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Volveremos

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Fotografía: Mister G.C. (CC).

En el reciente libro de Sergio del Molino La España vacía, se denominó al éxodo rural de mediados del siglo pasado como «el gran trauma». Trenes abarrotados salían de los pueblos en dirección a las capitales, pero también a otros países como Alemania (que recibió 552 000 trabajadores españoles), Suiza (577 000) o Francia (436 000). Los emigrados fueron en los años sesenta y setenta una de las principales fuentes de divisas del régimen, ya que muchos dejaron en España a sus familias con la esperanza de volver.

Con la crisis del petróleo en los países de destino, muchos de estos emigrantes efectivamente regresaron, pero fue en un momento en el que nuestra industria en declive y el sector servicios no fueron capaces de absorber ni a ellos ni a la población activa del sector primario. Entre 1965 y 1995 el empleo agrícola descendió en tres millones de trabajadores y apareció el paro endémico.

En los siguientes treinta años, solo durante el cenit de la burbuja inmobiliaria se logró bajar de dos millones de parados, o de un 8% de tasa de paro. Con su estallido, en 2013 las cifras se dispararon como nunca. Se alcanzaron los seis millones de parados, una tasa del 27,16%. Con historias que comienzan en el año de inicio de la crisis, 2007, en ese nuevo «gran trauma» español, empieza el libro Volveremos (editorial Libros del K.O.) de las periodistas Estefanía S. Vasconcellos y Noemí López Trujillo.

En las primeras páginas, la investigadora del CSIC Amparo González-Ferrer realiza un interesante y necesario desmentido las cifras oficiales de emigrados que se han presentado durante todos estos años.

El Instituto Nacional de Estadística en 2012 estimaba que desde 2008 se habían marchado de España unas 225 000 personas. Según los cálculos de González-Ferrer, se trataría de unas 700 000. En 2013, por citar un ejemplo, España era el segundo país que más trabajadores enviaba a Reino Unido. El primero era Polonia.

La disparidad con las cifras oficiales, explica la investigadora, se debe a que «los datos oficiales están basados en las bajas padronales, que se producen solo si los emigrados se dan de alta en los consulados de España. Esta inscripción muchas veces no se realiza aunque la persona viva fuera durante años». Las últimas cifras oficiales sobre el saldo migratorio, publicadas la semana pasada, seguían mostrando cifras negativas en el primer semestre de 2016: 20 002 personas.

No conozco ningún emigrante que sea del PP.

Volveremos es un libro de entrevistas a emigrados. Las autoras eligieron casos diferentes y paradigmáticos. Esta frase sobre el PP es una de las que desliza uno de los protagonistas seleccionados. Para entenderla hay que volver a la introducción, donde González-Ferrer pone en contexto cómo ha sido la marcha de trabajadores.

Se vendió en los medios como el discurso de «estamos perdiendo a los jóvenes», que a su juicio es «agradecido», porque había que diferenciar entre los que podían permitirse emigrar, que son la mayoría de los que lo han hecho, con los que no podían pagarse ni un día de búsqueda de empleo en el extranjero, de los que no ha hablado la prensa, sentencia la investigadora. «Hay bastantes indicios de que la gente que se ha ido estaba menos dispuesta a soportar el descontento aquí. Era el perfil de alguien insatisfecho con el sistema político, más crítico con el Partido Popular y el PSOE, con una percepción más elevada de la corrupción y que había participado en el 15M».

Para la coautora Vasconcellos hay que diferenciar claramente los perfiles: «La hija de un ministro que estudie en Nueva York no tiene nada que ver con el fenómeno del que estamos hablando. Hay un perfil que no es representativo de todos los que se han marchado, pero sí de buena parte de ellos: el del desencantado con PP y PSOE que encuentra un nuevo partido que habla su idioma y, muy importante, habla de ellos. Este fenómeno ha cambiado el voto de mucha gente, de los que están fuera y a los que se les han ido los hijos». López Trujillo añade: «Hay que tener en cuenta siempre que en cualquier movimiento migratorio los que se van son los que pueden. Ocurre lo mismo en el norte de África o en Senegal, se marchan los que tienen un colchón familiar, ahorros. En el caso español, suele ser gente universitaria, que incluso ya han hecho un Erasmus, etc».

Tenemos amigos que vienen de Irán o Brasil y si les hablamos de problemas políticos [de España] nos pueden decir: cuando quieras hablamos de los míos.

Otra de las facetas en las que indagan las entrevistas, además del color político que ha tomado la emigración, es el de cómo se autodenominan. Ha sido frecuente leer en las redes hablar de «exiliados económicos» y términos semejantes. Sin embargo, en uno de los testimonios uno de los entrevistados reconoce que si le habla de problemas políticos en España a la gente que conoce en Canadá proveniente de países con situaciones mucho más graves, se le queda grande la condición de «exiliado».

Noemí López Trujillo entiende que hay que tener en cuenta que con las palabras y los términos también se hace política y se muestra o se esconden los problemas: «Las palabras conforman la realidad, si desde el Gobierno les llamas “aventureros”, como ha sucedido, ocultas la realidad de gente que lo está pasando mal, que los hay. Es cierto que no todos se sienten obligados a irse, que hay gente que solo quiere probar una experiencia, no se trata de victimizar, pero es cruel llamarlos aventureros. Creo que con decir que son emigrados ya describes la realidad y luego que cada uno explique sus motivos. Más que con la autoestima, con lo de la generación más preparada, que eso es una gilipollez, esto tiene que ver con el orgullo, con sentirse humillado y empoderarse como emigrado».

