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Vicente Engonga: «Hacerle falta a Butragueño era como pegar a un niño, me sabía mal»

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Vicente Engonga para Jot Down 0

Miguel Jones, aquel bilbaíno nacido en Malabo que deslumbró en el Atlético de Madrid en los sesenta, no debutó con la selección española aunque estuvo convocado y llegó a calentar en la banda en un partido contra Rumanía. Solo se puso la roja para un encuentro benéfico organizado por Carmen Polo. Después llegó Donato Gama da Silva, natural de Rio de Janeiro, que accedió a la doble nacionalidad y fue el primer negro que jugó con la selección española. Y finalmente llegó Vicente Engonga. Nacido en Barcelona, criado en Cantabria, con la parrilla de TVE de los setenta aprendida de carrerilla. Su caso, el de un español hijo de inmigrantes, no tendrá nada de particular en pocos años, cuando la primera generación de hijos de los trabajadores de todo el mundo que vinieron a enriquecer nuestro país a partir de los noventa estén en todas las categorías del deporte español. Pero además de eso, Engonga fue un centrocampista duro y trabajador, ese tipo de jugador que se puso de moda en el apogeo de los Vieira y Makeleles, que formó parte de combinados históricos para el buen conocedor de este deporte, como el Celta de Rojo y los Valencia y Mallorca de Luis Aragonés.

¿Cuál es la historia de tu familia?

Mi padre, que yo sepa y por lo que me dice la gente, fue el primer negro que pisó Cantabria en el año 58. Imagínate el shock que fue para los españoles de los cincuenta. Yo ya soy de otra época, pero a mi padre le tocaba la gente para ver si estaba pintado. Cosas que ahora no se entienden, pero él siempre se lo tomó por el lado bueno. Aunque al principio pueda parecer que te agobia la gente, si eres un poco listo puedes sacar provecho. Por eso hizo muchos amigos.

Mi padre vino a España porque jugaba bien al fútbol y en la zona de Micomeseng, en Guinea, de donde él es, había mucho cántabro. Un señor que se apellidaba Varillas se lo trajo a España. Después vino la dictadura de Macías y no pudo volver a Guinea, a su país, hasta el año 2000. Cuarenta años sin poder regresar a su tierra. No vio morir a su padre ni pudo ver a su hermano ni a su madre durante todos esos años.

¿Cómo fue tu infancia?

Nací en 1965, en la España de Franco. Me recuerdo siempre de chiquitito con una pelota entre los pies. Con entre uno y cero juguetes porque mis padres no tenían capacidad económica para comprarme nada. Siempre me decían que todo costaba mucho. Pero no dinero, sino que conseguir cualquier cosa costaba mucho trabajo, y luego he comprobado que es cierto. Pero recuerdo una infancia muy alegre porque tuve tres hermanos y siempre he estado rodeado de alegría, de peleas, de juegos. Con diez años tenía un amigo que era hijo único y yo pensaba que eso era una lástima. El tío tenía el Scalextric, el fuerte apache de los Playmóbil, en Navidad un montón de regalos, lo tenía todo porque era él solo, pero siempre tenía que llamar a alguien para jugar. Nosotros cuatro, con un balón y dos canicas, nos arreglábamos. Me considero muy afortunado.

Has dicho en alguna ocasión que tus padres te repetían que eran «pobres pero honrados».

Siempre. Es la frase que más he escuchado en boca de mi madre. Y, con la edad que tengo, es de las primeras cosas que miro. Uno de los problemas que hay hoy en día en la sociedad en general es que la gente no es honrada. No quiero decir que todo el mundo robe, pero a la hora de dar la palabra, de darle la mano a alguien, ya no vale nada. Yo vengo de una época en la que dar la mano valía mucho, más que una firma, y ser honrado lo era todo.

¿Cómo llega el fútbol a tu vida?

Mi primer recuerdo de fútbol, aparte de los cromos —que no eran como los de ahora, sino que tenías que comprarte pegamento, aunque la clara de huevo pega muy bien es mi padre y el As, que en aquella época era el periódico del Atlético de Madrid. Mi padre era muy del Atlético. Nos hablaba de fútbol y desde muy chiquititos nos llevaba a ver partidos de Tercera, a la Gimnástica de Torrelavega o al Barreda; él delante por la calle y nosotros detrás como si fuésemos patitos.

Mi padre me inculcó sobre todo el querer ganar. La mayor rabia que he sentido en la vida fue un día de chiquitajo, con diez u once años, jugando una final de futbito. Recuerdo un gol en contra, mirar a mi padre, que era la primera vez que venía a verme jugar, y verle riéndose. No veas qué rabia sentí, te lo juro. Es algo que he recordado muchas veces cuando las cosas me han ido medio mal o medio bien: que empiece una final, te metan un gol y tu padre se ría de ti en lugar de darte ánimos.

Entonces el fútbol no era tan mediático. Cuando tenía cuatro años no tenía televisión, escuchaba la radio. Y de mayor, cuando la tuve, a la hora del partido había una película. Estaba la 1 y el UHF, nada más, y mi madre no quería ver fútbol. Cuando llegué a Primera se lo dije: todo lo que me has hecho sufrir no dejándome ver el fútbol y ahora que salgo yo sí lo quieres poner. Cuando era pequeño el fútbol era más de vivirlo, el día a día, leer el Marca y el As como mucho. Mi primer recuerdo en televisión es la final del Atlético de Madrid y el Bayern de Munich.

¿Quiénes fueron tus ídolos?

Me gustaba mucho Paco Gento, yo creo que porque era de Cantabria. No sabía cómo jugaba, pero oías hablar de él como de una leyenda. Cuando tuve un poco más de conocimiento, Cruyff. Y me gustaba muchísimo Leivinha, que jugaba en el Atlético de Madrid. Cuando era infantil mis compañeros me llamaban Pitinho, por un jugador que había en el Sevilla. Y con dieciséis o dieciocho, cuando buscas a alguno que te gusta de verdad, fui bastante de Ruud Gullit.

Al que le copiaste un poco el look.

No, un poco no. Le copié entero. El tío medía 1,88 y yo pensaba: tengo que llegar a 1,88, tengo que llegar a 1,88… Era negro, alto, con melena. Me dejé la melena por Gullit. Es verdad. Para mí era un futbolista supercompleto porque le vi jugar de delantero centro, de medio, de libre. Recuerdo un partido contra España en Sevilla después de Mundial 82 que ganaron 1-2 y él jugaba de libre. Me gustaba muchísimo. Los amigos del barrio eran más de Van Basten, de Rummenigge, tenía un amigo para el que Pierre Littbarski era dios. Pero a mí me gustaba Gullit. No sé si porque era negro, pero me identificaba bastante con él. Así que en cuanto pude, en cuanto mi madre me dio un poco de libertad, me dejé crecer el pelo como él.

Pero en un principio ibas para electricista.

Sí, pero no acabé porque no quise. Hay una época en la que puedes pensar que no acabas por el profesor o porque no puedes, pero en el fondo cualquier persona puede compaginar fútbol y estudios. Si no lo hace es porque no quiere y más en esta época, que hay más facilidades para estudiar que antes. Yo era bastante inteligente, podía sacar cincos o seises solo yendo a clase, pero al final abandoné la FP por dejadez.

¿Por qué fuiste a FP y no a la universidad si se te daba bien estudiar?

Antiguamente hacías EGB hasta octavo y luego los directores le recomendaban a tus padres que fueras al instituto o a FP. Te ponían «Nota media: 6,5. Se recomienda que el alumno estudie FP». Y mis padres que eran muy correctos hicieron caso al director del colegio y dijeron: a FP.

¿Te pareció justo?

No sé. Tienes trece años, el director dice FP y tus padres te llevan a FP. Entré, miré lo que había, Electrónica, Electricidad, Delineante, Automoción, y elegí electricidad. Un «chispas» más. Me gustaba, pero tampoco le puse mucho interés. Luego cuando dejé de jugar, en 2003, me apunté a la UNED para sacar el acceso a la universidad para mayores de veinticinco años y me lo saqué con notable de media. Así que tonto no soy.

Tu hermano, que falleció el pasado año, era albañil, dijiste que él era un verdadero héroe, y no los futbolistas.

Para mí sí, y se lo dije varias veces. Cuando pasa el tiempo y te das cuenta de las situaciones que has vivido, ves que has tenido la suerte de crecer en una familia pobre, muy honrada y con cuatro hermanos. Porque siendo yo cabeza de familia, tuve dos hermanos que se sacrificaron mucho por mí. Cuando mi padre se quedó en paro yo estaba en primero de FP, tenía catorce o quince años. Pues como yo era el mayor, tendría que haber sido yo quien se fuera a trabajar, el que tenía que sacar pecho por la familia, pero mi hermano Rafa dijo que lo iba a hacer él. Mi hermano Julio estudió un año y al siguiente también se puso a trabajar. Si no fuera por eso a lo mejor yo no habría podido ser futbolista, habría tenido que dejar los estudios y haberme dedicado a ser albañil, pensar más en poner ladrillos que en otra cosa. Mi madre era ama de casa de toda la vida, había que sacar dinero y mientras que yo, con quince, dieciséis o diecisiete años no aportaba nada a casa, mis hermanos traían un sueldo de peones que sustituía un poco al de mi padre. Luego, cuando ya tuve la capacidad de ayudar a mi familia, la he ayudado, pero para poder llegar a eso se sacrificaron mucho mi hermano Rafa y mi hermano Julio. Si no fuera por ellos yo no estaría aquí ahora hablando contigo.

Rechazasteis tú y tus hermanos a la selección guineana.

Estando yo en el Sporting Mahonés en 1986 llegó una carta diciendo que nos querían convocar a los cuatro. En aquella época no podías ocupar plaza de extranjero en Tercera División, solo podías ocupar en Segunda B si te había fichado un club de Segunda que había descendido. Yo no pensaba que iba a llegar mucho más lejos que de Tercera o Segunda B, así que si me iba seleccionado ¿por quién fichaba luego? Hablé con mis hermanos y ninguno queríamos ir. No pensábamos que fuésemos a ser algún día futbolistas famosos. Jugábamos y ya. Piensa que cuando me llega esa carta, los jugadores de mi edad, como Martín Vázquez o Sanchís, estaban ya en el Real Madrid. O Fonseca en el Valladolid. Yo con veinte estaba en el Mahonés.

¿Y eso de que se perdió el dinero que os mandaron para viajar?

Salió a posteriori. Yo creo que algún listo dijo que sí que íbamos, mandaron la pasta y se la quedó. A mí particularmente me llegó cero.

Vicente Engonga para Jot Down 1

Te chupaste en Ferrol una mili ochentera.

Hice cuarenta días en Cartagena en infantería de marina. En Madrid hice el curso de policía naval en Arturo Soria y luego un año en Ferrol. Creo que a muchos niños de hoy en día de diecioocho años les haría mucha falta hacer la mili para que vieran lo que es obedecer, ya que no obedecen a sus padres. Pasarse un año sabiendo qué es la disciplina.

Al llegar a Ferrol un teniente formó a todos y dijo que el primero que tuviera algún problema conmigo se las iba a ver con él. Lo primero que pensé fue: «Adiós, ahora sí que voy a tener problemas». Fue todo sin comerlo ni beberlo. Pero no pasó nada. Hubo momentos complicados, a fin de cuentas estás fuera de casa con diecinueve años, pero a través del deporte —jugué en un equipo de Segunda Regional, el O Val— lo enfoqué bien. También había un equipo de fútbol en el cuartel, luego una selección de Marina Norte, y además un equipo de baloncesto. Yo jugaba en todas partes. Para mí eso era vida, así que como comprenderás no tengo mal recuerdo.

¿Los militares no eran duros con los reclutas?

Los militares son militares. Es todo una cuestión de disciplina. Pasa como tú en tu casa con tus hijos, que te impones porque los hijos no pueden mandar en una casa. Y si eres un soldado y tienes a un sargento, tienes que obedecerle. Desde que muere Franco en 1975 a 1986, que es cuando hago la mili, van once años, y en esos once años en España cambió todo. Incluso se legalizó el Partido Comunista, gobernó el PSOE, cosas que once años atrás eran impensables. No te las creías. Entonces, en el ejército, para ser sargento primero no han de pasar dos años, ni cuatro, es toda una vida y ya estaban bastante quemados. Además, tenían la mentalidad de gente de entre cincuenta y sesenta años, venían de los años sesenta. Eran personas que primero de todo te venían con el palo, porque eran militares, pero era lo lógico. No sé cómo son los tenientes de hoy en día, pero un teniente de mi edad, cuarenta y ocho años, no es como un teniente de cuarenta y ocho años de 1985.

En aquella época ya podías pedir no hacer la mili, pero si lo hacías casi te echaban de tu pueblo. «¿Cómo no vas a hacer la mili? ¡No quieres a España!». Era una cosa de locos. Tus padres te echaban de casa si no querías ir. Y no estamos hablando de una cosa tan lejana, es hace treinta años. Hoy en día tenemos capacidad para discutirlo todo, pero en aquella época no se discutía prácticamente nada. Llegabas a tu casa, te daban una carta y te ibas a Cartagena al día siguiente.

Pero luego cuando he sido entrenador de categorías inferiores del Mallorca he pensado que si muchos de esos críos se pasasen un añito en la mili y volvieran seríamos campeones del mundo cinco veces seguidas.

Y después de la mili, a la Segunda B de los años ochenta con el Sporting Mahonés

Tuve problemas para fichar por ellos. Había un problema de retenciones de fichas y el presidente de la Gimnástica no era muy buena persona precisamente. Mi padre estuvo viajando cada día en tren, que no tenía coche, a la Federación Cántabra para ver si me daban permiso para jugar en Mahón. Al final todo fue bien y de ahí no puedo tener mejores recuerdos. Es donde maduré de verdad. El fútbol de Segunda B en aquellos años era muy complicado, complicadísimo. En los cinco años que estuve jugué contra «Chapi» Ferrer, Pep Guardiola, Tito Vilanova, Carles Busquets, Onésimo, Molina… muchos de los que luego llegaron.

Segunda B era muy física. Guardiola, por ejemplo, había debutado ya con el primer equipo, pero cuando jugaba en Segunda B lo pasaba muy mal. Porque el Mini Estadi está muy bien, pero intenta jugar en Mahón con el Barça B. Así aprendes lo que es el fútbol. A los chavales a los que entreno les digo muchas veces que la diferencia entre un juvenil y un futbolista que ha estado jugando con mayores es que en un balón dividido el juvenil mira para arriba y el veterano a los lados, de modo que cuando el juvenil se quiere dar cuenta ya tiene un ojo morado. El veterano gana el balón sin mirarlo. Es una manera dura de aprender, pero…

Cuando se habla de cantera, ves a futbolistas que han entrado en un club bueno con once años y a los veinte cuando llegan al filial todavía no han aprendido de verdad qué es el fútbol. Has jugado contra gente veterana, pero todos tus compañeros son de tu edad. Si luego de repente te ceden y entras a un vestuario donde hay uno de treinta y cuatro años al que tienes que quitarle el puesto, que si se queda sin jugar no va a poderle dar pan a sus hijos, ahí se ve si eres futbolista o no. Siempre has estado jiji-jaja con tus colegas y pasas a una situación en la que hay gente que depende de que no la cagues en un pase y haya un contraataque para cobrar mil euros. Muchos de los que fracasan es por eso.

Cuando te ceden es cuando empieza el fútbol. Cuando oigo hablar de montar una liga solo para filiales creo que no es bueno porque se aprende de verdad cuando sales de tu hábitat. Estar en un filial es muy bonito, pero luego te vas a Vigo como Rafinha y ahí se ve si eres futbolista de verdad o no, si tienes capacidad mental para soportar la competición o no.

Cuando estabas en Segunda B pasaste del Real Madrid.

Cierto. Creo que debo ser de las únicas personas que le han dicho al difunto señor Malbo que no iba al Madrid. Yo no sabía quién era, me enteré años después. La gente a veces me decía «¿Le has dicho a Malbo que no?». Sí, ¿qué problema hay?

Me llamaron y me querían hacer una prueba para el Madrid Castilla. Yo estaba de vacaciones y les pregunté tres veces si me querían o no me querían. No me importaba si era el Madrid o lo que fuera, quería saber si me querían o no. Llevaba una semana en mi barrio, estaba bien, no me iba a ir a hacer una prueba.

Diste el salto a primera fichado por el Valladolid de Pacho Maturana, el recordado Valladolid de los colombianos.

Valladolid me costó un poco al principio. Salía todos los días de mi casa, me encontraba al vecino, le decía «buenos días» y él «msñññ». Luego iba al quiosco y la señora me decía «¿Qué desea?» Y yo «El Marca y el Norte de Castilla». Todos los días. Iba cada día y todos me preguntaba «¿Qué desea?» Joder, ¿no veía que todas las mañanas me llevaba lo mismo? Y el vecino sin saludar. Yo, un negro con melenas, quería gritarle a la gente «¡Un poco de educación, por favor!». Luego fui conociendo a gente maravillosa, y los compañeros hicimos quinta y quedábamos para beber calimocho y hablar de novias. Pero…

Y en lo futbolístico, sin querer menospreciar a todos los entrenadores que tuve hasta que llegué a Valladolid, Maturana para mí fue el primer entrenador de verdad. Fue la primera vez que entendí lo mucho que cuenta un entrenador en un equipo. Y no solo él, también Diego Barragán, su preparador físico, que era un monstruo.

Era un buen equipo, con Higuita, Caminero, Santi Cuesta, que había jugado en la selección sub19, Fonseca, Onésimo, Valderrama, pero el club arrastraba problemas económicos desde antes de llegar yo y se hablaba de que el objetivo era clasificarse para la UEFA. La cosa empezó mal. Nunca se me olvidará Maturana, en la cuarta o quinta jornada, entrando al vestuario en un partido que íbamos perdiendo en Zorrilla 0-1. Pensaba que nos iba a caer una bronca que se iba a acabar el mundo, como ocurría en Segunda B, y Maturana entró con semblante serio, pero tranquilo, y dijo que dejáramos de preocuparnos, que jugáramos al fútbol, que fuéramos nosotros mismos y que si perdíamos, al día siguiente iba a salir el sol igual. Con veinticinco años, era la primera vez en mi carrera que no me pegaban una bronca por ir perdiendo.

Maturana era un tío metódico, creía mucho en las ideas. Cuando tirabas un balón a veinticinco metros te preguntaba qué hacías. Hoy en día el tikitaka está muy de moda, pero en aquella época… recuerdo que durante toda la temporada me decía: «Usted désela a Carlos [Valderrama], usted se la da y él la devuelve, es como una pared, no se preocupe, désela». Y yo a veces le decía que no podía ser, que tenía a dos encima, no me entraba en la cabeza que se le pudiera dar el balón a un tío que no está solo. Él me la pedía, veía que tenía a dos encima y decía «¡que estoy solo, que estoy solo!». Para él tener cinco alrededor era estar solo. Luego cuando vas creciendo y viendo la calidad de la gente lo entiendes. Tú le tiras una pelota a Xavi o a Messi cuando están rodeados de seis y están solos.

Fabio Capello iba a Zorrilla cuando entrenabais a tomar notas de los entrenamientos de Maturana.

Lo leí. Yo no lo conocí ni lo vi, pero recuerdo una nota del Norte de Castilla en su día. Maturana era muy famoso, ese verano estuvo a punto de ir al Madrid, luego no sé si se arrepintió Mendoza. Por eso ese año cada diez o quince días aparecía gente con una libreta. Pero yo era futbolista, no me preocupaba de mucho más que de correr.

Vicente Engonga para Jot Down 2

En el Bernabéu, Míchel le toca los testículos a Valderrama ostensiblemente.

Fue mi segundo partido en primera división. La primera jornada fue contra el Sporting, perdimos por un gol de falta que pasó por debajo de la barrera. Le echaron la culpa a Higuita, pero fue de la barrera. Ya desde el primer día le echaron la culpa de todo. Moría uno en Australia y le echaban la culpa a él. Y ese partido en Madrid fue el debut de Prosinecki en el Bernabeu. Estaban Hagi, Gordillo salió en la segunda parte, Villarroya fue titular. Y lo que más recuerdo fue el trato del árbitro. Nosotros éramos el 8 o el 10, «7 cállese, 5 saque». Y ellos eran «Emilio, venga», «Míchel, vamos». Para mí fue como un shock.

Y lo de Míchel con Valderrama en el campo no lo vi. Recuerdo a Carlos comentarlo en el vestuario diciendo: «Este huevón me ha tocado, no sé que quería». Yo le pregunté que le había dicho, y él: «Pues ¿quieres más? ¿quieres más?». Una circunstancia que al final fue fea porque luego a Míchel le dijeron cosas en todos los campos de España.

De ese Madrid me gustaba mucho Hagi, Prosinecki no tanto. Mi debilidad era Butragueño. Le tenía no idolatrado, pero para mí era especial. Siempre he admirado a los futbolistas leales, no sé si es la palabra, los que aguantan. Y Butragueño era de esos que le hacías una falta y te daba pena. Te miraba con una cara… y nunca discutía. A estos futbolistas siempre prefieres agarrarles que darles una patada. Hay otros que no, que sin tocarles ya se tiran y piensas que en la siguiente le vas a dar pero bien. El Buitre era como Zidane después, chocabas y nunca te decían nada. Aceptaban su rol. Eran nobles. Hacerle falta a Butragueño era como pegarle a un niño, me sabía mal, en serio.

Además aquel día salí en el Bernabéu espídico, por mucho que quisiera estar tranquilo no podía. A los diez minutos ya le había hecho tres faltas a Prosinecki. Veía algo blanco y como los toros al rojo, iba. Pensaba que nos podían meter cinco, pero lo íbamos a dar todo. Al final fue igualado, pero el Valladolid de aquel año jugaba bien y no ganaba nada. Así nos fuimos a Segunda.

¿Cómo era el clan colombiano?

De las mejores personas que he conocido en mi vida en un vestuario. Mira, un día un compañero le dijo a René Higuita, que tenía una cadena de plata en el cuello de estas gordas, qué collar más bonito llevas. Y René se dio la vuelta, le dijo ¿te gusta? Y se la regaló. Así. Era gente increíble.

Maturana tuvo que alinearlos solo fuera de casa para que el público no se los comiera.

Les echaron la culpa de todo. Siempre decían que Valderrama jugaba mal, que Leonel Álvarez solo sabía correr e Higuita tenía la culpa de todos los goles aunque fueran por la escuadra. Se vició mucho el ambiente. Fue una lástima. Se marcharon en febrero, tenían firmado que cada mes les tenían que pagar un millón y cuando se fueron les debían toda la ficha. No les habían pagado nada. Y no se quejaron.

Estaba el joven Caminero.

Jugaba de central, estaba bastante desaprovechado. En la cantera del Madrid había jugado de extremo. Tenía muchísima técnica. Onésimo siempre le llamaba «Estrellita», ese era su apodo. En aquellos tiempos era el que más vendía del equipo. A mí me intentó ayudar bastante.

Goyo Fonseca metió todos los goles que le dio la gana aquel año.

Era un rematador espectacular, pero le faltó constancia. Diego Tristán me recordó luego mucho a él. Eran futbolistas para estar diez años en la selección y triunfaron muy poco. No sé si por mentalidad, eran de los que no daban el cien por cien en los entrenamientos. Naces como naces. No puedes cambiar a Ronaldinho, ni a Ronaldo ni a Fonseca.

Qué recuerdas de otros rivales, del Barcelona de Laudup y compañía, por ejemplo.

El Barça ganó la Copa de Europa un miércoles y se fueron de fiesta el jueves y el viernes. Yo veía el Marca esa semana y estaban todos los días de celebración. Pues llegaron el domingo, jugaron con nosotros y nos metieron seis. Ese día, por cierto, debutó César Sánchez. En el último partido ganamos 1-0 al Sevilla, pero bajamos a segunda. Fue uno de los peores recuerdos que tengo de mi carrera porque encima lesioné a Ramón. Era una jugada en la que ni siquiera me tiré al suelo, le di en la rodilla con la rodilla y le rompí el cruzado. Él había firmado con el Deportivo al año siguiente, con Lendoiro, y nunca volvió a ser el mismo. Le fastidié la carrera. Siempre que lo recuerdo me da coraje. Recuerdo a Manolo Jiménez en el descanso gritándome que había hundido a su amigo. Yo solo decía que no le había tocado. Con el tiempo, cuando ves que no se recupera… creo que fue lo peor que he vivido en el fútbol. Hasta me cuesta contarlo ahora. Tampoco he podido hablar nunca de esto con él, no sé si por falta de valor por mi parte, pero me sabe fatal. Pero aquel año fue un cúmulo de experiencias. Tampoco se me olvida la impresión de ver a Schuster, que en televisión parecía un tío de metro setenta y cuando lo ves en el campo delante de ti empiezas a levantar la cabeza y ves que es más grande que tú. El campo más bonito en el que jugué fue el Sadar, en Pamplona, cuando estaba Jan Urban. También criticaba mucho a los futbolistas cuando los veía por la tele y cuando luego los tenía delante y veía el nivel que tenían me quedaba de piedra.

Pasaste al Celta balcánico.

Gudelj, Ratkovic, Juric, Bursac, Andrijasevic… cada uno de una nacionalidad, pero eran todos superamigos. A Ratkovic lo habían sacado en febrero o marzo de Yugoslavia porque lo iban a reclutar para ir a la guerra. Y luego la mujer de uno era serbia, la de otro croata. Era una mezcla alucinante, pero los veías a todos juntos con sus mujeres y no te podías creer que sus países estuvieran en guerra en ese momento. Recuerdo que Ratkovic cada día intentaba aprender tres palabras nuevas de castellano. Viajábamos en el bus e iba con el diccionario. Aprendía «tenedor» y luego en la cena estaba «¡tenedor, tenedor!» (risas) Luego Gudelj lleva treinta años en Vigo y todavía no habla castellano, es como Robinson.

El ambiente que viví en Valladolid no fue malo, pero cuando llegué a Vigo era una banda de amigos. Como una familia. Vicente, el capitán, «el Flaco» Gil, Atilano… era como abrir las puertas de una casa y que te recibiera tu padre. Llegamos Alejo, Oliete, Patxi Salinas, Tito Vilanova, Rafa Berges, que estuvo en la quinta del Cobi, que era el apodo de Amavisca en el Valladolid, por cierto, y se mosqueaba mucho.

¿Qué tal Tito Vilanova?

Al principio llegó solo y compartimos mucho, luego ya vino su mujer. Casi siempre le recogía en coche y mi relación con él fue buenísima. Me sentí como su hermano mayor. Recuerdo que era un futbolista con mucha calidad y que trabajaba mucho, pero Chechu Rojo nunca llegó a confiar en él. Jugamos mucho Vicente y yo y a Vicente era imposible quitarle porque era una máquina de correr, trabajar y jugar y yo lo hice bien ese año. Tito jugaba cuando no salía yo. Igual le cerramos un poco el paso. Pero le recuerdo como un futbolista muy implicado. Cuando tienes detrás a gente como Tito Vilanova que te pueden quitar el puesto, y cada día le ves trabajar sin bajar el ritmo, no te permites bajar el pistón. A mí Tito me hizo mejor futbolista. Esa es la importancia de que en una plantilla todos estén motivados, porque si el suplente baja el ritmo, el titular se relaja.

Vicente Engonga para Jot Down 3

Primer partido de liga contra el Superdepor.

Nos ganaron en Riazor. Jugamos Tito y yo. Creo que en el Dépor el que más me gustaba era Mauro Silva, siempre he tenido debilidad por los medios centros. Ese equipo estaba muy bien montado, desde Ribera, Voro y los que tenía atrás, luego Fran, Aldana. Se decía que eran retales de otros equipos, pero los veías correr y trabajar y… el único que no corría era Bebeto, pero tenía al lado a Claudio que no veas cómo peleaba. Era un equipo con todas las letras. Además, Paco Liaño, que le tirabas cinco y te paraba cuatro.

También jugaste con el Maradona del Sevilla de Bilardo.

Nos echó Díaz Vega, qué buen árbitro (risas), a tres o cuatro. A los tres yugoslavos y a mí. La verdad es que fue un partido complicado, bronco. No por culpa del Sevilla de Bilardo, sino porque éramos dos equipos fuertes, duros de pelar. Aunque los jugadores del Celta nos sentimos ninguneados por el árbitro. Y Maradona me pareció un muy buen futbolista, no hizo un partido de estos que ves por la tele y suspiras, pero es que era un tío que caminando hacía lo que yo corriendo diez kilómetros. Le veías y decías: si es que da igual.

Y Simeone.

Siempre me gustó jugar contra él. Tíos aparte de buenos, fuertes, que no te vuelven la cara, que no van de mentira, que no te van a dar una colleja cuando te descuides. Una vez no sé qué pasó que le dio a alguien, le fui a protestar y cuando me vio llegar, me puso la mano delante y me dijo textualmente: «Si venís a inflar las bolas, hasete humo». Me quedé así, callado. Dije un exabrupto, giré y me fui pensando ¿qué me ha dicho? Me quedé como si me hubiera hablado en inglés o algo así. Yo esperaba insultos y me encontré eso, me rompió.

El Redondo del Tenerife.

Me gustaba muchísimo, es de los mejores que han pasado por España. Y para mí fue muchísimo mejor futbolista el Redondo del Tenerife que el del Madrid, pero con muchísima diferencia además. Eso sí, dentro del campo era insoportable. Un par de las lesiones que tuvo fueron porque era un futbolista que hablaba demasiado y al final terminabas yendo a por él. Pero era dentro del campo, no fuera. Es como Patxi Salinas, tú le conoces y es un cachondo, pero dentro del campo una vez estuvo a punto de pegarme hasta a mí. Con Redondo jugabas y acababas pensando: «Te voy a matar». Hablaba mucho y siempre que podía te metía un codazo en la nariz. Y tú sabes muy bien a la altura que levantas un brazo, que los futbolistas no somos tontos.

Fueron famosos los codos de Redondo.

Pero menos famosos fueron los de Koeman y ese también te daba bien. Cada vez que podía. No protegía el balón con el cuerpo, sino metiéndote del codo en la nariz. Hay muchas formas de hacer una falta y cuando metes el brazo entre el cuello y la cintura, es para parar al jugador. Si lo pones en la nariz, es para hacer daño. Koeman era de estos. Y Redondo, también.

Fueron los años de explosión de Guardiola.

Ya había jugado contra él en el Mahonés. Mi hermano Oscar que estaba en la Masía me dijo que el 4 era muy bueno, pero que si le rascaba dos veces, no jugaba más. Me pasé diez minutos a su lado y era verdad, era muy rápido mentalmente y la soltaba genial. Entonces le pisé y, nada, ya hizo muy poco más. Pero estamos hablando de un tío de dieciocho años y yo tenía veinticuatro, era un chavalillo. El campo del Mahonés no estaba nada bien, con saltos, pero a él nunca le botaba mal el balón, era increíble. Se le veía muy tirillas, pero muy buen futbolista.

Luego en Primera y después en la selección, en el día a día de los entrenamientos, no es que le veas superior a ti, sino como un superdotado. Un jugador que con muy poco hacía mucho.

Ángel Cappa dijo que el fútbol del Celta le producía urticaria.

Con Chechu Rojo éramos un equipo que tenía muy buenos futbolistas. Siempre jugábamos con un 4-4-2 y sabíamos moverla, pero nos acusaban de defensivos porque todos corríamos. Luego me pasó lo mismo en el Mallorca. ¿Tú dirías que este año el Atlético ha sido defensivo? Tocábamos, pero cuando la perdíamos todos bajábamos la cabeza y corríamos atrás. Y ese año al Tenerife de Valdano le gustaba el toque, que jugaba en corto o en largo, pero tenían esa imagen de tocadores con Estebaranz, Miñambres, Redondo… Parecía que eran muy buenos y nosotros no. Nos cruzamos en semifinales de Copa, encima el campo estaba pesado y les metimos tres. Supongo que les molestaría porque nos veían como muy malos.

En el fútbol, como en la vida, hay dos vertientes enfrentadas. Los que parece que solo corren y los que parece que solo juegan. Hasta hace poco el Barça era el bonito, que la tocaba mucho, y el Madrid no porque era más de contraataque. Pero el fútbol es muy distinto al resto de deportes y cabe todo, el objetivo es meter gol y tienes que tener en cuenta lo que tienes para hacer las cosas. Tampoco me imagino al Barça jugando como el Atlético, que es superfísico y basa el cincuenta por ciento de su trabajo en apretar, robar y tener a un tío como Costa que las corre todas. El Madrid igual es más completo, pero su entrenador ha elegido que corran Bale y Cristiano Ronaldo. Así que en aquella eliminatoria ellos eran los artistas y nosotros los obreros. Pero Ratkovic había sido internacional por Yugoslavia, Juric por Croacia, yo lo fui por España, como Otero, Berges y Cañizares. Mancos no éramos. Que no jugábamos como le gustaba a Cappa, pues a lo mejor no. Pero porque teníamos otro tipo de futbolistas.

Y les ganasteis.

Al final sí (risas). Hubo miedo, que llegamos a Tenerife y todo el mundo en el aeropuerto nos sacaba la mano y decía que nos iban a meter cinco. Íbamos por la calle y la gente sacaba la mano del coche y decía «cinco, os van a meter cinco». Un paseo por la calle y cualquiera «os vamos a meter cinco». Y a los diez minutos de partido 1-0. Después, 2-0… menos mal que luego marcamos. Fue como el Madrid en Dortmund.

Vicente Engonga para Jot Down 4

La final contra el Zaragoza, una pena.

Yo particularmente no estuve al nivel que estaba entonces. Era mi primera final de algo importante. Trabajé, pero no me sentí bien. El resto del equipo estuvo bien pero en los penaltis fallamos uno. Lo curioso es que Alejo, el que falló, era el encargado de las faltas de treinta metros, le daba bien y en ese le dio al suelo. No sabes por qué. Las finales, como se dice, son para ganarlas. Al año siguiente, con el Valencia, me pasó lo mismo contra el Dépor, en la final que diluvió.

Tuvisteis también un Celta–Valladolid histórico. Fue considerado el partido de la vergüenza, los dos con empatar os salvabais.

Yo lo viví así. Chechu Rojo en la charla nos dijo que había que apretar, que no nos podíamos fiar. Salimos al campo, empezó el partido y la primera sensación rara que tuve fue que sacamos de centro, me vino la pelota y Alberto, del Valladolid, no vino a apretarme. Lo vi raro. En Vigo lo habría visto normal, pero estábamos en Pucela. Chechu no paraba de gritar y en el descanso nos echó la bronca porque nos vio que, como no nos apretaban, estábamos relajados. Decía que cuidado, que nos iban a meter uno y nos íbamos a la mierda. Y al final del partido, me llegó Amavisca y me dijo: «Menos mal que no nos habéis atacado porque estábamos medio tiesos». Y yo: «Pues nosotros acojonados». Luego vi en la prensa la que nos cayó, en el programa de Robinson tuvieron puesto el partido puesto todo el rato en los monitores de atrás y sí, me di cuenta de que pareció una cuchufleta. Pero en el campo…

En el Valencia te entrenó Parreira, un campeón del mundo.

No tengo ni palabras buenas ni malas de él. En ese vestuario el año anterior no habían logrado los objetivos y no había un buen ambiente. Me lesioné en pretemporada, me rompí el cuádriceps, estaba ahí Mazinho y no jugué casi nada. Eso sí, conocí a todas las peñas de Valencia, como no jugaba me fui de peña en peña cada fin de semana. La gente me quería bastante el primer año porque me veían con la afición, yo flipaba con la buena imagen que tenía porque no estaba jugando nada. Parreira solo se dirigió a mí una vez y fue para preguntarme si me iba al Osasuna.

¿Qué tal Pedja Mijatovic?

Creo que cambió cuando fue al Madrid. Ese no era el que yo conocía. Le cambió el comportamiento, el ego. Pero lo entiendo, no es lo mismo jugar en un Mallorca o un Valencia que en el Madrid. En estos clubes no te tienen que blindar, no vas a perder horas firmando autógrafos, pero en el Madrid no puedes ir ni a comprar al Mercadona. Entiendo que eso te pueda hacer cambiar hábitos. También en el Valencia él pagó su propia cláusula después de decir en noviembre que no se iba. Y el Valencia es un club del que la afición no te deja que te vayas de cualquier manera. El Pedja que yo conocí era muy buen tío y me ayudó. Y en el campo de los mejores futbolistas que he tenido al lado con diferencia.

Llega Luis Aragonés.

El entrenador con mayúsculas. Lo tenía todo. El trato con el futbolista, jugase o no, la psicología, la manera de plantear los partidos. Para mí el mejor que he tenido y el más especial que ha habido en España. Recuerdo un 0-4 en Compostela, lloviendo a mares, Mijatovic metió tres goles y en el vestuario le echó la bronca del siglo porque no había hecho lo que él había querido. Pero una bronca a dos centímetros de la cara, saltándosele la dentadura en cada palabra y con la vena hinchada. Y los compañeros intentando tranquilizar al míster.

Y lo hacía con Mijatovic y también conmigo. Cuando Ronaldo nos metió tres goles, esos que siempre siguen saliendo por la tele y estoy yo en un par (risas). En el primero, Ronaldo apareció, tiró un pase, o eso pensamos Otero y yo (risas), en serio, creía que era un pase, miré a ver a quién se la daba y, joder, no, resulta que era un autopase y detrás del balón iba él como un tren. Gol. Resulta que ese año habían puesto la norma de que si le dabas al último era roja, y Luis en el descanso una bronca… yo le vi la campanilla y la bilis: «¡Eso no puede ocurrir nunca más, hay que pararlo como sea!» Y yo: «pero…». «¡Ni pero ni nada!». Eso lo hacía con todos. Es el único que yo he tenido que de verdad sientes que tiene a veinticinco tíos con las orejas agachadas porque trata a todo el mundo igual y sin sensación de que se porta mal con nadie en particular.

En la selección ¿Raúl se le quiso subir a las barbas y pasó lo que pasó?

Creo que en la selección española todo lo que se ha ganado es responsabilidad de Luis. Los jugadores han hecho todo lo que tenían que hacer, pero España siempre ha tenido buenos futbolistas. Con la evolución del fútbol, que ya no hay tantas patadas ni el físico en sí importa tanto en el juego, sumado a que Luis eligió bien, España ha ganado lo que ha ganado. Solo podía haberlo hecho él. No me puedo imaginar a otra persona en España aguantando lo que aguantó él tras el Mundial de 2006 durante año y medio.

Con Raúl, para mí, en el fondo el problema fue del resto de España, no de Luis. Pasase lo que pasase tras el Mundial de Alemania, Luis desde 2004 ya había hecho crecer a España. Con Francia pasó lo que pasó, pero en la fase de clasificación de la Eurocopa Luis debió de ver cosas con las que no estaba a gusto, porque para él lo más importante era el grupo y el vestuario. Si recuerdo algo del Valencia o el Mallorca de Aragonés es que no había ni media oveja negra, ni media discrepancia. Dentro de lo que es cada futbolista, era todo una piña. Intentó hacer lo mismo con España y en ese momento debió de pensar que con Raúl y otros no le terminaba de encajar en los asuntos anímicos del día a día de una selección.

También te digo que yo he convivido con Raúl de 98 al 2000 y nunca he visto un problema con él. Pero el entrenador lo puede ver de otra manera desde su posición. Porque los entrenadores no son gilipollas, todos quieren ganar. Y si ven que para hacerlo tienen que cambiar esto y esto, lo hacen. Igual al principio España entera lo disculpó porque Raúl no estaba teniendo un buen año. Flojo no, porque yo a Raúl nunca lo he visto flojo; si estar flojo es meter quince goles en un año… yo nunca los he metido. Lo mismo que dicen que Messi y Cristiano han bajado el nivel porque en lugar de cincuenta meten treinta y ocho. Vete a la porra. Pero pese a todo, llegó un momento en que Raúl volvió a ser el de antes y Luis pensó que ya tenía eso montado, le dio los galones a Xavi o al que fuera, no le convino meter a Rául y lo dejó fuera por eso. Y se montó la movida porque era él, que si es Engonga ya te digo yo que nadie dice nada, pero como era del Madrid… Piensa lo que pasó Luis, siendo del Atlético y viviendo en Madrid, todo lo que aguantó día a día, salir de casa y en la escalera el vecino que te diga no sé qué Raúl. Y en la calle igual. Eso solo lo podía hacer él. O igual Clemente, que diría que por sus cojones no lo iba a llevar y no iba ni de coña. Aunque tampoco Luis era de no dar noticias en un periódico, su primer mandamiento era decirle a los jugadores que él se lo cargaba todo con la prensa y ellos que se dedicaran a jugar que era lo suyo. Así fue la guerra, toda la crispación contra Luis, todos los periodistas contra él, pero el equipo jugó, ganó y entonces ya se le tuvo que reconocer.

¿Qué tal con el Piojo y el Burrito?

Burrito me pareció muy buena persona, buen futbolista, pero en Valencia no le salieron bien las cosas. Claudio López me pareció un crack. El primer año en Mestalla le silbaron muchísimo, pero muchísimo, y terminó logrando ser el ídolo. También Karpin fue tratado muy injustamente en Valencia, a mí me encantaba como jugador. Tanto a él como a Quique Romero les criticaron mucho. Karpin creo que se sintió muy desprotegido.

Vicente Engonga para Jot Down 5

Después estuviste bajo las órdenes de Valdano.

Jugué todo, pero luego la imagen que tenía de él empeoró bastante. Cuando tuve que salir del Valencia, en la última charla que tuve con él me demostró que era un hombre de club más que una persona íntegra, al menos como yo entiendo que tiene que serlo. Para mí era muy fácil que me hubiera dicho que no me quería. Nunca me lo dijo y al final me enteré de que por detrás sí me había descartado. Me quedé con la imagen de que no era una persona recta.

¿Notaste que cambiara mucho el fútbol tras la ley Bosman?

Desde que llegué a primera siempre he notado que había mucho nivel, nunca he sido un superdotado del balón. Siempre me he sentido bastante inferior a mucha gente. A mí me costaba contra Míchel, Butragueño y Hagi lo mismo que contra Zidane. El nivel del fútbol siempre ha sido bueno en España. Si lo subió mucho no sé, creo que lo que más hizo por el cambio fueron las normas, las facilidades para entrenar desde joven, los campos y los balones, que han permitido que el juego sea más rápido. Hoy veo que muchos no tienen la mitad de la calidad de los rivales a los que yo me enfrenté.

Fichas por el Mallorca.

Vine porque yo me lo propuse. Tenía un recuerdo increíble de Menorca y de Mahón. Iban Eskurza, Moya, Gálvez, Iván Campo, Romero… el doctor Beltrán me preguntó si no me apetecía ir a mí también y fui. Volví a estar en una familia, Soler, Olaizola era gente que te integraba. La verdad es que disfrutamos.

Roa.

Roa, Roa… cuando jugamos contra el Madrid que se fue la luz en el Luis Sitjar, le digo al Lechuga en el vestuario: «Ten cuidado con Raúl si se queda solo  —que era algo muy factible que le gusta mucho amagar y tirarte una vaselina». Su famosa jugada, la cuchara. Y Roa me dice: «vale, vale, bien». Me doy la vuelta y me viene Roa otra vez: «¿Y ese qué número tiene?» (risas). Empezamos a jugar y al rato en un córner, coge a Raúl y me dice: «¿Es este, no?» (risas). Vivía en su propio mundo, no se preocupaba de los contrarios. El entrenador de porteros, Basigalup, no paraba de ponerles vídeos y estadísticas y a él le entraba por un oído y le salía por otro.

Un día, estaba concentrado con Argentina, y le llamó Ibagaza. Le preguntó qué tal y le dice: «Escuchá Lechu, ¿A qué hora jugás?». Y se oye por el teléfono a Roa decirle a los de alrededor: «¿A qué hora jugamos?». «¿Y contra quién?». Y Roa: «Hey, contra quién jugamos». No lo sabía. Se duchaba y era como si se quitara al futbolista.

La retirada la intuíamos y nos daba pena. Nos lo dijo antes de acabar la Liga, cuando estábamos jugando entrar en Champions, con una final de Recopa por delante, y para mí se equivocó. Intentó rectificar y ya fue tarde. Pudo ser… pero tenía sus creencias y pensaba que era lo correcto.

Más gente de aquella época: Figo.

Me gustaba, pero dentro del campo era de los que no me caían bien. Se quejaba mucho, demasiado. Me gustaban más Zidane, Ronaldo. Figo era muy bueno, pero yo valoro lo que son los futbolistas dentro del campo y creo que en el Madrid había mucha gente más leal que Figo. Luego había jugadores que le tenían rabia a Luis Enrique, pero con él sabías a lo que ibas, yo nunca tuve ningún problema. Él peleaba por lo suyo y tú por lo tuyo. Me molestan más los que parece que sí pero no. De aquel Madrid, de 2000, 2001, me preocupaban mucho Raúl, Morientes y, joder, sobre todo Zidane. Es que era tan bueno.

El día que nos echa Francia de la Eurocopa de 2000, estábamos Helguera y yo sentados en el banquillo. Ellos pegaron un cambio de orientación y le cayó el balón a Zidane. Camacho le dijo Míchel Salgado: «Dale, dale». Míchel intentó apretarlo y según llegó a su altura, Zidane la paró con una y se la pasó al otro pie, y Míchel detrás, de ahí la puso otra vez en el otro, Míchel detrás, y de ahí al otro y la sacó jugando. Míchel ahí seco, Camacho se calló. Y Helguera y yo nos miramos diciendo: «joooooder». Cuando jugabas contra él en lo que te fijabas era en su forma de hacer las cosas. Le podías tirar una piña que tranquilamente la pillaba. Otra gente la ves que se remanga, salta. Y él, nada.

Djalminha.

Un mago. Era el fútbol de la calle. Total. Malencarado. Yo tenía unas trifulcas con él… Se reía de ti. Me recordaba al listillo del barrio que te regateaba y acababas dándole una patada en la cara. Era imposible jugar contra él, yo le he quitado balones a Zidane, pero a él, imposible. Y se reía de ti, ya te digo. Te daban ganas de matarlo. Siempre tenía alguna con alguno en todos los partidos. En España, en todo el tiempo que estuvo él, se escribió mucho de Rivaldo y Zidane, pero poco de Djalminha para lo que era. No he coincido nunca con él después de jugar, pero si le viera le daría un abrazo.

Makelele.

Qué trabajo hacía. Estuvo infravalorado en el Madrid hasta que se fue. No sé lo que pensarían los compañeros, pero cuando les quitaron los caballos de vapor de este se notó lo que corría y estuvieron buscando un mediocentro hasta que llegó Xabi Alonso. Lo que te enseña el fútbol es que la prensa puede decir muchas cosas, pero los clubes tienen que estar a la altura y con Makelele no estuvieron. Pensaron que solo había que fichar a otro que corriera y no era así, además en el mundo del fútbol todo dios sabe que los partidos se ganan en el centro del campo. Makelele estaba para correr maratones con los etíopes.

Viste debutar a Xavi.

Era muy buen futbolista, pero sospechoso como todos en el año 98. Aquel día, en la Supercopa, tenía dieciocho años. Le tenía enfrente, yo con treinta y uno, pero tal y como era el fútbol en aquellos años estaba bajo sospecha. No puedes comparar futbolistas de diferentes épocas porque ahora cualquiera que dé dos patadas se va a la calle. Cristiano y Messi son muy buenos, pero los porteros ya no pueden perder tiempo, la pelotita corre más… yo a veces me imagino qué pasaría si Maradona, Cruyff, Pelé o Di Stefano jugaran hoy en día, sabiendo que nadie les va a dar una patada de la rodilla para arriba, ni una ni las quince que venían después. ¿Y si Gento sabe que se va a ir por la banda y no le van a dar cincuenta patadas? Es muy difícil comparar épocas. A Xavi le ponían en sustitución de Guardiola y la gente le criticaba que solo daba pases para atrás. Ahora ya no te pasa como antiguamente que un jugador de 1,80 automáticamente era mejor que uno de 1,50 porque iba a aguantar más golpes.

Hoy en día, en la final de la Copa Confederaciones, España perdió por el físico, porque Brasil les metió cincuenta mil viajes de más y el árbitro no los pitó. Pero antes era siempre así, ibas a Yugoslavia y a todas partes y no podías ni jugar de la que te caía. ¿Has visto la final de la Copa del Rey en Zaragoza de Maradona, lo que le dieron? ¿Has visto las que se comía Santillana? Tú imagínate al Barça de hoy jugando un partido de esos, o al Madrid, igual alguno se retiraba. En el Mundial que gana Brasil en México a Pelé le meten contra Uruguay una cantidad… y ni amarillas. No se puede comparar. Cruyff saltaba en los regates y le alcanzaban en la rodilla. Así se hizo famoso Camacho, marcando a Cruyff. Ahora no tiene nada que ver. Ahora la paras, la bajas y miras, antes mirabas que no te partieran en dos antes de que te llegase el balón. Y te hablo de que se nota el cambio desde hace muy poco, desde el año 2008. Porque hasta me gustaría ver a Romario sin que le pegasen patadas.

Vicente Engonga para Jot Down 6

Cuéntame qué tal con él, con Romario. Viviste sus años en los que para jugar tenía que salir de marcha.

Ese sí que era un personaje. Cuando se iba de juerga, había que llamarlo, despertarlo, meterlo en el vestuario y casi vestirlo. Siempre iba con un chubasquero en los entrenamientos y parecía un maniquí, con los brazos caídos, la cabeza gacha. Sin embargo, he estado por ahí con él de noche y nunca le vi beber alcohol. Solo Coca-cola y Coca-cola. Lo que pasa es que llegaba sobado, luego se iba a dormir a la una, se despertaba a las siete de la tarde y ya tenía que salir hasta las cinco de la mañana. Y si se despertaba antes, futvoley. Tenía una furgoneta como la del Equipo A en la que iba con todos sus colegas, que abría la puerta y empezaban a salir todos y decías ¿pero y estos?

Un deportista aunque no bebiera alcohol tampoco podía acostarse a las siete de la mañana. Pero no era mal tío. Y en el campo, si lo mirabas y estaba parado, era como que no la quería, pero si veías que había hecho un gesto o algún movimiento, se la dabas y era gol. Le mirabas de reojo y si veías que se había movido es que había visto algo y si lo había visto era gol. Luego viendo al Madrid con Ronaldo me ha parecido lo mismo. Ronaldo en el Madrid estaba gordo, quieto, y de repente daba dos pasos, la cogía y era gol. La gente se quejaba de que no corría, pero ¿para qué? Si con correr veinte metros tenía diez para pararla y diez para meterla.

En Valencia Aragonés cambió el sistema solo para que jugase Romario, para que no tuviera que correr. Como te digo, Luis tonto no era. Luego pasó lo de «mírame a los ojitos», creo que habíamos empatado contra el Extremadura, vino el Bayern a jugar la ida de UEFA, Romario no quiso ir al banquillo, entonces no lo convocó, le metimos tres a los alemanes y hasta hoy. Luis habló con Paco Roig y le dijo que no le quería y al mes el que estaba fuera era Luis, se marchó.

Otro carácter, Eto’o.

Lo más gracioso de él eran las guerras que tenía con Luque. Quién tenía los vaqueros más bonitos. Pero no era un tipo gracioso Eto’o. Llegó con las ideas muy claras de lo que quería y cómo conseguirlo. Quería ser no mejor, sino el mejor. En el primer año entendí por qué tuvo problemas en el Madrid o en el Espanyol. Su ego, su manera de pensar, era creer que era superior al resto. Igual luego lo era y hasta lo demostraba, pero cuando vas con esa actitud y no juegas, pasa lo que pasa. Lo que siempre me ha gustado de Samuel en todo caso es que es una persona muy directa. Si no le gustas, no le gustas. Y no solo eso, te lo dice: tú no me gustas.

¿Has recibido muchos insultos racistas durante tu carrera?

Si cada vez que me han insultado en un campo de fútbol me hubieran dado diez céntimos de euro, tendría una cuenta espectacular. En el mundo del fútbol se utiliza cualquier arma para desestabilizar al contrario, pero no es racismo, sale así con cualquiera. Jugadores racistas enfrente no he tenido, pero me han llamado contrarios «negro de mierda» a montones. Claro que mi respuesta era siempre «blanco de mierda, te voy a matar». Siempre he sido así también. Ahora quieren vender el mundo del fútbol como un lugar idílico en el que nunca se ha insultado, nunca se ha pisado a nadie, cuando el fútbol de toda la vida ha sido un deporte de sacar ventaja, hacer triquiñuelas, insultar, quejarse, influir al árbitro. En un campo de fútbol es imposible no meterse con el contrario. Yo nunca le he metido una palabra a un tío con el balón a veinte metros, pero picarle… decirle que es muy malo. «Qué malo eres, cabrón». Siempre. Porque si no es imposible jugar, no puedes. Es muy aburrido.

En España en general nadie es racista hasta que le ponen enfrente de su casa a un negro, o un gitano, que se porta mal. Tú ahora sales a la calle en Palma y te vienen cuatro como yo y te metes en una tienda. Pero en España no hay racismo. En el fútbol lo que pasa es que no se entiende que para animar a tu equipo no tienes que meterte con el otro.

¿Te ha coreado todo un estadio lo del mono?

Mira, en Riazor donde más. Y ellos tenían a Djalminha, a Donato, a Mauro Silva… ibas al Bernabéu, tenían a Makelele y a Flavio, y se metían contigo. Pero si como futbolista vas a estar pensando eso, o que si te han silbado, mal. No se debe decir que es racismo, sencillamente tratan de desestabilizarte como pueden. También a los árbitros se les dice de todo de sus madres, ¿qué es peor?

Qué pena tu Mallorca que perdió la final de Copa contra el Barça y la de Recopa contra la Lazio.

La del Barcelona porque nos quedamos con menos en el campo. Faltábamos cuatro de los que tirábamos penaltis. Y contra la Lazio creo que tenían más experiencia que nosotros, jugamos bien pero no supimos ganar. Estuvieron más listos. Era mucho Lazio, con Nesta, Vieri, Almeyda, Salas… Con el Barcelona fue más determinante la expulsión.

Vicente Engonga para Jot Down 7

Al final de tu carrera te llegó el premio de la selección.

Nunca fui internacional. En ninguna categoría. Nunca me lo plantee, de hecho. Cuando me llamaron pensé que era una broma. En serio. Estábamos en la concentración de un partido de la Recopa, en el comedor en la mesa estaban Olaizola y Carreras, el delegado me dio el teléfono y Mateu Alemany me dio la enhorabuena porque me habían seleccionado. Pensaba que era una broma telefónica. Miraba de reojo a mis compañeros, vi que se reían y pasé. Y cuando subí a la habitación, vi el móvil en la mesilla que estaba colapsado de llamadas, me habían llamado mi mujer, mis suegros… Ahí ya me lo creí. Fue una sorpresa total.

Lo viví como un sueño. Ser el peor de la selección, darse cuenta de lo que es la calidad, poder dar un pase sin pensar, a la altura que sea y con la fuerza que vaya, y que todos la parasen… Porque en los demás equipos siempre piensas cómo le va mejor a tus compañeros recibirla, pero aquí cerrabas los ojos, echabas una piña y todos: «¡Bien!». Luego me la echaban a mí así y yo: «¡No, no!».

¿Te emocionaba representar a tu país?

Sí, yo siempre he ido mucho con España. Veía todos los mundiales, siempre he querido que ganase. Y al llegar a Primera División me gustaba incluso más por ver a la gente contra la que había jugado, si lo hacían bien o mal. Lo mejor es que la oportunidad me llegó muy mayor y disfruté mucho más. Tenía treinta y dos años, había vivido de todo y fue solo disfrutar. Me llamaron, fui, y si no me llamaban más, pues nada.

Jugaste contra Brasil.

Un ratito, en Vigo. Quedamos 0-0. Pero lo recuerdas… nunca pensé que pudiera jugar contra Brasil. O estar en un banquillo contra Argentina, como estuve en Sevilla. Jugar con España era la bomba. Esos amistosos, lo máximo.

Luego la Eurocopa del Alfonsazo y el penalti de Raúl.

Me llamó mucho la atención la tensión que se vivió después de perder contra Noruega por el fallo de Molina. Antes de eso fue todo bastante relajado. Nos jugamos la clasificación contra en Israel, marcó Etxebarría, pero bien. Nerviosismo, pero bien. Pero en la Eurocopa, desde el principio, notabas tensión entre los jugadores. Nada de relajación. Y no sé por qué era, pero bueno. Después influyó el cambio de Molina por Cañizares, que Moli no se tomó bien.

¿Qué tal es Cañete?

Un compañero como cualquiera que mira por lo suyo. Bien. Pero le gustan mucho los coches. En el Celta siempre estaba con Jorge Otero hablando de coches, de correr y, bueno, no te podías subir en el coche con ellos. Estaban locos. Y Patxi Salinas era también por el estilo. Cañizares como jugador, parar, paraba mucho. En Vigo no había forma de meterle un gol.

Volvamos a la Eurocopa.

Camacho me sacó contra Eslovenia a pedirme que aguantara todo lo que pudiera, que ayudara y no me descolocara, porque íbamos muy justos. Y el partido contra Yugoslavia lo vi en el banquillo y fue un estrés. Qué estrés. De la tensión, de toda la vivencia y la ansiedad no hicimos el partido que tocaba y lo demuestra cómo celebramos el gol de Alfonso. Parecía mentira que no pudiéramos jugar a nuestro nivel, desestresados, porque Yugoslavia en realidad no hizo gran cosa. Pero éramos nosotros mismos los que no éramos capaces.

Y con Francia, por fin hicimos un buen partido, pero a la hora de ganar siempre nos fallaba algo. Es lo contrario que los de ahora, que sale algo mal y lo solucionan. Ahora se duermen, pero cuando hay que ganar, ganan y jugando como los ángeles. A nosotros nos pasaba al revés.

Se dice mucho que el fútbol africano es el futuro, se dice, eso sí, desde Italia 90, pero no sé si lo viste así en tu experiencia como seleccionador de Guinea.

Acepté el puesto porque es la tierra de la que provengo. Siempre tuve ganas de conocer África, buena predisposición. Quería mejorar el fútbol de Guinea, hacer cosas en las categorías inferiores, organizar todo aquello. Luego vi que allí absolutamente todo el deporte dependía de la política, que era lo mismo, se confundían. Aquí en España el deporte va por un lado y la política por otro. Y eso me chocó, pero intenté trabajar.

Me encontré con situaciones de cuando yo tenía cinco años en España. La gente jugando con cualquier cosa redonda, en una carretera, en una casa derruida. Por todos los lados había fútbol de cualquier manera, en chanclas, descalzos. Talento en cada rincón, pero sin la infraestructura para enseñar a los chicos desde los once años. No hay clubes ni ligas. Hay un torneo escolar pero no está bien organizado. Ni hay gente que enseñe lo que es el fútbol en sí. Tácticas, hacerte pensar. Ahí todos son futbolistas de la calle. Además el futbol no está muy bien visto. No es una actividad remunerada, y si se cobra no se entiende que en un futbolista de la liga de allí pueda ganar más que el alcalde de un pueblo. Si el sueldo medio es de cuatrocientos euros es muy complicado que un futbolista cobre más de quinientos.

Pero talento encontré a raudales, posibilidades infinitas. A veces me metía en sitios con el coche por la selva, llegaba y veía unos pedazo de jugadores que no te lo podías creer. A algunos me los imaginaba que si los metía en un infantil del Mallorca los vendía en tres días. Pero es que toda África es así.

Guinea no es un país tan pobre en comparación con otros africanos.

No, no lo es. Tenemos petróleo, agua, madera, es un país ecuatorial, llueve todos los días, das una patada y salen cincuenta piñas, mangos y bananas. No es como, con todos mis respetos, Etiopía, Sudán o Malí. La riqueza no está bien repartida, pero recursos hay. De hecho, hay una base americana sacando petróleo con sus soldaditos americanos, sus escuelas americanas, con su valla y solo pasan los americanos, como Guantánamo. Pero no es un país pobre. No.

El problema es que si mezclas política y deporte se complican las cosas y es lo que pasa allí. Hay tíos que no pueden ser seleccionados, te lo advierten. Y pasa en todos los países africanos. Camerún casi no viaja a este Mundial porque no les pagaban. Situaciones así se repiten cada vez que hay torneos internacionales. En la Copa de África de Angola, el autobús de Togo pasó por una zona de bandidos, como las llaman allí, y les ametrallaron. El portero ya no pudo volver a jugar. Fue culpa de la Federación de Togo que no quiso ponerles un autobús. En el continente africano todos los países pueden ser más o menos seguros, pero a la hora de la verdad en todos hay bandidos, en los ricos y en los pobres. La justicia no es como aquí, donde si hay un problema llamas a la policía. Allí no. Si llamas a la policía es peor. No te va a arreglar nada, te va a robar si hace falta.

También allí se vive el fútbol de forma mucho más apasionada. Muchísimo más. Juega la selección y dos días antes la gente está vibrando y sin los periódicos que se venden aquí, por el boca a boca. Si juega es paralización total, la gente no va al instituto, pasan de ir a trabajar. La mitad de la gente es del Madrid o del Barça, a España se la admira mucho.

¿Comprendiste el follón que se montó cuando fue España a jugar allí?

