba afectos ni sentimiento de culpabilidad, así que se lo pasaron a unas hermanas que se dedicaron a mimarlo sin freno, lo que le hizo ser aún más arrogante.

Después estuvo bajo la tutela de su tío Paul Andonse de Sade, apasionado de la flagelación y la pornografía, que vivía con dos mujeres, una madre y otra hija, de las que disfrutaba a discreción. También era erudito y volteriano, así que mientras el joven Sade se culturizaba en la literatura y la historia, su tío le iba pasando prostitutas para que se fogueara. Solo tenía diez años. Edad con la que entró en un colegio de jesuitas en el que le dieron a conocer el látigo y los castigos corporales y fue iniciado en la sodomía por parte de los profesores y los alumnos. Más adelante se casó y maltrató a su esposa todo lo que le permitió la imaginación. Por supuesto también se echó una amante, la obrera Jeanne Testard, y junto a ella se entregó a actos sacrílegos hasta encontrar por fin su destino, el talego, y su vocación, la escritura. Es muy simpático cómo lo cuenta Roudinesco.

Un día, mientras eyaculaba en un cáliz, le introdujo hostias en el ano y luego se hizo flagelar con unas disciplinas calentadas al rojo. Finalmente la obligó a blasfemar y ponerse una lavativa para que se aliviara sobre un crucifijo. Denunciado y después encarcelado en el torreón de Vincennes, tomó la decisión de escribir libros.

Con la Revolución llegaría uno de los más salaos: Franceses, un esfuerzo más si queréis ser republicanos, donde proponía que por el bien de la República debía invertirse la ley que hasta el momento regía las sociedades humanas. Ningún hombre podía quedar excluido de la posesión de mujeres, pero ninguno podía poseer a ninguna en particular, preconizaba. Además, ellas debían ser sodomitas y sodomizadas, a poder ser en cópulas múltiples, para que no pudiera identificarse quién era el padre de cada quién y así los niños que nacieran pudieran pertenecer solo a la República. «Hay que separarlos de la madre desde su nacimiento para convertirlos en objetos de placer». Imaginen el análisis de este programa político en tertulia de La Linterna en la cadena COPE.

Al final, lo que son las cosas, los republicanos no es que no comulgaran con estas tesis, no confluyeron, que se dice ahora, sino que terminaron también ordenando su detención. Si en un inicio le sacaron del manicomio gracias a la abolición de las leyes contra la blasfemia y la sodomía y trató de llevar una vida normal, volvió a ser detenido y encerrado en las letrinas de un convento con otros nobles. A estas alturas, tras la decapitación de María Antonieta, Sade estaba muy impresionado por el terror de Robespierre. Cuando las barbaridades las ejecutaba fría e impenitentemente el Estado, el poder establecido, le horrorizaban. A él le gustaba el crimen y las violaciones siempre que «emanaran de una pulsión soberana», que se institucionalizase el terror le parecía repugnante. Con solo estar ante el cadalso, se ponía a vomitar. La visión de los cuerpos decapitados le deprimía enormemente. Todo su catálogo de salvajadas estaba siendo exorcizado por el Estado. Se sentía… violado.

Al final Sade acabó en el manicomio de Charenton, donde, cuenta Roudinesco «tuvo una última relación con la hija de una enfermera, a la que inició en la sodomía al tiempo que le enseñaba a leer y a escribir», mientras que su caso sirvió para iniciar en la sociedad de la época un intenso e interesante debate que situaba a la humanidad en el siglo XIX: si Sade era un loco, debía estar en un manicomio, pero si era un pervertidor, tendría que dar con sus huesos en la cárcel.

Retrato imaginario del marqués de Sade, por H. Biberstein. (DP)

Retrato imaginario del marqués de Sade, por H. Biberstein. (DP)

Así, en el siglo XIX la medicina inventó una lista de términos sexuales que consideraba patológicos. Nace todo eso que busca usted en los Pornotubes de rigor cuando se siente un poco plof: zoofilia, masoquismo, sadismo, vouyerismo… Y otros tantos términos de connotaciones más duras: necrofilia, pedofilia, coprofagia, etc. El Dictionnaire des fantasmes, perversions, et autres pratiques de l´amour, dice la autora, contaba con quinientas entradas y cien ilustraciones. Los Estados nacientes de la modernidad decidieron que tenían que gobernar también las prácticas sexuales distinguiendo vicio de virtud. Era el programa histórico de la burguesía triunfante, surgida en oposición a una nobleza que había creado todo un ritual alrededor de la defecación y la ingestión de heces como quintaesencia del placer sexual. Había surgido el «higienismo», la sexualidad a partir de ese momento sería romántica: felicidad de las mujeres como madres, felicidad del padre como protector de la prole. Y punto. Perversos pasaron a ser entonces escritores como Balzac, Flaubert, Victor Hugo o Maupassant por su odio al régimen burgués, que no podía ser más perverso al tratar de domesticar las pasiones humanas, entendían. Y en este punto de la noria histórica, Roudinesco saca a colación a Freud, que analiza por fin el propio concepto de la perversión:

Es en cierto modo connatural al hombre. Clínicamente, constituye una estructura psíquica: no se nace perverso, se deviene al heredar una historia singular y colectiva donde se mezclan educación, identificaciones inconscientes, traumas diversos. Después, todo depende de lo que cada sujeto haga con la perversión que lleva en su interior: rebelión, superación, sublimación… o, por el contrario, crimen, aniquilamiento de uno mismo y de los demás.

Por eso el ensayo condena el puritanismo como otro tipo de perversión, pero el problema aún fue más allá, cuando en el siglo XX se empezó a hablar de valores de vida negativos, de vidas que no merecen la pena ser vividas, y todo lo que conocemos como eugenesia. Aquí Roudinesco se adentra en el nazismo y los comportamientos de los jerarcas de ese régimen. Desde los que consideraban que Alemania debía desaparecer para siempre tras perder la guerra, que no podía existir en un mundo que odiaban, como los que se suicidaban porque no podían consentir que esos a los que veían como abyectos e infrahombres, cualquiera que no fuese alemán al fin y al cabo, pudieran juzgarles. Y se cita a Hannah Arendt: la mayor parte de toda esta gente creía que hacía el bien.

El ejemplo que trae a colación es el de Rudolf Höss (1900-1947), comandante de Auschwitz. A petición de su abogado en los juicios de Núremberg, redactó una autobiografía para poner de manifiesto las cualidades humanas de su autor. Su mejor amigo de niño, arranca, fue un pony. Sus padres no le querían y no tenía amigos. Iba para misionero, pero cuando su confesor reveló a sus padres una pequeña confidencia, perdió la fe. Optó por el ejército y en 1915 pudo por fin matar a una persona en el frente turco durante la Gran Guerra. Un enemigo de la patria. Lógicamente se sintió humillado tras la rendición de Versalles y en 1922 se afilió al Partido Nacionalsocialista. Un año más tarde, pudo hacer el bien por Alemania asesinando a un maestro comunista, del que no sé quién había dicho que era espía. Höss no entendió por qué fue a la cárcel y se sintió una víctima del sistema, pero cuando salió merced a una amnistía, se había acostumbrado tanto a la disciplina de la vida penitenciaria que ya no podía vivir de otra forma y tuvo la feliz idea de ingresar en una secta, los artamanes, «que se han atribuido la misión de crear, en pleno corazón de la campiña alemana, firmes modelos en los que los humanos de raza superior podrían por fin cohabitar con sus émulos, los animales».

Sin embargo, lo crucial de esta autobiografía se ve cuando el protagonista se detiene en un episodio de su etapa como comandante de Auschwitz. Cuando se encuentra a un rumano, obeso y homosexual, con todo el cuerpo tatuado con dibujos pornográficos. Le interesaba tanto como le repugnaba, y le impuso los trabajos más duros que pudo imaginar. Cuando el rumano murió exhausto, Höss anotó que había fallecido por «vicio sexual» en su ficha. Y, además, ordenó que su madre contemplara el cadáver. Cuando detectó o se imaginó que esta se sintió aliviada, entendió que les había hecho un favor librándole de la vida. Madre e hijo encontraron la paz y él, Höss, era un enorme benefactor de la humanidad, escribía, gracias a su homicidio redentor. El comandante de Auchwitz, ahí lo ven, tan solo era una bellísima y sensible persona en el engranaje de un régimen perverso. A ver si en el tercer milenio rizamos el rizo y aportamos perversos en un sistema perverso, que es un fenómeno que no parece escasear hoy en día precisamente.

Rudolf Höss. Foto: Schutzstaffel (DP)

Rudolf Höss. Foto: Schutzstaffel (DP)

La entrada El amor por el mal y viceversa aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

En busca del Santo Prepucio

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Circuncisión de Cristo, detalle del Altar de los doce apóstoles (Zwölf-Boten-Altar). Pintado por Friedrich Herlin en 1466.

Las películas de Indiana Jones y su follamigo Tapón son magníficas. Eso no lo puede negar nadie. Steven Spielberg tiene un gran talento. Eso tampoco se puede discutir. Pero a la vista de la historia de la Santa Madre Iglesia, las reliquias que se eligieron para En busca del arca perdida y La última cruzada la verdad es que tienen muy poco interés. Son muy mainstream. Aunque hay que perdonar al director estadounidense: nuestra religión católica, con su Medievo y el grácil impulso de la Contrarreforma, le pilla muy lejos mental y geográficamente. No obstante, si se dejara recomendar y pudiéramos sugerirle un buen guion para su héroe —ese aburrido profesor de universidad que sufre una tormentosa relación con su padre, severo y castigador, y huye a la India con un adolescente asiático al que invita a meterse con él en una oscura cueva en el extrarradio de un poblacho donde vive otro señor que, vaya, roba niños— esa historia sería la de la búsqueda de la reliquia más apasionante de la caprichosa imaginería católica: el prepucio de Jesucristo. El Santo Prepucio.

La carne vera sacra, auténtica carne sagrada, puesto que durante mucho tiempo estuvo prohibido referirse a ella como «prepucio», era la punta del pene del niño Jesús, quien fue debidamente sometido a la ley judía. Este apéndice posiblemente fue venerado en su tiempo porque las autoridades eclesiásticas de la Edad Media lo asumieron como un sustituto del habitual pene erecto de otras religiones, símbolo de la fertilidad. Lo cierto es que Cristo fue circuncidado al octavo día, el que ahora llamamos Año Nuevo, que desde el 567 fue declarado día de la Fiesta por la Circuncisión de Cristo con el fin de alejar a los fieles de las mascaradas erótico-salvajes de herencia romana que tenían lugar la primera noche del año en la Galia y en Hispania. Y su circuncisión es un hecho. Al menos para la Iglesia, puesto que viene relatado en el Evangelio de San Lucas.

Si queremos profundizar, encontrar detalles, las fuentes ya son más dudosas, pero las hay. En el Evangelio de la infancia, apócrifo, se cuenta que la anciana que realizó la operación guardó el prepucio en una vasija de alabastro llena de aceite aromático de nardo, se lo entregó a su hijo y le dijo: «Guárdate de vender este vaso lleno de nardo, aunque te ofrezcan por él trescientos dineros». El chaval, como los adolescentes de todas las épocas, no hizo ni caso a su vieja y le vendió la vasija con el aceite y el prepucio a María Magdalena. Años después, coincidencias de la vida, cuando Jesús entró en casa de Simón el Fariseo, María estaba allí y le lavó los pies con ese aceite. ¿Y el prepucio que había dentro? Nadie lo sabe a ciencia cierta.

Pero como el recorrido de la vasija en este punto se le antojaba a este redactor más propio de un argumento de David Lynch, pregunté a un teólogo católico por las recurrentes coincidencias del «guion». Me recomendó que no me esforzase en hilar un relato porque no tiene sentido hacerlo: «Estás intentando armonizar un texto apócrifo con los canónicos, lo mismo que intentaron hacer los hagiógrafos, lo que fuerza el sentido de los canónicos. Estos por sí mismos no dan a entender nunca que María Magdalena le ungió los pies. Pero la iconografía y “caza” de reliquias del Medievo se sirven muchas veces de los textos apócrifos», explicó.

No obstante, aunque la historia sea incoherente vista ahora, desde el siglo XXI, en su día sí se discutió y muy seriamente dónde fue a parar el señalado trocito de piel. Hubo varias interpretaciones y discusiones. ¿Subió el prepucio allá donde se hallara al cielo con Jesús cuando este resucitó? Había quien decía que sí, porque subió el cuerpo completo; quien decía que no, que el prepucio, como los pelos, las uñas o las heces, eran partes del cuerpo de Cristo no esenciales, o sea, humanas, que se quedaron en tierra; y también hubo una escuela de pensadores que consideró que le creció otro nuevo al resucitar. Por no mencionar al teólogo griego renacentista Leo Allatius, que en su ensayo De Praeputio Domini Nostri Jesu Christi Diatriba (Discusiones sobre el Prepucio de Nuestro Señor Jesucristo) propuso una cuarta vía en la que el prepucio subía al cielo por su cuenta, pero no iba al cuerpo de Jesús, sino que se acoplaba como uno de los anillos de Saturno. Galileo Galilei había observado por el telescopio en esas fechas, 1610, que Saturno contaba con «extraños apéndices», en 1655, el astrónomo holandés Christiaan Huygens, vio definitivamente que eran anillos y, poco después, el aludido teólogo les corrigió: «qué va, qué va, eso lo que va a ser es el prepucio de Dios».

Mucho antes de esta teoría saturniana, la que se impuso fue la de que Jesús subió al cielo dejando en la tierra las partes sobrantes de su forma humana, entre ellas obviamente el prepucio, que se convirtió en una preciada reliquia, si no la que más. Tal vez lo de las reliquias a día de hoy nos parece cosa de mofa, pero en la Edad Media no lo era ni mucho menos. No solo porque la gente creyese que tenían poderes, que obraban milagros, sino porque constituían un negocio de primer orden precisamente por ese motivo. Tras las reliquias iban los peregrinos, que dejaban limosnas, lo que se traducía en pingües beneficios, pasta, o sea, poder.

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Ciruncisión de Cristo. Pintado por Meister der Heiligen Sippe der Ältere (Maestro de la Santa Parentela). Siglo XVI

Por eso todas las iglesias, capillas y abadías pujaban y competían por las reliquias. El Santo Prepucio era la gallina de los huevos de oro y no pararon de aparecer por Europa. En Francia fueron célebres las de Chartre, Metz, Charroux, Conques, Langres, Fécamp, Puy-en-Velay y dos en Auvergne. En Alemania hubo en Hildesheim. En Bélgica en Amberes. El escritor renacentista Alfonso de Valdés aseguró haber visto la reliquia en Burgos y, por supuesto, había una en Roma. Puede que fueran hasta ochenta en total.

Aparte del negocio, también impulsó la fiebre por las reliquias la cristianización del norte de Europa. En 787, en el Concilio de Nicea, se hizo obligatorio que cada iglesia tuviera una. Se instituyeron varias categorías. De primera clase era un trozo del cuerpo. De segunda, algo del santo. De tercera, algo tocado por el santo. De modo que cuando Carlomagno viaja a Tierra Santa ese mismo siglo, se va al Santo Sepulcro y se vuelve cargado de los souvenirs de moda en el momento: reliquias. Se trajo por lo menos el Santo Prepucio y un trozo de la cruz en la que el Señor fue crucificado; como mínimo, porque también hubo iglesias que tuvieron el cordón umbilical de Jesús, o partes del pesebre, espinas de su corona en la cruz, etcétera, con la anotación de que, cuidado, lo había traído Carlomagno. Tener el prepucio o el cordón umbilical y algún fragmento de la cruz, cualquier cosa que certificara su nacimiento y defunción o incluso resurrección, estaba cargado de simbolismo, era el alfa y omega de Jesús. Y eso atraía a las gentes, al dinero… ya lo hemos explicado.

Años antes, la emperatriz Santa Elena también había llevado a Roma la piedra sobre la que fue circuncidado Cristo. Y cuchillos con los que se hizo la operación había dos, uno en Compiégne, Francia, y otro en Maastricht, Holanda. En la web christiantimelines.com tenemos un inventario de todas las reliquias registradas en el siglo XVI que da buena cuenta de la dimensión de este mercado. Llegó a haber circulando varios frascos de sangre de Jesús, la rama de árbol con la que Jesús le daba caña al burro con el que se movía por las calles de Jerusalén, pan de a última cena, la toalla con la que le secaron los pies los apóstoles después de que se los lavara, los clavos de la cruz… En fin, de todo. Pero de todas ellas, el prepucio era la única carne de Jesús que pudo quedar sobre la tierra, puesto que su cordón umbilical al fin y al cabo era carne de su madre, de María. Digamos que el prepucio era lo más.

Y como tal, se multiplicó. Esta vez sin milagro, por arte de la mercadotecnia humana. Se podían encontrar en todos los top-manta del Medievo y su abundancia trajo cola. En un momento era posible entender que la reliquia se hubiera fragmentado y varias iglesias tuvieran partes auténticas, pero definitivamente algunas tenían que ser falsas. Para saber cuál era buena y cuál no, se instituyó un test para comprobar la autenticidad de los prepucios. Había curas que llevándose el prepucio reseco a la boca podían determinar si por lo menos se trataba de carne humana. Parece una tontería, pero hay que hacerse a la idea de que el mercado de reliquias estaba realmente saturado. En su libro Art and Money, Marc Shell, profesor de Harvard, señala que tras el saqueo de Constantinopla al final de la IV Cruzada, donde había tres mil seiscientas reliquias de cuatrocientos setenta y seis santos, hubo tal profusión en el mercado europeo de reliquias que los expertos que podían identificar las verdaderas fueron especialmente cotizados. En el libro los compara jocosamente con los periodistas de arte moderno, que con un artículo con las palabras «incalculable valor» consiguen que se paguen millones por cualquier mondongo como los que usted y yo sabemos que se exponen en ARCO.

Al final, la sobreabundancia le restó credibilidad al fenómeno y las reliquias sirvieron más para inspirar el escepticismo que la fe. Veintinueve ciudades aseguraban poseer los clavos de Cristo. Las lágrimas de la Virgen circulaban en frasquitos. Hubo hasta sesenta y nueve reliquias registradas con viales que contenían leche de su teta. Al llegar la Reforma, Lutero puso el grito en el cielo con este mercadeo de guarrerías en sus Noventa y cinco tesis. Y Calvino, en su Tratado de las reliquias de 1543, se descojonó de todas ellas. Sobre un trozo de pez que le habría dado Pedro a Jesús, escribió que esperaba que lo hubieran salado bien. Ironizó también acerca de la capacidad lechera de la Virgen, se preguntó si no sería en realidad una vaca. Lo mismo que negó que el prepucio del Señor pudiera haberse podido dividir tantas veces como Santos Prepucios había por ahí. Y lo peor fue cuando, a consecuencia de este escepticismo, el que estaba promoviendo la Reforma, se revisaron algunas reliquias en terreno católico y, por ejemplo, en una iglesia de Génova, donde decían tener el cerebro de San Pedro, echaron un ojo a ver si era auténtico y resultó que era piedra pómez.

Al final del Renacimiento, inevitablemente, el gran mercadeo de reliquias se vino abajo. Podríamos hablar incluso de que hubo una burbuja. Seguro que corrió de boca en boca eso de que había que invertir en reliquias, que nunca bajaba el precio, que siempre habría peregrinos dejando limosnas, pero al final, nada. Como siempre, llegaron los alemanes a decir que eso era polvo. Y cuando pinchó la burbuja, por supuesto, en España nos pilló en bragas. Nuestro rey Felipe II tenía siete mil quinientas en El Escorial. Considérese si las posteriores bancarrotas de nuestro reino no tuvieron que ver con esto.

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Altar-relicario de San Lorenzo de El Escorial con una pintura del Misterio de la Anunciación de María, obra de Federico Zúccaro. Fotografía cortesía de Nicoletta De Matthaeis.

Pese a todo, la fascinación por el Santo Prepucio siguió ahí y son numerosos los autores que se han interesado por encontrar el auténtico. A veces solo con la imaginación. Hubo una monja austriaca, Agnes Blannbekin, del siglo XIV, que cuando rezaba podía sentir el prepucio de Cristo en su boca. Cuando esto ocurría, su cuerpo ardía «pero no de forma dolorosa, sino placentera», escribió en sus memorias, Vida y Revelaciones —obra censurada cuando se publicó en el siglo XVIII—, y se lo tragaba. Y entonces volvía a aparecer en su garganta, y se lo volvía a tragar. Así hasta cien veces; hasta que pudo ver cómo su cuerpo se iluminaba. Como un Gusiluz, añadimos, antes de explicar que, no de forma infundada, corría el rumor de que las monjas abusaban de esta reliquia para obtener placer sexual.

En cuanto a los prepucios palpables, los que estaban en un relicario, en un principio todos los que circulaban por Europa tenían el supuesto mismo origen, el viaje de Carlomagno a Tierra Santa. La versión oficial era que a la vuelta se lo había entregado al papa León III y allí se quedó, en Roma.

Pero en la actual Bélgica, la leyenda hablaba de un prepucio traído por el caballero Godofredo de Bouillón en el siglo XI tras la Primera Cruzada en el año 1100, al que se lo había vendido el rey Balduino de Jerusalén. Concretamente, vino cargándolo su capellán, Henry Noese, y lo llevó a Amberes a la iglesia de Santa María la Gloriosa. En el libro de 1907 Die Hochheilige vorghaut Christi (El Santísimo Prepucio de Cristo) su autor Victor Muller cuenta que cuando el capellán depositó el trozo de piel curtida en el altar, el obispo de Cambrai, que estaba dando misa, vio cómo soltó tres gotas de sangre, lo que demostraba que era el Santo Prepucio de verdad de la buena. Se introdujo entonces en un recipiente de oro y se depositó en la «Capilla del Prepucio» junto a la tela que manchó para que estuviera protegido. Aunque no hay prueba documental de este suceso hasta 1426, cuando se constituye la Congregación del Santo Prepucio de nuestro Adorado Jesús en la Iglesia de Nuestra Señora de Amberes; suceso que no importa en demasía puesto que en 1566, con las revueltas de la Reforma, la reliquia desapareció para siempre.

Otro sería el de Saint Coulomb, ya en Francia, que estuvo también por Inglaterra. Catalina de Valois, esposa de Enrique V de Inglaterra, lo pidió prestado porque decían que combatía la infertilidad. Le trajeron el que estaba en Coulomb y le funcionó. Y cuando lo devolvieron, por culpa de la guerra de los Cien Años, acabó en París, en Sainte-Chapelle. Los monjes de Coulomb, muy preocupados porque se quedaban sin prepucio, y sin la pasta de los peregrinos, lo reclamaron en repetidas ocasiones. Pero no fue hasta veinte años después, en 1447, con la región pacificada, cuando regresara por orden de Luis XI. Se supone que a este monarca, cuando iba allí a rezar, le abrían el relicario y se lo enseñaban, pero de este prepucio nunca más volvió a saberse nada.

En Conques, también en Francia, en la ruta del Camino de Santiago, está la Abadía de San Foy, que tuvo y tiene una de las más amplias colecciones de reliquias que se conocen, la cual sobrevivió incluso a los decretos de la Revolución francesa que ordenaban que todo el oro y la plata que hubiera en las iglesias se entregara para acuñar moneda. Aquí incluso hoy en día atesoran un pequeño cofre en el que pone «La auténtica carne de Cristo», lo cual solo podría ser el prepucio o, a lo sumo, el cordón umbilical. Un reciente reportaje del National Geographic grabó el relicario, que está expuesto al público, y al reportero le dijeron que en 1954 se comprobaron todas las reliquias y estaban en orden y buen estado de conservación. El papa Benedicto XIII siglos atrás había concedido la indulgencia plenaria a todos los que fueran a venerarlo, perdonaba todos los pecados de los peregrinos, pero este papa fue un antipapa, algo que ahora explicaremos.

Porque el prepucio más famoso de Francia fue sin duda el de Charroux. La leyenda en este caso cuenta que Irene, emperatriz de Bizancio, se lo dio a Carlomagno como regalo de compromiso y este lo llevó a Charroux, que entonces solo era un monasterio en Poitiers, al suroeste de Francia. En plena burbuja de las reliquias, estos monjes anunciaron que también tenían la cabeza de Juan el Bautista, las cuerdas con las que habían atado a Jesús y espinas de su corona. El problema es que el monasterio se quemó con todas las reliquias, o lo que fuera aquello, y para las gentes del momento, o potenciales clientes, aquello suponía un mal augurio.

Pero estos monjes eran tenaces, de modo que para restituir la credibilidad de su negocio redoblaron los esfuerzos, la inversión en marketing. Primero, reconstruyeron su abadía con una planta que recuerda a la del Santo Sepulcro. Luego falsificaron unos textos en los que se decía que Carlomagno había fundado el monasterio en 799, precisamente justo un año antes de que, según la versión romana, el papa León III recibiera su Santo Prepucio, el oficial. Y para rematar, se apoyaron en un best seller de la época, la Leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine, arzobispo de Génova, uno de los libros más copiados de la Edad Media, que recoge la vida de ciento ochenta santos y, entre estas historias, que Carlomagno se llevó el Santo Prepucio y la Santa Cruz a este monasterio.

Tour Charlemagne de l'abbatiale Saint-Sauveur de Charroux

La torre de Carlomagno es el único resto que se mantiene en pie de la abadía romanica Saint-Sauveur de Charroux. Fotografía: kristobalite (CC)

El éxito de la jugada hizo prosperar la zona y a las casas que se fueron agrupando en torno a la abadía se las llamó precisamente Charroux —en la actualidad un municipio de mil doscientos habitantes—, que quiere decir «piel roja» en referencia ya saben ustedes a qué. Lo tenían todo, el plan de negocio era ejemplar. La equivalencia actual sería un parque temático del prepucio. Prepucioland. Pero, por desgracia, ese prepucio fue robado y no apareció hasta el siglo XIX, en 1856.

