
Estado actual del estadio de voley playa de los Juegos Olímpicos de Atenas. Fotografía cortesía de The Olympic City project.
Antes de que estallase la burbuja española y la de Lehman Brothers, cuando a los jóvenes y a amplias capas de la población le importaban un pito los presupuestos del Gobierno, los autonómicos y los municipales, las políticas sociales eran a menudo rechazadas por «inviables». Cualquier gasto social era «insostenible» y la civilización occidental haría aguas si se implantaba alguna porque entonces nuestra economía dejaría de ser «eficaz y eficiente». El horizonte utópico, pedir el regreso de la URSS poco menos, era exigir que los médicos de atención primaria pudiesen atender un mínimo de diez minutos a cada paciente. No se podía interrumpir la senda victoriosa de la economía española con minucias así.
Sin embargo, uno echaba las cuentas de la vieja con otros gastos que no eran sociales, sino de los que podríamos llamar «ilusionantes», y no terminaba de entender cómo iban a traernos la prosperidad. Se trataba de partidas que iban a «situarnos en el mapa» y «poner en valor la Marca España»: las candidaturas olímpicas de Madrid. Su resultado es por todos conocido: al margen de lo invertido en infraestructuras (más de 5000 millones), que estaban dentro del plan de renovación de la ciudad de Gallardón aunque se vinculasen a los juegos, se gastaron 600 millones en instalaciones deportivas como La Caja Mágica o el Centro Acuático. Además, los nuevos responsables del Ayuntamiento, Ahora Madrid, han detectado en una comisión de investigación que no le cuadran las cuentas de 109 millones invertidos en las candidaturas.
Está por ver el impacto que tendrán La Caja Mágica y el Centro Acuático en la economía madrileña. En su día, de obtener los juegos, los expertos citados en los medios decían que la mayoría de informes y rigurosísimos estudios hablaban de beneficios para las ciudades organizadoras. Iba a ser Jauja sin lugar a dudas. Negarlo era ir contra Madrid y contra ¡España! Sin embargo, este año ha salido un libro en nuestro país, Circus Maximus (Editorial Akal) de Andrew Zimbalist, que viene a señalar precisamente lo contrario. Y no solo por casos espeluznantes como el ejemplo actual de Río de Janeiro, donde se producen desahucios y movimientos forzosos de población que no entran en los balances de beneficios y pérdidas. El sufrimiento no computa.
El ensayo en cuestión se inicia con algo que los fans de Peter Bagge ya conocíamos. El dibujante, en su recopilación de reportajes elaborados en el noble arte de las viñetas Todo el mundo es idiota menos yo, trató en una investigación la rentabilidad para las ciudades estadounidenses de albergar franquicias deportivas a cambio de cuantiosas inversiones públicas en beneficio del club que fuese a instalarse. Zimbalist coincide con el autor de Mundo Idiota en que ni tienen un impacto positivo ni mejoran la economía local.
Es lo mismo en el caso de organizar un evento de estas características, que lucen mucho en la tele, pero los beneficios son también, en la actualidad, muy dudosos. Solo para presentar una candidatura ya hay que gastar un mínimo de 100 millones. Una serie de inversiones preliminares que además hay que mirar con lupa. Ha habido casos de miembros del comité de la FIFA, explica el autor, que han recibido regalos como relojes Parmigiani de 25 000 euros. A los miembros del COI, por su parte, solo hay que pagarles los gastos, pero la gran mayoría son aristócratas y millonarios. El príncipe Feisal Bin Al Hussein de Jordania, la princesa Haya Bint Al Hussein, Alberto de Mónaco, Nora de Liechtenstein… En octubre de 2014 en Oslo rechazaron la candidatura para los juegos de 2022 por «las increíblemente irrazonables exigencias del COI de recibir un tratamiento digno del rey de Arabia Saudí». Juan Antonio Samaranch, el célebre falangista catalán, exigía trato de «excelencia», se desplazaba a todas partes en limusina, dormía siempre en suites y vivía, a cuenta del COI, en el Hotel Palace de Lausana en una suite de 500 000 dólares anuales.
Y si miro un nombre latino al azar en Google de los miembros del COI, Rubén Acosta por ejemplo, de México, solo encuentro piezas relativas a corrupción. Esta, titulada «Una historia de amor al deporte», dice así: «Se fue tras ganar unos 30 millones de dólares en concepto de comisiones por contratos de patrocinio y de TV que solo él podía autorizar». En los noventa salió a la luz que los impulsores de la candidatura de Salt Lake habían ofrecido una beca a la hija de un miembro camerunés del COI. Esa candidatura se gastó 400 000 dólares en regalos y becas de estudios, cuando la reglamentación decía que los miembros del COI solo podían recibir regalos de hasta 150 dólares. Holanda se gastó 105 millones en su candidatura para 2028 en «estudios de viabilidad y organización de eventos para atraer el voto de los miembros del COI». Chicago, para la candidatura de 2016, también perdió 100 millones.

Fotografía: Cordon Press.
Zimbalist señala que las candidaturas vienen siempre apoyadas por los mismos grupos de interés. Las empresas constructoras, los estudios de arquitectos, las compañías de seguros, las cadenas hoteleras, los medios de comunicación, los bancos de inversión que abrirán el grifo del crédito para toda la fiesta a cuenta del contribuyente y, en algunos casos, de los hijos que aún no tiene, y finalmente por los bufetes de abogados que trabajan para todos los anteriores.