Es imposible contentar a todos. Entiendo a la gente que protesta porque es un país con una democracia de puertas para afuera pero no de puertas para adentro. Sin embargo, esa gente no protesta por que España tenga tratados comerciales con China u otros países. Así son estos temas, depende del interés sacan unas cosas u otras. Desde mi punto de vista, estuvo mal mezclar cosas. El deporte es deporte. España no fue a la URSS a jugar una Eurocopa y luego la URSS sí vino a España y se la ganó, de hecho. No veo ningún motivo para implicar otras cosas.

Si tienes un partido de balonmano da igual si es en Nigeria o Arabia Saudí. Estos que criticaron lo de Guinea no critican que España haya ido a Brasil y allí las cosas están peor que en Guinea.

En todo caso, calidad como hay en África no hay en todos los sitios. Creo que hablar de África como el futuro fue una moda por cuatro o cinco jugadores que salieron buenos. El problema es que en Europa con tanta escuela no hay muchos jugadores que puedan sorprenderte. O sorprenderte en exceso. Todos están cortados por el mismo patrón. El fútbol en Europa está muy estructurado, pero a veces tiende a que tú veas cuatro equipos de diferentes categorías y te parezcan todos iguales. Por eso cuando se busca una calidad diferente, se van a América y África, porque a esos no les han enseñado como a los europeos de qué manera tienen que tocarla, pararla, darla, chutarla. A los otros no les han enseñado nada, pero estos son diferentes. Al menos te fijas más en ellos antes que en uno que entrene en España por gestos que aquí no les han dejado desarrollar, que los jugadores se hacen escuela tras escuela. En África o América les dejan que hagan lo que quieran. Pero la cosa está cambiando porque vamos muchos entrenadores europeos allí. También tú veías a una selección africana antes de 1990 y no sabías por dónde te iba a salir.

Vicente Engonga para Jot Down 8

Fotografía: Alberto Vera


¿De dónde viene la homofobia de Ivan Rakitić?

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Desfile del Orgullo Gay en Belgrado, 10 de octubre de 2010. Foto: Cordon Press.

Desfile del Orgullo Gay en Belgrado, 10 de octubre de 2010. Foto: Cordon Press.

Chetnik: término peyorativo para los serbios. Utilizado por croatas, bosniacos y albanokosovares.

Ustaša: término peyorativo para los croatas. Utilizado por serbios, bosniacos y albanokosovares.

Balija: término peyorativo para los bosniacos. Utilizado por croatas, serbios y albanokosovares.

Shiptar: término peyorativo para los albanokosovares. Utilizado por bosniacos, croatas y serbios.

Peder: término peyorativo para los homosexuales. Utilizado por todos.

Inicio de la película Parada (The Parade) Serbia, 2011. Director: Srdjan Dragojevic.

En esta película un grupo de defensa de los derechos de LGBT quiere organizar el desfile del Orgullo Gay en Belgrado, pero temen las agresiones de una contramanifestación de hooligans homófobos. Ante la indiferencia y rechazo de las autoridades y policías, los protagonistas recurren a la más baja estofa de los Balcanes, los antiguos criminales de guerra y mafiosos de todas las repúblicas, para que les defiendan el día del desfile en lo que será una batalla campal.

Cuenta Jairo Dorado Cadilla, traductor de las lenguas locales, serbio, croata, bosnio…, que una activista lesbiana le comentó que esta película, Parade, probablemente había hecho más por educar a la sociedad que el Gobierno. Y como escribió Miguel Rodríguez Andreu, editor de la revista Balkania, aunque fuera en la ficción, la historia logró reunir a «un serbio, un croata, un bosnio-musulmán y un albano-kosovar por una causa común». Pero la realidad es que el film no tiene happy-end. Como tampoco lo ha tenido aún la causa de los LGBT en los Balcanes.

El futbolista internacional Ivan Rakitić, croata aunque nacido y crecido en Suiza, ha puesto de manifiesto todos estos problemas cuando los medios digitales rescataron de la hemeroteca, tras su fichaje por el F.C. Barcelona este verano, una entrevista en Offside Magazine de 2012 en la que explicó unas impresentables declaraciones homófobas del presidente de la Federación de Fútbol croata, Vlatko Markovic, en las que decía que nunca jugarían homosexuales en su selección porque «afortunadamente, el fútbol solo lo juega la gente sana». Ivan contestó:

Respeto a los homosexuales, pero no quiero a esa gente en el vestuario. No me marcharía de un equipo por eso, porque respeto igual a un homosexual que a un negro, un gordo o un enano, pero de ser posible prefiero no tener gais en mi vida.

Estas palabras son solo el reflejo de lo que ocurre en el sudeste europeo con la aceptación de la homosexualidad como un fenómeno natural. Pasan los años y no dejan de llegar imágenes de participantes de marchas gais apaleados, manifestaciones suspendidas o iniciativas sorprendentes, como la que obligó al gobierno croata a celebrar un referéndum, justo antes de que su país ingresase en la UE, para que la constitución describiera el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer exclusivamente.

Protestas en contra del desfile del Orgullo Gay en Belgrado. Foto: Cordon Press.

Protestas en contra del desfile del Orgullo Gay en Belgrado. Foto: Cordon Press.

¿Y por qué sucede todo esto? ¿Son sociedades intrínsecamente intolerantes, como rezan todos los prejuicios y frases hechas sobre los Balcanes acuñadas tras las guerras de los años noventa? Si preguntamos a los naturales o personas vinculadas a la región, conocedoras de su realidad social, las respuestas no son nada sencillas. Empecemos por el deporte, hablamos con Sasa Osmo, periodista deportivo de la cadena serbia B92:

¿Son homófobos todos los deportistas balcánicos?

Nadie puede contestar a eso, es un tema tabú pero incluso en el deporte internacional. En los últimos tiempos se ha avanzado con ejemplos como el de Jason Collins en la NBA, o Thomas Hitzlsperger en Alemania, que reconocieron públicamente su homosexualidad, pero en Serbia no se habla de este tema. Nadie lo ha reconocido jamás. Supongo que conoceré deportistas homosexuales sin saber que lo son.

¿Por qué el mundo del deporte, con los ultras a la cabeza, es tan homófobo allí?

La homofobia del deporte no se puede separar de la homofobia en general, que es consecuencia del clima social. Existen varias razones por las que la una parte importante de la sociedad serbia es homófoba. La principal es la actitud rígida de la Iglesia serbia ortodoxa con esta cuestión, y la Iglesia es una institución que aquí la gente respeta —por razones que yo no entiendo. Otra razón es la educación patriarcal, que todavía está muy extendida y por su propia naturaleza es muy conservadora. Y luego hay que atender a la teoría de Ronald Inglehart, que dice que cuando una sociedad alcanza las necesidades básicas empieza a pensar en valores postmaterialistas, es decir, la calidad de vida, la ecología o, en este caso, los derechos de los gais. En Serbia y gran parte de los Balcanes la población ni de cerca ha cubierto sus necesidades materiales, muchos viven al borde de la pobreza. Además, desde una interpretación política, mucha gente considera los derechos de los LGBT como una imposición de valores por parte de la Unión Europea y Estados Unidos, y en consecuencia son frontalmente rechazados por la población.

Pero si echamos la vista atrás, Yugoslavia fue uno de los países con mejor situación económica de todas las repúblicas socialistas europeas, también con las mejores relaciones diplomáticas, y donde menos se prohibieron y censuraron las manifestaciones culturales provenientes de Occidente. Por citar un ejemplo, en Yugoslavia hubo punk desde el mismo 1977 y la escena new wave fue tan rica o más de lo que pudo serlo en España.

Hablamos ahora con Jairo Dorado:

¿La implosión de la Federación yugoslava pudo ser la causa del fortalecimiento de actitudes y valores reaccionarios?

En mi opinión, los noventa supusieron un cambio de paradigma ideológico y social. No creo que la sociedad de Yugoslavia fuese más tolerante que la actual pero los valores y los referentes que se defendían en una y otra son opuestos. Te pongo un caso en perspectiva: en la RFA la homosexualidad seguía siendo delito mientras en la RDA no lo era. No implica esto que la RDA fuese más tolerante que la RFA pero si que atendía a unos valores que no se veían acotados por los conceptos morales que impone la religión. La evolución natural hubiese sido la que se produjo en Europa occidental (como en España) donde la homofobia sigue existiendo, obviamente, pero se oculta en muchas ocasiones porque socialmente no está bien vista. No está bien mientras siga existiendo, pero es un paso hacia su erradicación, sin duda. En la antigua Yugoslavia en este aspecto se produjo una involución, muy especialmente en las generaciones más jóvenes que padecieron el cambio de sistema y sufrieron el adoctrinamiento más duro por parte de la iglesia como respuesta a los «valores» del socialismo que «habían oprimido» la libertad religiosa. 

Dentro del propio catolicismo destaca en Croacia y Herzegovina con mayor fuerza la visión más conservadora y tradicionalista, como es la del Opus Dei. Tanto es así que visiones más ecuménicas o «tolerantes» como la de los franciscanos, mayoritaria en Bosnia, chocan frontalmente con la Conferencia Episcopal Croata que se ve a sí misma como una guardiana no de la fe, sino de los valores tradicionales de la nación. Suena a, y realmente es, nacionalcatolicismo. No es solo ser católico, hay que parecerlo, y además, pata negra. En este paquete, la defensa de la familia tradicional juega un papel importante y consecuentemente toda «desviación» de esta idea es vista no solo como antireligiosa, sino como antipatriótica. Observar la homosexualidad como una «consecuencia de la pérdida de valores tradicionales» o como una enfermedad venida de occidente (como algunos dicen en Serbia) es la consecuencia de ese cóctel ideológico.

Cuando basas la identidad nacional en una religión la que sea esta se apropiará de valores sociales y principios cívicos presentándolos como «tradicionales» y por ende «adecuados». Esta es la situación de Croacia donde la derecha acrecienta esta asociación (Croacia=catolicismo, catolicismo=heterosexualidad…) y la izquierda, que debe contar siempre con un elemento nacionalista, se ve cautiva.

Desfile del Orgullo Gay en Belgrado, 10 de octubre de 2010. Foto: Cordon Press.

Desfile del Orgullo Gay en Belgrado, 10 de octubre de 2010. Foto: Cordon Press.

Miguel Rodríguez Andreu vive en Belgrado. En su libro Anatomía serbia ha analizado los problemas sociales que arrastra el país desde la crisis de Yugoslavia con un capítulo dedicado a la homofobia.

¿Son intolerantes los nacionalismos balcánicos?

Las sociedades balcánicas no tienen tradiciones democráticas sólidas. Han vivido históricamente bajo imperios o sistemas autoritarios, y aunque hay experiencias democráticas dentro de estados independientes éstas nunca sedimentaron en las instituciones y en la sociedad civil más allá de ciertas elites cosmopolitas, disidentes revolucionarios, así como victorias de la sociedad en determinadas parcelas civiles; todo sin perjuicio de que hubiera parlamentarismos democráticos básicamente inestables. El modelo histórico organizativo, cultural, social primigenio desde hace siglos y, por supuesto, ante el fin del socialismo autogestionado, es la nación, pese al efectismo publicitario que ofreció la caída del muro de Berlín como paradigma democrático después de la Guerra Fría. En los Balcanes occidentales se percibe que libertad y democracia no es lo mismo. No es lo mismo la narrativa de la nación libre que la narrativa del individuo libre. Los nacionalismos étnicos pueden luchar por su libertad dentro de un sistema autoritario como si fuera una fuerza democrática, pero eso no hace al nacionalismo democrático ni tampoco convierte en ciudadanos libres a las personas que lo integran.

La lucha contra el socialismo titista y el trauma de una transición que se volvió anárquica, se digirió a través de los apellidos, el idioma, la familia, la religión, el folklore, es decir, referencias ante todo nacionales… y la homosexualidad es un cuerpo extraño, porque es una identidad transversal que vincula a individuos en contra de una institución cultural que es la familia tradicional, la que, por otro lado, fue la que soportó social y culturalmente la embestida de la crisis post-yugoslava.

En esa lógica se entiende que la movilización por los derechos de los homosexuales se interprete como una provocación para la identidad nacional. No para todo el mundo evidentemente, que pueden tener una relación simplemente indiferente hacia la homosexualidad, pero sí para los grupos extremistas, que muchas veces actúan sin la condena expresa de la mayoría de la sociedad, que considera que tiene mejores cosas de las que preocuparse que de un desfile al que van más hooligans y policías que manifestantes.

El caso de los Balcanes no es diferente del resto de nacionalismos del Este europeo. Si se quiere la crisis de la disolución yugoslava ha incrementado ese nacionalismo, porque hubo guerras y bombardeos de por medio que acentuaron los antagonismos entre identidades nacionales. No se puede olvidar que la disolución yugoslava supone la fundación de nuevos estados con mayorías étnicas en cada una de las repúblicas. Ser homosexual no encaja en el molde identitario de un «verdadero serbio» (ortodoxo), «verdadero croata» (católico) o «verdadero bosníaco» (musulmán), que es lo que reclama la creación de nuevos estados. Evidentemente esa comprensión estrecha de la identidad se va relajando por acción de la estabilidad política y económica.

¿Pero existió realmente esa Yugoslavia cosmopolita?

Belgrado, Zagreb, Ljubljana, Sarajevo… al mismo tiempo que otras ciudades europeas, desde los años sesenta en adelante, vivieron su efervescencia libertaria, urbana, cosmopolita, y en esos reductos (muy pequeños) la homosexualidad disfrutó de mayor aceptación, que en el medio rural, mucho menos comprensivo para estas cosas (como ocurrió en todo el mundo occidental). Eso permite hoy que gente nacida en los años cincuenta pueda ser más tolerante que la que nació en los años noventa. Pero opino que esos oasis fueron utilizados y sobredimensionados de alguna manera por la Yugoslavia de Tito, para dar una imagen democrática y occidentalizada del país, frente a la realidad autoritaria del socialismo autogestionado, dominado en el sistema por las jerarquías militares y burocráticas de cada república.

Desde 1959 hasta 1974 la homosexualidad fue penada en la Yugoslavia socialista. Oficialmente era un acto burgués y decadente (Milovan Đilas llegó a calificar la homosexualidad como un «vicio»), y socialmente un tabú del que no se hablaba abiertamente, porque tampoco era una cuestión de estado. Los casos de agresiones o de discriminación estaban consentidos socialmente y los propios afectados no se atrevían a denunciarlos, ni en los márgenes, muchas veces, de la propia familia. El acto sexual entre hombres era un delito penado con un año de cárcel, y entre mujeres era un acto lascivo, aunque luego, debido al proceso de federalización creciente del país, fue legislado por cada república a su manera, pero como otras muchas cuestiones de orden público, como la censura, no estaban claros los límites ni las responsabilidades. Todo terminaba por ir en función del capital social que tuviera atesorado cada uno. Había intelectuales con un perfil liberal como el dramaturgo Jovan Cirilov o el arqueólogo Dragoslav Srejovic que eran, además, muy respetados por las autoridades siendo homosexuales. Desde luego ser homosexual y tener un cargo político relevante era atípico, sino se ocultaba mediante un matrimonio con hijos u otra forma de desviar la atención. Mientras Eslovenia y Croacia como repúblicas yugoslavas lo despenalizaron durante los años setenta, Macedonia, Serbia y Bosnia y Herzegovina tardaron hasta los años 90 para hacerlo. En el caso de Serbia fue curiosamente durante los años de Milošević.

Bajo mi punto de vista no creo que la sociedad yugoslava fuera más tolerante que ahora en lo que la homosexualidad se refiere. Simplemente la homosexualidad no estaba en la agenda pública como lo está ahora, al revés de lo que era la oposición a Tito, las resistencias ideológicas, el nacionalismo o la adhesión y militancia religiosa (cada vez menos), que eran de hecho los enemigos importantes para el régimen. La sociedad no tenía motivaciones para militar contra la homosexualidad, porque la homosexualidad estaba penada, y, además, mal vista socialmente y, desgraciadamente, había acuerdo social entorno a ello. Con bastante seguridad el número de homosexuales no declarados era muy superior al de declarados, pero siendo entonces un tabú tan arraigado es difícil ahora destapar todos los casos de muertes, agresiones o humillaciones por homofobia que se produjeron desde la Segunda Guerra Mundial.

Has escrito que el problema de la homofobia en los Balcanes no se puede separar de la situación social y económica.

Las sociedades balcánicas son discretas y reservadas, guardan las formas en público, y, en ese sentido, hay rechazo a la sexualidad en público, salvo, hipócritamente, muchas veces cuando hay mujeres que puedan llevar vestidos sugerentes. Hay un problema de enfoque. La mayoría de la gente no interpreta el día del Orgullo Gay como una reivindicación de derechos. En general la sociedad se siente maltratada en muchos frentes, y considera que el acto homosexual lo puede hacer cada uno en su casa tranquilamente, como lo hacen los heterosexuales, y que no hay que reivindicar para nada tales comportamientos, que según ellos, están basados meramente en el exhibicionismo sexual. Incluso hay muchos que consideran que esa manifestación pública promueve la homosexualidad entre los más jóvenes.

Por otro lado, los recursos destinados a defender o a dotar de visibilidad a los colectivos LGBT, se considera que no están justificados en países con rentas medias de en torno a 300 euros, pensiones bajas, corrupción elevada, malas privatizaciones, servicios públicos deficientes… que terminan por parecer sobre el papel asuntos que no importan tanto como el LGTB, y ahí la pedagogía y comunicación ha fallado, porque a veces parece que es más una batalla llevada desde Bruselas que desde los propios colectivos LGTB a nivel local. Por otro lado, la vinculación de los colectivos del LGTB a organizaciones financiadas por embajadas o por la comunidad internacional ha servido a la homofobia como argumento para desacreditar los objetivos reales del colectivo. La homofobia local intenta enfrentar al LGTB con la sociedad, presentándolo como un agente intruso que intenta cambiar los hábitos sociales de una mayoría que, en realidad, no es que secunde la violencia, sino que está desmotivada sobre este asunto, pero como también lo está sobre otros muchos.

Al mismo tiempo, un grupo de homosexuales es una víctima fácil con la que cuestionar al mismo estado, y de paso mostrar repulsa hacia todo lo que lleve el sello de la comunidad internacional, como puede ser en Serbia y Montenegro, que fueron bombardeadas por la OTAN en 1999. La mayoría de los agresores no podría o no sabría cómo luchar contra las privatizaciones o la corrupción, pero agredir a un homosexual está más a mano y tiene una enorme repercusión. Las autoridades religiosas, que son custodias para muchos de la moral pública, azuzan las agresiones con sus declaraciones, y ser un político que desautoriza o se enemista con la autoridades religiosas puede ser una suerte de suicidio político. La suma de fuerzas perjudica al LGTB a nivel local, mientras que a nivel internacional el tema de la homosexualidad y sus derechos están muy de actualidad. Son dos instantes que chocan de frente al mismo tiempo.

Al final en la homofobia convergen todo tipo de frustraciones que no solo tienen que ver con un estereotipado primitivismo balcánico. Esto sería una respuesta simple a un problema más complejo, donde la crisis económica, la crisis de valores o la crisis de identidad tienen un peso más importante. Son sociedades que las dos últimas décadas han sufrido una fuerte claustrofobia, con referencias sociales, además, que no son precisamente ni democráticas ni tolerantes. De hecho, hay que cambiar la perspectiva: lo sorprendente es que después de todos estos años las sociedades de los Balcanes occidentales no sean más intolerantes. Si pueden ser homófogas por cuestión de códigos sociales y por contexto político, saben convivir en la diferencia mucho mejor de lo que la gente se cree.

Grupos homófobos se enfrentan a la policía durante el desfile del Orgullo Gay en Belgrado el 10 de octubre de 2010. Foto: Cordon Press.

Grupos homófobos se enfrentan a la policía durante el desfile del Orgullo Gay en Belgrado el 10 de octubre de 2010. Foto: Cordon Press.

En Serbia y Croacia al menos se ha intentado celebrar el desfile, en otras repúblicas como Bosnia nunca ha sido así. Marc Casals es traductor en Sarajevo y describe así la situación:

En Bosnia la comunidad LGBT no ha organizado desfiles del Orgullo como en Serbia y Croacia y, por lo tanto, aunque ha habido episodios de violencia contra ellos, no han tenido tanta visibilidad, pero probablemente si organizasen un desfile ocurriría tres cuartos de lo mismo.

Todas las sociedades balcánicas son muy conservadoras y machistas y eso, sumado a la frustración, comprensible, que siente la mayoría de la población respecto a sus vidas, convierte a los homosexuales en un blanco perfecto para descargar iras y frustraciones.

Además de las agresiones, que es lo más mediático, es importante decir que, por una cuestión económica pero también cultural, en Bosnia la mayoría de gente tarda muchos años en emanciparse, así que ser homosexual viviendo en casa de los padres hasta los treinta puede ser muy complicado: hay casos de gente que no sale del armario pero, claro, sus padres no los ven jamás con chicas y empiezan a sospechar. Como dentro de las familias la homosexualidad es un tabú, no se atreven a preguntarle a sus hijos o siquiera a plantearse la hipótesis abiertamente. Este silencio tenso puede durar años y causar un gran sufrimiento psicológico, que desemboca incluso en depresiones.

Mariña Barreiro también vive en Bosnia, es gestora del programa LGBT de la organización Sarajevo Open Centre:

En los Balcanes los crímenes de odio contra los homosexuales y transexuales son muy frecuentes, especialmente contra aquellos y aquellas que defienden los derechos humanos del colectivo LGBT. El caso más reciente pasó hace dos días en Split, que a pesar de haber organizado su 4ª Marcha del Orgullo exitosamente hace un par de semanas, los directores de la organización LGBT de esta localidad sufrieron un brutal ataque por parte de un grupo sin identificar.

Desgraciadamente, la mayoría de los políticos fallan en su tarea de condenar estos crímenes y lanzar así un importante mensaje a la sociedad, de que la violencia no es tolerable contra ningún grupo social. En el caso de Bosnia, pero también algunos otros países de la zona, los propios líderes políticos y religiosos inflaman el debate con su discurso de odio en los medios de comunicación.

La UE no tiene como condicionalidad la igualdad de derechos del colectivo LGBT, sin embargo, estos países sí deben tener adoptada una ley antidiscriminación que cubra las bases de orientación sexual e identidad de género. Esta ley ha sido aprobada en todos los países de Balcanes occidentales cubriendo estas dos bases, excepto el caso de Macedonia. El problema está en la propia aplicación de la ley. En BiH hasta el momento ningún tribunal ha aplicado esta ley en esta base».

Hooligans del Partizan despliegan una pancarta homófoba. Foto: Cordon Press.

Hooligans del Partizan despliegan una pancarta homófoba. Foto: Cordon Press.

¿Y en Kosovo? La última república en declarar su independencia depende política y económica de Estados Unidos y la UE, ¿cómo es allí la situación? Ginés Alarcón, editor de Revista Balcanes, vive en Pristina:

A finales de 2012 la revista cultural Kosovo 2.0., que publica monográficos, por ejemplo sobre religión o corrupción, presentó en Pristina su número dedicado al sexo, con un apartado sobre la comunidad LGBT. La fiesta de presentación tuvo que cancelarse porque una veintena de personas asaltaron el lugar. Hubo destrozos y agresiones. 

El problema no reside tanto en la ideología de los grupos musulmanes más extremos, como se suele identificar a bote pronto, sino en que se trata de una sociedad muy tradicional. De hecho, los agresores en la presentación de Kosovo 2.0 eran aficionados radicales de fútbol, más nacionalistas que religiosos. Una de las consignas era: «fuera pederastas», lo que demuestra el grado de incompetencia intelectual. 

Aunque la constitución de Kosovo recoge la no discriminación por motivos de orientación sexual, la realidad es que nadie lo hace público, ni en casa ni en la calle, ante el temor del rechazo y las amenazas.

Por otro lado, aquel hecho, y la respuesta unánime de muchos sectores de la sociedad kosovar, sirvió como toque de atención y dio impulso al compromiso de varias organizaciones por los derechos de LGBT. Este año se ha celebrado el primer desfile del orgullo y el gobierno iluminó su sede con la bandera arcoiris.Pasos para una normalización hasta ahora inimaginable. 

En Serbia los pensionistas son un grupo de presión importante, tienen un partido político y una revista, Penzija. Ivana Labovic es su editora. Nadie más indicado que ella para explicar cómo piensan los mayores de su país:

Mi experiencia me demuestra que aquí la gente tiene rechazo y poca comprensión hacia lo desconocido, pero, por eso mismo, cuando conocen a algún gay o lesbiana, como personas y no como algo diferente, es cuando se dan cuenta de que es estúpido establecer diferencias.

En el caso de la gente mayor hay que tener en cuenta que han vivido en otra época, cuando los valores eran importantes y sobre todo cuando el reto de la sociedad después de la Segunda Guerra Mundial era alimentar a la familia porque había mucha pobreza. En estos años la educación, el trabajo eran muy importantes y la familia, sagrada. Es natural que las personas mayores tengan más dificultad para aceptar los cambios. Pero a diario tengo contacto con jubilados y personas mayores por mi trabajo y me sorprende muchas veces lo abiertos que pueden llegar a ser. Muchas veces lo son mucho más que los jóvenes, hay menores de veinte años que no quieren conocer nada nuevo y piensan quedarse hasta el final de su vida fieles a su equivocada visión del mundo.

Muchos jubilados tienen nietos e hijos gais y lo aceptan. Con esta cuestión, como con otras, cuando te pasa a ti, cuando sucede en tu familia, es más fácil que cambies de idea. Tienes una visión diferente de los que nunca lo han vivido en su piel. Pero mientras no se solucionen el desempleo y la pobreza, que lo comparten todos los países balcánicos, hacer llamamientos por los derechos de los LGBT cuando tantas personas religiosas viven cerca de la pobreza, se percibe como una provocación, como que te están metiendo el dedo en el ojo.

Por último, Nedad Tomic, bisexual de Belgrado:

Hay agresiones contra LGBT en la calle, pero no son tan comunes y la mayoría de ellas no creo que estén motivadas por la homofobia, sino por odios que provienen de las identidades subculturales de los jóvenes. Por ejemplo, un grupo de chicos vestidos con ropas deportivas van a atacar a uno que viste de gótico, punk rock o heavy porque se supone que solo por eso ya es gay.

Cambiar la mentalidad es posible. La mayoría de la gente mayor vivió y creció en Yugoslavia y conservan sus ideas y posiciones ideológicas de izquierdas, que no pueden ser homofóbicas.

 

Las canciones de los ordenadores de 8 bits: «musiquitas chorra» del ayer, éxitos del mañana

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Foto: Ioan Sameli (CC)

Foto: Ioan Sameli (CC)

Como todo el mundo sabe, en los años ochenta los padres compraban ordenadores a sus hijos con la esperanza de que aprendiesen por sí solos a hacer cálculos inverosímiles, programar inteligencia artificial o conectarse a las computadoras del Gobierno como en la película Juegos de guerra. Pero luego la realidad fue más bien prosaica. Pocos tenían paciencia para ponerse con el Basic y demás y lo que molaba del ordenador era jugar, esto es: matar comunistas por todo el orbe y conducir por las autopistas de California como altos cargos del Partido Popular puestos de droga caníbal. Luego apareció la Game Boy, que llegó a prácticamente todos los hogares, y por fin la civilización occidental se fue por el retrete.

De aquellas obras de arte que fueron los juegos sencillos pero intensos, simples pero adictivos a más no poder se ha hablado largo y tendido en todas partes. Sin embargo, hay un tema capital que rodea los videojuegos clásicos que nunca se ha reivindicado lo suficiente: la música.

A todo le mundo le habrá pasado de irse a dormir, cerrar los ojos y ver fichas del Tetris o del Block Out después de haber estado jugando seis horas seguidas como un enfermo mental. Se ha comentado mucho, pero ¿y la música? ¿Quién con pasado CPC no ha ido a cambiar un enchufe con treinta y cuatro años y se ha puesto a silbar la música del Commando?

Podría estar en el Appetite for Destruction perfectamente.

Todo esto viene a cuento por el excelente documental que anda circulando por ahí, Europa en 8 bits. En realidad no trata de la música de los ordenadores, sino de cómo jóvenes de ahora han tuneado los chips de esos ordenadores o consolas para componer música. En muchos casos, pillando la tecnología del vertedero. Doble mérito.

Uno de los entrevistados recuerda una conversación que tuvo de niño con un amigo que ha debido suceder en todos los barrios del continente. Le decía a su colega que la música de algunos de sus juegos de ordenador era tan sumamente buena que se podría vender como «música de verdad». Y el otro, por supuesto, que sería heavy o algo peor, amante del rock clásico por ejemplo, le dice que no y que de pena y que está disfrutando de la música mal y que eso no es correcto. Me hace gracia porque recuerdo un compañero de mi colegio que en el walkman llevaba la música del Shinobi, se la había pasado a una cinta y por ahí iba disfrutando secretamente al margen de lo que dijeran en Los 40, en el Disco Cross o, en el peor de los casos, en Gente joven. Es decir, el fenómeno, quedarse colgado de la música de los juegos, era global y espontáneo.

El caso es que en Europa en 8 bits los protagonistas son chavales que con los chips de Commodore o la Game Boy se montan unas pinchadas salvajes y consiguen sacarle a los cacharritos unos sonidos increíbles. No hay que darle muchas vueltas, no hay que contextualizarlo en la historia de la música pop ni filosofar sobre la naturaleza de este sonido. Uno ve cómo bailan en esas sesiones y lo que le apetece es estar ahí. Sobra con eso.

Pero, por si acaso, en una de las partes más simpáticas del documental aparece Cándido Polo, un psiquiatra. El hombre explica que estos jóvenes de diferentes latitudes que comparten la afinidad a mantenerse anclados en un pasado en el que fueron felices manejando todos estos instrumentos no es otra cosa que síndrome de Peter Pan. Aunque admite una frase muy bonita: «Cada generación tiene la obligación histórica de crear sus propios patrones culturales y subvertir el orden de los cánones estéticos de las anteriores». Yo añadiría: pero sin tomarse demasiado en serio a uno mismo.

Porque los entrevistados del documental, llegado cierto punto, confiesan que la gente se sigue riendo de ellos por hacer, escuchar y disfrutar música de 8 bits. Sin embargo, hay un caso de un tío más mayor que en cuanto vio las infinitas posibilidades de un limitadísimo chip de 8 bits, vendió sus sintetizadores y nunca más quiso saber de ellos.

Tampoco falta un flipadete que dice que el sistema te impone cómo tiene que ser la música y la cultura y que quien hace su propia música se está enfrentando al sistema. O un argentino que considera que modificar objetos obsoletos es «combativo». Que cada uno lo vea como quiera.

Porque el que merece mención aparte es Fela Borbone, que presenta su última creación, que ya salió en la televisión española, el Mierdofón, un Amstrad CPC 6128 que toca el tambor. Fela, conocido por sus grupos punks con instrumentos hechos con basura, como Ulan Bator Trío, y por un fanzine Rocanrrol por el puto morro, manual para hacer guitarras eléctricas y amplis con basura que debió de provocar más de un incendio, es ya una celebrity consagrada de los submudos rockeros de la piel de toro. Su filosofía elemental queda clara con su discurso: «Antiguamente los primitivos cuando necesitaban hacer algo salían a coger lo que fuera, ahora en la ciudad sales y hay una tele por ahí tirada, la basura es la naturaleza de ahora». Y su descripción del sonido de 8 bits también es perfecta: «Da mucha caña, es como si saliera una alarma de que vas a morir».

Pero todo esto ocurre ahora. Y aunque sea admirable o muy interesante, lo que a uno le gustaría es ir al Corte Inglés y encontrarse al lado de Chenoa, Pereza y Coldplay un digipak de greatest hits de Rob Hubbard. ¿Y quién es él? Hubbard fue el responsable de adaptar la canción del Commando de Tamayo Kawamoto para el Commodore 64. No se sabe quién hizo después la adaptación para Amstrad y Spectrum, pero era de esos juegos que cargabas solo para escuchar la música y mirar al techo mientras pasabas de los deberes de soci.

Hubbard, de todas formas, ha declarado en varias ocasiones que no componía música para videojuegos como un artista, no ponía sus sentimientos en el chip y hacía que su corazón se expresase. Todo lo contrario. «No me pagaban para eso», dijo en una entrevista. De hecho, subrayaba que se sentía presionado para que sus composiciones no fuesen identificables, que no se parecieran entre ellas, para no saturar a los jugadores y que terminaran repudiándole pese al éxito inicial. Pero qué vamos a decir, molan mucho casi todas.

En 1987 llegó a tener contactos con una discográfica que le ofreció lanzar un single, pero prefirió irse a Estados Unidos a trabajar con Electronic Arts, donde su primera aportación fue nada menos que la música del Skate or Die. No obstante, en todas sus entrevistas recuerda los primeros tiempos de la programación de videojuegos como una época mágica y llena de diversión: «No había normas, no había productores, no había una estrategia de marketing». Solo zumbaos llevando al monitor sus fantasías perversas e idas de madre.

En estos mismos términos habla el máximo exponente español de la música para videojuegos ochentena, César Astudillo, más conocido como Gominolas. En un reciente y extenso podcast de El Mundo del Spectrum contó toda su vida y milagros y coincidía en que los primeros tiempos fueron una época mágica. Los medios de producción estaban al alcance de cualquiera, los empresarios tenían visión y voluntad de invertir y al final hubo una serie de chavales «que cobraban más que sus padres por hacer algo que sus padres no entendían». Y hablamos de España, un país donde nos costó dejar el chisquero y coger el sofisticado y pijotero mechero de gas.

Pero ciñéndonos exclusivamente a lo musical, Gominolas también sufrió el estigma del músico de 8 bits. Su mote, revela, se lo pusieron en un grupo de rock donde tocaba, el guitarrista le daba collejas y se reía de sus orejas de soplillo llamándolas «gominolas». Pero él, sin atisbo de vergüenza, se quedó con el mote y gracias a ese apodo, ojo al dato, no hay usuario del Spectrum o del CPC que no le recuerde. Va más allá, es toda una institución.

Lo más gracioso viene después, cuando cuenta que sus hermanos eran fans del jazz y el rock progresivo y consideraban que la música electrónica era una porquería «hecha por pijos». A Gominolas por el contrario le volvían loco Aviador Dro, Human League, Depeche Mode y hasta Mecano, de los que confiesa «se supone que tenía que decir que eran espantosos, pero me gustaban mogollón y no lo reconocía delante de nadie».

Lo que luego le dio trabajo y fama, la música de 8 bits, entonces la entendía como «un placer culpable». Aunque nunca pensó en hacer carrera: «En aquella época no me sentía músico profesional, era un estudiante aficionado a la música que le pagaban por hacer musiquitas chorra». Paradojas de la vida, ahora cada vez más grupos roban esa «musiquita chorra» para sonar en la radio y salir por la MTV.

En las obras de Gominolas hay homenajes-atraco a Emerson Lake and Palmer, en el Mad Mix para Amstrad y MSX tomó los acordes de «Bailando» de Alaska y los Pegamoides y cualquiera, si se fija, puede cantar la letra por encima. La canción del juego Tuareg la hizo con la escala musical árabe, para dar ambiente. Y con la del Colisseum se inspiró en los romanos que salían en las galeras de los cómics de Asterix tocando el tambor para que otros remasen.

Es un descojono escuchar cómo se inspiraba para componer. A veces solo le daban la carátula o algunos gráficos y se tenía que poner manos a la obra. Pero dice que cuando Javier Cano, mítico fundador de Topo Soft, le contaba de qué iban a ir los juegos, el argumento y las fases, le ponía tanta pasión al discurso que, en sus palabras, «me ponía todo palote». Y de ahí, directo a crear.

Gominolas se metió en el negocio gracias a un anuncio para programadores que decía que si querías ser una estrella de los videojuegos solo tenías que pasarte por su oficina y una vez dentro, nada, solo «elegir tu Porsche». No era simple publicidad agresiva. En Inglaterra, en una entrevista en la BBC, Bruce Everiss de Imagine Software, de veintiséis años, que solía vestir con trajes de seda, dijo que uno de sus programadores, Eugene Evans, con diecisiete años ya se había comprado un Porsche aunque ni siquiera podía conducirlo. Aquello dio la vuelta «al mundillo».

El documental sobre esta empresa, Commercial Breaks: The rise and fall of Imagine Software, de Paul Anderson en 1984, comienza en esa línea, con uno de los capos, Mark Butler, con veinticuatro años entonces, conduciendo su BMW y aparcándolo al lado de un par de Ferraris en las oficinas. Y a los dos minutos, pasan revista al equipo de motociclismo que patrocinaban. En 1983, mientras los fanáticos y pioneros se pasaban días y noches toledanas encerrados en habitaciones oscuras y supongo que malolientes programando, Imagine recibía generosos créditos de la banca, pagaba los anuncios más caros y en color y figuraba en todas partes como sinónimo de éxito. Ya saben aquello de las burbujas, pero el mensaje que dejó es que se podía llegar al cielo creando videojuegos.

Por supuesto, Imagine quebró de forma tan grandilocuente como creció, se habían gastado la mayor parte del presupuesto en publicidad. Pero nada impidió que durante la segunda mitad de los ochenta en los Amstrad y Spectrum sonase la mejor música… del siglo XXI. El nuevo punk. La del Commodore 64 para mi gusto no está mal, pero es demasiado buena. En comparación con la de las dos máquinas citadas es como la Filarmónica de Praga. Aunque afirmar esto es como decir que los Beatles te parecen demasiado modernos con esos pelos, que quién se creen que son, metiendo instrumentos raros para provocar con su cosmopolitismo, como Guardiola. Dicho lo cual, ciñéndonos exclusivamente al sonido Amstrad CPC 6128, aquí tienen un TOP-10 personalísimo de mis tonadillas favoritas, obviando muchas referencias obligadas para que la cosa tenga un poco de salero.

1. 750 cc Grand Prix (1989) – Scope Soft.

Un llena-pistas. Cuando lleguen al estribillo empezarán a pensar que New Order eran unos pringaos.

2. Zona 0 (1991) Topo Soft – Lords of the Sound

Si el PP se presentase con esta a unas elecciones yo les votaría.

3. Arkanoid (1987) Ocean – Taito: Martin Galway

Sentimental y directa a la patata. Para pillar una mononucleosis en una discoteca light con esta suerte de Pitufos Makineros.

4. Xenon (1988) Dro Soft - David Wittaker

Perfectamente podría abrir la sección de internacional de un telediario.

5. Rescate Atlántida (1989) Dinamic - José A. Martín

Vámonos todos al Attica.

6. La Armadura Sagrada de Antiriad – Palace Software (1986) Richard Joseph

Como decían Gigatron: joven guerrero, coge mi mano enguantada…

7. Target Renegade (1988) Imagine

Esta balada triste bien podría denunciar la exclusión social y los problemas de las zonas deprimidas de la ciudad, pero como el juego consiste en hostiar a todas las personas que te encuentres, hombres o mujeres, correremos un tupido velo.

8. Campeones (1985) Indescomp – Amsoft

Sí, es «Jamming» de Bob Marley. Supongo que muchos niños, como me pasó a mí, en un momento dado se preguntarían qué hacía ese negro tan famoso tocando la canción del Campeones.

9. Gabrielle (1987) Ubisoft

A Madonna la conocíamos todos sin problemas, pero la base rítmica solo la pudo meter a esos niveles alguien con más de treinta años al volante de un John Deere.

10. Zap`t`balls (1993) Elmsoft

Dígalo de pie y aplaudiendo: ¡obra maestra, obra maestra!

Alfredo Di Stéfano, el fútbol que queremos

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Alfredo Di Stéfano en el vestuario tras disputar las semifinales de la Copa de Europa de 1960 entre el Barcelona y el Real Madrid. Foto: Cordon Press.

Alfredo Di Stéfano en el vestuario tras disputar un partido en 1960 entre el Barcelona y el Real Madrid. Foto: Cordon Press.

En 2011 a Alfredo Di Stéfano le dio por coger el teléfono y aceptó una entrevista con Jot Down. De un día para otro. «Vengan mañana a primera hora». Hubo que meterse una noche toledana para preparar el tercer grado y, a las siete de la mañana, llegó la mala noticia. Su hija había muerto esa misma noche. De todos los accidentes que podíamos esperar, una desgracia de esa magnitud no figuraba en nuestra agenda.

Más adelante volvió a citarnos, pero no apareció. Deambulamos alrededor del club de veteranos del Real Madrid una fría mañana esperándole sin que se presentara. Alguien nos contó que te podía decir que sí y luego olvidarse. Pero al menos cogía le teléfono y preguntaba en persona quién eras tú y qué querías. No era como pedir audiencia con el Vaticano. Y eso que un estudio serio de la influencia del Real Madrid en la piel de toro comparada con la del pontífice podría arrojar datos interesantes.

La verdad es que fue una verdadera pena porque un encuentro con don Alfredo prometía. El repertorio de anécdotas y situaciones inverosímiles de los tiempos en los que jugaba no tiene nada que ver con lo que pueda ocurrir ahora, con un fútbol tan profesionalizado y envasado al vacío para que los medios lleguen hasta donde tienen que llegar. Porque de otra cosa tampoco se podría hablar con él. Yo no le vi jugar, y como yo, tres cuartas partes de españoles. Para mí Di Stéfano fue siempre una leyenda en sentido estricto. Con el Madrid de la primera mitad de los noventa combinando en horizontal con mueca de «el fútbol no es para reír», lo que te contaban de Di Stéfano cobraba categoría de mito.

A mí mi padre me hablaba de él recordando a su propio padre; explicándome el tinglado que tenía mi abuelo montado en casa, con un alambre por el techo de su habitación de lado a lado para captar onda corta, donde escuchaba los partidos del Madrid y otro tipo de emisiones. Un Real Madrid que era la única ilusión de su vida de currante.

Ahora tendemos a pensar que en tiempos de crisis se informa demasiado sobre fútbol, está asumido como opio del pueblo, y bien es cierto que tres de cada cuatro futboleros que conozco me parecen enfermos mentales, pero al Madrid de Di Stéfano siempre lo he percibido como lo único que daba alegrías a mi abuelo, a quien el franquismo no se le hizo tan plácido y confortable como a otros. Sería injusto negarle ese valor al deporte por muchos excesos y desmanes que se cometan en su nombre.

Luego solo había que mirar los números y los títulos sobre el papel para pensar que aquellos años del Madrid de los cincuenta y sesenta tuvieron que ser una merienda. Tanto es así que cuando Di Stéfano se hizo cargo del equipo en 1990 en sustitución de Toshack la noticia fue tan maravillosa para un niño como yo como que al Madrid lo cogía Gandalf.

No en vano, se estrenó con una victoria en la Supercopa de España contra el Barcelona de Cruyff coronada con el 4-1 y gol de Santi Aragón desde el centro del campo. La magia existía. Las Copas de Europa por fin iban a caer como churros, pero no. Don Alfredo cogió al equipo a seis puntos del I Año Triunfal del Barça de Cruyff y lo dejó a dieciséis. Radomir Antic lo sustituyó hasta que llegasen Maturana o Sacchi, no vino nadie, y luego se cargaron al serbio con el equipo líder. En fin, el día a día de la casa Usher que fue el club entonces.

Di Stéfano conoció bien esta versión del club. En enero del 91 tuvo que suspender un entrenamiento, más bien lo hizo su segundo, José Antonio Camacho, por la apatía de los jugadores. En el partidillo, Sanchís, Chendo y Villarroya se pusieron a dar pelotazos que salían fuera del campo. Triste final para un entrenador que pudo ser el padre y mentor de la Quinta. Con él debutaron casi todos ellos en la 83-84. ¿Y se reconoció? No, todo esto le generó problemas. Cuando pedía a los jugadores jóvenes para el primer equipo chocó con la directiva, que le decía que si subían se iban a «agrandar» ellos y sus padres y que «pedirían mucha plata». Así al menos lo explicó él.

De todos estos sinsentidos habló sin pelos en la lengua en una jugosa entrevista en El País en 1984. Sentenció a la directiva con frases lapidarias: «Al éxito se llega volando como las águilas o arrastrándose como las serpientes. Pero con esta gente no se puede ir ni a heredar». Se quejó de que le habían fichado como «cebo electoral». Criticaba que Del Bosque le ponía «a parir» ante la indiferencia del club, que no lo sancionaba; un club que, como buena empresa española, era un nido de cotilleos y pasillitos donde el que se dedicaba exclusivamente a trabajar salía muy mal parado.

Hay que tener en cuenta de dónde venía Di Stéfano. En 1981 se había proclamado campeón con River Plate en Argentina. Pero en 1969 lo hizo con Boca, precisamente contra River, y las dos hinchadas le ovacionaron. ¿Quién ha conseguido eso? Además, un par de años después hizo campeón al Valencia en España, pasó cuarenta y tres días en el Sporting de Lisboa —la pretemporada y ¿cuál fue su siguiente destino? ¿Real Madrid? ¿Bayern de Munich? No, el Rayo Vallecano en Segunda División. De nuevo ¿quién ha hecho algo así?

Al fútbol moderno también lo describió con un par de declaraciones contundentes. Sobre el periodismo deportivo dijo que dejó de ir a una tertulia porque solo se hablaba de si había sido penalti o no. Y siguiendo esta línea de argumentación y empleando a su propio club para mantener su intachable elegancia, sentenció: «Ahora veo a los jugadores del Madrid, que van a tener un accidente de cómo celebran los penaltis que marcan. Es para lo único que ahora corren». Aunque la mejor es su opinión sobre las camisetas actuales. Una vez se preguntó si las compraban en una tienda llamada «Me cago en la elegancia».

No era demagogia, nada de esa actitud era gratuito. En la biografía que publicó ayudado por Alfredo Relaño y Enrique Ortego, Gracias vieja, contaba que a los quince años dejó el colegio para trabajar en el campo con su padre. Tenía ochenta cosechadores a su cargo, pero su padre le inculcó que el que más tenía que trabajar era él, porque «el hijo del patrón tenía que ser el mejor de todos, tenía que demostrar que era el más humilde». Así fue también en el otro campo.

Encima, cuando el negocio de su padre empezó a marchar, se encontraron con el hampa. Los mafiosos que tenían que huir de Chicago o Nueva York se instalaban en Argentina. Su padre, en Rosario, tuvo que lidiar con la banda del Chicho Grande, de apellido Galiffi. Le pidieron la mordida, el viejo se negó a pagar y desde entonces tuvo que salir siempre de casa con una pistola en el bolsillo. Hasta dormía con el arma en la mesita de noche. Cada vez que iba al mercado, disparaban cerca de él para asustarlo, pero no bajó nunca la cabeza. Así era el hombre que educó a don Alfredo, mientras el pobre crío tenía que lidiar con intentos de secuestro.

Por cierto, que el rapto se produjo finalmente en agosto de 1963. El Frente de Liberación Nacional de Venezuela le secuestró. Dos supuestos policías se lo llevaron detenido acusándole de tráfico de drogas y le tuvieron setenta y dos horas retenido. Nunca habló mal de sus captores. Durante el cautiverio jugó al ajedrez, vio la televisión y apostó a los caballos. Realmente, el único día que temió por su vida siendo futbolista fue cuando le tiraron un botijo al autobús del equipo en Granada.

Cuando vino a España Madrid le pareció una ciudad «tristona». Cuentan que al menos el fútbol lo alegró trayendo, junto a Kubala, todo un repertorio de tacones y paredes que no se habían visto por estas latitudes. Sobre el campo se ha dicho que jugaba en todas las posiciones. Cruyff confesó que de niño soñaba con convertirse en un jugador como él. Era de iniciar la jugada atrás y rematar también el gol.

De su influencia sobre los compañeros daba cuenta una anécdota que contó Puskas. En una ocasión en un partido regateó al portero y antes de marcar se detuvo: «Pensé para mí mismo, si marco aquí, Di Stéfano nunca me volverá a hablar. Lo mejor era que él fuese el máximo goleador y yo el segundo. Así es que lo esperé y le di el pase para que lo metiera él». Al mismo tiempo, cuando Bernabéu quiso deshacerse de Gento, Di Stéfano fue su mayor defensor. Y cuando luego Bernabéu pretendió retirarle a él, con treinta y ocho años, no volvió a dirigirle la palabra.

Por supuesto, el que tendría razón siempre seguro que fue Bernabéu, pero la actitud del futbolista, un psicópata del balón, es la que queda. Y de su naturaleza honesta han dado testimonio los aludidos enemigos que fue cosechando después. Pero esa es la gente de fútbol que queremos: piraos por este deporte. Porque para dedicar tu vida a golpear en calzoncillos la tripa de una vaca hay que estar un poco tocado del ala.

Pese a todo, dejó claro que nunca quiso ser idolatrado. Y lo más extraño es que, dada su condición de dios en la tierra, una de sus mejores frases nunca pasara a la historia de este deporte. Es la que finiquita todas las discusiones posibles entre tiquitaca y otros estilos más prosaicos, cuando dijo: «Al fútbol se juega bien o no, nada más».

Y nada más hay que añadir. Con él se va un fútbol que podríamos denominar como el de aquellos viejos chiflados y sus locas jugadas.

Di Stéfano marcando un gol durante el partido de futbol disputado entre el Real Madrid y Francfort en 1960. Foto: Cordon Press.

Di Stéfano marcando un gol durante el partido de futbol disputado entre el Real Madrid y Francfort en 1960. Foto: Cordon Press.

 

Julia Bonaparte, la reina de España de los monárquicos hipsters

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Julia Bonaparte y sus hijas, por Jean-Baptiste Joseph Wicar en 1809 (DP).

Soy mujer, aborrezco a todas las que pretenden ser inteligentes igualándose a los hombres, pues lo creo impropio de nuestro sexo, a pesar de que las hay que han leído mucho, y habiendo aprendido algunos términos del día, ya se creen superiores en talento a todos. Tal es la condesa Jaruco y otras varias, y no digo nada de las francesas. Pero como soy española, por la gracia de Dios, no peco por allí. (S. M. María Luisa, esposa de Carlos IV, predecesora de Julia Bonaparte en el trono de España).

No sé si se percataron ustedes de que durante la proclamación de Felipe VI y Letizia como reyes de España en las calles de Madrid no había ni dios, dicho simple y llanamente. Si a los pocos entusiastas de la monarquía que asistieron les restamos los manifestantes republicanos, que no eran pocos, al final solo se puede colegir que la monarquía en España es un culto minoritario. Una pasión de paladares selectos.

Esto es así. Cada uno elige la esclavitud que más le gusta en la maravillosa democracia del mundo capitalista globalizado y en nuestro país solo unos pocos sibaritas muestran en la calle su preferencia por la monarquía. Luego se vota masivamente a partidos monárquicos, pero también se sigue masivamente la final de la Décima y luego la ciudad se colapsa si gana el Madrid. Si esos partidos políticos reúnen veinte millones de votos más o menos y el fútbol en una cita así lo ven, pongamos, diez, ¿por qué no hubo avalanchas humanas para jalear a Felipe? La proclamación de un rey es lo más tope de la monarquía.

Ocurre que los monárquicos españoles son una especie de hipsters. Y en este espacio de libros muertos de risa, «Busco en la basura algo mejor», qué menos que reseñar uno de interés minoritario para nuestra minoría favorita: La biografía de la reina de España Julia Bonaparte, esposa de José I, el hermano de Napoleón. Una breve etapa de la historia de nuestros reyes que siempre ha hecho torcer el morro a los historiadores patriotas por motivos obvios. Tomaremos el estudio que hizo de ella Juan Balansó en 1991, la primera y la última biografía que se escribió de una reina hipster para monárquicos hipster ¡Viva!

Julia Clary tuvo algo de Cenicienta. Era hija de un comerciante, una burguesa, que llegó a las más altas instancias de la aristocracia de pura casualidad. ¿Cómo? Durante la Revolución francesa, el 18 de septiembre de 1793, el joven intendente José Bonaparte se encontró a una muchacha durmiendo en los bancos de espera de la oficina de su jefe. Era la bella Desiree Clary, hermana de Julia y futura reina de Suecia, y había acudido a pedir clemencia para su hermano, acusado de «favorecer a los aristócratas». José le dijo que no se preocupara, la acompañó a casa, por el camino le dejó la oreja como la de Niki Lauda y consiguió una cita. Tonto no era.

Julia Clary en un retrato anónimo ca. 1800 (DP).

José Bonaparte iba para cura, pero la prematura muerte de su padre por un cáncer de estómago le obligó a convertirse en el cabeza de familia con solo diecisiete años. Tuvo que cuidar de sus hermanos, entre ellos uno que haría carrera en el ejército, el precursor de la UE tal y como la entendemos hoy en día, Napoleón Bonaparte.

Que su hermano pequeño venía pisando fuerte lo notó José tan pronto como le presentó a la hermosa Desiree a la que estaba cortejando. Así lo relató ella misma:

La llegada de Napoleón supuso un cambio en nuestros planes para el futuro. Cierto día nos dijo: «Para lograr un buen matrimonio hace falta que uno de los cónyuges ceda siempre al otro. Tú, José, eres de carácter indeciso, al igual que Desiree, mientras que Julia y yo sabemos lo que queremos. Será, pues, mejor que tú te cases con ella. En cuando a Desiree —añadió sentándome en sus rodillas— será mi esposa». Así fue cómo me convertí en la novia de Napoleón.

Obediente, José Bonaparte no tuvo otra que pedirle la mano a Julia Clary, pero lo hizo con pasión dieciochesca escribiéndole por vía epistolar cursilerías de este calibre: «no dejemos escapar los instantes que nos conducen hacia el placer», «esta pasión sublime revestirá un carácter más intenso a medida que pase el tiempo», «cedamos pues a la fuerza de la juventud, pero sepamos prepararnos para los puros placeres en una perspectiva lejana de la vida». En otras palabras: te quiero comer to lo negro. Y sí, la conquistó.

La boda fue una ceremonia puramente civil. Un asunto que luego hubo que ocultar cuando la pareja ocupó el trono de España por el escándalo que pudiera ocasionar en nuestro fervientemente católico país. Nuestro actual cardenal Cañizares dijo hace pocos años, a propósito de la anterior boda civil de la reina Letizia, que un matrimonio civil para la Iglesia tiene el mismo valor que una solemne alianza verbal de dos jugadores de Monopoly, y con que te cases como Dios manda, después, todo está resuelto. Pero en aquella época significaba vivir en pecado. Un asunto tenebroso. Sin embargo, la pareja lo que había elegido era vivir, a secas, porque en la Francia revolucionaria, señala el autor, muy pocas familias se atrevían a cumplir con los preceptos religiosos aunque fuera de tapadillo.

Por el contrario, el romance de Napoléon con Desiree no duró mucho. De repente dejaron de llegar cartas y la joven se enteró por terceros de que el ambicioso militar se había casado con una tal Josefina, una aristócrata viuda de cierta edad. La despechada Desiree se apresuró a escribirle una carta diciéndole que no se casaría nunca, permanecería fiel a su recuerdo y que sobre él pesase la desdicha de una desgraciada. Dos años y medio después, casualidades de la vida, se casó con el general Bernadotte, rival de Napoleón y uno de los que le derrotó en Waterloo (ya como rey de Suecia y Noruega). Así es la ruleta rusa del amor.

En el romance que nos ocupa, Julia tuvo una hija el 19 de febrero de 1796, que murió al año y medio, bautizada como Zenaida por pedante capricho de su padre. Y en lo político, José fue recomendado por su hermano para que fuera enviado a Parma a un puesto diplomático. Allí tuvo un simpático encuentro en una fiestecilla palaciega con María Amalia de Austria, hermana de María Antonieta, a la que la revolución había decapitado. Dice el autor que se mostró «cortés, pero seca». Vaya. Y habló con José del tiempo «que es lo que se hace cuando no se sabe qué decir». Comentar los últimos modelos de guillotina no era plan.

Después de una admirable labor diplomática en Parma que el autor califica como «inexistente» —ya apuntaba maneras para recibir un carguito en España—, el Directorio nombró a José embajador en la corte papal. Allá fue José con Julia, que cumplía veintiséis años, y en menos de una semana le sobraron motivos para arrepentirse. Una manifestación frente a la embajada francesa de demócratas romanos pedía una república igualitaria que no fuera controlada por el papa. Un pelotón de caballería pontificia fue a disolverlos y persiguió incluso a los que se colaron dentro de la embajada. Los viandantes testigos de los hechos, y algo cuñaos, acusaron al embajador de haber pagado a los manifestantes para extender su revolución, pero José salió espada en mano a poner orden en los pocos metros cuadrados del jardín que era jurisdicción de Francia y le pidió el pasaporte a los soldados. Hubo tiros, un muerto. Y al día siguiente el embajador volvió a París con su mujer donde fue recibido como un héroe.

Esos días de reconocimiento y gloria en Francia los aprovechó José para comprar un hotel en París y una finca en el campo. Dijo muy alto que lo hacía con el dinero de la dote de su esposa, pues se había vuelto rico con su matrimonio. Pero según las indagaciones del autor del libro, era una forma de «blanquear» su fortuna personal, que provenía de beneficios de la piratería. José Bonaparte había metido sus ahorros en compañías de corsarios genoveses que abordaban naves en el Mediterráneo. Y además, blanqueó también parte de la de su hermano Napoleón, que venía de «confiscaciones y rapiñas de guerra». En cualquier época, nada como ser considerado súbitamente un héroe de la patria por la prensa para ir resolviendo asuntillos de aquella manera.

Mientras que su marido celebraba su éxito en los negocios y la política persiguiendo a otras mujeres, Julia sí que dio un servicio diplomático verdaderamente útil a Napoleón cuando concretó un almuerzo con su cuñado, el aludido Bernadotte, en el que los rivales acordaron no tocarse los cataplines mutuamente. Al menos durante un tiempo. El esposo de Desiree accedió por motivos familiares, Napoleón porque iba disparado hacia lo más alto y quería el camino despejado.

El 8 de julio de 1801, José y Julia tuvieron otra hija. Se volvió a llamar Zenaida, como la primera. Y un año después, otra. Carlota. A José se le cayó el alma a los pies. Se corrió el rumor de que era incapaz de engendrar varones y, entre los corsos, se creía que el sexo de un feto podía depender de maldiciones y males de ojo. Pero, a decir verdad, la que daba la impresión de haber recibido un mal de ojo era Julia. Valoren si no el resumen de aquellos años en París:

José la continuaba engañando con coristas de la ópera, turistas inglesas y damas de alto copete, pero ella cerraba los ojos y seguía amándole profundamente.

En enero de 1806, los Borbones fueron expulsados de Nápoles —concretamente, Fernando IV, hijo de nuestro Carlos III— y Napoleón le pidió a su hermano que ocupase su lugar. Conocedor del temperamento de los naturales, José se ganó a los napolitanos colocando un collar de brillantes en la imagen de San Genaro de la catedral. «En pleno templo se desencadena una ensordecedora salva de aplausos de la muchedumbre allí congregada», dice el texto. Se nota que aquello fue Corona de España durante muchos años.

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Napoleón, José y Jerónimo Bonaparte retratados por François Gérard (DP).

En una primera etapa, José no estuvo acompañado por Julia en el sur de Italia y se dedicó a reinar como solo saben los más iluminados monarcas: con Elisabeth Dozolle, viuda de un oficial francés, tuvo una «volcánica relación», María Giulia Colonna «le haría perder la cabeza». Y así hasta que llegó su esposa. Aunque haber dejado por ahí un par de bastardos del sexo masculino le hizo respirar tranquilo sabiéndose libre de maldiciones. Y con ese orgullo y satisfacción, llegaron noticias de Bayona: iban a ser reyes de España.

«Los problemas y las tristezas de España no me asustan», dijo Julia a su marido en una carta. Pero cuando José llegó a Bayona para coger del suelo la corona que Carlos IV y Fernando habían cedido «amablemente» (junto a una deuda de siete mil millones de reales, que no suele mencionarse), el país llevaba un mes levantado en armas, desde el 2 de mayo. La única condición que le pusieron al hermano del emperador los Borbones fue que se mantuviera la integridad del reino, «que los límites de España no sufran alteración alguna». La imperecedera obsesión.

El problema era que a Napoleón sí que le apetecía morder el noreste de nuestro país. Y para más complicaciones, el nuevo rey se propuso introducir los principios de la Revolución francesa «todavía en pugna, en varios puntos, con las costumbres tradicionales de España», expresado finamente por el autor. Imaginen, yo qué sé, que Messi es proclamado ahora rey de España, quiere meterle mano a las diputaciones mientras Guardiola le presiona para que incorpore las Baleares y el litoral andaluz a Alemania. Así de chungo.

Don José Napoleón, nada lerdo, enviaba una carta tras otra al emperador: «Mi posición es única en la historia: no tengo aquí ni un solo partidario (…)». Don José llegó incluso a aparentar gran interés por las corridas de toros —que le disgustaban— y por la suculenta paella —que le daba náuseas—. Tampoco sirvieron para popularizarle sus frecuentes y democráticos paseos por Madrid, sus misas diarias —¡él, que era masón!—, sus magnánimas rebajas de impuestos. La gente no le tomaba en serio. Fue llamado «Pepe Botella» cuando en realidad era casi abstemio, y las graciosas gitanas sevillanas, que ya habían adjudicado a Napoleón el título del «empeorador», bautizaron a José con el famoso «Pepino el Tuerto», aunque su vista era absolutamente normal y su aspecto físico más que apolíneo: ¡Qué guapo eres! ¡Qué hermoso ahorcado harías!, había tenido que escuchar José cierta vez a su paso, de labios femeninos.