Y la pena para ellos, para los franceses, es que en esa fecha ya daba igual que lo hubieran encontrado. Las indulgencias otorgadas a los peregrinos que venerasen el prepucio de Charroux, como las de Benedicto XIII con el de Conques, las había otorgado el papa Clemente VII, otro antipapa del Gran Cisma Occidental, un periodo de años en el que existieron simultáneamente dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón. En 1415 el papa Martín V puso orden en el Concilio de 1415 e ilegitimó todo lo que habían hecho los pontífices de Aviñón entre 1379 y 1414. Las canonizaciones, especialmente, pero también las indulgencias. Así que el único prepucio válido desde la fecha, según el riguroso derecho canónico, era el que había en Sancta Santorum de Roma. ¿Era el verdadero?

En el siglo XIII, Inocencio III no se había atrevido a decidir qué Santo Prepucio era el auténtico, pero la documentación vaticana posterior cuenta que la Virgen María se le apareció a Santa Brígida y le dijo: «Cuando mi hijo fue circunciso, guardé su prepucio como un gran honor y lo llevé conmigo a todas partes. ¿Cómo hubiera podido perder lo que yo había engendrado sin pecado? Pero cuando se acercó la hora de mi tránsito, confié la membrana a San Juan Evangelista, mi guardián, y, más adelante, la escondieron para hurtarla a la malicia de los hombres y así quedó mucho tiempo desconocida. Pero, finalmente, un ángel vino a revelarla a las almas de Dios. ¡Oh, Roma, Roma! ¡Si lo supieras, te alegrarías o, mejor dicho, si lo supieras, llorarías, porque tienes un tesoro que es para mí muy caro y que no lo honras!». Santa Brígida fue canonizada en 1390 y esta revelación suya sirvió para establecer definitivamente la autenticad del Santo Prepucio romano.

Claro que en Italia no contaban con que «Espanya ens roba» y en 1527 el ejército español, entonces los Tercios, formado también por mercenarios alemanes e italianos, saqueó Roma. Descuartizaron curas, violaron monjas y arrasaron con todas las reliquias. En el jaleo, un soldado alemán, afanó lo que pudo y tiró por su cuenta y riesgo hacia el norte, de vuelta a casa, pero fue apresado por unos granjeros y encarcelado en el pequeño pueblo de Calcata.

A este pueblo solo se podía acceder por un estrecho puente de piedra que pasaba, a través de un pasadizo, por debajo de la iglesia local. La comida tenía que traerse a lomos de animales. Y treinta años después del Saco de Roma, cuenta la leyenda que los animales, los caballos, los bueyes y demás, al meterse en el túnel, se paraban delante de una cueva sellada y golpeaban con las pezuñas en el empedrado. Esa cueva había servido para encarcelar criminales y es donde estuvo preso el soldado alemán. El cura del pueblo al final se decidió a entrar a ver si es que había algo que llamase la atención del ganado y se encontró, entre la paja y el estiércol que había en la cueva, una cajita de plata.

El sacerdote se la llevó a unas señoras distinguidas del lugar y la abrieron. Les ahorraré la serie de sucesos sobrenaturales que se produjeron. Lo importante es que dentro se encontraban el dedo del pie de San Valentino, un diente y un trozo de la mandíbula de Santa Marta y ni más ni menos que el Santo Prepucio de Jesús. Era color garbanzo, especificaron. Dos monseñores, Ceci y Pipinelli, llegaron a Calcata desde Roma para comprobar la autenticidad de la reliquia. Cuando Pipinelli estaba examinando su elasticidad, la carne se desgarró y cayó tal tormenta de repente, se cuenta, que los canónigos volvieron rápidamente a Roma y le dijeron al papa que sin duda alguna ese era el verdadero prepucio del Señor.

Hubo intentos de llevar la reliquia a Roma pero finalmente se quedó en Calcata. El papa Sixto V en 1584 dio una indulgencia de diez años al que acudiera a venerarla. Urbano XIII lo dejó en siete en 1640. Inocencio X la mantuvo, como Alejandro VII y Benedicto XIII, en 1724, la ofreció in perpetuo. Se reconstruyó la iglesia de Calcata, con una plaza enfrente como Dios manda y una escultura de la circuncisión de Jesús para el altar. Todo iba sobre ruedas.

1878 --- Original caption: Pope Leo XIII. Photograph made in 1878. --- Image by © Corbis

Papa León XIII. Fotografía: Corbis

Hasta 1856, cuando, casualmente, en Charroux, un obrero echó abajo un muro y se encontró un montón de reliquias escondidas. Debieron meterlas ahí en las revueltas de la Reforma, o en la Revolución francesa, quién sabe. En Poitiers dijeron que era el Santo Prepucio y que estaba obrando milagros a punta pala desde que lo habían desenterrado. El problema es que en 1864 el papa Pío IX tenía urgencias de otra índole y promulgó su encíclica Quanta cura contra el emergente pensamiento liberal y racional, la modernidad y la industrialización, y la prensa protestante del momento les puso a parir echando mano del recién hallado Santo Prepucio. Desde entonces, el prepucio de Charroux se pudo ver solo por las mujeres embarazadas hasta 1872. Y en 1900, el papa León XIII cortó por lo sano y prohibió hablar o escribir del Santo Prepucio so pena de excomunión reservada speciali modo. Solo el pueblo de Calcata podía sacar la reliquia en procesión el día de Año Nuevo. A partir de ahí, solo mentarla era considerado una «curiosidad irrespetuosa».

De modo que en Calcata siguieron a lo suyo, pero al Santo Prepucio, después de la burbuja medieval, todavía le quedaba sufrir otros males de nuestro tiempo: la especulación urbanística, la gentrificación y los lobbies. En 1908, tras el terremoto de Messina, en el que murieron ciento cincuenta mil personas, el Gobierno italiano diseñó un plan urbanístico para revisar todos los centros antiguos de las ciudades que pudieran ser peligrosos. Calcata entró en el plan en 1935 y a sus cuatrocientos veinte habitantes les dieron casas en una ciudad nueva, Nuova Calcata, que no estuvieron terminadas hasta 1969, fecha en la que se marcharon dejando atrás un pueblo de casas ruinosas solo ocupado por ancianos y sus gatos.

Un bocado muy suculento para los hippies, que se mudaron de Roma a Calcata en masa y compraron las casas a los aldeanos. Estos, muy contentos, se las vendían pensando que las iban a derribar, como indicaba el plan, después de darles a ellos las nuevas, pero luego no fue así. El Gobierno italiano se retrasó, los hippies hicieron lobby para que se derogara esa ley tan antigua y finalmente lo consiguieron. Las casas pasaron a costar en poco tiempo cientos de miles de dólares, cuando las habían comprado por unos pocos miles. El pueblo se llenó de esnobs, artistas y demás élites culturales setenteras. Los aldeanos se cabrearon y mucho. Y no les quedaba nada.

El 11 de enero de 1983 leímos en España la noticia en el diario El País. Dario Magnoni, párroco de Calcata, había anunciado que ese año su amada reliquia no sería sacada en procesión porque la habían robado. «Manos sacrílegas la han hecho desaparecer de mi habitación». Como nota curiosa, ese mismo día, el diario también anunciaba que el Vaticano y los Estados Unidos de Ronald Reagan habían restablecido sus relaciones interrumpidas desde 1868. Aquí puede usted empezar a conspirar.

Los ladrones habían entrado fácilmente en la casa del cura. Tenía la llaves puestas por fuera en la cerradura. El religioso, don Darío, no entendía cómo la habían podido robar, puesto que la tenía mezclada con otros objetos para despistar, se justificó.

Los dos sacerdotes viven en la parte nueva —y horrible— de la ciudad, mientras en la antigua, una joya, quedan solo los viejos y un grupo de melenudos venidos del norte de Italia que ha comprado por dos perras gordas las derrocadas casitas medievales. Y allí consumen en paz, a la puerta de la iglesia, su ración cotidiana de droga. «¿Y ahora a quién pediremos las gracias?, ¿quién nos hará los milagros?», dice una viejecita que no puede tener menos de cien años, pues es un auténtico pergamino. (El País).

Unos lugareños de Nuova Calcata culpaban al cura de haberla vendido. Otros al Vaticano. Había de todo, pero nadie creía que se la hubieran llevado unos vulgares ladrones. Los carabineros tampoco hicieron mucho por encontrarla. Le dijeron al reportero de El País que como no existían fotos del prepucio, no tenían nada que hacer.

Solo en 2007, un periodista de Nueva York, David Farley, se atrevió a investigar el misterio con un mínimo de rigor. Viajó a Italia y publicó sus conclusiones en un libro, An irreverent curiosity. Entre los testimonios que recogió en Calcata, uno decía que el Santo Prepucio ya había desaparecido en los años setenta, desde que se llevó a una exposición a Roma, y que a partir de entonces Don Darío hacía la procesión, sospechaban, con el relicario vacío. Esta versión era la más presentable. Otros lugareños le dijeron que el robo lo habían perpetrado los nazis y otros que habían sido miembros de una secta satánica para llevarlo a Turín, ciudad mágica y de brujas, situada en unos triángulos esotéricos que la unen con Stonehenge en Inglaterra y La Meca en Arabia.

El Santo Prepucio en su relicario meses antes de ser robado. Imagen del documental The Quest for the Holy Foreskin

El Santo Prepucio en su relicario meses antes de ser robado. Imagen del documental The Quest for the Holy Foreskin de David Farley

En 2013, este periodista rodó un documental emitido por National Geographic en el que dejaba caer la posibilidad de que el Vaticano, asustado ante los progresos del carbono 14, decidiera hacer desaparecer el único vestigio del cuerpo de Cristo que quedaba en la Tierra según sus papeles. Jaime Capmany, en el diario ABC, ya tiró por esta vía en su momento cuando, a propósito de la Sábana Santa, con su inconfundible estilo situaba en un mismo plano a los que creían en Dios y a los que creían en el carbono 14. Pero este ilustre señor de derechas con bigote y mujer enjoyada cogida del brazo no cayó en que veinte años después la ciencia iba a ser capaz de clonar a una oveja, lo que abría la puerta, según el documental, a que el Vaticano lo que pretendiera fuese ¡clonar a Cristo!

Esta simpática idea ya venía en un best seller italiano, La maledizione di Cristo, de Alessandro Scannella, donde se fantaseaba con que el Vaticano tenía una serie de sótanos con laboratorios secretos para clonar a Jesús y anunciar así su Segunda Venida. Si esto fuese cierto, y además alrededor del santo pontífice estuviesen los nazis, como decían los habitantes de Nuova Calcata —probablemente incluso nazis de una secta satánica, puede que hasta nazis de una secta satánica dirigidos por la CIA de Reagan—, imagínense en manos de qué clase de líder estaría la clonación del prepucio de Dios, ¿en las de Artur Mas?

En el libro rápidamente se desecha esta idea. La investigación alternativa de Farley llega hasta un tal Cybo, poseedor en 1723 de una de las mayores colecciones de reliquias del momento en la basílica de los Santos Apóstoles de Roma. El hombre tenía pelo y leche de la Virgen, huesos de los padres de la Virgen, la columna vertebral de San Pablo, un hueso de San Pedro, en fin, de todo. Y resulta que Cybo en su día acudió a Calcata a comprobar si es que allí estaba el Santo Prepucio. Al ver que era cierto, le ofreció al obispo de la diócesis en la que estaba integrado el pueblo pagarle un relicario de lujo a cambio de un trocito del prepucio. Francesco Tenderini, el prelado correspondiente, estuvo de acuerdo y así se hizo. En 1742, Cybo se llevó todas sus reliquias, junto a un pellizco del Santo Prepucio, a la iglesia de Santa María de los Ángeles en Roma y a su muerte donó toda la colección a la Iglesia a cambio de que permanecieran unidas. Eran ciento treinta y cuatro.

El periodista narra cómo, al descubrir la nueva pista, acudió a este templo al borde de la taquicardia, pero se llevó un chasco. El cura encargado de la capilla le dijo que ese tipo de reliquias las había retirado todas las Iglesia porque entendía que eran excesos del Medievo poco presentables hoy, que ahí ya no quedaba nada. Farney, desolado, volvió a Calcata. Y aquí decidió jugárselo todo a una carta antes de regresar a Nueva York. Se fue directo a la tienda de bebidas espirituosas.

Gracias a unos amigos, consiguió una entrevista con el cura don Darío, al que le robaron la reliquia. Tras unas botellas de vino, el sacerdote, que no hablaba del tema con nadie, ni mucho menos con la prensa, confiado, empezó a largar. Describió vagamente a la pareja que supuestamente la robó. Unos treintañeros, casi cuarentones. No se acordaba bien. Pero ante la insistencia del periodista, fue sincero. En realidad es que él no creía en la reliquia. La enseñaba, pero le daba igual. Había sido un cura moderno, del Vaticano II, y pasaba de chorradas. Aunque el periodista le metió más presión: «El relicario era identificable, se podría localizar». A lo que el anciano cura le espetó: «¿Pero tú sabes lo pequeño que era el prepucio? —cogió unas diminutas migas de pan que había sobre la mesa en la que habían cenado— Era como esto, como esto… nada, insignificante».

Y ahí, con un viejo cura medio borracho manoseando migas de pan y un joven periodista neoyorquino que se había comido seis mil ochocientos kilómetros para escuchar esa explicación, concluye la última pista conocida sobre el paradero del Santo Prepucio de Nuestro Señor Jesucristo. Si han llegado hasta aquí, que Dios les guarde muchos años.

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Refugiados en el corredor balcánico: «Mientras el rico habla, el pobre comparte»

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«Kod bogataša na glas, kod siromaha na čast» es un viejo refrán balcánico que repite la gente mayor cuando ocurre una tragedia. Si estás necesitado, viene a decir, mejor que llames a la puerta de alguien a quien tampoco le vaya muy bien. La crisis de los refugiados en el corredor de los Balcanes, la ruta hacia Alemania que surca Grecia, Macedonia y Serbia, lo ha puesto de manifiesto. Mientras los políticos han dejado pasar los meses mirando hacia otra parte o postergando el acuerdo sobre el reparto de los refugiados, han sido muchos los ciudadanos de estas repúblicas que a título individual se han preocupado por sirios, afganos, iraquíes o libios que han atravesado sus países.

Porque la crisis empezó antes de este verano, cuando el problema saltó definitivamente a la primera plana de los medios de todo el mundo. Desde septiembre del año pasado, la prensa de la región ya recogía la llegada de refugiados. El día 2, el medio serbio B92 contaba en un reportaje qué rutas seguían los sirios para llegar a Europa desde Turquía atravesando los Balcanes y cuánto les costaba —de tres mil quinientos a cuatro mil euros—. Después, aparecieron noticias de que Serbia la estaban atravesando niños solos, la mayoría afganos. Y, ya en abril, que catorce refugiados murieran en Macedonia atropellados por un tren cuando caminaban siguiendo la vía dio la voz de alarma antes de que estallara definitivamente la crisis, en agosto, cuando llegaron a entrar tres mil al día en el país.

Maša Mišić, activista de Belgrado, se ha pasado todo este verano en los alrededores de la estación asistiendo a los refugiados desde que leyó las primeras noticias y vio con sus propios ojos cómo iban llenando las calles de su ciudad e instalándose en los parques. Sacrificó sus vacaciones y organizó un grupo de ayuda en torno a unas ONG locales; no le faltaron colaboradores, pero lo que más recuerda fue la ayuda desinteresada que recibieron de antiguos refugiados de las guerras de desintegración de los noventa: «Ha venido gente de todos los rincones de la antigua Yugoslavia a traer alimentos y cualquier cosa que pudiera ser útil; recuerdo a una mujer que fue refugiada de la guerra de Croacia llegar con utensilios de higiene femenina, nos dijo: “creedme, yo sé lo que necesita realmente una mujer en estas circunstancias”».

No han sido excepciones. Balkan Insight informó del caso de Vanja Crnojević, que dejó Bosnia con doce años durante la guerra para irse a vivir a Suiza. Ahora, al ver por televisión las cargas de los antidisturbios de Macedonia contra los refugiados, cogió el primer avión y se fue al sur de Serbia, a Preševo, una región habitada mayoritariamente por albaneses, a construir cobertizos para las familias que cruzaban la frontera. Incluso muchos de los voluntarios en Serbia de la Cruz Roja también fueron refugiados de guerra.

El recuerdo de aquellos días negros ha estado presente en cada noticia relacionada con esta crisis. En las redes sociales, unas fotos de Jelena Milić se hicieron virales y ella famosa. Esta mujer y su marido alojaron en su casa a una familia siria. Utilizaron el Facebook para poder mostrar a sus familiares que se encontraban bien y rápidamente la gente empezó a compartir las fotos. Preguntada por France Presse acerca de por qué les abrió su casa, contestó que era lo mismo que tuvieron que hacer en los noventa durante las guerras, cuando Serbia recibió seiscientos mil refugiados. «Aquí hay pocas personas que no conozcan lo que supone ser un refugiado, que no les haya tocado por algún familiar, vecino o amigo. En cuanto a la diáspora, la mayoría de los nuestros que han crecido en Alemania o Suiza es precisamente porque fueron refugiados», aclara Masa.

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Durante agosto, alrededor de cien personas diarias pasaron a donar algo al pequeño centro de atención a refugiados que estos voluntarios montaron cerca de la estación de Belgrado. Lo único que no aceptaban era dinero. Maša explica que todavía hoy hay que vencer ciertas suspicacias de la población tras la invasión de ONG que experimentó la región durante las guerras: «Aquí todavía existe el prejuicio de que las ONG se enriquecen con las donaciones, por eso no podemos aceptar cash. A los que traen dinero les mandamos al supermercado con una lista».

Mientras hablamos con Maša, aparca un coche. Es Lejla, ha venido conduciendo desde Tuzla, Bosnia y Herzegovina, a unos doscientos kilómetros. Puso un aviso en Facebook diciendo que quería reunir toda la ayuda posible para los refugiados y llevarla a Belgrado. Hasta finales de septiembre hizo el viaje cinco veces con el coche cargado. Después siguió haciéndolos pero a Croacia, a los alrededores de Vukovar, por donde estaban cruzando los refugiados cuando Hungría selló su frontera. Llega mucha ayuda desde la vecina Bosnia. Desde Sarajevo algunos días han llegado hasta cuatro furgonetas.

«¿Por qué lo haces, Lejla?», preguntamos. «Porque cuando vi por televisión que estaban llegando los refugiados a Belgrado, durmiendo en las calles y en los parques en esas condiciones, entendí que no tenía otra opción, que tenía que hacer todo lo que estuviera en mi mano por ayudarles». Acaba la frase y se queda mirándonos fijamente sonriendo. Le preguntamos qué opina de la valla que están colocando en Hungría y de la UE. «Nada, no opino nada sobre eso, prefiero vivir en mi pequeño mundo».

En los alrededores de la estación nos encontramos con Firas. Nació en Bijelo Polje, en Montenegro, pero su padre es sirio, un médico que hizo la carrera en Yugoslavia durante lo que no pocos serbios llaman the good old times, la época en la que la Federación lideraba a los países no alineados. Firas también está estudiando Medicina en Belgrado. Tanto la guerra como la llegada de los refugiados le han pillado por sorpresa. Sus padres están atrapados en Alepo, habla con ellos por teléfono cuando buenamente pueden. Además de la lógica preocupación, siente angustia porque su padre aparece en una de las listas de most wanted para ser secuestrados que distribuyen los rebeldes. Él mismo lo ha podido ver en sus páginas de Facebook.

Su aportación como traductor de sirio con conocimientos de medicina ha sido impagable. Generalmente se ha encontrado con situaciones sencillas de resolver y de explicar, como hongos en los pies tras interminables caminatas, bebés desnutridos, piojos por dormir a la intemperie, pero también ha habido casos realmente graves. Maša toma la palabra y relata el caso de una familia en la que todos sus miembros tenían una enfermedad rara, un mal congénito por el que necesitaban una transfusión de sangre semanal. «En el hospital no se les podía atender si no estaban registrados, un trámite que todos los refugiados se niegan a hacer por miedo, pero al final el personal hizo la vista gorda… y no fue la única vez».

Junto a nosotros, en el parque, Firas se encuentra con una familia que lleva a cuestas a una niña discapacitada de siete años que no es capaz de ingerir por sí misma alimentos sólidos. Se los lleva a todos al puesto donde Masa reparte alimentos y ropa. Ahí la fundación de Vlade y Ana Divac ha colocado un barracón con médicos.

La niña es atendida mientras la familia recoge comida antes de salir para Croacia. Han llegado tan solo hace un cuarto de hora a Belgrado. No siguen ningún plan maestro. Entre ellos se corre la voz de que ya no se puede cruzar por Hungría y de que todos tienen que ir a Croacia y van directos, sin pensar, sin contrastar la información y sin tiempo que perder. Ocurre lo mismo con Alemania, todos piensan que allí les darán refugio y trabajo.

No obstante, lo que tienen en mente no es prosperar ellos, sino dar un futuro a sus hijos. El padre de estos niños tiene veinticinco años. Estudiaba Economía, por la guerra tuvo que abandonar la universidad y no cree que pueda retomarla jamás, su único plan es que sus hijos puedan crecer en algún lugar con un mínimo de futuro. «Nosotros ya lo hemos perdido todo», dice. Muchos también han tenido que huir para no ser reclutados para la guerra. «Solo queremos ir a un sitio de paz donde sepas que puedes salir de casa y volver vivo».

¿Qué debe hacer la comunidad internacional por Siria?, preguntamos. «Es difícil que pueda hacer nada, aunque se marche el presidente mañana y llegue la paz, Siria necesitará cincuenta años para volver a ser lo que era». Esta familia abandonó su casa por la presión del ejército rebelde, pero ellos no toman partido: «No entendemos de eso, y creo que los políticos tampoco, lo que hay ahora en Siria es el caos».

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Con esta familia viaja Milad, que no tiene inconveniente en dar su nombre. Es de los alrededores de Qamishli. El Daesh (ejército del Estado Islámico) destruyó su casa, las van volando una por una. Nos enseña las fotos en su móvil. «¡Mirad!, ¡mirad! ¿Cómo voy a quedarme a vivir aquí?». Todas las historias son similares. Lo que dejan atrás es el infierno, sin paliativos. Ejecuciones, barrios enteros poblados por civiles utilizados como escudos humanos, casas, escuelas y hospitales destruidos. Allí no queda ninguna esperanza.

Cuando salieron de Siria atravesaron Turquía hasta la frontera griega. Intentaron pasar cruzando el río Martisa que separa ambos países, pero la policía griega los detuvo y los devolvió en varias ocasiones. Estuvieron viviendo en el bosque, al raso, hasta que la policía turca los llevó a Estambul. Allí tomaron la decisión de que la única forma posible de pasar a Europa era por mar: «Conseguimos el contacto de un mafioso que nos iba a facilitar la barca y el lugar por donde pasar, al llegar vimos que la barca tenía ocho metros y éramos cincuenta y seis personas, nos dijeron: u os subís a la lancha, u os matamos en el bosque». Les quitaron toda su documentación y los quince mil euros que llevaban encima.

Un refugiado interrumpe de repente la conversación: «A mí me pasó lo mismo, nos pusieron pistolas en la cabeza para que nos subiéramos a la barca, a uno que venía con nosotros le dispararon en la pierna e hizo todo el viaje por el mar sangrando. Al cabo de un rato la barca empezó a hundirse, íbamos todos con los niños, en el agua los que sabían nadar ayudaron a los que no, pero el que nos salvó fue un marinero griego que se acercó con su barco y nos sacó echándonos las redes, por eso estamos todos vivos».

El padre de la niña sigue: «Al poco de salir nuestra barca se nos estropeó el motor. Tuvimos que volver remando y esperar a que trajeran otro a primera hora de la mañana. Volvimos a zarpar. Nos dijeron que eran veinticinco minutos o media hora de travesía y estuvimos en el mar más de dos horas».

Jim Marshall, un fotógrafo residente en Sarajevo que ha estado trabajando por toda la ruta de los Balcanes, nos cuenta que no todos corrieron la misma suerte: «Me he encontrado mucha gente que tuvo que ser rescatada del mar mientras flotaba rodeada de los cuerpos sin vida de sus amigos o sus familiares».

Al llegar a la costa griega por una vez no les esperaba la policía, sino ciudadanos, con mantas y comida. Pudieron descansar y recibir instrucciones para seguir su camino, la gente les llevaba mapas y algunos se ofrecían para llevarlos en coche. En la frontera con Macedonia, aunque a principios de verano se vieran escenas de cargas policiales, la situación se ha tranquilizado y también encontraron ONG y ciudadanos que por su cuenta estaban ayudando a los refugiados. Hasta la policía les enseñó los caminos por donde tenían que ir, reconoce esta familia.

Stojne Atanasovka colabora con la ONG Open Gate-La Strada Macedonia y ha estado trabajando en los alrededores de Gevgelija, en la ruta de los que han llegado por Tesalónica, desde los primeros días en los que aumentó la gravedad de la crisis: «Un día, según iban llegando los grupos de familiares, apareció un chico de unos diecisiete años que viajaba solo. Estaba llorando, no quería que le vieran así sus compañeros de viaje. Me contó que su familia solo tenía dinero para que abandonase Siria uno de sus miembros, que era él. Su madre había vendido todo lo que tenía para pagar el viaje. Le eligieron a él porque como era bueno en los estudios pensaron que sería el que más probabilidades tendría de salir adelante. Un día antes de llegar a Gevgelija se había enterado de que una bomba había destruido su casa y su hermana estaba gravemente herida, por eso iba llorando».