Fotografía: Hernán Piñera (CC).

Lo curioso son los marcos y la diferente forma de enfocarlos. Vasconcellos destaca la diferencia entre los que han llegado a España y los españoles que salen de ella. «Para un peruano que entrevistamos, usar el término inmigrante es sinónimo de éxito: ha conseguido una casa, un coche, mantener a su familia, ha cumplido su “sueño europeo”».

Yo me he largado y chao, puede que el valiente seas tú quedándote ahí.

El trabajo de estas dos periodistas explora todas las contradicciones que se han dado en la visión que se tiene del fenómeno. Uno de los más llamativos de los que se tratan es el de las lamentaciones del que se marcha. Según explica López Trujillo: «El que se va es en búsqueda de algo que cumpla sus expectativas, pero los que se han quedado y no tienen trabajo, o están en un McDonald’s esperando a ver qué sale, como una de nuestras entrevistadas, igual tienen más valentía por quedarse aguantando una situación en la que el emigrado ha dicho que se lava las manos y se va».

No me gusta que se ofrezcan trabajos a españoles por salarios mucho más bajos de los que se pagan a alemanes.

Un aspecto que tampoco es desdeñable es que, fuera de España, no faltan precisamente empresaurios, ni sus prácticas, ni Empresas de Trabajo Temporal (ETT) que hacen del fraude de ley su vía de ingresos. A través de la historia de una de las protagonistas de Volveremos descubrimos a una «agencia de reclutamiento» alemana que ofertaba puestos en Barcelona. Luego le decía a los candidatos —así fue la experiencia de esta entrevistada que no había salido la plaza en Cataluña, pero sí optaba a un puesto en Colonia por un salario similar. Por treinta mil euros al año se llevaban ingenieros a Alemania que debían cobrar en torno a los sesenta mil, y se quedaban la diferencia.

Del mismo modo, también aparecen agencias que contratan quienes quieren ir a Inglaterra, para que les gestione encontrar una vivienda rápidamente porque «a veces encuentras trabajo antes que piso», señala Vasconcellos. Pero luego se encuentran en pisos con catorce personas tras pagar comisiones que pueden llegar a quinientos euros. «Hay gente que se aprovecha del miedo que tiene el recién llegado a no valerse por sí mismo, han hecho de la necesidad un negocio».

Me cambié mi nombre en LinkedIn de Bernardo a Ben.

El Brexit no puede faltar en un análisis como este. Uno de los protagonistas de las entrevistas lo vivió en propias carnes. Se encontraba en Chelsea, un barrio que, tal y como lo describe Vasconcellos, «se supone que es de gente educada, que ha viajado», y allí le gritaron en un bar a un grupo de amigos que se fueran a su país, justo después del referéndum. Una situación que sorprende porque muchas veces los que defendían estas posturas ante el protagonista eran hijos de inmigrantes de oleadas anteriores, descendientes de japoneses o de indios, que dicen que «Londres está perdiendo su esencia». Un discurso «hipócrita, lamentable y victimista», sentencia la coautora.

Nunca me han tratado en Francia como se trataba a los marroquíes en España.

También hay que subrayar el testimonio de una emigrada a Francia que conoce la realidad de los invernaderos murcianos. Ha sido consciente toda su vida de cuál era la situación de los inmigrantes en su región. Los jóvenes, en cuanto cumplían dieciséis años, dejaban los estudios y se iban a trabajar. Pero cuando llegó la crisis, los españoles retomaron esos trabajos y ellos se quedaron sin ninguno. En Francia, ella se siente privilegiada en comparación. Dice que ha notado que hay emigrantes de primera y de segunda.

Hostias, si me quedo aquí no vuelvo a trabajar.

Las historias que se citan en Volveremos son las de familias trabajadoras que se esforzaron para que sus hijos pudieran explotar su vocación y han visto que ha sido imposible hacerlo en España. En este aspecto, son familias que han experimentado una gran frustración porque la formación de sus hijos era su gran inversión de futuro.

Y también son familias partidas. Por muy bien que te hayas adaptado a tu nueva tierra, cuenta un entrevistado, siempre que recuerda el cumpleaños de su madre se echa a llorar irremediablemente. El trago es aún peor en situaciones como la muerte de un familiar.

López Trujillo cree que los que no han tenido que marcharse no son conscientes de los problemas que ocasiona el desarraigo y tener lejos a los tuyos: «Nos decían por Twitter que “menudo drama” no poder estar en el cumpleaños de sus familiares. Una forma un poco cruel de reírse de los sentimientos de desarraigo de la gente. No puedes juzgar cómo siente una situación así cada uno. Para muchos, su hogar y su patria es su familia y es especialmente duro para ellos estar lejos, sobre todo cuando tienen hijos».

En suma, Volveremos es un libro necesario por cuanto reúne algo que se suele quedar fuera de las grandes cifras macroeconómicas y estadísticas, que son los sentimientos que se experimentan en los movimientos migratorios y que cuesta que entiendan tanto los que reciben a esta población flotante como los que dicen adiós en su tierra. No en vano, dice el tópico, lugar común pero basado en la tozuda experiencia, que el emigrado ni llega a ser completamente del lugar adonde va ni vuelve a ser del lugar que dejó atrás.

Fotografía: Michael Summers (CC).

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