El único apodo que le pusieron que respondía a la realidad fue el de «Tío Plazuelas». El pueblo de Madrid le debe las plazas de Santa Ana, del Carmen, del Rey, de los Mostenses y de San Martín. Tal vez su masónica intención fuera, quién sabe, que el hedor a orín pudiera abrirse paso libremente hacia la estratosfera. También inició la plaza de Oriente, dato que tal vez ignoren los centristas liberales que allí jaleaban al Invicto Caudillo. Y al escudo de España le añadió el cuartel de Navarra, que ahí sigue desde entonces.

¿Y la reina Julia qué? Pues doña Julia estaba en París, encerrada en casa, recibiendo cartas contradictorias de su marido. Ven, no vengas, decide tú, ya deberías haber venido. Fue más o menos el resumen de su correspondencia. El rey no dejó que asistiera a ningún encuentro social en Francia por el riesgo de que «sus prerrogativas como reina de España no fueran suficientemente respetadas». A falta de series, la reina aprovechó su encierro para aprender la lengua de Cervantes con sus hijas.

Eso sí, por mucha Revolución francesa, ilustración y rojeríos de aquel tiempo, en derechos de las mujeres los españoles les dimos en el morro. Ya los Borbones trajeron la ley sálica, que nunca se había aplicado en Castilla, para excluir a las mujeres del trono. En la Constitución de Bayona, Napoleón, siguiendo la tradición francesa, quería profundizar y redactar que las mujeres quedaban excluidas «a perpetuidad». No obstante, Don José logró meter una coletilla por la que el hijo varón de la primera mujer sí podría heredar la corona. Un avancito. Sin embargo, unos años después, en las Cortes de Cádiz se constituyó que las mujeres podían heredar con todas las de la ley. Ojo, veinte años antes de que ese argumento fuera empleado por el integrismo católico español para trufar de guerras civiles y conflictos el siglo XIX.

Esta cuestión, pues Napoleón insistió en que si Julia no paría un varón la corona pasase a él como hermano, encabronó a la reina que terminó preguntándole a su marido qué sentido tenía hacerse acreedor de patologías cardiacas tratando de ser rey de los simpáticos españoles si luego no podía ni legar el trono.

Lo que no faltó, en cualquier caso, fue la figura españolísima por excelencia, la de «el Listo». El príncipe Fernando VII escribió a Don José: «Acudo a implorar el apoyo de vuestra majestad para ver realizado el más ardiente deseo de mi corazón: el de unir mi suerte a una princesa de su familia». Dice Balansó que el rey francés «se encogió de hombros». La mayor de las infantas aún no había cumplido diez años.

Pero pasaban los meses y el reinado seguía sin ser normal. La reina no había pisado el país. Primero don José titubeaba por eso de que era traerla a algo así como Vietnam en los sesenta. Y luego había otro problema, si abandonaba Francia, Napoleón podía retirarle a su hermano la asignación por un carguito tipo asesor con el que mantenía su palacio de Luxemburgo y la «posición decorosa» de Julia y las niñas. «Todo me lleva a creer que el emperador se apoderará de todo cuanto poseemos en Francia desde el momento de mi partida», escribió ella a su marido. ¿Encerrona? Una carta de su hermana Honoria da cuenta de cuál era la situación: «Me pregunto a menudo si no hubiera sido mucho más feliz quedándote en nuestro rincón de Marsella. No veo en verdad lo que puedas sacar de tantas grandezas, sino muchas penas y complicaciones». Y cuernos, olvidó mencionar.

Y una de sus antiguas coimas recordó, con nostalgia: Necesitaba [José Bonaparte] la compañía femenina como el sediento un arroyo. Y, además, era el hombre mejor dotado por la naturaleza que nunca conocí.

Ah, el rey en España de rodríguez. La marquesa de Montehermoso, la condesa Teresa Montalvo; una soprano italiana llamada Fineschi; la francesa Nancy Derjeux «cuyo marido hizo pingües negocios de suministros a las tropas francesas en España», —reza la Wikipedia—; la mujer del embajador de Dinamarca y antigua bailarina, baronesa Bourke. José Bonaparte inseminaba con arrojo estajanovista. Y atiendan a este hermoso párrafo sobre la vida cotidiana de un monarca.

… cuenta Estanislao de Girardín, el amigo edecán del rey, en sus memorias, que un día, al levantarse, vio José en el patio de la mansión a una criada morena y risueña de la marquesa, y la requirió de amores, «por lo cual no despachó su majestad aquella mañana su correspondencia».

Hasta abril de 1811 no pasó José un día con su esposa. Solo fue a París a apadrinar al primer hijo de Napoleón, pero como en el protocolo a Julia no le concedieron un sillón, sino una silla, montó un pollo de dios y ordenó a su mujer que sufriera una jaqueca y se quedase en casa. En España, mientras tanto, iban perdiendo la guerra y Napoleón cambió la forma de gobierno de Cataluña, Aragón, Navarra y Vizcaya con fines anexionistas dejándose de disimulos.

La situación llegó a ser tan grave que el «rey intruso» tuvo que fundir su vajilla de plata para sufragar sus gastos personales en España. Cuando vio la guerra perdida, terminó escapando de noche de la capital y días después cruzó la frontera «a uña de caballo» perseguido por húsares ingleses. Miren a qué simpática conclusión llegó tras su reinado:

No se conoce a esta nación. España es un león que la razón conducirá con un hilo de seda, pero que ni un millón de soldados reducirán por la fuerza de las armas.

En el exilio, José y Julia siguieron ejerciendo de reyes de España. Al estar el matrimonio bajo el mismo techo, esto se traducía en «escuchar misa diaria». El emperador tuvo que recurrir a Julia para decirle que ya no había reino que reinar y que aquello era una charlotada. Pero José siguió firme: «Puedo sacrificarlo todo al honor y el honor no me permite dejar de comportarme como rey de España mientras no haya abdicado».

Julia y José Bonaparte en 1808. Cortesía de Editions Allia.

Así que Napoleón le dijo, mirándole a la carita como Luis Aragonés, que entonces abdicase. José reunió al consejo de ministros en el exilio y a su lado se sentó, por primera vez, Julia, la reina de España. El primer acto al que acudió Julia fue el último, la abdicación. Récord que no le podrá arrebatar Letizia. Con gran dolor de su corazón y de su honor, pero con las joyas de la Corona de España en su poder —detallito—, José Bonaparte dejó de ser rey de los españoles.

Tras el hundimiento definitivo de Napoleón, el matrimonio volvió a separarse. Julia se quedó en Europa y su marido marchó a Nueva York. Allí le ofrecieron por azares del destino la Corona Imperial mexicana. Lo que habría convertido a Julia en emperatriz de México, aunque por esas fechas ya debía de hacer a las andanzas de su marido el mismo caso que al email ese de «enlarge your pennis». Aunque lo que sí que tuvo que añadir la exreina a su biografía fueron nuevos cuernos. Eso sí, siempre de relumbrón. En Estados Unidos José se lió con Annette Savage, descendiente de la famosa princesa india Pocahontas, nada menos.

Pese a todo, el matrimonio terminó sus días unido. José murió en brazos de su esposa el 28 de julio de 1844. En Madrid se prohibieron los funerales que organizaron sus antiguos fieles supervivientes. De la muerte de Julia no hay fecha, solo se sabe que está enterrada en la iglesia de Santa Croce de Florencia. Ninguna señal indica que esa mujer fue reina de España, aunque fuese de chiripa y nunca pusiera un pie en su reino, pero tampoco destacaría mucho en un mausoleo en el que se encuentran Galileo, Miguel Ángel o Rossini. Al fin, buena compañía, aunque fuera para «la vida eterna».

Goran Bregovic: «La primera vez que escuché flamenco en directo fue como sexo salvaje»

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Goran Bregovic para Jot Down 0

Hijo de una serbia y un croata, casado con una musulmana, la de Goran Bregovic (Sarajevo, 1950) es una de esas familias mixtas balcánicas que solo pueden identificarse con Yugoslavia. Él siempre insiste en que esa sigue siendo su nacionalidad, pero no desde una perspectiva política, sino como un sentimiento, un lugar emotivo. Eso que muchos de sus compatriotas recuerdan como «The good old times». Y la banda sonora de aquellos tiempos tenía un grupo que destacó por encima de todos, Bijelo Dugme, la banda rockera de Goran Bregovic. Años después, mientras las guerras hundieron la región y segaron miles de vidas, él se reinventó a sí mismo e internacionalizó la música tradicional de los Balcanes, primero con el cine de Emir Kusturica, después con sus orquestas. Ahora es un artista conocido en todo el mundo.

Cuéntanos la historia de tu familia.

Mi madre era serbia. Su padre, mi abuelo, en la Primera Guerra Mundial estuvo en el frente de Salónica. Y luego, en la segunda, luchó contra los nazis con los partisanos. Murió en la batalla del río Sutjeska, en 1943. Mientras él combatía en la guerra, a mi madre y a mi abuela se las llevaron al campo de concentración de Jasenovac, pero fueron canjeadas en el último momento por prisioneros alemanes. Si no hubiese sido por ese intercambio, no estaríamos hablando aquí ahora. Después de la guerra, mi madre para sobrevivir fue traficante de tabaco de Herzegovina a Belgrado. Llevaba la mercancía en ferrocarril y saltaba del tren en marcha antes de llegar a las estaciones.

El hermano de mi madre, mi tío, también fue partisano. Artillero. Al terminar la guerra, como era joven, se quedó de juerga por ahí y tardó más días que los demás soldados en llegar a casa. Cuando por fin apareció, le cogió mi abuela y le dio una paliza. Abofeteó a todo un artillero partisano victorioso, esa era mi abuela.

Esta rama de mi familia, la materna, viene de la frontera con Montenegro, donde todo el mundo es altísimo. Como ves, yo he salido más a mi padre, soy más pequeño. Mi padre era croata. Fue el único de su pueblo, Zagorje, que se unió a los partisanos y llegó luego a coronel. En el pueblo decían de cachondeo que se fue con ellos solo porque con los antifascistas estaban las mejores tías.

Los militares en Yugoslavia, cuando se jubilaban, podían elegir donde vivir. Mi padre primero se fue a Split, pero cuando se vio a sí mismo plantando tomates en la terraza del piso, se dio cuenta de que eso no era lo que quería hacer el resto de su vida. Además, el cura de Zagorje le había pedido que por favor volviera porque no tenía ningún partisano enterrado en el cementerio. Pero hubo un motivo mucho más importante para regresar.

Mi padre bebía mucho, por eso mi madre se divorció de él. Pero en aquella época en Yugoslavia la mayoría de los militares eran alcohólicos. Yo tenía diez años y mi hermano cinco cuando se separaron. Fue una pena porque entre mis padres existía un amor muy grande; un amor que sufrió por el alcohol, pero que luego quedó confirmado por los hechos. Cuando mi madre enfermó de leucemia, la ingresaron en el hospital de Split. La segunda mujer de mi padre me contó que descubrió que por las noches se escapaba. Un día decidió seguirle para ver adónde iba y se encontró con que se pasaba toda la noche fumando enfrente de la ventana del hospital donde estaba ingresada mi madre.

Lo curioso es que, con el divorcio, del disgusto, mi padre había dejado el alcohol, pero tras la muerte de mi madre, decidió finalmente volver al pueblo, puso unos viñedos, esperó unos años a sacar el primer vino y volvió a beber. Se tomaba cerca de mil litros de vino al año. Todo lo que le daba la viña. Murió feliz en ese pueblo.

Pero el amor entre mi padre y mi madre se acabó por el alcohol. Por eso luego yo llamé así a un disco. Y tuve que añadir una explicación en el libreto para que la gente no pensase que con esas canciones les invitaba a beber, sino que tenía otro significado más sentimental.

Te echaron del conservatorio por no tener talento y ser un vago.

No creo que en las escuelas de música se exija tener mucho talento (risas), pero sí. Yo era muy vago para el solfeo. Tocaba el violín y tenía que dar demasiado solfeo. Ahora estoy notando que a mis hijas, hoy en día, también les cae muy mal el solfeo. Por eso me echaron. Luego quise matricularme en la escuela de arte, pero mi tía le dijo a mi madre que ahí solo entraban maricones, de modo que terminé en la escuela técnica. No tenía vocación, fue por un arreglo que hice con mi madre. Me matriculé ahí a cambio de que me dejase llevar el pelo largo. Los niños hacen muchos tratos de ese tipo con sus padres. La moda para mi madre en aquel momento era Jovanka Broz, y le copiaba el look como muchas mujeres en la Yugoslavia comunista. Porque la mujer de Tito era como un icono fashion en aquella época. Por supuesto, el colegio técnico se me dio muy mal y también me echaron de ahí. No entiendo cómo alguien puede acabar eso, a mí me parecía imposible.

Goran Bregovic para Jot Down 1

Trabajabas con dieciséis años.

Cuando se divorciaron mis padres, mi madre tenía que mantener toda la casa, a mi hermano y a mí. Se tuvo que ir al mar a trabajar. Yo me quedé en Sarajevo y tuve que empezar a currar muy pronto. Pero me gustaba la sensación de tener mi propio dinero y no tener que rendir cuentas ante nadie. De esta manera, con quince años empecé a tocar en una kafana (restaurante balcánico donde nunca falta música) en una estación de autobús en Konjic, un pueblo bosnio bajando hacia el mar.

¿Qué recuerdas de las movilizaciones estudiantiles de 1968, que en Yugoslavia fueron importantes?

Recuerdo todo aquello perfectamente. La tía de la que yo estaba enamorado entonces estaba enamorada del tío que llevaba las protestas. Yo iba a las manifestaciones por ella y tenía que soportar que los policías me pegasen como locos y comerme el gas que nos echaban. En aquella época tenía también una orquesta, como ahora, pero sin trompetas, porque las hacíamos con la boca. Éramos jóvenes… El caso es que iba por las noches debajo del balcón de esa chica a cantarle canciones con la orquesta y ella… nada. Estaba enamorada de este tío. Hace unos años conocí en Bruselas a uno de los líderes de las protestas de mayo del 68 en Francia, Daniel Cohn-Bendit, Dani «el Rojo», que llegó a eurodiputado. Me preguntó qué opinaba de aquella época y le contesté que me parecía el periodo más estúpido de la historia humana.

En esos años, has confesado que lo que te perdía era el LSD.

Con dieciséis o diecisiete años había dejado las kafanas para tocar en bares de striptease. Primero en Croacia y después en Italia, en Nápoles, donde se nos llevó un tío que nos vio tocar. No te puedes imaginar lo que era salir del país. Dejar el comunismo y entrar en ese Disneyland. Era incapaz de resistirme a las tentaciones. Lo que más recuerdo, fíjate, es que en ese viaje fue la primera vez que vimos pan tostado en nuestra vida. ¡Nos pusimos a comerlo como locos! También jugábamos al pinball día y noche, porque de eso tampoco había en Yugoslavia. Y luego estaba el LSD. Esos años setenta fueron los más locos de mi vida.

Allí en Nápoles, además, descubrimos a Cream. Aprendimos a tocar música de forma más libre. Por primera vez encontré algo que iba más allá del pop de estrofa-estribillo. Nos pusimos a tocar esa nueva música inmediatamente. Supongo que por eso y por el LSD nos echaron del bar. Nos quedamos sin dinero y tuvimos que llamar a nuestros padres para que nos rescataran. Le prometí a mi madre que dejaba la música y que iba a estudiar. Fueron cuatro años en los que no toqué nada, fui al instituto y llegué a la universidad. Pero en la facultad en el último año nos juntarnos otra vez la pandilla de amigos que nos habíamos escapado a Italia, volvimos a tocar y nos pusimos de nombre Bijelo Dugme (botón blanco) y no terminé la carrera, me convertí en una estrella en cuestión de días.

Sarajevo en los años setenta era una ciudad con una vida cultural alucinante.

Se tocaba mucho, pero sobre todo se recitaba mucha poesía. A los recitales de poesía que se hacían por las noches iban miles de personas, eran como conciertos de rock. Había una generación fantástica de poetas, de Dusko Trifunovic o Rajko Nogo al famoso Radovan Karadzic. Durante la guerra, me encontré con Karadzic en Belgrado, entonces él era el presidente de los serbios de Bosnia y poco tiempo después el criminal más buscado por La Haya. Yo le conocía como poeta. Ya sabes cómo es alguna gente, bajo condiciones buenas, sacan lo mejor de sí; bajo las malas…

Karadzic podría ser ahora el psiquiatra que escribía poesía si no hubiese sido por la guerra. Igual que muchos de mis profesores de la universidad. Si no fuese por la guerra podrían tener unas vidas normales, en todos los bandos, en el serbio, el croata y el musulmán. Pero cuando empezaron los enfrentamientos y la guerra, todos intentaron ajustarse a esas nuevas condiciones y unos estuvieron a la altura y otros no.

En aquel Sarajevo, yo tocaba en muchos grupos, pero como era un chico de la periferia, siempre estaba con grupos de la periferia. A los diecisiete años empezaron a ficharme grupos buenos del centro y me mudé al corazón de la ciudad. Siempre ha existido una separación entre centro y periferia; una separación mucho mayor y más importante que la que pudiera haber entre diferentes tribus urbanas.

Te interesaba el socialismo, aunque fuera en un sentido kitsch.

Era tan exagerado que me tenía que gustar. Me vestía con un abrigo alemán de cuero largo, por debajo de la rodilla, como el de Tito. Con ese abrigo me sentía tan importante como un monumento. La verdad es que las simplificaciones me dan miedo, pero dentro de la estética socialista se difundía un gran ideal, teníamos unas metas más importantes que las pequeñas tragedias personales. Era ambicioso, pero me parecía que tenía sentido en un país como el nuestro donde las cosas siempre solo podían ir a peor. Ese periodo del comunismo y Tito para mí es el mejor periodo que conocemos de nuestra historia.

Goran Bregovic para Jot Down 2

¿Qué opinas de Tito?

En la historia no se dan casos en que los grandes políticos vengan de los países que no tienen fuerza o no son tan poderosos como puedan serlo, por ejemplo, Rusia o Alemania. Porque la política es fuerza, en diferentes formas, pero fuerza. Y Tito fue el primero en la historia que no tuvo ninguna fuerza detrás, pero llegó a ser muy importante en el mundo. Figúrate que Nikita Kruschev, el sucesor de Stalin, antes de entrar en Budapest con su ejército, atravesó en avión una tormenta y aterrizó en Brioni para ver a Tito y que le diera permiso. Cuando murió Tito, yo estaba en Suiza y la televisión dio su entierro todo el día. Como político era extraordinariamente talentoso. Pienso que a lo mejor perdió la oportunidad de introducirnos en la democracia con menos dolor, pero es evidente que él sabía más de nosotros que nosotros mismos. Puede que simplemente no se atreviera a hacer nada porque sabía con qué jauría tenía que lidiar. De hecho, todo esto luego se confirmó.

Tito llamó a tu grupo, a Bijelo Dugme, para que tocaseis para él.

En el 75, el nieto de Tito estaba siempre cantando una canción de Bijelo Dugme, «Tako ti je mala moja kad ljubi Bosanac». Como no paraba de cantarla, Tito pidió que le trajera a ese grupo para escucharlo él. El sitio elegido fue el Teatro Nacional de Zagreb, en Croacia. Pero la actuación duró solo unos segundos porque rápidamente Tito se llevó la mano al oído indicando que eso era demasiado alto para él. Así que nos sacaron en el acto del escenario. Creo que es el récord mundial del concierto más corto.

Llegasteis a grabar en Estados Unidos.

A los Estados Unidos íbamos porque la discográfica ganaba tanto dinero que nos inventábamos motivos para hacer viajes de placer. Fuimos por capricho puro a grabar en el mejor estudio americano. Nos criticaron mucho, pero como siempre nos estaban criticando… Éramos demasiado grandes para que todos pudieran querernos, pero esto es normal en un país pequeño.

Pero un día decidisteis iros a hacer trabajos comunitarios.

Creo que lo necesitábamos como grupo, porque estábamos demasiado locos, todo era lujo, y teníamos que bajar un poco a la tierra. Así que decidimos irnos a hacer trabajos comunitarios y, ciertamente, no nos vino mal estar un mes durmiendo en barracones. Estuvimos construyendo una carretera. Nos hicimos heridas en las manos y no tocamos música para nada. El rock and roll era demasiado, queríamos tranquilizarnos un poco. Echar el ancla. Dormir en ese sitio y comer con todos los obreros de una cazuela enorme, estar con las chicas que no se depilan las piernas ni los sobacos. Volver a unas coordenadas normales, para no olvidar de dónde vienes.

El concierto de despedida antes de que te fueras a la mili reunió a setenta mil personas.

Pensaba que tenía que organizar algo grande antes de irme al ejército. Afortunadamente, solo tuve que estar un año porque había pasado por la universidad, pero normalmente se iban dos. Fue una experiencia surrealista. Pero allí te encuentras o ves lo que es realmente tu país. Me enviaron a Nis, durmiendo en una habitación con ciento tres personas. Imagina lo que era eso. En cada momento, por lo menos, veinte estaban haciéndose pajas. ¿Qué veinte? ¡Cuarenta mínimo! Por no hablar de lo demás, tenías que acostumbrarte a otro modo de vida. Ay, esa masa, que es tan fácil dirigirla, estando ahí te das cuenta de lo sencillo que es luego mandarlos a la guerra. Esa gente, que considera que sabe leer y escribir, pero en realidad son tan incultos que no cuesta nada llevarlos a la muerte.

En el cuartel éramos mil ochocientos soldados. Teníamos una biblioteca de la que habían robado todo, menos Marx, Lenin y Tito (risas) algo de Dostoievski y a los escritores latinoamericanos, que todavía no eran famosos y nadie quería llevárselos. Así que de esa manera pasé el tiempo, leyendo esos libros. Dostoievski, que no leería en mi vida normal, pero como no había otra cosa… y los sudamericanos.

Luego me sentía muy mal viendo a los albaneses solos y aislados en sus pandillas, ya que nadie de nosotros hablaba su idioma. Esto me motivó, o sentí la necesidad de hacer una canción en albanés. Utilicé unas frases y palabras que ellos solían cantar y la compuse. Gracias a este gesto, años después siempre tuve el burek gratis en una de las mejores pastelerías de Zagreb. Ya sabes que las mejores panaderías y pastelerías de Yugoslavia eran las de los albaneses.

¿No tuviste problemas en el ejército por ser quien eras?

Querían que tocase y yo no quería. Al final tuve que organizar un coro, pero lo hice mixto. Mezclado con las chicas del instituto y los soldados. Era muy simpático porque cada semana venían al cuartel treinta chicas, era genial para la tropa. Duró tres meses, hasta que un oficial empezó a maltratarme preguntándome con quién me juntaba cuando estaba en Londres, todo para joderme porque era rockero y estaba grabando mucho fuera del país. Recuerdo también a un director de cine que se negó a jurar bandera y toda la vida tuvo problemas por eso. Además, estando yo en la mili, se murió mi madre, con mi hermano también en el ejército. En general, no fue el periodo favorito de mi vida.

Goran Bregovic para Jot Down 3

No estaban mal los impuestos que pagabas en Yugoslavia.

Tuve que registrar la empresa de explotación de Bijelo Dugme en Eslovenia, porque en Bosnia pagaba un 90% de impuestos. En cualquier caso, fuimos los primeros que demostramos que era posible vivir del rock and roll. Antes de nosotros a nadie se le hubiese pasado por la cabeza. Todos tocaban rock por las chicas, luego terminaban la facultad y trabajaban en puestos de trabajo normales. Pero el arte, en el comunismo, era una motivación muy grande. Por rechazo al régimen o por otros motivos, pero cuando cayó el comunismo, toda esta escena desapareció con él. Los artistas todavía están buscando un motivo para hacer música o arte en general. Por eso me gusta mucho lo que llega de China, donde también hay esa rebeldía hacia el sistema.

Nosotros siempre andábamos bordeando esa fina línea de lo que estaba permitido y lo que no, y los que la cruzaban lo pasaban fatal. A mí me faltó poco en el último LP, porque ya podía sentir el olor de la guerra. Quise que la portada del disco me la hiciera Misa Popovic, un artista prohibido en Yugoslavia, quería una foto suya en la que salía gente durmiendo en un parque con el diario Politika en la cabeza, y también quise grabar con los niños del orfanato de Sarajevo. Pero la policía terminó hablando con mi mánager y Misa Popovic me dijo: «Hijo, meterte en esto no lo necesitas en la vida». Hoy, desde esta perspectiva, todo parece muy gracioso, pero en esa época era como cuando un perro mea su territorio, estás dejando como unas huellas detrás de ti para que los otros te puedan seguir.

También tuve problemas por juntar dos canciones nacionalistas prohibidas serbias y croatas. Las grabé en Grecia, sin ninguna connotación, de hecho como canción suena muy bien y muy natural. La música es la primera forma que tuvieron los hombres de comunicarse. No es casual que la música perteneciese antes a la religión que a las lenguas. La música no tiene esos problemas de ideología que tenemos nosotros. Si hablas bien esa lengua que se llama música te puedes entender con todos.

¿Cómo era el modo de vida de rock stars en un país comunista?

La policía siempre estaba detrás de nosotros. Siempre. Sobre todo por las drogas. Por eso le impuse a mi grupo la norma de que nunca podían estar con chicas menores y tener drogas porque siempre iba a andar la policía encima. Pero cuando me fui al ejército les pillaron con droga y entonces mi batería terminó tres años en la cárcel de Zenica. Nunca se recuperó de esa experiencia. Imagina, si en el comunismo la calle era la cárcel, hazte una idea de cómo eran las cárceles del comunismo. Se suicidó años después. No pudo superarlo.

Al final fuiste aparcando Bijelo Dugme. Dijiste que si no llega a ser por la guerra desde los noventa habrías hecho vida de jubilado.

Como te he comentado, siempre tuve el problema de los impuestos, me parecía ridículo trabajar por el 10% de lo que generaba. Me puse a sacar discos cada dos o tres años y, mientras tanto, hacía alpinismo, crucé el océano navegando, fui presidente de un club de boxeo, hacía joyas… Pero cada dos o tres años tenía que disfrazarme de guitarrista guapo. Para mí era como una obligación, por eso ahora disfruto tanto de lo que tengo. Siempre he mirado a Pink Floyd como una carrera ideal, que no sabes cómo son en realidad, les ves en el escenario con sus camisas blancas y luego por la calle no los reconocerías.

Y la guerra, aunque sea algo terrible, al final la entiendes como un estado natural de la humanidad. Pasan los siglos y todo se derrumba y reconstruye una y otra vez. Es una forma terrible que tiene la civilización de avanzar. Yo, por suerte, cuando estalló la guerra en Yugoslavia, estaba en París; la guerra empezó cuando estaba editando la banda sonora de Arizona Dream. Sarajevo estaba bloqueada, incluso si hubiera querido no habría podido volver ahí. Sin embargo, desde entonces, aunque fuese a la fuerza, mi carrera se vio renovada y relanzada por otros caminos.

¿Qué opinas del actual auge del nacionalismo en Europa?

En los temas de nacionalismo hay cosas que no se pueden explicar. Los alemanes son uno de los pueblos más educados y cultos del mundo, pero pasaron por su periodo de Hitler. Eso es lo terrible, porque lo lógico sería que solo los ignorantes cayeran en esas trampas, en los sentimientos de odio y chovinismo. Por otro lado, la democracia también tiene sus peligros. Uno de los más grandes filósofos, Aristóteles, estaba más por la dictadura ilustrada.

El problema con la humanidad es que avanza en todos los sentidos menos en el político. El último pensamiento político fresco es el de Karl Marx. Desde el siglo XIX la humanidad se ha desarrollado mucho, pero la política no se ha movido ni un ápice. Se enseña que el capitalismo es vital, pero si analizas ese sistema desde el punto de vista humano, deberían prohibirlo punto por punto y, por desgracia, es lo único que funciona.

La suerte es que el mundo está lleno de bombas atómicas porque si no, desde hace mucho tiempo, habría estallado ya una nueva guerra mundial. Hay un ciclo, como dijo Marx, en el que el capitalismo se pone su propia soga al cuello y ese ciclo hace mucho tiempo que ha llegado a su fin. Deberíamos derrumbarlo y construirlo otra vez. Porque en la naturaleza del capitalismo está la guerra y solo las bombas atómicas nos están salvando de que estalle. Y cuando los musulmanes también la tengan, espero que las guerras pequeñas también paren. A lo mejor ahí está la clave de la humanidad, en que todos nos armemos de bombas atómicas y podamos vivir en paz.

Es muy difícil encontrar una fórmula para manejar la humanidad, que es tan horrorosa y está formada por tipos de gente tan diferentes.

Dices que sigues sintiéndote ciudadano yugoslavo, pero como una emoción, no como algo político.

Yugoslavia era un territorio y una emoción y hoy en día sigue significando eso. Por eso ya no escribo textos en el idioma de Yugoslavia, porque ya no existe. Escribo en romaní, que es el único idioma que se sigue hablando en todos los territorios que formaban Yugoslavia. Al menos no tiene esos problemas que tienen el idioma serbio, el croata, el bosnio y el montenegrino, que están trabajando día a día para diferenciarse entre sí en lugar de potenciar lo que tienen en común.

Goran Bregovic para Jot Down 4

El cine de Kusturica sirvió para que tu trabajo se conociera en todo el mundo, pero luego rompisteis. ¿Qué fue lo mejor y lo peor de tu relación con él?

No existe nada malo. Pero diez años son muchos años, ahora cuando lo pienso me doy cuenta de que fue demasiado tiempo. El cine es un ambiente tan histérico que una amistad de esa duración es casi una eternidad. No se mantienen ni los matrimonios, menos las amistades tan cercanas como la nuestra. Después de la grabación de Underground fue suficiente para él y para mí.

Underground la produjo un alemán. Un día me senté con él a repasar todas las películas que se hicieron en Yugoslavia, porque este productor quería hacer una retrospectiva de la cinematografía yugoslava, y vi todo lo que se hizo. Hasta las películas porno de antes de la guerra. Y en todo ello solo hay un par de películas que destacan: las de Kusturica. Él es una gran excepción en una gran nada. Hizo la mejor fotografía, la mejor edición, la mejor escenografía… Fue el mejor de todos los que estudiaron con él en Praga.

Pero Underground fue una película catárquica. La temática, de lo que iba realmente, era lo que estaba pasando entonces. Hablaba del momento actual del país. Era todo tan histérico que tenía que acabar. Yo estaba harto del equipo que formamos y ellos hartos de mí. Kusturica necesitaba un cambio, pero nosotros también.

Cuando Kusturica ganó su primera Palma de Oro en Cannes, se quedó en su casa cambiando el parqué. ¿Qué significado tenía eso?

No quería ir a Cannes para que en Sarajevo dijeran «mira este…», que le acusaran de convertirse en un pijo que ahora iba caminando de esmoquin sobre la alfombra roja. Sacar cojones así en una ciudad pequeña no se hacía. El era de Sarajevo y sabía ser de Sarajevo. Cannes es también un pueblo pequeño, pero bueno.

Dices que el alcohol no se puede separar de la cultura balcánica.

Cada cultura va con alguna droga. Desde en India, que usan opiáceos que te bajan el ánimo, pasando por la cocaína en Latinoamérica que te lo sube, hasta nuestra rakija (licor de frutas) que llevamos mil años bebiéndola y seguro que ya tenemos algún daño en el cerebro por ese alcohol.

Mi álbum Alkohol no fue nada premeditado y planificado. Surgió cuando estaba tocando en el Festival de la Trompeta de Guca, en Serbia. No quise hacer un concierto habitual y nos pusimos a tocar cosas más especiales, como algo de Bijelo Dugme, canciones que había escrito para Grecia o Turquía, también material que tocábamos en el backstage para nosotros, todo al margen de lo profesional de ese momento.

Y en los contratos que firmo siempre figura que tiene que haber alcohol en el escenario, el único lugar donde bebo. Fuera no porque soy hijo de un alcohólico. El caso es que en Guca me animé y me puse a darle dinero a mis músicos sobre el escenario. A veces lo hago, siempre sube la atmósfera. Luego cuando vi el vídeo me di cuenta de que repartí un montón de pasta, el alcohol me sentaba muy bien esos días, y también de que debería sacar ese material como un álbum.

Y la segunda parte del disco quisiste que fuera un homenaje al pueblo romaní.

La segunda parte del álbum iba a ser un concierto de violines que me habían encargado de la Unión de Filarmónicas Europeas. El concierto iba sobre los tres textos sagrados. Sabes que hay tres formas de tocar el violín, la clásica, como los católicos, la forma en la que lo tocan los judíos y el estilo oriental, como lo tocan los musulmanes. La orquesta en ese momento tenía a un búlgaro que era capaz de tocar de las tres maneras, pero luego cuando entré en el estudio pensé: ¿quién coño bebería con esto? Yo seguro que no.

Justo en ese momento surgieron los problemas con los gitanos de toda Europa, les estaban echando de todas partes. Y pensé que esa segunda parte del disco podría servir para recordarnos que los gitanos no son personas que deban ser expulsadas de ningún lado, sino un pueblo que ha dejado un sello en la cultura allá donde haya estado. Ya era hora de que Europa reconociera el peso cultural de los romaníes, empezando por ejemplo por Charles Chaplin. Imagina que los franceses hubiesen echado a todos los gitanos que huían de Franco. ¿Podrían presumir ahora de tener a los Gypsy Kings? ¡Y una polla!

Llamé a los romaníes que conocía, a los que considero que tienen algo especial, y por eso la segunda parte del álbum se llama Champagne para los gypsies.

Y recorriste las cocinas de los romaníes de toda Europa.

Sí, porque la experiencia con los gitanos es que es mejor no meterlos en el estudio. Incluso en mi orquesta, que se convirtió en una orquesta profesional, en el estudio están a mitad de ánimo. Cuando más se motivan es cuando ven a mujeres bailando mientras ellos tocan. Con la música balcánica no es como en una discoteca que se baila con una coreografía o una rutina, que cada chica la ha ensayado delante de su espejo antes de irse a la discoteca, aquí el rollo es que todo el mundo es sexy mientras baila. No sé por qué, pero es así.

En general, he tenido muchos problemas trabajando con ellos. En Underground tuvimos suerte porque los que hacían la película sabían cómo iba el tema. Un viernes, la orquesta dijo que había una boda y que se piraban. Pero les habían cogido el pasaporte al firmar el contrato y con eso salvaron el rodaje.

A mí me pasaron cosas así un par de veces. Con mi trompeta de Nis, por ejemplo, cuando estábamos yendo a hacer la ópera Karmen y él tenía el papel principal, porque era guapo y alto, no se presentó en el aeropuerto. Al hacer la escala en París me llamó por teléfono y me dijo que tenía problemas con su mujer, una discusión. Y en ese sistema de valores, si tienes un estreno y hay una discusión con tu mujer, es más importante resolver el problema con la mujer. El otro trompetista que tenía tuvo que preparar el papel en el avión.

Otra vez pasé por una situación en la que uno quería irse a casa, pero quedaban tres días para volver. Se empeñó en que justo ese día se tenía que marchar, intenté convencerle de que solo quedaban tres para volver, pero cogió el instrumento, lo estampó contra la pared y se fue. Ellos son cowboys. A cada uno de nosotros nos gustaría alguna vez estar así de libre.

Goran Bregovic para Jot Down

Trabajaste con el gran Saban Bajramovic, el rey de los gitanos.

Lo último que grabó Saban antes de morir fue en mi disco. Sufría una especie de derrames cerebrales y tenía dificultad a la hora de memorizar cosas. Entonces su hija, que iba al conservatorio, intentaba ayudarle a recordar mientras grababan. Luego Saban escribió la canción «Ema con dos pistolas» en homenaje a la caña que le metió para que no se le olvidara el texto.

Yo también escribo en romaní, pero mis canciones no son como las suyas, que tienen la temática gitana auténtica. Las mías solo tienen el idioma. Las de Saban hablan de la verdadera vida de los romaníes, de que la mujer se le pone enferma y tienen que vender un niño para poder pagar el hospital. Los temas difíciles de esta gente.

Es una pena que Saban sea tan poco conocido fuera de Serbia y los Balcanes.

Eso es normal porque viene de un sitio que es muy pequeño. Lo raro es que eso no me haya pasado a mí también, que soy un compositor de una cultura tan pequeña. Si compras un libro de la historia de los compositores no hay ningún yugoslavo, así que lo mío sí que es un milagro.

¿Por qué es tan importante la trompeta y los metales en general en la música balcánica?

Los trompetitas balcánicos tienen una historia similar a los del jazz. Los negros se llevaban las trompetas de las bandas militares a casa y así empezó el jazz. Pues lo mismo que los negros, los gitanos. Les daban a ellos las trompetas porque en una tarde aprendían a tocarlas. Y los gitanos empezaban como los trompetistas en el ejército porque en esa época no había colegios de música. Una vez formados, pasaron a tocar en las bodas.

Ahora, la mayoría de la música de los gitanos ha terminado en las kafanas, que es un triste final para la música. No obstante, la música que es con trompetas de los gitanos ha sobrevivido, porque nunca podrá entrar en una kafana.

¿Porque los instrumentos son muy grandes?

No, porque tienen que escupir y nadie normal puede comer con diez gitanos escupiendo alrededor de la mesa. Gracias a eso se quedó fuera de ese destino. Creo que con el flamenco ocurre algo parecido. Una vez en Barcelona, un mánager me llevó a escuchar flamenco a su barrio. Era un local muy pequeño. Era la primera vez que escuchaba flamenco en directo y fue como sexo salvaje. Era tan bueno. No recuerdo que me hayan dado nunca una dosis de música tan buena como en ese bar de veinte mesas. Ni siquiera tenían escenario, estaban por todo el bar y le daban a todo lo que encontraban… mesas, sillas. Espero que los del flamenco también empiecen a escupir para que su música no quede confinada en sus kafanas.

También trabajaste con Iggy Pop, el padrino del punk.

Hay muchos de esos personajes a los que yo les pediría un autógrafo en el aeropuerto si los viera con los que luego he tenido la oportunidad de trabajar. Porque yo no soy una estrella que va por ahí rodeada de mánagers. Para hacer algo juntos solo hay que hablar conmigo, es fácil. Cuando hacían la audición de Arizona Dream, que se publicó en el New Yorker, Iggy vino, se puso en la cabeza una calabaza y cantó «God bless America» y todos empezaron a decir que deberíamos grabar algo juntos. Le mandé tres canciones mías de Bijelo Dugme con la traducción de las letras y él me llamó al día siguiente. Me dijo que estaba tomando café en East Village, donde siempre lo toma, sabía que un camarero era serbio, le preguntó por mí y le dijo que Bregovic era un dios. Iggy me dijo entonces: si el camarero piensa que tú eres Dios, vamos a trabajar juntos. En esa época él estaba limpio. No quería ir a ningún estudio donde estuvieran fumando porros y terminamos en los de Philip Glass, donde nadie se droga.

Y con Eric Clapton.

Volvamos al bar de striptease, cuando Cream cambió nuestros conceptos sobre la forma de tocar música. Entonces yo pensaba que Clapton era el personaje más importante en mi vida. Si no hubiese sido por él y Cream, seguiría tocando en locales de striptease, donde las mujeres son guapas, te dan buen dinero y la vida es confortable, pero un día te levantas por la mañana con setenta años y sigues en el bar de striptease.

Pues hace no mucho, los que hacían mi página web, me dijeron que un tío de nombre Eric Clapton había llamado y que quería verme. Les dije: llamadle a ver quién es y, efectivamente, era él. Iba a Belgrado y quería ver si yo estaba por ahí en ese momento. Nos encontramos en el backstage de su concierto y, por supuesto, nunca le dije que era la persona más importante de mi vida, porque eso lo hacen las chicas, yo no, pero fue realmente muy emocionante.

Me dijo que Scorsese le había pasado mi primer disco y que desde entonces siempre los compraba. Nunca se me ocurrió que alguien como él pudiese escuchar nuestra música. Me preguntó si nos podíamos ver al día siguiente, antes de coger el avión, a tomar un café. Vino a mi estudio antes de ir al aeropuerto y no les dije a mis asistentes que iba a aparecer, se quedaron todos alucinando cuando lo vieron. Me cantó algunas canciones mías. Creo que a cada uno de nosotros algún día se nos cierran las elipsis, ese deseo que guardas desde hace tantos años al final se resuelve de alguna manera.

Mejor fue lo que me pasó con Ernesto Sábato. Cuando toqué por primera vez en Buenos Aires, me dijeron en el hotel antes de entrar que tenía una carta. La abrí y decía: «Muchas veces su música me ayudó en momentos de depresión, soy demasiado viejo para ir a su concierto, pero le deseo toda la felicidad en la vida. Firmado: Ernesto Sábato». Y dentro estaba el libro Alejandra, que precisamente era uno de los libros que robé del cuartel del ejército donde hice la mili, de los pocos que habían quedado en esa biblioteca porque entonces nadie lo conocía.

Le escribí una carta explicándole lo de la mili, cómo encontré su libro, que era una biblioteca enorme donde solo quedaban un par de libros que nadie quería robar. Después de eso le presté ese libro a mucha gente y luego se quedó en mi biblioteca personal. Pero cuando empezó la guerra, desapareció todo de mi casa de Sarajevo, incluidos los libros. Entonces ya no me veía con ganas para empezar una segunda biblioteca, pero con esa carta me entraron fuerzas, fue como una señal. Todo se puede volver a empezar por segunda vez.

Goran Bregovic para Jot Down 5

Fotografía: Guadalupe de la Vallina

De vacaciones por la España negra

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Picturesque Andalusia, una imagen de Ronda en 1902. Fotografía: Underwood & Underwood / Library of Congress (DP).

Pero esta suciedad hay que perdonarla; vale más taparse la nariz y seguir adelante, porque gracias a la falta de cuidado se piensa poco en demoler, menos en modernizar y jamás en restaurar; todo tiene cierta poesía para el artista: torrecillas truncadas, losas gastadas, goznes torcidos, la vejez en todo reinando siempre. (Darío de Regoyos, 1899)

La imagen estereotipada que se tiene de nuestro país ha cambiado notablemente con los años. A grandes rasgos, podríamos decir que por un lado tenemos la percepción a la alemana, la que considera que somos unos vagos, que no damos un palo al agua, que no trabajamos. Y por otro a la británica, que entiende que estamos todo el día de fiesta. Guitarra, palmas. Cachondeo, cubata, chiringuito y chupaíta al cristal.

La réplica a la escuela alemana es bastante fácil. Solo hay que llevar al que piense así a uno de los lugares donde más se trabaja en España, por ejemplo a Andalucía, y poner al caballero a recoger aceitunas. Sencillo.

Y al pensamiento británico, qué sé yo. Es cierto que sirve para que los chavales de ese país que nos visitan se tiren por la ventana del hotel a la piscina, en plan de fiesta, y se queden tetrapléjicos. O para que una joven entre en una disco y, en plan de fiesta, a cambio de una copa se ponga en mitad de la pista a chupar la polla a los presentes que tengan los problemas sexuales más profundos y oscuros como para ofrecerse voluntarios.

Pues hombre, no es nuestra cultura. Es verdad. Había una tira de Ata en el TMEO hace años que contaba que un amigo del dibujante, cuando estaba en la disco a determinadas horas, solía romper a gritar «Gratis, gratis, quién le quiere chupar la polla a un borracho gratis». En España nunca se ofrecía nada a cambio, solo amor del bueno, al contrario que esa copa de los británicos. Pero no debemos ponernos tiquismiquis con el choque de civilizaciones. Para una vez que los ingleses salen de sus islas para denigrarse a sí mismos en lugar de a los aborígenes pertinentes ¿vamos a poner el grito en el cielo? Estamos hablando del milagro fiestero español. Un hito en la historia.

Pero vamos, todo esto sería sin hilar fino, repasando lo que hay con brocha gorda, porque lo que comentaremos en esta entrega de «Busco en la basura algo mejor» es que antes estos estereotipos no eran así; antes no éramos vagos y festivos. Ciento y pico años atrás nos veían como todo lo contrario, como amigos de la muerte, enamorados de la oscuridad. Para los europeos con estudios éramos un país tétrico y de gentes macabras. Algo similar al estereotipo del México profundo que ya huele en el cine, pero a lo decimonónico. Es decir, a lo bestia.

De ello da fe el libro que nos ocupa, España Negra, donde el pintor asturiano Darío de Regoyos describe sus viajes por España a finales del siglo XIX con un turista belga, el poeta Émile Verhaeren. Visto con la mentalidad actual, se trata de un excepcional folleto para ahuyentar el turismo de por vida.

No obstante, Verhaeren era un turista. Uno de muchos europeos de aquel tiempo, europeos extravagantes y modernos, que se consideraban «españolistas» en plan hipster. Como cita Pío Baroja en el prólogo de la obra:

Contaba Darío su vida en Bruselas con mucha gracia, y las aventuras de un amigo belga, españolista, que por su entusiasmo por España iba con la capa y guitarra por la calle y decidió dejar su nombre flamenco y llamarse desde entonces don Alonso Fernández de las Castradas…

Los tipos estaban enamorados de la peor versión de España. De la superstición, del fanatismo religioso, del subdesarrollo. Y sintiendo la llamada de la oscuridad, como Verhaeren, venían a recorrer nuestro país. Regoyos, en este caso, ejerció de cicerone.

Una familia gitana en Granada, 1901. Fotografía: Library of Congress (DP).

Baroja explica al principio que Regoyos no era un hombre convencional. Cuando se compraba un traje, cuenta, se tiraba al suelo y se movía frenéticamente, como con espasmos. Al cabo de un rato retorciéndose se levantaba y, con el traje arrugado, decía: ¡ahora sí está bien! Era porque consideraba que la ropa debía adaptarse a él y no al revés. Un shock para todos los que asistían al baile. Aunque ahora podríamos considerarlo como un precursor del chándal.

Además, también señala don Pío que el pintor tenía cierta inclinación a retratar al óleo cadáveres de personas y animales, pero reconocía, riendo como un loco, que se debía a sus épocas neurasténicas.

Era un elemento este pintor asturiano, sí, pero tenía la cabeza bien amueblada. En la primera página del diario de viajes ya empieza citando involuntariamente al Facebook y lo patéticos que somos todos hoy en día con la obsesión por el turismo.

¡Oh, notarios, dentistas, fabricantes de biberones o jeringas que forzosamente necesitáis descansar vuestras posaderas en asientos bien mullidos y tener los platos emperejilados! Ellos y los ferrocarriles han vulgarizado la pasión de los viajes. Ahora son estos lujos que se paga uno en cumplimiento de la promesa que se hizo a la mujer o a los niños si son buenos. Del delicioso sueño que antes era ir a la ventura en busca de lo desconocido se ha hecho hoy una distracción metódica, uniformada para libro de memorias.

Ellos prepararon su viaje por España en los peores carromatos y diligencias. Pensaban dormir al raso si fuese preciso. Todo por la autenticidad.

El trayecto por lo que obsesionaba al poeta belga, la España negra, empezaba en el País Vasco. Recorrieron sus aldeas «construidas como a bofetadas contra las laderas de la costa». Alucinaron con las viejas «que parecía que habían asistido a la agonía de Cristo». Se colaban en los funerales y escuchaban los cantos de los fieles, que duraban horas, como un mantra con un órgano desacompasado. En los campanarios de Guipuzcoa se tocaba a muerto, pero se daban también cinco campanadas en la agonía. ¿Es necesario? Se preguntaba el pintor. Eso solo podía ocurrir en un país amigo de la muerte, se lamentaba.

Vieron también alguna procesión y Regoyos admiraba la talla grosera y desproporcionada de las imágenes «expresión torpe, pero qué penetrante», puesto que en España entonces empezaban a entrar esculturas modernas francesas, «insípidas imágenes de confitería», se quejaba.

Después se fueron a ver una corrida de toros a cuyo término todos los asistentes se dirigían al bosque a continuar la fiesta presenciando bailes antiguos eúskaros.

Que las fiestas vascongadas tienen un carácter tétrico por mucha alegría que les quiera dar. La dominante negra en los trajes, la seriedad en los bailes y cantos, el paisaje y aquel cortejo de alcaldes y curas presenciando los bailes como un duelo.

El baile de los domingos, que se suponía más alegre, asombró aún más al belga. Las mujeres donostiarras bailaban sin hombres. Decía que eso causaría risa en Flandes. Regoyos le explicó que era peor la Semana Santa vasca. Ahí sí que se respiraba tristeza. El no creyente no tenía dónde meterse en esas fechas. En los bares cerraban el piano y encima de las mesas de billar se ponían los tacos formando una cruz con las bolas en los sitios donde le pusieron los clavos a Cristo. Aviso a navegantes para que a nadie le diera por jugar, por disfrutar de algo, en Semana Santa.

Tras asistir a una procesión en San Juan de Gaztelugatxe en la que las personas les parecieron hormigas, decidieron coger una diligencia en San Sebastián para ir hasta Pamplona. El viaje lo hicieron con un gitano que fascinó a Verhaeren. Era un sacamantecas, un muy bello oficio.

Antiguamente, en las corridas de toros los caballos no llevaban peto. En la suerte de varas, lo corriente era que el toro los destripase. El ruedo todo lleno de intestinos empanados en albero, eso era arte y no lo de ahora.

Una corrida de todos en Sevilla, 1902. Fotografía: Underwood & Underwood / Library of Congress (DP).

Después de la masacre, este gitano iba a sacarle la grasa a los caballos, un producto muy valioso. Y por eso viajaba de fiesta en fiesta. De hecho, al poeta y el pintor no les extrañó cuando se lo encontraron en primera línea de la plaza de toros de Pamplona gritándole a la presidencia: ¡más caballos! ¡más caballos!

Y mientras tanto, el turista encantado:

Creí que el belga se asustaría como la mayor parte de los extranjeros; pero, muy al contrario, se ponía loco de entusiasmo, diciendo que eso era lo hermoso de las corridas; aplaudía más a los picadores vencidos por el toro y al jamelgo ensartado, que a una buena pica quedando el caballo sano y salvo. Su placer era la parte cruel de la fiesta: la sangre y los caballos patas arriba.

Muy bonito de ver. Por eso, después de la corrida, se fueron a echarle un ojo a los caballos muertos en un descampado:

Los chicos daban patadas o tiraban de la cola a los muertos del montón por ver si se levantaba algún penco, cerciorarse bien si no había alguno vivo; otros apretaban las heridas para hacer salir la sangre.

—Cosas de chicos le dije.

Y Verhaeren añadía: Cosas de España.

Pasaron la noche con los gitanos. A su campamento acudían los soldados andaluces que estaban haciendo la mili en Navarra para bailar y cantar, «para hacerse más la ilusión de que estaban en su país». Sin embargo, el gitano sacamantecas cuando se puso a cantar coplas en el corro todas hablaban de la muerte.

También asistieron a los Sanfermines, y Regoyos explicó que los naturales iban cada año con el mismo entusiasmo. «Para esto se necesita únicamente ser pamplonés», le explicó a su amigo.

La siguiente visita fue al cementerio de Zaragoza y sus lápidas con azulejos «tóscamente coloreados». Desde allí, cogieron un tren para Sigüenza. El compañero de vagón era un ciego, Verhaeven apuntó que en ningún país los había visto «de tan hermosa tristeza».

Castilla le pareció al turista como otro planeta. Regoyos siguió ejerciendo de guía, le contó:

La diferencia de líneas entre la distinguida raza vasca y la castellana es tan grande hasta en los mendigos que sabría uno diferenciarlos desnudos. Una vieja vimos en la que se reflejaban las miserias del país seco, de cerros pelados; en su cara pajiza y descompuesta se veían los colores de aquellos desiertos y las huellas de la vida de sufrimientos en tan duro clima. Sus arrugas conservaban la misma contracción sin duda de muchos años como sujeta por un resorte de tanto guiñar los ojos, luchando contra la luz fuerte; ese visaje que queda fijo en la gente que vive al sol, envejeciéndola antes de tiempo.

(…)

Vivir en las ciudades castellanas de ruinas es vivir en lo muerto, aunque sea una ruina con cielo azul.

Un pueblo desvencijado cayéndose a pedazos, sentenciaron sin más sobre Sigüenza. Cuando veía a alguien a caballo se lo imaginaban fácilmente con casco y espada. Y al llegar a Madrid, pensaron que todo era lo mismo, pero en pueblo grande. Decidieronn volver a ir a los toros, pero encontraron que por las calles los chulapos publicitaban un evento mucho más interesante, un criminal iba a ser ajusticiado con el garrote. «¡A dos reales al patíbulo!», gritaban para vender butacas.

En la capital el belga alcanzó el éxtasis. Las funerarias, lejos de estar escondidas discretamente de la atención del público, exponían sus productos a la vista de todos. Fue el punto culminante de su viaje, una funeraria con escaparte. Desgraciadamente, no pudo entrar al «pudridero de reyes», en el monasterio del Escorial.

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Lavanderas en el Puente de Toledo de Madrid, 1908. Fotografía: Underwood & Underwood / Library of Congress (DP).

De vuelta a su país, Verhaeren escribió emocionado que era necesario llevar gafas de vidrio color rosa para ver España en tonos alegres. Apoyó el texto en una serie de coplas que robó a los soldados andaluces en Pamplona. Ahí van las tres más refrescantes de la recopilación:

Yo quisiera ser el nicho
donde te van a enterrar
para tenerte en mis brazos
toíta una eternidad.

En el carro de los muertos
la vi de lejos venir
llevaba una mano fuera
por eso la conocí.

En un cementerio entré
pisé un hueso y dio un quejío
no me aprietes con el pie
que soy tu madre, hijo mío.

Regoyos se quedó bastante contrariado con esta aventura. Vio al poeta partir más triste de lo que había llegado, pero feliz por estar triste, explicaba entusiasmado que a eso venía a España. El pintor asturiano esperaba que el sol del país le hubiese alegrado el espíritu, pero el belga dijo al partir: «Por lo mismo que es triste, España es hermosa».

No obstante, pasaron los días y Regoyos siguió pensando en su extraño amigo. En el porqué de su pasión por lo siniestro de España. Una procesión, esta vez en La Rioja, acabó con sus dudas. Un pintor riojano, Paternina, se lo reveló como un secreto. «Hay una cofradía de disciplinares que se azota cruelmente, hasta correr la sangre, hiriéndose la piel con vidrios rotos. En pleno siglo XIX , casi en el XX, sucede esto». Fue para allá porque le costaba creerlo.

Era la Semana Santa en San Vicente de la Sonsierra, cerca de Haro. Hay que añadir, echen un vistazo al Google, que esa aberrante costumbre aún se mantiene. Esta vez, en pleno siglo XXI. A Regoyos le costaba creer que la gente se azotase a sí misma, en un cuadro de Goya había visto que antaño cada disciplinante golpeaba a un compañero, pero aquí no era solo eso.

El llamado padrino, un viejo con cara de Nerón, termina aquel terrible castigo haciendo brotar la sangre agolpada en las doloridas espaldas amoratadas a fuerza de zurriagazos, con un instrumento que pone los pelos de punta, una bola del tamaño de las de billar, hecha de cera y que contiene unos pedazos grandes de vidrios rotos, salientes y cortantes. De esta bola llamada «esponja» me dieron un ejemplar, y la operación o sangría la llaman picar; así tan en crudo; lo mismo que en las plazas se pican toros, en aquel pueblo se pican los hombres.

Lo irónico del tema es que los hombres que pasaban por este tormento voluntario luego eran un buen partido para las mujeres y considerado un valiente entre los hombres. Le contaron que un gobernador mandó en una ocasión a la guardia civil para impedir que la gente se castigara de esa forma, pero no lograron nada, porque se fueron todos a su casa y allí encerrados se zurraron lo mismo, todavía con más ganas. «Desde entonces no insistió el señor gobernador en ser caritativo».

Regoyos descubrió que cada año repetían el juego cada vez más motivados. El castigo era adictivo. Y si alguien se ponía enfermo en invierno, la curiosa sabiduría popular del lugar lo achacaba a que no se había golpeado lo suficientemente fuerte.

Se disiparon todas sus dudas. Concluyó la obra en mayúsculas con un «ESPAÑA ES NEGRA». Y como publicó el libro tras el desastre del 98, añadió: «Y si el poeta nos visitara ahora, nos encontraría a todos más muertos».

Niños de la calle en Madrid en 1896. Fotografía: Alfred S. Campbell / Library of Congress (DP).

Ricardo Rocha: bigote, mullet y autogoles

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Fotografía: Cordon Press.

Veranito de 1991. Felipe González todavía mola más que Henry Fonda. La URSS se cae a cachos. Comienza en serio la guerra de Yugoslavia. En septiembre ve la luz el Nevermind de Nirvana y la alegría se convierte en algo de mal gusto. Los grupos de música españoles abandonan el español como lengua vehicular. Llegan las camisetas XXL. Los walkmans, con auto-reverse. El tiempo medio de posesión de una Vespino antes de que te la roben alcanza los cinco meses. En el mundo del espectáculo los buenos modales dejan de comprender la oferta de una rayita de caballo cuando se está entre bastidores. Y el FC Barcelona es el mejor equipo de España. Trágico todo.

En 1991 no es que el fútbol fuese más romántico, es que era una cuestión de fe. No se televisaban todos los partidos. Lo que no venía en el Don Balón no existía. Se enteraba de cómo jugaba su equipo el que iba al campo. Al Bernabéu costaba mil pesetas en el segundo anfiteatro de pie, verlos entrenar en Plaza Castilla, cien. Pero a mucha de la gente que acudía a una u otra cosa, con sus bricks de vino y una distribución de las piezas dentales en clave de leninismo amable, bascular, las transiciones y los controles orientados, francamente, se la pelaban. Querían victoria, destrucción. Y el Madrid no se lo estaba dando.

El club tenía muchos y diversos problemas en la plantilla, pero el más notable estaba atrás. Tras la marcha de Óscar Ruggeri, don Predag Spasic no había dado lo que se esperaba de un central de 1,90 natural de Kragujevac, Serbia. No solo eso, Spasic será recordado para la posteridad por marcar el gol de la victoria del FC Barcelona en un derbi en el Nou Camp. Un remate certero, directo. Imparable. Solo se podía pasar más vergüenza ajena por esas fechas con VIP MAR, emitido desde Marbella por Telecinco.

La solución a ese problema, popularmente conocido como «la maldición del central», fue Ricardo Roberto Barreto da Rocha. Si no funcionaba buscar un defensa como mandan los cánones en la que fue la capital de Serbia durante la Primera Guerra Mundial, se volvía al viejo truco de coger a alguien con bigote. El pretexto, la excusa que dieron, fue que había hecho una muy buena Copa América con Brasil.

Los que completamos el álbum de cromos de Panini de Italia 90 le recordábamos porque salía mirando con cara de que alguien se estaba riendo de él o pensando que le habían puesto el himno muy bajito. Estaba como mosqueado. También, porque en el famoso cruce de octavos contra Argentina falló a puerta vacía en un córner, no llegó a rematar. Y por supuesto, por tener el honor de agarrar a Maradona e intentar tirarlo como fuera mientras el barrilete cósmico se sacaba de la manga un pase a Canigga para que marcara el gol de la victoria.

No era un jugador normal. Y tampoco lo fue en el Madrid. No sé si fue incluso peor que Spasic. Habría que medir con cuál de los dos nombres se ríen más alto los múltiples y bien pertrechados enemigos del Real Madrid. Pero bueno, en un principio, sobre el papel, aquello prometía. Robert Prosinecki, mejor jugador de Europa. Gheorghe Hagi, el Maradona de los Cárpatos. Y Rocha, el central de Brasil. Podrían haber pasado a la historia, pero a quien se recuerda es a Koeman, Laudrup y Stoichkov. Veamos por qué.

Cuentan las crónicas que Rocha fue de lo mejorcito de su equipo, por no decir lo único presentable, en el inicio de la temporada 91-92. Buen partido en Cádiz, contundente contra el Valladolid —aunque quedara eclipsado por la salvaje agresión de Valderrama a Míchel golpeándolo con los genitales en la palma de la mano—, y el mejor contra el Slovan de Bratislava junto a Buyo, lo que demostraba, entre otras cosas, que el equipo se estaba defendiendo demasiado.

Así lo entendió Mendoza, que rápidamente trajo de director técnico a su amigo el holandés Leo Beenhakker. «Haré el trabajo que hacía Molowny», «vengo a trabajar en la sombra», «nunca seré el entrenador», declaró. Y en fin. Ya saben.

Pero a Antic le defendían los resultados. Contra el Barça en casa, por ejemplo, se dejó una impresión bastante decente aunque se empató a uno. Robert Prosinecki marcó el gol del Madrid de falta. Rocha aquel día jugó con gripe y solo aguantó la primera parte. El equipo se hundió en cuanto se fue. Pero aparte de una serie de yoyah bastante interesantes, dejó detalles como anticiparse a Stoichkov y dejársela de tacón a Chendo.

Eso no se veía habitualmente por aquellas fechas. Y menos en Madrid, donde el fútbol no es para reír. De hecho, diez minutos después del taconcito, don Michael Laudrup con toda la clase y la elegancia que le caracterizaban, le pegó una patada en la boca a Rocha llegando por detrás de inigualable factura. Claro, porque antiguamente los taconcitos tenían un precio en sangre y eso lo sabía hasta el mago danés. Aunque Rocha manco no era y cinco minutos después volvió a derribar a Stoichkov con una entrada directa al talón y en el lance, de paso, se tiró de culo sobre su cabeza. Qué bello era el balompié entonces.