No es algo tan extraño que un chico de diecisiete años viaje solo toda esa distancia. El diario serbio Informer a principios de agosto dedicó una portada a un niño sirio con el titular «Este niño ha venido andando desde Damasco». Y hay situaciones incluso más sorprendentes y estremecedoras: Jim se encontró con un hombre que hacía todo el viaje en silla de ruedas acompañado por sus hijos.

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Los momentos más duros en la ruta se vivieron en Horgoš, Hungría, cuando la policía cargó brutalmente contra los refugiados. Firas, el traductor, estaba allí: «Fue una trampa de la policía húngara, les dejaron acercarse veinte metros y entonces empezaron a pegarles y echarles gas. Fue un verdadero desastre, hubo mucha gente herida. Ahí vi lo más horrible que he presenciado en toda mi vida como médico. He visto cosas terribles, pero nunca nada me ha afectado como esto. Era un bebé, había aspirado el gas de la policía. Solo tenía un par de meses y estaba asfixiándose. No sabía cómo ayudarle, le habría dado mi vida, pero no sabía qué hacer. Luego se puso a temblar, porque la primera reacción del padre fue echarle encima una botella entera de agua. Al final le cambiamos de ropa y ya le vi mejorar. Aquella noche atendimos a doscientas personas».

No quita la vista de móvil mientas habla. Está intentando conseguir noticias de un chico de Alepo. Sabe que cruzó la frontera húngara y le detuvo la policía. Le tomaron las huellas y se lo llevaron a la comisaría, desde entonces llevan cinco días sin saber de él. Su madre vive en Alemania, viajaba para reunirse con ella. La mujer solo quiere saber si está vivo, nos dice.

En Serbia el Gobierno tardó en reaccionar unas semanas mientras la capital se iba llenando de refugiados. Los voluntarios iniciaron su acción el 5 de agosto, día en que en 1995 llegaron a este país doscientos cincuenta mil serbios expulsados de Croacia en cuarenta y ocho horas. Eligieron esa fecha por el impacto mediático, desde entonces no han parado de recibir donaciones y han podido mantener una asistencia constante.

De no ser por las tiendas de campaña que hay en los parques, facilitadas por ONG, y las que ha puesto el Gobierno, militares, para que los refugiados puedan cubrirse de la lluvia, los aledaños de la estación de autobuses de Belgrado podría decirse que parecen un barrio sirio. Muchos comercios rotulan en su idioma, especialmente las peluquerías. No hay incidentes de ninguna clase. Hasta se da el caso de un hombre que vino de Alemania para abrir un restaurante sirio, cuenta Masa riéndose.

Cuando el primer ministro serbio, Aleksandar Vučić, decidió mojarse en el asunto, acudió a los parques a sacarse fotos con los niños. Desde ese día llegaron algunos médicos y ambulancias y se abrieron centros oficiales. Aunque los refugiados no quieren pedir asilo en este país, pues saben muy bien que no hay trabajo.

El ministro de Asuntos Sociales, Aleksandar Vulin, fue más lejos y manifestó a los medios que Serbia no era «un campo de concentración» y que no impediría a los refugiados entrar y salir del país. Cuando Hungría cerró su frontera apareció allí exigiendo que se abriera, no se sabe si en un gesto más oportunista que oportuno, porque cuando los refugiados se dirigieron en masa hacia Croacia el Gobierno de Zagreb cerró todos los pasos fronterizos durante días e inició un amago de guerra comercial con Serbia que dejó kilométricas colas de camiones en las carreteras.

Finalmente, muchos refugiados sí que han conseguido avanzar hacia Alemania, Holanda u otros países a través de Croacia y Eslovenia, no sin incidentes en los trenes y con el confinamiento de muchos en improvisados campos de refugiados, hasta en cementerios. Pero ellos no quieren quedarse en los Balcanes, quieren seguir. Según los datos de Maša, solo diez han pedido asilo en Serbia, por donde han pasado más de doscientos mil en pocos meses. Un vídeo que se hizo viral en Eslovenia, comentado con altas dosis de cachondeo por los ciudadanos de este país, situaba de nuevo a cada uno en su lugar. Un reportero se acercaba a la ventanilla de un tren y le preguntaba a una refugiada por qué no quería quedarse en Eslovenia. La mujer respondió con toda sinceridad: «Porque sois un país pobre».

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Fotografía: Ivana Todorovič

Reportaje fotográfico completo aquí.

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Memoria del cante flamenco de la Segunda República

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Imagen: Marita Ediciones.

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Cada vez que ha venido alguien extranjero a visitarme a España me ha pedido que por favor le lleve a escuchar flamenco. Pero no a un sitio para turistas, sino «donde lo escucháis vosotros». He tenido que explicar una y otra vez que no es precisamente mayoritario el español que el viernes noche se va a escuchar flamenco, que muchos españoles no han pisado una juerga flamenca en su vida, que la música más genuina del país, con la que se adornan los anuncios de «visite España», le resbala a la mayoría. Incluso que es más frecuente el que te suelta un repugnante y medio racista «me gusta la guitarra, pero no la voz» que quien distinga y admire los palos del flamenco.

Porque tenemos asumido que el flamenco es un género minoritario. Diego Manrique siempre ha reiterado en su columna que Camarón vendía muy poco en España. Y encima, La leyenda del tiempo, el disco que ahora todo el mundo dice admirar, los gitanos iban a devolverlo al Corte Inglés quejándose de que ese no era Camarón, o su Camarón. Sí que debe de haber razones objetivas para el desapego del español medio hacia esta música. Para empezar, que no se disfruta de forma instantánea, hacen falta años profundizando si no se ha mamado de cuna. Pero en la triste historia de España quizá haya un hecho determinante: Franco.

Cierto es que con la cantidad de sangre que corrió en el genocidio español, las familias que se separaron y las vidas que se truncaron, puede resultar obsceno preguntarse por cómo habría sido la evolución del cante flamenco en nuestro país sin el conflicto. Pero si este apartado de nuestra cultura popular cambió para siempre tras la guerra civil, fue precisamente porque buena parte de estos artistas eran afines a la república y como tales fueron asesinados, represaliados o desaparecieron. Lo mismo que su arte, cuyo contenido social y político fue silenciado y prohibido durante el régimen.

Para Juan Vergillos, historiador del flamenco, existe un antes y un después en el cante con la destrucción del estado democrático de 1931: «El cambio fue absolutamente radical. Franco se ocupó de despolitizar el flamenco y convertirlo en un fenómeno étnico en lugar de político. También con la Segunda Guerra Mundial cundió el miedo en todo el planeta, el miedo al otro, y surgió el arte de los gitanos, de los negros, etc. Antes el arte era arte, no tenía un color específico».

En el impagable ensayo de Alfredo Grimaldos Historia social del flamenco (Península, 2010) se documenta que ya en los inicios del siglo XIX sucesos de gran importancia política como la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis o el fusilamiento de Torrijos fueron recogidos por el cante de la época, que se alineaba con la revolución liberal española. Y en el libro del doble cedé Cantes y cantos de la República, editado por Marita y la Agencia Andaluza del Flamenco, se hace referencia a los cantaores de los años treinta como precursores de la canción protesta que conquistó los mercados de todo el mundo en la era hippie. «Este tipo de cuestiones está en el flamenco desde su origen», opina Vergillos, «ya cantó Siverio la “Seguiriya de Riego”, pero lo que pasó a partir de 1931 es que por fin se podía hablar abiertamente de estos temas».

Hasta el punto de que la exaltación de la República y sus héroes o de la bandera tricolor y las referencias a problemas sociales llegaron a convertirse en una moda propiamente dicha, un género en sí mismo. «Gran parte de los flamencos eran gente del pueblo, así que la mayoría se alineó con el nuevo régimen. También fue una moda, no estrictamente flamenca, sino española, y algunos se sumaron por seguirla, claro. Tal y como señaló Pericón de Cádiz en sus deliciosas memorias, donde comentó que él cantó letras reivindicativas para llegar a un público mayor», explica este historiador.

Así aparecieron los fandangos republicanos y sus derivados, la mayoría grabados por discográficas de Barcelona. El flamenco había alcanzado gran relevancia en esta ciudad desde la Exposición Universal con la apertura de nuevos locales con espectáculos dirigidos tanto al público local como al primer turismo y visitantes de la aristocracia europea, como relata Montse Madrilejos en la revista de investigación sobre flamenco La Madrugá (nº2, junio 2010). Estos sellos juntaron a los guitarristas locales más importantes del momento, como Pepe Hurtado, Manolo Bulerías y Miguel Borrull hijo, con los cantantes que más frecuentaban Cataluña y aprovechaban su estancia para grabar.

Uno de ellos era Manuel Vallejo, autor del primer disco dedicado a la Segunda República con música del maestro Quiroga, un fandango en recuerdo de los militares republicanos sublevados en Jaca en 1930, Galán y García Hernández, fusilados inmediatamente después. También Chato de Ventas, el Gran Fanegas o el Guerrita registraron piezas de adhesión al nuevo régimen, como la de este último, murciano, «España es republicana, de matices tricolor».

Quiero decir con pasión
este fandango que canto.
Quiero decir con pasión
España republicana
y lo es de corazón.
¡Abajo la ley tirana!
De matices tricolor
España tiene bandera
de matices tricolor
amarillo, rojo y lila
colores que son de amor
¡Juntarse a nuestras filas!

Poco después, en 1932, Pastora Pavón Cruz «la Niña de los peines» tomó un invento del Niño de Marchena, el cante por colombianas, y creó una variante festera que tituló «La bandera de mi patria», una de las composiciones más bonitas y desgraciadamente olvidadas de la época, donde el entusiasmo republicano llegaba a tomar cierto cariz de nacionalismo español. Un impulso del que surgieron sindicatos de artistas y recitales comprometidos con los trabajadores.

«El flamenco en la República era la música popular. El primer cine sonoro en España es cine musical y más en concreto cine flamenco, protagonizado por Angelillo, Niño de Utrera, Guerrita. Algunas de estas películas las dirigió Luis Buñuel, entonces afiliado al PCE. Eran artistas muy populares y la guerra los sumió en un olvido lamentable», cuenta Vergillos.

Porque el 18 de julio de 1936 cayó sobre ellos con la misma crueldad que sobre el resto de españoles. Fue el propio barrio de Triana, una de las cunas del flamenco, uno de los primeros escenarios de la guerra. Sus defensores resistieron hasta el día 21 a los regulares, que se ensañaron con la población civil violando, saqueando y asesinado a sangre fría.

En estos días negros, Juanito Valderrama, por ejemplo, cavó trincheras en un batallón de fortificaciones hasta que logró dejar el pico y la pala cantando para las tropas canciones tradicionales cuyas letras, como él sabía muy bien, serían del gusto de la CNT. En la Barcelona revolucionaria del 37, documenta Madrilejos, «la gran mayoría de cantaores, bailaores y guitarristas flamencos se amoldaron a las corrientes políticas dominantes en cada momento. En unos casos la actitud adoptada se debió a consideraciones de tipo ideológico, en otros a simple oportunismo político, cuando no a puro instinto de supervivencia. No faltaron aquellos que se posicionaron fundamentalmente por el deseo de satisfacer al público al que se dirigían, ni los que se vieron envueltos en conflictos que no entendían o no querían entender».

El Chato de Ventas, el cantaor de Lavapiés, recordado por sus milongas humorísticas, entre ellas una sobre el estatuto de Cataluña, volvía de una gira por Andalucía cuando fue apresado mientras pasaba la noche en Cáceres. Se difundió el bulo de que había muerto «de un susto» ante el anuncio de su fusilamiento, pero Manuel Cerrejón, productor del aludido Cantes y cantos de la República entrevistó a su nieta y le contó que le ejecutaron fusilado como los demás. En la partida de defunción, no obstante, escribieron que falleció por una insuficiencia cardíaca. Y Corruco de Algeciras, natural de La Línea, autor de fandangos republicanos como «Lleva una franja morá», murió en el frente de Balaguer en la batalla del Segre en 1938. Solo tenía veintiocho años.

Lleva una franja morá,
triunfante nuestra bandera,
lleva una franja morá,
la conquistó España entera:
por Hernández y Galán
rompió España sus cadenas.

Antonio García «Chaconcito», niño prodigio del cante, murió en el frente de Madrid, combatiendo y cantando coplas contra los nacionales. Antonio Pérez Guerrero «el Sevillano» fue internado en el campo de concentración de las Agustinas. Incluso el propio Ramón Perelló, autor de la letra de «Mi jaca», la canción que más se escuchó en ambos bandos durante la contienda, fue encarcelado en el Puerto de Santa María.

En otros casos, los artistas vieron morir a sus familiares. Luis Caballero, cantaor payo, fue encarcelado con diecisiete años al inicio de la guerra. Su padre era sindicalista y republicano. Desde la ventana de su celda, Luis pudo ver un día a su madre caminar por la calle de luto y descompuesta, así supo que habían fusilado a su padre. También el bailaor eterno Farruco cuenta en una entrevista con Alfredo Grimaldos que su padre fue comandante de un batallón de la 30ª Brigada Mixta del Ejército Popular Republicano y por eso fue fusilado en Madrid con treinta y cuatro años. Había mandado un batallón de payos y gitanos en la defensa de la capital. Su madre, mientras tanto «con el pelo corto y mono azul de miliciana”» cavó trincheras en Madrid y por ese motivo sufrió cuatro años de cárcel.

«Nadie se ocupó de reivindicar todas estas figuras en la posguerra y al final su memoria se olvidó», rememora Vergillos. El flamenco tuvo que empezar de cero después de la guerra. «Las estructuras del flamenco habían volado por los aires, los circuitos de recitales, etc. Como el propio Juanito Valderrama dijo “donde antes cantábamos, las plazas de todos, estaban fusilando a la gente”. Él mismo tuvo que reconducir su carrera hacia la copla, que era el único formato musical posible en la inmediata posguerra».

Se podría decir, además, que al final de la guerra en el mundo del flamenco hubo una fuga de cerebros: «En la guitarra se fueron, para no volver, Sabicas o Esteban de Sanlúcar, este un poco más tarde. En el cante, Angelillo, que era la gran estrella de los treinta, Niño de Utrera, el Pena… Pero es que en el baile se fueron todos, hasta Carmen Amaya. La Argentinita murió en Nueva York. Y la Argentina, en Biarriz. El baile flamenco de antes de la guerra se codeaba con Picasso, Falla, Dalí o Lorca, artistas que trabajaban para el flamenco, o los flamencos para ellos. Esto no volvió a ocurrir hasta los años setenta».

No se puede negar, por otra parte, que no hubiera casos desgraciados en sentido inverso. Juanito de Marchena, al que alistaron a la fuerza el bando republicano, estuvo entre los que se unieron a la «Columna flamenca» de Jaén, que iban cantando a las tropas o en los teatros colectivizados. Una noche discutió con un sargento, fue enviado al frente y tras confesar a sus compañeros de trinchera que era de derechas, esperaron a que tratara de cruzar al otro bando para matarlo. O el caso de Luis Llace, un gran guitarrista a juicio de Vergillos, que solo porque le gustaba «vestir elegantemente», en el Madrid sitiado, recibió tal paliza que murió a los pocos días.

Pero con la implantación del nuevo régimen, el silencio imperó para todos. El contenido social desapareció del cante, lo mismo que sus reivindicaciones. Casos como los de Bizco Amate, destacados en el libro de Grimaldos, solo pudieron darse en la más absoluta marginalidad. Este cantaor, gitano de Sevilla, vivía debajo de un puente y frecuentaba constantemente las comisarías. Suya fue esta pieza en la que sobrevivía la tradición contestataria del género:

A mí me preguntó un juez
que de qué me mantenía
yo le dije que robando
como se mantiene usía,
¡pero yo no robo tanto!

La conciencia de la masacre perpetrada contra ellos no se puso de manifiesto hasta 1968, cuando José Menese tuvo el valor de cantar su «Romance de Juan García», nombre con el que se refería a todos los que sufrieron el paseo. A los braceros que fueron ejecutados in situ en Andalucía por falangistas e hijos de señoritos a caballo que bromeaban diciendo que aquellas batidas eran la verdadera «reforma agraria», que por fin los campesinos iban a tener un trozo de tierra para ellos.

Fue sentenciado Juan García
a golpes de mosquetón
primera noche de agosto
sin jueces ni defensor.
No era por miedo su llanto
porque llorando salió
llorando porque dejaba
lo que en su casa dejó.
Lo sacaron amarrao
y amarraíto quedó
a dos pasos del camino
en el camino de Morón.
Así murió Juan García
testamento no escribió
pero lo que Juan dejaba
el pueblo lo recogió.

El olvido de todos estos artistas ha servido para establecer la que para Vergillos es la gran polémica «política» actual del flamenco: «La de los que pretenden que es un arte de la caverna, un arte marginal, minoritario, y los que creemos que en otro tiempo fue el arte más popular de España, y que se codeaba con los artistas de vanguardia en los veinte y los treinta; los que creen que es patrimonio de unos cuantos y los que pensamos que es un lenguaje a disposición del que tenga algo que decir». Una constatación más de que el genocidio en España no solo derramó sangre, sino que también aniquiló la esencia cultural de nuestro pueblo.

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Fariña, un retrato minucioso y desapasionado de la «Galicia Connection»

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Imagen: Libros del KO.

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Dos libros sobre drogas van a marcar un antes y un después este 2015 para quien esté honestamente interesado en el asunto. ¿Nos matan con heroína?, de Juan Carlos Usó en Libros Crudos, de inmediata aparición. Versa sobre una leyenda urbana que ha alcanzado rango de verdad absoluta, que el Estado empleó la heroína en España para desarticular movimientos revolucionarios, particularmente los abertzales. Un análisis que ya anticipó en la Web Sense Nom y un enfoque que se complementa perfectamente con el reportaje enciclopédico sobre el narcotráfico gallego que ha publicado Nacho Carretero en Libros del KO: Fariña.

Raro es que los foráneos que pasaron por Galicia y establecieran mínimos vínculos en los ochenta y noventa no se toparan más de una vez con el tabaco de contrabando, sus historias, leyendas asociadas y opiniones de toda clase sobre el oscuro asunto de los narcotraficantes. De sus cochazos y las lanchas planeadoras, al menos, hablaban hasta los turistas menos avezados.

Con los años luego supimos que el percal era tan pintoresco como los protagonistas de cualquier producto de ficción sobre a mafia o el tráfico de drogas. Largo y tendido se ha comentado en los bares el perfil de Sito Miñanco. Con su bigote, sus camisas hawaianas y su club de fútbol. Laureano Oubiña, con sus idas de madre y su Pazo Baión, llamado Falcon Crest por los lugareños. O el clan de los Charlines, los más duros y perennemente en los medios generación tras generación.

Pero el autor no ha tomado estos derroteros en su libro. Bien podría haber descrito pormenorizadamente toda la ostentación de los capos, sus lujos y posesiones, pero se queda en lo esencial. Tampoco se profundiza en las extravagancias de personajes tan tentadores como Miñanco. El trabajo no es, digamos, cinematográfico. O literario. Es un intento de dar una explicación solvente al fenómeno y contextualizarlo en un tiempo y un lugar.

Porque el origen se halla en la posguerra española. Cuando Portugal era un lugar relativamente próspero y las áreas rurales de Galicia se encontraban en la pobreza extrema. Sin medicinas, combustible, luz, recambios eléctricos… Ni siquiera con alimentos suficientes. Un lugar donde el café o un simple encendedor eran objetos de lujo. En esta tierra fronteriza con semejante desigualdad a un lado y a otro, el contrabando «llegó por inercia«, explica el autor.

Siempre, claro está, con la inestimable colaboración de la Guardia Civil de entonces, que se encontraba en condiciones igual de precarias o peores que el pueblo al que vigilaban, el contrabando se convirtió en una forma de supervivencia. Y para cuando llegaron «los rubios«, enviados del III Reich, pagando una fortuna por el wolframio de las minas locales, aquello se convirtió en una suerte de El Dorado. Por no mencionar que los suministros de los maquis de los montes gallegos también llegaban por el contrabando desde el país vecino.

Cuando las tornas cambiaron y fue Portugal la que empezó el declive económico mientras España despegaba, el contrabando solo tuvo que cambiar de dirección. Hasta se llegó a acuñar una moneda propia, el frete, una pieza de aluminio acuñada equivalente a doscientos escudos o cien pesetas, según el lado, que llegó a tener validez en algunas aldeas fronterizas.

En esos tiempos, mientras había hasta contrabando de chatarra, con jugosas anécdotas recogidas en el libro que ya le gustaría descubrir a Kusturica, la profesión se fue especializando y se llegaron a crear redes de tráfico humano cuando se empezó a dar salida a los desertores portugueses de las guerras de Angola y Mozambique. Hubo que alimentarles, mantener una cobertura médica por si caían enfermos y esconderlos. Un esfuerzo de coordinación apreciable.

Pasados los años de penuria, todo este conocimiento pasó a aplicarse al contrabando de tabaco. De la aceptación social de estos profesionales da buena cuenta que el exaviador republicano Celso Lorenzo Villa, presidente del Celta de Vigo en los sesenta, cargara de tabaco el autobús del equipo para vender al público que les veía jugar. Fue el llamado Celta del Marlboro. Este directivo estaba casado con la hija de un sargento de la Guardia Civil. Todo iba encajando.

Así, el primer salto de calidad se dio cuando una nueva generación de contrabandistas rompió con los proveedores portugueses y empezó a comprar el tabaco directamente a las multinacionales americanas. RJ Reynolds Tobbaco Co. y Philip Morris decidieron destinar sus partidas defectuosas al contrabando. Galicia se convirtió en un punto de entrada europeo para esta mercancía. Los otros estaban en Grecia y el controlado por la Camorra en Italia.

Descargar un buque de tabaco en Galicia no podía ser más rentable, equivalía a cientos de viajes por carretera. Las cifras de lo que se movió son mareantes. La Hacienda española dejó de recaudar diez mil millones de pesetas de los años ochenta. Y los beneficios que sacaban los clanes se iban directos a Suiza. Llegaron a mover tanto dinero que tuvieron que calcularlo al peso. «Te envío tres kilos, me debes trescientos gramos de billetes», parafrasea Carretero.

Un juez francés investigó toda la trama, puso el caso en contacto de las autoridades españoles y ¿qué ocurrió? Nada. Nuestra legislación estaba en pañales. El contrabando ni siquiera era un delito, era una falta que se multaba. Mientras tanto, las conexiones de los capos gallegos aumentaban. Redes internacionales de blanqueo de dinero, la Camorra, la Mafia siciliana, traficantes de armas. Todos estos gremios confluían en Suiza, y como en un simposio de management para ejecutivos los gallegos se quedaron por dónde iban los tiros en I+D.

Entretanto, la broma del contrabando de tabaco ya estaba arruinando la región. Para Nacho Carretero, se descuidaron el resto de sectores productivos con el agravante de que además se instaló la idea de que sin el rubio americano no habría prosperidad en la zona. El drenaje económico estaba servido, especialmente cuando los jóvenes que trataban de ganarse la vida honradamente veían como sus compañeros de colegio ganaban en una noche de descarga el salario mensual de un camarero. «Complejo de gilipollas», le confiesan que tenían. «Se creó, se alimentó y consolido una cultura delictiva».

La corrupción alcanzó todos los niveles de la sociedad. En las oficinas públicas se vendía tabaco de contrabando. Hasta en los propios estancos te podían dar a elegir. La Santa Madre Iglesia cedía sus parroquias para esconder ciertos bultos y a cambio recibía generosos donativos. Y el fallo crucial en esta situación, paradójicamente, fue aplicar la ley.

Empezó Felipe González, en un error de cálculo, entendiendo que acabar con los contrabandistas le daría votos. Hubo unas redadas, capos que huyeron, pero finalmente todos acabaron en Carabanchel entregándose. Ese fue el fin, pero para la sociedad. En la cárcel conocieron a narcotraficantes colombianos y entre rejas se gestó todo lo que estaba por venir, con el Gobierno de nuevo mirando para otra parte; con ETA golpeando despiadadamente en los años de hierro «tenía cosas mejores que hacer», se lamenta el periodista.

El trabajo era sencillo. Los clanes tenían que recoger la droga en Colombia, colarla en Europa a través de la costa gallega, más extensa que la andaluza por los recovecos que dibuja la geografía del noroeste, y volvérsela a dar a los colombianos. Durante la transacción, dejaban una fianza humana en Colombia. Alguien tenía que responder con su vida si algo fallaba. Pero la operación, para los contrabandistas de tabaco veteranos, era una bicoca. Había muchos menos fardos y cada uno costaba muchas veces más. Se metía la mercancía con lanchas rápidas desde los barcos y, en tierra, se llevaba a un lugar seguro conduciendo a toda velocidad campo a través. La Guardia Civil no podía ni soñar con atraparlos.

La cocaína que entraba por Galicia llegaba a Reino Unido, Francia, Italia, Holanda, Suecia, Polonia, Letonia, Estonia y Rusia. Sentencia el autor: «Nunca Galicia exportó con tanto éxito un producto, ni siquiera el marisco».

Después llegó lo habitual de las propias películas. Excesos, ostentación, galas benéficas, Isabel Pantoja en un sarao, Julio Iglesias en verano, financiación de partidos políticos… Y todo esto ni siquiera ante la indulgencia o debilidad de las instituciones. El gobierno gallego no es que no combatiera el narcotráfico, es que negaba que existiera.