Con aquella inyección de moral, ver que el campeón no estaba para ganar al Madrid, el equipo fue tomando forma; forma rocosa, concretamente. Rocha daba palos detrás, pero por delante tenía a gente seria que jugaba circunspecta como Milla y Fernando Hierro. El malagueño mandaba y marcaba cada jornada, explotó como futbolista. Los amantes del fútbol feo y desagradable, del vencer poniendo mueca de asco, de que se contabilicen los goles y las bajas, estábamos de enhorabuena, pero desgraciadamente, el que mandaba, Ramón Mendoza, no.

Al presidente se le puso en las narices esa ordinariez de «jugar bien». Iba de esteta. Debió de pensar que aún estábamos en los ochenta, en los años de la beautiful people, las hombreras y los socialistas expertos en vinos franceses. Declaró expresamente que la plantilla era muy buena y que por eso se iba líder, no por Antic, el entrenador. Luego regó esas palabras con vino francés de ese, pero no adelantamos acontecimientos.

Por entonces, Rocha, silenciosamente, nos demostraba de qué pasta estaba hecho. Jugaba partidos muy completos, era insuperable, pero en Riazor, por ejemplo, en el minuto uno dejó solo a Claudio Barragán, que no supo agradecer el favor. Tenía esos detallitos e iban llegando por goteo, como cuando empieza a llover. Pese a todo, tras ganar por dos a cero al Mallorca, la defensa del Real Madrid era la menos goleada de la era Mendoza.

Un dato que contrastaba con la irregularidad del equipo, capaz de palmar contra el «Neuchatel de los egipcios», —Hany Ramzy, Ibrahim Hassan y Hossam Hassan y a los pocos días meterle cinco al Español en Sarrià ante la atenta mirada del serbobosnio Dusan Mijic, integrante de la Vojvodina que le chuleó el campeonato yugoslavo 88-89 al Estrella Roja y el Hajduk Split. Pero esa es otra historia. Aquel día Milic le cedió amablemente un balón a Míchel para que marcara y a final de año fue pasaportado al Palamós con un lacito. El caso es que el Madrid cuando parecía que molaba, pinchaba.

Mendoza entonces hacía chistecitos. Dijo un día «Antic, en el descanso de este partido, no está cesado, al término del encuentro, ya hablaremos». Nadie como él y su fina ironía para transmitir tranquilidad a la plantilla. Rocha, por su parte, seguía siendo el mejor del equipo junto a Hierro. El brasileño en Atocha se marcó un partidazo ante la Real Sociedad de Oceano, Carlos Xavier y Kodro, que era la sensación de los resúmenes del domingo. La crónica del Mundo Deportivo fue muy descriptiva:

El brasileño estuvo infranqueable en todo momento, aunque para ello tuviese que recurrir al juego duro; la máxima «puede pasar el balón, pero nunca el jugador» la siguió al pie de la letra.

En la capital estábamos orgullosos de él. No le faltaban recursos. No pedíamos más. En la vuelta contra el Neuchatel, donde se marcó un autogol el egipcio Ibrahim Hassan, Rocha dijo que como en la primera parte lo vieron crudo, en el descanso «rezaron mucho» y «surtió efecto». Encima «Dios con nosotros», como en la hebilla de los cinturones de la wehrmacht.

Cuando no debió de rezar fue contra el Atlético de Madrid. Venían de dos empates, contra Zaragoza y Oviedo, y ganar al vecino era una necesidad acuciante. Rocha hizo, en sus propias palabras, su peor partido con el Real Madrid. Luis Aragonés destrozó a la defensa blanca con sus jugadas de estrategia. En el gol de Manolo falló Rocha y Futre, al que debía marcar, se lo pasó pipa los noventa minutos.

Ricardo Rocha en el Real Madrid. Foto: Cordon Press.

Ricardo Rocha en el Real Madrid. Foto: Cordon Press.

Finalmente, Antic se fue a la calle. Iba líder, sí. pero perdió en Valencia, el Madrid ganó al Tenerife en casa pidiendo la hora y empató a uno con el Cádiz. Demasiado para Mendoza. Nada más ser despedido, el serbio fue a consolarse a casa de su amigo y excompatriota Robert Prosinecki, lesionado de gravedad, como todo el mundo recuerda, e iniciándose en el mundo de la noche de una de las ciudades más divertidas de Europa en aquel momento. Seguro que se enchufaron unas rakijas diciendo barbaridades irreproducibles sobre el club y su máximo mandatario. Tenían al Barcelona segundo a tres puntos. El serbio ese año había logrado una racha de veinticinco de veintiséis puntos posibles en trece jornadas, pero lo mandaron a casa. La situación era como para cabrearse.

Con Benhaker pronto se dejó ver el «buen fútbol», el «jogo bonito» y todas esas cosas. Derrota contra el Valladolid de los colombianos y nuestro amigo Engonga y derrota contra el Sevilla. Rocha fue claro y meridiano con los periodistas: «Somos un mal equipo».

Al Nou Camp se fue como al matadero. El Barça estaba crecido y el Madrid era un hazmerreír. A los pocos minutos, Koeman clavó un obús de falta como pocos se recuerdan. Rocha estaba desbordado, más perdido que una rana en el mar, pero, mira tú por dónde, el que apareció fue Butragueño. Se hizo una jugada excepcional por la izquierda, metió un pase medido a Hierro quien fusiló a Zubizarreta literalmente, porque la pelota le golpeó en el esternón al vasco como una bala, aunque el rebote fuera luego para dentro. Cómo lo gritamos en la meseta. Y para que se hagan una idea del paso del tiempo, en el momento del gol, yo estaba jugando al Hyper Olympic en MSX en casa de un amigo con el partido puesto en otra tele.

No estaban muertos. Quedaba mucha liga. ¡Arriba los corazones! El Real Madrid salió muy reforzado de ese empate a uno, pero a los pocos días llegó un rival de cierta entidad y Ricardo Rocha demostró por primera vez, ya a las claras, su don para lucirse en las grandes ocasiones. Era el Torino; el Torino de Rafael Martín Vázquez, el hijo pródigo, que nos había abandonado por un saco de monedas. Otra audacia de Mendoza.

En la ida se ganó 2-1. El paisano de Rocha, Walter Casagrande, marcó el 0-1. Fue un espantajo de gol. Habría sido feo hasta en un San Mamés una tarde de niebla y lluvias torrenciales. Lentini chutó sin ángulo, raso, a la base del palo y no me pregunten qué hizo Buyo porque aún no lo sé. El balón bailó ska por encima de su cuerpo, le cayó a Casagrande dando botecitos y la enchufó a placer. Rocha era su marcador. Ría aquí.

La rueda de prensa fue memorable. Doce aficionados del Torino fueron agredidos en las puertas del estadio, a uno le rompieron el peroné, y al autobús del equipo se le apedreó y se le rompieron las lunas como mandan los cánones en los pueblos de boina calada hasta las cejas. El jefe de prensa italiano le espetó a Leo Beenhakker «¡Los españoles sois unos animales!». Y el holandés, metido súbitamente en la piel de un español cual general de la Rovere, replicó: «El Torino ¡a tomar por culo!».

De menos risa fue a que a las dos de la madrugada, en el kilómetro 161 de la N-V, un camión cargado con troncos perdió el control y la carga cayó por toda la carretera. El coche en el que volvía a casa de ver el partido Juan Gómez «Juanito» esquivó los troncos, pero no a un camión portugués que se había detenido. La leyenda blanca perdió la vida en el acto.

En el partido de vuelta, Rocha fue el más desafiante de los blancos. «Los del Torino no son más hombres que nosotros», dijo a los medios. Hombres tal vez no, pero como futbolistas, Lentini se coló por la derecha nada más empezar, centró al área y ahí apareció Ricardo Rocha para despejar de chilena o tijereta o no se sabe qué. Es cierto que si no despejaba venía Casagrande por una autopista para rematar a placer, pero es que despejó a la escuadra donde no podía llegar Buyo. No, coño, no.

Con eso ya estaban clasificados, pero por si acaso, el belga Enzo Scifo tocó para Rafael Martín Vázquez, el tío bigotes abrió para Lentini y el bueno de Gianluigi la volvió a liar. Se internó en el área, sorteó a Chendo con un regate que, geométricamente hablando, digamos que la línea que unía el centro de cada uno de sus testículos en ningún momento dejó de estar en paralelo con la línea de tierra, centró a Fusi; y este hombre, como era su obligación, tiró a puerta con toda su alma y ahí estaba de nuevo el dúo cómico. El balón pasó por entre las piernas de Rocha y Buyo, volviendo de donde había dejado Lentini a medio Madrid clavado, intentó pararla con el pie dando una patada al aire inverosímil. Si el aleteo de una mariposa en Londres puede provocar una tormenta en Hong Kong, solo diré que tras la acción de Buyo hubo dos seísmos de 7,5 en Estados Unidos. Pueden preguntárselo a Google si no se lo creen. Y de propina, el Barça se calificó esa semana para la final de la Copa de Europa en Wembley.

En la prensa se empezó a comparar a Rocha con Spasic por eso del autogol en un momento clave, aunque se reconocía que se había mostrado muy seguro durante todo el año. Mano a mano con Sanchís, habían permitido que Hierro se preocupara de atacar en el centro del campo con notable éxito y, la verdad, era cierto. Era un central excepcional. Aunque hay que decir que el principal activo de Rocha como defensa era su temeridad. Se iba al suelo con facilidad y violencia en cuanto tenía a alguien enfrente. Los antimadridistas dirán que como era merengue podía hacer todas esas guarrerías y lo mismo llevan razón. De hecho, si no lo he soñado, Núñez se quejó de que entraba con los dos pies por delante y se refirió a él como «negrito».

En el último tramo de liga, las diferencias entre Madrid y Barcelona nunca se agrandaron. Una semana, un gol de Alejandro Rodríguez López, natural de Albacete antes de que ser de Albacete fuese cool balompédicamente hablando, dio al Real Burgos un empate a uno en el Nou Camp y el Madrid lo tenía todo de cara. A la siguiente, Marius Lacatus le clavaba un gol a Buyo por entre las piernas de Miguel Porlán Chendo y volvía la igualdad.

Sin embargo, con todo en contra, el Madrid acabó fuerte, con buen tono. En dos partidos memorables de Rocha, los blancos ganaron al Atlético y al Valencia. Ya solo había que ir a Tenerife y ganar. ¿Fácil, verdad?

Buen rollo no había en el equipo. Rocha dijo a la prensa «hay un par de jugadores en el Real Madrid que están como muertos». Se refería tal vez a Milla y Luis Enrique. Pero daba igual. En Tenerife, Hagi marcó uno de los goles del año, el Madrid se puso 2-0. La liga estaba ganada. Solo había que dormir el partido. Telemadrid estaba echando una corrida de toros e interrumpía la emisión para poner los goles. En las Ventas estaban más pendientes del fútbol que de la lidia. Todo era fiesta. Emoción. Y tanto.

Porque, ay, Estebaranz acortó distancias. 2-1. Y llegó el desastre. Pizzi se fue por la derecha, chutó a puerta de mala manera y Rocha, que estaba cubriendo a Pier, despejó con todas sus fuerzas… dentro de la portería. Casi revienta el balón de la hostia que le dio. Empate. Y en pocos segundos, derrota, aunque omitiremos cómo fue la ejecución del 3-2 por si nos están leyendo niños. Lo relevante es que Ricardo Rocha, nuestro Rocha, la volvió a cagar en el momento más importante.

En cualquier caso, la Revista Real Madrid le dio el premio al jugador más destacado de la campaña. Y la derrota contra el Atlético en el Bernabéu en la final de Copa del Rey, con goles de Futre y Schuster, afortunado él, se la perdió.

Nadie la tomó con él. En la Ciudad Deportiva la gente pitaba a Míchel y a Sanchís. Se estaba gestando aquello del «menos millones y más cojones». Y finalmente, de esta temporada, cabe destacar las declaraciones de Chendo analizando lo sucedido: «El Barcelona ha ganado la liga porque ha quedado campeón». Ni Baudelaire.

A poner orden llegó Benito Floro, el nuevo Arrigo Sacchi, anunció Mendoza a sus palmeros. Llegó Zamorano. Se esperó a Prosinecki, que volvía de la recuperación. Se mantuvo a Rocha y se echó a Hagi, tal vez porque era demasiado bueno y los demás se ponían tristes, no se sabe aún a ciencia cierta. De todas formas, solo podían jugar tres extranjeros.

La temporada 92-93 fue la de la eclosión del Superdépor y la llegada a nuestro campeonato de un Diego Armando Maradona con la mente más puesta en las escalas del bergantín-goleta de la Armada Española, Juan Sebastián Elcano, que en el fútbol. Pero todos estuvimos pendientes de él cada semana.

El Madrid comenzó como era Floro, frío. Aburrido. Y también irregular. En la UEFA empató a uno con la Politécnica de Timisoara y Rocha volvió a demostrar con sus declaraciones que había muy buen rollo en la plantilla:

Tenemos que cambiar la manera de actuar porque hemos jugado contra un equipo de tercera categoría y, en la segunda parte, nosotros hemos sido de cuarta. Debimos ganar 0-3 y a punto hemos estado de perder por ese resultado. Este ha sido el peor partido desde que estoy en el club. No hace falta que hablemos los jugadores, todos sabemos qué pasa aquí. El Real Madrid le tiene que echar cojones y no se los echa.

Deberían haberlo escrito en la pared del vestuario. Se metió a la grada en el bolsillo. Cosa que era lo mejor que podía hacer, por otra parte, porque ante el mencionado Superdépor quizá se metió el mejor autogol de toda su carrera. Minuto ochenta, un centro del Deportivo al área, suavecito, y lo cabeceó al hueco. Impecable. Mejor que Spasic. Como los mejores rematadores británicos de antaño. Y antes, el anterior gol del Dépor fue un centro de Hierro atrás que dejó pasar Rocha al portero inexplicablemente, la recogió Bebeto muy agradecido y empató. Perder, vale. La charlotada ¿por qué? ¿para trastornar a los niños?

Lo gracioso es que ese año, jugando en horizontal como jamás haya hecho un equipo, —el Madrid recordaba a lo que se encontró Homer Simpson el capítulo en el que fue a ver un partido de fútbol— al final se hizo una temporada bastante decente. Al Barcelona se le ganó en casa. Al Sevilla de Maradona se le metieron cinco. El equipo estaba arriba. Con un juego espectacular que llenó las canchas de baloncesto y balonmano de la capital, pero arriba.

No obstante, las desgracias fueron llegando como siempre le pasa al Madrid cuando se muestra burbujista, esto es, al primer cruce con un equipo serio. Fue en la UEFA, contra el PSG. En el Parque de los Príncipes cayeron cuatro. El primero de córner, con Rocha en el primer palo. En el segundo poco pudo hacer, en la repetición a cámara superlenta se le ve como espectador privilegiado asistir a todo un rondito. En el tercero, se comió un amago y salió volando. Y en el cuarto, otra vez le tocó disfrutarlo en primera fila. Fue una carnicería.

Al final de la temporada, el Madrid logró eliminar al Barcelona en las semifinales de la Copa del Rey. Fue el último gran partido de Rocha vestido de blanco. Pero, ay, había que volver a Tenerife. Rocha fue baja por una rotura de fibras. Mendoza ya le había dicho que no seguiría en el Real Madrid. Los Ultras Sur hicieron un mural gigante con su caricatura pidiendo que se quedase. «Rocha se queda, Rocha no se vende», coreaban. Como por lo visto no estaban convencidos de que este gran defensa y mejor persona era un gafe se mirase por donde se mirase, el jugador declaró a la prensa: «Seremos campeones en la última jornada». Casi, casi. Dos goles, dos, le metió el Tenerife al Madrid. Dos a cero.

Y así, con muchísimo cariño, sin acritud ninguna, hubo que decirle adiós a este señor. Siempre le hemos tenido estima. Entre otras cosas, porque su plaza de extranjero la ocupó Claudemir Vitor Marques, natural de Mogi Guaçu, y aquello ya fue porno duro. Lo contaremos otro día.


Alte Kameraden der SS mit Smoking und Sonnenbrillen… und anderen Fotos des ehemaligen Deutschland

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Versión en castellano

Die Krise hat eine gute Seite. Es kommt niemandem mehr merkwürdig vor, dass ein Spanier Freunde in unterschiedlichen Ländern hat. Dank der Arbeitslosigkeit, die sie vertrieben hat, kann man günstig Tourismus machen und sie besuchen. Dabei geht es uns allerdings noch nicht so wie den Ex-Jugoslawen. Sie mussten ihr Land zwar wegen blöder nationalistischer Kriege verlassen, dafür sind sie aber so zahlreich in aller Welt verteilt, dass sie eine ganze Weltreise von Cevapcici-Grillparty zu Cevapcici-Grillparty machen könnten. Doch schon bald werden auch wir nachziehen! Es geht uns momentan nicht schlecht, jeden Tag werden wir mehr, vergrößert sich unsere Basis. Mehr Diaspora. Super!

Unter diesen Umständen ist Deutschland ein Land, in dem jeder eine Menge Freunde hat. Der Fall, der uns heute in der Folge von „ich suche im Müll was Besseres” beschäftigen wird, dreht sich um Martín und María José, ein Paar, das seinen Lebensunterhalt in Kassel verdient. Wir haben uns letztes Jahr in Berlin getroffen, und ich habe so einige spannende Berichte gehört – über ihr Leben in diesem Land zwischen Bier, türkischem Essen und alternativen Barfuß-Leute. Zum Beispiel musste Martín einmal eine Lederfabrik besuchen, dabei stieß er in einem Zimmer auf eine Menge Gasmasken, alle noch unbenutzt, beziffert und alle auf einem Haufen neben der Wand. Sie waren da seit dem Zweiten Weltkrieg. Und was noch bessere war, auf anderer Wand gab es ein Graffiti. Und zwar stand dort: „Salamanca, Kunst, Wissen und Stier”. Das wiederum war sicherlich nicht von den Nazis, vielmehr war das wahrscheinlich ein Überrest unseres Aufenthaltes der sechziger Jahre.

Gut war auch eine Geschichte von María José. Sie hatte einen Herrn in Kassel kennengelernt, der Eigentümer vom „Foto Motel”. Dieses Haus ist voller Fotos, alter Fotoapparate, antikem Spielzeug; sogar ein Klavier steht da. Es ist quasi ein Museum. Er heißt pitze Eckart (geboren 1949, in Iserlohn) und er und seine Frau Elfi sind Künstler. Sie veranstalten im Wohnzimmer ihres Hotels Experimentalmusik-Konzerte und so weiter. Das eigentlich spannende war aber, was sie mir über seine Fotoarbeiten erzählt haben.

Ende der 2000 Jahre haben zwei Museen, eins aus Erfurt, in der ehemaligen DDR gelegen, das andere aus Bad Arolsen, Westdeutschland, zusammen ein Fotobuch publiziert: „West Menschen/ Ost Menschen”. Alltagsbilder von beiden Seiten des Eisernen Vorhangs.

Sie haben mir einige Bilder geschenkt, und die Geschichten hinter den Fotos, die pitze Eckart ihnen erzählt hat, waren schlicht unglaublich. Unglaublich genug auf jeden Fall, um sie hier zu bringen. Hier sind einige der Fotos vom „West-Teil” dieses wunderbaren Buchs und, exklusiv für dieses Blog, seine Erzählungen. pitze Eckart redet.

Alte Kameraden‘, Hillershausen, 1981

„Das ist die Silber-Hochzeitsfeier von diesem Mann hier (er zeigt auf den Mann in der Mitte), und er war unser Vermieter. Ich hatte im Korbach eine Stelle im Jugendhaus und die Elfi, meine Frau, hat sich in die dortige Schule versetzten lassen, wir haben eine Wohnung gesucht und haben dann außerhalb von Korbach auf dem Dorf ein Häuschen gemietet. Unsere Vermieterin war eine sehr nette Frau mit einem riesengroßen blinden Ehemann. Er war bei der SS gewesen aufgrund seiner Körpergröße. Also, er war in dem Sinne kein schlechter Mensch. Er war offensichtlich vor allem aufgrund seiner körperliche Merkmale der SS zugeordnet worden.

Also er hatte einen schlechten blinden Hund, der bloß dauernd unter Lastwagen gekrabbelt ist und sich dort versteckt hat. Der Mann hatte auch einen Tick. Wenn es geregnet hat, dann ist er in den Garten gerannt, hat eine Gießkanne genommen, Wasser eingefüllt und gegossen.

Zurück zur Silberhochzeit: Diese drei Personen auf dem Foto sitzen also für sich und starren diese Silberhochzeitsgesellschaft an. Und ich hatte sonst nichts weiter mit denen zu tun, sondern es hieß schlicht „Ja, wir haben Silberhochzeit, machen Sie bitte ein Paar schöne Fotos davon, Herr Eckart”.

Sie sind blind. Deswegen heißt das Foto auch „Alte Kameraden”. Sie sind von den Russen zum Minenräumen eingesetzt worden. Das so eine Art Strafbataillon. Man hat gesagt: „Das sind die übelsten unter den Soldaten, und sie sind jetzt bei uns im Kriegsgefangenschaft, und sie kriegen jetzt diesen Bereich.” Der Begriff „Strafbataillon” kam eigentlich von den Nazis mit dem „Strafbataillon 999” für besonders gefährliche Fronteinsätze.

Das muss so eine Granate gewesen sein. Das gab es nach dem Krieg häufiger. Ich habe das auch als Schulkind erlebt, dass ein Kind bei uns aus der Schule was gefunden hat und weil es so schön glänzte, aufgeklopft hat. Und dann war es eine Granate, und beide Hände waren ab und das Gesicht vernarbt.

Korbach ist in der Nähe von Bad Arolsen, und Bad Arolsen ist ja ein Fürstentum, und Fürst Josias, der eigentliche Chef des Hauses Waldeck war leider von der SS-Totenkopfdivision gewesen und war oberster Polizeichef, zuständig für Thüringen und Hessen, somit auch Chef vom Buchenwald, und er ist auch bei dem ersten Kriegsverbrecherprozess dann auch verurteilt worden. Dann aber wegen seines schlechten gesundheitlichen Zustands sehr schnell entlassen worden. Er war in Dachau und war dann wieder schnell im Schloss Schaumburg an der Lahn, das der Familie Waldeck gehörte.

Waldeck ist schon ein besonderes Stück Deutschlands. Es war das letzte Fürstentum, das es in Deutschland gegeben hat. Ein sehr, sehr kleines Fürstentum mit einem großen Schloss von einer Fürstenfamilie, die auch heute noch da ist und der größte Grundbesitzer in der Region ist. Diese fürchterliche Geschichte hält die Familie aber ganz zurück. Es kann kein Wissenschaftler irgendwelche Informationen von dieser Familie erlangen und sie taufen ihre Kinder auch weiterhin mit Namen wie Wittekind. Das hat auch lange Jahre dazu geführt, dass diese SS-Totenkopfdivision ihre Kameradschaftstreffen regelmäßig in Arolsen hatte. Da hat auch lange Zeit niemand Anstoß dran genommen. Es war ein brauner Hintergrund für die Gegend Waldeck“.

MutterKind‘, Korbach, 1979

„Das Besondere an dem Foto hat nichts mit dem Foto oder der Aufnahmesituation zu tun. Ich habe damals in einem Jugendhaus gearbeitet, in einer städtischen Einrichtung und hatte das Foto bei mir im Büro groß an der Wand. Die Problematik dahinter ist nämlich die des Stillens.
Es war damals in Deutschland absolut unmöglich, dass eine Frau in der Öffentlichkeit gestillt hat. Es war im Krankenhaus eine Selbstverständlichkeit: Das Kind kam zur Welt und wurde sofort auf die Säuglingsstation gebracht, die Frau war im Krankenzimmer, und die Babys wurden von den Säuglingsschwestern gestillt. Und wenn man dann selber stillen wollte, war das ein Kampf. War das ein richtiger Krieg. Es wurde immer sofort gewogen und gesagt „ja, ihre Brüste sind zu klein. Sie haben nur 30 Gram und es müssen noch 50 sein. Jetzt müssen wir 20 Gram mit dem Fläschchen hinterher”.

Und das andere war, wenn wann später in ein Restaurant gegangen ist, und das Kind wurde unruhig, dann wurde man auch unruhig und dachte was machen wir denn jetzt. Eigentlich müsste sich die Frau fürs Stillen unter dem Tisch verstecken. Und als Protest hatte ich das Bild in meinem Büro und da kam auch der Leiter vom Bauhof herein ins Büro. Man war immer froh, wenn er kam, um irgendetwas bei uns zu reparieren und dann sagte er so:
-Oh, was hat die denn für Titten!
Und ich so:
-Ja, das ist meine Frau.
-Oh, Entschuldigung!“

rotzfrech‘, Iserlohn, 1979

„Der Hintergrund von dem Foto ist eigentlich der: 1970 aufgenommen, es ist meine Heimatstadt Iserlohn, wo ich zur Schule gegangen bin. Dort habe ich während des Studiums immer gejobbt als Briefträger. Da war ich einfach mal wieder unterwegs in den Straßen, in denen ich 10 Jahre vorher als Briefträger gearbeitet hatte und habe da fotografiert. Und diesen Mann kannte ich nicht. Der ist dann auf mich zu und er hat mich angespuckt. Irgendwie hatte er wohl das Gefühl, dass er mit ins Bild kommt. Ich hatte aber gar nicht vor Personen zu fotografieren und vielleicht hat es mir da gepasst, dass er gerade durch das Bild ging und ihm hat das nicht gepasst, und er ist auf mich zu und hat nach mir gespuckt.

Jeder hat heute irgendwie mitgekriegt, dass es eine Rechtsprechung gibt, die besagt, dass man Recht am eigenen Bild hat und dass man unter den und den Umständen mit aufs Foto kommt und dass man nichts dagegen machen kann. In den 70er Jahren war man noch nicht so sensibel. Also ganz tolles Beispiel: Du bist in den 70er Jahren auf ein großes Rockkonzert gegangen, wo durchaus eine Band gespielt hat wie „Emerson, Lake and Palmer”. Absolutes Weltspitzenniveau, gehörte in der Zeit zu den 20 Top Rockbands überhaupt und die Ordner haben dich nach vorne geholt und haben gesagt „hier hast du einen besseren Platz, kannst auch Fotos machen”. Heute machen sie Einlasskontrolle und nehmen einem den Fotoapparat weg. Da war es eine andere Situation“.

ZündholzMädchen‘, Korbach, 1979

„Das ist eine Werkstatt für Behinderte, und ich hatte mit dieser Werkstatt manchmal zu tun. Ich habe dann gefragt, ob ich da mal so eine Aufnahmeserie machen kann. Das sind Wachspapierstreifen und in die Wachspapierstreifen werden Streichhölzer eingesteckt. Deswegen heißen die Mädchen Zündholz-Mädchen.

Ich kenne sie nicht. Man kann das Einverständnis aber auch durch bloßen Blickkontakt einholen“.

documenta’, Kassel, 1982

„Ich kenne sie nicht. Die Situation ist erst mal die documenta und das Fridericianum. Wir haben in Korbach gewohnt und es gab so ansatzweise Punks. Ich war zuständig für ein Jugendhaus, und da wurden schon „Sex Pistols” und „Dead Kennedys” gespielt, und es gab Ansätze für eine Punk Bewegung.

Ich habe Pädagogik studiert und wollte eigentlich in der Gewerkschaftsbewegung unterrichten, aber das war politisch nicht so einfach, ich habe keine Stelle bekommen und bin ausgewichten ins Jugendhaus. Es gab im Zuge von dieser 80er Jahre Bewegung diesen Ansatz „die Jugendlichen verwalten sich selber”, und es gab Jugendzentren, die von Jugendlichen selbst organisiert wurden. Das hatte auf jeden Fall in dieser kleinen Stadt, Korbach, mit 30.000 Einwohner inzwischen, dazu geführt, dass dieses Jugendhaus total in die Brüche gegangen war, weil es in der Bevölkerung einen ganz schlechten Ruf hatte und demoliert war.

Ich kam ja eigentlich aus der gewerkschaftlichen Bildungsarbeit, wo wir für eine Wandzeitung Fakten gesammelt und mit einem theoretischen Raster Vorgehensweisen für Vertrauensleute oder Betriebsräte entwickelt haben. Und kam dann plötzlich in ein Jugendhaus, wo alle gesagt haben „wir wollen Disco”. Dann lässt man sie die Disco machen, und nachher sind alle Schalplatten geklaut, leere Schnapsflaschen liegen herum, und im Treppengeländer fehlen wieder ein Paar Stäbe.

Wir hatten auch eine Siebdruckwerkstatt und eine Fotowerkstatt. Ich habe neulich noch mal gelesen, es gab nie wieder so eine Zeit wie Anfang der 80er Jahre, als jeder so gut Bescheid wusste über Blendenöffnung und Bildweite und Belichtungszeiten wie damals. Es war ein Höhepunkt der Spiegelreflexkameras“.

Fertig‘, Dörnberg, 1980

„Das ist Henna, der rote Farbstoff, der man benutzt um Haare zu färben, und das war eine Wochenendfreizeit mit Jugendlichen auf dem Dörnberg. Der Dörnberg ist hier in der Nähe. Da war früher ein Landesjugendhof, eine Bildungseinrichtung, in der Jugendgruppen eine Einheit mit Übernachtungsmöglichkeiten hatten. Die Bestand aus 30 Zimmern, einer Küche und Arbeitsräumen.

Das hier war damals zu dem Thema „was für unterschiedliche Gruppierungen gibt es bei Jugendlichen: Punks, Popper, …” und die Jugendlichen sind noch mal verstärkt in so eine Rolle reingeschlupft, die ihnen nahelag. Dieses Mädchen hier hatte so eine gewisse Affinität zur Punk-Bewegung und hat dann sich übers Wochenende die Haare rot gefärbt und hat dieses „fertig Sein” richtig empfunden, was sie zu Hause bei ihren Eltern nicht so konnte“.

Überblick‘, West Berlin, 1980

„Das ist die Mauer in Berlin, und das war wie ein Kunstwerk von Dalí, eine surrealistische Situation. Da ist ein Podest aufgebaut ist, im Abstand von dieser Mauer, und von dort aus hatte man die Möglichkeit, in den Osten hinüberzublicken. Es ist eine Mischung aus Tourismus, Rechthaberei und politischer Bildung. Das war eher typisch für die West-Seite“.

„Ich habe mich jetzt einem Thema gewidmet, das wieder an Waldeck anknüpft. Waldeck ist eine naturnahe Gegend mit großen Buchenwäldern und Bächen, aber trotzdem ist es eine Landschaft, die von Menschen gemacht und geprägt worden ist, für die Wirtschaft im Wesentlichen. Mich interessiert diese besondere, sehr typische Aspekt, es ist eben nicht einfach Wildnis, sondern Landschaft, in der menschliche Eingriffe sichtbar sind. Ich habe mir zur Zeit drei Elemente rausgenommen: Alleebäume, Steinbrüche und Feldscheunen. Ich habe mir ein Smart gekauft mit einem Fahrradgepäckträger und ein E-Bike. Wenn ich mich dann mal freimachen kann, dann fahre ich nach Waldeck, dann habe ich mir entweder vorher Notizen gemacht, wo ein Steinbruch sein soll – also diese Unterlage über Naturschutzgebiete durchgesehen – und dann setzte ich mich auf mein E-Bike und fahre den Berg hoch und fotografiere. Vorher habe ich eine mit der Stadt Bad Wildungen abgemacht, dass ich die Fotos 2015 im Museum zeige. Aber ich merke, es tut mir gar nicht gut, wenn ich unter Druck bin und jetzt muss ich erst mal für mich fotografieren“.

Fotografie: pitze Eckart

Übersetzung: Dieter Stepner

Antiguos camaradas de las SS con esmoquin y gafas de sol… y otras fotografías de la vieja Alemania

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Deutsche Version

La crisis tiene sus cosas buenas. Ahora no es extraño que un español tenga a su pandilla dispersa por varios países. Gracias al paro que les ha echado puedes hacer turismo barato yendo a visitarles. No llegamos al nivel de los exyugoslavos, forzados a abandonar su país por las ridículas guerras nacionalistas y las crisis consecuentes, que pueden dar la vuelta al mundo de barbacoa en barbacoa sin dejar de comer ćevapi un solo día. Pero todo se andará. Por ahora no vamos mal, cada vez tenemos más bases. Más diáspora. ¡Bien!

Con este panorama, Alemania, como es normal, es un país en el que todos tenemos montones de amigos. En el caso que nos ocupa en esta entrega de «Busco en la basura algo mejor», hablaremos de Martín y María José, una pareja que se está ganando la vida en Kassel. Nos encontramos en Berlín hace un año y pude escuchar historias alucinantes de sus experiencias en este país entre cervezones, comida turca y tíos modernos que iban descalzos por la calle.

Por ejemplo, Martín un día tuvo que visitar una antigua fábrica de pieles por asuntos del curro y se encontró en una habitación un montón de máscaras antigás numeradas y sin usar, todas apiladas contra la pared. Desde la II Guerra Mundial llevaban ahí. Y lo que es mejor, en otra pared, al lado, había una pintada. Decía: «Salamanca, arte, saber y toros». Eso no era de los nazis, suponemos, era un vestigio de nuestro paso en los años sesenta como mano de obra barata.

Pero la historia buena era la de María José. Había conocido a un caballero en Kassel que era propietario junto con su mujer del Foto Motel. Un hotel lleno de fotos, juguetes antiguos, máquinas de fotos viejas, un piano… Todo un museo. Se llama pitze Eckart (1949, Iserlohn) y él y su mujer, Elfi, son artistas. Montan en el salón de su casa conciertos de música experimental, improvisación y rollos de ese estilo. No obstante, lo que más me interesó de lo que me comentaron de él fue uno de sus trabajos fotográficos.

(Click para ampliar)

A finales de los años 2000, se pusieron de acuerdo dos museos de Alemania, uno de Erfurt, ciudad de la antigua RDA y otro de Bad Arolsen, en lo que era la RFA, para sacar un libro de fotografías: West Menschen / Ost Menschen (Gente del oeste / Gente del este). Imágenes cotidianas a un lado y otro del telón de acero.

Me consiguieron un ejemplar y, ojeándolo, las historias que había detrás de cada fotografía que pitze Eckart les había contado me parecieron increíbles. Lo suficiente como para traerlas aquí. Estas son algunas de las fotos de la mitad correspondiente a la vieja Alemania Federal de este maravilloso libro y, «en exclusiva» para este blog, sus relatos. Habla pitze Eckart.

Alte Kameraden (viejos camaradas). Hillershausen, 1981. (Click para ampliar).

«Eran las bodas de plata de este hombre (señalando al del centro). Mi mujer y yo nos mudamos a Korbach para trabajar y econtramos una casita en las afueras. Nuestra casera era una mujer muy amable y su marido, que era enorme, era ciego. Había estado en las SS. Supongo que por su gran tamaño, no creo que fuera una mala persona. Era evidente por sus características físicas que lo alistaron en las SS.

Tenía un perro lazarillo muy malo que se escondía debajo de los camiones. El hombre también tenía la manía de, cuando llovía, coger una regadera, llenarla de agua y ponerse a regar las plantas del jardín.

De vuelta al día que saqué la foto, estas tres personas, que destacaban entre los invitados de la celebración, se sentaron en una mesa aparte. Yo no tenía, por lo demás, nada que ver con ellos, pero me dijeron: “son nuestras bodas de plata, haga por favor un par de buenas fotos, señor Eckart”.

Los tres eran ciegos, por este motivo se llama la imagen “Alte Kameraden” (viejos camaradas). Al final de la guerra, los rusos les obligaron a limpiar campos de minas. Era un batallón de castigo. Les dijeron: “ustedes son los más malvados entre los soldados y ahora que son nuestros prisioneros de guerra, van a encargarse de limpiar campos de minas”. El término “Batallón de castigo” venía de los nazis, del batallón de castigo 999, para tareas especialmente peligrosas en el frente.

Se debieron quedar ciegos por un explosivo, después de la guerra era frecuente. Cuando yo iba al colegio, un compañero encontró una granada y como vio que brillaba, la golpeó. Perdió ambas manos y le destrozó la cara.

Korbach está cerca de Bad Arolsen, un principado. El príncipe heredero, Josias, fue miembro de la Totenkopfdivision y era el jefe de la Policía de Thüringen y Hessen, así como jefe de Buchenwald. Estuvo en los primeros procesos después de la guerra y fue condenado, pero debido a su mala salud fue liberado al poco tiempo. Él estaba en la prisión de Dachau y se marchó rápidamente al castillo en Schaumburg an der Lahn, que era propiedad de la familia Waldeck.

Waldeck es un lugar muy especial de Alemania. Fue el último principado que tuvo el país. Un principado muy, muy pequeño con un castillo enorme para la familia principesca, que hoy todavía sigue allí, es la mayor terrateniente de la región y mantiene aún esta terrible historia en secreto. Ningún historiador puede investigar a la familia. Siguen bautizando a sus hijos con nombres como Wittekind (Viduquindo). Hubo muchos encuentros después de la guerra de camaradas de la SS Totenkopfdivision en el castillo… Y durante mucho tiempo nadie dijo que eso fuera un escándalo. Era, sencillamente, el “pasado pardo” de la región de Waldeck».

MutterKind’ (MadreNiño) Korbach, 1979. (Click para ampliar).

«Lo especial de la foto no tiene que ver con la toma ni con el encuadre. En aquel momento trabajaba en una casa de la juventud, en una instalación municipal, y tenía la foto en gran formato colgada en mi despacho. El asunto de la foto era la lactancia.

En aquella época en Alemania era absolutamente imposible que una mujer diera el pecho. En el hospital era normal que el bebé recién nacido fuera llevado inmediatamente a la sala de nidos y la mujer permaneciera en su habitación mientras que su hijo era amamantado por una nodriza.

Y si una quería amamantar a su propio hijo, era una batalla. Se pesaban los senos y te decían: «sus pechos son muy pequeños. Usted tiene solo 30 gramos y deberían ser 50. Tendríamos que añadir 20 gramos con el biberón».

Por otro lado, cuando por ejemplo ibas a un restaurante y el niño tenía hambre, pensabas ¿qué hacemos ahora? Era un tabú. La mujer se tenía que esconder debajo de la mesa a dar el pecho a su hijo.

Entonces, como protesta por todas estas situaciones absurdas, puse esta foto en la pared de mi despacho. A veces entraba alguien a mi oficina y era gracioso cuando decía:

—Menudas tetas tiene esta.
Y yo respondía:
—Sí, es mi mujer
—Oh, discúlpeme».

Rotzfrech (Descarado) Iserlohn, 1979. (Click para ampliar).

«Esta foto la tomé en los años setenta en la ciudad de la que provengo, Iserlohn, donde fui al colegio. Allí, durante mis estudios universitarios, trabajé como cartero. Había vuelto para fotografiar las calles donde diez años antes había trabajado. No tenía previsto fotografiar a personas, pero de repente, este hombre, al que no conocía, pasó por delante. Me propuse como fuera que saliera en la foto y, como a él no le apetecería, vino hacia mí y me escupió.

En aquel momento no había ninguna legislación aplicable a la fotografía. Ahora todo el mundo de alguna manera tiene interiorizado que hay una legislación que dice que se tiene derecho a la propia imagen y solo bajo unas circunstancias determinadas te pueden fotografiar.

En los años setenta la gente no era tan sensible. Te puedo poner un ejemplo: en esta década podías ir a un gran concierto de rock de Emerson, Lake and Palmer, que estaban en ese momento entre los veinte grupos más importantes del mundo, y los organizadores te llevaban delante del todo y te decían, “aquí tienes mejor sitio para sacar fotos”. Ahora hacen controles a la entrada y te quitan la cámara. Era otra situación».

ZündholzMädchen (chicas de las cerillas), Korbach, 1979. (Click para ampliar).

«Es un taller para discapacitados con el que estuve relacionado. Están con las tiras de papel encerado en las que se introducían cerillas.

No las conocía, se nota en su mirada».

Documenta (Documenta), Kassel, 1982. (Click para ampliar).

«Tampoco conocía a esa joven. La foto la tomé durante la documenta, delante del museo Fridericianum. En Korbach, que era donde vivíamos, había muchos punks. Yo era el responsable de la casa de la juventud y se escuchaba mucho a los Sex Pistols y los Dead Kennedys. Sí había un movimiento punk.

Estudié Pedagogía, pero lo que quería realmente era dar clases en el movimiento sindical. Como no era políticamente sencillo, no conseguí ningún puesto y acabé en la nueva casa de la juventud. En los años ochenta, se tenía la idea de que la juventud se autogestionaba, de que podían autoorganizarse, aunque fuera en una ciudad de treinta mil habitantes como Korbach. Pero el centro tenía mala fama entre los vecinos porque siempre había muchos problemas por excesos con el alcohol y peleas. Al final lo demolieron.

Llegué al centro después de que se fuera al garete. Lo curioso es que yo venía del mundo sindical, donde teníamos una estructura muy cuadriculada, con los enlaces sindicales y los comités de empresa. Fue sorprendente llegar de pronto a una casa joven donde todos decían ¡queremos una discoteca! Y se les dejaba hacer una discoteca de la que desaparecían todos los vinilos y se bebía un montón.

Transformamos la casa de la juventud en un centro de formación. Montamos talleres de serigrafía y fotografía. He leído recientemente que no ha vuelto a haber una época como esa, al principio de los años ochenta, donde todo el mundo conocía lo que era la apertura del diafragma, la distancia focal y el tiempo de exposición. Fue el punto álgido de las cámaras Réflex».

Fertig (acabada), Dörnberg, 1980. (Click para ampliar).

«No es sangre lo que tiene en la cara, es henna de color rojo, de la que se usa para teñir el pelo. Era un fin de semana que nos fuimos con los jóvenes a Dörnberg que está en las cercanías de Kassel. Allí había un centro juvenil del estado de Hessen, unas instalaciones educativas donde los grupos de chavales tenían la posibilidad de pernoctar. Disponían de treinta habitaciones, una cocina y espacios de trabajo.

Esta chica pertenecía a una tribu social. Los jóvenes se sienten más fortalecidos cuando están absorbidos por estos movimientos. Tenía afinidad con el punk, por eso se tiñó el pelo de rojo y aparentaba ese aspecto de estar acabada, que en casa de sus padres no hubiera podido tener».

Überblick (vista panorámica), Berlín Oeste, 1980. (Click para ampliar).

«Esto es el muro de Berlín, era como una instalación artística de Dalí, una situación surrealista. Había una plataforma separada a una distancia del muro desde la que se podía ver el lado este. Lo que hacían estos jóvenes era una mezcla de turismo, afirmación y formación política. Algo más típico del lado oeste».

Ahora me he propuesto realizar una serie de fotos que vuelve a estar relacionada con Waldeck. Es un trabajo que tiene que ver con la transformación del paisaje natural en paisaje cultural. Waldeck es una zona natural con grandes bosques de hayas y arroyos, sin embargo es un paisaje marcado por el hombre, fundamentalmente para la economía. Me interesa este aspecto que es tan típico, no es símplemente naturaleza salvaje, sino paisaje donde está la acción del hombre. De momento me fijado en tres elementos: las avenidas arboladas, las canteras y los cobertizos. Me he comprado un Smart con un portabicicletas y una bicicleta eléctrica y cuando tengo tiempo, con el hotel tengo poco, me voy a Waldeck, me informo previamente de dónde puede estar lo que me interesa, subo con la bicicleta las montañas y fotografío. Tuve un acuerdo con Bad Wildungen para mostar las fotos en su museo para el 2015, pero me doy cuenta de que no me viene bien trabajar bajo presión así que en principio estoy haciendo las fotos para mí.

pitze Eckart. (Click para ampliar).

Fotografías: pitze Eckart

Traducción: Dieter Stepner

Canciones para comer helado derretido sobre carne humana al final del verano

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Rick Nelson. Foto: Decca Records (DP)

Rick Nelson. Foto: Decca Records (DP)

Para acompañar la lectura del artículo, nuestra lista (casi completa) en Spotify

Si es usted como José María Aznar que para seis días en la playa se llevaba doce libros, le dejo que siga leyendo; se le acaba el tiempo y le quedan diez.

Si es usted de esa clase de personas muy preocupadas porque cuando siente arena de playa en el culo, el sol sobre su pecho desnudo y cierta brisa en la cara, le entran ganas de sexo salvaje: lea.

Si del mismo modo considera usted que la contaminación acústica de nuestro mundo moderno es insoportable, ya sea en bares, tiendas de ropa, sujetos en transporte público compartiendo tonadillas con el móvil y, por supuesto, en las playas donde ya hay hasta DJ, siga.

Si le pone de los nervios meter un cedé en la cadena y que las barritas de los ecualizadores formen un rectángulo perfecto; si usted no es sordo. Continúe.

Si en la playa le gusta comerse los helados derretidos sobre el aparato genital de su pareja, o la primera persona que pase por allí, puesto que es alguien muy simpático usted.

Si responde usted a este perfil ¡enhorabuena! Ha ganado un puñado de canciones. Cualquier parecido con un criterio musical es pura coincidencia. Se trata solo de goçar.

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Julie London – «Louie Louie»

Quién iba a decir que la mejor versión de todos los tiempos de la canción más juerguista de todos los tiempos parezca que esta mujer la esté cantando tumbada en un desafío sin precedentes al nervio ciático y con media docena de sol y sombras encima. La discografía de Julie London es en su práctica totalidad jazz de la mayor categoría, el jazz que nos gusta a los que no nos gusta el jazz, pero en el último disco de su carrera, Yummy, yummy, yummy se acordó de todos los que en la playa, después de pedir la cremita a su acompañante, ponen cara de perro Tristón y ruegan: ahora mastúrbame un poquito por favor, anda, por favor. Ocurrió en el año de Nuestro Señor 1969.

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Rocío Jurado – «Amores a solas»

Estuve el otro día buscando canciones cuya letra pudiera equipararse a esta obra de arte, Patrimonio Nacional del Reino de España. Hay canciones sobre masturbación, las hay también cantadas por hombres, pero lo más a lo que llegué fue a la cosa esa medio tétrica de Aute de «y nace un muerto» que… no sé. Porque hay muchos varones cantando muy sinceramente, desde lo más profundo, mostrando recovecos de su alma cuales jardines prohibidos y todo lo que tú quieras, pero tan transparentes y descarnados que son y no me suena que nadie haya tenido huevos de cantar una letra como esta de Rocío Jurado que, sin subterfugios, presume de masturbarse en la playa plácidamente un día cualquiera. Aconteció en su LP de 1979, penúltima de la cara B. Sí, hombre, el discazo que tiene «Como yo te amo» y «Señora».

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Los Boppers  «Soñando»

Con treinta años recién cumplidos, Johnny Burnette murió ahogado en un barco de San Francisco. Estaba bebiendo tranquilamente, pasando un día de pesca, cuando una embarcación chocó con la suya en circunstancias nunca aclaradas, se golpeó en la cabeza, cayó al agua y se ahogó. Se fue el «inventor del rock and roll» en 1954 y uno de los que lo comercializó más dignamente. Cuando Johnny Burnette fichó por Liberty le pusieron de productor a Snuffy Garrett. Un hombre, natural de Texas, que estaba empeñado en añadirle arreglos de cuerda o de viento a las canciones de los popes del rock and roll con la vil pero productiva intención de que le gustasen a más gente. Si se lo hizo a Eddie Cochran, luego no se cortó un pelo cuando trabajó con Johnny Burnette. «Dreamin’» fue compuesta por Barry DeVorzon y Ted Ellis, y querrían habérsela colocado a un cantante con más tirón comercial, tipo Cliff Richards o Neil Sekada, pero terminó en el repertorio de Burnette, que estaba buscando desesperado canciones donde pegasen violines, como le había dicho el jefe. El resultado es un hito de la historia del pop o del rock, como usted quiera, que marcaba el inicio de los sesenta. Como la canción debería ser de dominio público, ofreceremos su versión en español a gargantas de Los Boppers, uno de los primeros grupos de rock mexicanos. Nótese que la canción es más simple que un azadón y precisamente por eso es buena, porque puede cantarla cualquiera por sordo que sea. Ingiera dos litros de sangría, ponga a hacer coros a sus cuñados y cántela a pleno pulmón en la playa. Luego si eso pida a alguien que le masturbe.

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Julio Iglesias – «Meu amor é mais jovem que eu»

Parece un acertijo. La letra dice «Meu amor é mais jovem que eu» y el disco se llama «Soy». ¿Qué es? No hagamos chanza que luego llueven las denuncias, pero es que la letra cuenta amablemente una historia que parece la biografía del monstruo de Amstetten: «Recuerdo cuando niño, que en mi barrio nadie me hacía caso, que todos se reían, que decían: “Va a ser un solitario”. Y entrando ya en los años, cuando crees que tu otoño ha llegado, la niña que en mis brazos se mecía, de mí se ha enamorado». Sin comentarios. En lo estrictamente musical, pese al estribillo verbenero, la canción está muy bien. Y al final del verano, cuando uno ya no se hace preguntas, pues mejor. Se perpetró en 1973.

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Kenny Rankin  «Peaceful»

Amigo de adolescente del gran Dion Dimucci y después cantautor neoyorquino de guitarra y, como mandan los cánones en esta ristra de canciones, orquesta detrás. Incardinado entre el jazz, el folk de su país, la música brasileña y el pop, este verano se han cumplido cinco años de su muerte en Los Ángeles a los sesenta y nueve años por un cáncer de pulmón. Determinada clase de personas le conocerá muy bien porque fue el guitarrista en Bringing it all back home el disco de «traición definitiva» de Bob Dylan. Aunque paradójicamente esta canción, la que traemos aquí, haya sido considerada como la primera del soft-rock. La escribió en 1967. Fecha desde la cual, hasta 1981, fue alcohólico y drogadicto con esmero estajanovista. Quizá por eso su carrera no fue más brillante y conocida en todo el orbe. Esta letra habla de estar tranquilo, de que nadie se te apoye en el hombro ni te coma la oreja. Vamos, como nos gusta estar en la playa.

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Manolo y Ramón – «Un día pregunté»

Se hace mucha mofa hoy en día de las canciones del Dúo Dinámico. Tal vez le suenen ridículas a los sofisticados jóvenes de hoy. ¿Pero qué esperan los niñitos con el iPod lleno de mocos que hicieran estos dos señores en 1958, sesiones trance en un chill out ibicenco donde proponer un maridaje de espuma de rodaballo con un riesling alemán? Hombre ¡por Dios! Esta canción es de su etapa crepuscular. A finales de los sesenta, el dúo decidió renovar su imagen y se cambiaron el nombre por un sencillo, natural y desacomplejado «Manolo y Ramón», muy pantalón de pana todo. Con ese nombre sacaron dos discos, el segundo grabado en Londres en 1970 con George Martin —productor de los Beatles— en la mesa, ha tenido siempre gran reputación entre los conossieurs. Obviamente, yo quería poner aquí «Adiós al verano», pero me parece mucho más exuberante la cara B de ese single, «Un día pregunté», que no tiene nada que ver con el estío, pero me da igual. Cuenta la fonoteca que fueron capaces de adaptarse a la «música comercial fuerte y profusamente instrumentada». Yo creo que esta canción le da patadas a muchos himnitos del rock duro.

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Del Shannon – «It´s my feeling»

Se voló la cabeza con una escopeta el 9 de febrero de 1990. Tenía cincuenta años, estaba tomando prozac. Con la mili cumplida, Del Shannon se introdujo en el mundo de la música y lo petó con su primera canción, la famosa «Runaway», que contaba con un instrumento ideado por su amigo el pianista Max Crook y denominado con el sideral nombre de «musitron». Y, efectivamente, suena como se espera de algo así llamado. Fue uno más de la generación de los teen-idols destinados a comerse el mundo en los años sesenta, pero que quedó eclipsado con la explosión de los Beatles y demás amiguetes británicos. No obstante, todos sus discos de esta década son indispensables para seguir viviendo. Ideales para los amantes de los días soleados y los sabores dulces. Sumido en frecuentes depresiones, se ha dicho que siempre estuvo acomplejado por medir 1,52. Su estrella se fue apagando en los años setenta, pese a que figurones como Tom Petty quisieran rescatarle, hasta el día del triste suceso señalado. Esta canción es la que abre su disco Home and Away, inédito durante cuarenta años. Grabado en 1967 con músicos de sesión como John Paul Jones o Jimmy Page, no sé si les suenan, el trabajo fue descartado por Liberty antes de mandarlo a la fábrica y salió en 2006. Tan bueno como todo lo que hizo donde no falló nunca nada. Así como lo digo.

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Addrisi Brothers – «Time to love»

Time To Love by The Addrisi Brothers on Grooveshark

Hermanos e hijos de trapecistas, fueron un descubrimiento de Lenny Bruce, que los vio actuando en Los Ángeles en 1956 y les consiguió un mánager. Empezaron como dúo y alternaron el actuar con componer canciones para otros. Los setenta fueron sus mejores años con esa imagen de italoamericanos folladores, tipo Frankie Valli, y música ligerita. Lo curioso es que las canciones de las que sacaron más dividendos fueron composiciones hechas para televisión, como esta «Time to love» que fue la promo de la cadena ABC durante 1968 —tontos no eran los directivos de la tele y luego fue sintonía de una serie de televisión, Nanny & Professor. Yo la encontré en una recopilación de sunshine pop y me encanta. Poco debió faltar para que les dieran un papel secundario en Los Soprano.

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Ricky Nelson – «Don´t breathe a word»

Posiblemente el hombre más guapo de todos los tiempos, se subió a un avión en 1985, este se prendió fuego y palmaron todos. La coincidencia macabra es que la última canción que interpretó en directo fue de Buddy Holly, quien palmara también en un avión en 1959 en el que se conoce como el día en que murió el rock. Luego los rumores cuentan que Ricky volaba para celebrar la Nochevieja y que fue él quien incendió el pasaje fumando cocaína en base. Rumores, en los informes del accidente no dice nada de eso, aunque sí se publicó que en los cuerpos de los pasajeros, incluido Ricky, había trazas de cocaína. Sea como fuere, Ricky —posteriormente, cuando le salieron pelos en los huevos, Rick— fue sin duda el más bello entre los apuestos teen-idols de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Mi sospecha es que a él no le gustaba cantar, que querría ser astronauta u otra cosa, y siempre abordó las canciones sin ganas, porque fue su belleza la que le encadenó al micro y la guitarra sin quererlo queriendo. Vamos, que siempre espero algo más de él en cada corte, lo que no quita que tenga un material de primera. Esta playerísima canción es de 1964, cuando ya firmaba como Rick y pasaba de sonreír en las portadas de los discos porque era mu mayor mu mayor.

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Gene Vicent – «The day the World turn blue»

Murió de una úlcera sangrante de estómago, pero antes tuvo un accidente de moto en 1955 que le dejó cojo para toda la vida y otro en 1960, en un taxi, más conocido que el anterior porque en él falleció Eddie Cochran. Considerado con sus Blue Caps como lo más rebelde entre lo más chungo que hubo en los cincuenta, a mí lo que me llama la atención es el desconocimiento que hay de sus discos de finales de los sesenta y principios de los setenta. De su comeback, como dicen los entendidos. Cierto es que fue otro más al que la explosión de los Beatles se lo llevó por delante, pero el talento se mantuvo intacto y el saber escoger bien las influencias de lo que iba surgiendo, el olfato, le llevó a grabar elepés como el penúltimo, If you Could see me today, que son espectaculares. Que me aspen si en «Slow Times Coming» no reconocen a Rory Gallagher. La canción elegida es del último, de antes de fallecer hinchado y deprimido por los calmantes y el alcoholismo. Una cosa tierna, dulce y preciosa a pesar del estado en el que se encontraba.

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Crispian St Peters – «Changes»

Británico. Su nombre verdadero era Peter Smith, que muy convenientemente alteró a las primeras de cambio. Posiblemente, el artista del pop de los sesenta que mejor concepto tenía de sí mismo, y eso es mucho concepto. Tras su primer single, dijo que sería más grande que Elvis y que tenía más talento que Sammy Davis JR. La canción fue número 2. Con el segundo, comentó que era mejor compositor que Lennon y McCartney. Fue número 5. No contento con ello, profundizó en sus declaraciones y tachó la puesta en escena de los Beatles de basura por estarse quietos. El New Musical Express le denominó «el Cassius Clay del pop». Y los fans de los de Liverpool le pusieron una cruz que prácticamente hundió su carrera. Su tercer single, esta gema, este diamante, esta belleza inmortal que hemos traído a esta recopilación, ya fue número 47 en las listas. Tuvieron que darle tratamiento médico por depresión. Y cuando le echaron de Decca, tuvieron que ingresarlo en el hospital con una crisis nerviosa. En 1995 llegó el derrame cerebral.

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The Five Bells  «Moody Manitoba»

Antes de que en internet estuviera una buena parte de toda la música que se ha grabado en el mundo, me bajé de Soulseek esta canción de un grupo canadiense con solista femenina. No puedo describir lo que sentí. Era como en el anuncio de Mars, o de Twix, cuando echan el caramelo antes del chocolate. Raudo y veloz me puse el paypal por montera y me dirigí a comprar el resto de sus singles y elepés por eBay —no había forma de descargárselos—. Craso error. El resto de su material, sin ser una puta mierda, no le llegaba ni a la suela a esta canción, que es puro almíbar. A ustedes que son todos tipos muy duros que comen el melón pinchándolo directamente con el cuchillo esta canción les parecerá algodoncito azul celeste, pero otro de sus duetos de este tipo, «Stay Awhile» fue mandada a tomar por saco de las emisoras de radio por «demasiado erótica». Fecha de grabación: 1969.

Cinco segundos de vida en cuarenta años de República Democrática Alemana

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Deutsche Version

Viene de «Antiguos camaradas de las SS con esmoquin y gafas de sol… y otras fotografías de la vieja Alemania»

En «Busco en la basura algo mejor» habíamos descubierto el trabajo de pitze Eckart en West Menschen / Ost Menschen, una colección de fotografías sobre la vida cotidiana en la Alemania dividida. Nos cedió sus instantáneas sobre el oeste y, ahora, tras unas llamadas y emails, hemos conseguido que el fotógrafo del este, Dieter Demme, comparta también con esta publicación sus mejores fotos para comentarlas aquí. Sin más, habla el artista.

Dieter Demme. (Clic para ampliar)

Dieter Demme. (Clic para ampliar)

«Todas las fotos que aparecen en este libro las hice sin encargo alguno. Las saqué durante el tiempo que trabajé en la agencia ADN-Zentralbild y también después como autónomo, que recorrí la entonces RDA y los países fronterizos. Estas fotos son mi visión personal de este tiempo y si con ello ayudo a mejorar la comprensión mutua, el esfuerzo habrá merecido la pena.

Crecí en una ciudad pequeña, y desde el principio de mi carrera como fotógrafo me interesaron las costumbres y los ritos cotidianos de la gente de mi alrededor. Cuando tomaba fotografías no podía sospechar la evolución política de la RDA y que todas esas fotos se fueran a convertir luego en documentos de la vida diaria de un país que ya no existe.

En mis fotografías nunca he hecho modificaciones, no planteado ni organizado nada de las tomas que hice. Si contamos el tiempo de exposición de las sesenta fotos que componen mi parte del libro, son quizá cuatro o cinco segundos de los cuarenta años de la RDA.

En un estudio de retratos, en la región de Sonderhausen de Thüringen, aprendí el oficio de fotógrafo. En este tiempo leí los libros de Egon Erwin Kisch. Ahí nació mi anhelo de ser reportero y recorrer el mundo.

Pero como no veía posibilidad alguna de ser allí un reportero gráfico, solicité trabajo en la editorial Sport und Technik de Berlín. Los deportes de motor me encantaban y esa era una revista especializada. Presenté mis fotos y lo conseguí.

En 1960 comencé a trabajar e hice mis primeras fotografías aéreas para la revista Aerosport y navegué para la revista Seesport por el mar Báltico hasta Polonia. Era el trabajo de mis sueños. El redactor jefe de estas revistas era Carl Dickel, que luchó en las Brigadas Internacionales en España.

En 1961 se construyó el inefable muro y me quise marchar de Berlín. Fui el primer fotógrafo de la RDA que trabajó durante 1963 y 1964 para la agencia Worldpress. Después recibí una oferta de la agencia ADN-Zentalbild, a partir de 1967 estuve en la sección de deportes y me pude marchar a Erfurt. Mi cometido era principalmente hacer fotos a los deportistas internacionales de la RDA. Viajé por Italia, Francia, Inglaterra y los países escandinavos tomando imágenes en campeonatos mundiales. En 1969 me fui tres meses a Cuba. Hicimos una exposición y una película documental que se llamó Cuba, diez años después de la revolución.

En la RDA, oficialmente no había censura, pero los periódicos no mostraban fotografías de contenido crítico, salvo algunas pequeñas excepciones. Otra cosa era el mundo del arte, las exposiciones fotográficas sí podían ser más contestatarias.

En 1972 empecé los estudios en la escuela universitaria de artes gráficas de Leipzig y los terminé en 1977. La escuela era muy abierta. En la biblioteca encontrabas las mejores revistas de fotografía y de literatura. Aprendimos de los fotógrafos franceses y americanos, como Doisneau y Freidländer, así como de los de la agencia Magnum, como Robert Capa o Cartier-Bresson.

A partir de 1979 trabajé por mi cuenta. Hice libros, calendarios y hasta fotografía industrial para empresas exportadoras… Y también hice fotos para mi archivo privado de la gente en mi entorno, igual que hacían los fotógrafos callejeros. En 1989 cayó el muro y se abrieron las fronteras. Yo continúo trabajando como entonces.

En este momento estoy participando en un libro que se llama La pura vida. Fotografías de los cuarenta años de la RDA. Trata sobre el altruismo y la solidaridad. Ahora nos hemos vuelto más agresivos y desconfiados».

Geborgen, Charite Berlin 1978. (Clic para ampliar)

Geborgen/Protegido, Charite Berlin 1978. (Clic para ampliar)

«Este niño era de Mozambique y fue ingresado en la Clínica Universitaria Charité de Berlín para que le practicaran una operación muy compleja que en su país no le podían realizar.

Fue uno de mis primeros encargos en la agencia, sacar fotos de esta nueva técnica de operación. Cuando entré en la clínica vi en una sala de tratamientos a esta enfermera rubia con el niño negro en su brazos y me pareció una virgen moderna.

Algunas fotos a veces no se pueden explicar. También hay que tener en cuenta la imaginación del que mira.

El sistema de salud en la RDA era sobre todo gratuito, excepto la cotización mensual a la Seguridad Social, pero todos los medicamentos y tratamientos eran sin coste alguno. Venían jóvenes africanos y de Vietnam a aprender el oficio y se marchaban al cabo de tres años a sus respectivos países».

Dorfjugend 1977. (Clic para ampliar)

Dorfjugend/Jóvenes del pueblo, 1977. (Clic para ampliar)

«Son los jóvenes de Metzels, un pequeño municipio de los bosques de Turingia. Se reunían por las tardes para pasear en moto. Yo estaba allí para hacer fotos de las fiestas del pueblo, una celebración popular tradicional, con trajes especiales, mucha música y alcohol».

Se dice que quienes vivieron y crecieron en países comunistas perdieron su juventud. ¿Está usted de acuerdo?

«Yo tuve una juventud maravillosa, mis padres eran obreros y con dieciocho años ya tuve una moto. ¿Te parece que a estos jóvenes de la fotografía alguien les esté robando algo?»

Dorfstraße Berstedt 1980. (Clic para ampliar)

Dorfstraße/Calle del pueblo, Berstedt 1980. (Clic para ampliar)

«La calle estaba vacía y caía la primera luz del día. La figura de la mujer arrojaba una sombra alargada. Si iba a coger el bus para ir a la ciudad o al trabajo, lo que hiciera, realmente quedaba para la imaginación del que mira. El pueblo se llama Berlsted, está cerca de Weimar. Había una próspera cooperativa agraria que ha llegado hasta nuestros días. Las grandes extensiones de tierras se reservaban para cooperativas agrícolas».

Der Spiegel 1973. (Clic para ampliar)

Der Spiegel/El espejo, 1973. (Clic para ampliar)

«No puedo saber qué se imagina cada uno de cómo era la vida en la RDA, si su idea es acertada o no, eso es algo que no lo puedo valorar. Pero en la foto se ve que un padre se divierte con su hija pequeña con el reflejo del espejo deformado en una feria. Sin más».

Kranbaubrigade WBK Erfurt 1976. (Clic para ampliar)

Kranbaubrigade WBK/Gruistas de la brigada de construcción, Erfurt 1976. (Clic para ampliar)

«No sé lo que fue de estos trabajadores, con el paso del tiempo les he perdido de vista. Son trabajadores de la brigada de gruistas de la empresa de construcción de viviendas de Erfurt. Montaban y desmontaban las grúas que transportaban los módulos de hormigón prefabricado. Los obreros de la construcción estaban bien considerados y recibían un buen sueldo.

Las condiciones de trabajo son mucho mejores ahora técnicamente, pero se han vuelto mucho más crudas por la competencia tan dura que hay en el sector de la construcción».

Buchenwald 7 de abril de 1975. (Clic para ampliar)

Buchenwald 7 de abril de 1975. (Clic para ampliar)

«Todos los años en abril se reúnen en el campo de concentración de Buchenwald exprisioneros provenientes de todos los países para recordar a los compañeros asesinados. También suelen participar grupos juveniles internacionales. El hombre del parche pertenece al grupo de exprisioneros.

Era inconcebible que en la RDA hubiera reuniones de antiguos miembros de las SS-Totenkopf o de cualquier cosa parecida. No me puedo imaginar que en la RDA fuera posible que unos asesinos en serie como los de la NSU (grupo terrorista neonazi desmantelado en 2011) matasen como hicieron a nueve ciudadanos extranjeros y a una policía. El filósofo francés Stephane Hessel, autor de ¡Indignaos!, que sobrevivió en el campo de concentración de Buchenwald, era de los que siempre estaba presente».

Erfolgr Ausstellungsbesuch 1986. (Clic para ampliar)

Erfolgreicher Ausstellungsbesuch/Visita exitosa a la exposición, 1986. (Clic para ampliar)

«Era una exposición de Günter Rössler, un fotógrafo de Leipzig, conocido también fuera de la RDA por sus fotografías de moda y de desnudos. Era una exposición pública y se vendían allí también los pósters. Siempre hubo exposiciones con obras de desnudos. La pornografía, propiamente dicha, estaba prohibida, pero siempre se podía conseguir clandestinamente».

Spielplatz Erfurt 1982. (Clic para ampliar)

Spielplatz/Parque infantil, Erfurt 1982. (Clic para ampliar)

«Era un domingo en una nueva construcción residencial en el norte de Erfurt. Aquí vivían sobre todo trabajadores. Por el sistema de calefacción urbana y su precio eran pisos muy demandados.

Seguro que muchos echan de menos el estado de bienestar. En aquel entonces nunca vi a nadie sin techo ni indigentes por las calles.

Por supuesto que la reunificación fue importante y largamente deseada. No deberíamos olvidar y estar agradecidos a la que fue una revolución pacífica en la que nadie perdió la vida. Quisiera reivindicar cordialmente aquí que la gente de la RDA fue la que derribó el muro y posibilitó la reunificación.

Todas estas opiniones son, naturalmente, personales. Cualquier otra persona tendrá otra experiencia.

Con mi trabajo intento lo que decía Cartier-Bresson: “Llevar la razón, el ojo y el corazón a la misma línea visual” y si, además, se tiene suerte, se consiguen buenas fotos».

Fotografías: Dieter Demme

Traducción: Dieter Stepner

Fünf Sekunden aus vierzig Jahren DDR

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Versión en castellano

Das kommt aus: “Alte Kameraden der SS mit Smoking und Sonnenbrillen… und anderen Fotos des ehemaligen Deutschland

In „ich suche im Müll was Besseres” hatten wir die Arbeit von pitze Eckart in West Menschen/Ost Menschen, eine Kollektion von Alltagsbildern des getrennten Deutschland gezeigt. Von ihm waren die “Westfotos” in diesem Band. Und nun, nach ein Paar E-Mails und Anrufen haben wir es geschafft, dass Dieter Demme (geboren 1938, in Ebeleben) ebenfalls einige ausgewählte Fotos in diesem Blog vorstellt. Ohne Weiteres, der Künstler redet.

Dieter Demme.

Dieter Demme.

Die Fotos im vorliegenden Buch habe ich ausschließlich ohne Auftrag gemacht. Während meiner Zeit bei der Agentur ADN-Zentralbild und auch später als freiberuflicher Fotograf, war ich sehr viel in der ehemaligen DDR und in den angrenzenden Ländern unterwegs. Die Fotos sind natürlich meine ganz persönliche Sicht auf diese Zeit, und wenn sie ein wenig dazu beitragen das Verständnis für einander zu fördern, dann waren die Mühen nicht umsonst.

Selbst in einer Kleinstadt aufgewachsen, interessierte ich mich schon von Beginn meiner fotografischen Tätigkeit für das tägliche Leben, die Bräuche und Riten der Menschen meiner Umgebung. Als ich die Aufnahmen machte, konnte ich die politische Entwicklung nicht ahnen, und dass sie zu Dokumenten werden über das Leben in einem Land, das es nicht mehr gibt.

Ich habe bei meiner Arbeit nie etwas verändert, organisiert oder sonstwie eingegriffen. Zählen wir die Belichtungszeiten der 60 Aufnahmen zusammen, die in dem Buch gezeigt werden, so sind es vielleicht 4 oder 5 Sekunden aus 40 Jahren DDR.

In einem Porträtstudio in der thüringischen Kreisstadt Sondershausen habe ich den Beruf des Fotografen erlernt. In dieser Zeit las ich die Bücher von Egon Erwin Kisch, und der Traum als Reporter durch die Welt zu reisen war geboren.

Da ich hier keine Möglichkeit sah meinen Traum als Bildreporter zu leben, bewarb ich mich beim Verlag Sport und Technik in Berlin. Motorsport war meine Leidenschaft und hier gab es eine Motorsportzeitschrift. Ich bewarb mich mit Fotos aus dieser Disziplin, und bekam den Job. In diesem Verlag gab es aber noch neun andere Redaktionen.

1960 begann ich mit der neuen Arbeit und machte meine ersten Luftaufnahmen für die Zeitschrift “Aerosport”, für die Zeitschrift “Seesport” segelten wir tüber die Ostsee nach Polen. Ich hatte meinen Traumberuf. Der Chefredakteur dieser Zeitschriften war Carl Dickel, ein ehemaliges Mitglied der Internationalen Brigade 1937 in Spanien.

1961 wurde dann diese unsäglich Mauer gebaut, und ich wollte weg aus dieser Stadt. Zur “Worldpress” 1963 und 1964 war ich der erste DDR-Fotograf, der dort mit ausgestellt wurde und ich bekam ein Angebot von der Bildagentur ADN-Zentralbild. Ab 1967 gehörte ich dort zur Sportredaktion und ich konnte nach Erfurt umziehen. Meine Aufgabe war vorwiegend von den Erfolgen der DDR-Sportler international zu berichten und die DDR-Presse mit Nachrichtenfotos zu versorgen. Meine Reisen führten mich zu Europa- und Weltmeisterschaften und in die skandinavischen Länder, nach Italien, Frankreich und England. Unter Anderen führte mich 1969 eine dreimonatig Reportagereise auf die Insel Kuba. Es eine umfangreiche Ausstellung und ein Dokumentarfilm zum Thema “Kuba – 10 Jahre nach der Revolution” entstanden.

Offiziell gab es keine Zensur, die Zeitungen aber brachten keine kritischen Fotos, bis auf sehr wenige Ausnahmen. Anders war es in der Kunst, in Kunstausstellungen war es eher möglich kritische Fotos unterzubringen.

1972 habe ich ein Studium an der Hochschule für Grafik und Buchkunst in Leipzig begonnen und 1977 mit einem Diplom in Fotografie abgeschlossen. Die Schule war sehr weltoffen. In der Bibliothek gab es die führenden Fotozeitschriften und Literatur. Wir lernten die französischen und amerikanisch Straßenfotografen wie Doisneau und Friedländer sowie die “Magnum”-Fotografen wie Robert Capa und Cartier-Bresson kennen.

Ab 1979 habe ich dann freiberuflich gearbeitet, habe Bücher, Kalender gemacht und auch für Exportbetriebe Werbefotos hergestellt. Immer aber auch für mein Archiv die Menschen in ihrer Umgebung im Stile der Straßenfotografen dokumentiert. So bin ich 1989, als die Mauer endlich gefallen und Grenzen geöffnet waren, nahtlos in die neue Zeit gekommen und arbeite so weiter wie bisher.

Zur Zeit bin ich an einem Buchprojekt beteiligt mit dem Titel “Das pure Leben. Fotografien aus 40 Jahre DDR”. Es geht um die Hilfsbereitschaft und die Solidarität der Menschen untereinander. Die Menschen sind aggressiver und mißtrauischer geworden.

Geborgen, Charite Berlin 1978.

Geborgen, Charite Berlin 1978.

Das Kind stammte aus Mosambik und wurde in der Universitätsklinik Charite´ in Berlin einer komplizierten Operation unterzogen, die im eigenen Land nicht gemacht werden konnte.

Von meiner Agentur hatte ich den Auftrag ein Foto von einer neuen Operationsmethode zu machen. Als ich den Gang der Klinik entlang ging, sah in einem Behandlungszimmer diese blonde Ärztin mit dem dunklen Baby auf dem Arm. Sie kam mir vor wie eine moderne Madonna.

Manche Fotos kann man nicht erklären. Es ist immer auch die Phantasie des Betrachters gefragt.

Das Gesundheitswesen war vor allem kostenlos, außer einem Sozialversicherungsbeitrag monatlich waren alle Medikamente und Behandlungen kostenlos. Es gab junge Menschen u.a. aus afrikanischen Länder und auch aus Vietnam die hier einen Beruf und nach 3 Jahren wieder in ihr Land zurückgingen.

Dorfjugend 1977.

Dorfjugend 1977.

Es ist die Dorfjugend von Metzels, einer kleinen Gemeinde im Thüringer Wald. Sie trafen sich allabendlich um ihre Mopeds auszuführen. Ich war dort um die Kirmes zu fotografieren, ein traditionelles Volksfest, das alljährlich mit speziellen Trachten viel Musik und Alkohol gefeiert wird.

Würden Sie sagen, dass das Regime ihnen Lebenszeit gestohlen hat?

Ich hatte eine sehr schöne Jugendzeit, meine Eltern Waren Handwerker und ich hatte schon mit 18 mein erstes Motorrad. Sehen die Jugendlichen so aus, als hätte man ihnen etwas gestohlen?

Dorfstraße Berstedt 1980.

Dorfstraße Berstedt 1980.

Das erste Morgenlicht fällt auf die noch leere Dorfstraße, die Gestalt der Frau wirft einen langen Schatten. Ob Sie zum Bus geht um in die Stadt zu fahren, oder zur Arbeit, liegt in der Phantasie des Betrachters. (Der Ort heißt Berlstedt und liegt im Weimarer Land, hier gibt es bis heute eine wohlhabende landwirtschaftliche Genossenschaft. Die großen Ackerflächen waren in Produktionsgenossenschaften zusammen gefaßt).

Der Spiegel 1973.

Der Spiegel 1973.

Ich weiß nicht, was Sie für eine Vorstellung vom Leben in der ehemaligen DDR haben, ob Ihre Vorstellung angemessen oder unangemessen sind, kann ich nicht beurteilen. Auf dem Foto amüsiert sich ein Vater mit seiner kleinen Tochter über ihr Abbild im Zerrspiegel auf einem Jahrmarkt.

Kranbaubrigade WBK Erfurt 1976.

Kranbaubrigade WBK Erfurt 1976.

Die Männer sind Arbeiter der Kranbaubrigade des VEB Erfurter Wohnungsbaukombinates. Sie montieren und transportieren die tonnenschweren Kräne für die Errichtung der Plattenbauten im Hintergrund. Bauarbeiter waren in der DDR sehr geachtete Leute und wurden gut bezahlt.

Die Arbeitsbedingungen sind viel besser geworden was die technischen Möglichkeiten betrifft, aber sie sind auch härter geworden wegen der starken Konkurrenz besonders im Baugewerbe. Was aus den Arbeitern geworden ist kann ich nicht sagen, nach all den Jahren habe ich sie aus den Augen verloren.

Buchenwald 7.Apr.1975, 30.Jahrest.d.Befreiung.

Buchenwald 7.Apr.1975, 30.Jahrest.d.Befreiung.

Bis heute kommen jedes Jahr im April aus allen möglichen Ländern ehemalige Häftlinge auf dem Gelände des Konzentrationslagers Buchenwald zum Gedenken an die ermordeten Kameraden zusammen. Auch Gruppen von internationalen Jugendorganisationen nehmen regelmäßig daran teil. Der Mann mit der Augenbinde gehört zur Gruppe der ehemaligen Häftlinge.

Undenkbar in der DDR wären Treffen von ehemaligen SS-Totenkopfverbänden oder ähnlichen Organisationen gewesen. Ich kann mir auch nicht vorstellen, dass in der DDR eine solche Mordserie wie sie der sog. NSU an 9 ausländischen Mitbürgern und einer Polizistin verübt hat, möglich gewesen wäre. Der französische Philosoph und Politiker Stephane Hessel (“Empört Euch”) war Buchenwald-Überlebender und oft zu Gedenktagen im ehemaligen Lager anwesend.

Erfolgr Ausstellungsbesuch 1986.

Erfolgr Ausstellungsbesuch 1986.

Es war eine Ausstellung des Leipziger Fotografen Günter Rössler. Er war ein, nicht nur in der DDR, bekannter Mode- und Aktfotograf. Es war eine öffentliche Ausstellung, und die Poster wurden dort verkauft. Es gab auch immer Kunstausstellungen bei denen Aktfotografien zu sehen Waren.

Pornographie war in der DDR Verboten, aber es gab sie natürlich im Untergrund.

Spielplatz Erfurt 1982.

Spielplatz Erfurt 1982.

Es ist eine Neubaubausiedlung im Norden von Erfurt an einem Sonntag, hier wohnten vorwiegend Arbeiter und Angestellte. Die fernbeheizten und preiswerten Wohnungen waren damals sehr begehrt.

Ganz bestimmt vermissen einige den Wohlfahrtsstaat, denn ich habe damals keinen Obdachlosen und keinen Bettler gesehen.

Natürlich war die Wiedervereinigung wichtig und längst überfällig, und wir sollten nicht vergessen und dankbar sein, daß es eine friedliche Revolution, war und daß kein Mensch dabei ums Leben kam.

Gern würde ich noch daran erinnern, daß die Menschen aus der ehemaligen DDR die Mauer zu Fall gebracht und die Wiedervereinigung ermöglicht haben.

Mit meinen Fotos versuche ich, wie Cartier-Bresson sagt “Verstand, Auge und Herz auf eine Linie zu bringen”, und wenn man dann noch Glück hat, hat man ein gutes Foto.

FotografieDieter Demme

Übersetzung: Dieter Stepner

Flores y Eva-Rock: historia de unos pioneros del heavy rock en la España de Franco

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Eva-Rock en el Festival de la Cochambre de 1975. Fotografía: Pep Rigol.

A principios de agosto Diego A. Manrique escribió en Rolling Stone un texto sobre el llamado «Festival de la Cochambre» en Burgos, en 1975. El primer festival de rock que hubo en España digno de tal nombre. Cuando movió el artículo por las redes, comentaba que el grupo que tocaba durante la grabación en Super-8 que estaba en YouTube eran Eva-Rock, aunque no se les oyera porque la pieza no tenía sonido. Y añadía: Eva-Rock, el grupo que tuvo una comuna en Fresno de Alhándiga. Yo ya les conocía.

De Bienvenido Mr. Rock, la historia del pop español que escribió Salvador Domínguez, siempre me quedé intrigado con Eva-Rock. El grupo tenía una entrada con unas referencias muy atractivas y unas fotos impresionantes, pero señalaba que no había ningún registro de su sonido. Ni una sola grabación disponible.

Para añadir más misterio, Johnny Cifuentes de Burning, cuando le entrevisté para el número 7 de Jot Down en papel esta primavera, me hablaba de Eva-Rock como de un mito.

Ya era demasiado. Busqué y encontré a Flores Hernández, el guitarrista del grupo, para que aclarara todos los puntos oscuros de esta leyenda, por fuerza mayor, desconocida. La conversación que tuvimos por teléfono me convirtió en fan de Eva-Rock para el resto de mi vida. Y eso que todavía no les he escuchado.

¿Cómo te entró la pasión por la música?

Siempre tuve pasión por tocar la guitarra, desde que era un crío. No sé cómo me vino, pero mi primer recuerdo es que en 1958, más o menos por esa época, en un pueblo de Salamanca llamado Fresno Alhándiga, me dio por fabricarme una guitarra. Cogí paneles que encontré, de esos como los que se ponían en las carreteras para los anuncios, los corté y me hice una guitarra. Luego le puse cuerdas de alambre y, nada, empecé a rasgar.

Más adelante, me llevaron a trabajar a una tienda a Salamanca. Fue por ese tiempo, que escuché algo de Elvis y me puse pantalones vaqueros con el dobladillo y un tupé. Entonces nos juntábamos chicos y chicas en lo que se llamaban guateques. El que tenía un tocadiscos lo llevaba, se ponían unas bebidas y bailábamos. Así empecé a escuchar un poco de música moderna.

Por esa época, recuerdo ver en un kiosco una revista con cuatro jóvenes con chaquetas negras, oscuras, y ponía al lado «Los Beatles». Me quedé… ¿De dónde han salido estos con estos pelos, estos flequillos? Esa noche no pude dormir pensando en qué podía hacer para llevar el pelo como ellos. Mis hermanas y mi cuñado se alarmaron, pensaban que me estaba volviendo yeyé, que era como se llamaba entonces a los que rompían la norma.

Un día alquilé una guitarra, una Jomadi. Solamente por el hecho de tener una guitarra eléctrica en la mano. La llevé a mi casa y los vecinos se revolucionaron, vinieron todos a verla, se montó una… ese fue mi primer comienzo.

Aunque mis padres, cuando se enteraron de que llevaba el flequillo largo como los Beatles, decidieron venir de Fresno Alhándiga para ver cómo podían parar a este su hijo tan rebelde, mis hermanas y mi cuñado también insistían en que no podía llevar el pelo así. Yo fui al peluquero, que se llamaba Tío Pinocho, y le dije que me echara gomina para aplastarlo y que pareciera que me lo había cortado. Al despertarme al día siguiente, con el pelo alborotado por dormir, mis hermanas se dieron cuenta de que no lo había tocado y algunas de ellas montaron en cólera, como el día en que me compré unos pantalones de campana. Pero yo veía todas esas cosas en las revistas y me volvían loco.

Al final, mis padres vinieron del pueblo a Salamanca para que me cortarse el pelo. Llamaron al peluquero y lo llevaron a casa de mi hermana. Me cogieron y me sujetaron entre todos, me sentaron por la fuerza en una silla, pero los empujé a todos y me escapé de casa corriendo. No tenía más de catorce o quince años. Salí disparado hacia la zona de Extremadura sin llevarme nada, ni dinero ni ropa. Tuve que comer uvas de los campos, y lo que pillaba por los sembraos. Imagínate la revolución que montaron mis padres, denunciándome a la policía, querían meterme en un correccional, y el hambre que pasé yo por allí. Al final me volví.

PEP RIGOL

Flores con Eva-Rock en el Festival de la Cochambre de 1975. Fotografía: Pep Rigol.

Tu primer grupo fueron Los Rejas.

Les vi en directo en una sala de baile llamada Avenida, y yo en lugar de bailar con las chicas, lo que hacía era apoyarme en una columna con mis pantalones de campana, mis botines de puntera y mi flequillo. Como era delgado y alto, el manager de ellos me preguntó si tocaba algo. Ya había formado parte de un grupo que se llamaba Los Volcanes, que íbamos con una V grande en los chalecos, pero no teníamos ni una peseta. Alquilábamos los peores instrumentos que había en Salamanca. Unos amplificadores y unas guitarras que tenías que tocar la nota y soltarla rápido porque no podías soportar la corriente eléctrica en las manos. Las baterías eran una penuria… Así estábamos.

Y me fijé en que Los Rejas tenían amplificadores VOX, como los Beatles, y una Fender Stratocaster. Así que acepté. Aprendí mucho con ellos, debo de agradecer a Gaby, que era el teclista del grupo, quien me enseño muchos acordes y ritmos; aprendí algo de solfeo, ya que su madre me dio algunas clases, y también Pedro, el guitarra solista, me enseñaba acordes. Actuamos en un concurso en Salamanca sobre 1967, con la participación de los mejores grupos locales y provinciales; nos llevamos el primer premio con una canción de los Foundations y otra de Julio Iglesias, «La vida sigue igual». Y gracias a eso nos salieron muchas actuaciones por todas partes, incluido Portugal.

¿Cómo viviste el paso del pop al primer hard rock o heavy rock?

A finales de los sesenta empezaron a surgir grupos con un sonido nuevo. Los Cream de Eric Clapton o Jimi Hendrix. La primera vez que escuché a Hendrix me quedé tan… tan maravillado, que no lograba entender cómo podía tocar tan rápido los punteos, y darle esa fuerza tan espectacular a través de los sonidos de su guitarra. Por ese tiempo el movimiento hippie también fue llegando a España y me sentí muy identificado. Me dejé el pelo más largo, me empecé a poner camisas de flores, ropa más extravagante y, cuando llegó la droga fumada a Salamanca, me juntaba con mi cuadrilla a escuchar esos punteos y fumar. No sé si sería por el efecto de la marihuana o el hachís, pero aquella música tomaba una dimensión superior, qué fuerza tenía.

Luego Clapton con su wah wah también me cambió el concepto que yo tenía de la música. Empecé a escuchar a Robin Trower, Rory Gallagher, a Alvin Lee, Jimmy Page, Ted Nugent, todos ellos me influenciaron a la hora de hacer escalas y punteos. Los Rejas se me quedaron como colgados, yo anhelaba distorsión, wah wah y otro tipo de guitarras.

Y nació Eva-Rock.

En Salamanca había un joven llamado Paco que tocaba en el grupo Huella, tenía mucho nivel, después de la desaparición de Eva-Rock estuvo en Coz, la Orquesta Mondragón, con Joan Manuel Serrat, Paloma San Basilio, la orquesta de RTVE… fue muy cotizado. A Paco le gustaba Hendrix y nos hicimos amigos. Nos metíamos horas en el local de ensayo improvisando, yo con la guitarra y él con la batería.

Así hasta que un día apareció por Salamanca un tío con el pelo que le llegaba por la espalda. Era bajista y venía de La Línea de la Concepción. Era demoledor. Yo nunca había visto a nadie tocar el bajo sin púa. Lo tocaba con los dedos como si fuese una guitarra flamenca, era una ametralladora. Pensé que si me juntaba con él sería tremendo. Nos hicimos amigos y empezamos a tocar música agresiva. Ahí se gestó Eva-Rock y llegamos a hacer algunas actuaciones. 

Sin embargo, no sé quién fue, pero alguien se enteró de que en Lloret del Mar ofrecían contratos por tocar en salas de fiestas. Nosotros ya hacíamos rock duro, accedimos a ir, pero pasamos a tocar una música más popular. Nos interesaba más salir de Salamanca, viajar, que mantener nuestra línea. Pero resulta que adonde fuimos a parar era el epicentro del rock, estaba lleno de salas de baile, discotecas, allí llegaban para tocar grupos de rock ingleses, a uno de ellos le compramos el Marshall vintage que yo usaba con Eva-Rock, cabezal de 100w y pantalla. Me maravilló Lloret. La mayoría de la gente hablaba inglés, los jóvenes llevaban el pelo largo como las mujeres. Era un paraíso. Las chicas llevaban faldas muy cortas…

Imagen cortesía de Flores Hernández.

Imagen cortesía de Flores Hernández.

¿Cómo fue el contraste con la Salamanca de finales de los sesenta?

A mí en Salamanca, por llevar chaquetas cruzadas y el pelo largo, llegaron a agredirme, a pegarme, a acorralarme, insultarme. Se armaban unos jaleos…

Salamanca era una ciudad muy convencional, muy católica, y había mucha policía. Los grises dominaban cualquier ámbito de la vida. Siempre que iba por Salamanca a mí me paraban. En los clubes, raro era que no apareciera la secreta. Se te llevaban en cuanto se enteraban de que habías fumado marihuana, que hoy en día la fuma todo el mundo y por eso no vas a la cárcel.

Una vez, me monté en un autobús en Cuatro Caminos y recuerdo a los chavales de un colegio acorralar al bus, por mis pintas de yeyé. Todos gritando: ¡fuera, fuera, fuera! Un escándalo. Y no le dejaban salir. Se montó un revuelo increíble…

En otra ocasión, íbamos por la plaza Mayor de Salamanca varios componentes de los Rejas, Gaby el teclista y el nuevo cantante del grupo llamado Ringo. Detrás de nosotros venían unos dándonos voces, llamándonos maricas. Pero se les fue uniendo la gente y al final vimos que toda la plaza estaba detrás de nosotros, como una masa, una mole de personas que se empujaban para cogernos, recuerdo que miré para atrás y vi esa multitud gritando y corriendo, hasta una mujer se cayó al suelo con su bolso y la arrollaron, aquello era increíble.

Echamos a correr y nos ayudaron unas personas que siempre nos defendían cuando sucedían este tipo de problemas, gente ruda que descargaba cajas de fruta en los supermercados. Nos llevaron a una pensión y unos huéspedes árabes que había, cuando vieron que estaba la pensión rodeada de gente, se pusieron asustados a lanzarles agua para que se fueran y nada. Al final, escapamos de noche llamando un taxi. Días después, unos amigos nos dijeron que los Beatles habían estado en Salamanca. Claro, unos venían insultando, otros se les unieron, alguno dijo algo de los Beatles y los que venían detrás se lo creyeron.

En Salamanca, para encontrarte un yeyé, había que buscarlo. Yo si veía uno en un bar me pegaba a él porque ya intuía que tarde o temprano iban a venir algunos a insultarnos y mejor dos que uno ante estas provocaciones.

Cuando los Beatles se dejaron bigote, yo me dejé bigote y patillas. Al vernos así, nos ponían verdes por todos los lados. Salamanca tenía un ambiente cerrado, para hacer lo que nosotros te jugabas la vida. Me pegaron varias veces, una vez sin venir a cuento me dieron un puñetazo que me tiró al suelo…

Los Rejas también copiamos las casacas militares de los Beatles. La mía era de color azul. Una vez fuimos a Zamora y el manager nos dijo de pasearnos por las calles antes del concierto, para hacer promoción. Salimos a las calles de Zamora y la que se montó… Masas, remolinos de gente insultándonos. Tuvimos que salir corriendo a la de tres.

Al final ya me hacía gracia montar escándalos. Sobre todo cuando llegó la época hippie en serio. Llegué a pintarme la cara, me ponía túnicas, iba con las uñas de los pies pintadas, el pelo cardado. Era increíble. Yo creo que me dejaban porque luego la policía detenía a todos los que se me acercaban [risas]. Pero era muy complicado ser músico en Salamanca. Te jugabas el tipo. Te pegaban. Eras despreciado por tu familia, como lo fui yo. Cuando iba por la calle, familiares que conocía desde éramos pequeños, cuando me veían se daban la vuelta y se iban por otro lado, porque no querían encontrarse conmigo para que no les vieran darme un beso por la calle.

Eva-Rock. Fotografía: Pep Rigol.

Eva-Rock. Fotografía: Pep Rigol.

El caso es que Eva-Rock explotasteis en Lloret.

Allí había una libertad impresionante. Cada uno vestía como le daba la gana. Me quedé alucinado y me dejé el pelo todavía más largo. Ahí se formó Eva-Rock. El nombre fue cosa mía prácticamente. Desde pequeño en el colegio lo que más me gustaba era la historia sagrada, las cosas de la Biblia, cada vez que veía a la gente con túnicas me atraía de forma tremenda. Así que al grupo le pusimos Eva por la mujer de Adán, y Rock porque en la Costa Brava tenías que añadirle el estilo que tocabas. Estábamos ya hartos de hacer canciones populares y decidimos quedarnos ahí a tocar nuestra música y buscamos actuaciones.

¿Cómo era el estilo?

Yo ya había escuchado mucho rock y tenía claro lo que quería. En aquel momento en España muy pocos grupos tocaban hard rock. Los Savajes era lo más duro que había habido hasta entonces, unos catalanes que tocaron fuera de lo convencional. Luego estaban los sevillanos Storm, como Deep Purple, o los Smash de Gualberto, también en Sevilla, que eran más progresivos.

Como yo siempre tenía ideas estrambóticas, que me gustaba llegar donde los demás no llegan, quise que Eva-Rock fuese un grupo distinto. A mí por entonces ya me gustaban mucho Rory Gallagher y Robin Trower. A eso añádele Led Zeppelin, Cream y Jimi Hendrix. Si mezclas todo eso de forma agresiva, lo pones a todo volumen, a eso sonábamos. Tocábamos versiones y hacíamos desarrollos. Al principio, identificabas qué canción era y luego la llevábamos a nuestro estilo.

Empezábamos muy fuerte, muy agresivo, poniendo los amplificadores al máximo, sin importar las consecuencias. Daba igual si una guitarra o si un altavoz iba a explotar. Éramos unos salvajes en escena, unas fieras, como no se había visto nunca en España. Después de cada actuación yo creo que adelgazaba kilos. No sé cómo no nos rompíamos los brazos o las columnas retorciéndonos de esa manera, tirándonos al suelo…

Decidí también que nos pintáramos. A mí me dio por ponerme el símbolo del sol, como los egipcios, un círculo plateado en la frente. Nos pintábamos los ojos también. A Paco recuerdo que no le apetecía porque en aquella época si te ponías maquillaje te relacionaban con los homosexuales.

Pero funcionó.

Empezaron a salirnos contratos sin saber ni cómo ni cuándo. Una vez tocamos en Barcelona, en la sala Trocadero, una discoteca enorme donde se juntaban cientos de jóvenes a bailar, salimos con nuestra mejor imagen: desnudos de cintura para arriba, el pelo cardado, los ojos pintados y yo con mi círculo plateado, José Manuel con una estrella en el pecho… Una pena no haber grabado esa actuación, fue impresionante. Otro grupo nos dejó su equipo para reforzar el nuestro y dimos una pegada. Nunca habían visto algo así en Barcelona. Hacíamos como que nos agredíamos, tocábamos tirados por el suelo… adquirimos categoría de leyenda.

Nos fichó José Luis Fernández de Córdoba, el manager de Storm y Triana. Nunca hubiéramos llegado al festival de Burgos en 1975 si no hubiese sido por él. También nos llevó por muchas de las grandes capitales de España, algunas de ellas Sevilla, Bilbao, Madrid a la sala MM, donde actuaban Los Canarios y todos los grupos que pasaban por la capital. Ahí salimos con el pelo cardado y pintado de blanco y en el camerino se nos acercaron unos jóvenes con pinta de músicos a decirnos que se habían quedado impresionados y no daban crédito a lo que habían visto, preguntaban que cómo nos atrevíamos a salir así al escenario ¿Sabes quiénes eran? Los Burning. Hasta ese momento nadie tenía esa puesta en escena en España.

¿Ya había más tolerancia en España con las pintas?

Pues no. Por ejemplo, en 1974, si Salamanca era cerrada para el rock, imagínate Asturias. Fuimos a Gijón y allí la gente era agresiva, como salvajes. Salimos a actuar y se armó un revuelo tan grande que no pudimos centrarnos en tocar porque toda la gente, los muchachos, los hombres, nos insultaban, nos tiraban objetos, nos agarraban los pantalones y tiraban para abajo. No te podías ni asomar al escenario. Eso sí, todos los tíos llenos de rabia, pero las chicas maravilladas con nosotros. Se armó una impresionante.

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Noticia del Festival de la Cochambre en La Voz de Castilla.

Y llegó el famoso festival de Burgos, 15 Horas de Música Pop.

1975. Iban a ser quince horas de música seguida hasta las tres de la madrugada en la plaza de toros con todos los grupos de España. Pero nosotros no le dimos al evento la relevancia que tenía. No nos llevamos ni un cassette para grabar ni una cámara para sacarnos fotos. Pensábamos que sería algo normalito y a ver qué pasaba.

Recuerdo que nos llegó el fotógrafo de Popular 1 con aire misterioso, con los ojos como si estuviera ido, o dormido, y decía muy bajito: vengo de Inglaterra a sacaros unas fotos. Y nosotros: ¿está drogado o qué le pasa? Pero nos sacó unas fotos excelentes, son las que salgo yo con una túnica negra. Fueron muy buenas.

Allí estaban la Compañía Eléctrica Dharma, de Cataluña; Triana, de Sevilla; Burning de Madrid; Iceberg, Bloque… La ciudad se llenó de jóvenes con pintas, todos con el pelo largo, ibas por la calle y no dejabas de verlos. El periódico de Burgos tituló en primera página «La invasión de la cochambre, a Burgos le ha cambiado la cara, ahora tiene legañas».

Cuando vimos eso los jóvenes nos indignamos y nos llenamos de ira. Fuimos en tropel a las puertas de la redacción del diario a abuchearlos. Luego el fotógrafo tuvo que ir a la plaza de toros de incógnito, camuflado, para que no supieran quién era porque pensaba que lo iban a lapidar.

Los alrededores de la plaza de toros parecían una guerra. Los grises lo tenían todo tomado. La gente iba con cajas de bebidas, hasta había uno que llevaba un pellejo enorme de vino, como un saco a la espalda cargado, que iba por las gradas vendiéndolo. La droga circulaba por todas partes y la policía estaba desbordada. Era julio, estaba Franco agonizando, y a Fernández de Córdoba se le ocurrió preparar eso en Burgos, que era la capital de la dictadura, la ciudad más conservadora. Hasta que no pasaron los años no nos dimos cuenta de la verdadera importancia de ese festival.

En ese ambiente, yo hice de las mías. Consecuencia de que luego no acabáramos la actuación de forma reglamentaria. Me pasé. Fumé mucha droga y bebí mucha ginebra. Estaba descentrado. Veía que mis compañeros iban fumados, pero yo iba pasado, pasado, pasado.

Nos cambiamos y cuando salimos al escenario yo estaba más agresivo de lo normal; estaba a por todas. Al salir, toqué un poco la guitarra y sonó tan fuerte… Nunca habíamos tocado con un equipo tan potente, con torres de amplificadores. Para lo que hay ahora era ridículo, pero entonces… Salimos tocando una de Led Zeppelin, «Comunication Breakdown», y entre lo fumado que iba y la ginebra, salté como una fiera, como un animal.

Eran las seis menos cuarto de la tarde, hacía un calor insoportable en toda la plaza de toros. Hasta entonces todo el mundo estaba aletargado, el festival había transcurrido sin pena ni gloria, pero cuando salimos Eva-Rock con esa canción, con nuestra forma de vestir, fue un impacto tremendo. La mayor parte de la gente salió corriendo de las gradas y se puso delante del escenario. Se volcaron con nosotros. No se movieron hasta que acabó el concierto. Y estaban todos los medios, el No-Do, Popular 1, Disco Express, Vibraciones y Ozono.

A las siete y pico, después de haber salido como salí, que estaba sudando, después de tanto correr de un lado para otro del escenario, que era enorme, tras agacharme, levantarme, saltar, tirarme por el suelo, estaba agotado y vi que la muñeca de mi mano izquierda no me respondía, como si me la hubiera dislocado. ¿Qué hice entonces? Montar más número. Me dio tanta rabia no poder seguir tocando que cogí la Fender Stratocaster, empecé a dar vueltas, un remolineo, que la gente no daba crédito, y la lancé con todas mis fuerzas y una rabia… Pegó en los amplificadores un batacazo tremendo, se acopló el sonido, que parecía que aquello casi explotaba, y la gente se puso como loca. ¡Tuvieron que bajar el volumen! Fue impactante. El resto de los grupos habían actuado de forma convencional, pero nosotros rompimos todos los moldes, aunque ya no podíamos tocar más y nos fuimos al camerino.

La prensa se quedó prendada con nosotros y se empezó a crear la leyenda de Eva-Rock en los medios. La desgracia fue que a nuestro manager le tuvieron que ingresar después del festival. Esperaba doce mil personas y fueron cuatro mil, que se habían colado la mayoría como podían, aquello fue un descontrol. Del disgusto tuvieron que meterlo en el hospital.

Y os fuisteis a la comuna de Fresno de Alhándiga.

Allí Paco vivía con su novia y José Manuel con la suya, que era inglesa y luego fue su mujer. De vez en cuando venían un tropel de hippies a vernos ensayar, tantos que nos quedábamos asustados. Me contaron después, no sé si cierto o no, que cuando tocábamos la gente del pueblo se quedaba a medias sin luz de la electricidad que chupábamos.

Público en el Festival de la Cochambre. Fotografía: Pep Rigol.

Público en el Festival de la Cochambre. Fotografía: Pep Rigol.

La muerte de Franco os pilló tocando.

Eso fue en Béjar. José Manuel ya se había ido con su novia a Londres a vivir. Cogimos a un bajista que se llamaba Ángel. Yo llevaba una túnica negra con flores y las mangas anchas, pero llegó la Guardia Civil y nos suspendió la actuación porque se había muerto Franco. Dijeron que no se podía tocar nada.

Y el grupo se vino abajo.

Hicimos varias actuaciones en la sala MM de Madrid con un nuevo bajista, Joe Morales, pero el problema es que al final nos quedamos en la comuna, estancados. Como el manager no nos llamaba no nos movimos y fue un error que nos costó caro. En lugar de movernos después del éxito que habíamos tenido en Burgos nos quedamos sin dirección, sin saber qué hacer. La pena es que luego nos enteramos de que hubo otro festival, el Canet Rock, que ahí sí que pudieron grabar y sacar fotos de todo el mundo, hubo treinta mil personas, después de esto hicimos algunas actuaciones más en la costa, también estuvimos en Sevilla, y allí nos visitaros algunos de los componentes del grupo Storm; poco tiempo después surgieron algunas divergencias y José Manuel se fue para Inglaterra y Paco tuvo que incorporarse al servicio militar.

Me quedé solo y monté una segunda formación, con músicos del País Vasco, incorporando a un cantante, pasando la formación de trío a cuarteto. También usamos maquillaje, les marqué la línea a seguir, pero no tenían la pegada de Paco ni eran como José Manuel, que era una máquina. Vi que no íbamos a llegar muy lejos, chocamos y nos disolvimos.

¿Por qué no seguiste intentándolo?

Yo había rodado mucho, había tenido muchas experiencias con drogas fumadas y alucinógenas y eso casi me cuesta la vida. Casi me despeño en Portugal. Estaba con unos ingleses que me dieron mescalina, de los alucinógenos más fuertes. Yo era un novato con esa droga y me dejaron solo. Cuando me cambió la perspectiva de la visión, del ambiente, cuando empecé a ver cosas raras, todo cambiado, rostros, pensé que me volvía loco y me puse a correr. Llegué a un barranco y una voz me decía que me tirase al vacío.

Yo veía el vacío como nubes blancas, veía que los barcos que había en el mar se iban por el aire, hacia las nubes, los veía subir. Perdí la noción de quién era, mi identidad. No sabía qué hacía allí. Una voz me decía: tírate y verás qué feliz te vas a encontrar, tírate.

Llegué a gatas al borde del barranco, pero antes de que me tirara, que era como un imán que me atraía, sentí como unas manos me cogieron y me llevaron hasta un aparcamiento, donde permanecí el resto de la noche hasta que amaneció. Ahí me dio el aire, cobré un poco de lucidez. Me di cuenta de que estaba en Portugal. Esta experiencia, junto a otras drogas alucinógenas que tomé después, me pasaron factura.

Me puse a experimentar con música electrónica, compré un sintetizador y una nueva guitarra, una Gibson SG, me puse a probar con otros sonidos, pero la droga y el alcohol me habían hecho perder la ilusión por la vida. Con poco más de treinta años estaba mal de los nervios. Era solamente ir por la calle, ver la aglomeración de gente y me daba pánico. Sólo era feliz entre los amigos del hippismo. Al resto de la gente los veía como momias, como cadáveres burgueses.

La segunda formación de Eva-Rock. Fotografía: Cortesía de Flores Hernández.

La segunda formación de Eva-Rock. Fotografía: Cortesía de Flores Hernández.

¿Cómo saliste del hoyo?

Tuve un cambio espiritual. Algunos amigos míos murieron, se quedaron en el camino por menos de lo que yo hice, llegó un momento en que no podía soportar mi vida. No paraba de pensar en la muerte y en qué habría después.

Estaba enfermo de los nervios. Mis padres me llevaron al médico. Vi que había algo que me quería llevar a la muerte, que la vida se me iba, chillaba y sufría. Pensaba que me iba a morir. ¿Te puedes imaginar cómo me encontraba?

Hasta que tuve que hacer un viaje en autostop, con mi barba larga, mi cabello por la espalda, con collares en mi cuello, nadie me cogía por mi aspecto. Cuando ya estaba cansado de hacer autostop y ver que nadie me cogía, de pronto un coche paró cuando ya me iba a volver a casa andando y me hablaron de Jesús. Me dijeron que es el rey del universo, que vivía, que murió en la cruz, que eso lo hizo por la humanidad, y también por mí personalmente, que me conocía, y me amaba. Todo eso me puso muy nervioso, me preguntaba: ¿pero quiénes son estos? Parecía que eran de otro planeta.

Me regalaron un Nuevo Testamento y a partir de ese momento se inició un cambio grande en mi vida… Empecé a escribirme cartas con un pastor evangélico que había en Miranda de Ebro hasta que pasé a reunirme en Salamanca en casa de un creyente llamado César Domínguez y junto a otros conversos. En esas reuniones me cogieron mucho cariño, especialmente la familia de César, porque yo era muy majo, me dejaba querer y salía tan feliz de los encuentros, tan volao, que parecía que iba puesto, drogado. Me volvió a entrar ilusión por vivir.

Ya no me importaba que los demás no llevaran el pelo largo. Empecé a sentir cariño por el resto de la gente. Mi vida cambió. Una vez mientras oraba me entraron como unas corrientes eléctricas por las piernas y me puse a decir alabanzas a Jesús, a sentir un amor a los demás… Imagínate cómo estaba, yo con mis barbas de treinta centímetros y una cara de amor. Era maravilloso.

Desde entonces he tenido experiencias increíbles predicando el Evangelio con jóvenes drogadictos, he visto personas transformadas, vidas arregladas del mundo de la delincuencia, enfermos sanados por el poder de Dios, cuando me convertí me di cuenta de que muchas cosas dentro de la fe pueden ser tildadas de profanas o de anatemas, entre ellas el rock. Me dijeron que el diablo estaba en el rock y no me lo anduve pensando, vendí mi Gibson al grupo Coz, y cogí el cabezal Marshall de 100w vintage, la pantalla Marshall, algunas columnas de voces, cámaras de EKO y lo pasé todo por el fuego, lo quemé. También quemé mi ropa, entre ella la túnica larga blanca, así como discos de Hendrix, aquello parecía una locura pero yo lo hice. Entré en el evangelio a lo bruto, igual que como tocaba la guitarra en el escenario.

Gracias a Jesús perdí los nervios y el hábito por las drogas que me estaban destrozando. Había llegado a vomitar las comidas. Y decidí, en agradecimiento, cortarme el pelo por él, por Jesús. No tenía otra cosa que darle. Cuando lo hice nadie me conocía, ni yo. Pero aun así me entraron remordimientos por cosas que aún estaban en mi poder.

Porque yo, en casa de mi madre, cultivaba marihuana. Entre las plantas que ella tenía en el jardín ponía las semillas y le decía que las regase igual. Tenía un maletín preparadito con bolsitas para venderlo todo, pero con este cambio espiritual, una voz me dijo que tenía que acabar con eso. Fui donde César, se lo comenté y me dijo de quemarlo. Al llegar a casa de mis padres para resolverlo no me conocían porque tenía el pelo corto. Mi madre se echó a llorar, mi padre también.

Después de lo que sufrieron conmigo, que dormía en las orillas de las carreteras, en parques o campos, que iba por ahí de forma extravagante… Quemamos la droga, pero una voz me dijo que no había sido sincero, que todavía tenía un ácido escondido. Lo cogí, lo saqué de donde estaba, lo pisé y ahí sí me sentí verdaderamente libre. Como si hubiera roto una cadena.

Llegué a escribir un tratado sobre Satanás y la música rock, en mis primeros años de la conversión. Echándole a la música rock la culpa prácticamente de todo, ignorando que no fue realmente la música, que es una profesión tan digna como otra cualquiera, y pienso que hasta mejor, sino que fueron los vicios, las drogas, el alcohol, el tipo de vida que llevaba lo que verdaderamente me llevaron a ese callejón sin salida. No ha sido hasta 2012 que he vuelto a tocar esto, llámalo como quieras, hard rock o heavy.

Fotografía: Cortesía de Flores Hernández.

Fotografía: Cortesía de Flores Hernández.

Tienes nueva formación y vas actuar.

Cuando entré en Internet, miraba en los foros y en Google y me encontré que mucha gente preguntaba por Eva-Rock. Así que pensé que tenía que formar nuevamente el grupo, que reprodujera el estilo que tocábamos. Lo intenté primero en Cáceres y no lo logré. Después de mucho buscar, encontré en Salamanca a dos músicos, un batería y un bajista experimentados en hard rock y heavy metal y ya estamos trabajando para los ensayos, en una puesta en escena tan espectacular como la de los setenta y la forma tan agresiva de tocar que teníamos, también incorporaremos un cantante…

¿Por qué no hay ni una sola grabación de los Eva-Rock de entonces?

Creo que en Burgos el No-Do tuvo que grabar algo de todos los grupos. Pero con la censura sacaron a los que quisieron, no pudieron aparecer Burning, ni la Compañía Eléctrica Dharma y Eva-Rock tampoco. El locutor radiofónico, El Pirata, estaba allí y se supone que grabó un cassette con nuestra actuación. Le escribí un mail y me dijo que tenía mucho ruido y no sabía si me serviría, que estaba ordenando su casa y que cuando diera con ella me avisaría. Hasta ahora no he sabido nada. También me escribió un chaval y me dijo que tenía una cinta con toda la actuación, pero que se la dejó a un amigo y que se arrepentiría toda su vida, porque no se la devolvió.

No grabamos disco porque no dio tiempo. No pudimos consolidarnos, con un año más hubiéramos pisado un estudio de grabación, porque estábamos a un paso. De las grabaciones que hay por ahí espero que algún día surja alguna. Por Facebook me han enviado reportajes y fotos que yo ni sabía que existían.

Periodismo, el arma secreta del espía soviético que cambió la II Guerra Mundial

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Escena de Spy Sorge. Imagen: Asmik Ace Entertainment / Culture Publishers / Toei Company

Escena de Spy Sorge. Imagen: Asmik Ace Entertainment / Culture Publishers / Toei Company

Richard: Deberías reducir tus gastos.
Max: ¿Cómo?
Richard: ¿Tenías que comprarte un Mercedes nuevo?
Max: Bueno, he tenido que cambiar mi estilo, como tú. Me gusta dirigir mi propio negocio, disfruto condiciendo este coche.
[Richard baja la mirada apesadumbrado]
Max: Quizá ya no soy un buen comunista. Y para ser honesto, Stalin me ha decepci…
Richard: ¡Max! ¡Tu negocio es una tapadera! ¡¡¡Lo montaste con fondos del departamento!!!

Diálogo entre los espías soviéticos en Tokio Richard Sorge y Max Clausen de la película Spy Sorge (Masahiro Shinoda, Japón 2003)

Me encanta esta conversación entre espías soviéticos de la película de Shinoda. Demuestra que por muy comunista que sea uno siempre puede llevar dentro un amigo de lo ajeno que puede aparecer en cualquier momento de debilidad, pero nada, ahí estaba Richard Sorge, el espía que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial, para meterle en vereda.

Muy importante tuvo que ser este agente para que de él se hayan escrito libros, filmado varias películas, tenga una novela gráfica y hasta un sello de correos con su cara, por no hablar de una lancha rápida de la Marina del Pueblo de la República Democrática Alemana que también fue bautizada con su nombre. Una relevancia la de este hombre que, como suele ocurrir, no fue acorde con su suerte. Le ahorcaron sin que sus jefes movieran un dedo por salvarlo pese a las ofertas de canjearlo por otros prisioneros que se recibieron.

Pero su contribución en la Segunda Guerra Mundial no pudo ser más importante. Espía soviético en Tokio, envió a Stalin la fecha de inicio de la Operación Barbarroja. El padrecito ignoró el mensaje creyendo que se trataba de una argucia de Churchill para enfrentarlo a los alemanes, pero cuando la Wehrmacht cruzó el río Bug cayó en la cuenta del error que había cometido. Cuentan los historiadores que Stalin sufrió un colapso nervioso, se aisló en su dacha y que, cuando Molotov y Mikoyan fueron a buscarlo para preparar la defensa de la nación, creía que se lo iban a cepillar.

Sello con el rostro de Richard Sorge (DP)

Sello soviético con el rostro de Richard Sorge (DP)

Tonto no era Stalin, ni mucho menos. Y aprendió la lección. Cuando llegó el siguiente mensaje de Richard Sorge desde Tokio asegurando que Japón había pospuesto sin fecha un ataque a la Unión Soviética, no dudó en movilizar todas sus tropas hacia el oeste y el resto de la historia ya es bien conocido. ¿Pero quién era este hombre capaz de dar así en el clavo?

La historia de Sorge es apasionante. La película la edulcora, la novela gráfica es un tanto más tremendista, pero la información que hay documentada deja un relato mucho más comedido y que, precisamente por eso, resulta fascinante.

Nació en los alrededores de Bakú el 4 de octubre de 1895, en Azerbaiyán, en los campos petrolíferos del Cáucaso. Su padre era un ingeniero alemán que trabajaba en una empresa petrolera, hijo a su vez de Friedrich Sorge, ayudante de Karl Marx, también secretario general de la Primera Internacional en el momento de la escisión de los anarquistas de Bakunin y fundador, en su exilio estadounidense, del Partido Socialista Laborista de América. Casi nada. La madre del espía, Nina Semionovna Kobieleva, era rusa.

La familia abandonó Azerbaiyán y volvió a Alemania en los albores del nuevo siglo. Pese a la carrera política del abuelo, llevaron una vida burguesa. Es ahí tal vez donde los genes hicieron mella en el joven Richard, que decidió alistarse voluntario en la Primera Guerra Mundial para huir del confort y el sosiego —que sumados equivalen a tedio como todo el mundo sabe— de las ambiciones familiares.

Sirvió en las «unidades estudiantiles» alemanas que fueron a parar a Dixmude, en Bélgica, donde se dice que entonando himnos patrióticos se abalanzaron sobre las trincheras enemigas siendo barridos por las ametralladoras con una proporción de bajas como la del videojuego Operation Wolf. Era julio de 1915 y fue herido en la pierna derecha, pero su fervor patriótico permaneció intacto. Sin embargo, cuando en marzo de 1916 fue enviado al frente ruso, la metralla le destrozó las dos piernas. Se quedó cojo para toda la vida y le concedieron la Cruz de Hierro de Segunda Clase, pero él ya había empezado a pensárselo mejor y le surgieron ciertas dudas con eso de la patria y las banderitas.

Además, la enfermera que le cuidaba era hija de un miembro del Partido Alemán Socialdemócrata y ahí, en el hospital, leyendo sobre filosofía y marxismo, Richard se hizo de izquierdas a la tierna edad de veintiún años. El contexto, una Alemania que acaba de perder la guerra, sufría carestías de toda clase, paro y efervescencia ideológica en las calles, no hizo sino radicalizarlo. Como a buena parte de sus compatriotas, por otra parte.

No obstante, Sorge estudió Economía y llegó a ser asesor científico en la Universidad de Aquisgrán, donde realizó grandes progresos intelectuales, entre ellos, robarle la esposa al profesor titular. Ella se llamaba Christiane Gerlach, se casó con ella y se escapó a la URSS «para ser libres», como se decía entonces. Allí ingresó en el PCUS con el carné número 0049927, que pronto tuvo que depositar cuidadosamente en un cajón puesto que fue reclutado por los servicios secretos soviéticos.

En una entrevista que concedió Christiane cuarenta años después, explicó que la personalidad de Richard estaba inclinada a una profesión como esa de forma natural. Dijo: «Nadie pudo acceder nunca a su soledad interior y eso es justamente lo que le hacía totalmente independiente».

Su primera misión importante fue en Shangai. Allí empezó a tejer una red de agentes entre comunistas chinos y logró reclutar al japonés Hotsumi Ozaki, brillante corresponsal del diario Asahi Shinbun y comunista furibundo en la intimidad, que de vuelta en Japón llegó a ser asesor del primer ministro Fuminaro Konoe para así convertirse en el informante clave de toda la red.

Richard Sorge con Erich Correns en la Primera Guerra Mundial. Foto: German Federal Archive (DP)

Richard Sorge con Erich Correns en la Primera Guerra Mundial. Foto: German Federal Archive (DP)

Porque Sorge también fue enviado a Tokio con la misión de infiltrarse a su vez entre los alemanes. En la Unión Soviética cundía el pánico por aquel entonces ante la posibilidad de un ataque combinado de los nazis por el oeste y los japoneses por el este. De hecho, ese parecía el plan de los japoneses con sus conquistas en China ejerciendo, como se aludía, el «derecho a la expansión» de las «naciones sin espacio».

Este hipotético ataque combinado es un escenario sobre el que han fantaseado muchos amigos de la historia-ficción. Lo consideran la estrategia perfecta para haber salido de la Segunda Guerra Mundial sin países totalitaristas, pues el Eje, divagan, habría acabado con la URSS y luego las democracias con el Eje. Una teoría que por supuesto es cierta, ya que como dijo el sabio: toda conclusión que parte de una premisa falsa es siempre verdadera. Pero dejemos la fantasía militar para seguir con Sorge.

Afiliado al Partido Nazi en 1934 y, tres años después, miembro de la Asociación Nazi de la Prensa, Sorge ejerció como periodista del Frankfurter Zeitung, se introdujo en la vida social de los alemanes de la embajada y empezó a acceder a información sensible.

Lo gracioso de todo el tema viene ahora. Sorge no tenía un coche que hablaba ni un bolígrafo cazabombarderos, tampoco atravesaba la ciudad por las alcantarillas ni se disfrazaba de vendedora ambulante y tampoco se vio atrapado en tiroteos donde salió ileso bailando break, no; Sorge cuando llegó a Tokio lo que hizo fue lo más difícil: ponerse a estudiar.

El tío reunió una colección de mil volúmenes sobre la historia de Japón y se encerró con ellos. A partir de ahí, ejerciendo la humilde profesión de periodista, con sus informaciones contrastadas y bien documentadas, logró la suficiente influencia para, el muy cabrón, terminar enterándose de absolutamente todo. Hacer un frívolo ejercicio de fabulación es irresistible: imaginen los cuarteles secretos del NKVD en, yo qué sé, Siberia, el espía más peligroso de la URSS se está entrenado, está él solo sentado en una silla y una mesa con… un manual de periodismo. Quién sabe si hasta le tuvieron copiando teletipos.

Coñas aparte, como buen periodista en situación límite, Sorge también era un bebedor de tomo y lomo. Además de un enamorado de la velocidad y las motocicletas. En una ocasión en que convergieron ambas pasiones se estrelló contra un muro de piedra y su compañero Max Clausen tuvo que ir volando al hospital para coger los secretos que guardaba en el bolsillo de la chupa no fuera ser que toda la misión diera al traste por tamaña insensatez.

Por supuesto, en un perfil de esas características no desentona la cualidad estrella, la de follador empedernido. Para muestra, al poco tiempo de andar en los pasillos de la embajada alemana se tiró a la esposa del embajador, Eugen Ott. Es muy gracioso cómo relata este episodio la película de Shinoda, que es una producción germano-japonesa para la televisión, y que por lo tanto no caricaturiza como malvados villanos a los miembros del Eje, sino más bien al contrario. El embajador, que por cierto está interpretado por Ulrich Mühe —el espía de la Stasi en La vida de los otros— cuando se entera ¡le da las gracias por hacerlo! Dice que desde que lo hace su relación ha mejorado porque ella ya no está todo el día quejándose por chorradas. En la novela gráfica Isabel Kreitz profundizan un poco más y describen a Helma Ott como una mujer que había sido simpatizante de la izquierda en Berlín para, una vez casada con un alto cargo nazi, convertirse en una persona superficial a la que solo le interesaban los cotilleos y los problemas matrimoniales. Y el nacle de Sorge, añadimos.

El heroísmo del espía: se gana la confianza del embajador alemán tirándose a su esposa mientras redacta incansablemente informes para los comunistas.

El heroísmo del espía: se gana la confianza del embajador alemán follando con su esposa mientras redacta incansablemente informes para los comunistas. Imagen: Asmik Ace Entertainment / Culture Publishers / Toei Company

En cualquier caso, había más. La red de espionaje de Sorge no solo trataba de acceder a información. También tenía la misión de influir, de interponerse entre los aliados del Eje. A los alemanes les transmitía la imagen de un Japón que no estaba preparado para la guerra, a los japoneses de que los rusos se defenderían. Para ello tampoco falsificó documentos oficiales durante una noche entera y luego le dio el cambiazo a un diplomático en una acción de despiste trepidante y con volteretas. No, se pillaba borracheras con unos y otros y soltaba sus impresiones de experto como hará usted el mismo viernes que viene en la barra de un bar teorizando sobre el efecto Podemos.

Cuando se enteraba de algo, llamaba a sus compañeros Branko Vukelic, un croata, y el aludido Max Clausen y transmitían por radio a Moscú la información sensible. Los expertos japoneses interceptaban todos los mensajes, pero nunca supieron ni localizarles ni descifrar qué carajo estaban diciendo.

Hay un episodio que queda muy bien retratado en la película, cuando Sorge envía a un compañero al Japón rural para informar del verdadero estado del país. El agente reporta que las sanciones de Roosvelt han empobrecido el campo hasta el hambre y que muchos campesinos estaban vendiendo a sus hijas a redes de prostitución. Una situación que fue el germen de lo que sería la rebelión del 26 de febrero, de militares japoneses exigiendo más reformas sociales y menos guerra. Para Sorge, todo esto eran síntomas de debilidad de la nación del sol naciente. Sumadas a la carestía de petróleo y materias primas, evidenciaba que no eran un enemigo tan fiero como lo pintaban.