El punto de inflexión llegó de la propia sociedad. La entrada de droga, en aquella época y aquel contexto, destrozó a una generación. Graciosamente, la sustancia que acabó con todos, la heroína, no entraba por Galicia. Pero de eso no entendían las madres que se rebelaron contra lo que entonces era el sistema. En Madrid ocurrió lo mismo. También fueron las madres y algunos curas de barrio, como Enrique de Castro, quienes con sus protestas e información sobre el terreno consiguieron cambiar las leyes y el enfoque de la situación que hasta entonces había mantenido el Gobierno.

Lo que siguió fue el declive de unos personajes extravagantes que coparon la atención mediática, aunque cuando ya estuvieron todos encarcelados o huidos fue cuando más droga entró por Galicia en toda la historia, con el cambio de siglo. Porque los clanes supieron renovar sus modus operandi, abandonaron la vieja escuela por decirlo de algún modo, y se multiplicaron sosteniendo un negocio que ahí sigue vivo y coleando.

Con la descripción pormenorizada de todas estas etapas, el reportaje pone en perspectiva el narcotráfico en Galicia durante tres décadas; treinta años en los cuales ha cambiado la sociedad, la vigilancia policial y la cultura delictiva, pero en los que el consumo sigue disparado en lo que a fariña se refiere.

Tanto si usted es de los que cree que dentro de un siglo se verá como inconcebible que en nuestro tiempo las drogas no estuviesen legalizadas, como si sueña con la utopía de un mundo sin drogas por el buen hacer de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, con este trabajo no le faltarán argumentos para sostener sus tesis. Y si lo que demanda es narcocultura en un sentido lúdico, aquí, como la propia Galicia ha significado, tiene una excelente puerta de entrada para elegir nuevas lecturas y guiarse por la hemeroteca.

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José García Abad: «En España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico, autoritario, considerable»

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Tras más de cincuenta años de profesión a las espaldas, José García Abad (Madrid, 1942) está celebrando el veinticuatro aniversario de la revista de la que es editor, El Siglo. ¿Por qué no el veinticinco? Porque aquí cada año que se sobrevive es una fiesta, me dice. En papel, el éxito es existir. Y perderemos cuando no esté. El Siglo fue la única publicación en España que informó sobre el caso Noos y los presuntos chanchullos de Urdangarin cuando se produjeron. El resto de la prensa llegó después, cuando la causa judicial no podía obviarse. Pero José García Abad siempre ha entendido que la Casa Real es la primera perjudicada si hay ley del silencio. Tarde o temprano todo se sabe, sentencia. Por eso sus libros sobre la monarquía tampoco sentaron muy bien en palacio. Ahora, no aspira a ser historiador con sus investigaciones sobre la corona y el PSOE, sus materias favoritas, pero sí a servir a los historiadores.

En tus libros sobre el Partido Socialista subrayas que, durante el franquismo, si no se le conoce una actividad contra el régimen realmente relevante fue porque la represión después de la guerra se ensañó especialmente con sus miembros destacados y militantes, más que con los comunistas, pero faltan las cifras. ¿De qué proporciones estamos hablando?

Traté de cuantificar las cifras, pero no llegué a ver ninguna estadística. Me basé en una reflexión que me hacía la gente con la que fui hablando. Creo que es la verdad, la represión se ensañó especialmente con los socialistas. Mi padre lo era y hasta bastante después de muerto siguió viniendo a visitarlo a casa una vez al mes un policía de la Brigada Político-Social para ver si se movía, dónde había estado, qué había hecho e interrogar a los vecinos sobre sus rutinas. Y eso que mi padre era un socialista moderado, pero las pasó canutas. A mí me negaron una beca por ser mi padre quien era.

De todas formas, que la represión aplastara a los socialistas más que a nadie es comprensible sencillamente porque los comunistas eran muy poquitos. Tuvieron un papel importante en la guerra, en la medida en que la URSS ayudó a la República, porque fueron gente ordenada que daba prioridad  a lo que había que dárselo, que era ganar la guerra y eran militantes disciplinados con los que se podía contar, sobre todo por parte de Negrín. Pero eran pocos, los socialistas eran los predominantes junto con los anarquistas, lo que pasa es que estos no eran muy amigos de votar ni de involucrarse en tareas de gobierno hasta que llegó la guerra.

Por aquel entonces, Felipe González está en Bruselas y señalas en tu libro Las mil caras de Felipe González que le marca la situación de los emigrantes españoles, a los que califica como «explotados, oprimidos, desamparados, odiados como seres inferiores, como una raza maldita».

Eso lo dice en las cartas que le enviaba a su novia de aquel entonces, con la que hablé. Creo que Felipe tenía una especie de impronta cristiana.

También indicas que Alfonso Guerra le definía como «cristianorro».

Es que Felipe fue a Lovaina con una beca que le dieron los obispos alemanes. Al principio él estaba en una línea de democracia cristiana progresista, como la que representaba su paisano Manuel Giménez Fernández o los demócratacristianos italianos. De hecho, se casó por la Iglesia. Luego se disculpó diciendo que el cura era progre y tal… lo típico que hacen muchos progres, justificarse diciendo que van al altar por los padres de ella y demás. Luego sí es verdad que el hombre dejó de creer, pero eso deja una impronta, como digo. Él tenía compasión por los pobres. No partía de una visión ideológica o teórica, como Alfonso Guerra.

El padre de Felipe tenía una vaquería, rico no era, pero venía de una clase media acomodada. Alfonso, por su parte, tenía diez hermanos y llegaron a tener que pedir por la calle. Él que podría haber tenido una reacción política motivada por lo mal que lo pasó su familia, fue, sin embargo, por lo intelectual. Es algo que también se puede explicar. Pero el caso es que Felipe tuvo una visión más pragmática y menos ideológica. Y tuvo la intuición de que, una vez establecida la democracia, las siglas del PSOE tendrían un gran atractivo, contra la idea general entonces de que la hegemonía de la izquierda la tendría el Partido Comunista, tal como había ocurrido en Italia.

En el PSOE de aquellos tiempos abundaba la masonería, citas a Ana María Ruiz-Tagle, compañera del despacho laboralista de Felipe, que te dice que los masones eran una «estructura seudomafiosa ineficaz», que «no hacían más que pasarse papelitos unos a otros» y que en las reuniones «te los encontrabas con el babi puesto, cuando salías a la calle veías a un policía y querías echarte en sus brazos».

Ruiz Tagle es una chica estupenda, describe muy bien aquella época. Es verdad que una parte muy importante de los socialistas de aquella época eran masones, empezando por Rodolfo Llopis. Pero la masonería, no es que no me la tome en serio, pero nunca le he dado demasiada importancia. Tenía su interés y su morbo, sin embargo, su capacidad para cambiar Gobiernos la pongo en duda. Y eso que Franco tuviera una brigada contra la masonería y el comunismo lo veo desproporcionado. No creo que los masones tengan la trascendencia que se les ha dado.

Ana María Ruiz-Tagle también admite que los jóvenes socialistas del momento se portaron muy mal con los compañeros del exilio.

Es verdad. Felipe y Guerra cuando mejor conjuntados estuvieron fue para desmontar todo el tinglado de Llopis y demás en el exilio. El grupo de los sevillanos no jugó del todo limpio con ellos, con los ancianos del PSOE que eran los guardianes de la marca. El resultado luego fue positivo para el partido, pero excluyeron a mucha gente que había tenido una vida de compromiso y una larga trayectoria política. Era cierto, no obstante, que el exiliado estaba un poco fuera de la realidad, que tenía una visión de España deformada por la nostalgia y por el propio exilio y con eso habría sido muy difícil que el PSOE hubiera tenido el desarrollo que tuvo posteriormente. González, tener, tenía razón, pero se portó fatal.

José García Abad para Jot Down 1

Señalas que, de hecho, Felipe no demonizó el régimen anterior con el fin de sumar a su proyecto a gente que hubiera colaborado con el franquismo.

Él jamás hablaba mal de Franco. A mí me dijo en una ocasión que porque Franco meara, él no se iba a aguantar sin mear. Felipe no ponía el énfasis de sus discursos en decir que el dictador era un cabrón y un asesino. A diferencia de otra gente del PSOE que tuvieron tuvo un papel importante en esta primera fase, como Pablo Castellanos o Francisco Bustelo, quienes habían tenido otro tipo de experiencias con el franquismo. Tanto Felipe como Guerra, sobre todo este último, encontraron en Madrid un territorio hostil. A Felipe el régimen le trató con mucho cuidado pues estimaba que su pretendida «apertura» no tendría credibilidad si no integraba al PSOE. Cuando Felipe llega a Madrid como «Isidoro», por ejemplo, un día fueron a poner flores a la tumba de Pablo Iglesias y la policía que se lo impidió ya tenía orden de no tocarle.

Pablo Castellanos te dice en el libro que uno de esos excolaboradores del franquismo era, por ejemplo, Rodríguez Ibarra, que había organizado las elecciones al tercio familiar al falangista Enrique Sánchez de León.

A Pablo Castellanos hay que tomarle con precaución, pero él no me mentiría con una cosa así sabiendo que la iba a publicar. Es más, a todos los que me hicieron declaraciones les pasé los textos para que los corrigieran y matizaran y esto se quedó así. Vamos, que es cierto.

El caso es que Arias Navarro contaba con el PSOE para prolongar el franquismo mutatis mutandis.

Con el llamado espíritu del 12 de febrero que impulsó Arias Navarro, la idea era admitir al PSOE, pero hasta ahí; a su izquierda: nada. La palabra partido era impronunciable todavía para ellos, eran asociaciones. Si Felipe, que era moderado, aceptaba, suponía para ellos la consolidación del régimen después de Franco. Sin el PSOE hubiese sido imposible, porque además estaba apoyado por el alemán Willy Brandt, el francés Mitterrand o el sueco Olof Palme. Era una socialdemocracia nada peligrosa. Sin él tampoco se podía aspirar a entrar en el Mercado Común. Nunca habrían admitido a España con los partidos fuera de la ley, pero quedaba la posibilidad de hacerlo excluyendo al comunismo, como en Alemania.

Dentro del partido hubo una pugna entre la visión de Felipe y la de otros compañeros que tenían unos planteamientos más radicales de cara al régimen, como Castellanos, Bustelo o Gómez Llorente. La idea de Felipe era la de ir ganando espacios de libertad. Como abogado laboralista había representado a despedidos o huelguistas y pensaba que sí se podía forzar la legislación del régimen de forma lenta y pacífica.

Un ala del partido se oponía a esas ideas, pero al final el carisma de Felipe y su discurso se impusieron. De hecho, en la democracia Izquierda Socialista nunca ha llegado a ser una fuerza de importancia dentro del PSOE. Felipe fue el tipo de líder que logró que el partido apoyara su visión, unas ideas un tanto difusas, pero que, con ese verbo que tenía, encandilaban a la gente. Aunque luego miraras con atención lo que había dicho y no era gran cosa.

Tras analizar las memorias de todos los protagonistas, llegas a la conclusión de que sus recuerdos o su memoria se orientan demasiado a reforzar su ego.

Son insaciables y no admiten la crítica, aunque alardeen de lo contrario. La única que suelen admitir, ocurre con todos los presidentes de Gobierno que ha tenido este país, es que no lo saben explicar. Solo admiten una crítica por un problema de comunicación. Somos tan buenos, pero no lo hemos sabido explicar, no hemos sido capaces de que la gente lo vea.

Guerra, por ejemplo, en sus memorias da una visión romántica de la librería donde se reunían, donde había una tertulia en la que se arreglaba España hasta altas horas de la noche. Eso es hacer teatro. Por eso luego despotricaba mucho contra Madrid, pero lo que le pasaba es que nunca le gustó la capital porque ahí su teatro no funcionaba. En Sevilla tenía su corte, un núcleo que no participó en actividades antifranquistas. Lo más que hicieron fue un abucheo a Fraga en la universidad, un suceso que Guerra cuenta en sus memorias como si fuese el asalto al Palacio de Invierno.

Y luego hay detalles significativos, como que en el homenaje a Pablo Iglesias en el que Felipe tuvo que pedir a la policía que por favor le detuviera también a él, Guerra ni siquiera hizo acto de presencia. Dijo que se había perdido en Moratalaz y no llegó.

Semprún lo ridiculiza especialmente.

En su libro en el que relata sus experiencias como ministro de Cultura critica esa especie de impostura intelectual de Alfonso Guerra, que nunca había comido caliente en el terreno cultural, que no era un lector de solapillas, pero trataba de sacar partido intelectual a un bagaje bastante inconsistente, desde el punto de vista de Semprún. Todo eso le cabreaba y lo ridiculiza en esas páginas, esa actitud de falso intelectual que presumía de hacer el amor escuchando a Mahler. Además, si algo no podía ni ver era esa actitud de Guerra en los consejos de ministros, que llegaba antes y se sentaba apartado de los demás para que se le acercasen y le comentaran confidencias, en algunos casos poniéndose de rodillas, para que les impartiera doctrina. Y luego decía que él estaba solo de oyente, que no se implicaba en las labores de gobierno, sobre todo en las más desagradables.

Y a Semprún tú le reprochas que en sus vastas memorias critique tanto las purgas del Partido Comunista y se le olvide relatar en las que él tomó parte.

Hay olvidos muy significativos y es una pena. Si has estado en campos de concentración, en la clandestinidad casi toda tu vida, haz una autocrítica explicando que también has cometido errores. Ese reconocimiento te dará más credibilidad, no te quita méritos. Al contrario. Resulta más atractivo alguien con méritos que reconozca que en un momento dado estuvo abducido, que no veía nada más que lo que quería ver, que las posiciones estaban muy polarizadas. Se puede entender perfectamente que el ambiente de una época determinada te condicione.

El caso es que Felipe González con sus posiciones moderadas también sedujo a gran parte del exilio, que venía, detallas, «de vivir historias  truculentas».

La gente del exilio quería buscar la reconciliación. Estaba por la visión de Felipe de tratar de evitar por todos los medios otra guerra civil. Eso ha contado mucho en España y sigue contando. Una guerra civil es incomparable con ninguna otra, ni siquiera la Mundial. Te deja una huella tremenda. Los que la habían vivido iban con mucho cuidado. En razón de esto Felipe estaba obsesionado con el orden público, tenía pánico a que se reprodujeran las violencias de la II República, donde esta serie de problemas dieron un pretexto a los militares.

Esas lecciones aprendidas del pasado son recurrentes. En tu último libro, Cataluña, diez horas de independencia, explicas que la II República, a su vez, nunca barajó la posibilidad de establecer un Estado federal por la experiencia de la guerra cantonal de la I República.

Creo que la historia no se repite, pero sí se alimentan los mitos. Hay un proceso de acumulación de mitos, digamos. En la II República, la declaración de independencia de Companys del 6 de octubre de 1934 habla de la República Catalana dentro de la República Federal Española, que no existía. Él lo deja ahí como diciendo: no queremos romper del todo. Hay un catalanismo, pero también un vértigo a la ruptura. También queda claro esto en el 31, cuando Macià proclama la independencia de Cataluña dentro de una confederación de pueblos ibéricos. Siempre había un «dentro de». Pero claro, le fueron a ver tres ministros de la República, Marcelino Domingo, Fernández de los Ríos, Nicolau d´Olwer, dos catalanes y un andaluz, y le dicen que van a inaugurar un nuevo régimen en el que Cataluña iba a tener un encaje muy diferente al que tenía en la Corona, que por favor no les hiciera esa faena. Entonces Macià aceptó cambiar la independencia por la autonomía y la República asume el compromiso del Estatuto. He mirado en el archivo de las Cortes los debates sobre el Estatuto, sobre todo el cara a cara de Ortega y Gasset frente a Azaña, y los argumentos tienen una actualidad tremenda.

José García Abad para Jot Down 2

No faltan analogías con la situación actual.

Para empezar, decía Companys que al ganar las derechas se produce un proceso recentralizador. Igual que se ha dicho ahora. El Tribunal de Garantías Constitucionales de la República anuló una ley aprobada casi por unanimidad en el Parlamento catalán, la ley de cultivos. Ahora, lo que más ha alimentado las pasiones es que el Constitucional cepillara, como dijo Guerra, el Estatuto.

Hay coincidencias interesantes y también diferencias abismales. La España actual no es la del 34. Ya no hay tanta pobreza, hay un estado del bienestar, o del medioestar. Entonces Lerroux puso al Ejército a cañonear la Generalitat. Hoy el Ejército es distinto. Resultaría inconcebible algo así en la actualidad. Aunque este es un tema sensible para el Ejército y se le está sometiendo a una tensión tremenda. Por mandato constitucional le corresponde mantener la unidad de España. Puede haber un general que diga que esto no se está cumpliendo. Ya sabemos eso de que España antes roja que rota. Aunque el Ejército se ha civilizado mucho, valga la paradoja.

El caso es que Companys tampoco era independentista, como Mas. Reaccionó ante el ala más radical de su partido, de Esquerra Republicana, que tenía una milicia parafascista uniformada y armada denominada Estat Catalá, mandada por Josep Dencás que quería la independencia pura y dura y la Revolución. Companys tuvo que defenderse de que le acusaran de tibieza. Nada más salir del balcón de la Generalitat desde donde había declarado la independencia dijo a un correligionario : «A ver si ahora decís que no soy catalanista». Ahí tiene con Mas cierta similitud psicológica. Aunque Companys, cuando el fiscal del Tribunal de Garantías Constitucionales pidió para él y para los consellers veinte años de cárcel, se enzarzó con él y le dijo: «Usted quiere humillarme al no pedir par a mí la pena de muerte». Mas con las consecuencias legales de su referéndum dijo que no tenía madera de héroe ni de mártir. Franco le dio a Companys categoría histórica al fusilarle. Y, lo que son las cosas, a Artur Mas le llaman a declarar ante el juzgado justo el día en que fusilaron a Companys.

Dices que Companys prefiere rendirse ante el Ejército español que ante la revolución social que se estaba gestando en las calles de Barcelona. Eso recuerda a cuando Mas tuvo que entrar en helicóptero al Parlament e inmediatamente puso en marcha la maquinaria independentista. Unos dicen que para que no le pasase por encima, otros que para diluir las demandas sociales en el caldo nacionalista.

Exactamente. Lo que a la burguesía catalana más le aterraba era el anarquismo. Esos días había en toda España un intento de huelga general, que solo funcionó en Asturias, pero en Barcelona los sindicatos, particularmente la CNT, controlaban la calle. Además, había socialistas por ahí, trotskistas, los de Estat Catalá paseando con escopetas. Todo esto en realidad les asustaba más que el Ejército. No obstante, antes en estas reivindicaciones había un anclaje con España, aunque fuese de forma flácida. Ahora se pide la ruptura total. Esa es la gran diferencia.

Lo que me sorprende es que el catalanismo elude como mito la proclamación de Companys en 1934 y prefieren irse a 1714, cuando hay un enfrentamiento entre dos monarquías absolutistas. Un anclaje en una rebelión de algunos catalanes de entonces para buscar un precedente que está absolutamente fuera de lugar. No tiene mucho contenido, no es más que una guerra de sucesión. Pero aunque las situaciones cambian, los mitos permanecen. Engordan. Y al final tienen una fuerza tremenda en los imaginarios y los discursos de las distintas formaciones políticas. De modo que es inevitable que haya reacciones derivadas de la historia, como la de Felipe que mencionas o la de los que trajeron la República en el 31, porque la historia enseña; es evidente que los grandes conflictos enseñan.

Y así se llega a que en los mítines del PSOE de los setenta estuvieran proscritas las banderas republicanas.

En el primer congreso del PSOE en el interior, cuando todavía no estaba legalizado, solo tolerado, recuerdo a Alfonso Guerra con su equipo de vigilancia detrás de que no apareciera ni una sola bandera republicana. Pero fíjate, ahora en las manifestaciones cada vez se ven más. La represión siempre termina teniendo un efecto contrario al que se pretende.

Hay un congreso del PSOE en el que el líder socialista portugués Mario Soares le recomienda a Felipe que no se preocupe por las resoluciones, «que los papeles no sirven para nada».

Esto me recuerda a lo que decía Lenin. En un congreso del Partido Bolchevique estaba todo el mundo loco por los pasillos peleándose por las resoluciones, y dijo: «Discutid las resoluciones y dejadme a mí la nota de prensa». Guerra y Felipe, cuando tomaron casi al asalto el PSOE, es lo primero de lo que se apropiaron, de la secretaría de prensa. Ahí fueron muy listos. Conclusiones y ponencias, las que quieras, pero lo que importa es cómo se cuenta esto. Ahí fueron leninistas. Hay que tener en cuenta que se dieron cuenta muy pronto de que con esa mochila no iban a conseguir el poder. Se cargaron todo lo que veían tópico e impracticable y ampliaron el campo en el terreno ideológico. En esos congresos se llegó a aprobar el derecho de autodeterminación para las nacionalidades españolas. Felipe decía: «Con esto no voy a ninguna parte». Luego renunciaron al marxismo y todo lo demás. Y fue determinante cuando Suárez le ganó la segundas elecciones apelando a su radicalismo, diciendo que eran un partido sin Dios ni patria, y Felipe se revolvió y dijo: «A mí no me vuelven a ganar con mi programa».

Mencionas unas palabras de Heribert Barrera, líder de ERC en la Transición, durante la ponencia constitucional: «Pretender que España sea monárquica por agradecimiento me parece propio de una mentalidad arcaizante, me recuerda a las leyendas medievales del caballero que salvaba a la doncella del dragón y en recompensa obtenía su mano y su dote». Parece lúcido.

Es muy lúcido. Absolutamente. El núcleo central de franquismo no era la Falange, era el nacionalcatolicismo, con la Asociación de Propagandistas y después con el Opus Dei. Los falangistas cantaban aquello de que no querían «reyes idiotas» y proclamaban el Estado sindical, una república fascista, pero con ese toque «sindical», lo social siempre está presente en toda ultraderecha. Sin embargo, el resto de los franquistas decían que no, que continuase como fuera el régimen del 18 de julio, con un rey elegido por Franco y que le debía todo a Franco que, obviamente, continuaría todo lo andando por Franco. El matiz es que el rey se dio cuenta de que Franco se había muerto y de que por ese camino iba a durar cuatro días. Tonto no era. Y creo que reaccionó más por él y la monarquía que por convicciones firmes. De todas formas, su obligación era mantener la institución que representa.

En tu otro libro, La soledad del rey, la historia que relatas del pequeño timo que le mete el rey al sah de Persia en estas fechas es, cuando menos, curiosa.

Suárez en un viaje a Irán había visto que el sah tenía esculturas de oro macizo. Al contárselo a Juan Carlos cuando regresó, al rey se le ocurrió escribirle una carta al sah pidiéndole mil millones de pesetas, unos diez millones de dólares, para poder hacer frente a la amenaza del PSOE, que como hemos visto de radical no tenía gran cosa. El jefe de gabinete del sah les hizo notar que fuesen más discretos, pero sí que se lo envía y ese dinero se lo embolsa don Juan Carlos. Una pequeña muestra de picaresca real. Esta actitud yo la comparo con Lo que el viento se llevó, cuando Scarlett O´Hara dice eso de «Juro por Dios que nunca volveré a pasar hambre». Juan Carlos lo había pasado mal en el exilio y en cuanto pudo se puso a acumular dinero como un poseso.

Ya en la propia boda de Juan Carlos, que era Juan pero Franco decidió que se llamase Juan Carlos para que fuese primero, los banqueros pasaron la gorrilla para un regalo del orden de cien millones de pesetas de la época, en plan como dicen ahora los hijos: no me compres un regalo, dame el dinero. [Risas]

Manuel Prado y Colón de Carvajal, administrador privado del rey, se ocupó de pasar la gorrilla especialmente en el mundo árabe. Enviaba cartas pidiendo dinero en nombre del rey. Luego el jefe de la Casa, Sabino Fernández Campo, recibía cartas respondiendo a misivas de Juan Carlos que no habían pasado por sus manos. Cuando le preguntaba al monarca, este decía: «No te preocupes, son cosas de Manolo».

Consiguió un crédito sin intereses del rey de Arabia a devolver en diez años, pero lo invirtió tan mal que no pudo devolverlo y al final se lo perdonaron. Más grave fue lo de Kio. Cuando Husein fue desalojado del emirato, el Gobierno de Kuwait acusó ante los tribunales a Javier de la Rosa, representante del instituto de inversión kuwaití, de haberse quedado con millones de dólares que no tenían justificación. Javier de la Rosa se defendió asegurando que había entregado más de cien millones de dólares al rey de España a través de su administrador Manuel Prado con el fin de apoyar la causa de la monarquía kuwaití en el exilio tras la invasión del emirato por Sadam Husein.

Prado aseguró que los cien millones los recibió en labores de asesoramiento, para estudios y proyectos [risas]. De la Rosa y Colón de Carvajal fueron condenados, pero el juez no pudo investigar si el dinero había llegado a don Juan Carlos pues el rey, según la Constitución, es irresponsable. No puede ser juzgado. Lo cierto es que, después de estos hechos, Manuel Prado siguió contando con la amistad del monarca.

José García Abad para Jot Down 3

En tu libro sobre el expresidente Adolfo Suárez, Una tragedia griega, presentas a un político que viene del franquismo pero que, paradójicamente, al contrario que Felipe, hacia lo que se escora, peligrosamente para él, es hacia la izquierda.