Además, en 1939, Sorge reportó a Moscú que el objetivo de las negociaciones entre alemanes y japoneses era atacar al Reino Unido y que su objetivo no era la URSS. Esta información influyó en la decisión de Stalin de postergar la inevitable guerra con los nazis con el pacto Ribbentrop-Mólotov.

En 1941, el embajador Ott, encantado, no lo olviden, con que Sorge follara con su esposa, también le confió una valija diplomática para que la entregase en Shangai. Sorge, desde su privilegiada nueva posición de mensajero de la embajada alemana con pasaporte japonés, informó a Moscú de que las conversaciones entre el gobierno de Hirohito y Estados Unidos fracasarían. Ocho meses después estalló la guerra entre ambos.

Sin embargo, la información estrella que logró para la Unión Soviética —la fecha de inicio de la operación Barbarroja y el número de tropas que la llevarían a cabo—, Stalin no se la creyó. Como hemos relatado al principio: Iósif se dio cuenta de su error. Y Sorge solo se había equivocado en dos días. Más adelante, la información de que Tokio no se lanzaría sobre la URSS, que pensaban atacar a Estados Unidos tomando Singapur, sirvió a Stalin para concentrar sus tropas en el oeste contra Hitler. Cuando al final no cayó Moscú ante el avance alemán, Sorge dio parte de que en Tokio cundía la desmoralización general por el curso que iba a tomar la guerra y su estrategia era irreversible.

Una vida de privaciones y sacrificios

Una vida de privaciones y sacrificios. Imagen: Asmik Ace Entertainment / Culture Publishers / Toei Company

Y no siguió informando porque le detuvieron en pijama y zapatillas una mañana de otoño del 41. Las palizas a un miembro de la red detenido facilitaron la información necesaria al contraespionaje japonés. Detenido y torturado Sorge, había engañado tan bien a los alemanes que le enviaban tabaco y comida a la cárcel. Incluso el embajador, quién sabe si preocupado por que ya nadie se iba a querer tirar a Helma, emitió una serie de protestas oficiales.

Durante el juicio años después, su traductor le informó de la victoria soviética en la batalla de Stalingrado. Sorge pensó que podrían liberarlo en negociaciones con la URSS, pero la documentación desclasificada años después constató que a todo intento de canjearlo por espías japoneses la embajada soviética contestaba un lacónico: «El hombre llamado Richard Sorge es desconocido para nosotros».

Hay que mencionar que al protagonista de esta historia le preocupaban las noticias que le llegaban durante los años treinta de las purgas estalinistas. Se enteraba con horror de que casi todos sus camaradas, revolucionarios de la primera hornada, habían sido juzgados. Cuando le dijeron a él que acudiera a Moscú en 1937, se negó. Dejaron de enviarle dinero y costeó el resto de operaciones de su bolsillo, pero gracias a esa negativa luego pudo enviar tan valiosa información.

Noticia de la condena de Richard Sorge (DP)

Noticia de la condena de Richard Sorge (DP)

Robert Whymant, que investigó el caso durante veinte años, dio con antiguos miembros de la red de espionaje y pudo acceder a los archivos soviéticos, escribió en su libro El espía de Stalin que el líder soviético no quiso canjearlo para no admitir la vergüenza de su error. Sorge fue ahorcado en la prisión de Sugamo a los cuarenta y nueve años en un patíbulo que tenía enfrente un altar budista y en el que tardó dieciséis minutos en morir.

El pánico por la red de Tokio se trasladó a Estados Unidos. En 1951 el general Willoughby alertó de que células como esa estaban operativas en el país de la libertad. La inteligencia militar de McArthur le había informado de que «la historia de Sorge no empezaba y acababa en Tokio». No tardó en llegar el Macarthismo y el juicio y ejecución de Ethel y Julius Rosenberg por supuestamente haber revelado el secreto de la bomba atómica a los rusos.

La última amante del Sorge, Hanako-San, al terminar la guerra fue a buscar sus restos al cementerio de la prisión. La lápida, de madera, había desaparecido en la desesperación por la falta de materias primas en Japón. Al final dieron con el cuerpo en una fosa común para vagabundos. Pudo distinguirlo por su tamaño en comparación con los otros esqueletos y las heridas de la Primera Guerra Mundial que se percibían claramente en su fémur. Trasladó el cuerpo al cementerio de Tama, a las afueras de Tokio, y escribió en su nueva lápida: «Aquí descansa un valiente guerrero que consagró la vida a luchar contra la guerra y en favor de la paz en el mundo».

Fue condecorado como héroe de la Unión Soviética a título póstumo en 1964. En la novela gráfíca de Kreitz, figura entre la documentación que una vez le confesó a otro agente: «Siento que de algún modo no necesito a nadie para vivir… soy tan apátrida que las carreteras son mi lugar favorito».

Hanako-San arrancó las muelas de oro del cadáver y se hizo un anillo con ellas. El New York Times constató que lo llevó durante toda su vida.

Escena de Spy Sorge. Imagen: Asmik Ace Entertainment / Culture Publishers / Toei Company

Escena de Spy Sorge. Imagen: Asmik Ace Entertainment / Culture Publishers / Toei Company


Los Chichos, artistas del pueblo y para el pueblo

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Fotografía: Philips / Jeros Chichos.

Los presos gritaban ¡otra, otra!, Jero se adelantó y les preguntó: ¿Qué queréis? Y todos a una contestaron a coro: ¡Co-ca-í-na!. (Concierto de Los Chichos en la cárcel Ocaña I de Toledo, 1985).

Emilio, el más largo de Los Chichos, apoyándose en un pelotazo de whisky para coger fuerza, me preguntaba cosas de mi contrato y me pedía consejos para sus reuniones, que siempre eran de pelas. También me contaba entre indignado y confuso que a pesar de estar en todas las gasolineras del país, y por lo tanto de vender muchas casetes, nunca estaban en las listas. Era verdad. (Miguel Ríos).

En el programa de Radio Exterior de España Gitanos, dirigido por Manuel Moraga y Joaquín López Bustamante, dieron el año pasado la última cifra de venta de discos de Los Chichos en toda su carrera: veintidós millones de copias. Un número mareante y logrado, además, sin operaciones de marketing, con reticencias de los medios para radiar sus canciones y sin ni siquiera aparecer en las listas de los más vendidos, aunque lo fueron en muchas ocasiones.

Pero en realidad no les hacía falta. Les bastaba con el boca a boca para mantenerse en la cresta de la ola y, por supuesto, con un don, una cualidad que conquistaba los corazones de sus seguidores: Los Chichos tenían verdad.

En los barrios de aluvión, en los extrarradios, la juventud de los años setenta había visto a sus padres matarse a trabajar y pluriemplearse malamente para terminar con la espalda rota y poco más. Como explica el imprescindible artículo «Nos matan con heroína» de Juan Carlos Usó en La Web Sense Nom, esta generación no quería ganarse la vida como sus padres, prefería buscársela. Un espíritu sesentayochista pero a la española. Creció la delincuencia y a los pocos años todos ellos caían de lleno en el boom de la heroína. Este fue el público de Los Chichos.

Por supuesto, también los de su raza, los gitanos. Por aquel entonces confinados en barrios chabolistas en los que no entraba alegremente un payo si no era acompañado de uno de ellos. La mayoría no tenía ni DNI. La escolarización brillaba por su ausencia. Los Chichos fueron solo seis meses al colegio, lo justo para aprender a leer y escribir. Eran familias que tenían pocas opciones: o la venta ambulante o la delincuencia. Este también era el público de Los Chichos.

Y luego les seguía, claro está, todo aquel que no fuera sordo. Quienes supieran ver en ellos una evolución natural de Peret y el grande entre los grandes, Miguel Vargas Jiménez «Bambino». Entender que rejuvenecían el flamenco. Apreciar a un artista que cantaba a corazón abierto como era Jero… Pero mejor empezar por el principio de la historia.

Emilio y Julio eran dos gitanos nacidos en Ciudad Real que emigraron al Pozo del Tío Raimundo, en el barrio de Vallecas, Madrid. Emilio pronto sintió afición por la música y se ganaba unas perrillas cantando por los bares cuando solo era un niño. De adolescente, durante una etapa en Salamanca, no paró de trabajar en las fiestas de los señoritos por recomendación de todas y cada una de las prostitutas de la ciudad, a las que se había ganado con su encanto y que le consideraban «su protegido».

Empezamos en las barras americanas de Salamanca, siempre había un señorito que pillaba a una, ah, una prostituta y se le calentaba el paladar, quería que se montara una juerga a base de fandangos y bulerías y allí estábamos los gitanos.

Su hermano Julio por aquel entonces se ganaba la vida en el campo, iba a la vendimia y a la recogida del garbanzo. También trabajó en una fábrica en Santurce quitándole la cabeza a las sardinas. Era un gitano obrero.

Jero —para que se sitúen, es al que Estopa bautizó como «el del medio de los Chichos»—, había nacido en Valladolid. De pequeño vio morir a su padre a la puerta de su casa y por ese motivo su familia se reagrupó con unos parientes en el Pozo del Tío Raimundo. Allí, a los diecisiete años, se casó con Araceli, de catorce que le dio dos hijos. Para sobrevivir, se dedicaba a la venta ambulante de colchas y telas con su abuelo y también, en otros ratos, al trile. Ya saben, poner una bolita con tres cubiletes sobre una mesita en algún espacio céntrico y engañar a los incautos. Así acabó una vez, por trilero, en los calabozos de la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol. Una detención que celebraremos durante toda la vida, no porque nos moleste el trile —más se roba a los tontos en la bolsa— sino porque en esa celda compuso «Quiero ser libre», hit inmortal donde los haya.

Los Chichos en 1974. Fotografía: Philips / Jeros Chichos.

Ahora situémonos en otro punto de Vallecas: calle Arroyo del Olivar. No muy lejos del fantástico parque de las tetas, seguramente el rincón más bello de Madrid aún hoy. El brillante piloto de motociclismo Ángel Nieto Roldán montó una discoteca con la aspiración de que fuese la más moderna del lugar. La cabina del pinchadiscos era un Seat 600 y las luces, de esas que permiten ver la ropa interior bajo los vestidos y que las dentaduras parezcan la Feria de Abril. El garito se llamó Lover.

Un buen día, Emilio acudió al local y pidió un encuentro con el relaciones públicas, Eduardo Guervos. Para convencerle de su valía, le sugirió que le acompañara a verle tocar por los bares céntricos de Madrid. Concretamente, por la zona de Doctor Fleming, donde, como en Salamanca, también era amigo de todas las prostitutas. En el precioso libro que escribió Juan Antonio, el hijo de Juanito Valderrama, y Rosa Peña sobre Los Chichos, cuentan que tenía locas a las chicas de alterne. Era un gitano de 1,90, divertido, con el pelo azabache y los labios carnosos. Las chavalas que se buscaban allí la vida «sucumben ante su porte», explica.

A esa zona de bares acudían los altos ejecutivos del momento con la prosaica intención de irse de putas. Para mantener el decoro, se disimulaba la transacción con unos bailes y una invitación a una copa. No eran casas de putas propiamente dichas, de modo que ahí hacía falta un gitano con guitarra como Emilio para endulzar lo miserable. En un local llamado La Coquette, Eduardo Guervos quedó prendado de su salero y magnetismo con los presentes y le contrató para su discoteca.

A los clientes de Lover les gustó el muchacho y a él le siguieron saliendo actuaciones. De esta manera, Eduardo decidió convertirse en su manager, total, no tenía nada mejor que hacer. Y le propuso que se juntara con su hermano, el aludido Julio, para hacer un dúo, un formato más vendible. La cosa siguió funcionando, fue a más. Tanto que el padre de ambos gitanos se preocupaba cuando empezaban a llegar giros postales a casa porque se creía que sus niños estaban metidos en el crimen organizado. En su barrio, pocos de su generación se ganaban la vida honradamente en aquel tiempo. Pero lo rentable en esta familia fue la música, su grupo, al cual decidieron bautizar como «Los Chichos» ya que era el apodo, Chicho, que se trajo Emilio de Salamanca y que en plural le había caído a toda su prole.

Actuando sin descanso, les llegó una oferta para tocar en Vigo. La única pega era que les pidieron que fueran tres, un trío, para dar mejor en el escenario. Los dos hermanos eligieron para acompañarles a Jero, un amigo de toda la vida del Pozo. Le ofrecieron dos mil pesetas por ir a tocar con ellos y en ese momento, señoras y señores, nacieron Los Chichos.

En la discoteca Nueva Electra de Vigo, hasta donde viajaron en coche por las tortuosas carreteras del momento, se propusieron que la puesta en escena fuese moderna y rompedora. Un look de patas de campana a tope y abrigos de piel. Desgraciadamente, Jero no tenía abrigo, le tuvo que dejar uno rápidamente su hermana y, aunque le quedaba un poco entallado, la presentación quedó a las mil maravillas. Cobraron de la recaudación de la taquilla, en billetes marrones de cien pesetas, y ese día, lectores de Jot Down, nació el soul gitano.

El primero en advertirlo seriamente fue don Antonio Sánchez Pecino, padre de Paco de Lucía. Se los llevó a Polygram, compañía musical de Philips, porque estaba convencido de que estaban para grabar un disco; un disco que iba a hablar de marginalidad. El director artístico del sello, Alfredo Garrido, nada más verlos pensó: «No puede ser, son demasiado gitanos». En el aludido libro, Nosotros, Los Chichos de Ediciones B, el maestro Torregosa, responsable a la postre de la instrumentación de sus canciones, los describió así:

Eran tan pintorescos con aquellos trajes de pantalones acampanados, aquellas patillas, los enormes cuellos de las camisas abiertos por encima de las chaquetas con unos picos tan grandes que les llegaban casi hasta los hombros, y sobre todo, las cadenas de oro colgando en medio de su pecho.

No obstante, Garrido decidió apostar por ellos. Echó mano de un fondo que tenían reservado para producciones de riesgo y grabaron su primer single. Cara A: «Quiero ser libre»; Cara B: «Si tú pudieras estar conmigo». Dos temazos talegueros que volaron de los estantes de las tiendas. En Polygram llegaron a pensar que se trataba de un error contable. Al ver las cifras, confundidos, llamaron en persona al almacén a preguntar y no daban crédito: en un mes de ahí habían salido veinte mil copias. Su segundo single con «Ni más ni menos» ya supuso un crecimiento exponencial en ventas. Había empezado una leyenda.

Por estas fechas, Jero tuvo al primero de sus dos hijos, al que llamó Chaboli, «primogénito» en lengua calé —aunque en mi diccionario del habla de los gitanos de 1848 no viene el término—. Pero hay que citar al chico puesto que de mayor tocará en los discos en solitario de su padre y porque, de niño, jugaba con un tal Dioni, quien luego formaría Camela, otro grupo superventas ignorado por los medios y las listas durante muchos años. ¿Por qué? ¿Porque de verdad que España no es un país racista?

Los Chichos pronto notaron ese rechazo. El departamento de marketing de Polygram era incapaz de colocar sus canciones en la radio. En el mencionado libro señalan que en la SER y TVE les rechazaban aludiendo que eran «demasiado gitanos». Además, estaba el tema marginal. Como contó Emilio en el programa de radio Gitanos el año pasado, ellos le cantaban: «a la gente que veíamos por la calle, expresábamos la verdad». Y aquella realidad no molaba nada. Su propuesta no era nada escapista, el género que más se acomoda a las tiranías modernas.

Al final, en un almuerzo con José María Íñigo, que dirigía el programa Estudio Abierto en TVE, el sello consiguió que por fin sus superventas fueran a salir por televisión. Sin embargo, a la hora de grabar el programa, Los Chichos no aparecieron. No estaban de juerga. El problema era que la Guardia Civil no les dejaba entrar a Prado del Rey. Íñigo tuvo que salir corriendo por el pasillo a decirle a los agentes que esos pobres diablos eran los músicos invitados de su programa. La benemérita les había retenido en la puerta y ya les estaba preguntando de dónde habían sacado los micrófonos que llevaban. De milagro, pasaron el control con Íñigo metiendo prisa desesperado, actuaron y tras aparecer en la caja tonta, se colapsaron los teléfonos de su manager. En pocas horas ya tenían cuarenta fechas contratadas.

Después llegó el primer disco, que también voló de las tiendas. Con el dinero, Jero le compró a todos sus vecinos lavadoras, televisores y neveras. Los problemas solo llegaron con la censura. La canción «Historia de Juan Castillo» llevaba originalmente el nombre del sargento de la policía nacional que había asesinado a un amigo. Tuvieron que eliminar la alusión directa. Esos eran los temas sobre los que cantaban. Los únicos que conocían.

Eran letras llenas de verdad. Por eso conectaban con su gente, con el pueblo; historias que llegaban hondo, que se respiraban a diario en aquellos barrios marginales: «Ahora veo la falsedad de tu amor por mí, cojo la cachimba y me pongo ciego; ciego solo de pensar en ti». O «no, nunca estuve enamorado; jamás supe del amor. Y ahora, que estoy enamorado, sé bien lo que es el dolor. (…) tengo un amor en la calle que pone precio a su cuerpo…». Este era el día a día de importantes sectores de la población por mucho que ahora algunos irresponsables hablen de aquella época como «de extraordinaria placidez».

Con sorpresa o sin ella, el estilo funcionó. Empezaron a sacar discos como churros y en el cuarto, al meter sintetizadores, consiguieron sonar en todos los billares y coches de choque, los puntos neurálgicos de las movidas de entonces. Aquello llegó a ser un fenómeno nacional.

Llama la atención en esta época de éxito la patosa y contradictoria introducción que les hizo Joaquín Prat, por primera y última vez en su vida nerviosa en televisión: «Sois gitanos de los buenos, de los que trabajan…. todos los gitanos son buenos, aquí no hay discriminaciones, todos somos hijos de Dios… los gitanos son una cosa que nos va sobre todo si hacen música como la vuestra».

En cambio, el público al que se dirigían no se andaba precisamente con moralismos de esa clase. Abarrotaba sus conciertos por toda la geografía y ellos no paraban de tocar. Llegaban a más de doscientas fechas anuales. En una ocasión, Julio viajó con su equipaje en bolsas de basura de las negras porque, con las prisas, era lo más a mano que tenía en ese momento para salir de casa. Todos los barrios populares de España les estaban reclamando al mismo tiempo.

Y por supuesto, se enamoraron de Barcelona. Una de las primeras veces que fueron les hospedaron en el Hotel Princesa Sofía, uno de los más lujosos de la ciudad, pero ellos se marcharon al día siguiente. Pidieron quedarse en los apartamentos Guttemberg, una pensión de La Rambla donde se sentían como en casa; un barrio que se volcaba con ellos. Cada vez que venían de dar un concierto, las vecinas les habían preparado siempre algo de comer. Dormían con las puertas abiertas. Las prostitutas, los huéspedes de vida errante, llámelos si quiere carteristas, entraban y salían de sus habitaciones. Todos estaban pendientes de ellos. Años después dijeron que eso sí que era un lugar lujoso, que ahí sí que les trataban como verdaderos reyes. Era tan mágico que en Barcelona fue donde Julio conoció a una chica de diecisiete años con la que estuvo ocho de relación y tuvo dos hijas. Echaron raíces en la que era la ciudad más especial de España.

Hasta en las carreteras encontraban guardias civiles que eran seguidores de su música. A veces hasta les perdonaban las multas por conducir de aquella manera cagando prisas de concierto en concierto. Y los viajes en avión les daban pánico. Emilio solía comerse tres kilos de marisco y una botella de albariño para quitarse la ansiedad y luego llegaba como llegaba, claro. Ya empezaban a vivir deprisa.

Su primera salida del país fue rumbo a Alemania, a tocar para la emigración. Esa misma que ahora ha vuelto para allá. Fueron con Marian Conde, entonces una vasca de San Sebastián que se empeñó en cantar flamenco, aunque fuera sin seseos ni trajes folclóricos, y que años después terminó de periodista del corazón en Con T de Tarde, en Telemadrid. Aquel viaje lo tuvo que hacer sola. Los Chichos no tenían pasaporte, no sabían lo qué era.

Yo no daba crédito cuando al requerirles el pasaporte se miraron entre los tres y preguntaron al policía que para qué lo quería, que ellos no tenían de eso, que no les hacía falta (Marian).

Entonces llegó Caracas, en Venezuela. Viaje trágico porque fue en el que probaron la cocaína. En el libro no se incide en este aspecto que luego han confesado en entrevistas. Se dice que no podían estar separados de sus familias por más tiempo y obligaron a su manager a cancelar los contratos que quedaban en Ecuador y Colombia para regresar a España. «Lloraban como niños queriendo volver a su casa, casi ni comían por culpa de la pena». Se intuye que algo de bajona por la química parece ser que también había.

En 1984, cobraron cinco millones de pesetas solo por firmar el contrato de renovación con su sello, pero lejos de planificar una carrera de altos vuelos, siguieron con los pies en la tierra, o por debajo de esta, y se propusieron llevar su música a las cárceles; las pobladas cárceles de España donde contra su voluntad residían sus mejores fans. Todo esto surgió a raíz del encargo de José Antonio de la Loma de una banda sonora para su película Yo, el Vaquilla. Iniciaron una serie de contactos con el célebre reo de los que surgió una gran amistad. Al menos Jero estuvo escribiéndose con él durante años. Le conmovió lo poco que el Vaquilla, que había nacido en una cárcel, había podido ver a su madre a lo largo de su vida.

Una actuación de Los Chichos en la cárcel de Ocaña. Fotografía: Jeros Chichos (CC).

Llegaron a tocar gratis en veinte prisiones españolas. No contentos con eso, pidieron a Phillips que enviara a los presidios mil radiocasetes para que los presos, que se quejaban de que dentro no podían oír su música, les escuchasen. En Ocaña I, la cárcel del Vaquilla, Emilio le pidió al alcaide que le rebajara la condena a un preso, conocido de conocidos, que «no había hecho nada». El funcionario miró su expediente y se encontró con que había atracado ni más ni menos que una iglesia y había asesinado al párroco. Pero como se lo pedía un Chicho, accedió y le redujo la pena de sesenta a cincuenta y ocho años por buena conducta. Seguro que es todo mentira, le tranquilizaba el artista, mientras no sabía cómo ocultar su alegría por haber podido ayudar a alguien de los suyos.

Pero la enfermedad iba a más y, a esas alturas de la década de los ochenta, la cocaína era el ingrediente fundamental de su dieta. Julio fue detenido en Cádiz por llevar cuatro gramos encima, y reconoce actualmente que le soltaron «por ser vos quien sois», pero llegó a estar tres días incomunicado en un calabozo de Marbella. El agente que lo detuvo montó en cólera cuando Julio quiso explicarle, con toda sinceridad, que por su profesión se cansaba mucho y gustaba de recuperar el tono con cocaína. Solo quería aliviar la fatiga, trató de hacerle entender. Sin éxito, vaya por dios.

En Barcelona, en otra ocasión aparecieron unos policías que se identificaron ante su manager como miembros de la Brigada de Estupefacientes. Querían verlos en el camerino. Eduardo pensó que era el fin. De hecho, justo al entrar, les pillaron metiéndose unas lonchas, pero no había problema, esos maderos también eran fans. Saludaron, se acomodaron y llamaron a un confidente para que les trajera más material. El sujeto llegó a toda mecha y según recuerda el manager: «Era increíble, metían la mano en la bolsa y sacaban la droga a puñados».

El problema es que después de la coca llegó el caballo, y después de ambos, la base, cocaína preparada con amoniaco. Una mezcla que tiene un efecto mucho mayor, mucho más intenso e inmediato, pero que se va mucho antes, lo que la hace tremendamente adictiva, que no hay quien pare de darle buscando el subidón inicial y dejándose auténticos pastizales en el lance. Según vuelve a relatar Eduardo:

Si se les terminaba eran capaces de hacerse seiscientos kilómetros o los que hiciera falta, de día o de noche, para llegar a Madrid, a casa de Popeye, su camello habitual, al que siempre encontraban y que por cierto se hizo millonario con ellos.

Por supuesto, las paranoias estaban a la orden del día. A Jero había que hablarle con suavidad, explicarle todo muy bien y muy despacio porque tenía reacciones violentas. Emilio llegó a comprarse un piso encima del de su camello, el citado Popeye, para tener la historieta al alcance de la mano en todo momento. «Iba y venía tanto de su casa a la mía que me pareció más cómodo vivir en el piso de arriba», reconoce. Y tanto fue el caballo a la fuente que: «un día me creí que tenía una gripe y resulta que era el mono». Así lo ha revelado Emilio en varios medios.

Julio, por su parte, ahora también considera que la droga acabó con ellos como grupo. «La base fue la causa real de nuestra separación, mi carácter empezó a chocar con el de Jero. Hay que tener el cerebro muy fuerte para no ver hormigas donde no las hay».

Los rencores, en todo caso, eran más profundos. Jero se llevaba un auténtico dineral por los derechos de autor, no en vano era el mejor compositor de los tres, y tuvieron que llegar a un acuerdo para repartir la autoría de las canciones de cada disco. Empezaron incluso a grabar por separado. Julio no aceptaba ser un secundario del grupo que inicialmente había formado con su hermano. Mientras tanto, Jero no decía nada, llegaba al estudio y se sentaba a esperar a que acabasen de grabar sus partes los hermanos clavando una navaja contra el suelo. Lo que se dice un ambientazo.

En un concierto en Barcelona, Jero llegó tarde y le sustituyeron por Junior, el hijo de Emilio, desde entonces miembro del grupo. «El del medio de Los Chichos» lo vio como una falta de respeto inexcusable y decidió abandonarlos. Era 1989. Jero quiso intentarlo en solitario, convencido como estaba de que sus canciones eran las mejores de Los Chichos, pero calculó mal.

No era su grupo el que estaba en crisis, era la música española. La generación de Sabadabada/Dábadadabada y Torrebruno, en los noventa iba a preferir cantar en inglés. Pronunciando al azar, en muchos casos, pero en inglés. Los rumberos pasaron a ser «lolailos». Las drogas y la mitología de las clases populares cambiaron. Surgieron los «bakalas», con looks propios del espacio y músicas mecánicas, industriales, electrónicas. Hasta la Movida, en su momento lo más moderno, al inicio de la nueva década era considerada como lo más casposo. Ese pueblo, esas masas que adoraban a Los Chichos, ahora eran solo un nicho de mercado. Jero en solitario, más intimista, perjudicado físicamente por las adicciones, pero trabajando canciones sinceras y perfectas, como siempre, ya no tenía espacio.

El 23 de octubre de 1995, el diario El País relató su muerte.

Juan Antonio Jiménez, Jero, integrante hasta 1990 del grupo Los Chichos, murió ayer al caer de la terraza de su piso, un segundo, en la avenida de las Glorietas, en el distrito madrileño de Entrevías. Una de las vecinas del fallecido está convencida de que Jiménez se suicidió. «Ya lo había intentado otras veces; concretamente la semana pasada, pero se quedó colgado de la terraza y un vecino le cogió y le salvó (…)» .

Según esta vecina, Jiménez, para estar solo, mandó a su mujer «a comprar un chándal». Posteriormente, alrededor de las tres y cuarto de la tarde, se tiró al vacío, siempre según el testimonio de la vecina. Una ambulancia llegó cinco minutos después. Encontraron a Jiménez ya muerto. «El hombre tenía problemas con la droga», prosigue la vecina, que añade: «Nosotros bajamos. al momento, y solo alcanzamos a ver cómo su vientre temblaba un poquito; después murió. Desnucado. Era una buena persona. Siempre saludaba en la escalera, pero no trabajaba (…)».

Otros vecinos comentaban que Jiménez padecía problemas económicos porque «quería vivir por encima de sus posibilidades». El cuerpo fue trasladado al Instituto Anatómico Forense, en donde le será practicada la autopsia.

En una entrevista en televisión diez años después, Julio confesó que no creía que Jero se suicidase por problemas de droga. Emilio añadió más información: «no sé si sería la doble vida que tuvo, aparte de su mujer tenía otra mujer…». En el blog jerochichos.blogspot.com añaden «la muerte de sus dos hermanos —miembros del grupo Egipto (2)— por la droga le desquició completamente, y tampoco podía con los tratamientos de desintoxicación». Al final, sería una mezcla de todo.

Julio y Emilio lograron enderezar su vida y salir de la droga uniéndose al culto evangélico. Superaron sus adicciones y en los rezos se encontraron con alguna que otra gitana que les reconocía «haber vivido mucho de ellos» vendiendo sus casetes piratas. Su carrera siguió, junto a Junior, durante veinte años, y sigue, aunque los connoisseurs opinan que ya no es, ni de lejos, lo mismo.

Con su «Papa no pegues a la mama» de 1981, o su «Maldita droga», de 1987, entre otras muchas toneladas de canciones veraces como crónicas de sucesos, parece que Los Chichos estaban adelantándole al Ministerio de Asuntos Sociales la orientación de sus políticas para las próximas décadas.

Si Camarón era un Príncipe, con mayúscula, Jero fue el profeta. Los Chichos fueron testigos y protagonistas de una época. Nunca nadie pudo acusarles de fachada ni de no estar con su gente. Ellos y sus canciones eran el pueblo y el pueblo se volcó con ellos tanto como ellos con él. Será difícil que vuelva a aparecer un fenómeno de masas tan auténtico y tan real. Un grupo de música sin más ambición y sentido que el de la verdad.

Fotografía: Alterna2 (CC).

Paco Roca: «Los españoles que liberaron París te reconfortan con lo que eres, si es que ser español significa algo»

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En un país tan necesitado de símbolos comunes aceptados por todos es una pena que la figura de los españoles que derrotaron al nazismo en la II Guerra Mundial no haya tenido más predicamento. Sigue siendo un tema tabú. Prevalece un silencio impuesto por quienes se empeñan en que no cicatricen nunca las heridas de nuestra guerra. No obstante, una novela gráfica, Los surcos del azar, ha narrado la historia de los españoles que entraron en París en 1944 y se ha convertido en un éxito de crítica y ventas. Su autor, Paco Roca (Valencia, 1969) es bien conocido por Arrugas, su cómic sobre el alzhéimer, que le hizo recorrer todos los medios de comunicación de España y medio mundo. Nos cita en Casa Montaña, una taberna clásica en pleno barrio del Cabañal, en Valencia, un lugar que también lucha por no ser condenado a la desaparición y el olvido. Hablamos de toda su obra y etapas, de su método de trabajo, del futuro de la novela gráfica y de todo lo que puede enseñarnos, tanto al que la lee como al que la dibuja.

¿Qué sentiste el otro día con el homenaje a los españoles en París?

Fue muy emotivo y me hizo mucha ilusión. El Ayuntamiento de París me invitó a ir al acto, pero no pude. También, que el homenaje lo haya hecho una alcaldesa de origen español lo hace todavía más especial. Cuando decidí dibujar Los surcos del azar no tenía pensada una fecha para sacarlo, de hecho, me ha llevado varios años, y por casualidad ha coincidido con el setenta aniversario de la entrada de los españoles en París. La verdad es que me hizo especial ilusión por los hijos de excombatientes de La Nueve o a alguno que aún sobrevive. Dices: «¡Por fin!» La lástima es que ya solo quedan dos vivos, pero todavía hay muchas familias detrás de los que estuvieron en la guerra. Piensa que el exilio afectó a mucha gente, salieron de España medio millón de personas. Aún hoy te das cuenta de la cantidad de españoles que tienen una relación con el exilio. Ese reconocimiento de Francia a toda esa gente representa mucho. Además, desde hace años la bandera de la II República ondea junto al resto de banderas de países que ayudaron en la liberación de Francia. Y no solov por los combatientes de La Nueve, sino por todos aquellos españoles de la resistencia, que fueron muchísimos. Mientras, en España no se puede hacer ningún tipo de reconocimiento porque todo lo que suene a República o Guerra Civil…

Qué detalle y qué sensibilidad la del Ayuntamiento de París invitándote a ti, a un tío que ha hecho una novela gráfica.

Es uno de esos momentos en que te empiezas a dar cuenta de que la novela gráfica empieza a trascender más allá del mundo del cómic. En realidad, todo me vino de rebote, porque la alcaldesa de París hizo el prólogo de la edición francesa de Los surcos. Pero emociona que dentro de esos invitados piensen en un autor de cómic.

La idea de dibujarlo, de hecho, te surgió en Francia.

Sí, el Instituto Cervantes me había invitado para dar una charla junto a Carlos Giménez y como soy un despistado me equivoqué de fecha y llegué dos días antes a París. Estaban presentando la edición francesa del libro sobre La Nueve de Evelyn Mesquida y estaban allí dos excombatientes de los tres que había vivos en ese momento —Manuel Fernández, Luis Royo y Rafael Gómez—, me pareció muy interesante lo que estaban contando.

Me impactó ver a ancianos relatando su experiencia de guerra. Me impactó y me pareció enternecedor. Y sobre todo me pareció increíble que unos españoles hubieran hecho eso. Me sonaba haber visto en alguna foto que había blindados semiorugas con nombres de ciudades españolas, pero nada más. Nunca me había planteado cómo llegaron allí o si había españoles entre ellos. Luego me di cuenta de que esta historia me daba pie a hablar de historia contemporánea y de algo de lo que muy pocas veces se habla, que es el exilio español y, en particular, el del norte de África, que es desde donde parte mi relato sobre La Nueve.

Siempre he querido hablar de toda esa gente, medio millón de españoles que tuvieron que huir de su país. En mi cómic El faro o El ángel de la retirada lo había tocado de refilón, pero no lo había podido desarrollar como me hubiese gustado. Con los vehículos militares con nombres de ciudades españolas me di cuenta de que ya tenía un final cojonudo y ya solo tenía que hacer el resto.

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Qué es lo que más te impactó de todo lo que descubriste documentándote.

Muchas cosas, pero no puedes encajarlo todo en el cómic. Había una anécdota que saqué de un libro de un norteamericano, así que debería ser bastante imparcial, definía el sentimiento que tenía hacia los españoles. De Gaulle tenía la costumbre de condecorar a los resistentes y seguía un protocolo según el cual les preguntaba desde cuándo estaban luchando contra el fascismo y todos respondían: «desde que De Gaulle había hecho su discurso por la BBC». Pero cuando le tocó al español, le contestó que llevaba luchando mucho más que él, que cuando De Gaulle era partidario de los fascistas él ya estaba luchando contra Franco.

En cierta forma existía la sensación de que los españoles eran carne de cañón y, posiblemente, si hubiera habido suficientes franceses en el ejército de la Francia libre no habrían contado con los españoles, porque eran rojos y para un aristócrata como Leclerc, o para De Gaulle, eso… Los aceptaban y los necesitaban, pero no eran de su agrado. Y esa percepción era común en las democracias del momento.

Hay otra anécdota cojonuda pero que no supe cómo meter. Dentro de La Nueve había varios hermanos. Unos eran los Pujol que, como cuento en la historia, se habían separado durante el exilio. Durante tres años uno estuvo en la Legión Extranjera y el otro en los campos africanos, y se volvieron a encontrar en la campaña de Túnez. Imagínate separarte de tu hermano al salir de España, que te pasen mil cosas y encontrarte con él en la campaña de Túnez luchando contra Rommel. Es algo increíble. A partir de allí estuvieron los dos juntos en La Nueve y uno de ellos murió en Eccouché.

Y había otros hermanos, los Castells, uno de los cuales llegó hasta el final de la guerra, hasta el Nido del Águila de Hitler. La Nueve pertenecía a una división blindada y estaba dentro del ejército americano —de hecho iban con el uniforme americano— así que por sus méritos dieron a todos sus miembros una condecoración, un rectángulo que solamente se daba a los soldados norteamericanos. Imagínate este Castells: haces la Guerra Civil, sales en el último momento jugándote la vida, pasas mil penurias en la Legión Extranjera o en los campos del norte de África, haces la campaña de Túnez contra Rommel y los italianos, sobrevives, desembarcas en Normandía, haces la campaña de Francia, llegas hasta el Nido del Águila, otra vez sobrevives a todo eso y por fin sientes que ya ha terminado la guerra. Pues lo que le ocurrió fue que un día se subió al tren con su condecoración americana y coincidió con un norteamericano borracho. Le preguntó por qué llevaba esa insignia y Castells le dijo que se la había ganado. Le dijo que como era español no la podía llevar y que se la quitara, y como no lo hizo, el americano sacó una pistola y le pegó un tiro. Lo mató. Imagina morir así después de todo lo que había recorrido. Son historias increíbles, pero no encajaban en el cómic.

Me ha llamado la atención el mapa que dibujas del destino de los exiliados. O campos de concentración en África, o el desierto, o la Gestapo, o la batalla de Narvik en Noruega… cualquier elección que tomaran sobre su destino les dirigía irremisiblemente a la muerte.

Era como un juego macabro. Continuamente tenían que estar decidiendo sobre su futuro sin tener ninguna información. A los que estaban en los campos del sur de Francia les daban dos opciones: o quedarse allí o salir, pero salir a la Legión Extranjera o a los campos de trabajo para construir la Línea Maginot. ¿Qué era mejor? Y a los que estaban en campos en África lo mismo, también les daban la opción de entrar en la Legión Extranjera. Continuamente tenían que elegir y tomar decisiones que les llevaban a otros lugares. Con la Legión Extranjera podías acabar en Noruega, y si allí te cogían los alemanes podías acabar en las fábricas alemanas o en Mauthausen, como muchos de ellos. Los que estaban construyendo al Línea Maginot se quedaron en la bolsa de Dunquerque, y los que no pudieron pasar a Inglaterra, fueron enviados a Alemania. Los que pudieron pasar pasaron a formar parte del ejército inglés o se alistaron en el ejército francés y se hicieron la marcha del Chad con Leclerc. Podían acabar en cualquier lugar, pero en la mayoría de esos caminos estaban bastante jodidos. Incluso viéndolo desde ahora no sabría cuál coger porque tienes sufrimiento en todos y la muerte en muchos.

¿Tuviste alguna inspiración con Soldados de Salamina  por esa forma de narrar en que un personaje actual se encuentra a un anciano y le va sacando las cosas?

Conscientemente no. Me gusta la novela de Cercas, pero es un recurso que me venía muy bien. También está en Maus y en muchas películas cuya narración se basa en la entrevista de un periodista al personaje principal que narra su historia. Es un recurso ya utilizado muchas veces, pero lo necesitaba porque pensaba que tan importante era el presente como el pasado, ya que en el pasado podemos ver cómo lucharon e hicieron determinadas cosas, pero en el presente tenemos que entender qué los había motivado, algo que se entiende con el paso del tiempo. Me interesaba ver cómo en el fondo, pese a haber sido unos ganadores de la guerra, en cierta forma fueron unos perdedores. Prácticamente ninguno pudo regresar a su país y no consiguieron su principal objetivo, que era acabar con Franco, y ahí siguieron en el exilio.

Cuando hice El ángel de la retirada conocí a bastantes exiliados y todos tenían un sentimiento contradictorio. No se sentían españoles porque la España republicana que habían dejado no tenía nada que ver con la franquista. Y en muchos casos tampoco se sienten franceses. Están a mitad de camino. Me interesaba mucho, así que necesitaba esa entrevista.

¿Por qué elegiste a ese soldado como protagonista?

Quería que fuese un soldado real porque las trayectorias de la mayoría de ellos están documentadas y no me funcionaba demasiado el inventarme uno. Dudé entre varios. Uno de ellos, que quizá hubiese sido el más lógico, era Amado Granell, el teniente de La Nueve, pero murió en un accidente de tráfico en los años setenta. La otra opción era ceñirme a los tres que quedaban vivos. Pero en primer lugar, esos tres ya han contado muchas veces su vida; en segundo lugar, ninguno de los tres estuvo en la liberación de París, y en tercer lugar, me costaba demasiado ceñirme a una persona que siguiera viva.

Sin embargo, encontré que uno de los integrantes de La Nueve, Miguel Campos, era un tipo muy enigmático. Casi todo lo que sabemos de La Nueve viene de los diarios de ruta del capitán de la compañía, Raymond Dronne, que hacia los años setenta los reescribió y publicó. La memoria de La Nueve se ha mantenido sobre todo gracias a él, que acabó siendo un personaje de cierta importancia dentro de la política francesa. Este hombre habla de todos los españoles, sobre todo de los oficiales, y del resto no dice nada. Con Amado Granell no sé si tenía alguna rencilla, pero le dedica menos páginas que al resto. Y al que más le dedica es a Miguel Campos, del que dice que, aunque no era un militar de carrera —como todos los españoles, que estaba allí porque les había pillado la Guerra Civil de por medio y se habían metido sin ser militares—, tenía una gran visión militar de la estrategia, don de mando, era muy valiente y era capaz de infiltrarse en las líneas enemigas para operaciones de sabotaje. Le dedica bastantes páginas. Y lo mejor es que tiene un final de vida muy misterioso y novelesco, porque desapareció en una misión después de la toma de París. Para algunos murió allí, pero como no se encontró su cuerpo, se especuló mucho sobre qué le habría ocurrido.

En el grupo de anarquistas de París algunos dicen que se fue a hacer la invasión del Valle de Arán, otros que se fue con un grupo de anarquistas que se estaba creando cerca de Fez, en Marruecos. Se especula mucho, pero como muchos españoles tenían nombres falsos —se los cambiaron porque habían desertado de la Legión Extranjera o tenían miedo de que si eran capturados afectase a sus familias— es imposible seguir el rastro de Miguel Campos. Ni hacia atrás ni hacia delante, porque como ni siquiera se sabe si Miguel Campos fue su nombre real, no se puede encontrar a su familia ni se sabe dónde puede estar. Me pareció un buen personaje novelesco y lo tomé de protagonista para mi historia.

¿Ni siquiera en los archivos del Ejército Popular Republicano?

Es que probablemente Miguel Campos no era su nombre. Uno de los grandes problemas de los historiadores, como Robert Coale, que me ayudó mucho y lleva años con el tema de La Nueve, es el doble apellido español, porque los franceses no tienen, así que Miguel Campos Ruiz se queda en Miguel Campos y puede confundirse con cualquier otro Miguel Campos. Es imposible seguirles el rastro.

Al final La Nueve entró en París guiada por… un armenio en moto.

La entrada en París fue una escena de lo más surrealista: un grupo de españoles llegó para liberar París cuando la resistencia estaba esperando la llegada de la segunda división blindada y de los aliados, con la que habían estado comunicándose desde el Ayuntamiento. Pero quien llega es un armenio en una motocicleta destartalada seguida por Dronne, un capitán normando, cuyos soldados son mayoritariamente españoles y, montada en el jeep de Dronne, hay una alsaciana con el traje típico de Alsacia que se le ha tirado encima. ¿Qué pensarían los resistentes cuando ellos esperaban los tanques americanos y se encuentran aquello? ¿Esto es un circo o qué?

Hay una leyenda, que algunos aún mantienen y puede que sea cierta, porque la cuenta el propio Amado Granell, pero que tiene dos versiones. Una, que defiende Evelyn Mesquida y se basa en el testimonio de Granell, dice que una sección de La Nueve que entró en París esa noche se dividió en dos partes para asegurar su llegada al Ayuntamiento. En una iba Dronne y la otra estaba comandada por Granell. Y esto era perfecto para meterlo en un cómic o una película, porque era como una carrera para ver quién llegaba antes. El primero que lo hizo fue Granell, por eso la foto que apareció en los periódicos fue la suya con las autoridades.

Queda cojonudo y es muy novelesco. Y esa era la idea que yo tenía. Pero luego, hablando con el historiador Robert Coale, él comparte otra opinión. Dice que la realidad no fue nada novelesca. Para él no se separaron en ningún momento. Ya que Robert me estaba ayudando mucho, decidí seguir su consejo, el que parece que históricamente es cierto. Quizá luego aparezca algo que demuestre lo contrario, pero ahora hay suficientes pruebas como para creer que no se separaron. No obstante, me di cuenta de que eso desmontaba el clímax de la historia. Porque se va acumulando la tensión para llegar a París y liberarla pero, una vez allí, no ocurre nada, los únicos tiros que hay son fuego amigo. ¿Y ahora qué cuento?, me dije. Pues tuve que narrarlo desde el punto de vista del humor.

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Tu cómic El Ángel de la retirada sobre el exilio español en Francia, ¿por qué lo situaste el día de la final de la Eurocopa de 2008 entre España y Alemania?

Ese tebeo digamos que no lo siento como algo personal, fue casi un encargo de la Casa Española de Béziers. Contactaron con la editorial francesa con la que había publicado El faro, que está en Montpellier, allí cerca, y es un producto hecho para ellos. No estoy del todo contento con él porque no estaba pensado para el gran público. Se queda en nada, pasa muy de puntillas por un tema tan tremendo como el de los campos en las playas francesas y acaba con la actuación de Manu Chao… Está bien porque Serguei Dounovetz, el guionista, es un buen escritor, pero es un panfleto.

Hay varios tipos de exiliados. Los de la guerra, los de la vendimia y luego las segundas generaciones, que ya están integrados y tienen el corazón dividido entre la selección española de fútbol y la francesa. Esa mezcla de culturas que representa Manu Chao. Quise hacerlo notar indirectamente con lo del partido.

Pintaste el caso de una señora francesa que no le quería vender leche a una española y decía que prefería echársela a los cerdos.

Todos los países tienen miedo a la inmigración. Mira en España los problemas que hay con la valla, pues imagínate lo que fue Francia al final de la Guerra Civil cuando llegan medio millón de españoles. Tenían miedo de que fuese una avalancha. No sabían qué hacer con ellos. Y es una reacción comprensible, lo que no es comprensible es el trato humano que recibieron. Además, en Francia, Estados Unidos e Inglaterra no había buena percepción de la República española. Los ingleses hicieron lo posible por que fracasase porque para ellos era un peligro que España pasase de monarquía a república. Y en Francia la veían como un peligro, como a los antisistemas de la época. Todo lo de la quema de conventos, las matanzas de curas cuando empezó la guerra, creó muy mala fama a la República. Se les veía como demonios. Por eso ocurrían casos como ese que relaté. Ese menosprecio hacia gente que consideras inferior. También se daban casos a la inversa, de gente que apoyaba a los españoles, pero por lo general fueron muy poco hospitalarios.

Dibujaste a la gente pasándoselo bien ahora en las playas donde estaban los campos de concentración de españoles, como si bailasen sobre su tumba.

Francia tiene un pasado, en cierta manera, poco respetable, pero se ha reconciliado con él. Ha reconocido la labor de los republicanos españoles en la liberación de París, se ha reconciliado con su pasado vichysta, también ha admitido lo malo que fue su trato hacia esos españoles que estuvieron en sus campos. No hace mucho tiempo de eso, pero ya se ha normalizado, y de estos temas encuentras más información en Francia que en España. El problema lo tenemos nosotros aquí, que hemos hecho una Transición a la fuerza. Ni siquiera fue un cambio, en los primeros años de la democracia casi era la misma gente la que seguía estando allí, fue como un degradado.

No se juzgó lo que se había hecho ni se partió de cero para intentar evitar el rencor. Y por eso han quedado muchas heridas abiertas. Ese sentimiento de que hay que olvidar el pasado es un error. Si no reconocemos nuestro pasado es muy fácil caer en la incultura y ser manipulados. Escuchas declaraciones que te dejan sorprendido. Parece como si Franco era un dictador, sí, pero que era una buena persona. ¿De qué estamos hablando? Y estos temas no se pueden tratar, no se debe hablar sobre la Guerra Civil, ni del franquismo y todo lo que conlleva, como el exilio, ya que es como abrir la caja de Pandora que puede acabar con la democracia y es mejor tenerla cerrada.

Por este motivo, caemos irremediablemente en la ignorancia. Cosas como La Nueve o los campos de concentración de españoles en Francia quedan en el olvido porque estas cosas no se pueden remover. Es un error. Se pueden perdonar todos los crímenes, sobre todo del periodo franquista, pero se tienen que reconocer. No vale con olvidarlo, hay que dejar las cosas claras. Es un problema que en otros países con pasado fascista, como Alemania o Italia, no pasa.

Has tratado de reflejar en los Surcos que en Francia hubo una guerra civil durante la II Guerra Mundial, de los de Vichy contra la Francia libre, de ambos contra los comunistas…

Era muy largo intentar meter todo esto en Los surcos del azar, porque es un momento con muchos matices, igual que en España y, en general, en todos los países. El problema es que se tiende a simplificar la historia. Había alemanes e italianos antifascistas, te podías encontrar a alemanes nazis luchando contra alemanes que habían tenido que huir de Alemania por su ideología. Pero al final se simplifica y queda como que era Alemania contra Francia y no era así: era el fascismo contra las democracias del mundo. Francia tuvo también esa guerra interna. De hecho fue uno de los primeros países del mundo que reconocieron el Gobierno de Franco, incluso antes de que terminase la Guerra Civil. Pétain era amigo de Franco.

Está claro que ni siquiera De Gaulle o Leclerc defenderían a los republicanos españoles, pero había dos partes, sobre todo en las colonias, que durante la Segunda Guerra Mundial pertenecían a la Francia vichysta, que había firmado el armisticio con Alemania y era colaboracionista. Si ibas contra el gobierno de Vichy y eras francés acababas en Mauthausen o donde fuese; igual que si eras español o de donde fueras, cualquier antifascista acababa allí. Eran colaboracionistas del nazismo y el fascismo.

Te encuentras con cosas como que los aliados tuvieron que hundir la flota francesa cuando firmaron el armisticio, con lo cual el sentimiento de muchos franceses era que los ingleses, de repente, habían pasado a ser los enemigos. Tenían un cacao mental increíble. Y cuando los aliados desembarcan en el norte de África, te encuentras con que la Francia colonial tiene que luchar contra los aliados, entre ellos muchos españoles. Luego cuando las primeras colonias francesas caen, se cambian de chaqueta sin ningún problema, pasan de ser vichystas a ser de la Francia libre de De Gaulle y Giraud. También te encuentras a los franceses coloniales de Marruecos y Argelia luchando contra los franceses coloniales de Túnez, que seguían siendo, junto con Alemania e Italia, fieles al Gobierno de Vichy, así que eran franceses contra franceses. Y eso por no hablar de los colaboracionistas y los resistentes, que eran civiles enemistados. Tenían una guerra civil interna, aunque luego, eso sí, han sabido reescribir su historia para que todo quede perfecto y parezca que todos eran antifascistas.

Eso mismo dices en el cómic cuando incluyes que intentaban tomar rápidamente París para que no pareciera que la habían liberado los comunistas de la resistencia. Y explicas que esto ocurría porque ya en aquellos meses los franceses estaban tratando de reescribir su historia. Motivo por el que se olvidaron rápidamente de los españoles.

Para los aliados, París no era nada importante desde el punto de vista militar, incluso era un problema porque les podía retrasar, pero para los franceses no. La idea de los aliados era bajar desde Normandía y cortar el paso a los alemanes para que no pudiesen replegarse hacia Alemania, así que era muy importante hacer ese recorrido lo más rápidamente posible. Meterse en París era un problema porque no pensaban que fuera a caer tan rápido y se podía convertir en una Varsovia, con muchas muertes y metidos allí meses y meses sin poder avanzar. Pero para De Gaulle París era muy importante por lo que simbolizaba. Y era importante que fuera el ejército francés el que entrase. Era importante también porque la resistencia francesa estaba movida por los comunistas.

Es curioso, porque en ese momento en los países democráticos había otra guerra interna: la amenaza comunista. Y un militar de carrera como De Gaulle no podía consentir que el símbolo de Francia fuese liberado por los comunistas. De hecho, en su discurso lo dice, que París ha sido liberado por su ejército, y después por el trabajo de todos los franceses. Deja fuera incluso a los aliados, parece que los ingleses, los norteamericanos y los canadienses no tuviesen nada que ver en la liberación de Francia. Y aún mucho menos los españoles, los polacos, los argelinos…

Hay una película muy interesante, Indigens (Rachid Bouchareb, 2006, Argelia), que habla precisamente de todos esos extranjeros que lucharon por la libertad de Francia y fueron olvidados por la historia. Es un momento muy importante para Francia y hubiese sido muy diferente si el ejército de De Gaulle hubiese entrado en París un poco después y los comunistas se hubiesen hecho con la ciudad. Habría sido un cambio brutal. O que hubiesen entrado en primer lugar los norteamericanos. Para él era algo simbólico y muy importante, por eso quería dejar claro que los primeros en entrar en París había sido el ejército francés, aunque en este caso fuese con españoles por delante.

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En los Surcos te asesoró el historiador Robert S. Coale; ¿qué te decía?

Me ayudó a evitar exageraciones, generalmente. Si tienes un protagonista, en un cómic, una novela o una película, todo le va a pasar a él. Va a estar en todos los momentos importantes. Primero hice un guion y después el storyboard, que es como lo suelo hacer siempre. Así, ya lo tenía hecho, incluso con esa entrada en París mucho más novelesca que te comentaba. Y tenía a mi protagonista, Miguel Campos, que estaba en todos los sitios: defendiendo su posición, atacando un castillo… Lo lees y te parece normal, pero cuando tienes detrás a un historiador, te enseña la realidad. Te dice: si Miguel Campos pertenecía a la tercera sección en tal momento, tenía que estar en tal sitio, no podía estar atacando porque allí estaba la primera sección.

La verdad es que me limitó mucho el drama, pero sobre todo aportó realismo. Creo que eso le ha venido muy bien al cómic, lo hace todo mucho más creíble. Sin Robert hubiese quedado una historia más aventuresca. En realidad, la visión de la guerra que tiene un soldado es muy limitada, como mucho sabe lo que está haciendo su sección, pero no tiene ni idea de lo que hace el resto de su compañía, regimiento o división, y mucho menos cómo va la guerra a nivel global.

Así que me puse en ese punto, en cómo ve la guerra el soldado. E intenté documentarme más con documentales que con películas o cómics de género bélico, donde siempre hay puntos de vista amplios y ves la épica de la guerra. Preferí quedarme en cómo rodaría una guerra un fotógrafo o un cineasta si estuviese allí. A veces es inevitable y buscas otro punto de vista, pero siempre intento que sea el del soldado, una visión muy limitada. Por eso me venía bien esa entrevista con el presente, con el paso del tiempo el entrevistado y el entrevistador ya tienen una visión mucho más global de lo que fue la guerra y pueden hablar de lo que De Gaulle quería hacer. Pero en ese momento no tenían ni idea de si Patton le había dicho a De Gaulle que no, el soldado no se entera de nada.

En el epílogo un amigo te da las gracias por devolverle «al país al que pertenece».

Es un escritor catalán que se llama Javier Pérez Andújar, que a mí me gusta mucho,  y es mi amigo. Cuando hago los bocetos, antes de que se publique, se los paso a alguien para comprobar que todo se entiende. Los de Surcos se los envié a Javier y me contestó muy efusivamente, así que usamos esa frase suya para los textos, porque era muy emotivo. Creo que se refiere a que en cierta forma ese olvido de una parte importante de nuestra historia nos ha hecho perder quiénes somos. Y no me refiero a sentirnos españoles o tener una bandera, sino que la historia de La Nueve es una de esas que te reconfortan. Los españoles que liberaron París te reconfortan con lo que eres, si es que ser español significa algo. Aparte del fútbol y algún otro deporte hay pocas cosas que nos hagan sentirnos orgullosos de algo. Pero aquí puedes decir: «Era español, como yo, y entró en París con un par de cojones y venció a los alemanes». Es algo que te hace sentir orgulloso, y en la historia reciente tenemos pocos personajes a los que podamos agarrarnos para reivindicar lo que somos. Además, es una lucha que en estos momentos, tanto en España como en Europa, es muy importante, porque predomina ese sentimiento de que lo que se ha construido se está cayendo.

¿No te parece triste que en España no se pueda hablar de la guerra y el franquismo sin que moleste a ciertos sectores o que no haya ningún tipo de consenso sobre los hechos?

Franco impuso una monarquía, esta llevó a una democracia y el precio que hubo que pagar fue que se perdonase todo lo que había sucedido hasta entonces. Igual es que no había otra forma de hacerlo, pero es que no fue una Transición, fue el legado de Franco. Pérez-Reverte habla muchas veces de los trenes perdidos del progreso en España, como la vuelta del absolutismo tras la constitución de la Pepa, por ejemplo. Puede que uno de los trenes perdidos fuese que los aliados no entrasen en España y acabasen con el franquismo. Nuestro presente sería muy diferente y tendríamos una normalidad en la que podríamos condenar el fascismo. Y todos los partidos demócratas, tanto de derechas como de izquierdas, como ocurre en Alemania, afirmasen que el fascismo era algo malo.

Nos hemos creído un mantra que no es del todo cierto, eso de «no hay que remover el pasado», como si hablar del franquismo y la Guerra Civil fuera rancio. Entendería eso si hubiese una sobreinformación sobre el tema. Con Los surcos del azar, por ejemplo, he oído lo de «Ya estamos otra vez». Se nota que son comentarios de alguien que no lo ha leído, porque no va sobre la Guerra Civil, pero todo lo que compone ese periodo es rancio.

O, cuando es una película, eso de «Otra película sobre la Guerra Civil». Y posiblemente haya más películas españolas sobre el wéstern que sobre la Guerra Civil, pero parece que no se puede tocar. Lo entendería si, a cualquiera de los que lo dice, le preguntaras qué sabe sobre la Guerra Civil, el franquismo o el exilio y lo supiera. O si esos temas se dieran en la enseñanza, pero es que no es así. Es un comentario que viene desde la ignorancia, y pretender que para avanzar hay que mantener la ignorancia no tiene ninguna lógica. Es como si se dijera que, como ETA ya no existe, no se debe hablar más de sus crímenes, va a haber un perdón a los etarras y nos olvidamos de todo. Podría ser una buena manera de avanzar, pero ¿qué pasa con todas las víctimas de ETA? Una ley no cierra las heridas de la gente. «Vuestra familia está muerta, pero dejadlo ya, qué le vamos a hacer, hay una ley de amnistía y hay que mirar hacia delante». Las cosas no funcionan así, hay que hablarlas. Eso lleva a que haya ambigüedades y te encuentres a gente que tenga a La Nueve como héroes nacionales pero se lamente de que la bandera republicana esté en la ceremonia de celebración de la liberación de París.

En El Faro ya habías hablado de la guerra e hiciste mención de la represión en la zona republicana, por si alguien tiene la tentación de tacharte de ser demasiado parcial, hablaste de unos amigos del protagonista fusilados porque tenían tierras.

Es la historia del abuelo de una amiga. Me apetecía contar esa parte del exilio, pero me quedé en el momento en que decide huir y tirarlo todo a un río, porque se tenía que pasar la frontera sin armas, y en que al principio había mentido sobre su edad para poder ser carabinero, tener un buen jornal y poder ligarse a su chica. Eso es lo que me iba contando. De modo que quise hablar de la guerra a varios niveles. El ideológico, que afecta a una parte de la población. Pero hay otra población para la que fue una guerra de rencores, y hay que comprenderlo también. En este caso que planteé, antes de la República una gran parte de los campos españoles pertenecían a unos pocos y a la Iglesia, así que hay que comprender ese rencor que sentía alguna gente porque no solamente ellos, sino todos sus antepasados, habían estado sometidos por los terratenientes. La Guerra Civil fue el inicio de que salieran todos esos rencores de repente y la policía ya no tenía poder para hacer determinadas cosas. Esos rencores no están justificados, pero son comprensibles. Es el rencor que tiene el pueblo hacia aquel que tiene dinero.

En El juego lúgubre, tu cómic sobre Dalí, ¿por qué te dio por querer mostrarlo tan terrorífico, como una especie de Drácula de Bram Stoker, según has explicado?

Yo quería hacer una historia de terror porque me gusta y porque es un género muy complicado de llevar a las viñetas. El terror muchas veces se basa en el golpe, y en cómic el golpe es muy complicado porque el lector siempre hace trampas. Cuando abre el cómic, el ojo hace una visión general de la doble página. Una vez que la ha hecho, pasa a la primera y hace una visión general de ella. Y entonces empieza con la primera viñeta y la lee. Es la gran libertad del cómic, pero para algunas cosas es un problema porque el lector es tramposo y sabe qué va a pasar después. Aun así, yo quería hacerlo. Y también quería situarla en el contexto del mundo del arte, donde impera esa ética de que en el arte todo está permitido.

Primero pensé en Gaudí. Un tipo obsesionado por construir una catedral cuando ya nadie hacía catedrales. Estaba el tema de la masonería. Vivió dentro de la Sagrada Familia. Era inquietante y me daba para una historia gótica. Pero al final no me encajaba del todo y me pasé a Dalí.

Cuando estás empezando y no sabes por dónde tirar, sueles apoyarte en otra cosa. Yo cogí el Drácula de Bram Stoker y sustituí al vampiro por mi personaje. Dalí era perfecto porque era el inicio de la Guerra Civil, puedes entender el caos social y la falta de autoridad, y Dalí vivía en un pueblo aislado como Cadaqués, que podía recordar a Transilvania. Allí se codeaba con parisinos, un ambiente con drogas, vivía en una barraca de pescadores al lado del cementerio, y en el pueblo alucinaban con él. No le podían ni ver.

Dices que todas estas historias que contaba Dalí de que mordía un murciélago podrido o que de pequeño cagaba en un cajón se las había inventado.