Suárez a la banca la llama «la madrastra». Y era recíproco, el poder económico desconfiaba de él porque lo consideraba imprevisible, que es lo peor que te pueden considerar los empresarios. Ahora, por ejemplo, están encantados con Rajoy porque, si algo es, es previsible. La incertidumbre los pone muy nerviosos a los empresarios. De hecho, la CEOE se dejó mucho dinero intentando cargarse a Suárez. La nacionalización de la banca, ningún partido de izquierdas se hubiera atrevido a llevarla a cabo, pero Suárez estuvo mucho tiempo dándole vueltas. Él tenía cierto síndrome de que, como había sido secretario general del Movimiento, temía que se le considerase un derechista, quería hacer notar que él en realidad era progre y que le hubiera gustado ser Felipe González, con el que tenía cierto complejo.

Cuando se constituyó el Congreso, Suárez pidió estar en el ala izquierda y le tuvieron que decir que ni hablar. Tenía un síndrome de cierto izquierdismo cristiano pero muy radical frente a los grandes poderes. Entre otras cosas porque era de una familia muy humilde y su padre tuvo problemas con el franquismo, había sido un republicano de Sánchez Albornoz, un republicano ilustrado, y su familia pasó penurias tremendas. Suárez fue maletero en una estación, vendió neveras, se tuvo que buscar la vida y hacer la carrera por libre. Este tipo de condicionamiento de clase creo que fue muy importante y jugó un papel en su visión. Se consideraba un chusquero de la política, todos sus compañeros tenían muchos libros y doctorados, él solo hizo unas oposiciones pequeñas y le despreciaban.

Ahora es un icono de la democracia.

Al final se ha terminado reivindicando su figura, pero muy tarde, tengo que presumir de que yo escribí este libro cuando todavía no se había desatado esta pasión tardía por Suárez. Creo que fue un presidente capaz de salvarte cuando estás al borde del precipicio, pero en situación de normalidad, gobernando el día a día, le patinaba el embrague. Para llevar el país a una democracia normal, homologable, hacía falta valor, incluso valor físico, y Suárez lo tuvo. La gente del entorno del rey, Fernández-Miranda, Fraga o Areilza, todavía esperaba una transformación paulatina del régimen. Una Constitución nueva, con todos los partidos políticos, eso Suárez lo hizo a contrapelo, a veces del propio rey, que siempre le decía: «Oye, a ver si nos equivocamos y nos pasamos».

Carrillo me dijo una vez: «Con lo que el rey me ha dicho a mí de Suárez, qué no le habrá dicho a Miláns del Bosch». Con los militares lo ponía a parir. Fue muy imprudente ganándoselos con frases en plan «si yo soy el primero que está con vosotros». Él provocó, alimentó y cortó el golpe. Como en la historia lo que cuentan son los hechos, pues ha quedado que lo abortó. Pero el papel fundamental fue de Sabino, que fue quien llamó uno por uno a los militares, en el orden que era preciso, para pararlo. Y mientras lo hacía, Juan Carlos le decía: «Sabino, a ver si nos estamos equivocando». Dudaba qué hacer. Y Suárez ya había avisado de que veía venir el peligro.

En su despacho tenía fotos de todos los presidentes de España asesinados. Pensaba que se lo iban a cargar. Pero no se anduvo con paños calientes, actuó con esa arrogancia democrática, chulería, como cuando le dijo a Tejero: «¡Cuádrese ante su presidente!». Un valor que tampoco le faltó ante el rey, porque hay dos Suárez, el que es elegido por el monarca y el que es elegido por los ciudadanos. Ese creo que fue su gran mérito, el valor. Porque hasta su propia gente le consideraba un traidor. Cuando estaba en misa y se daban la paz, los que estaban al lado se negaban a darle la mano.

Los golpistas, cuentas, utilizaron la infraestructura del Banco Santander y del Banco de Bilbao.

Quiso dejar muy claro que él no era como la derecha del franquismo, que no iba a defender los intereses de los poderosos, y tomó muchas medidas que iban en contra de la gran banca española. Una vez, el padre de Botín fue a verle a la Moncloa. Estuvieron sentados departiendo y de vez en cuando Suárez tenía que excusarse para atender alguna llamada telefónica. En una de estas salidas, Botín padre apoyó la pierna en la mesita. Al volver Suárez y verle, le gritó: «¡Quite inmediatamente ese pie de mi mesa!». Cuando luego su ayudante le explicó que el señor Botín padecía de gota, contestó «ni gota ni pollas».

Cuentas también que a Felipe González Gutiérrez Mellado le pidió después de desarticular la Operación Galaxia que no abriera heridas sacando el tema de la Guerra Civil.

En aquella época seguía contando. Era un asunto tabú en cierta manera, algo muy delicado. Hay que entender que la Constitución del 78 fue una especie de acuerdo de paz, un abrazo de Vergara. Felipe fue muy consciente de eso. Se dijo, vamos a lo nuestro, a modernizar este país y olvidemos esas diferencias ideológicas que a nada conducen. No mentemos la bicha porque las pasiones son tremendas. Y lo siguen siendo, mira lo que pasó cuando Zapatero habló de la memoria histórica y ahí sigue la gente en las cunetas. Es muy fuerte.

A Felipe se le pasó por delante el 50 aniversario del inicio de la guerra y el 50 del final y en ninguna de las dos oportunidades hizo absolutamente nada.

Durante este periodo yo fui a la Moncloa habitualmente junto a María Antonia Iglesias, Enric Sopena y José Luis Martínez a departir con el presidente de lo divino y lo humano. En cierta manera, a Felipe le interesaba saber a través de nosotros cómo estaba la situación, pero la verdad es que luego no dejaba hablar a nadie [risas]. Y como dijeras algo que le molestara un poco se acababa la conversación. Pues en esas charletas, admitía que había que hacer algo con la Guerra Civil. Concretamente, reconocía dos tareas pendientes. Una, poner las cosas en claro sobre la rebelión de Franco y homenajear a las víctimas de la guerra y la dictadura. Y otra, la Iglesia. Dejar clara su complicidad con el franquismo, ajustarle las cuentas y avanzar hacia un Estado laico de verdad. Decía que ambas cosas las tenía pendientes.

Pero gobernó sin pisar ningún callo.

Porque tenía la simpatía de mucha gente de derechas. Le encantaba recibir a empresarios y salían de su despacho felices, pensando que era uno de los suyos. Era un encantador de serpientes, como se dice, con ansiedad de apoyo universal. A la izquierda, al centro y a la derecha. Quería ser el gran patriota que sacaba el país adelante.

Me suena a Podemos.

En cierta manera sí, es eso. Podemos habla de un proceso de regeneración en el que entra la derecha y la izquierda, porque no somos ni una cosa ni otra, algo que por cierto también decía José Antonio Primo de Rivera, y que te lleva al populismo a una velocidad… También lo pretende Marine Le Pen una vez que ha echado a su padre del partido. Lo cierto es que Pablo Iglesias me parece un tipo inteligente, se da cuenta de que con su programa básico nunca llegará y va a buscar todo lo que puede ser aceptado de entrada, esto es, todo el mundo está en contra de la corrupción, todos queremos un sistema electoral más democrático, a nadie le gustan los vicios en los que han caído los partidos que parecen asociaciones de auxilio mutuo. Pero ha sido dar ese paso y empezar a tener contradicciones internas fuertes. La gente que se movilizó en Sol, los del «no nos representan», creen que para esos planteamientos no han hecho la guerra, que se están convirtiendo en algo como los demás. Lo están reflejando las encuestas, aunque tampoco era muy normal que hubiera tanta gente de extrema derecha dispuesta a votarles. Cuando uno trata de unificar o de unir cosas difíciles de soldar siempre hay problemas, si te vistes de una cosa que no es, la gente detecta la impostura.

Nada nuevo bajo el sol.

Hay pocas cosas nuevas, coño. Desde la democracia que inventaron los griegos ha habido ya muchos inventos. Eso de descubrir la fórmula de que todo el pueblo unido se ponga en una misma tarea, pues no es tan fácil.

José García Abad para Jot Down 4

Esos empresarios que iban a ver a González… pasado el tiempo han cambiado los presidentes, pero siguen siendo los mismos empresarios los que van a Moncloa.

El poder económico es un bloque, los cabezas de las grandes empresas, la plutocracia, son los mismos. Ha habido pequeñas bajas y casi siempre es la muerte la causa de sucesión en las empresas. Entre otras cosas, porque no dimite ni dios. La cantidad de gente por encima de setenta años es altísima. Botín en su día, Villar Mir que debe tener noventa… Las empresas españolas son monarquías absolutas. El presidente busca a los consejeros con el único fin de perpetuarse fácilmente. En una empresa se puede exigir cierta unidad de gestión, pero es necesario que el consejo de administración exija cierto control. Esto es una asignatura pendiente de nuestro mundo empresarial.

¿Y en la prensa?

La autocensura. La hay en el interior de cada medio porque tienen sus personajes intocables, asuntos que más vale no tocar. Desde el 78, periodista que llegaba a una empresa, si quería salvar su promoción, lo primero que tenía que saber eran los códigos de la empresa. Qué personas eran intocables y de qué temas no se podía hablar o no se podía abordarlos por los intereses económicos de su grupo. Además, desde un consenso de que perro no come perro y de que más vale no criticar a la competencia porque todos tenían algo que ocultar. Por todo esto, uno de los factores para la consolidación democrática, como es la prensa libre, ha cojeado.

En Las mil caras de Felipe González destaca la extensa entrevista que le hiciste a Barrionuevo sobre el GAL, en las contradicciones que pone de manifiesto están todas las claves.

Se quejaba de que le pasó como cuando Moisés abrió las aguas del mar Rojo y, nada más pasar él, se cerraron. Hizo un papel, y me decía que nunca lo hubiera desempeñado sin haberlo hablado con Felipe. Esto es evidente. Trató de salvarse tirándole a los caballos y estaba muy jodido.

La guerra sucia contra ETA surgió en los estertores del franquismo para vengar el asesinato de Carrero, explicas.

Y la prensa nunca le dio importancia. Incluso, cada vez que había un atentado de ETA la prensa casi animaba a la guerra sucia. El ambiente era que había que acabar con ellos antes de que ETA acabara con la democracia, porque ese peligro existía.

Barrionuevo dice que había muchos grupos terroristas cuando llega el PSOE al poder, que los GAL eran solo unos más, pero desliza «y ocurría en Francia y en algunos casos nos resolvía problemas».

Es verdad que luego Felipe proclama aquello de que ellos acabaron con ello, pero lo mantuvieron unos añitos. Pero lo fundamental de esta entrevista es que me reconocen que Felipe no se enteraba por la prensa de estos asuntos.

Le insistes: «No se acaba con algo si no se tiene constancia de que ahí estaba» (en el Ministerio).

Belloch le dijo a Felipe que podía salvarlo, pero que en el lance tenían que perecer otros personajes. Y Felipe compró. Esta es la misma idea que tenía al incorporar a Garzón a su candidatura. Pero ahí se juntó la ambición frustrada de Garzón de luego no ser ministro con que, como decía Guerra, tampoco le dieron un par de helicópteros para que montara películas de acción como secretario de Estado contra la droga. Siente que no tiene todo el protagonismo que González le había prometido o, al menos, que Felipe no le presta atención. Pero Felipe ya ni recibía a los ministros, para verle había que pedir audiencia poco menos. Los nombraba porque tenía que hacerlo, pero ya iba completamente por libre a esas alturas.

Garzón salió rebotado y al volver a su despacho lo primero que sacó del cajón fue el caso GAL, lo cual también es un poco fuerte. Cuando escribí este libro, Felipe, según me dicen, se quedó sorprendido de que un amigo suyo entrara al detalle en lo del GAL, especialmente eso le molestó mucho. A mí ahora también me ha decepcionado un poco. Fue presidente del Gobierno con un partido de izquierda y no veo bien que ahora solo se codee con millonarios. Al final uno termina pensando como vive, como dicen. No digo que tenga que pasarse todos los días con la UGT, pero sí le critico que debería tener cierta responsabilidad por lo que representa. Pero a Felipe siempre le gustó ese ambiente, el aroma de los ricos siempre le sedujo.

Años después, tomó el poder Zapatero, otro que utilizó como ascensor en el partido la secretaría de prensa, que estaba en manos de Rubalcaba.

Esto por un lado, por el otro que, cuando se empezó a gestar aquello de la Nueva Vía, él le fue filtrando a los periodistas que él era el líder del movimiento, cuando no estaba decidido ni mucho menos. Tuvo dotes de seducción con los periodistas. Se lo decía en plan confidencia: «no lo digáis, ¿eh?, pero venga, va, soy yo». Gracias a eso consiguió luego postularse para secretario general, porque logró que se publicase en la prensa que él era la alternativa y al final de tanto decirse se convirtió en un hecho consumado.

Esto de Nueva Vía tampoco parecía muy sólido, primero que, cuando Blair invade Irak, lo tuvieron que meter corriendo en un cajón. Y luego, en El hundimiento socialista escribes que Jordi Sevilla le dijo a Jesús Caldera, cuando este buscaba una doctrina con la que estructurar la corriente, «Eso no es lo prioritario Jesús, las ideas vendrán luego, ya lo verás, hay gente en la universidad muy lista, lo que hay es un vacío de poder de la hostia en el partido y hay que decidir si lo queremos coger o no».

Me lo contó uno de los próximos de Zapatero, que fue ministro, pero más no te puedo contar. Tiene nombres y apellidos, pero me dijo que no los pusiera. Tenerlo, lo tengo grabado. Y sí, de esto venía Zapatero. Algo muy típico, una especie de pragmatismo al que ya directamente le dan igual las ideas. El poder por el poder. Poner el carro antes que los bueyes. Primero a coger el poder y luego a ver qué hacemos con él. Es una degeneración democrática tremenda en la que incurren todos los partidos.

En el congreso en el que también se postuló Rosa Díez comentas que tampoco ella iba muy sobrada de doctrina, que tras su intervención a los compromisarios «lo único que les había quedado claro era que se llevaba muy bien con su hijo».

Es verdad, me quedé asombrado. Ella es lista y tiene mucho peligro, pero apareció con un discurso rarito, de la juventud y tal, diciendo lo bien que se llevaba con su hijo. Quizá quería dar a entender que no era mayor para tomar el relevo, pero era una cosa tan flácida que daba vergüenza que se pudiera hacer política con esos mensajes. Vergüenza ajena y vergüenza propia.

Te quejas de que con Zapatero solo prosperan en el partido los fabricantes de frases. Aquí, una antología: «Nadie tiene los planos del paraíso», «no hay que buscar una solución verdadera, las fronteras difusas permiten un alto grado de contrabando de ideas», «no estar más al centro o más a la izquierda sino más adelante, debemos reivindicar la fuerza de la cultura frente a la cultura de la fuerza», «una cultura que saque a las persona del vasallaje pero que no avasalle»…

Zapatero funcionó con estas frases y con gestos espectaculares, como poner a una mujer embarazada como ministra de Defensa o promocionar a Madina porque ETA le había herido. Recuerdo especialmente un día durante el debate de los Presupuestos. Resulta que Miguel de la Quadra-Salcedo tenía un programa financiado por el BBVA en el que se premiaba a unos niños con excursiones a lugares que tenían que ver con la historia de España. Los del programa pidieron ver a Zapateo con los críos y les dieron un viernes, cuando había Consejo de Ministros. La persona que los llevaba pensaba que se habían debido de equivocar, pero fue hasta ahí y les tenían montado un puesto con Coca-cola y Fanta. Cuando se estaba discutiendo lo más gordo de los Presupuestos, Zapatero salió de la reunión a hacerse un montón de fotos. Le dijeron: «Pero ¿cómo haces esto?», y contestó: «No os preocupéis, esto ya no es lo que era, desde que nos han puesto límite de gasto da igual y va un poco más o un poco menos para cada cosa». Una frivolidad increíble. Y así se ha quedado el partido.

José García Abad para Jot Down 6

Hablas de que ha entrado en una dinámica de entropía.

Es una ley que se aplica a la economía pero que funciona en los partidos, la de rendimientos decrecientes. Es decir, cuando sube el más mediocre, el que genera menos resistencias o envidias, el que no es un peligro para muchos, el que es capaz de pasar como un camaleón. Un triunfo de la mediocridad y el cálculo mezquino. La gente con personalidad, la que puede enfrentarse a una línea oficial, la que actúa de una forma coherente con sus ideas, está considerada un peligro en los partidos. Se ha producido un deterioro tremendo.

Zapatero era un dirigente, digamos, limitado, pero con ambiciones mesiánicas. El tío no era ningún genio, pero se movió bien en León, con mucha audacia y, sin embargo, en lugar de aceptar sus limitaciones, pasó a pensar que era el mesías. Este cóctel de insuficiencia y una opinión tan elevada de sí mismo siempre lleva al desastre. Ocurrió como con Felipe González, que le daban igual los ministros porque consideraba que él era el único personaje relevante, pero aquí fue peor. Felipe con la ejecutiva de su partido tenía unas trifulcas tremendas, mucha pasión, pero con Zapatero duraban lo mínimo para guardar la compostura. No se apoyó ni en los órganos del Gobierno ni en los del partido, sino en una camarilla de amiguetes, Javier de Paz, el hombre que hacía de enlace con los empresarios que querían algo, Miguel Barroso, Miguel Sebastián… Prefería tener una camarilla de gente de adhesión inquebrantable, aplauso y halago, antes que el Gobierno o el partido, por eso funcionaba a veces a base de ocurrencias.

En su programa de 2004 llevaba promesas serias de cambiar la estructura económica de este país, como una reforma fiscal que nunca se llevó a cabo.

Su Gobierno tuvo dos vertientes económicas, la de Solbes y la de Sebastián, un liberal reconvertido del que Zapatero estaba enamorado. Le fascinaba. Y era un tío brillante, pero también limitado. Es profesor, pero no catedrático. Muy capaz, pero no un genio. Recuerdo que formaba parte de un grupo de sabios que tenemos en El Nuevo Lunes para comentar la actualidad, y cada vez que nos juntábamos Zapatero le llamaba dos o tres veces. Tuvo una influencia enorme. Pero Sebastián no era un hombre de gran compromiso político ni social. Llegó al PSOE por cierto oportunismo. Le habían echado del BBVA por algunas críticas que hizo al Gobierno del PP como director del servicio de estudios. Rato pidió su cabeza y se la dieron. En su situación, le vino muy bien ligarse al destino de Zapatero. Solbes, en cambio, estaba en las antípodas. Seguía la línea liberal de Solchaga, pero era como un gran funcionario y tampoco quería grandes cambios en la política fiscal.

Ni siquiera Zapatero pareció mostrar un gran interés. Cuando hizo el decreto de desgravación de los cuatrocientos euros a todo el mundo, desde Botín hasta su jardinero, iba contra todos los principios de la socialdemocracia. Volvemos a eso de Felipe de tratar de lograr que todo el mundo te quiera, pero con otro fundamento. Eso te da idea de su verdadera mentalidad. Tampoco tocó las sicav, que son una cosa escandalosa, dio también el cheque bebé para todos. Tenía una actitud como si no hubiera clases sociales, ni guerra de clases. Efectivamente, en el terreno fiscal esto se manifestó claramente.

Botín le dijo, revelas: «Tú eres el gran presidente que necesitábamos, ¿para qué quieres un ministro de Economía?».

Se lo dijo delante de mí. Fue en una copa de Fin de Año en la Moncloa. Me confesó el propio Botín que se lo había soltado. Así que esto lo cuento de primera mano. Se lo dijo a Zapatero, pero antes le habría dicho algo similar a Aznar.

Pero a lo que voy es a que Botín le acarició el lomo y luego su reforma laboral fue la antesala de la actual, le metió un palo a la negociación colectiva… no sé si tendrán relación ambas cosas…

Ese tipo de decisiones son las que han machacado al partido. Cambiar la Constitución por la vía rápida también. Por mucho miedo al rescate que se tuviera, una política tan radical y antisocial debía estar precedida de una convocatoria de elecciones. Eso era lo decente.

Al final de El hundimiento socialista hablas con Barranco y te confiesa que las capas urbanas abandonaron al PSOE ya en 1986, que se han convertido en un partido de implantación rural.

El PSOE todavía tiene el problema de las grandes ciudades, donde se supone que un partido progresista más apoyo tiene que tener, donde está la gente con más formación y más sofisticada. Y ya hemos visto en Madrid los resultados que han obtenido. En Andalucía todos los Ayuntamientos de las grandes ciudades eran del PP hasta hace poco. El PSOE se ha salvado por un voto que no voy a decir que sea rural, pero casi. Convertir un partido progresista con vocación de Gobierno nacional en un partido rural, o en un partido para Andalucía, tiene mucho mérito. Con eso no se va a ningún lado. Encima se ve que, en las encuestas, los votos que pierde Podemos se los está llevando Ciudadanos. Se decepcionan con la alternativa de Pablo Iglesias, pero esos votos no vuelven a la casa del padre. Ya hay encuestas que les dan como tercera fuerza.

¿Cómo ves a Pedro Sánchez?

Como el partido tiene tanta necesidad de resucitar de entre los muertos creo que hay un gran consenso entre los parroquianos. Sánchez da los mínimos para recuperarse, ha conseguido el apoyo de la militancia y se ha ganado la vida fuera del partido. Zapatero fuera del PSOE no ganó un solo euro en toda su vida, una situación que te condiciona mucho. Por eso Pedro me parece que tiene más condiciones, es menos frívolo, pero tengo mis dudas sobre su consistencia. No existen aún razones objetivas para decir que ha metido la pata, pero me parece zapateril eso de meter de número 6 en las listas a la exmilitar Zaida Cantera. O lo de Irene Lozano. Me recuerda a Felipe con Garzón, para probar que han cambiado meten a la chica que les ha machacado.

Pero todo esto me lo explico porque creo que Sánchez no ha podido elegir a su gente. El PSOE es un partido muy complicado donde mandan los barones, él tiene un pequeño margen y ha querido demostrar que mandaba más de lo que manda, aunque fuesen medidas criticadas, pero como su autoridad está en entredicho… Aunque aún no tengo elementos de juicio, no es como con Zapatero, que antes de que llegase mi revista fue muy crítica con él por todos los detalles que ya había dejado que indicaban que no era un líder sólido. No puedo decir lo mismo de Sánchez ni ponerme a criticarlo porque sea guapo [risas].

José García Abad para Jot Down

En 2005, el diputado balear Antoni Diéguez denuncia irregularidades de la empresa de Iñaki Urdangarin. Solo tu revista, El Siglo, siguió el caso y le disteis varias portadas.

Fuimos los primeros que lo dimos y los únicos. Ahí se ve el consenso que había entre los medios a la hora de informar sobre los asuntos reales. Cuando saqué la primera portada del yernísimo, me llamó el propio Urdangarin y tuve con él una conversación demencial. Me dijo que la gente no podía entender que él pudiera organizarse su vida profesional al margen de que fuese parte de la familia real. «Yo es que me voy a hacer republicano», me dijo. Yo le contesté que si había algo que no fuese cierto, se rectificaba. Y respondió: «Si es que no es eso, es el enfoque principal».

Luego hicieron que me llamase un ministro del PSOE, suponiendo Urdangarin que yo era del PSOE, cosa que no es cierta, estoy en una izquierda moderada pero nunca he tenido ningún carné. El ministro me pidió si no se podía cambiar alguna cosa, pero él mismo ya le había advertido a Urdangarin de que yo iba por libre y que no se podía hacer idea de qué manera, que ya les había dado bastantes disgustos a ellos.

Cuando explotó el tema judicialmente, ya salió en todos los medios. En la Sexta y en Telecinco entrevistaron a Inmaculada Sánchez, la directora de la revista, yo soy el editor, pero es una vergüenza que los periodistas no hicieran su trabajo. Porque esto no es atacar al jefe del Estado, es informar. Deberíamos hacer una petición de perdón colectiva por nuestra connivencia con el rey y sus asuntos impresentables.

Esta ley del silencio supuso además que con los años el rey se cortase menos e hiciera estas cosas con más descaro. Todo esto lo decía Aznar, que le dijo a alguien «yo sé lo que sé y él sabe que lo sé». Rajoy, pues igual. Además, todos han reconocido que leían mis libros, aunque más bien sería por amabilidad [risas]. Pero no, mi revista sí que la han recibido en todos los gabinetes de prensa y ha habido un silencio, una complicidad con unos manejos. Pensaban que esto iba a durar eternamente y nunca se llegaría a saber, pero eso es imposible.

Hombre, el rey sabía devolver los favores, ¿no?

Sí, a Felipe González le encargó que influyera en Grecia para que la familia de la reina pudiera recuperar sus propiedades. El presidente envió para allá a Julio Feo y algo consiguió. Luego el rey en un discurso de Navidad pidió moderación a la prensa cuando peor lo estaban pasando los socialistas. Felipe y el rey tuvieron muy buena relación. Había química. A los dos les gustaban los mismos chistes chabacanos, se entendían muy bien. Con Aznar no, el rey decía en público textualmente: «A mí ese del bigote…». Y Felipe también se lleva muy bien con el hijo, con el otro Felipe. Con lo de Eva Sannum y lo de Letizia, Juan Carlos quiso que mediara para que hiciera entrar en razón a su hijo, pero González dijo: «Una persona que está en condiciones de reinar, también lo está para elegir a su mujer». Hay que tener claro también que sin Felipe no habría habido monarquía. Una monarquía de derechas es imposible. Alfonso XIII nunca recibió a Pablo Iglesias ni a los socialistas, hizo una monarquía de derechas y así le fue.

Felipe quiso el primer día poner orden en los regalos que se recibían y no pudo.

Me lo dijo un ministro, tampoco voy a decir quién. Se le dijo a Juan Carlos, que se iba a hacer una norma para regular los regalos que recibían el presidente y él, y el rey gritó: «Ni hablar, ¡encima de que estoy todo el día pringando!».