Me gusta sobre todo la primera época artística de Dalí, me parece muy interesante, pero creo que su gran aportación fue él como persona, el happening que llevaba a todos los sitios. Es de los primeros artistas que él mismo es la obra de arte. Artísticamente había mucha gente mejor que él, y para destacar creó su personaje, que era excéntrico pero muy inteligente y culto. Se le daba muy bien vender humo. Y dentro de eso es como lo que hablábamos antes de Francia, reescribe su historia para hacer su presente coherente con su pasado. Dice que sus primeros recuerdos son del feto, dentro del huevo… era muy inteligente y estaba siempre a la última de todo. Tocaba de oídas pero sabía de ciencia, de arte… Y si le oyes hablar francés o inglés da risa, pero se expresa. Era un showman, un tipo completo, e hizo una ficción de su pasado. Su hermana después contaba que Dalí había tenido una infancia normal, que nada de todo eso era cierto, pero él lo vendía. Posiblemente habrá parte de realidad, pero mucho menos de lo que dice. Dalí novela su pasado.

Leí que su padre había tenido una enfermedad venérea por una prostituta y pensó que el primer hijo se le había muerto por eso, como una maldición, por eso decidió llenarle a Dalí el cajón de su cuarto de imágenes de enfermedades venéreas, de ahí que nunca practicara sexo y solo se masturbaba.

Sí, decía que le asustaba el sexo porque podía contagiarse de cualquier cosa. Por lo que he leído su vida sexual debía de ser mínima. Dice que solo hizo el amor dos veces, una con Gala, de la que dice que no fue para tanto, y otra con Lorca, de la que dice que fue muy dolorosa. No sé si es cierto, pero por lo visto era más de juegos sexuales con él de observador pasivo.

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En Los viajes de Alejandro Ícaro: Los hijos de la Alhambra hablas de la crueldad de los cristianos con los musulmanes en la Granada conquistada. Que les marcaban a ellos y a sus casas, que se intentó castrarlos… sin embargo, somos reticentes a entender que esto también fueron españoles discriminando y persiguiendo a otros españoles, en este caso por un motivo de religión. Granada fue musulmana más tiempo de lo que hasta ahora ha sido cristiana.

Todo eso es fruto de la educación que tenemos. Se habla de reconquista, pero ¿qué reconquista si eso fue su tierra durante siete siglos? No sé cómo se enseñará ahora en el colegio, pero antes existía esa mentalidad de que había que echar a los pobladores moros. Si lo analizas en términos históricos, lo que se hizo en Granada fue como un ghetto judío en la época nazi. Les prometieron que si les ganaban iban a respetar su religión y ellos se rindieron. Pero no. Crearon a continuación ghettos para ellos y llegó a haber una propuesta de ley que no se aprobó que contemplaba castrarles. Por eso los musulmanes idearon lo que cuento en mi cómic, la historia de los Plomos de Sacromonte, un hecho real. Los musulmanes enterraron al lado de una iglesia unas inscripciones sobre plomo que hablaban de la hermandad de los judíos, los musulmanes y los cristianos viejos, para que cuando la desenterrasen los cristianos vieran que eran hermanos, cambiaran de opinión y les trataran bien. No pasó. Los plomos se los llevó el Vaticano y dijo que eran falsos. El monte Sacromonte de Granada se llama así por esta historia.

Cuando hice este cómic era una época en la que el mercado francés, al que yo ya había salido con el tebeo sobre Dalí, te pedía tener un personaje antes de contar nada. Creé a Ícaro con la intención de que fuera pasando aventuras. Me inspiré en la época romántica, cuando había muchos aventureros. Me basé en un pintor escocés, David Roberts, que hizo dibujos sobre Egipto. En Delacroix. Gente que partían de su país, se dirigían al sur por España como antesala de Oriente, sobre todo Andalucía, que era lo más exótico, el resto de España les daba igual, y de ahí partían a Marruecos y luego a Egipto o Palestina.

El primer episodio de mi personaje, de esta manera, transcurría en España. Me basé en los libros de Dumas sobre su recorrido por España. Aunque solo habla de tópicos, en el fondo eso era el romanticismo, una búsqueda del tópico. Luego empleé los diarios de Flaubert, que hizo un viaje por el Nilo y lo detalló día a día. Todos estos románticos franceses habían pasado por la Alhambra. El problema es que intenté juntar demasiadas historias y cuando haces eso terminas pasando por encima de todo sin llegar a desarrollar nada. Al final, la historia se quedó ahí porque tuve problemas con el editor.

Me llamó la atención que durante muchos años la Alhambra fuese una zona de chabolas.

Sí, los vagabundos ocuparon el lugar. En plena Edad Media, la Alhambra fue el lugar más sofisticado y adelantado de toda Europa y después pasó a ser el hogar de los vagabundos hasta el siglo XIX. A partir de que los viajeros franceses se pongan a hablar de su belleza es cuando se empieza a cuidar. Alejandro Dumas cuenta en el libro que te he dicho que el gobernador de Granada se había cargado unas puertas del palacio para hacer leña para un banquete. Y que no sé quién había quitado los azulejos de una zona para hacerse su casa. Me imagino que ocurriría igual en Roma o en El Cairo, una falta de respeto con el pasado total.

Pasemos a otro cómic, El invierno del dibujante, sobre la historia de la Editorial Bruguera. Me parece bonito, como reconoces, que de pequeño mandaras tus dibujos con la esperanza de te publicasen.

Nunca me contestaron. Al final de los tebeos aparecía una dirección y envié dibujos, copias de Mortadelo y Filemón, alguna historia que había hecho… pero claro, eran de un niño. Yo pensaba que ya estaba al nivel de poder publicar. Pero al menos tenía la suerte de saber a qué me quería dedicar. Quería ser una mezcla de Ibáñez, Escobar o Vázquez con Walt Disney y Picasso. La pena es que soy del 69, una época en la que nunca te enfocaban para el mundo de las artes. Podía ser un hobby, pero no una profesión seria. No había información sobre qué tenía que hacer para dedicarme a eso.

Dices que sentías fascinación por Bruguera y que querías ver cómo era por dentro, cómo funcionaban las redacciones.

De vez en cuando en la revista aparecía una página entera que era la redacción de Bruguera. Todo era muy divertido, lleno de pequeñas historias, había uno que vivía dentro de un iglú… te imaginabas que trabajar de dibujante tenía que ser el mejor trabajo del mundo. Me encantaba cuando Escobar aparecía dibujando en Zipi y Zape y los niños iban a pedirle algo. Eran gente completamente anónima y gracias a que se dibujaban a sí mismos sabías un poco de ellos.

Uno de los motivos de hacer El invierno del dibujante fue la excusa de, documentándome, saber realmente cómo era aquel mundo y poder descubrir definitivamente qué había detrás.

Me imaginaba algo como en la película El apartamento, donde podía llegar un dibujante de vida interesante y la compartía con los otros… Además en ese momento, antes de la ley de censura infantil que hubo a finales de los años cincuenta, era un terreno muy libre y se hacía un cómic social, que podía estar a la altura de lo que en cine podía estar haciendo Azcona con Berlanga, o en novela lo que hacía Cela. Pero luego me empecé a dar cuenta de que realmente no era así, que cada uno dibujaba en su casa. Y me pasa muchas veces que documentándome no encuentro el camino que me gustaría, pero puedo tomar otro. En este caso fue cuando los dibujantes se salieron de Bruguera para montar su propia revista, Tío Vivo.

Fue un momento histórico. Terenci Moix trabajó un tiempo en la Editorial Bruguera y tiene un libro en el que cuenta toda aquella época y dice que hay un antes y un después de la creación de la revista Tío Vivo. Hasta ese momento el cómic era costumbrista y a partir de ahí es simplemente de gag y humor. Si lo piensas, eso, junto con la censura que no permitía criticar a la familia o hablar del hambre, hace que aparezcan Mortadelo y Filemón. Son unos personajes que ya no tienen ningún anclaje con la realidad. Podía estar situado en la España de esa época, pero de hecho siguen siendo las mismas historias que se cuentan ahora. Están fuera de lugar y fuera de tiempo, son gags y parodias, se ha perdido esa crítica social.

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El origen de la Editorial Bruguera fue bastante curioso.

Sí, el padre creó la editorial y antes de la Guerra Civil se la quedan sus dos hijos, uno nacional y el otro republicano. Cuando acaba la guerra, el nacional ayuda al republicano y se ponen con la editorial. Eran los años cincuenta, un momento en el que no hay una reconciliación, pero sí un bajar la cabeza del vencedor. Y ahí aparece un personaje como Rafael González, que es muy interesante. Ha sido republicano, estuvo trabajando en La Vanguardia hasta el último momento, y después se convierte en un explotador de sus empleados.

¿Lo de que este hombre era así es información contrastada?

Sí. Luego escribió unas memorias y pidió perdón a los dibujantes de Bruguera por los contratos abusivos que les hacía firmar. Pero le trato con bastante cariño, como a todos los personajes, porque me sabe mal por sus familias hacerles decir cosas que no estoy seguro que dijeran o ponerles a hacer cosas que no sé si eran ciertas.

Reflejaste a un republicano que se metió en la empresa para renunciar a sus principios y su vocación para al final acabar solo en la vida, a pesar de que todo lo había hecho para alimentar a su familia.

De hecho, me comentaron que cuando murió sus hijos se negaban a ir a su entierro, perdió completamente el contacto con su familia y se quedó aislado. Pero eso es lo que hace interesante a un personaje, que tenga esos matices. Por ejemplo, para los dibujantes, Rafael González era un cabrón por cómo los trataba, los contratos que les hacía y el lápiz rojo que tenía con el que les cambiaba cosas. Pero por otro lado, cuando hablaba con la gente que estaba en la redacción, me decían que Rafael González era la típica persona muy tímida, que nunca te mira a los ojos cuando te habla, muy inseguro, con una timidez que lo margina, pero no tienen una mala imagen de él. De hecho él escribía aquella sección de «Diálogos para besugos».

A la hora de escribir la historia y buscar referentes, recurres a la cultura. Y mi cultura es friki. De modo que me inspiré en la Guerra de las Galaxias. Rafael González sería Darth Vader. Era periodista, le gustaba escribir, pero el franquismo, la familia y el medio a perderlo todo le hace convertirse en un personaje gris, u oscuro en este caso. Y Víctor Mora es Luke Skywalker, era comunista en la clandestinidad y dibujaba el Capitán Trueno. Le exigían que lo dejara para ser redactor. Por eso, en un momento dado, dibujé cuando Rafael González le dijo que se planteara lo que estaba haciendo, abandonar su vocación, si no quería terminar como él.

El 15M te pilló yendo a firmar a la Feria del Libro e hiciste una pequeña historieta. Comentabas que igual que el espíritu hippie forma parte de nuestras vidas, que son más relajadas en las costumbres desde los sesenta, el 15M puede marcar un antes y un después.

El movimiento hippie no cambió las cosas porque quizás le faltaban propuestas, era algo más cultural que político, pero con el tiempo te das cuenta de que Steve Jobs y muchos empresarios actuales beben del movimiento hippie. Creo que el 15M es parecido. Aparentemente parece que no cambió nada, pero yo creo que sí, que hubo un antes y un después. Aparte de que luego han salido grupos políticos de ahí, ha despertado el sentimiento de que hay que salir a la calle y pelear, hasta ese momento era no hacer nada hasta que tocara votar. Ahora parece que el pueblo puede tomar las riendas de la situación, existe el sentimiento de que tenemos la fuerza para cambiar las cosas.

¿Crees que Podemos es la cristalización de esas protestas?

Es una más de las que hay. Me parece muy interesante que un profesor universitario decida poner en práctica sus lecciones.

Las calles de arena empieza con una hipoteca, igual que Arrugas.

Es verdad, no me había fijado.

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¿Estabas obsesionado con la tuya o es que era un tema recurrente en España?

En esa época mucha gente se hipotecaba. Luego ves que en otros países, como Francia, mucha gente vive de alquiler. Pero en España lo normal era hipotecarse, que es como encadenarse a algo. Contratos de quince o veinte años, es un momento muy importante en la vida de muchas personas y simboliza mucho.

La historia es sobre un hombre que se pierde en la zona vieja de su propia ciudad y encuentra un mundo como el de Alicia en el país de las maravillas. Creo que esto te sucedió a ti, te perdiste en El Carmen aquí en Valencia.

Me pierdo fácilmente. Desde pequeño es algo que me crea mucha ansiedad. Andando, algo menos, pero conduciendo me pone de los nervios el estar perdido. Es uno de los motivos por los que ya no conduzco. Perderte en tu propia ciudad es algo lamentable, pero al mismo tiempo te gusta, descubres sitios en los que nunca habías estado. Además nunca llevo dinero, voy siempre con la tarjeta de crédito, y cuando me pasó empezó a preocuparme qué podía pasar si seguía perdido y se hacía de noche, si tendría que dormir en algún sitio de allí y no aceptarían tarjeta de crédito.

En ese mundo mágico en el que penetra el personaje hay una torre de Babel y todas las chicas se llaman Eva. ¿Te gusta la Biblia?

Más que gustarme la Biblia me fascinaban sus ilustraciones. En mi generación no estaba obligado, pero era lo normal hacer la comunión aunque tu familia no fuera creyente. Las historias de la Biblia atraen porque están hechas para eso, para atraer a la gente, pero las ilustraciones, sean los grabados de Gustave Doré o la ilustración esa tan icónica de la construcción de la torre de Babel, son de las que te puedes perder en ellas. Por eso me gustan también los cómics, son imágenes en las que puedes desarrollar tu propia historia. Y esa ilustración de la construcción de la torre de Babel, donde puedes ver detalles como los carromatos subiendo, hace que te puedas imaginar mil historias. Y como en las clases de catecismo me aburría muchísimo, me parecía interesantísimo dedicarme a mirarla. De hecho, la torre de Babel está presente en muchas cosas que he hecho. Y para Las calles de arena me sirvió.

Creo que cada obra funciona en contraposición con la anterior, y si haces una obra tan cotidiana y anclada en la realidad como es Arrugas, necesitas que la siguiente sea un contraste, porque hacer dos seguidas en el mismo tono me cansa y creo que la van a comparar con la anterior. En cambio, si haces algo diferente es como un menú diario donde un día tienes macarrones y el otro paella, nadie va a decir que estaban mejor los macarrones de ayer porque es algo diferente.

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En tus inicios, cuando llevaste tus dibujos a Kiss para ver si te los compraban, te contestaron que querían que «las pollas fuesen más venosas y los coños más húmedos».

Es triste que el pobre Berenguer tenga que salir con esa frase, pero así fue. Yo vivía con mis padres todavía y esto del porno lo hacía a ratos mientras trabajaba en publicidad y muy a escondidas. Un día cogí todos los dibujos y me fui a Barcelona a ver a Berenguer en La Cúpula. Llegué, me hicieron esperar en la sala, donde todo era muy hippie, me recibió Berenguer. Y yo me lo imaginaba de otra manera. Al ser el director de una revista porno pensaba que sería, yo qué sé, un tío con barbas y cadenas. Pero tenía la pinta que podía llevar mi padre. Eso me dio mucha vergüenza. Se puso a pasar las páginas, observando con unas gafas pequeñitas para ver de cerca cómo enculaban a una chica, poniendo atención en los detalles. Las dejó y me dijo: bien, creo que podemos publicarlas, pero tienes que hacer las pollas más venosas y las vaginas tienen que estar como húmedas. No me podía creer los consejos que me estaban dando. Ah, y también que las chicas miraran a cámara cuando hacían una felación.

Como te he dicho, yo me dedicaba a la publicidad. Y uno de mis mejores clientes era Famosa. Yo hacía todo lo relacionado con Pinypon. Hacía las cajas, si llevaban un cuento dentro también lo hacía. Esto me ocupaba medio año de mi vida. Y lo gracioso es que los dos me exigían lo mismo, que todo fuese volumétrico. En la casita de Pinypon hacías las tejas y tenían que tener su luz reflejada, sus sombras, como que lo pudieses tocar. Lo mismo que me exigía Berenguer en Kiss, que se pudieran tocar. ¡Compartían criterio!

Antes, con el trabajo de Famosa, igual curraba cuatro meses y ya tenía para vivir todo el año. Recuerdo que tenía que enviar el trabajo a Famosa y los cómics a Kiss en un cedé que le entregaba a un mensajero. Algunos días a las seis de la mañana estaba acojonado por si me confundía de disco y en Pinypon se encontraban con la enculada de Kiss.

El caso es que luego te das cuenta de que hacías cómics porque necesitabas un espacio de libertad que la publicidad no te daba. Pero el problema es que en el porno tampoco tenia libertad. De cinco páginas tres tenían que ser sexo explícito, igual podía contar algo al principio y al final, pero no me aportaba nada. Me di cuenta de que estaba haciendo lo mismo que con la publicidad.

Otro de tus primeros tebeos, Road Cartoons, en El Víbora, estaba muy influenciado por Tank Girl, no lo puedes negar.

Sí. Me parecía que estéticamente estaba muy bien. También hay influencia de un autor del underground norteamericano, Richard Corben, que era muy cinematográfico. Lo importante de Road Cartoons es que nos lo pasábamos bien haciéndolo, pero hay que entenderlo como un ensayo. Yo venía de la ilustración, veía a los amigos que hacían cómics que no podían vivir de ello y te planteas cosas. Quería vivir del dibujo pero con el cómic no se podía, ¿qué hacer? Pues me metí en publicidad. Cerca de veinte años he vivido de ella. Y lo que me ocurrió es que tenía más medios que los dibujantes de cómics. La ilustración publicitaria en los ochenta y noventa era de las cosas mejor pagadas del mundo. Tuve ordenador desde muy pronto, mucho antes que los dibujantes de historietas. Trabajaba con PhotoShop, con 3D. Y al meterme en el cómic pensaba que cada viñeta debía ser una ilustración, pero luego me di cuenta de que es un error, aunque es una corriente dentro del cómic francés. Cuando intentas que cada viñeta sea un golpe visual va en contra de la narrativa.

La protagonista era una heroína feminista que iba por ahí matando violadores, igual podrías rescatarlo un día de estos y tendría éxito.

Ya no tendría sentido reeditarlo. Entonces juntamos todo lo que nos gustaba en ese momento, las pelis de Peckinpah, Russ Meyer, Tarantino, Robert Rodríguez, los dibujos de la Warner, la novela el Mundo del Río. Y todo había que meterlo en una revista que odiaba la ciencia ficción, El Víbora era un cajón de sastre en el que cabía todo menos la ciencia ficción y se la colamos con el sexo y la violencia. No sé si se podría reeditar, ahora me sobran los desnudos gratuitos y no creo que fuese necesario que la chica estuviese tremenda para contar la historia.

En el siguiente, Gog, el tío del bigote ¿era el Sean Connery de Zardoz, verdad?

Sí. Era otra mezcla de todo, también lo pasamos muy bien haciéndolo. Me vino genial trabajar con Juan Miguel Aguilera. Hacía novelas históricas, sabía documentarse y para mí todo esto fue como hacer un máster. Con Road Cartoons fue como si le encargaran una superproducción a un director novel, querías hacerlo todo a la vez y te desbordas. Con Gog aprendí a llevar más el control.

En las Memorias de un hombre en pijama, ¿lo que cuentas son todo casos reales?

No sé cómo hacen los periodistas de opinión que cada semana tienen que tener una columna. O los dibujantes que salen todos los días, como El Roto. A mí eso me estresa muchísimo. Cuando empecé con estas historias para el periódico Las Provincias, de aquí, de Valencia, me pasaba toda la semana jodido pensando que se me tenía que ocurrir una historia. Por esa época ilustré los artículos de David Trueba y me confesó que en cada entrega tenía la sensación de que se iba a descubrir que era un mal escritor. Sacarle partido a las cosas es oficio, pero tener una idea es un mundo.

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¿Cogiste o no la máquina de depilar de tu novia y te la enchufaste en las piernas?

Pues a eso voy. Al final como no tienes suficientes ideas bajas el listón del pudor. Se acerca la fecha de entrega y no tienes nada que contar y prefieres esto a no tener nada que enviar. Siempre intento que nunca se diga que el personaje soy yo, aunque al final acabas contando cosas que no deberías contar.

¿Cómo la de tu amigo que se rompió la polla?

Ese es un amigo que es soltero y, como tal, siempre tiene anécdotas interesantes. Se había ligado a una tía en un garito, estaba tirándosela en el baño cogida en brazos. Estaba en plena faena cuando, de repente, le vencieron las manos por cansancio y la tía se cayó hacia atrás de forma que le quebró la polla. El nombre técnico es fractura de los cuerpos cavernosos. Es una hemorragia interna, de toda la sangre de la erección. Dicen que es una de las cosas más dolorosas del mundo. Es insoportable, se te hincha todo y hay que rajar para que salga toda la sangre. Son cosas que conforme te las cuentan se te va arrugando poco a poco.

Sí, luego decías que tras escuchar la historia empezaste a practicar sexo con tu pareja con una sensibilidad exquisita.

¡Me volví una persona amorosa del todo!

También me gustó ahí la figura que describes de nuestros padres, de la generación anterior, que eran capaces de cambiar grifos, enchufes, lo que les pongas por delante mientras nosotros somos unos inútiles redomados.

De hecho, mi próximo trabajo es una historia de esa generación. Personas de origen humilde que prosperaron al igual que prosperaba la España de la democracia y que llegó a tener algo, pero tenían metida en la cabeza una austeridad absoluta. Mi padre, por ejemplo, nunca se gastaba el dinero con nada. No me llevó jamás a comer a ningún sitio. Y en mi casa jamás entró un obrero a hacer nada. Con mi padre ibas por la calle y de pronto te decía ¡espera! Y había que volver para atrás porque había visto un tubo o lo que fuera por ahí tirado que le servía para algo. Le preguntabas cuánto podía costar eso, que no lo cogiera, pero para él no era el precio, era el hecho de tenerlo gratis. Era otra mentalidad. Nosotros ya estamos dentro de la obsolescencia programada, mis padres en cambio tuvieron el mismo televisor no sé cuántos años; nosotros hemos crecido en la abundancia, pero a ver cómo llevamos lo que se nos viene encima ahora. Que hemos vivido el arriba y ahora estamos en el abajo. A ver cómo nos adaptamos. Yo soy negado para hacer cosas en mi casa.

¿Cómo se va a llamar?

De momento, a falta de un nombre mejor, La casa.

Terminemos con tu obra más reconocida, Arrugas. La motivación para dibujarla te vino porque te hicieron borrar a unos ancianos de un encargo de publicidad.

En la publicidad si hay algo que no vende es la vejez. Hay un canon que es la juventud, la belleza y demás. Un anciano en ningún anuncio que no vaya dedicado a ancianos va a funcionar. Pero que te manden quitar a un anciano de un cartel da mucha rabia.

Decidiste entonces empezar a desarrollar la idea de unos ancianos atracadores porque a partir de los setenta no se puede entrar en prisión, y terminó siendo una obra revolucionaria sobre la enfermedad de Alzheimer. ¿Cuál es tu balance de todo el proceso?

Fue todo una mera casualidad. Quería hacer la continuación de Alhambra y se me había ocurrido de lo de Arrugas. En aquella época estaba empezando a despuntar el tema de las novelas gráficas y en la editorial me cogieron Arrugas. En lugar de decidirse por lo que yo consideraba que era comercial fueron a por esto porque veían que era el futuro. Esto te da una idea de lo importante que es conocer el mercado. Francia, en aquel momento, ya estaba lista para que llegase un cómic así. En cambio, si la hubiera dibujado cinco años antes habría pasado desapercibido. Es lo que le pasó a Gallardo con El largo silencio, que me parece cojonudo, pero…

Me pilló que los medios de comunicación empezaban a hablar de cómic  y como María y yo y Arrugas eran de temática social pues ya estaba todavía más justificado darle bombo Además, también nos ayudó que, antes, los tebeos solo los podías comprar en tiendas especializadas, pero entonces empezaron a aparecer en las librerías. Llegó a un tipo de público que jamás se había interesado por el cómic.

Al final, he terminado hablando de Arrugas como de un grupo de los ochenta al que veinte años después le siguen pidiendo que toque la misma canción. Pero de algún modo sigo viviendo de Arrugas, porque sigue dando pie a que me publiquen otras cosas. Hay quien piensa que la novela gráfica es solo una etiqueta, pero el cómic convencional se ha estancado, como pueden ser los superhéroes o el manga, que cada vez venden menos, y la novela gráfica está captando nuevo público en todos los países aunque, encima, trate temas locales. En Alemania no hay mucha cultura cómic y la novela gráfica funciona, a los autores nos llevan a la Feria del Libro de Frankfurt. El caso es que en ese resurgir de un nuevo cómic con nuevos públicos, Arrugas encajó muy bien. Así que seguiré estirando el chicle.

Sigo viviendo de algo que hice hace quince años. Arrugas vendió en España cerca de sesenta mil ejemplares. Los Surcos ya va por treinta mil desde noviembre de 2013. Aunque, como digo, siempre necesitas que haya algo que siga tirando del comprador, en el caso de Arrugas fue la película.

Mira La vida de Adele.

El productor de Arrugas me contaba que es mucho más fácil ahora vender un cómic para hacer una adaptación al cine que una novela. El cómic es más inmediato, le echan un ojo y se hacen una idea mucho más rápida. Las novelas les cuesta más leerlas.

Dijiste que el éxito te ha convertido en un «feriante de pueblo».

Me cambió la vida en muchos sentidos. Pude dejar la publicidad, que ya no me gustaba demasiado. Además, la crisis a lo primero que atacó fue a la publicidad. Y concretamente, la ilustración publicitaria ya llevaba tiempo en crisis porque le había comido el terreno la fotografía. Así que me libré de todo esto, que se hundió justo cuando yo pude empezar a vivir de los cómics y viajar por todo el mundo haciendo bolos de todo tipo. A veces, actos de lo más marcianos. Un día me vi en un avión rumbo a Shanghái, Tokio y Pekín con el presidente Zapatero para vender la cultura española. Íbamos varios representantes de diferentes ámbitos y a mí me incluyeron también. Luego hablé a médicos en la Universidad de Puerto Rico. En Verona también, en un máster de Biología. Es lo que tiene la novela gráfica, si fuese solo un cómic, nunca habría llegado hasta las manos de un médico.

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Fotografía: Vicent Bosch

Los Zafiros, los «Jersey Boys» de la Cuba revolucionaria

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Los Zafiros. Foto: Areito (CC)

Los Zafiros. Foto: Areito (CC)

En Cuba, aquellos eran unos años muy politizados, había surgido la confrontación con Estados Unidos y todo se comparaba con lo que había allí. Teníamos el edificio Focsa, que tenía que ser más alto que el Empire State, lo que no es verdad. Teníamos al boxeador Teófilo Stevenson, que tenía que ser mejor que Muhammad Alí. Lo hacíamos de forma inconsciente. Y en este caso, Los Zafiros eran los Platters cubanos. O más aún, los Beatles de Cuba. (Zoe Armenteros, periodista).

Mi parte favorita del retrato del Nueva York de los setenta que realiza Luc Sante en Mata a tus ídolos es cuando recuerda las noches de verano en las que los travestis que se prostituían bajo su ventana se juntaban a cantar doo-wop en una esquina. No era difícil imaginárselos, decía, veinte años atrás, con su esmoquin y su bigote finito en el catálogo de alguna discográfica de grupos vocales.

El doo-wop fue una música popular, de la calle. No hacían falta instrumentos, solo ganas. En un tiempo en Estados Unidos había un grupo de doo-wop en cada esquina. Quizá el fenómeno pueda ser equiparable al del rap o el hip-hop.

Tengo un amigo que ya, llegada cierta edad, esos años en los que ya no puedes engañarte a ti mismo y ni mucho menos te apetece engañar a los demás, ha tomado la decisión de solo comprar discos de negros. Lo más clarito, los mulatos brasileños. Sin embargo, en el género doo-wop, piensa como un servidor: mola más el de los blancos.

Frankie Lymon, ese chaval negro que apareció muerto de sobredosis de heroína en la bañera de su abuela, nos suena ratonero. Dicho con todo el respeto, pero los italianos, que todos tendrían en su casa a un tío Junior cantando los sábados por la mañana su «Core ‘ngrato», los Dion, los Johnny Maestro y sus Crests —donde, ojo, había dos negros—los Four Seasons que está repopularizando Clint Eastwood —aunque son de la última hornada del género—, o los Del Satins, eran otra cosa.

De todas formas, el otro día, comentando esto mismo, le puntualicé a mi amigo algo que he aprendido fumando cartones y cartones de tabaco disfrutando el blog mallorquín White Doo-wop Collector’. Los blancos, bien. Si tienen apellidos italianos, mejor. Pero ojo, cuando se cuelan por ahí hispanos, —emigrantes mexicanos, dominicanos o puertorriqueños, o sus hijos—, la cosa sube enteros. Un ejemplo, Tony Valla and The Alamos, de Detroit. Dos de sus miembros se apellidan Maldonado y el resultado es que en su single de 1961 se les deslizó esta joyita en español, «María Christina», composición del gran cubano Ñico Saquito:

Y fue así , dándole vueltas a estas teorías por teléfono, como recordé que hace unos años me habían recomendado a Los Zafiros, doo-wop cubano y en español, por supuesto. Un grupo que hizo su carrera en la convulsa Cuba de la revolución, unos tíos que vendían un producto estadounidense en la Cuba de la crisis de los misiles. Del interés inicial que me despertaron, pronto pasaron a convertirse en una obsesión y es por ello que merecen su entrada en «Busco en la basura algo mejor».

Zoe Armenteros, periodista cubana afincada en Madrid, me explica que Los Zafiros fueron como una válvula de escape para mucha gente en los primeros años de la revolución. Era una época de cantos patrióticos, de consignas comunistas y también de incertidumbre. «El cubano necesitaba olvidarse de la presión política», comenta.

«Hay que contextualizarlos dentro del movimiento filin de los boleros, del ligue, del amor. Los Zafiros estaban vinculados a la vida nocturna de La Habana, los clubes, al cabaret, se convirtieron en un refugio del ambiente de lucha impuesto por la revolución que se vivía durante el día. La gente necesitaba respirar algo que no fuera solo heroísmo y patria, y el amor y el desamor siempre es bueno para eso».

Cuenta Zoe que venían de Cayo Hueso, un barrio marginal. El grupo surgió en la calle, no estaba cocinado, por eso toda la Habana les tenía un cariño especial. «Eran muy populares, pero todo lo que tenía que ver con el movimiento filin estaba asociado al capitalismo. Al principio, el régimen no acabó con ellos, pero tampoco podemos decir que los aupara. Se promovió la Nueva Trova, a los que hablaban de la revolución y le cantaban a la patria. Hay que mencionar que Los Zafiros nunca le dedicaron una canción a estos temas, algo que todos los artistas terminaban haciendo tarde o temprano».

Inicialmente iban a llamarse Los Fakires, pero en un ataque de lucidez se dieron cuenta de que era absurdo que en un país tropical cuatro mulatos aparecieran con turbantes. Uno des sus miembros, Miguel Cancio, «Miguelito» contó que el nombre tiene su origen, cómo no, en una noche de borrachera en 1957. Venía él de sus «andanzas nocturnas» después de actuar en el Hotel Riviera con el cuarteto de Facundo Rivero —ojo a las chaquetas cuando en una esquina se le acercó un hombre completamente borracho que le ofreció su sortija por veinticinco pesos. Le pareció un precio tan barato que se la compró en el acto, era un zafiro y el azul era su color favorito. Mirándola, años más tarde se le ocurrió el nombre para su nuevo grupo: Los Zafiros. Échenles un vistazo y una oreja.

Doo-wop, ritmos afrocubanos y puesta en escena prototípica de Motown con esos bailes dando pasitos como los Temptations o los Miracles. Todo en La Habana de los sesenta, una ciudad de, en sus propias palabras, «noches de trasnochar y trasnochar sin límite».

Eran de orígenes dispares, uno venía de un taller mecánico, otro de una barbería, otro de tocar por los bares y pasar un plato. Se fueron a vivir juntos al mismo edificio y no tardó en empezar la leyenda. Aunque no eran, en absoluto, pioneros. En Cuba ya tenían desde los cincuenta combos rockeros, Los Armónicos, Los Llopis, Los Diablos Melódicos y hasta un teen idol a lo Ricky Nelson, Luis Bravo.

Una película soviética, Soy Cuba, da cuenta del ambiente rockero que había en La Habana aquellos años. La filmó el director georgiano Mijal Kalatozov. Así lo revive Rosa Marquetti en un artículo en Cuba Contemporánea:

Había un movimiento de rock muy fuerte encabezado por Luisito Bravo. En la noche rockanrolera en La Habana los que brillaban eran Luis Bravo —que tenía su cuartel general en el Cabaret Nacional en Prado y Neptuno—, Raúl Gómez y Los Astros y Los Diablos Melódicos, que capitalizaban la atención de su fanaticada en el Olokkú, principalmente. Los Diablos Melódicos hacían uno de los dos shows nocturnos cerca de las doce de la noche; recorrían después la corta distancia hasta Le Mans, y allí hacían el espectáculo de después de la medianoche, alternando con cantantes y bailarines.

En una de esas noches calurosas deben haberlos descubierto los hacedores de Soy Cuba. Hoy puedo imaginar lo que deben haber experimentado Mijail Kalatozov, Serguei Urusevski, Evgueni Evtushenko y el resto del equipo soviético de realización cuando llegaron por primera vez a La Habana de 1963, procedentes de aquel Moscú que, ya sabemos, no creía en lágrimas e intentaba a duras penas, en medio de un largo período posbélico, desembarazarse de los traumas mutilantes y devastadores legados por un pasado demasiado inmediato para haber transcurrido del todo.

Los imagino transitando de la incredulidad a la sorpresa, espectadores privilegiados de los primeros años de una revolución social, sí, pero en el Trópico —¡lo nunca visto!—; es decir, una revolución de himnos y marchas, pero también —¡qué suerte!— con mambo, rumba, chachachá, jazz y rock, como música de fondo.

Toda esta escena sirvió para impulsar a Los Zafiros, que sería el grupo definitivo de la época, el que llegó a lo más alto hasta convertirse en la competencia en la isla de los Beatles y los Rolling Stones. Sonaban en todas las radios y estuvieron ocho semanas en el número uno. Las placas de acetato desaparecieron del mercado por la demanda que tuvo su primer LP.

Y por supuesto, les gustaba la jarana igual que a las estrellas del mundo capitalista. Cuenta una de sus bailarinas: «Eran muy fiesteros, bebían mucho, eran muy mujeriegos, las bailarinas éramos muy amigas de sus mujeres y… de sus novias». Donde actuaban en la isla era siempre lleno total. Tenían que salir por las puertas traseras porque las fans les perseguían hasta el camerino con tijeras para cortarles mechones de pelo.

Llegaron a hacer una gira europea. Viajaban junto a otros artistas cubanos promocionando la cultura de la isla en el llamado Grand Music Hall de Cuba. En el Olympia de París, les pidieron bises hasta reventarlos y en el aplauso final de once minutos que les dedicaron, los miembros del grupo se echaron a llorar de la emoción. Unos meses antes, en ese mismo escenario habían tocado los Beatles. Era el mismo público el que ahora se desvivía por ellos.

En el hotel, sin embargo, les esperaba la tentación. Dicen que Berry Gordy les puso delante un cheque en blanco por escapar a Estados Unidos y firmar con Motown. No aceptaron. Su respuesta fue, cuentan: «Nosotros pertenecemos a Cuba». 

Siguieron con su gira rumbo a Moscú, Polonia y Alemania del Este. En la capital soviética, le tocaban la garganta al solista Ignacio Elejalde a ver si es que tenía algo dentro, contó El Chino años después en TV en visible estado de embriaguez. Pasados cincuenta años, Manuel Galbán, en el documental Music from the Edge of time, todavía presume de haber salido noventa y tres veces de Cuba para representar la cultura de su país.

En este sentido, Zoe subraya: «En esos años posteriores al triunfo de Fidel Castro era habitual que los artistas “no elegidos” se fueran de Cuba a Estados Unidos. Los Zafiros se quedaron en Cuba. Solo se marchó Cancio muchos años después y porque tenía a sus hijos en Miami».

En consecuencia, permanecieron desconocidos en Estados Unidos. Y la barrera política sobrevivió al fin de la guerra fría. En 1998, cuando se estrenó en Miami la película Los Zafiros, Locura azul, el biopic del grupo filmado por Hugo Cancio, hijo de Miguelito, unas docenas de manifestantes insultaron en la puerta del cine a las setecientas personas que asistieron a la premiere.

Al final, el grupo se fue al garete como todos los buenos grupos de rock and roll, por indisciplina y autodestrucción, pero también por algo más. Gabán ha reconocido que no estaban preparados para el éxito, como suele ser habitual. Pero es que, además, desde su país se inició una campaña de desprestigio y les crearon una mala reputación que no se correspondía con la realidad. Perdieron todos los contratos y giras por el extranjero. Un grupo con un estilo genuinamente estadounidense ya no tenía cabida en la «nueva cultura nacional» que promovía el Gobierno cubano. Llegó el veto.

Cancio lo explicó años más tarde en televisión: «Llegaron a decir que Los Zafiros consumían droga. Jamás. Que bebían… ¡yo también! Yo he sido bebedor. Y me pongo una botella de whisky cada vez que puedo. Eso no es un delito ni está prohibido. ¿Alcohólicos? Está bien. Pero desgraciadamente. Y vamos a ver qué nos llevó a eso, porque todos somos personas y razonamos». No hace falta explicar las alusiones.

Desaparecieron de la televisión y de la radio. Cayeron en el ostracismo absoluto a pesar de seguir trabajando en nuevas canciones. Desde fuera se seguían solicitando sus actuaciones, en París, Italia, España… pero en su país no les hacían llegar las ofertas. La lenta decadencia llegó hasta 1975 que tiraron la toalla.

El primero en morir fue Ignacio, de una hermorragia cerebral cuando solo tenía treinta y siete años. Era 1981. Pese a haber sido silenciados, en su funeral, cuando trasladaban el cuerpo al cementerio en el coche, los trabajadores salían de las fábricas y se quitaban la gorra a su paso. Miguelito lo recuerda como una de las escenas más emocionantes de su vida.

Kike se fue en 1983 a causa de una cirrosis hepática. Murió en el salón de su casa viendo la televisión. Y el Chino murió en 1995 después de haber relanzado el grupo en 1987 como Los Nuevos Zafiros, una aventura que duró tres años. La del Chino fue la desaparición más trágica porque se produjo tras un profundo deterioro físico a causa del alcoholismo. Sus últimas apariciones en televisión fueron muy tristes. En una entrevista se inventó que coincidió con los Beatles en París. Fabulaba su encuentro con Lennon y luego, graciosamente, la anécdota fue reproducida en el New York Times, que se la tragó enterita.

«Odiaba verlos de la forma que eran al final. Yo pienso sobre ellos… las cosas que hicieron y dijeron; ellos nunca maduraron, eran como muchachos, pero tenían un buen corazón. Nacieron para cantar. Solo que no sabían cómo vivir», dijo Gabán años más tarde, antes de fallecer en La Habana con ochenta años en 2011. Aunque la prensa de todo el mundo dio la noticia haciendo mención a que era «el guitarrista de Buena Vista Social Club», pues trabajó con prácticamente todos sus artistas, y fue el elegido por Ry Cooder en 2003 para grabar Mambo Sinuendo.

A día de hoy, escuchar las canciones del LP de Los Zafiros Bossa Cubana, esas voces almibaradas, ese buen gusto, esa alegría, la fusión de estilos hasta entonces imposible, es una auténtica gozada. Pero, sobre todo, confirma la sensación de que de todos los géneros de la música popular del siglo XX, el doo-wop es el único que es irrepetible.

Pero qué hizo Luis Enrique en el Real Madrid

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Luis Enrique en el Real Madrid, temporada 1991-92. Foto: Cordon Press.

Luis Enrique en el Real Madrid, temporada 1991-92. Foto: Cordon Press.

Verano de 1993. Se extienden por España los establecimientos de serigrafía, donde, ¡oh, el milagro del progreso!, uno puede hacerse la camiseta que le dé la gana. Una revolución. El mundo a nuestros pies. Voy con un amigo. Él se hace una con el rostro del flamante último fichaje del Real Madrid, Claudemir Vitor. Yo, una de Luis Enrique en cuerpo entero, saltando majestuoso con mueca de apóstol en la batalla de Clavijo sobre una entrada de alguien del Español, creo que Francisco. 1994, crezco un poco y considero que esa camiseta, con el nombre del jugador en un tipo de letra propio de un puticlub de carretera comarcal, es mejor llevarla en la intimidad. Parezco cuando me la pongo, digámoslo a las claras, tonto de los cojones. Decido usarla de pijama. Era una época extraña que los más peques de la casa no entenderéis, la ropa tenía cierto valor y no se tiraba nueva a la basura así como así. Con el chaval de Vitor pierdo el contacto hasta finales de la década. Cuando me encuentro con él comenta que se ha enrolado en las Fuerzas Armadas. Noto que me mira fijamente, silencioso, cuando doy un trago a mi copa. Creo que sospecha que recuerdo lo de su camiseta perfectamente. Yo lo entiendo, lo respeto y no digo nada. Otoño de 1996. Luis Enrique Martínez García ficha por el FC Barcelona. Le echo valor y sigo durmiendo con mi camiseta. Mi vida no experimenta cambios sustanciales, ni erupciones subcutáneas ni nada, solo que cada noche parezco delante del espejo, cuando me lavo los dientes, sin paliativos, completamente gilipollas. Todo gracias a Luis Enrique. Gracias, Luis, de corazón.

Este sainete biográfico viene a cuento porque hace unos días, comentando con un amigo las viscerales celebraciones que hacía Luis Enrique cuando le marcaba al Madrid, nos preguntamos qué hizo antes en nuestro club. Qué nos dio. Cuándo resultó decisivo. Si es que acaso tuvo algún valor. Y la respuesta fue que ni pajolera idea. Yo solo recuerdo superficialmente que corría mucho, que era impreciso en el regate y que en el Bernabéu le terminaron pitando con inquina. ¿Y por qué? ¿Se rompió el amor de tanto usarlo? ¿No dio pie con bolo? Investiguémoslo. Aunque antes del desglose de datos, vayan por delante unas valiosas palabras del brillante excentrocampista del Real Madrid y solista del dúo de música folk Simon & Garfunkel, Ricardo Gallego. Tribuna en El País, abril de 1995:

Él no tiene problemas para desenvolverse como lateral derecho o izquierdo, como delantero o centrocampista. Es un ejemplo a seguir como profesional, pues en todas las situaciones intenta sacarse a sí mismo el máximo provecho en beneficio de su equipo. Esta polivalencia es un seguro para su entrenador en casos de emergencia. También es poco valorada por el aficionado en general.

Nacido en Gijón en 1970, Luis Enrique vino al fútbol en la escuela de Mareo, cantera de la que fue expulsado por ser «pequeño y delgado». En una tierra, la asturiana, donde los filetes cuelgan a ambos lados del plato, se conoce que eso no estaba bien visto. No obstante, después de hincharse a meter goles en el Club Deportivo La Braña, lo trajeron de vuelta al Sporting. Y poco faltó para que se fuera ya al Barcelona. Tal y como contó hace poco Javier Giraldo en el diario Sport, el Barça le hizo un seguimiento y el ojeador de los catalanes en el norte de España, Isidoro Sánchez, se lo terminó llevando a hacerle una prueba en Barcelona.

Eso sí, la cosa salió mal. Al llegar a Barcelona perdió el billete de vuelta —entonces las gentes no podían llevar el localizador en el walkman— y en los entrenamientos le molestaron los abductores. Dijeron que ambas cosas se debían a los nervios. Luego jugó un partidillo con el juvenil, donde estaba Tito Vilanova por cierto, y decidieron rechazarlo sin muchos miramientos. El máximo responsable de la cantera, Luis Romero, le dijo un lacónico: «Has hecho poco». Y dieron orden a Isidoro Sánchez de dejar de seguirlo. El protagonista de esta historia se volvió a casa desolado. La vida suele ser así para la mayoría de la gente.

Pero este chaval o su entorno dieron muestras ya en ese momento tan temprano de su carrera de que nada se iba a interponer entre el futbolista y el triunfo. Luis Enrique firmó un precontrato con el Oviedo, el máximo rival. Algo que los forofos verán como un gesto herético y despreciable, pero que cualquier persona en plena posesión de sus facultades mentales entenderá más bien como que tonto no era. Al final, con mucha «épica conversacional», Carlos García Cuervo logró retenerlo en Gijón y el jugador contribuyó a forjar la leyenda del Sporting B de Abelardo, Manjarín y el susodicho. Era 1988, el año que había comenzado con la teta de Sabrina Salerno.

En la 89-90 debutó en Primera División. Derrota en casa contra el Málaga, pero en la que envió una chilena al larguero. No hizo mucho más, pero en la siguiente temporada explotó. Enchufó goles de todos los colores y la mayoría de una ejecución impecable. Se pueden ver en un YouTube de Fiebre Maldini donde rescatan un programa de El día después en el que se daba fe del pedazo de jugador en que se había convertido. Con música de un VHS de prevención de riesgos laborales o, si se quiere, una película porno escandinava, Jorge Alberto Francisco Valdano Castellanos comentó los goles que llevaba Luis Enrique ese año junto a un señor que había debajo de unos relojes y que se llamaba Nacho Lewin. Uno de los tantos destacados era a Zubizarreta en el Nou Camp, nada menos, y era sencillamente espectacular. El argentino concluyó la locución con una de esas frases de las que le granjearon fama de brillante orador en los locales de ocio del mundo entero. Sentenció: «apto para la lucha y finalmente para la sutileza final» (sic). Demostrando que con eso de «la sutileza final» también podría haber sido un magnífico letrista de Sangre Azul, pero sigamos con el fútbol.

Luis Enrique se convirtió en el futbolista revelación de Primera División. Y por si alguien todavía no se había dado cuenta, marcó a Abel, portero del Atlético de Madrid, acabando con su legendario récord imbatido. Tuvo tanta visibilidad que al asturiano solo le salieron novias. Hasta Rafael Martín Vázquez dijo de él que podría ser un buen jugador para el fútbol italiano, pero por lo que fuera prefirió quedarse en la piel de toro. El Real Madrid corrió raudo a pagar su cláusula de doscientos cincuenta millones de pesetas, que le parecía desorbitada al Barcelona —«es como un melón sin abrir», adujeron—, y la capital se llevó el caramelito.

En su primera temporada en el Real Madrid, Luis Enrique pudo sumergirse enteramente en la filosofía del único club español que conserva en su escudo la franja morada de la bandera tricolor de la II República y justo encima una corona borbónica; dicho de otro modo, la filosofía de películas como la saga de Porky’s o la también muy jocosa Desmadre a la americana. Fue el año de Mendoza, Radomir Antic, Leo Beenhakker y otras chicas del montón. Una temporada que glosamos jugosamente en el perfil de Ricardo Rocha que publicamos este verano.

Johan Cruyff, sin pelos en la lengua habitualmente, dijo sobre él: «En ningún momento entramos en la puja por su fichaje, se trata de un buen jugador, pero no es la gran estrella que se dice». Lo clavó inicialmente. Pero como siempre, sobre el papel, no parecía mala idea. Mil trescientos millones se gastó Mendoza en Prosinecki, Rocha, Lasa y el asturiano, llamado a sustituir, él o el emergente Alfonso, la figura de Hugo Sánchez, en franco declive y que además estaba lesionado. Después de lo visto en la 90-91, el plan sonaba a Wagner.

Fue uno de los tremendos dilemas del año, el acompañante de Butragueño. Aunque curiosamente, como mejor rindió el pequeño de cara angelical fue sin nadie. Respaldado atrás por Míchel, Hierro, Luis Enrique y don Gica Hagi haciendo la guerra por su cuenta. El asturiano se estrenó con un gol de cabeza contra el Logroñés en la séptima jornada y repitió en la décima contra el Burgos con un tanto interesante que no recuerdo haber visto, pero que las crónicas destacaron:

El Madrid salió en tromba y a los dos minutos se adelantaba en el marcador merced a un contrataque bien llevado por Luis Enrique, que pilló a la defensa burgalesa mal colocada, enfiló desde medio campo la portería rival y batió a Elduayen de tiro cruzado en su salida. El gol madridista desmoronó la hasta entonces bien organizada defensa burgalesa. (La Vanguardia, 18 de noviembre de 1991).

Sin embargo, ahí se quedó la cosa más o menos. Metió dos más y ese fue su saldo en todo el año. Cuatro goles. Paralelamente, la selección española no se clasificó para la Eurocopa de Suecia, pero, pese al desastre nacional, se hablaba mucho del combinado olímpico que tenía que dar la cara en Barcelona 92. Ahí Luis Enrique y Alfonso se compenetraban perfectamente y se hablaba de un equipo muy serio en el que llamaban la atención nuevos valores como Solozabal, Ferrer y Abelardo.

Debió ser lo único estimulante que tuvo Luis Enrique ese año, porque en el Madrid en enero se desató una crisis-charlotada-lupanar de las que hicieron época. Ramón Mendoza medió ante Radomir Antic para que sacase a jugar a Hugo Sánchez, que estaba enfadadito. Esto obligaba al serbio a cambiar todo el dibujo de su equipo. Luis Enrique había sido titular hasta el momento en casi todos los partidos, pero tampoco había demostrado que era un supercrack como lo había sido el ganador de cinco pichichis. Antic obedeció, Hugo no marcó, y en un partido en casa contra el maldito Tenerife en el que se terminó pidiendo la hora con José Miguel González Martín del Campo de portero por expulsión de Buyo, se tomó la decisión de despedir al entrenador con el equipo líder. Se entendía que Radomir no sabía lograr que sus jugadores dieran espectáculo.

Pero Beenhakker, que le sustituyó para traer el fútbol-samba, lo hizo incluso peor y el affaire con Hugo le estalló en la cara. El mexicano se negó a viajar con el equipo si no iba a ser titular y declaró «si el equipo pierde la primera plaza y sigo sin jugar, entonces diré unas cuantas cosas». El órdago acabó con Hugo en el Rayo Vallecano previo paso por el CF América y con el club haciendo la que sería recordada como la histórica segunda vuelta de la muerte, de la mierda, del infierno, de satanás, del Gólgota… de lo que quieran ustedes. Un recordado «masaje» con «final feliz» en Tenerife.

En todo caso, en el verano se le tuvo que olvidar esta tragedia a Luis Enrique porque logró la medalla de oro en Barcelona 92. Un extraordinario campeonato, una gran generación y unos partidazos de mucho cuidado. Jugó todo lo jugable y marcó un golito en dura competencia con unos Kiko y Alfonso en plena forma. No obstante, aunque resulte difícil de creer, la selección no es el Real Madrid, así que pasemos página y volvamos al meollo de la cuestión.

En la siguiente etapa, Benito Floro Sanz, paisano de Luis Enrique, el nuevo Sacchi, se hizo cargo del equipo. Temporada 92-93. El club incorporó a Iván Zamorano, indiscutible en la punta, y a Rafael Martín Vázquez. Alfonso y Luis Enrique pasaron a ser suplentes. El equipo empezó la temporada perdiendo en el Nou Camp y mostrando un juego muy poco atractivo. La penúltima oportunidad de la Quinta para volver a ser la que era se estaba esfumando. Para colmo, Robert Prosinecki, la estrella esperada y deseada, volvió a jugar después de su complicada lesión, pero resultó que ahora estaba deprimido. Fue el año de que si fumaba mucho, de que si las noticias que llegaban de Yugoslavia le amargaban, o los yugoslavos que frecuentaba en Madrid no le subían el ánimo precisamente con sus relatos vitales y, fuera como fuese, sobre el césped parecía un exjugador.

Con todo, la arqueología en YouTube nos ha legado un vídeo de un buen gol de Luis Enrique en otoño al Timisoara. Una elegante definición que hacía honor a la cosa esa de «finalmente la sutileza final» que había dicho Valdano. El chico, caray, prometía.

Así las cosas, en diciembre Mendoza ya empezó a mandar mensajitos de que con la garra de Luis Enrique el equipo parecía otra cosa. No sé, pues por ejemplo se asemejaban más a un grupo de once veinteañeros que practican deporte en un país soleado, no a una fila de obreros siderúrgicos polacos yendo a trabajar a las cinco de la mañana en los años duros de Gomulka, que es lo que parecía la Quinta con Prosinecki de director de orquesta. Al menos el Bernabéu es lo que hizo notar empezando a pitar a Butragueño con inequívoca hartura.

Lo gracioso es que en enero el equipo ganó al Barcelona en un polémico encuentro en el Bernabéu, 2-1 de penalti, y empezó a remontar hasta ponerse segundo en febrero por detrás del Superdepor que se lo estaba pasando pipa con Bebeto y Mauro Silva. En estas fechas, Luis Enrique llegó a ser considerado un jugador indispensable. Martín Vázquez se fastidió el quinto metatarsiano y nadie le echó mucho de menos.

De esos inicios de año de resurrección también hay un gol del asturiano en YouTube. Es del 1-5 a la Real en Atocha. Butragueño abrió el marcador con una vaselina un tanto heterodoxa, pero vaselina al fin y al cabo. Y Zamorano hizo lo que le dio la gana en la segunda parte. Como dato curioso, en el segundo gol del chileno, de una brillante ejecución, se ve con toda claridad una pancarta en la grada, detrás de la portería, con un mensaje claro, sencillo, escueto y directo: «ETA». Y ahora la gente gime si le pitan el himno nacional… ay, ay. Luis Enrique, por su parte, marcó el quinto en esa portería, la de los aficionados donostiarras más desacomplejados, y también con estilazo, con unos amagos bastante guapos.

No se puede decir que Luis Enrique fuese la estrella de ese equipo, pero provocaba penaltis, ocasionaba autogoles o sus fallos de cara a puerta terminaban en gol de otro, como el que marcó Esnaider al Logroñés, que solo sirvió para empatar porque el Tato Abadía igualó a dos ese partido en el quinto minuto del descuento. Posiblemente la imagen más bella de la historia del fútbol español antes del advenimiento de los tatuados musculados y engominados.

El caso es que este equipo, al final, también doblegó al Dépor en el Bernabéu, que jugó con poca fe en sus posibilidades, y en mayo alcanzó el liderato. Entonces, ¿qué premio le tenía reservado Mendoza a Luis Enrique? En efecto, largarlo. Lo quiso colocar en un canje por Fernando Redondo, el deseado. Mal rollo. El Tenerife lo pedía a él, a Alfonso y novecientos millones —tal vez en billetes sin contar—. El asturiano se negó. Pero ya de paso, cuando Lasa se lesionaba, empezaron a ponerle de lateral para que lo tuviera aún más complicado. Fichas a un chico porque demuestra ser un killer del área y lo pones de defensa. Se ha hablado mucho de este tema, de que podía con eso y más. Pero ahí queda el dato. Sobre todo porque así se llegó a Tenerife y, una vez más, se volvió a palmar la liga en el último partido. Ni Tricicle.

Días después, el Madrid levantó la Copa del Rey tras vencer al Zaragoza 2-0. Fue el único título serio en tres años, amén de una Copa Fioruci, durante aquella travesía por el desierto de dominio del Dream Team. Pero Luis Enrique no estuvo. Qué le vamos a hacer. Así que pasemos a la siguiente temporada.

Los números 93-94 en la memoria de los aficionados madridistas suenan como las cifras de identificación tatuadas en la piel de un prisionero de un campo de exterminio. Qué año. Qué cosas nos pasaron. Qué aventuras. En la primera jornada de liga se metió un 1-4 al Osasuna que parecía prometer un año de grandes éxitos. Se había fichado a Dubovski, pichichi de la liga eslovaca, por más dinero de lo que el Barça gastó ese mismo año en Romario. Sería por algo, ¿no? Pues no.

Un 1-3 en casa en la jornada siguiente frente al Valladolid puso las cosas en su sitio. Lo que le gritó la grada a Vitor aquel día no se puede reproducir y fue poco comparado con lo que todavía quedaba por expelerle en las siguientes jornadas. Martín Vázquez pasaba por el organizador del equipo, pero la cosa estaba muy anquilosada. Lejos quedaban los años de pases vertiginosos de Butragueño, Míchel y Rafa, que este año vivió un auténtico viacrucis. Cuando el Tenerife eliminó al Madrid de la Copa en el Bernabéu por 0-3, le tuvieron que sacar escoltado por la policía. Ese día del estadio y días después también de los entrenamientos. Martín Vázquez dejó de hablarse con Floro y llegó incluso a filosofar de forma lastimera. Miren qué belleza de declaración recogió la prensa con el título «No soy feliz»:

La vida era antes más bonita, la sociedad nos ha hecho cambiar, cada uno va a lo suyo… En un sitio o en otro… puedo demostrar mis cosas. (El País, 22 de febrero de 1994).

En cuanto a Luis Enrique, en este segundo año de Floro se le situó en el lateral con todavía más frecuencia. Y ahí daría de sí lo que diese, pero hay que subrayar que la prensa lo destacó en Navidad como el jugador «más en forma de la plantilla». Al menos se logró ganar al Barcelona en la Supercopa, aunque en el póster de la celebración Luis Enrique saliera mirando para otro lado, casi como avergonzado. O igual solo estaba vislumbrando en el horizonte lo que le venía encima al equipo, una cosa que se conoce popularmente como «la puta realidad».

Ocurrió un 8 de enero de 1994. Barcelona. Estadio Nou Camp. Romario da Souza Faria hizo lo que le salió de las mismísimas narices con la defensa blanca. Resultado: cinco a cero. El público estaba tan fuera de sí que parecían los españolitos de Bienvenido Mr. Marshall. Y eso que los benditos no sabían que en el futuro crujirían así al Madrid muchas veces más. Aquella fue la primera película porno —por delante, por detrás, por la boca, de espaldas, de tijereta y vuelta a empezar— de la era moderna que protagonizó involuntariamente el Madrid con su eterno rival. Luis Enrique tuvo una colaboración destacada en el cuarto gol de la noche. Nadal lanzó un melón sin peligro a la banda, el asturiano no pudo controlarla, se la robó Laudrup, toquecito a Romario y gol. En ese momento la cámara enfocó a Hristo Stoichkov. Reía como si le hubiese tocado la lotería. Y tú pensabas: ¿Vitor y Dubovski?, ¿pero por qué? Los directivos, encima, barajaron la posibilidad de multar a los jugadores por bajo rendimiento.

Justo en el siguiente encuentro, de Copa frente al Atlético, el equipo pudo desquitarse un poco gracias a la legendaria amabilidad de su vecino. En la ida Luis Enrique tuvo una participación destacada provocando el penalti del empate del Madrid, y aquí, en la vuelta, clavó un gol de cabeza por la escuadra a pase de Paco Llorente bastante decente y que resultó decisivo. Aunque el charro de la noche fue de Lasa tras una galopada y pasar muy mucho de dársela a Butragueño. «¡Prefiere el disparo a jugar con Butragueño!», dijo asombrado José Ángel de la Casa en la retransmisión, pero de ese disparo salió un golazo de padre y muy señor mío. Iban aprendiendo hasta los nuevos de qué iba el asunto con la Quinta a esas alturas de la vida.

Ese año en Europa, de nuevo contra el PSG, no hubo suerte en la ida en casa, 0-1, y en el partido de liga de esa semana ocurrió el Lleida-Gate famoso de «Con el pito nos los follamos», la última charla de Floro que en esta casa contamos detalladamente.

El técnico fue destituido y se acabó la dictadura del 4-4-2. Un régimen autoritario tan grave que uno de los escándalos del año se produjo cuando Toni Grande cambió a un 3-4-3 con el filial durante unos minutos y se montó la de dios es cristo por desobedecer y no mantener el 4-4-2 zonal de Floro, quien advirtió que iniciaría una investigación para depurar responsabilidades.

¿Estaba como una regadera? Pues probablemente. Aunque el infantil A ganó un día por 30 a 0 al La Flor gracias, según dijo la prensa, a su sistema. Casi como para haberse ido a Cibeles tal y como estaban las cosas. Era el famoso y temido equipo filial de Rabadán, que deslumbró en el torneo de Brunete. El Madrid terminó descartando a este chico, no sin darle tratamientos con un endocrino para que creciera. En una reciente entrevista en As, comentó que en esa consulta coincidía con un tal Raúl González Blanco. Sorpresa. Mientras, en la misma generación, el Barça tenía entonces formándose a un tal Xavi Hernández. No hay más que añadir.

Con Del Bosque, subalterno que cogió el equipo, Luis Enrique volvió al ataque y fue quizá el mejor jugador en la vuelta contra el PSG. Sin ser decisivo, digamos que sí que estuvo en las jugadas decisivas. Insistía con algo de vehemencia, recurso caro a aquel Madrid, y en un córner que propició marcó Hierro el único gol de los blancos. Pero la cosa no daba más de sí. Luego nos empataron y nos fuimos para casa. Ese año se iba a volver a dar asquete.

Los registros goleadores de Luis Enrique tampoco fueron muy allá esa temporada: dos goles en liga. Aunque hay que entender que jugó atrás todo el año. Uno fue al Racing en el Sardinero, haciendo de nuevo buena la frase de «finalmente la sutileza final» y un tiro cruzado al Albacete en las últimas jornadas. La posterior vergüenza de perder en casa contra el Barça, con aquel gol de Amor decisivo para luego arrebatar el título al Dépor en el último suspiro, Luis Enrique se la ahorró. No estuvo presente y salió en verano directo para el Mundial. En la Roja Clemente le adoraba por su polivalencia.