Cuando publicaste La soledad del rey, ¿qué te dijo?

Apeló al hecho de que saqué lo de la novia, Marta Gayá, con la que estuvo dieciocho años. Yo no quería meterme en cotilleos de estos, pero en la medida en que esta Marta consiguió que se cesase al secretario general de la Casa Real, para mí es noticia. José Luis de Vilallonga estaba introduciendo a Marta en cierta sociedad mallorquina. Era un grupo restringido, pero le daba cuartelillo y presencia. El secretario general lo criticó, le dijo que tuviera más cuidado y cuando ella se enteró le pidió que lo cesara. Si una cosa de amores tiene relevancia hay que contarla, porque si no es imposible explicar los hechos. A mí me entró por ese lado. Me dijo que todo lo que decía el libro lo aguantaba, que tenía las espaldas anchas, pero que la reina estaba desolada. Yo no quería romper un matrimonio, pero también el rey es rey todos los minutos del día, no es un funcionario con un horario determinado. Tiene que dar ejemplo. Y eso de que Sofía le tuviera que preguntar a Sabino si era normal que el rey tuviera que ir al dentista a las cuatro de la mañana…

En tu siguiente libro, El rey y su hijo, planteas que la institución tiene anacronismos irresolubles en estos tiempos. Como la imposibilidad de tasar el tráfico de influencias, que un yerno sin formación termine en consejos de administración, la publicidad que hacen las gafas que llevan, etc.

Es que patrocinaban hasta el carrito del bebé, el coche, el equipo para navegar, todo tenía un fin crematístico. Ahora ha cambiado mucho, también es verdad, pero eso de que el rey recibe un dinero del que dispone libremente lo interpreta como que no tiene que dar cuentas y esto no es así. Eso no pasa en ninguna monarquía europea. El auditor de las cuentas solo daba el informe al propio rey, no pasa ni por el Congreso ni por el Tribunal de Cuentas. Recibir regalos gordos, coches de lujo, las motazas de Juan Carlos… ningún monarca europeo puede aceptar eso.

Relatas un episodio en el que Marichalar hace que un avión tenga que aterrizar de emergencia por «una indisposición» y que el rey dijo: «Le metería cuatro tiros. ¿He dicho cuatro tiros? No, quería decir seis».

Estaba muy encabronado, pero luego el que era peor era el otro yerno. Marichalar, al no haber régimen de incompatibilidades, se ha colado en tantas cúpulas empresariales… Tampoco lo hay en Inglaterra, pero la reina decide. Y en teoría aquí también, pero como estas cosas las hacía el rey mismo, no tenía autoridad moral para impedirlo. Aquí podría ocurrir que Felipe pusiera un puticlub en la carretera de Extremadura. Ninguna ley lo impide. Y sin una ley es imposible evitar que la gente sepa que estás en la familia real, de modo que el tráfico de influencias está servido y casi sin que nadie lo exprese. Urdangarin pedía un dinero a distintas empresas para la organización de eventos o como asesoramiento, pero es que, además, cuando empezó con el negocio fue el propio rey el que hizo las primeras llamadas a los grandes empresarios en favor de su yerno. Sí que han actuado inteligentemente dejando la familia real solo en el núcleo duro: rey, reina e hijos. Antes era mucho más amplia y se ha dejado lo meramente institucional porque hay mucho Borbón por ahí y cualquiera te puede meter en un brete. Lo bueno que podemos decir del actual rey, de Felipe, es que no se le conocen golfadas de esta clase.

Lo del elefante también marcó un antes y un después.

Afortunadamente, las últimas tropelías del rey Juan Carlos generaron cierta reacción en la gente de que por ese camino no íbamos a ninguna parte y la autocensura ha ido desapareciendo con mucha lentitud. Aquel día, con lo del elefante, Juan Carlos le hizo un gran servicio al país porque consiguió que la prensa entendiera que la monarquía no era un apartado para la sección de corazón o sociedad, sino algo político. Por fin se llegó a plantear un debate sobre la conveniencia de la monarquía o si se puede aceptar que sea hereditaria. En términos puramente políticos.

Me parece muy relevante el detalle que recogiste en El rey y su hijo de que Juan Carlos se empeñara en que Felipe hiciera la carrera militar. En su proclamación, de hecho, lo primero que ocurrió en la Zarzuela fue que su padre le hizo entrega del fajín rojo de capitán general de las Fuerzas Armadas. Él luego se vistió de militar, un uniforme que tiene un significado que lo siga llevando el jefe del Estado.

Los socialistas le dijeron a Juan Carlos en su momento que no les parecía bien que el príncipe Felipe hiciera la carrera militar, que en estos tiempos era más apropiado un futuro rey que fuese civil. Pero Juan Carlos dijo que no, que de ninguna manera. Primero, que había que meterle en el Ejército cuanto antes, no se le fuesen a quitar las ganas, y segundo, que eso era esencial para la defensa de la democracia. Se trata de flecos, ni más ni menos, de que todavía no estamos en plena normalidad; son flecos del franquismo. En España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico, autoritario, considerable. Y tiene una base importante de ciudadanos. Todavía hay reflejos franquistas en cantidad de cosas. Y esa es la percepción que tenía el rey cuando insistió tanto en querer ponerle un uniforme militar a su hijo para que reinase.

José García Abad para Jot Down 7

Fotografía: Lupe de la Vallina

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Anatomía de una tragedia balompédica

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Foto: Álvaro Corazón Rural.

Foto: Álvaro Corazón Rural.

Admito que me pierdo con los análisis del fútbol que se hacen ahora. Da la impresión de que la gente ha estudiado cinco años de carrera para poder entender un partido. En las tertulias de bar, donde antes se expelían trozos de boquerón y cacahuetes cuando se gruñía algo sobre el equipo que se defendía, ahora tenemos intelectuales franceses de izquierda que se colocan la melenita en cada verso sobre un asqueroso córner. ¿Es posible que haya gente pensando que va a follar por su dominio del tema de los movimientos sin balón del Levante, por ejemplo? Parece que sí.

Y tampoco me divierte mucho ya este fútbol neoliberal que se hace ahora. Todo con pases al hueco para que no corten los rivales, chutando a puerta perfectamente colocado para que no la alcance el portero. Si no te gusta que el otro equipo le dé a la pelota vete a jugar solo. Sería más pobre, pero era mucho más emocionante el fútbol de los primeros cristianos. Rifando cada balón, que tanto tu compañero como el oponente tengan siempre oportunidad de darle a la pelota. Todos iguales ante el pase, todos iguales ante la ley, todos iguales a los ojos de Dios.

Del estadio no tengo nada mejor que decir. Cuando iba de adolescente a uno de los campos de mi ciudad la ilusión era hacerse rápidamente con la revistilla sobre el partido para hacerla pedazos y lanzarla a la salida de nuestros chicos del túnel de vestuarios. ¿Leerla? ¿Qué ibas a leer sobre fútbol? ¿Que el balón es redondo? Ahora, la verdad es que ya ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que fui al Santiago Bernabéu. Creo que fue un partido contra el Mallorca con Vanderlei Luxemburgo asombrando al mundo con su cuadrado mágico. Y el problema no fue que el dibujo en cuestión tuviera nombre de lema de los Power Rangers, sino sus integrantes. Recuerdo a Roberto Carlos, Baptista y Ronaldo hacer una tontuna celebrando un gol con la que el club me obligó a colgar las pipas hasta hoy. Pocas semanas antes habían hecho la cucaracha, creo recordar. Con lo que me obsequiaron a mí no sé lo que era, pero pensé que el espectáculo ganaría si les dieran la suerte de varas en ese mismo instante.

Tampoco tenía con quién comentarlo aparte de mi acompañante. A los lados tenía turistas. Enfrente, calefacción. Y detrás, una pecera con demócratas centrados viendo el partido por televisión comiendo jamón. ¿Para eso vas al campo? Yo vine al fútbol en el gallinero, grada de pie, entre botellas de calimocho, hachís y tortillas de patata. Éramos feos. Vestíamos mal. Llevábamos walkmans muy grandes y sin autoreverse. Pero con quién casaría usted a su hija, con alguien como nosotros con su plumífero y su chándal de táctel o con un tío que es un prodigio de la elegancia pero que en el fútbol parece que va a romper a gritar: ¡Qué diría Lacan de ese pase! Piense en las Nochebuenas.

El caso es que perdida la fealdad tanto en la grada como en el juego, con los años me he ido borrando y a mí difícilmente se me ve delante de tíos sudorosos en calzoncillos antes de las semis de la Champions. Y en el estadio ya pueden hacer naumaquias que tampoco me van a ver el pelo. No obstante, paradojas de senectud, ahora vivo en Belgrado y una de las mayores ilusiones que tenía desde que llegué, así es la vida, era ver un partido de fútbol en directo digno de tal nombre.

Tampoco de mucho nombre, el llamado «derbi eterno» entre el Estrella Roja y el Partizan no tendría huevos. Pero tampoco un encuentro de liga contra el Metalac (fábrica de cacerolas) de Gornji Milanovac (Milanovac de arriba) que si tiran por encima del larguero el balón se va a un sembrado. Ya saben que uno de los posibles motivos de la conspiración internacional que desintegró Yugoslavia era anular su abrumadora competitividad deportiva para que el reparto de títulos cayera en selecciones fascistas y clubes capitalistas. Imaginen a Suker, Mijatovic, Savicevic, Boban, Stojkovic, Salihamidzic, Mihajlovic durante los noventa en la hermandad y unidad de una camiseta plavi y entrenados, como decía un amigo mío, por Zeljiko Obradovic. Sí, el de baloncesto ¡qué más da! Ahora, con al año media docena de partidos de liga con un mínimo nivel en cada república poco hay que rascar a largo plazo.

Al final me fui hace unos días a un partido del Partizan en la Europa League. Era el decisivo del grupo L. Habían palmado inmisericordemente sus dos encuentros ante el Athletic de Bilbao, pero le habían ganado los dos al AZ Alkmaar y le habían metido un 1-3 al Augsburgo en su casa. Si no perdían de dos, pasaban. Y llevaban mucho tiempo sin pasar. Concretamente, en 1990 llegaron a cuartos de la Recopa. En 2005, a dieciseisavos de la UEFA. Y todo lo demás había sido ser vapuleado en las liguillas. Algunas de Champions, sí. Pero vamos, que lo que mola en este deporte es pasar. ¡O no! Porque ahora también hay gente que te analiza esto desde sus profundos conocimientos de marketing con su MBA de diez mil euros y lo mismo es mejor para un club hacer el ridículo en la fase de grupos de la Champions para sanear las cuentas que pasar de ronda en Europa League. Nosotros, en la estricta observancia de los borrachos de los bares, que no gritan agitando el puño en lo alto celebrando que su equipo ha metido tres cuartos de entrada en el campo a veinticinco euros cada una con Danone patrocinando siete vallas, sino que su equipo mete un gol, aunque sea con el pompis, y pasa de ronda, nos quedaremos con que eso es lo bueno. Al menos, la hinchada del Partizan era de mi parecer y lo probaba que estaba bastante cachonda con la posibilidad.

Según me contó mi acompañante, en día de partido a un kilómetro del campo no se puede beber alcohol. Policías vestidos de Robocop, había uno en cada esquina desde más lejos de un kilómetro. Me instó a hablar fuerte en inglés para que no nos quitasen nuestras latas de Jelen y nuestras botellitas de Vinjak, una especie de coñac local bastante bueno. La verdad es que no hacía falta tajarse demasiado antes de entrar al estadio porque hacía calor para lo que es diciembre en esta ciudad, unos dos o tres grados. Con eso aquí bailan bachata.

En los alrededores del estadio encontré algo que me recordaba a mis tiempos mozos, cuando el fútbol era también gastronómico. Había un olor a parrilla que impregnaba el aire de toda la manzana. La gente se comía de pie, apretados en la acera, sus pljeskavicas. Se trata de una hamburguesa que no cuesta más de dos euros al cambio con un trozaco de carne de doscientos cincuenta o trescientos gramos, que a su vez puede estar relleno de beicon o de beicon y queso, depende de cuántas temporada de su equipo quiera ver el cliente estando presente en este mundo.

Entramos al gol norte del Stadion Partizana. Mucho mejor antiguamente cuando se llamaba Stadion JNA, Estadio del Ejército Popular Yugoslavo. En el sur estaban los Grobari, los temidos ultras del Partizan, cantando tonadillas de punk rock que sonaban por la megafonía del estadio. Parece que la hinchada tiene un pasado o un origen street punk, me contaron, pese a haber sido el equipo del ejército. A mi derecha había veintipico metros de grada vacía con un cordón policial separándonos de los hinchas alemanes. Llevaban banderas rojas, verdes y blancas, los colores del Augsburgo, y también casualmente de la bandera de un país vecino, por lo que les gritaban cada vez que las ondeaban «búlgaros», y muchos adjetivos detrás que no reproduciré para preservar la paz entre los pueblos.

Los Grobari sacaron una pancarta gigante en la que se leía «Povratak Otpisanih» (el retorno de los borrados, o dados de baja), una popular serie de televisión de los setenta. Actualmente la televisión estatal da un episodio cada mañana a eso de las ocho y en HD sobre la ocupación de Belgrado por los nazis y la resistencia comunista. No sé si sabrán que a lo largo de la historia el objetivo de los alemanes y los austriacos ha sido que Serbia no tenga más tamaño que la Alcarria, algo que parece que están consiguiendo a día de hoy. Pues ese fue el leitmotiv para este encuentro. Siendo los serbios un pueblo que cada vez que se juntan tres personas se traen a colación media docena de frases de películas, el público no paraba de gritar a los alemanes citas de la serie de marras con gran cachondeo entre los presentes. Yo no me enteraba de nada.

Al iniciarse el encuentro, lo que son las cosas, fueron los civilizados, europeos y ecologistas alemanes que comen tofu los que encendieron una bengalas en su grada, una provocación de mucho cuidado, puesto que una de las obsesiones del Partizan en esa noche era que no se liase ni la más mínima trifulca por el qué dirán en altas instancias europeas. De sobra conocida es la fama de incidentes relacionados con el fútbol que arrastra esta región; fama en absoluto inmerecida. Esa noche había que comportarse como vírgenes en la ópera y, toma, antes del primer acto un alemán borracho te toca las tetas con las dos manos y te eructa en la cara.

Lo que ocurrió entones fue que, mientras miraba fascinado el humo rojo y a los alemanes haciendo el indio, un grupo de chavales saltó la valla de mi grada, corrió por la pista de atletismo, asaltó la de los alemanes y les quitaron las banderas, a las que prendieron fuego una por una durante la primera parte. No obstante, no tardó en haber buen ambiente porque Aboubakar Oumarou adelantó a los locales en el minuto once y la cosa pintaba bien. Los alemanes tenían que meter tres. Muchos.

¿Y qué pasó? Pues lo de siempre. Los alemanes se pusieron a jugar sin prisa pero sin pausa, sin rifar un solo pase, moviendo el balón rápido. Toques todos neoliberales. Y en el tiempo de descuento de la primera parte, empataron. Gol de Hong Jeong-Ho, un coreano del sur. Muy mal agüero ese dato. En la segunda mitad se pusieron por delante en el cincuenta y uno. Ahí ya me di cuenta de que el encuentro parecía un guion de la troika. Los aficionados pasaron una segunda parte de vomitar de nervios. Los Grobari no paraban de animar, en cualquier caso, pero a todo el estadio le temblaban las canillas. Se aguantó con épica partisana, haciendo honor al nombre del equipo. Incluso en los últimos compases, Nikola Ninkovic pegó un chutazo en el larguero. Y en el ochenta y siete, Darko Brasanac se quedó solo y disparó alto. Habrían sentenciado el partido, pero… en la jugada siguiente, pase al área local, triangulación perfecta, de nuevo muy neoliberal, y Raúl Marcelo Bobadilla empujó hasta sin ganas, casi como intentando hacer honor a su apellido, y a tomar por culo el Partizan. Otro año más. Mi acompañante me lloraba en el hombro. Los jugadores locales tardaron un siglo en volverse al vestuario acojonados por los Grobari, que casualmente se sientan encima del acceso. Al día siguiente la junta directiva dimitió en bloque. Terremoto. Y nada, que eché la tarde muy a gusto.

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El andalucismo chino de 泉, Quan Zhou

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Foto: José Miguel Pérez Buenaño.

Foto: José Miguel Pérez Buenaño.

Aunque exista cierta saturación en el género, el cómic autobiográfico hecho a la buena de dios, sin un dibujo barroco y elevadas ambiciones estéticas, no deja de guardar similitudes con el punk de los setenta. Ellos le cantaban a lo que veían por la tele, en la calle o en la cama con la premisa del «do it yourself», sin punteos interminables, sin solfeo, solo con emoción. Cuando alguien inmortaliza su vida anónima en viñetas, desde Harvey Pekar hasta hoy, siempre subyace algo de ese espíritu; al menos yo lo he detectado en el Gazpacho Agridulce (Astiberri, 2015) de Quan Zhou Wu.

Los españoles no somos de sacar el cabezón de nuestro ombligo y mostramos poco interés por la cultura de los inmigrantes que se han instalado en nuestro país. Por eso los chinos, aunque estén por todas partes, son unos grandes desconocidos; por eso y porque en su caso concreto no son una sociedad especialmente abierta. No en vano, Jordi Évole, antes de meterse en política dedicó algún Salvados a conocerlos. Pero ya no solo se trata de eso, es que los hijos de esos chinos son «nuevos españoles» y la visibilidad que tienen su situación, sus intereses, su forma de pensar e incluso sus problemas, hasta ahora ha sido cero. Quan solo tiene veintiséis años y en su casa no había una comiteca de diez mil volúmenes, pero todas las contradicciones y contrastes que han marcado su vida tuvo que estamparlos en viñetas para que no la estamparan a ella. Sobran los motivos, por tanto, para tomarnos una caña y conocerla.

Quan, ¿por qué te dio por expresarte con viñetas?

Soy mucho de contar mi vida y la gente se reía mucho al escuchar las historias de lo que pasaba en mi casa. Una vez, en el comedor del trabajo, estaba contando cosas de mi madre y una compañera que se llama Esther me sugirió que hiciera un cómic tipo novela gráfica, como Fun Home, que a ella le gusta mucho. Porque, decía, mi tema, el de inmigrantes de segunda generación, no estaba hecho. Nadie había hablado de este fenómeno. Llevaba sin dibujar desde los catorce años, pero me pareció buena idea, me puse a ello y después de un mes tenía todo perfilado. Lo subí a Tumblr, en un mes aparecí en El País y a raíz de eso empezó todo hasta que Astiberri me publicó el álbum. Fue dibujar, colgarlo en las redes sociales y ya. Pasó. Nada más.

¿De dónde vienen tus padres?

Son de una zona rural de China muy humilde, Qingtian. Decidieron venir a España, a Andalucía, a prosperar. Los chinos de esta región se van todos a Rumanía, Italia y España. Es normal, si ves a tu vecino que le va bien en un sitio, que tiene tres BMW, pues te vas tú también para allá. Mis padres no tenían dinero allí ni para comer arroz todos los días. En los años setenta China atravesó una crisis económica muy profunda. Mientras en Japón y en Corea estaban con la tecnología punta, en China se pasaba hambre. Moría mucha gente. El deseo de querer algo mejor para su familia les motivaba a venirse aquí y trabajar día sí y día también. Yo he visto a mis padres estar veinte años sin vacaciones. Sin ningún día. Mi madre lo proclama con orgullo: «¡Trabajo trescientos sesenta y cinco días al año y no descanso, no como los españoles, que además no saben ahorrar dinero!» [Risas].

También, en China, las familias están cohibidas con la política del hijo único, no pueden tener más de un hijo y si te sale chica… Imagina mi madre, que en España tuvo tres niñas. El otro día en la BBC vi que hicieron abortar a una mujer con seis o siete meses porque no podía pagar la multa por tener un crío de más. Así que, como el chino es tan sacrificado, que todo lo hace por un bien mayor, generalmente la familia, pues mis padres se vinieron a España.

Lo curioso es que los chinos que hay en Inglaterra son de otras regiones, generalmente más ricas, y en Estados Unidos igual, provienen de otras zonas específicas y también más desarrolladas, porque muchos de los que van es a estudiar y son familias de dinero.

Nuestra región, Qingtian, ahora ha crecido, ya no es tan rural, pero como se desarrolló en muy poco tiempo, los habitantes siguen siendo de campo. Aunque sea una ciudad muy grande, te encuentras pollos por la calle. Mis padres son de dos pueblos pequeños de alrededor y se conocieron en la ciudad, se casaron y se vinieron a España a montar un restaurante chino. ¡Cumplieron su sueño chino! Tener dinero y muchos hijos para poder jubilarse y volverse a China.

¿Son de mentalidad antigua?

Muy antigua y muy cristiana. Al lado de Qingtian está Wenzhou, que la llaman la Jerusalén china. Creo que es donde más concentración de cristianos hay en toda China. Mi madre no para de decirme que tengo que rezar mucho. Y mi abuela también, cuando llama por teléfono siempre se está un rato repitiendo «que Dios te bendiga» y todo eso.

¿Ha cambiado la mentalidad de tu familia en España?

Mis padres trataron de vivir al margen de todo lo que les rodeaba de cultura española, pero sus hijos hemos hecho que se abran. Aunque para ellos en su momento fue un choque comprobar que sus hijas se habían convertido en españolas. Que tenían una mentalidad distinta. Ten en cuenta que, por ejemplo, en China tú puedes pegar tranquilamente a un niño delante de todo el mundo, pero un menor no puede llamar a un mayor por su nombre de pila. Ni aunque sea amigo de tus padres. Yo no me sabía ni el nombre de mi abuela. Una vez se lo tuve que preguntar a mi padre por mera curiosidad.

¿Qué tal fue el restaurante chino que montaron tus padres?

Bien. Lo montaron porque era lo que se llevaba entonces. Cuando luego los chinos también regentaron tiendas, nosotros abrimos un par en plan experimento, pero no funcionó y terminamos vendiendo.

A ti te prepararon para currar en el restaurante.

Fue una experiencia sufrida. El wok pesa un montón y con el fuego hacía un calor insufrible en la cocina. Tenía solo catorce años y me costaba mucho. Piensa que tienes que coger el wok con una mano y una pala en la otra, es muy cansado. Un chino con algo de fuerza muscular, vale, pero yo sufría. Por cierto, otro dato curioso, en los restaurantes chinos los chefs siempre son hombres, pero en casa cocina la mujer.

Desde siempre supe que nunca quise trabajar en el restaurante chino. Y cuando realmente no quieres algo te aseguro que lo sabes. Siempre tenía envidia de mis amigas. Yo quería ir al cine o a la playa con ellas y no podía porque me tocaba estar en el restaurante. También te digo que mi experiencia en el restaurante no fue del todo mala. Estoy muy contenta de haber aprendido el valor del trabajo. Los españoles eso no lo entienden. Tienen la oportunidad no ya de estudiar, sino de solo estudiar. Pueden salir con los amigos y tener paga, pero luego son unos vagos que no limpian ni la casa. A mí eso me parece una vergüenza.

No obstante, en aquella época le cogí mucho rechazo al restaurante. Me decía: «Nunca en esta vida». Los fines de semana tenía que estar hasta altas horas, cocinar, recoger, y los clientes ¡vaya tela! Porque al restaurante chino van clientes simpáticos, algunos que incluso son como de la familia, pero muchos vienen y te tratan como ciudadanos de segunda.

¿Ejemplos?

Los primeros, los niñatos. Luego, los simpas, gente que se pide lo más caro de la carta para salir corriendo y los camareros detrás. Pero lo peor eran los jóvenes, sobre todo mucho más los chicos que las chicas, que venían a cenar y nos decían: «Oye, ¿por qué no abres los ojos?». Y en la tienda también. A alguna clienta le decías «Puede pasar a caja, que vamos a cerrar ya», y te contestaba: «En el Corte Inglés no me hablan así». Y yo: «Es que, señora, esto no es el Corte Inglés y yo tengo que irme a comer a mi casa», y la señora gritándome y montándome un pollo. Nunca volvió desde ese día.

Quiero pensar que esta gente no nos trata así porque seamos chinos, sino porque son así en su vida normal. Personas que se piensan que los demás tienen que servirles. Pero claro, si le sumas que la tienda ya de por sí es un lugar barato y de inmigrantes a que hay gente que es imbécil, pues la situación es complicada [Risas].

Imagen: Astiberri.

Imagen: Astiberri.

Tú te empeñaste en estudiar.

Siempre me gustó pintar, pero con Bellas Artes pensé que me iba a morir de hambre, así que hice Diseño Gráfico. Luego me fui a Inglaterra un año a un sitio donde todos los ingleses se ríen si les dices que has estado ahí porque creen que es lo peor de su país, Wolverhampton, un pueblo pequeño y universitario. Allí conocí a otros chinos de Hong Kong y por ahí que pensaban completamente distinto a la gente china del pueblo. Eran mucho más urbanos, no tenían problemas con las relaciones mixtas, etc.

¿Cómo son los chinos de segunda generación de España?

Conozco muchos, que tenga relación con ellos es otra cosa. Y si la tengo es más en Andalucía, en Madrid con pocos porque los chinos de segunda generación, a mi edad, veintiséis años, lo normal es que estén casados y con hijos. Me veo muy distinta a ellos. Les puedo saludar, ir a comer a su restaurante, pero tenemos formas distintas de ver la vida que te impiden mantener una amistad muy cercana. Mi madre me suele gritar: «¡De los chinos de tu edad de la iglesia ninguno se ha casado con nadie español!».