No profundizaremos en sus andanzas sin la camiseta blanca. Tan solo reseñar que la Copa del Mundo fue la de Estados Unidos y que Luis Enrique pasó a la historia tras agredir brutalmente a Tassotti golpeándole con el tabique nasal por la espalda y a traición en la zona más dura de su cuerpo, el codo, que estaba completamente descubierto, sin protección. El jugador italiano no resultó herido. Sin embargo, el mundo entero pudo comprobar cómo Luis Enrique se había hecho sangre de la fuerza con la que atacó al rival. Unas escenas vergonzosas que esperamos que no vuelvan a repetirse en un campo de fútbol.

En la 94-95, Jorge Valdano recaló por fin en el Real Madrid. Aunque es un dato menor. Lo relevante es que ese mismo año vio la luz Valdano, sueños de fútbol con la editorial El País/Aguilar, dirigida por Juan Cruz. Cien mil ejemplares vendió y hasta la magna obra se tradujo al japonés. No obstante, en lo deportivo, lo mundano, el equipo no tardó en funcionar decentemente a las órdenes de su nuevo técnico. Fue el año de, por este orden, Zamorano, Laudrup. Amavisca, Buyo, Quique Sánchez Flores y habría sido también el de Redondo de no ser porque Jokanovic, del Oviedo, le partió la rodilla. El excelente delantero Carlos explicó el porqué sin contemplaciones: «Ha sido una desgracia, pero también hay que ver lo que ha tenido que soportar Jokanovic. Yo he visto cómo ha intentado humillarle y he oído las cosas que le dijo. Hasta le tuve que decir que quién se creía que era. No todos tenemos la suerte de tener un amigo en el Madrid para llevarte».

¿Y Luis Enrique? Los titulares decían que cuando iba a la selección, ultradefensiva, era delantero, y en el Madrid, ofensivo, defensa. Le preguntaron si no se estaba volviendo esquizofrénico y contestó que ya estaba acostumbrado a «encontrar criterios distintos». Aquel año, al final jugó de todas las posiciones posibles. En el Madrid empezó de lateral, pero cuando Míchel se rompió en Anoeta pasó al centro del campo y, ocasionalmente, Valdano también lo puso de delantero. Lo relevante es que casi siempre fue titular. En el recuerdo esta ha quedado como su mejor temporada en el Madrid y, también, una imagen inmortal: su cuarto gol en la manita al Barcelona.

Justo un año y un día después del repaso en el Nou Camp, el Madrid le devolvió al Barcelona la manita en el Bernabéu. Luis Enrique fue comedido antes del partido y declaró que respetaba al Barça y que lo temería el resto del año aunque saliera derrotado de Madrid. Elegante y señorial, sí, pero cuando clavó el cuarto, casualmente el que regaló el año anterior, echó a correr hacia la grada abriendo los brazos como un yihadista invocando al Profeta, a continuación se agarró su camiseta del Real Madrid Club de Fútbol agitándola para detenerse y exclamar por dos veces «¡Toma!» moviendo el puño en plan «ou, yeah» de Marty McFly, instante en el que fue abrazado por sus compañeros. Zamorano hizo tres aquella noche, pero yo siempre he recordado el de Luis Enrique —que por cierto fue un poco de la escuela de Salinas y el guardameta era Busquets— porque esa rabia contenida y amor por los colores me llegó «jondo». Después de sufrir tanto tres años cenagosos, regresaba la bestia. Éramos jóvenes, 1995, y si no tenías mononucleosis aquella noche la vida era bella.

Ese año también se produjo el debut de Raúl González y Valdano tuvo arrestos para despachar a Butragueño, lo que anunciaba un cambio de era, que tardó dos años, una ley Bosman y unos cuantos millones en producirse, pero se produjo. El asturiano hizo su segundo mejor registro de goles con el Madrid, cuatro, pero en la grada estaba pasando algo. Con el equipo campeón de liga, con Buyo buscando el Zamora y Zamorano igualar a Romario como Pichichi, en uno de los últimos partidos contra el Betis en el Bernabéu, el público pitó a Luis Enrique. ¿Por qué? Porque jugaría mal. ¿Pero era justo? Pues ese fue su mejor año, qué más podemos decir. Ante la polémica, desde Barcelona ya se especuló con su fichaje, pero Núñez lo desmintió. Siguió una temporada más y ahora sí, él y todo el Madrid en su conjunto, digámoslo sin vergüenza, se comieron la mierda.

Luis Enrique en un partido contra en Ajax, en la Champions League 1995-96. Foto: Cordon Press.

Luis Enrique en un partido contra en Ajax, en la Champions League 1995-96. Foto: Cordon Press.

Verano del año 1995 después de Cristo. Ramón Mendoza, que acababa de ganar las elecciones a Florentino Pérez y de declarar como perjudicado por las escuchas del CESID, le comunicó a Valdano que no había un duro para fichar. Llegaron Esnaider y Freddy Rincón, que fue recibido cariñosamente en la capital de España con pintadas en las paredes del estadio que decían «Vuelve a la selva», «Te vamos a matar», «Eres un blanco fácil» entre otras como «Valdano solo ficha sudacas». De hecho, cuando él y Cappa firmaron por el Madrid ya se había pintarrajeado en Concha Espina «No queremos ni rojos ni sudacas». De propina, en esa temporada se empezó cayendo estrepitosamente en la Supercopa ante el Deportivo y Luis Enrique fue titular en ambos partidos.

En octubre saltaron las primeras alarmas y, cómo no, en plan charlotada. Luis Enrique se cayó de una convocatoria y aprovechó para rajar: «No juego y no juego. Y ya está. ¿Descanso? A este paso con lo descansado que estoy podré jugar hasta los sesenta o setenta años». A las pocas horas, Fernando Carlos Redondo acudió al dentista, se le infectó una muela y Valdano llamó a Luis Enrique convocado. Tuvo que estar en el banquillo con cara de sota delante del míster después de haberla liado por nada.

Todo siguió mal. Se palmó contra Oviedo y Valencia y se empató con el Albacete. El que rajó entonces fue Valdano: «Da hasta vergüenza hablar en la situación en que estamos. Me siento con autoridad para pedirle mucho a mis jugadores, pero no estamos ni para pedirle un ruego a los aficionados. El asunto se ha puesto para hombres. Espero un cambio de actitud, desde ya, en los futbolistas».

Hubo una oportunidad contra un Barça también en horas bajas ante el que se empató a uno. Luis Enrique y Laudrup protagonizaron una jugada que le pudo dar la victoria al Madrid, pero el danés falló con todo para enchufarla. Los dos se fueron después directos al banquillo. Ya se hablaba de que Luis Enrique no renovaría y de que le querían el Atlético y el Sporting. Para más inri, Mendoza dimitió como presidente. Le sucedió Lorenzo Sanz, el «emprendedor» de Los Simpson.

Pero todavía, en diciembre, Luis Enrique fue de los pocos del equipo que intentó algo que pareciera jugar al fútbol, aunque fuese sin dios ni amo, y eso curiosamente le enfrentó a Valdano. En un partido contra el Español le sustituyó en el descanso y al final del encuentro, en que palmó el Madrid, Luis Enrique se descojonó en la cara de su entrenador delante de los medios con «sonoras carcajadas». Después, en La Coruña, Bebeto le metió tres al Madrid y el técnico argentino, ya desbordado, declaró: «Hoy empieza el futuro». No iba desencaminado, Sanz había empezado a fichar a Šuker. Y Luis Enrique no iba a volver a jugar con el argentino y prácticamente estaba con un pie fuera.

Llegó enero y Laudrup y el asturiano se reunieron en privado para tomar la decisión de no volver a hacer declaraciones mientras siguieran sin jugar. Tremendo chantaje. Valdano se quejó al salir la noticia de que no se respetaba su apuesta por la cantera. Pero en Copa del Rey, con su apuesta, se cayó de nuevo ante el Español en un Bernabeu con un tercio de entrada. Sanz dijo: “La paciencia del público raya en la Santidad”. Para enfrentarse al Rayo, Valdano fue más lejos y sentó a Sanchís. No habrá nadie sobre el césped de la Quinta por primera vez en más de diez años. El vestuario estaba dividido entre un bando liderado por Raúl y Redondo, fieles al entrenador, y otro por Michel y Laudrup, desafectos. Los vallecanos ganaron por 1-2 y a la calle se fue directito Valdano. Luis Enrique vio todas estas cosas desde la grada.

Fue con la llegada de Arsenio Iglesias que volvió a rascar un poco de bola y él lo celebró con una expulsión. Agredió a Christiansen, entonces en el Oviedo, que le había dado dos patadas por detrás. Lo último reseñable de su etapa como jugador del Madrid, Luis Enrique lo hizo marcando entre pitos escandalosos un gol al Deportivo en el Bernabeu con la estrecha colaboración de Donato. En su última aparición con la camiseta blanca, en Valladolid, fue sustituido en el descanso por Lasa, que abrió lo que luego fue un 0-3, pero las victorias de final de temporada del equipo no fueron suficientes ni para entrar en la UEFA. Ramón Mendoza, por su parte, desde su retiro, presentó su obra maestra «Dos pelotas y un balón».

Tres días después del último partido de liga en la Romareda, el 28 de mayo, Luis Enrique anunció su fichaje por el FC Barcelona. Un «secreto a voces», se dijo. Parecía que el único valor que podía tener este fichaje para los catalanes era el de fastidiar al Madrid, pero dieron con un futbolista clave que les duró ocho temporadas. Si con el Madrid nunca marco más de cinco goles en las tres competiciones, con los azulgrana, el primer año enchufó dieciocho y el segundo veinticuatro. Todo esto sin mencionar los goles que le metió al Madrid. Lo cierto es que cualquier persona que se chupase la primera mitad de los noventa en el club blanco se merece todo en este mundo ¿pero era necesario llegar a esto, Luis?

Después de todos los pases horizontales en corto que sufrimos juntos ¿Por qué, por qué tanta crueldad? Muy mal.

Alberto García-Alix: «Es una putada salir mucho de España, a veces uno compara y duele el alma»

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Perdido entre las casitas bajas y las estrechas calles de Tetuán, en Madrid, se encuentra el estudio de Alberto García-Alix. Premio Nacional de Fotografía y célebre por retratar tanto a los artistas de la España de los ochenta como a sus balas perdidas sin estrella. Su obra, tras encapricharse su cámara también de moteros y actores y actrices porno, ahora es mucho más introspectiva. Invito al encuentro para relatar esta evolución vital a la cantante Ana Curra, que fue novia del artista durante sus años más locos, con la intención de que le ayude a recordar experiencias comunes.

Ana llega demasiado tarde y yo demasiado pronto. Mientras espero en la puerta del estudio, una chica que está fregando un portal descubre una paloma agonizando en la acera. Le echamos un poco de agua por si es un golpe de calor, la dejamos en la sombra, pero lo que sea que tenga parece irreversible. Me da mal rollo y me meto en el estudio a esperar a Ana dentro. Alberto está hablando de Napoleón con un francés que graba un documental sobre su vida. Los colaboradores del fotógrafo, indiferentes, entran y salen del laboratorio. Huele a revelador, paro y fijador. Llega Ana.

Alberto, fuiste a los maristas en León.

Tuve una infancia muy feliz. El colegio de los maristas de Léon no lo recuerdo con mucho agrado. Estamos hablando de los años que estamos hablando. Mi madre nos peinaba con un flequillito tipo Beatles, porque éramos muy modernos en casa. Y aunque íbamos muy guapos con ese pelo, en el colegio, por esa apariencia, los curas nos llamaban «nenazas» y nos tiraban de las patillas. Eso no se te olvida si eres un poco sensible. Sentía la injusticia. Pero fui muy feliz. No puedo decir tampoco que fuera una experiencia traumática. Fue lo que nos tocaba vivir a todos los niños españoles y a muchos les fue peor que a mí. Qué te voy a decir…

Tu primera cámara se la pediste a tus padres para fotografiar motoristas.

Pedí una cámara por Navidades a mis padres porque quería hacer fotos de las carreras de moto donde competía mi hermano, y yo también. Mi hermano tenía una especie de técnico, Germán del Caso, que además era fotógrafo, y llevaba el control de cuándo tenía que cambiar la cadena y esas cosas. Cada miércoles, Germán llegaba a casa con las fotos en blanco y negro de la carrera del fin de semana. Me encantaban. Y como me pasaba todo el día en el circuito, le pedí a mis padres por Navidad una cámara para fotografiar ese mundo. Concretamente, mi primera foto es de una carrera de motos.

La moto es lo primero y lo que más me atrajo de esta vida. Compraba la revista Motociclismo cada mes, las tengo encuadernadas desde el año 68. En cambio, la música nunca me interesó mucho cuando era joven. En el rock and roll como tal no me metí hasta que no tuve diecinueve años. A mis hermanos les iba Serrat, Paco Ibáñez, etcétera, porque eran todos de izquierdas; a mi amigo Fernando Pais —con el que me fui a vivir cuando me marché de casa— le gustaba una música muy ecléctica, Deep Purple, Osibisa, Neil Young… y la solía poner constantemente, pero a mí no me gustaba nada. Así hasta que un día un amigo me pasó un disco de Elvis y otro de Gene Vincent y descubrí en esa música una pasión y una actitud…

Has comentado que tu madre os llevaba al Prado de pequeños y tú te fijabas en las mujeres desnudas, me pregunto si no te llamaron la atención los retratos de Goya, que miran como en algunos de los tuyos.

Sí que me llaman la atención. Ahora más que entonces, porque teníamos trece años cuando íbamos con mi madre. La primera vez se me hizo pesado, farragoso, y me fijaba más en las mujeres desnudas, por supuesto. No era fácil tener a cinco hijos dando vueltas por el museo del Prado, pero mi madre consideraba que era necesario para nuestra educación. Nos hablaba de la composición de los cuadros y, como es historiadora, nos explicaba quién era el capullo de Fernando VII cuando veíamos los cuadros de Goya. También iba al museo del Ejército, que era muy bueno, y al de Ciencias Naturales, donde había animales disecados que ya ni existen. Hoy lo han modernizado y ya no están aquellos cientos de vitrinas. Ahora es diferente, todo son pantallas y ordenadores con los hábitats de los animales. Lo que había antes aun apolillado era fascinante para un niño.

Alberto García-Alix para Jot Down 1

Podemos decir que a partir del festival Canet Rock empezó todo para ti.

Con diecinueve años le dije a mi padre que era mayor de edad y que me iba a ir de casa. Había conocido a una mujer y quería irme con ella. Pensaron que volvería en cuatro días, pero vaya, se equivocaron. Era una chica portuguesa que quería que nos fuésemos a Londres y rompí con todo. Me puse a trabajar descargando camiones y a vivir en una pensión. Quería apartarme de lo que me rodeaba porque, por entonces, mis hermanos militaban en partidos de extrema izquierda, la Joven Guardia Roja, el Partido del Trabajo… Era el final de la dictadura, pero seguía habiendo cárcel y agresiones. Mi hermano Alfredo entró preso porque se encadenó protestando contra el servicio militar y coincidió con mi hermano Willy en la cárcel. Le golpearon con dureza en la comisaria de la Dirección General de Seguridad. Además, también en esa época murió un íntimo amigo de mi hermano Alfredo en una carrera de motos en Móstoles.

Al regreso de Portugal, una mañana fui al Rastro con una amiga y me presentaron a Ceesepe [Madrid 1958, pintor, ilustrador e historietista; NdR]. Desde el primer momento me quedé fascinado con él. Era muy especial y emanaba creatividad. Ese mismo día también conocí allí Fernando Pais, que intentó vendernos una marihuana que decía que era colombiana, pero en realidad era casera. Una mierda. Yo ya conocía la marihuana de cuando había estado en Portugal , fue allí donde fumé petardos por primera vez.

La chica portuguesa me había dicho que tenía novio en Portugal y yo no la creí, pero era verdad. Me fui a buscarla a Cascais y resulta que sí que tenía novio. Además, era más moderno que yo e independiente. Al cabo de una semana, le dije que me iba, que quería buscar aventuras por Portugal. Ese viaje fue clave para mí. Alimentó mis deseos de independencia. El año anterior había sido la Revolución de los Claveles y se notaba la vitalidad de un cambio que todavía no había llegado a España.

Y al volver a Madrid, me volví a encontrar a Fernando. Era fotógrafo y me contó lo del festival de Canet. Le dije que yo también tenía una cámara de fotos y fuimos juntos. Para mí fue un deslumbramiento. Recuerdo que dormimos dos días en la playa. Al terminar, Fernando regresó a Madrid y yo continué mi viaje, fui a Santander. No le pedí el teléfono ni nada, pero lo que son las casualidades, cuando volví a Madrid, iba por la calle en una motito pequeña que tenía y me pitó un coche, era él: «¡Hola!, ¿qué tal?». Y con la alegría dejé de mirar para adelante y me caí de la moto.

Me dijo que estaba buscando casa, y que iba a ver un apartamento al Rastro. Le acompañé y le dije: «oye, aquí caben dos». Pues adelante, vente, respondió. Así que empezamos a vivir juntos en el famoso piso del Rastro donde él montó un laboratorio. Aunque era muy chapucero, revelábamos con agua fría y los minutos de revelado eran… a elegir. Pero es ahí donde empezó mi pasión por la fotografía. Donde empezó todo.

Fuiste totalmente autodidacta.

Al principio, ni tenía negativos ni les daba valor. Pero una vez me dio una mala bajada de ácido, tan chunga que me propuse cambiar de vida. No iba a la universidad. No hacía nada, sentía que tenía que cambiar y lo que hice fue disciplinadamente meterme todas las tardes en el laboratorio. De una manera autodidacta comencé a aprender y a tomar fotos.

Cuando volvió Fernando de la mili se impresionó mucho con las fotos que había hecho. Pero yo lo que hice fue solamente ir aprendiendo poco a poco con disciplina, ya te digo… Si la primera foto te sale negra, le quitas más tiempo y sale más clara, etcétera, etcétera. Por entonces, no tenía conciencia fotográfica, nunca había abierto un libro de fotografía. Pero encerrado en el laboratorio sentía e intuía el camino que se me abría.

¿Por qué no querías ir a la universidad?

Con diecinueve años estaba matriculado en Derecho, en la Autónoma. Luego lo dejé y pasé a la Facultad de Periodismo, pero tampoco me interesaba nada. Quise haber hecho cine, que es lo que me interesaba, no las fotos, pero llegué un día tarde a entregar la matrícula y no me dejaron. Entonces, por hacer algo, pensé en Periodismo por la rama de imagen. Me alisté, como se decía, pero al final solo iba la universidad a vender los números del Star y los cómics underground. Ponía un trapo en el suelo y a vender.

Los cómics los editábamos Ceesepe y yo. Nos traían tebeos del underground americano, los Zap Comics, y lo que hacíamos era tapar con tippex blanco las letras, traducirlas luego al español y los imprimíamos. Editábamos a Clay Wilson, Richard Corben, Moscoso, Spain Rodríguez y a algunos españoles. Teníamos un puesto en el Rastro que era entonces el punto de encuentro de todas las inquietudes juveniles. También vendíamos La piraña divina, de Nazario, en fanzine. Todos los tebeos que teníamos hablaban de drogas y tal, pero el que se quedaba en el canastillo bajo el mostrador era el de Nazario por lo sumamente irreverente que era y todo el sexo que llevaba.

Alberto García-Alix para Jot Down 2

En el laboratorio empezaste con los opiáceos.

Así fue. El puesto del Rastro lo llamábamos «la Cascorro Factory» por el hecho de que vivíamos en Cascorro. Un día, después del Rastro, un montón de gente subimos a mi casa. Cuando fui a la cocina, en el laboratorio oí ruidos. Abrí la cortina y me encontré a mi amigo Fernando y a otros dos poniéndose…. «¿Esto qué es?», pregunté. Y ellos: «¡cállate, cállate!». «Pero ¿puedo probarlo?», insistí. «Sí, si quieres quédate, pero calla». Lo probé y lógicamente salí de ahí… Pensaba: «esto está bien, bien». Lo que pasa es que, claro, a los pocos días ya estaba preguntándole a mi amigo si había posibilidad de volver a pillar otra vez aquello del otro día y…

Podrías haber sido el protagonista de «Qué hace una chica como tú en un sitio como este».

Fernando Colomo vino a mi casa a que le contara la vida que yo llevaba para escribir la película. Me ofreció hacer una prueba de cámara para ser el protagonista, pero fue un fracaso absoluto. Recuerdo que me pusieron frente a una chica y me dijeron que intentara ligármela, y no fui capaz. Entonces le dije a Fernando Colomo que conocía a un actor que sí que podría, el Fifo, y se llevó el papel. Fernando siempre quiso poner la música de Burning en esa película. Antoñito, el cantante, era amigo mío. En las Vistillas, frente a la estatua de Ramón Gómez de la Serna —que es uno de los sitios más bonito de Madrid— Antoñito se comió el primer tripi de su vida conmigo. Le invité yo.

¿Salías siempre de casa con la cámara?

Pocas veces. Las mañanas de domingo, en el Rastro, sí, pero por las noches no. Si hubiese sacado la cámara la hubiese perdido. Por aquellos días me fui a vivir con Teresa. Era el año 78. Compré una ampliadora Durst y me monté un laboratorio. Todas las tardes trabajaba, me sentía fotógrafo aun con unos conocimientos muy escasos. Digamos que me había venido Dios a ver. Ahora hay muchísima información, pero entonces yo no tenía casi nada. A veces ojeaba la revista Nueva Lente, pero no me interesaba, lo sentía todo como muy lejano. También estaba la revista Arte Fotográfico, que hablaba mucho de técnica, revelados y otros procedimientos.

La adicción influiría en tu continuidad.

La adicción a los opiáceos influyó en todo. Ciertamente, por culpa de ello los problemas venían a nosotros como las pulgas al perro, pero aun así continué con mi afición a la fotografía. Tuve que empeñar las cámaras algunas veces para pagar la casa. Un carrete me tenía que durar un par de semanas por lo menos, no podía tirar veinte fotos cada tarde. A todo esto, tuve que hacer la mili. En el 79 se me habían acabado las prórrogas de estudios, y tuve la suerte de salir excedente de cupo, pero mi gozo en un pozo, en ese momento los militares en España, por los asesinatos de ETA, decidieron que todos los excedentes hiciéramos la mili. Unos al tercio de Tierra, otros al de paracaidistas y otros a las COES, y todo sin haber firmado nada. A mi me tocó en la Brigada Paracaidista. Fui a ver si era un error y me dijeron que no. Aquello fue una experiencia dura, aunque también interesante en cierta medida. Era un cuerpo de élite, y la disciplina férrea y legionaria. A la gente en mi situación nos prometieron meternos en oficinas cuando acabáramos el campamento; sin embargo, ante mi sorpresa, en la jura de bandera, casi todo el mundo fue a oficinas y a mí me toco artillería. Pasé pisando hormigas toda la mili. Hice todas las maniobras y aun así estaba mejor que los de oficinas, que allí encerrados se aburrían como monas y ademas no podían escaquearse.

Hay una foto muy bonita de dos boxeadores que la sacas en la mili.

En la mili hice algunas fotos. No era fácil. Primero, por la idiosincrasia militar y también porque el ambiente no era muy propicio. Había mucha tensión. Lo que más grabado se me quedó en la memoria es que en la Brigada Paracaidista fue donde vi los primeros tatuajes. Por la noche miraba con curiosidad cómo se los hacían. Era lo clásico: un palillero y tres agujas, escudos de la Brigada Paracaidista o el amor de madre. Recuerdo, porque tengo la foto, a un compañero que se hizo una cabeza de tigre en la espalda.

Al volver empiezas a retratar a tus amigos, a la gente que te rodea, que no te gusta que se la llame marginal.

Marginales no éramos. Si lo pienso bien éramos privilegiados. Mucho antes de que la droga bajase a la calle, estaba en las casas.

[Ana Curra]: La droga al principio la tenía el que podía permitirse ir a Laos y traerlo.

Hacia el 81, a mí me surtían unos holandeses. La vendía para comer y para ponerme. No era como fue luego en los años noventa, son épocas muy diferentes. Hay una etapa del 76 al 86 en la que el mundo de la drogadicción es de una manera, y del 86 a la siguiente década, de otra. De todas maneras, los problemas típicos y comunes de la adicción eran el pan de cada día. Parece que todo era muy divertido, pero no es así. Cuando conocí a Ana, mi hermano murió de sobredosis. Los problemas con las drogas se fueron haciendo cada vez más pesados. Afortunadamente, Curra y yo vivíamos dentro de las drogas, pero compartíamos mundos apartes: yo en lo mío, y ella en la música. Yo tenía muchos amigos que no eran drogadictos. Pero fíjate cómo era la época, a los que no tomaban drogas y no eran promiscuos en el sexo les llamábamos, en broma, «los jesuitas».

Alberto García-Alix para Jot Down 3

Hay un autorretrato de 1981 en el que muestras un navajazo sangrante que te habían dado.

Fue un grupo de extrema derecha, los Guerrilleros de Cristo Rey. Me apuñalaron en la discoteca El Sol de la calle Jardines. Dos años llevaría abierta entonces. Una noche, entraron estos tíos en la pista, mientras yo estaba ahí bailando. Se pusieron a echar a todo el mundo a patadas. Yo estaba a mi aire, y de repente vi que iban a por mí. Cogí una botella de Coca-Cola para defenderme, amagamos el uno y el otro, pero ya me habían pinchado. También pincharon a mucha más gente. Llegó la policía y me preguntaron si estaba herido. Dije que no, solo tenía alguna herida en las manos de dar golpes. Me fui a fumar un cigarro y me encontré de pronto con la mano llena de sangre. ¡Hostia!… Bajé al cuarto de baño y me vi una puñalada en la ingle. Era una especie de ojal por el que salía sangre. No me había ni dolido, pero a partir de ahí sí que lo sentí. Fui al hospital a coserme y me dijo el médico que el paquete de Fortuna me salvó de que la puñalada no me alcanzara la femoral.

Una vez tuviste que romper tus fotos en un registro para que no las viera la policía.

Fue un registro en casa de mis padres. Había un montón de fotos mías y un policía se puso a mirarlas. Mi padre le dijo: «oiga perdone, qué hace usted mirando eso, son fotos de mi hijo, no hay nada importante ahí». El policía las dejó pero yo me quedé con mucho miedo, estaba paranoico, y tras salir de la detención destruí los negativos que había sacado ese año. Creo que debí romper como veinte o treinta tiras, no creo que tampoco fueran buenas, pero como se nos veía a todos poniéndonos y nos podían identificar, temía que por culpa de las fotos pudiera ser un chivato.

Viajabais mucho en todo caso.

[Ana]: a Tánger…

A Tánger íbamos al hotel Continental. Yo ya lo conocía porque había ido con Teresa en el 78. Pero lo que hacíamos era pasear y encerrarnos en el hotel a tomar opio. Entonces era muy fácil de encontrar en el mercado. Nos ponían las cabezas en un cucurucho de papel. En el hotel nos lo cocían…

[Ana:] Y se supone que nos íbamos a Tánger a desengancharnos…

Íbamos a desengancharnos y volvíamos igual. Yo cada vez que me iba a cualquier sitio, cuando estaba de vuelta en Madrid, lo primero que pensaba era en ponerme.

Hay una foto de Ana y un tío fumándose un chino…

Eso fue en Amsterdam… y a la vuelta, la Interpol [se dirige a Ana] nos paró en la carretera. Pensé en tirar todo lo que tenía encima, porque si me encontraban algo iban a registrar dentro del coche y entonces sí que la habíamos cagado. Total, una vez más, nos vino Dios a ver. Según bajamos, a Curra se la llevó una mujer policía…

[Ana]: ¡Era un hombre!

Es igual, se lo escamoteó en las narices. Se lo metió en el sujetador o no sé qué hizo, malabares…

[Ana]: Lo hice con la polvera, ahí lo metí.

Yo estaba rodeado de policías, con un bolsón, a ver qué hacía. Y también conseguí escamotearlo. Hice, por única vez en mi vida, juegos malabares con mis manos.

[Ana]: Se lo puso en un pulgar y movió la otra mano…

Lo sujeté entre un bolsillo y mi mano. Le enseñé el forro del bolsillo delante de su careto, pero moví el otro. No sé si me entiendes… Fue un acojone, no sé cómo nos libramos.

Cuando salimos de la caseta y de la alegría de que no nos hubieran pillado, Ana dijo que paráramos a ponernos un chino para celebrarlo. Y yo de los nervios: «esto… mejor no, cuando lleguemos».

[Ana]: Yo quería parar ya a celebrarlo (risas).

Alberto García-Alix para Jot Down 4

Has contado en alguna charla a estudiantes de fotografía que hubo un antes y un después en tu carrera tras un viaje que hiciste a Venecia.

Sí. Para mí fue un viaje muy duro pero con todo positivo. Efectivamente, hay un antes y un después de ese viaje. Era el año 86 y me juré que no me volvería a ver a mí mismo mendigando por la calle jamás. Fue la primera vez que la falta de recursos se me hizo insoportable. Siempre había podido dormir en casa de un amigo, pero aquí me vi obligado a dormir en la calle. Iba por ahí solo, rumiando mis penas. Tenía la idea de que podría vender mi ropa, pensaba que hasta me la podrían pagar bien, pero no había caído en la cuenta de que me encontraba en Italia y mi ropa era de rockero. Me puse en un puente con un trapo en el suelo a intentar venderla, estuve horas, bajo un sol de justicia, y no le interesaba a nadie, ¡a nadie! Los italianos que van siempre tan maqueados la miraban como… «¿Una chupa de cuero con flecos? No me jodas». La situación era insostenible, en mi desesperación llegué hasta pensar en asaltar a una mujer por la calle y quitarle el bolso.

Podría haber hecho una cosa muy simple, llamar a mis padres y que me mandaran dinero. O a mis amigos, a Kiko Rivas. Pero me había jurado a mí mismo que yo me iba de ahí por mis propios medios, sin llamar a nadie. Esto lo mantuve dos días, luego tres, después cuatro, hasta que llegó un momento en que me sentí vencido. Ana y mis amigos se habían ido, no quiero decir ahora por qué nos separamos. Ellos me dijeron que cómo me iba a quedar solo sin dinero ni nada, que me fuera con ellos. Y yo: ¡dejadme! Cuando se fueron con el coche, la primera noche todo bien… Bueno, las primeras noches dormí dentro de un tren en la estación, pero un día se puso en marcha y me dio tal susto que decidí dormir en la calle.

Iba todo desolado por Venecia, que por cierto me parece un espanto de lugar. No por feo, es un gran decorado, pero casi sin vida. No había locales nocturnos, ni discotecas, ni lugares de encuentro donde poder a conocer a una mujer que me llevase a dormir a su casa… ¿Sabes lo que más me costaba? Hacer caca. En los bares, hay tantos turistas que para ir al baño tienes que pedir la llave. Tienes que consumir y es caro y yo estaba sin nada de dinero. Fíjate qué cosa más tonta, cagar. Es casi mejor pasar hambre que no poder cagar.

Conocí un periodista y me dejó quedarme una noche en su habitación. Luego una señora, era una mujer muy agradable. Iba yo por la calle y vi en el escaparate de una librería pequeñita un libro que había salido con unas fotos mías publicadas. Se llamaba Nuevos imagineros españoles, que había comisariado Luis Revenga. Al verlo pegué un bote. Entré en el local y dentro, aparte del propietario, había solo una cliente. El propietario se asustó. Yo le decía: «¡soy yo! ¡soy yo!», señalando el libro y enseñándole el DNI. Mi idea era pedirle un préstamo, pero venía de dormir en la calle, sucio, con camisa de chorreras, unas botas tejanas y una gorra blanca. Total, que el tío pasó de mí y me fui, pero la señora salió detrás y me preguntó: «¿lo que ha contado usted es verdadero?». En español lo dijo, era chilena. Y añadió: «pues usted no tiene pinta de artista». En fin… El caso es que me dejó dormir en su casa. Pensé que me daría de cenar, pero no tenía nada en el frigorífico, solo pudo darme un vaso de leche, y se encerró en su habitación. A su manera tenía también un poco de miedo. Pero fue muy generosa y me dejó dormir allí esa noche.

Otro día terminé tirado en la plaza de San Marcos. Sentado en un soportal sin poderme ni mover. Era de noche y estaba lloviendo a mares, se puso a mi lado un hombre y me dijo «è bello…». Al ver que alguien me hacía caso, contesté enseguida: «hostia… ¡claro que sí!». Luego me preguntó de dónde era, le dije que español, de Madrid, y contestó: «¡la Movida madrileña!». Fue una luz de esperanza. Me puse a hablar con él a saco y le terminé soltando que tenía mucha hambre y no había comido, que por diversas circunstancias estaba ahí tirado. Me invitó a cenar en un restaurante, pidió vino y todo. En la cena, exhibí todos mis conocimientos de cultura italiana para que viera que yo era un hombre decente. Hasta de Umberto Eco le hablé. Luego fuimos a su casa, me invitó a otra copa de vino y acepté. Sobre todo pensando en preguntarle si me podría quedar a dormir en su casa. Era un hombre culto y tal, tomamos esa copa. Dijo que por supuesto, que me podía acostar en el sofá. ¡Genial!

Yo quería que él se fuese de una vez del salón para poder quitarme las botas, porque después de no haberme cambiado los calcetines en varios días, me daba vergüenza. Había dejado toda mi ropa en la consigna de la estación, menos la chupa de cuero que la usaba para dormir. No quería cambiarme las botas delante de él y que oliera mis pies después de cinco días pateándome toda Venecia. Uno tiene su pudor. Me dijo algo que no entendí. Por fin se fue. Estando ya acostado en el sofá, volvió. Desnudo bajo una bata de amebas. En ese momento yo me sentía avergonzado por mi olor a pies, apestaba. Se acercó, me abrazó y se puso a besarme. Al principio grité «no, no», pero no paraba. Cuando besó mis labios, le metí un cabezazo y un par de hostias. Se cayó y se golpeó la cabeza contra el suelo. Quedó inconsciente. Pensé que lo había matado. Me entró un miedo terrible, pánico… Miré todos los vasos que había tocado para quitarle las huellas, una gran tensión. Hasta abrí la ventana y pensé en tirarme al canal y cruzarlo a nado. Me puse las botas, me iba a ir y de pronto le escuché jadear. Me dio un ataque de rabia, le eché un cubo de agua en la cabeza, se incorporó y le dije: «te equivocaste».

Salí de ahí y otra vez me vi por las calles de Venecia desesperado. Me di cuenta de que estaba llorando de la tensión que había vivido. Los pocos transeúntes despiertos me miraban. Otra vez me tocaba buscarme un sitio donde dormir y un sitio donde cagar.

Ya puestos, un muchacho que conocí y trabajaba en un hotel, de botones, me dijo que podía sentarme en la plaza de San Marcos con dos amigos suyos. Ellos vivían de ser gigolós con turistas. Los dos italianos se ponían en la plaza con un café y entraban a las turistas que se sentaban al lado. Iban bien planchados y decentes, muy buena pinta. Yo también lo intenté pero sin saber ningún idioma. Cuando me puse a hablar con las señoras me di cuenta de que tampoco valía para eso. ¿Sabes lo que es sentir que no sirves absolutamente para nada?

Venecia ya la veía y… eso nunca lo olvidaré, trágica y cómica. No miraba a la gente, veía solo los calcetines blancos, las sandalias y las palomas picoteando entre aquella masa de pies. Es la imagen que más recuerdo. Un día estaba lloriqueando y tiré, por rabia, los carretes de fotos al mar, o al canal. Solo se salvaron los que hice cuando llegué porque se quedaron en la bolsa que dejé en la consigna de la estación de tren. Me juré que aquello no podía volverme a pasar.

Al final, después de intentar colocarle la cámara a un argentino, y no lo hice porque solo me daba la quinta parte de lo que valía, mi amigo, el botones de hotel, me acompañó a la policía para que me repatriaran. En la comisaría me dijeron que me daban un billete hasta Roma. Y de allí, la policía me mandaría a España. Mi hambre no podía esperar tanto. Mi amigo, el botones, al que yo había dado alguna tarde clases de fotografía, o más bien de odio al paisaje veneciano, me ofreció comprarme el equipo de cámaras por un poco menos dinero que el argentino, no tenía más. Acepté con la condición de enviárselo, cuando pudiese, y que él me restituyese la cámara. Con el dinero, compré el billete de vuelta y lo poco que sobró lo gastamos en una borrachera. Antes de coger el autobús, como en la estación de tren hay duchas, me di una. Me afeité a gusto y por fin cagué tranquilo. Me fui de Venecia a Madrid sin comer, y de remate en cada frontera la policía subía y solo me bajaba a mí para registrarme. Al final llegué. Recuerdo vivamente la alegría que sentí.

Alberto García-Alix para Jot Down 5

Y apareció la galerista Valle Quintana.

Había perdido a Ana, las cámaras y tuve que volver a casa de mis padres. Era el año 86, me había quedado sin nada. Sin dinero, sin casa. Lo único que me quedaba era la moto. Afortunadamente, en el famoso viaje de Madrid a Vigo iba Valle Quintana, que era la galerista de una sala de arte muy importante que se llamaba La Cúpula. Me preguntó cómo estaba. Le hablé de mi problema, no tenía nada, ni cámaras. Contestó que si estaba así era porque yo quería y me ofreció una exposición. «Confía en mí que te lo vendo todo», dijo. Como en esa época yo cometía errores, problemas con las drogas y demás, de administrar el dinero de producción se ocupó Kiko Rivas. Me encerré en casa de mis padres, monté un laboratorio en el cuarto de baño y durante dos meses estuve trabajando en la exposición. Y sí que se vendió, sí. Fue la primera vez que gané dinero honradamente.

Antes había expuesto en Londres, pero metí la pata. Una amiga llevó unas fotos mías a una galería que había cerca de Portobello. Se quedaron muy sorprendidos. Pensaban que estaban hechas en Nueva York porque salían unos rockers. Le mandé otras fotos y volvió a llevarlas. Como además tenía a la policía muy pegada al culo en ese momento, me fui a Londres. La exposición apareció en la prensa. Vino la directora del Photograpers Gallery y me dijo que quería ver más fotos mías, y exponerlas en esa sala. Debían pasar por un comité, pero sonriendo añadió que me podía prometer que les iba a interesar mucho. Firmé los papeles, me vine a España, pero me volví a meter en la milonga de las drogas y no cumplí con ella. Un año después escribió pidiendo explicaciones, se las di a mi manera y pedí perdón. Me volvió a mandar los papeles, volví a firmar y… volví a incumplir.

En tus retratos, has dicho que nunca sorprendes al modelo. ¿Cómo llegaste a ese estilo tan austero, de mucho trabajo hasta dar con algo nada recargado?

Lo que me pasó a mí concretamente es que en el año 81 cuando salí de la mili fui a ver una exposición de Agust Sander en el Instituto Alemán y fue la primera vez que me quedé pillado delante de unas fotos. Pero pilladísimo. Volví a verlas varias veces. En la soledad de mi laboratorio, por primera vez, algo se hacía evidente. La independencia de la mirada. La posición. La sinceridad… Sander era alguien que se posicionaba con una gran intención para tirar un retrato. Ese mismo año fui a ver una exposición de fotografía americana. Vi las fotos de Walter Evans, de Diane Arbus… Me sentí próximo y me hizo reconocerme en ellos.

Al principio, mis fotos eran muy naturistas. Con los años fueron siendo de otra manera. En aquella época sacaba muchas fotos de habitaciones de hoteles y las pensiones por las que pasaba, que eran muy humildes. Los amigos decían que aquello no eran fotos. De hecho, una vez un tío, que estaba buscando fotógrafos para una colección de postales y que publicó a toda la gente de mi época, me dijo al ver mi material: «hijo, no te voy a engañar, dedícate a otra cosa». Pero fue como el que oye llover, solo que con mi sinceridad habitual le dije a mis amigos lo que me había dicho y durante un tiempo llevé el sambenito de «dedícate a otra cosa».

Retrataste a Johnny Thunders.

Vino a España a tocar y me fui con Santi Ágapo y más gente a buscarle al hotel, le dijimos que teníamos heroína en casa, que si se venía y aceptó. Primero dimos un paseo por la calle, por detrás de Gran Vía, y luego fuimos a mi casa. Allí estaba durmiendo mi amiga Eva, que era fanática de Johnny Thunders, y también una apasionada de los opiáceos. Llegó y le digo: «Eva, despierta, mira a quién te traigo». Abrió un ojo, lo reconoció y gritó: «¡hijo de puta, hijo de puta, cómo me haces esto!». Salió corriendo, se encerró en el baño y cuando volvió parecía la reina mora, maquillada y peinada. Total, que, con mucha alegría, todos nos pusimos el primer chute.

Después de ponerse, Johnny escupió la sangre que quedaba en la jeringuilla contra la pared. Me sentó mal. Me pareció una guarrada. Le dije: «¡eh!»… Y él: «sorry, sorry». Me dejó la pared llena de churretes. Al segundo chute Johnny volvió a hacer lo mismo y me cabreé bastante. Meses después pinté la sangre por encima porque me daba mal rollo. Y hoy lo que pienso es… ¿Y si la hubiese fotografiado? ¡Hoy tendría el ADN de Johnny Thunders en una copia de papel! Esa foto habría sido buenísima, ¡buenísima! Pura metafísica. Pero fui torpe y no la hice, en cambio le saqué unos retratos que… Bueno, él no era un gran modelo, porque era muy teatral para mi gusto, no paraba de poner caras y poses, aun así conseguí un par de buenas fotografías.

Y de Camarón.

Kiko Rivas me llamó para hacerle un retrato a Camarón para la revista El Europeo. Fuimos a San Fernando (Cádiz). La verdad es que el plan, a priori, no me entusiasmaba mucho. El flamenco nunca ha sido la música que más me ha interesado. Pero, hombre, era Camarón… Además, cuando lo comentaba a la gente todo el mundo quería venir conmigo, ¡y pagando! Me decían: «¿puedo ir contigo? voy de ayudante, lo que sea, te pago lo que haga falta». Al final, vino mi mujer. Ella quería conocer a Camarón como fuera.

Salimos para allá con Kiko Rivas y el primer encuentro con Camarón fue un poco frío. Habíamos quedado en una fonda y Camarón me miraba como pensando ¿este de qué va? Le pedí unos minutos. Saqué unas fotos de él sentado en la mesa, pero de repente se fue al cuarto de baño, uno de los que iban con él salió detrás con bicarbonato y una cuchara y me dije: «joder, a ver si nos invitan». Camarón, en el cuarto de baño, no se debió sentir cómodo, porque había mucha gente en el bar e intentaban entrar en el baño. Salió y dijo que continuáramos por la noche.

Fuimos a la Venta Vargas y allí sí que nos entendimos. Vi que Camarón tenía un tatuaje en la mano y le pedí que me lo enseñara para fotografiarlo. Ocurrió que ahí había un tal Candado, que estaba siempre con él. Dijo que no se podía, que los artistas no muestran tatuajes en las fotos. Lo dijo con sorna. No me sentó bien oír eso. Me abrí la camisa y dije: «¡pues yo soy un gran artista y mira todo lo que llevo tatuado!». Replicó: «joder, parece un mapamundi». Todo el mundo reía, pero vi que Camarón se había quedado quieto. Enfoqué a la mano y me dije: «yo tiro mi foto». Cuando levanté la mirada, el único que se había dado cuenta de que la había hecho fue Camarón. Además, había dejado quieta la mano, sin moverla de posición, sabiendo lo que yo estaba haciendo. A partir de ese momento, surgió una corriente de comunicación entre nosotros. Nos reímos mucho y hasta nos invitó después a una boda gitana.

Pilló buen rollo conmigo. Me tomaba el pelo, se reía, decía: «¡tú eres gitano!». Porque yo llevaba el pelo largo y rizado por esa época. Al volver a Madrid, mucha gente me preguntaba cómo era él… Era un príncipe, veías que emanaba de él algo especial, no sé cómo explicarlo. La verdad es que me arrepiento de no haber hecho más fotos, falleció poco después. Por cierto, que al poco de su muerte me encontré toda la ciudad empapelada con mi foto en el nuevo disco y tuve que ir a la discográfica a renegociarlas.

Alberto García-Alix para Jot Down 6

Por estas fechas estuviste metido en los Centuriones y de ahí surgen tu colección de fotos «Bikers». ¿Eran muy chungos?

Los Centuriones éramos un motoclub. ¿Tú crees que eramos chungos…? Chungos son los políticos corruptos, y son muchos, y sus miserias nos afectan a todos. Los Centuriones eramos libertarios. Gente de corazón, más vivos. Yo lo fui unos años y lo dejé, pero la verdad es que los años en el motoclub me causan una gran morriña… Conservo buenos amigos. Nunca podré volver a vivir la carretera y la moto como la viví entonces. Para mí fue una época maravillosa en mi vida. Lo que no le puedes pedir a un club de motoristas es que se acoja a lo políticamente correcto, los motoclubs siempre tendrán sus propias reglas y leyes.

Hay una cosa que me extraña, Ramón de España, en El País, no una sino dos veces, escribió que eras un niño bien que se hacía rebelde, que no contento con no querer estudiar Derecho y hacer Periodismo te hiciste motero. Y te compara con alguien de la alta sociedad catalana que conocía que se enroló en la Legión, se casó con la asistenta de sus padres y se fue a vivir a Rubí.

Tonterías. Ni me va ni me viene. Primero, porque lo que dice no es verdad. Son pamplinadas literarias de alguien que no me conoce. Yo no me hice motorista, las motos están en mi vida desde los doce años… ¡Antes que las mujeres! Mira [me enseña su carpeta del colegio, toda llena de fotos de motos recortadas de revistas], del año 66, la portada del libro de Filosofía con Mike Hailwood. Mira, química, ciencias… mira, ¿de qué está lleno todo? De recortes de motos. Lo que siempre ambicioné desde niño fue disfrutar la vida encima de una moto. Ser un zascandil. Sin más.

Creaste un equipo de competición de motos.

Mi amigo César Aguí vino a verme y me contó que conocía a un mecánico en Valladolid que tenía una Ducati 851. Él deseaba competir con esa moto, pero no tenía dinero. La palabra Ducati encendió mi corazón. Le propuse poner la pasta y hacer un equipo de competición. Se llamaría «Pura Vida Racing Team» y el logotipo sería la chica tatuada del logo del fanzine El Canto de la Tripulación. Me pidió que habláramos con el mecánico y preparamos una comida, después de unos entrenamientos, en el Jarama. Nos fuimos a comer tortilla de patata al campo. Yo fui franco con Evelio Tejero, así se llamaba. Le dije: «mira, no tienes dinero, yo puedo ponerlo». Le hablé de La Tripulación como grupo, y me remangué hasta el codo para que no hubiera dudas de quiénes eramos. El primer año corrimos con César Aguí, que hasta la última carrera se mantuvo entre el segundo y el tercer puesto. En Cartagena, la última carrera, se vino abajo. Fue bajando del segundo al cuarto, del quinto al sexto y al séptimo… No sé si al final quedamos octavos. Fue un año maravilloso y tuvimos la oportunidad, hasta el último momento, de haber dado la campanada en el Campeonato de España con un equipo muy humilde.

Evelio Tejero y yo comprendimos que si queríamos ganar, necesitábamos un piloto más joven que César. Justo entonces, un amigo mío que dirigía una compañía de seguros, se ofreció a esponsorizar el equipo y puso todo el dinero para el año siguiente. Compramos en Bolonia la primera 916 réplica de Carl Fogarty, y también una 748 con las que ganamos el campeonato de España en Sport Production, y quedamos segundos en Super Sport, luchando contra los hermanos Gavira, que eran muy, muy rápidos. ¡Cómo llevaban las motos esos dos! Pero fue un año muy intenso, nuestro piloto David Vázquez era muy rápido y nos dio días de gloria.

El otro gran punto de inflexión en tu vida fue en París.

En el año 2000, en una fiesta me tomé un par de rayas y un par de cubatas e inmediatamente, sin ton ni son, me puse a devolver. Al día siguiente no tomé nada, pero días después volví a beber y volví a devolver. Fui a ver al médico, mi amigo Pedro Escartín, y me hizo unos análisis. Se me había detonado la hepatitis C. «Alberto, se te acabó lo de beber, tienes el hígado destruido, ni una sola copa mas, tienes que hacer inmediatamente un tratamiento de Interferón». Y me advirtió de que el tratamiento era complejo y duro.

A partir de ese momento, a los cubatas los llamaba aspirinas. Era el refresco entero con una gotita de alcohol. Aparte de esto, como nunca vienen dos sin tres, sucedieron otras cosas. Fue un momento de una gran fractura personal, una quiebra. Me di cuenta de que no podía seguir así. Decidí dejar de tomar drogas, ir a París, abandonar absolutamente todo y hacer el tratamiento. Fue un año entero tratándome con Interferón y con unos efectos secundarios horribles. Muy brutal. Sentí algo en mí que nunca había sentido, debilidad y miedo. Adelgacé muchísimo, fue muy duro. Estaba en una situación de confusión absoluta, pero tuve suerte… Siempre he caído de pie.

Unas semanas antes de comenzar el tratamiento, una amiga en París me invitó a una fiesta en una casa. Al rato de llegar una chica que había allí me preguntó si yo también iba a tomar la «madre». Me explicó que era ayahuasca. Pregunté cómo colocaba eso y no me lo supieron explicar. Tenía miedo de cómo podía afectarme y que me salieran todos los demonios, que eran muchos. No estaba en ese momento como para poder escupir todo lo que tenía dentro. Estaba allí sentado y pensaba «¡vete, vete, vete…!». Pero al final me dije: «no seas cobarde, igual hasta te puede ayudar». Y la verdad es que el viaje fue positivo.

No me enteré mucho de lo que pasó a mi alrededor. Éramos unas diez personas tirados todos en colchonetas. Lo que sí es cierto es que tuve un desdoblamiento. Me vi flotando encima de mí, como un soldado. Establecí un monólogo conmigo mismo y me dormí. Cuando desperté, no estaba nada cansado y estaba convencido de que podría con el Interferón. Los médicos en París me habían dado un 20% de posibilidades. Pensaban además que tenía cirrosis. Pero tenía amigos. También me gustaba la ciudad. Y tenía dinero para permitirme un tiempo de descanso. Aun así, no era como Madrid. Conocía poca gente y caminaba mucho sin rumbo. Eso me hizo encerrarme en mí mismo. Al final, dio lugar a una evolución en mi mirada, y a toda mi nueva obra en vídeo.

[Ana]: Me emocioné muchísimo cuando volviste de París. Hiciste una de las exposiciones más sinceras, lloraba de emoción al verla.

Sí, esa exposición era muy intensa y reflejaba muy bien mis emociones de aquel momento.

Alberto García-Alix para Jot Down 7

En esas fechas también realizas tus fotos de actores y actrices porno.

Eso fue antes de irme de Madrid. Me invitó al festival porno de Barcelona un periodista, Casto Estópico. Al principio, como no conocía a nadie, estaba cohibido. Pero Dios los cría y ellos se juntan. Allí conocí a Nacho Vidal. Tenía que hacerle unas fotos y le pedí que se bajara el pantalón. Aparte de mí, estábamos allí mi asistente, un fotógrafo francés y otro inglés que me habían pedido estar presentes. Cuando Nacho se bajó el pantalón y vimos aquella cosa que tenía ahí colgando, yo grité: «¡que Dios conserve esa polla!». El caso es que ahí Nacho y yo nos hicimos amigos. Ya puestos, quedamos esa noche para irnos de farra. Nacho me presentó a gente del porno, actores, actrices. Incluso le acompañé a un casting en la República Checa.

Keith Richards es fan de tus fotos.

La mujer con la que viví en París era muy amiga de los Rolling Stones. Un día ella estaba hablando con Keith por teléfono y le contó que estaba viviendo con un fotógrafo español. Él preguntó si no sería García-Alix por casualidad porque le gustaban mis fotos. Le habían regalado un libro mío. Él, por lo que dijo mi chica, pensaba que las fotos estaban hechas en la calle en ciudades como Nueva York. Y no, eran mis amigos de Madrid. Esto me pasaba mucho al principio, nadie pensaba que esas fotos estaban hechas en España.

La foto que hiciste de la camisa de tu hermano Willy, fallecido por sobredosis, ¿sigue siendo para ti la más importante que has hecho?

No creo. No tengo fotos favoritas. Cada época tiene su foto, la que mejor expresa y condensa lo que fue. Si te fijas aquí en el estudio no tengo fotos. Solo de pilotos de motos.

Te gustaría poder retratar a José Tomás.

Fui a verlo a Nimes. La verdad, me gustan los toros y quería verlo como fuera. Me invitaron unos amigos y fue un gran día en mi vida. Me quedé pilladísimo. Cuando acabó era como… ¿Qué ha pasado? Ahí estaba un hombre que había amplificado los límites de la gloria. Lo quieras o no se te pone la piel de gallina. Fue como cuando encienden la luz en un teatro o un cine y acabas de ver una gran obra, que no te puedes ni levantar del asiento. José Tomás en dos horas nos hizo mejores personas. ¿Dónde puedes encontrar una épica como la de ese hombre, el respeto, la mística, el sacerdocio, la altivez, la tensión, el arte…? Como fotógrafo claro que me gustaría hacer la foto, pero una gran foto que reflejase su personalidad.

Te arrepientes de haber sido vago, de no haber hecho más fotos.

Pues sí. Si ahora pudiera volver a vivir los años ochenta con la conciencia de ahora mismo, estaría fotografiando constantemente el mundo que me rodeaba. Los tendría a todos, como si fuera un coleccionista de freaks.

Te marcó viajar a China.

Tenía que escribir el guión del vídeo De donde no se vuelve para el Reina Sofía y le propuse a todo el equipo irnos a Cartagena de Indias, a Colombia. Había estado allí hacía poco, y me encontré a Manuel Malú, que había montado un bar en el local donde Marlon Brando rodó La queimada. Iba andando por la calle y escuché: «¡Alberto, Alberto!». Me giré y vi que era él. Increíble. Me llevó a la playa con unos músicos de vallenato solo para mí. Más tarde, cogimos un coche tirado por caballos y él se puso a tocar rumba con la guitarra por la calles de Cartagena de Indias, en fin, genial Manuel Malú.

Volví a Madrid convencido de ir a Colombia a trabajar, pero justo antes tuve que ir cinco días a China, a Pekín, a inaugurar una exposición. La primera noche salimos a cenar y no sentí una gran atracción por el lugar. Pero al día siguiente fui a dar un paseo y me hice un canuto. Flipé. Estaba por todas las calles que hay detrás de Tiananmen y se me quedó la cabeza a cuadros. Me pareció superinteresante y supervital. Luego me hice amigo de las tres chicas españolas que estaban viviendo allí. Vinieron a la exposición, les pedí que me sacaran de marcha y eso ya fue maravilloso. Así que fuimos todo el equipo a Pekín. La primera noche acabamos con unos músicos de Nueva York e Inglaterra que hacían música antigua, de marineros de los años treinta, por swing, con contrabajo, acordeón y guitarra. Acabamos bailando encima de las mesas.

Pasamos ocho meses. Me encerraba todos los días a escribir y, aunque la tensión del trabajo era muy grande, lo pasamos de miedo. Fue una gran experiencia. Conocí a mucha gente. Entre ellos a un músico chino muy sensible y nos hicimos amigos. Lo encontré en un bar, que por cierto se llamaba Dos Kolegas, en español, donde ponían música experimental. Lao Ta, que así se llama, según entré en el bar me tendió la mano y me ofreció un canuto enorme de marihuana. Le dije a mi equipo: «¡este es nuestro hombre!». Era genial músico, genial persona, y además nos surtió de la mejor marihuana del mundo (risas). Hombre, si te vas allí para ocho meses tienes que buscarte tu vidilla. Me eché hasta una novia china.

Alberto García-Alix para Jot Down 8

No te has pasado a la fotografía digital.

Al principio pensé en pasarme como todo el mundo. De hecho, hace cinco años probé una Phase One de Hasselblad digital, que me la llevaron al Escorial, donde yo daba un curso de fotografía para que la probara. Es una buena cámara, pero me di cuenta de que el autofocus solo va con lo que está detenido, lo que está en movimiento no lo pilla. Tampoco me daba más poesía, entonces me pregunté qué me daba. Si no me ofrecía más velocidad y tampoco poesía y expresividad, no era lo que necesitaba. Así que decidí que me podía permitir seguir trabajando en analógico.

Has dicho que no falsificar las emociones es tu primera norma.

No es así. Falsificar las emociones, si se hace brillantemente, es genial. El problema es que el digital ha traído una gran falsedad de las emociones, que es otra cosa. Tiene ventajas y virtudes. Ahora te metes con el ordenador, desenfocas aquí, desenfocas allá; estiras de aquí, estiras de allá, y sale una fotografía como las que hace Antonie D´Agata pero sin ser Antonie, ni haber tenido ese desarrollo. O si quieres hacer una imagen como la de Anders Petersen, puedes imitarlo a través de unos contrastes exagerados. Pero no hay una visión sobre la cámara al mirar. Es un juego después, a posteriori, maniqueo. Si tienes buen gusto puedes hacerlo muy bonito, pero hay una gran falsedad en las emociones.

Dijiste que de niño te habrías imaginado al hombre del siglo XXI de muchas formas muy modernas, pero nunca haciéndose selfis sin parar.

Nunca he dicho que me imaginara al hombre del siglo XXI. Mi cabeza no da para tanto. Cuando llegaron los móviles hace cinco o seis años con cámara de fotos y la gente empezó a hacerse fotos a sí misma, que hasta se sacan fotos masturbándose y las cuelgan en las redes, de repente pensé qué coño, la ciencia ficción nos había mostrado mucho lo que esperaba al hombre del futuro, pero nunca nos enseñó a una persona haciéndose fotos a sí misma.

Pero el fenómeno podría tener su punto. Recuerdo cuando estaba en Buenos Aires escribiendo un texto para un libro de Joan Fontcuberta. En la calle había una cacerolada contra la corrupción política y pensé, qué coño, eso no tenía sentido en el mundo moderno. Hoy en día lo que se podrían hacer era, precisamente, selfis, pero de otra manera. Es decir, coger el móvil, bajarse los pantalones, sacarse una foto del ojete, anónima totalmente. Imagínate al Gobierno recibiendo dos millones de ojetes del culo para decirle lo que pensamos de ellos. No pueden decir que no lo han olido. Crearíamos un antecedente de mal gusto: mire, señor, esto es lo que pienso de usted de verdad y se lo voy a hacer ver. Es una broma, pero al verlos tocar los tambores, pensé que eso ya estaba fuera de época. Ahora hace falta una profanación del poder.

Al entrar en este estudio te he visto hablar de Napoleón y no me ha extrañado porque dijiste que el 15M estaba bien, pero que tú lo querías con un Napoleón. ¿Por qué te obsesiona tanto este hombre?

No, no he dicho eso nunca [«Todo era una asamblea permanente. No, hacen falta directrices fijas. Yo creo más en un líder, en un Napoleón que diga: "Venga, vamos a reventarlos a todos"». La Voz de Galicia, 12-12-2013. Durante la entrevista Alberto insiste: «Es una cita falsa». NdR]. A mí me gusta el personaje de Napoleón en la historia. Napoleón fue la primera persona que tuvo la idea de una Europa unida. Trajo algo que no aportó la Revolución Francesa. Eso antes no había existido. Napoleón también fue el primero en becar a los artistas, en financiar el arte. Las leyes que seguimos ahora, aunque tengan la base del derecho romano, son modernizadas por el derecho napoleónico.

Y en cuanto al 15M, yo también me siento un indignado. Este país me duele. España ha ido atrás otra vez. Me ofende la gran estafa del sistema democrático sobre todo porque no somos iguales ante la ley. Y aún duele más que la corrupción haya sido institucional, y por ende su soberbia e impunidad.

La historia me gusta mucho, mi madre es licenciada en Historia. Creo que los Gobiernos de España nunca nos han tratado como adultos. Con las motos por ejemplo, hay una ley por la que no podemos cambiar ni el manillar. Aunque las pinzas de freno sean del año 79, legalmente no puedes poner pinzas nuevas. En Francia, Inglaterra, Alemania, Suecia, Dinamarca, Suiza o Portugal, tú puedes trabajar tu máquina, en todas partes menos en España, que no nos dejan hacer nada porque los distribuidores se han repartido el gran negocio y los motoristas nos lo hemos comido. Si no te permiten hacer nada, no hay creatividad, y cuando te roban la creatividad, aunque sea en una tontería como esta de la moto, te roban mucho más. Sueños, ilusión, alegría. Y no es solo una moto porque es así en todo en este país, lo hemos convertido en uno de los más rígidos de Europa. Es una putada salir mucho de España, a veces uno compara y duele el alma.

Paro la grabadora. Me pongo a hablar con el periodista francés que está haciendo el documental. Las ayudantes de Alberto se van cada una para un lado, con sus cosas, y de pronto un grito irrumpe en todo el estudio, es Alberto: «¡hostia, hostia, que hay una paloma muerta!». Le dicen que no llega a comer con no sé quién. Responde: «primero la fotografía, después todo lo demás».

Alberto García-Alix para Jot Down 9

Fotografía: Guadalupe de la Vallina

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