Que quisieras estudiar en lugar de trabajar en el restaurante y casarte con quien te dé la gana cuando te apetezca, ¿te convierte en una especie de anomalía en tu comunidad?

Normalmente lo mío pasa en la tercera generación, cuando tus padres hablan ya español fluido y, aunque no estén cien por cien españolizados, ya son de aquí. En nuestro caso, influyó mucho tener una niñera española. Eso te marca la forma de pensar. Y por eso mi madre nos metía tantas horas en el restaurante chino cuando éramos pequeñas, porque no podíamos estar tantas horas con una señora española. Le daba miedo.

Luego a la gente le extraña que un niño de tres años esté corriendo por una tienda o un restaurante, pero es que el chino no quiere perder un dinero que le vendría bien a su familia y tampoco quiere separase de su hijo, de modo que tiene que tenerlo ahí. Así de paso se le inculca también la cultura del trabajo desde pequeño, porque luego detrás del mostrador tendrá que estar él.

¿Son machistas los chinos?

Solo heredan los primogénitos y varones. Las chicas son para darlas y casarlas. Igual no es así tan heavy siempre en España, pero sí que prevalece una mentalidad muy arcaica. Es que está en el propio lenguaje. En mi dialecto, qingtian hua, prometerse se dice ka nen, que significa «darse». Y en chino mandarín es gěi rén, que viene a ser lo mismo. Hay un refrán en China para cuando tus hijas salen mejores estudiantes o trabajadoras que tus hijos. Se dice: «Has plantado los mejores brotes de bambú fuera de tu terreno». Porque cuando te casas y eres chica tú pasas a formar parte de la otra familia. Las hijas digamos que es algo que se tiene y luego se pierde, que sus padres las dan. Y visto desde el otro lado, el varón «te trae». Incorpora una mujer a la familia. Por eso ellos son los herederos.

¿Cómo es la mujer 10 para ellos?

Quieren casarse con mujeres sumisas, calladas ¡y de muy buen ver! En la sociedad tradicional china la mujer no debe replicar y, de verdad, debe estar muy delgada. A los chinos les gusta la extrema delgadez, con la piel muy blanca y los ojos grandes. Mi madre siempre me ha tratado de inculcar que las emociones me las tenía que guardar en el estómago. Aunque luego le veías a ella pegar unas voces cuando se enfadaba que… [Risas] Una tía mía me llegó a explicar cuando yo era pequeña que todo esto sucedía porque el hombre era más que la mujer. Yo le gritaba que no, que ni de coña. Por este tipo de motivos a mí no me apetece estar con ningún chino. Aunque también te digo que hay chinos que ya no son así. De hecho, el otro día en San Sebastián conocí a un profesor de chino que no tenía novia, el tío había analizado dónde tenía más posibilidades de conocer a una mujer y se había apuntado a ballet. Se puso sus mallas, que eso era lo más difícil, y ya llevaba dos años en clase.

Pero abundan los chinos, como un camarero de mi restaurante, que decía que no tendría novia hasta que encontrase a una delgada, con la piel muy blanca y sin gafas. Yo le decía: «¿Y tú te has mirado al espejo?». No quería saber nada de mujeres que no fueran ese arquetipo, de hecho se fue a China a buscársela porque aquí decía que estábamos demasiado abiertas de mente.

¿Por qué saliste tan contestataria?

Creo que fue más por mi carácter que por otra cosa. De hecho, mi madre le echaba la culpa a la chica que nos cuidaba de que yo tenía mucho genio, y ella decía: pues es cosa de ella, yo qué le voy a hacer.

¿Has sufrido también el machismo español?

No, no me he topado nunca con chicos machistas. Ni siquiera en el trabajo. Nunca he tenido experiencias desagradables pero verlo, lo he visto. Por ejemplo en parejas conocidas, con comentarios muy feos. Pero gracias a dios, a mí nunca me ha pasado.

Imagen: Astiberri.

Imagen: Astiberri.

Un conflicto como el tuyo, que querías estudiar en lugar de trabajar, ¿es habitual?

Hay chinos que se han venido aquí cuando ya tenían siete años. Esos siempre tiran por ser muy chinos, trabajar en restaurantes o tiendas, seguir la rama de los padres. Poder, podrían hacer carreras, pero no quieren porque prefieren seguir el ejemplo de sus padres. Los que ya hemos nacido aquí somos más de hacer una carrera y sentirnos muy españoles. Tampoco faltan los que, aunque tengan una carrera y hablen español perfectamente, prefieran tener un restaurante. He conocido un caso ahora de uno que ha abierto una cadena de panaderías y tiene una niña.

¿Sales de marcha por los lugares donde van los chinos?

Estuve hace poco en una discoteca china, pero solo con el fin de dibujar unas viñetas sobre lo que veía. Era un poco turbio, muy raro. Ponían la misma música, el portero me dijo que la única diferencia eran los cochazos en los que venían los chinos. Dentro la gente bailaba poco, pero los únicos que se subían a darlo todo a la tarima eran hombres. Y eran las mujeres las que miraban a los chicos. En España es justo al revés, ya sabes, todo el buitreo que hay de los tíos. Pero los chinos no salen mucho. Su pasatiempo favorito es el karaoke, no la fiesta en plan chunda-chunda.

Hace poco viajaste por primera vez a China.

Me gustó mucho, pero el problema es que los chinos de España allí también nos sentimos distintos. La obsesión que hay allí por ganar dinero, el regateo constante, todo eso nos extraña. Mi padre se pasó toda su juventud en China y, cuando está allí, va a la compra, le regatean y le timan. También te detectan con solo hablar, mi acento se nota mucho que es español.

También me llamaron la atención los baños en el suelo, que son de cagar en cuclillas, algo que contrasta con la personalidad de los chinos, que son muy escrupulosos. En el KFC de allí tienes guantes de plástico para no mancharte las manos.

Pero con quien más aluciné es con los mayores. Mi abuela tiene noventa años y se va a las cinco de la mañana a darse un paseo de un kilómetro, luego se va a regatear al mercado y después a hacer ejercicios en unas máquinas que hay en un parque. Les daba una caña que no te lo podías ni creer, con una fuerza… Había a su lado un señor de ochenta años completamente recto sobre dos barras. Tienes que ver a esos viejos con tus propios ojos porque no te lo crees.

A tu abuela era la primera vez que la veías.

Sí, tenía un taco enorme de fotos de nosotros y de todos los primos. Nuestros padres desde que éramos muy pequeñas estuvieron sacándonos fotos todo el día para mandárselas a la abuela. Mi otra abuela vino una vez a España y yo no había visto a tanta familia junta jamás. No veas el respeto que le tenían.

¿Tus padres han leído tu cómic?

Sí, pero creo que no lo han entendido en profundidad. Mi madre ha dicho que sale muy guapa. Está todo el día compartiendo viñetas en WeChat, el WhatsApp que usamos nosotros, que también es red social. Pero no creo que se haya enterado mucho del contenido. Mi madre habla español de guerrilla, lo aprendió en el restaurante. Y el francés también, se lo hablaban y lo consiguió chapurrear y entender muy bien. Eso sí, el otro día en un foro chino colgaron unas viñetas traducidas y me preguntó: «¿También has puesto en el tebeo que no me gustan los españoles?». Le dije que sí y se quedó un poco mosqueada.

Dices que el cómic es 90% verídico, 10% exageración andaluza.

La gente hay cosas que no se cree que sean verdad. Me preguntan si es cierto que nací en un taxi y, efectivamente, así fue.

Cuando llegaste a Madrid, ¿cómo se quedaba al gente al ver a una china andaluza?

La mayoría de las reacciones de la gente son «ay, qué graciosa». Es algo que me resulta pesado, porque además ahora hablo ya muy neutro. Pero en la universidad los profesores se reían de que tuviese acento andaluz. «Era lo último que me esperaba que saliera de tu boca», decían. Luego ya la gente cuando te conoce se olvida de que eres china.

¿Qué te han dicho otros chinos de tu libro?

Hay gente que me ha dicho que los mismos problemas pasan en Shanghái. Por ejemplo, a las chicas que tienen un doctorado las llaman «chicas sobras», que se les ha pasado el arroz con veintiséis años y se tendrán que conformar con lo que venga. Además, a esas chicas con estudios muchos chinos las perciben como una amenaza. Es surrealista, porque además en China los que sobran son los hombres. Hay menos mujeres que hombres, no da para que se case todo el mundo. Con la ley de un solo hijo hubo muchos abortos selectivos, la descompensación entre los dos sexos es increíble. Muchos chinos llegan a la universidad sin haber tenido ninguna novia ni ninguna experiencia con ninguna mujer. Entonces, los padres se tienen que hipotecar para que el hijo tenga casa y coche porque las mujeres, pudiendo elegir, pues se van con el que más tenga. ¡Ya ves qué romanticismo! Ese es otro de los motivos por los que prefiero vivir en España [risas]. La verdad es que ha habido muchos chinos de segunda generación o parejas mixtas que se han sentido identificados con mi cómic.

Decías que te daba miedo que Gazpacho agridulce no les hiciera gracia a otros chinos porque son muy políticamente correctos.

Son políticamente correctos sí y no. El chino tiene una personalidad muy contradictoria. Es de no insultar, de contener las emociones, pero luego no se corta. Yo en China fui a un esteticista y me dijeron: «Oye, con esos ojos tan feos que tienes, ¿por qué no te los operas?». A mi hermana le decían siempre que con ocho kilos menos estaría más guapa. Cuando éramos pequeñas nuestro tío nos decía: «Tienes el culo muy gordo, deja de comer tanto». Te crean traumas por doquier.

A los chinos lo que no les gusta es que se metan con sus costumbres Cuando fui allí vi que había banderas de China por todos los lados. Tienen el patriotismo muy subido. Por eso me daba miedo que se entendiese mi cómic como un rechazo a mi cultura, porque yo no siento desprecio por ella sino que, cómo decirlo, digamos que la he terminado de aceptar ahora.

Cuando creces con una crisis de identidad, porque de niño quieres ser como los demás, pero con las obligaciones del restaurante o las acusaciones de que comes perro no puedes, pues acabas al final supercansada y triste. Te preguntas: «¿Si yo me siento como los españoles por qué me tratan así?». Eso a su vez me hacía sentir rechazo hacia lo chino. Y como mi madre era la que englobaba todo lo de ser chino tradicional, la obligación de casarnos y abrir una tienda de frutos secos, le guardaba hasta rencor. Por eso mi libro no tiene que entenderse como un rechazo, es hacer las paces. Ahora he entendido quiénes eran mis padres, de dónde venían, todo lo que han hecho y por qué; ahora lo acepto e intento extraer lo mejor de mis dos culturas, la china y la española.

La entrada El andalucismo chino de 泉, Quan Zhou aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Dios podría ser armenio; y el primer español, también

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Mount Ararat and the Yerevan skyline. The Opera house is visible in the center.

Panorámica de Ereván y el monte Ararat. Fotografía: Serouj Ourishian (CC)

Hace por lo menos diez años que vi en el Cine Doré de Madrid Sayat Nova del armenio Sergei Parajanov. Al director le costó que lo enviaran a Siberia acusado de pornógrafo, homosexual y de violar a un miembro del Partido Comunista. Solo podría haber sido peor si en el Gobierno de la URSS hubiese estado Carlos Boyero, porque la película, dada su singularidad, directamente prefiero no recomendársela a nadie. Pero desde aquel día despertó en mí cierta curiosidad por Armenia. Miraba fotos de Ereván en Google y me quedaba fascinado por su monte Ararat. No tardé en engancharme años después a Cuaderno armenio de Virginia Mendoza, y cuando sacó su libro Heridas del viento sobre su experiencia en este país, para mí fue obligado hacerme con él. Dejemos que nos cuente ella por qué no hay ningún país en el mundo que pueda siquiera parecerse a este.

En el mapa más antiguo del mundo aparecía Armenia…

El mapamundi de Babilonia es esa piedra en la que aparece una especie de estrella y es el más antiguo que se ha encontrado. Lo hicieron allá por el siglo VI a. C. y en él aparece Armenia. En aquella época era conocida como el reino de Urartu, aunque los persas ya la llamaban Armina. El mismo siglo en que se hizo ese mapa, desapareció Urartu y surgieron los Reinos Armenios. Así que sí, aunque es difícil situarla en el mapa hasta que nos interesamos por su existencia, Armenia es un lugar muy viejo con una capital, Ereván, de casi tres mil años de antigüedad.

También es el primer reino cristiano.

Sí, Armenia reconoció el cristianismo bastante antes que Roma, en el año 301. Allí habían llegado dos apóstoles, pero Armenia en ese momento era pagana y sus dioses eran réplicas de los griegos, así que no cayó muy bien aquello. Varios siglos después, San Gregorio el Iluminador seguía difundiendo ideas cristianas, y eso le llevó a pasar trece años en una mazmorra en el monasterio de Khor Virap. Terdat III, que había encarcelado a Gregorio, acabó declarando el cristianismo como religión oficial, pero cambió de opinión por un sueño que tuvo su hermana. Cuentan que se volvió loco y vagaba por los bosques como una especie de hombre-jabalí. Su hermana soñó que Gregorio le curaría y, supuestamente, así lo hizo. Así que eso le valió a Gregorio no solo el perdón, sino que también se convirtió en el fundador de su iglesia y en el primer katolicós, que es como el papa armenio.

¡Y además es el reino donde se encontró el primer zapato!

Los armenios siempre quieren ser los primeros en todo [risas]. A menudo tienen razones para creerlo, pero ya han llegado a hacer chistes con ellos. Son capaces de decir hasta que Dios es armenio. Yo he llegado a leer que hay textos medievales de eruditos españoles y alemanes que aseguraban que el primer poblador de lo que hoy es España era armenio. Aparecían en un libro de un lingüista armenio que estudió la relación entre el euskera y el armenio. Ya ves, cuando ya te lo dice alguien que no es armenio, y ves que no hay lugar al chovinismo, terminas de creértelo [risas]. El lugar en el que se encontró ese zapato de unos 5500 años puede que sea un tesoro para conocer los primeros pasos del ser humano. Llámame armenia, pero es una cueva que me gusta imaginar como una especie de útero de la humanidad en el que han encontrado varias cosas que, al menos hasta ahora, son las más antiguas del mundo en su categoría.

Y, rizando el rizo, puede que también la primera cabra, ¿no?

Bueno, a saber. Restos de cabra encontraron junto al zapato. También encontraron en esa cueva la bodega más antigua del mundo y lo que parecían ser los primeros restos de cerebro humano, con una antigüedad de más de seis mil años. Eso es lo que se contó, pero el director de las excavaciones me aseguró que lo último no fue del todo así.

¿Y qué es eso que cuentas en tu libro de que Dios es una avellana?

[Ríe]. Lusik Aguletsi es una mujer que me atrajo por una peculiaridad: no salía a la calle sin vestir el taraz, que es el traje tradicional armenio. Supuse que aquella mujer tendría algo que contar, así que me fui a su casa. Aquello era prácticamente un museo, no solo por todos los objetos típicos armenios que ha ido coleccionando, sino porque también es pintora y porque su marido era escultor. Pero la verdadera sorpresa estaba en su buhardilla: tenía entre cincuenta y sesenta dioses paganos, además de Adán y Lilith, Satanás y sus hijos, que ella misma había hecho con paja y tela. Los dioses de Lusik son tan antiguos que, si preguntas a un armenio, es muy posible que no los conozca porque no son los equivalentes a los dioses griegos que les enseñaron en el colegio, sino unos mucho más antiguos que responden a fenómenos naturales. El caso es que la señora empezó a esbozar el nombre de Vitruvio para explicarme que, si el centro de todo está a la altura del ombligo, la divinidad puede estar en lo que comemos. Como lo que tenía más a mano era una avellana —hasta colocaba los frutos secos sobre una fuente que tenía la forma del símbolo de la eternidad armenio— pues explicó cómo una avellana puede ser Dios.

De Ereván impone la belleza del monte Ararat, no es muy conocido que ahí encalló el Arca de Noé.

En realidad es lo único que se sabe por aquí del Ararat. Tampoco hay mucho más que saber porque, al fin y al cabo, para alguien que no es armenio y que vive a miles de kilómetros no es más que un monte. Pero para los armenios es mucho más: tienen una relación muy estrecha con las montañas y, concretamente, con el Ararat… Por su altura, por su cercanía, porque preside la capital, por cuestiones religiosas, pero también políticas. Entre todo lo que perdieron los armenios a lo largo de su historia, el Ararat, por su simbología y porque lo ven todos los días, puede que sea lo que más duele. Ahora está en Turquía porque allí cayó cuando Rusia y Turquía se repartieron Armenia después de la Primera Guerra Mundial. Los armenios pueden ver el Ararat, pero no pueden acercarse más a él ni subirlo. Desde el monasterio de Khor Virap, que es el mejor punto para ver el Ararat, ves muy cerca la frontera turca y el monte. Es un resumen doloroso de todo lo que perdieron en favor de Turquía poco después de que el Gobierno de los Jóvenes Turcos llevase a cabo su intento de exterminar a todos los armenios. Les quitaron sus tierras, les arrebataron la vida de sus familiares, les quitaron sus casas, se quedaron con sus mujeres y, para colmo, se quedaron también con su monte sagrado y eso es algo que puede verse un siglo después. También es una mole que enamora a los que lo hemos visto de cerca. Mandelstam explicó muy bien ese sentimiento de echar de menos el Ararat cuando, a su regreso de Armenia, hablaba de un sentimiento «araratino», para referirse al apego a las montañas que contagia Armenia.

En la fotografía Virginia Mendoza, la autora del libro, con una de las entrevistadas.

En la fotografía Virginia Mendoza, la autora del libro, con una de las entrevistadas.

El fútbol de Armenia es el ajedrez.

Aunque Kaspárov extendió esa idea de que el ajedrez es a Armenia lo que el fútbol a América Latina, ahora el fútbol también es muy importante en Armenia y lo que más interesa es la liga española. Todos los armenios están divididos entre culés y merengues. Y luego encuentras ejemplos extremos como que un nómada que vive aislado en la montaña te pregunte cómo va el Athletic de Bilbao o te digan que el Hércules acaba de subir. Aun así, el ajedrez sigue siendo esencial. En cualquier esquina hay gente jugando y, además de ser obligatorio en las escuelas, los abuelos enseñan a los nietos y los niños acuden a escuelas de ajedrez cuando salen del colegio. Los armenios se aferraron al ajedrez, sobre todo, cuando Tigran Petrosian se convirtió en campeón mundial. Aquellos días la gente vivía pegada a pantallas gigantes que colocaron en Ereván para seguir los movimientos de Petrosian. En Armenia hay más de treinta grandes maestros del ajedrez, mientras que en otros países puedes contarlos con los dedos de una mano. Fíjate si es importante, que encontrarás un montón de hombres, de cuarenta y tantos para abajo, que se llaman Tigran. Tal fue la obsesión por el ajedrez a raíz del triunfo de Petrosian que se puso de moda llamar así a los niños. Y mira que su rey más querido fue Tigran el Grande, quien reinó en la Armenia de los siete mares, cuando era un enorme imperio con salida al Caspio, Negro y Mediterráneo. Pero ponen ese nombre a los hijos por el ajedrecista, sobre todo. En concreto, supe de un hombre que se apellida Petrosian que decidió llamar a su hijo Tigran porque soñaba con que su niño se convirtiese en el próximo campeón mundial de ajedrez. A Tigran Petrosian, el joven, le entrevisté hace poco y la historia de este chico está llena de curiosidades relacionadas con el ajedrez y paralelismos con la vida del anterior Petrosian. Efectivamente, sigue el camino que su padre soñó y, aunque no está a la altura de su predecesor todavía, por ahora es uno de los grandes maestros del ajedrez en Armenia.

¿Qué crédito merece esa historia de que Churchill bebió brandy armenio toda su vida y de ahí su longevidad?

Aquel día de la famosa foto en Yalta, Stalin le había regalado una botella de Dvin a Churchill. Al parecer, el inglés se aficionó a ese brandy y aseguraba que era el mejor del mundo. Cuando le preguntaban por su longevidad, cuentan que la atribuía a beber una botella de brandy armenio al día, entre un par de razones más. Churchill llegó a conocer tan bien el Dvin que un día detectó un cambio en su sabor y directamente llamó a Stalin a ver qué pasaba. No iba desencaminado, porque el que había sido el encargado de su producción hasta entonces acababa de ser exiliado a Siberia. Así que Stalin, para contentar a Churchill, lo liberó y le devolvió su puesto de trabajo.

En el país encontramos a los cristianos molokanes, que alcanzan la salvación bebiendo leche y que no aceptan la cruz por ser el potro de tortura de su Dios…

Si te cuento todo no terminaría nunca [risas]. Sobre los molokanes se ha escrito muy poco y, cuando se hace, es para exagerar y extender prejucios. Tuvieron que huir de Rusia porque se negaron a respetar los ayunos e imposiciones de la Iglesia ortodoxa, y fueron perseguidos por negarse a dejar de beber leche los miércoles, de ahí su nombre, que significa «bebedores de leche».

En Armenia, fui a sus pueblos, Lermontovo y Fioletovo, advertida de que no me iban a aceptar. A veces ni sus vecinos los conocen realmente. Nosotros fuimos a casa de Pavel, un anciano molokan invidente, que detectó mi intención de fotografiar una curiosa felicitación navideña en la que su bisnieto posaba Kaláshnikov en ristre. Me advirtió de que si hacía fotos vendría su bisnieto desde Rusia para matarme. Luego acabó invitándonos a almorzar y pidiendo fotos. El caso es que al final acabamos en su misa de Pascua y tomando café en un par de casas más.

Supongo que al final se trata de estar ahí sin ser intrusivo, de esperar y demostrar de la forma más natural que tus intenciones son buenas, que quieres conocerlos, sin más. Vamos, que nada ayuda tanto a dar con una historia como dejar de ser periodista ante los protagonistas, para que lleguen a verte como una persona con curiosidad y punto. Lo primero que sabían de mí era que soy periodista, por supuesto, pero ni siquiera grababa, ni sacaba la cámara hasta el final. Un simple bloc de notas siempre es más cómodo para el que habla.

Sí es cierto que se oponen a las nuevas tecnologías, pero no es cierto que sea una regla general: en Fioletovo está prohibido tener televisión, mientras que en Lermontovo simplemente está mal visto. Pueden tener móviles y usar internet, pero es algo a lo que los mayores no se les ocurriría acudir.

En general, no aceptan iconos. Lo de no rendir culto a la cruz es de una lógica aplastante: ellos se consideran los cristianos más puros, de ahí su obsesión con el blanco y con la leche. Entonces, ¿por qué iban a venerar la cruz en la que murió su salvador?

Parece que le caían bien a Tolstói.

Puede que Tolstói, de hecho, fuera molokan. Hay varias cartas en las que les muestra su apoyo, fue a sus reuniones —ellos no hablan de misas, sino de reuniones— y hasta les ayudó a huir. Cuesta creer que hiciera todo esto sin que le repercutiese lo más mínimo: estaba defendiendo públicamente a un grupo brutalmente perseguido. También sabemos de él que era un disidente de la Iglesia ortodoxa, como ellos. Y que lucía una enorme barba blanca, como ellos. Lo que no es tan evidente es que bebiera leche los miércoles… que es lo que caracteriza a los molokanes.

Y los yazidíes y zoroastrianos que también andan por Armenia, ¿en qué consiste lo suyo?

Lo suyo dependerá de quién te lo cuente. Para un cristiano o un musulmán, es una secta satánica. Si hablas con ellos, su religión es como cualquier otra. Anton LaVey, el fundador de la Iglesia de Satán, reforzó esta creencia al escribir sobre ellos como una religión que defendía lo mismo que la suya. En realidad, no tienen nada que ver. Él también se estaba basando en esos prejuicios, porque el satanismo de LaVey se basa en el individualismo, en ser tu propio Dios y aceptar que en ti hay tanto bien como mal y que ningún Dios puede castigarte o compensarte por hacer más uso de uno o de otro. Las  creencias de los yazidíes, en cambio, son una mezcla de zoroastrianismo, cristianismo, islam… pero lo que realmente les caracteriza es que rezan a un pavo real y al Sol. Ese pavo real es Melek Taus, que no es ni más ni menos que el ángel caído. De ahí que para el resto del mundo sean adoradores de Satanás, Lucifer, o como cada cual lo llame. Pero ellos no rinden culto al mal, por mucho que nos quieran hacer creer que así es. Ellos defienden el orgullo de Melek Taus porque consideran que tal fue su amor a Dios, que se negó a rendir pleitesía al hombre y sufrió las consecuencias de un amor incondicional. También hay ahí mucho de culto al miedo. Ellos tienen un dios creador que dejó al mundo desamparado cuando terminó su trabajó y encargó a los ángeles regir el mundo. Su idea es más sencilla de lo que parece, mucho menos retorcida que hablar del culto al mal y sacrificios humanos: «¿Para qué voy a rezar a un dios que se encargó de crear el mundo y que no hace nada más, mientras que otro puede hacer el bien y el mal por igual? Más valdrá tener a ese contento, ¿no?». Y lo que no soportan es que les llamen kurdos. Comparten origen, sí, pero ellos se sienten traicionados porque los kurdos aceptaron el islam en detrimento de las ancestrales creencias que ellos sí mantienen.

Curiosa la relación que establecen con los clavos de Cristo y la lechuga.

Sí, bueno, todas las religiones necesitan alguna historia para justificar por qué decidieron convertir determinados alimentos en impuros. Igual que es más fácil decirle a la gente que el cerdo es un animal impuro porque se baña en barro y no andar dando explicaciones sobre el porqué de la pezuña hendida o los rumiantes, que es de lo que habla la Biblia y en lo que se basan muchas religiones para convertir al cerdo en un animal impuro; o no dar explicaciones sobre cuestiones ecológicas. Pero bueno, esto quien lo explica bien es Marvin Harris. En el caso de los yazidíes, además del cerdo, también es impura la lechuga. Aunque la realidad podría tener más que ver con las dificultades y la carestía de criar cerdos en zonas áridas y de lo absurdo de cultivar si eres nómada, qué mejor manera que contar que un cerdo robó los clavos de Cristo y los clavó en una lechuga. Ya puestos…

Has encontrado que los armenios no quieren hablar del genocidio con los extranjeros, que no quieren ser monos de feria.

No es que no quieran. Claro que quieren, y denuncian la impunidad de Turquía siempre que pueden. Supongo que partes de que Arevaluys, Movses e Iskuhi se negasen a hablar conmigo del genocidio, al menos de entrada, en el caso de los dos últimos. La diferencia con respecto al resto de armenios que viven hoy es sustancial: estas personas sí vivieron eso. Eran bebés, sí, pero creo que todos recordaríamos imágenes tan impactantes o lo pasaríamos mal hablando de algo tan duro. Eso era lo que les pasaba. Movses e Iskuhi, evitaban el tema porque estaban un poco cansados de que todos los periodistas les buscasen por lo mismo. Yo llegué a ellos porque buscaba supervivientes, pero no necesitaba que me contasen el genocidio si no querían. Así que me quedé con ellos hablando de otras cosas: de su vida, de Armenia, intercambiamos gastronomías, tomamos café, vodka, que nunca falta en el Cáucaso… Pasamos todo un día con ellos sin mencionarles el genocidio y lo pasamos tan bien y estuvieron tan a gusto que nos aseguraron que si volvíamos a visitarles nos contarían lo que sabían del genocidio. Así que pasamos un segundo día igual de divertido hasta que ellos mismos decidieron empezar a contar…

Con Arevaluys era distinto. Desde que supe cómo reaccionaba cuando oía hablar del genocidio, no quise tocar el tema ante ella. Quería hablar con su familia en otra sala, pero alguien tuvo la idea de sacarlo junto a ella y la mujer estalló. Es una reacción normal. Me sentí muy incómoda, pero al menos en ese momento su familia por fin entendió que, efectivamente, era mejor que hablásemos en otra parte.

Postal ilustrada en una tableta de chocolate. Imagen: DP.

Postal ilustrada en una tableta de chocolate donde se denuncia el genocidio armenio. Imagen: DP.

La herida en la memoria persiste…

Lo es incluso para hijos, nietos y bisnietos… Es tan terrible porque el mundo sigue en deuda con ellos un siglo después y porque casi cada familia armenia perdió a alguien en ese genocidio. Muchos países alegarían que no sabían nada porque el mundo giró la cara, pero los extranjeros que lo vivieron no dejaban de insistir en la necesidad de ayudar a los armenios y de hacer saber lo que estaba ocurriendo. Hasta unos monjes chocolateros franceses hicieron mucho más por darlo a conocer que los gobiernos. Aprovecharon una estrategia de ventas muy de moda entre las chocolateras: incluir postales ilustradas en las tabletas de chocolate que elaboraban. Así que ellos, en vez de incluir imágenes de flora y fauna, optaron por ilustrar las postales con las masacres que se estaban cometiendo en el Imperio otomano contra los armenios.

Háblame de las esclavas sexuales tatuadas.

Es una historia terrible. El genocidio armenio comenzó como un eliticidio: el 24 de abril de 1915 —de ahí que ese día haya pasado a conmemorarse el genocidio armenio— se llevaron a los armenios mejor situados social y económicamente en el Imperio otomano y solo volvieron con vida unos ocho. A raíz de ahí, enviaron a los hombres en edad de luchar al ejército, pero no iban a luchar: en cuanto llegaban les quitaban las armas, les enviaban a construir carreteras y zanjas y los mataban. A las mujeres, ancianos y niños los enviaban a morir de hambre y sed en el desierto sirio. Las chicas jóvenes tenían una forma de salvarse, aunque dudo que a eso se le pueda llamar salvarse: si se quedaban, ya fuese casándose o siendo esclavas sexuales de turcos y kurdos, podían conseguir que no matasen a sus hijos. Para ridiculizarlas, les tatuaban cara y manos. Así todo el mundo sabría quienes eran y en qué se habían convertido. Era también una forma de robarles su identidad. En el momento en el que alejas a una persona de su grupo étnico y le tatúas tus símbolos o tu bandera en la cara, estás borrando su identidad y diciéndole: «Ahora me perteneces a mí». Miles de mujeres armenias fueron tatuadas y se llevaron su secreto a la tumba por vergüenza. Por suerte, una cineasta armenia de Suecia que creció preguntando por los tatuajes de su abuela decidió investigar el tema y hacer un documental que por fin dio a conocer la realidad de aquellas abuelas cuyos tatuajes sus nietos no entendían. Pensé que no encontraría en Armenia a nadie que pudiese hablarme de este tema porque, a menos que hubiesen logrado escapar, estas mujeres habían permanecido y muerto en Turquía. Pero el día que lo pregunté, estaba al lado la bisnieta de una de ellas, una chica que creció haciéndose la misma pregunta y que nunca tuvo respuesta.

Había mujeres que fingían ser feas para que no las secuestrasen. Dices que ser fea era una forma de salvar la vida.

Sí. Las más jóvenes y guapas eran las que más riesgo corrían. Así que algunas encontraron la manera de salvarse cubriéndose la cara con barro, cojeando, manteniendo un ojo cerrado… Cualquier  forma de ser menos atractivas ante quienes pudieran violarlas o secuestrarlas para su harén les podía salvar la vida.

Años después, mencionas a unos descendientes de asesinados en el genocidio, los hamalyan, a los que detuvieron por tener una máquina de fabricar sombreros, ¿por qué?

En aquel momento Armenia pertenecía a la URSS, así que tener una máquina en tu casa para fabricar sombreros o lo que fuese era algo impensable.

¿Es cierto que los armenios nunca han tenido guerras civiles?

Si hay algo de lo que presumen los armenios, además de ser los primeros en muchas cosas, es de no haberse matado entre ellos. Es normal: llevan miles de años demasiado ocupados defendiéndose de los vecinos. Cuando las invasiones se convierten en una constante, como es su caso, la gente vive más unida y supongo que tampoco le queda tiempo ni fuerzas para guerras civiles. Si no estuviesen unidos ya no tendrían país. En parte por eso la granada es su símbolo nacional: representa la unión.

¿Cómo recuerda el pueblo armenio su participación en la II Guerra Mundial?

Creo que es de lo que menos hemos hablado. En el libro volqué las cartas que un soldado armenio envió desde Alemania. Un ejemplo muy ilustrativo de lo importante que es el Día de la Victoria para los armenios es que un hombre de setenta y seis años fue este año caminando desde Armenia hasta Rusia solo para celebrarlo. El Día de la Victoria puede que se celebre en Armenia con más fervor que en otras repúblicas exsoviéticas: para ellos significó una doble victoria y además coincide con una celebración religiosa. Así que los veteranos salen a la calle doblados por el peso de sus medallas. Ese día hasta las cajeras del supermercado tienen algún toque militar.

El único testimonio directo sobre la Segunda Guerra Mundial que aparece en Heridas del viento, aparte de esas cartas, es el de Meruzhan, el señor que celebra el aniversario de Jachaturian en su casa. Él era de Crimea, aunque armenio. Cayó preso dos veces: primero por los alemanes y luego por los soviéticos. Contaba que en Alemania fue preso con otros muchos armenios de Crimea y que, cuando Stalin lo supo, creyó que estaban luchando contra él, les acusó de traición a la patria y les impidió volver. No quiero poner en duda su versión, pero no veo muy claro qué pasó ni cuál fue la verdadera confusión, porque lo cierto es que muchos armenios se enfrentaron al comunismo luchando en el ejército alemán.

Recorriste Nagorno-Karabaj, el enclave armenio en Azerbayán, un conflicto dormido…

En Nagorno-Karabaj solo pude estar en Stepanakert y en Shushi. Lo que vi fue una capital [Stepanakert] completamente nueva y semidesierta, como construida de la nada y repleta de locales vacíos a estrenar. Pero bastaba ir hasta Shushi para ver las huellas de la guerra. Es como si nadie se hubiese molestado en reconstruir durante un cuarto de siglo, como si no quisieran olvidarlo. Me recordó a Sarajevo, al menos a la de hace cuatro años, aunque en peores condiciones todavía.

En Nagorno-Karabaj es bastante común esperar que los armenios de la diáspora regresen para enriquecer el país y convertirlo en un gran país. Pero intentan enriquecerlo desde fuera: la infraestructura está principalmente financiada por ricos de la diáspora. Como método para repoblar, un armenio de la diáspora también pagó bodas multitudinarias para que unas setecientas parejas se casasen y empezasen a tener hijos. Ahora están «rellenando» el país acogiendo a refugiados sirios.

Se declaró un alto el fuego en 1994, pero nunca se llegó a firmar un acuerdo de paz. Así que casi a diario mueren soldados en la frontera, normalmente a causa de escaramuzas. Fíjate si se han acostumbrado a vivir así que estuve en una aldea armenia junto a la frontera azerí y me dormí escuchando disparos sin entender por qué la señora que me hospedaba decía estar tan harta de escuchar a los pájaros, que no se callaban ni de noche y no la dejaban dormir, decía.

Dices que al inicio se lanzaron a la guerra sin saber empuñar armas, con armas que habían hecho en sus casas.

Los armenios que fueron a Nagorno-Karabaj eran voluntarios, a menudo chiquillos. Armenia acababa de independizarse de la Unión Soviética y no tenía ni un ejército, digamos. Nagorno ya había declarado su independencia de Azerbaiyán. Un veterano me dijo algo que es preciso aclarar: «Se contó que había estallado un conflicto entre Armenia y Azerbaiyán y no es verdad. La guerra fue entre Azerbaiyán y Nagorno-Karabaj, nosotros solo fuimos allí como voluntarios para ayudar a los armenios de Nagorno-Karabaj». Así que la gente cogió lo que tenía a mano y empezó a construir sus propias armas, entre otras cosas porque Rusia se la estaba viendo venir y los había ido desarmando. La mayoría de los combatientes armenios eran fedayines, partisanos que en realidad habían surgido en el Imperio otomano y que renacieron allí.

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Una domik. Fotografía: Virginia Mendoza.

En los ochenta el país fue asolado por un terremoto cuyas secuelas aún persisten.

El principal y más preocupante es la existencia de domiks. Eran los refugios temporales en los que se alojó al medio millón de armenios que se quedaron sin casa tras el terremoto. Aquello fue tan bestia que hasta dicen que la guerra fría realmente terminó con el terremoto de Armenia, porque a Gorbachov ya no le quedó más remedio que pedir ayuda a Estados Unidos. Gorbachov prometió casas reales, pero Armenia se independizó, la URSS se fue a pique y los armenios que huían de Azerbaiyán durante la guerra se convirtieron en una prioridad. Los posteriores gobiernos han insistido en dotar a esta gente de casas reales, pero tristemente todavía miles de familias viven ahí. Puedes vivir en un lugar así durante unos días o unos meses, pero no durante más de un cuarto de siglo. El espacio reducido es lo de menos: el frío, el calor, las ratas y las serpientes penetran en esos  contenedores y vagones y la gente enferma. Además, se ha convertido en una costumbre irse a Rusia a buscar trabajo para ayudar a la familia a subsistir, pero lo cierto es que muchos de estos hombres nunca vuelven a esos distritos de domiks y dejan a sus mujeres e hijos abandonados en las domiks. No seré yo quien les juzgue por ello: tendría que verme en la misma situación. Es desesperante.

No parece que haya un gran recuerdo de la URRS si votaron por la independencia el 99%.

Los ancianos, como suele ocurrir, sí tienen un buen recuerdo. Viven con esa idea de que el tiempo pasado fue mejor. Incluso si su padre fue exiliado a Siberia, cualquier anciano puede hablarte de las bondades de la URSS solo porque todos tenían casa y trabajo. La verdad es que todo lo que vino después hace bueno lo anterior: el terremoto, la guerra, el cierre de fronteras por parte de Azerbaiyán y Turquía les llevaron a pasar varios meses con una hora diaria de luz, con suerte. Fue en pleno invierno, además. Para sobrevivir al frío, muchas familias se vieron obligadas a quemar muebles, libros, zapatos, hasta la madera del suelo. No había gas, así que en las calles se formaban verdaderas colas para caminar por el hueco que alguien ya había abierto entre la nieve, porque todos tenían que ir caminando. A Armenia solo le quedaba una obsoleta central nuclear que ya la URSS había cerrado por su peligrosidad.

En cambio, los jóvenes sí que son bastante más detractores. No lo vivieron, pero siguen viendo cómo Rusia, que para muchos todavía representa la URSS, juega un papel falso con ellos, situando bases militares junto al a frontera turca para evitar una posible invasión que saben que no va a ocurrir y vendiendo armas a Azerbaiyán al mismo tiempo, que es uno de los países que más presupuesto destinan en armamento al año.

Háblame de Sasun, que te mostró la foto de la primera mujer soldado armenia.

Ay, Sasun Papik… Fue uno de los fedayines que te comentaba. Siempre está en la calle, con su parca militar y su bandera armenia estampada en la camiseta, en el gorro, en la bufanda… esperando que estalle algo. Siempre le verás el primero en todas las fotos que encuentres de manifestaciones desde que los armenios comenzaron a reclamar la independencia de la URSS. Sasun fue como voluntario también a Nagorno-Karabaj y todavía no ha vuelto a casa ni se ha afeitado. Y digo que no se ha afeitado porque es algo muy importante para el fedayín y para el revolucionario en general: esa forma de mostrar que no tienes tiempo para afeitarte porque estás entregado a una causa mayor. Sasun presume mucho de no haber dormido con su mujer desde que estalló la guerra. Dice que prometió a su mujer que no volvería a casa hasta que su país no fuese realmente libre y que no puede romper esa promesa. Me pareció una forma muy curiosa de irse a por tabaco.

Sentencias: «Armenia es el primer lugar en el que he llegado a encontrar en algo tan nocivo como una bandera, una utilidad: por mínima que sea, les mantiene en los mapas».

Si los armenios no fuesen nacionalistas, si no se mantuviesen unidos, su país probablemente ya no existiría. No es solo lo que se quedó Turquía en el siglo XX; a lo largo de toda su historia, y mira si es extensa, siempre han sufrido invasiones y sus vecinos han arañado sus tierras. Mira un mapa. ¿Ves qué cosita es Armenia hoy? Pues llegó a ser un imperio con salida a tres mares.

Siempre he desconfiado de las banderas. No puedo defender algo que originalmente servía para saber a quién tenías que matar. Del mismo modo que nunca he entendido el patriotismo ni las fronteras. Quizá sea porque nunca me ha afectado directamente. Quiero decir, que a mí me parecía muy absurdo tener que demostrar que soy española a menos que esté fuera de España. No tengo la necesidad de recordarle a alguien de Madrid que soy española porque es como si le recordase que soy bípeda o que tengo dos ojos. Le diré, en todo caso, que soy manchega, si es que surge. En Armenia sí tiene sentido decir que soy española, pero eso no es patriotismo, sino realismo.

El caso es que en Armenia yo quise entenderlo todo, hasta el patriotismo. No puedes contar un país sin intentar entenderlo sin prejuicios. Tienes que meterte en él con los ojos de un niño, llegar a ser parte de él y, si hace falta, buscar explicación a lo que siempre te pareció inexplicable. Ahora mismo no sé si estoy hablando como periodista o como antropóloga porque tampoco tengo una frontera muy definida en ese sentido, pero me parece igual de válido en ambas profesiones. La gente cree que bromeo cuando digo que soy un poco armenia, pero, aunque lo diga riéndome, hablo muy en serio.

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Fotografía: Virginia Mendoza.

La entrada Dios podría ser armenio; y el primer español, también aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Lovecraft y un pequeño pueblo de Cataluña abandonado

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FOTO ISABEL GUILLÉN

Fotografía cedida por Miguel Ángel Perona.

Trajeron consigo todo lo necesario para que prosperara la nueva empresa: tejido de soggoth para crear los seres que se destinarían a levantar las pesadas piedras y servirían posteriormente de bestias de carga de la ciudad… (En las montañas de la locura. H. P. Lovecraft)

Siempre me han fascinado los lugares abandonados, más si son fábricas. Creo que lo más bonito que le puede pasar a una playa es tener una preciosa industria obsoleta abandonada al lado. Como mínimo, una cetárea, como ocurre en el norte. O búnkeres de la Guerra Civil, como hay en Mallorca o en Lanzarote. De pequeño siempre me gustó colarme y enredar en todos estos lugares y de mayor me di cuenta de lo poco original que soy cuando comprobé en internet que esta es una afición extendida por todo el orbe.

Una de los lugares abandonados españoles que aparecían recurrentemente en la red era la estación de tren de Vallcarca. Inaugurada en 1903, la estación dio servicio a los obreros de la colonia que había alrededor de la fábrica de cemento local en la que trabajaban. Cuando esta fue cerrada, solo la utilizaron los pescadores que iban a la cala que hay enfrente hasta que cerró en 1994.

Hay veinte estaciones de tren abandonadas en toda Cataluña, contó Vanessa Graell en El Mundo, pero solo esta se ha ido cubriendo de polvo de cemento hasta ir solidificándose por todas partes y dar esa imagen postapocalíptica que nos atrae tanto a los perturbados.

Fotografía: Jordi Bosch.

Fotografía cedida porJordi Bosch.

Atom Samit es un documentalista especializado en cambios de paisaje tras la incursión del ser humano y eso es lo que también le atrajo de Vallcarca. La fábrica de cemento entre las montañas, los silos de la zona costera y la estación de tren abandonada le pareció, me cuenta, «muy de ciencia ficción». Leyó todos los libros que ha publicado Miguel Ángel Perona, antiguo residente, sobre la historia de aquella colonia y tomó la decisión de filmar algo sobre el lugar: «Volví y encontramos el pueblo escondido detrás de la fábrica. Los árboles secos, las puertas y ventanas tapiadas, la naturaleza apropiándose del espacio. Muy fantasmagórico, dándole todavía más peso a esa sensación de ciencia ficción que da la fábrica cuando la ves en su entorno natural desgastado pero futurista».

Así surgió Momentos en la luna, un corto documental que recoge toda la historia de estas ruinas, en las que Samit ha recordado el extenso relato de H. P. Lovecraft, En las montañas de la locura. Escrito en 1931 y publicado en 1936, contaba la historia de una expedición de arqueólogos a la Antártida que descubría los restos de una civilización alienígena: «Me trajo a la memoria la situación en la que se encontraba, y sigue encontrándose, España. La burbuja inmobiliaria, la inmigración, la explotación laboral, lugares levantados como grandes centros de ocio para una sociedad acomodada que se han quedado vacíos y en ruinas: ahí tenemos Terra Mítica o la Ciudad de la luz, o grandes solares en Madrid, etc… Lovecraft escribió este relato en 1931. Claramente era una redefinición de la primera gran crisis económica del 29, de la sociedad de aquel tiempo y en lo que se iba a convertir. La historia de Vallcarca me resulto muy similar y trataba temas muy similares, por no decir los mismos».

¿Pero qué pasó en Vallcarca? A principios de siglo, Butsems y Fradera abrieron una fábrica en las costas del Garraf por su excelente ubicación, con salida al mar y materia prima abundante procedente de las montañas cercanas. Pronto empezaron a llegar obreros de toda España que se fueron agrupando en una colonia al lado de la fábrica.

Con los años y el desarrollo de la región cada vez fueron llegando más trabajos y la colonia empezó a ser un pueblo. Un enviado del patrón iba recorriendo zonas deprimidas de España, que eran casi todas a principios de siglo, buscando trabajadores a los que ofrecía salario y casa. Fueron llegando familias enteras de Murcia, de Castilla-La Mancha, de Andalucía, de Extremadura…

Una epidemia de gripe en 1918 diezmó la colonia matando a decenas de personas. En 1936, al estallar la Guerra Civil, la primera decisión que tomó el comité revolucionario constituido fue fusilar a los encargados de la fábrica. Después llegaron los bombardeos aéreos —la zona fue un importante objetivo de los ataques de la aviación fascista por la fábrica y la conexión marítima del puerto— y la ofensiva franquista de 1938. En la colonia no se libraron de la estricta vida que impuso el nuevo régimen. Cuando había misa, la Guardia Civil vaciaba los bares y mandaba a todo el mundo a la iglesia.

En las décadas de los cincuenta y sesenta el desarrollismo trajo cada vez más gente. En la colonia fueron abriéndose escuelas, bares, iglesia, campo de fútbol, un cine. La fábrica proveía de cemento a los lugareños de forma gratuita así que «no se escatimaba», cuenta un testigo de aquellos años, y el pueblo fue creciendo a toda velocidad calle a calle, una detrás de otra hasta llegar a catorce y seiscientas doce viviendas para cinco mil quinientas personas. Pero eran pisos de cincuenta metros cuadrados y calles sin asfaltar, nada distinto al resto de barrios obreros del país durante aquel entonces.

Samit explica que, aunque pudiera haber habido tensión con los diferentes regímenes de poder que se fueron sucediendo, entre los trabajadores la convivencia era máxima. De hecho, aunque todavía haya quien hable de los fusilamientos de los patrones en el 36, los relatos que perduran están más relacionados con las malas condiciones de vida: «Los vecinos que todavía viven recuerdan con mayor pesar los accidentes por la falta de medidas de seguridad; accidentes en los que amigos resultaron fallecidos. O historias como las de sacar a sus hijos a escondidas fuera de la fábrica porque ahí no se trabajaba en condiciones o porque de quedarse allí estaban condenados a una vida casi de claustro, o eran los jóvenes directamente los que se escapan para no tener que trabajar allí. A veces los pillaban y otras lo lograban. Ahí estaba el mayor drama para los habitantes del pueblo».

Fotografía cedida por Dani Gil.

Fotografía cedida por Dani Gil.

Pese a todo, la mayoría de los testigos de aquellos días recuerdan sus años allí con nostalgia: «La gente era pobre, pero era humilde, muy familiar. Los críos teníamos poca cosa pero éramos felices, si no tenías juguetes te los fabricabas, cogías cojinetes de la fábrica y te hacías un carro», expresa uno de ellos. Todos siguen con un recuerdo muy presente, precisa Samit, «como si todavía estuvieran allí, como si su vida estuviera confinada a esa infancia entre el ruido de la fábrica y el canto de los pájaros». Los momentos en el bar con los amigos, las funciones de teatro, las tardes en la discoteca Kansas City, las comuniones en la iglesia, los partidos de fútbol o las fiestas populares son los acontecimientos de los que no paran de hablar los que vivieron en ese pueblo; un pueblo que ya no existe.

El principio del fin fue la crisis del petróleo en los setenta. Y después, cuando España salió del aislamiento y de la autarquía, gran parte de su industria se había quedado obsoleta tras el confort de la inexistente competencia exterior. Con la entrada de oferta extranjera al llegar la democracia, la fábrica empezó a ver cómo bajaban sus ventas de cemento. «La demolición del pueblo comienza cuando la fábrica se moderniza; se necesitan menos trabajadores, todo se va automatizando y los hogares pasan a ser terreno baldío, prestos a ser parte de la ampliación de la fábrica. Pero esta no los podía echar por las buenas, tendrían sus sindicato de trabajadores y ciertas regulaciones», explica el autor. Ahí surgió la controversia.

En 1973 comenzó el goteo de despidos, acompañado por el aludido derribo de las casas de los obreros. Para los que habían pasado toda su vida en la colonia, especialmente los que habían nacido o se habían criado allí, fue un trauma ver cómo se iba demoliendo toda su vida.

Para obligar a irse los que quedaban, los dueños de la fábrica empezaron a «crear psicosis», advirtiendo que era peligroso vivir allí por la contaminación, pero llevaban cincuenta años junto a las chimeneas y nunca les había pasado nada. Ni un solo caso de silicosis. Sin embargo, con esa excusa destruyeron los huertos que tenían los trabajadores para que las sucesivas ampliaciones de la fábrica tuvieran espacio.

Fotografía cedida por Miguel Ángel Perona.

Fotografía cedida por Miguel Ángel Perona.

Después de las presiones al menos llegaron suculentas compensaciones económicas para sacarlos a todos de allí. «Los indemnizaba con una cantidad considerable para la época y podían comenzar una nueva vida en otro lugar. Otras personas consideran esa cantidad una limosna», precisa Samit. Vallcarca desapareció y se quedó solo en sus «recuerdos y sueños», como sentencia uno de los entrevistados. Ahora Vallcarca y su estación son pasto de los curiosos, los fotógrafos y los artistas. De todos aquellos que sienten algo al explorar lugares congelados en el tiempo, con publicidad en las paredes y periódicos por el suelo de hace un cuarto de siglo.

Todo este relato en Momentos en la luna cuenta con fragmentos de la citada obra de Lovecraft. Una forma, explica el director, de dotar a la historia de una especie de eterno retorno: «En el capitalismo, el ciclo económico está dentro de un bucle que siempre se repite, que siempre tiene momentos de crisis y momentos de gozo. La historia de Lovecraft, escrita en los años treinta, pero siendo futurista, le daba esa circularidad al relato: años treinta, años setenta, año 2012 y, regresando a Lovecraft, el futuro», sentencia.

Más imágenes en Vallcarca: Imágenes y recuerdos de un pueblo desaparecido.

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