La historia de estas celebraciones, según pone en perspectiva el autor, ha estado cortada siempre por el mismo patrón. Por ejemplo, Amberes 1920 se organizó con un préstamo al 4% de un millón de francos procedentes de un fondo privado. En una época en la que solo la clase alta tenía tiempo para hacer deporte, dejó un déficit de 626 000 francos en la ciudad. Unos historiadores belgas que han analizado la celebración a día de hoy concluyeron: «Lo que está claro es que un pequeño grupo de prominentes ciudadanos, poseedores de grandes fortunas, ha logrado utilizar los juegos olímpicos en beneficio propio, acrecentando su prestigio social».
En cuanto a los derechos humanos, la FIFA tuvo el honor de adelantarse al COI en un disputado esprint final por celebrar una competición en un país fascista. El Mundial del 34 se disputó en Italia tras la promesa de Mussolini de construir grandes estadios. Luego el anfitrión se llevó el campeonato con polémicas decisiones arbitrales. La selección de la República de España fue una de las damnificadas. Algunos colegiados fueron despedidos de sus propias federaciones, expulsados de la FIFA e inhabilitados para arbitrar más partidos. El COI luego contraatacó yendo a la Alemania de Hitler, si bien es cierto que había solicitado ser la sede antes de la llegada al poder del líder nacionalsocialista. Pero recuerden que el golpe de Estado en España de 1936 se produjo justo cuando en Barcelona se iba a llevar a cabo la Olimpiada Popular en protesta por los Juegos de Hitler. Nuestro país decidió no enviar atletas a Alemania y organizó este evento paralelo. Había motivos. El COI permitió que Alemania purgara a todos los judíos de sus equipos olímpicos. Incluso siempre existirá la duda de si los judíos estadounidenses Marty Glickman y Sam Stoller fueron excluidos a última hora del equipo de relevos 4×100 metros como tributo a Hitler o como cacicada de un entrenador que quería favorecer a los atletas de su universidad. El Memorial del Holocausto, al menos, tiene una entrada sobre el suceso.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los Juegos entraron en una época oscura con las matanzas de estudiantes previas a México 68, hubo cientos de muertos en protestas, y el atentado de Septiembre Negro en Múnich 72. En Montreal 76 se juntaron el hambre con las ganas de comer. Políticamente, Taiwán se quedó fuera porque Canadá había reconocido a la República Popular de China, y económicamente fue una ruina. Todo iba tan mal que el gobierno de Quebec tuvo que hacerse cargo de la organización por los típicos retrasos en la construcción de las infraestructuras y resolver los conflictos laborales por los ritmos estajanovistas. Para el recuerdo ha quedado la frase de Jean Drapeau, alcalde de Montreal, que dijo: «Es más difícil que los Juegos Olímpicos produzcan déficit que un hombre dé a luz a un bebé». Pues el déficit fue de 1600 millones de dólares. La ciudad tardó treinta años en pagarlo.
Moscú 80 también supuso unos gastos indecentes y se vio empañado por el boicot tras la invasión soviética de Afganistán. Solo Los Ángeles 84 supuso un punto de inflexión en la deriva económica, porque también hubo boicot, esta vez de los comunistas excepto Rumanía y Yugoslavia, y de las islámicas Libia e Irán. Acabaron con un superávit de 215 millones. La mayor parte de las infraestructuras ya estaban construidas y, antes de aceptar la sede, la ciudad se garantizó que no cubriría las pérdidas.
Entrada la década, Samaranch dio un empujón al espíritu olímpico incluyendo cada vez más deporte profesional. A mediados de los ochenta entró el tenis profesional y en el 92 el famoso Dream Team de la NBA culminó el proceso. Es aquí cuando empezó la fiebre por las candidaturas.

Piscina de Montjuïc, que sigue en uso. Fotografía cortesía de The Olympic City project.
El espejismo lo supuso Barcelona 92. Una celebración impecable. Un caso «único y singular», según el autor. Las infraestructuras incluidas en el informe preliminar de planificación urbana de 1983 para la viabilidad de los Juegos Olímpicos eran las del Plan de Desarrollo Urbano de 1976. El plan era anterior a las olimpiadas y no al revés, como ha sido norma después. Además, de los 11 500 millones de dólares que costaron los juegos, el 60% fue inversión privada y el resto pública, y de ese dinero público la ciudad solo cargó con un 5% del total. Entre 1981 y 1989 España realizó una de las mayores inversiones en infraestructuras de su historia. En consecuencia, Barcelona pasó de ser el undécimo destino turístico y de negocios europeo en 1990 al cuarto lugar en 2009. Pero esto son las lucecitas.
La realidad es más prosaica. Los estudios que aporta el libro señalan que durante los juegos la ocupación hotelera cayó del 70% en 1991 al 64% en el 92. En los dos siguientes años, siguió descendiendo hasta el 54%. La llegada de turistas empezó a levantarse en el 96, cuatro años después, hasta que en 1998 el ascenso alcanzó el 80%. Además, el crecimiento turístico de la ciudad siempre estuvo por debajo del de Venecia, Florencia y Lisboa. No hubo «efecto olímpico». Si la llegada de visitantes experimentó ese ascenso fue por las instalaciones del puerto que permitieron la llegada de cruceros y la aparición de compañías aéreas de bajo coste en 1997.
Lo que sí se atribuye a los juegos fue el rediseño de zonas urbanas de Barcelona que tuvieron mejores servicios públicos y acceso al mar, lo que elevó los precios y trajo la famosa gentrificación, con aumento del precio de los alquileres (145% del 86 al 93) y un descenso de viviendas sociales de un 6% anual, por lo que Zimbalist concluye: «La organización de los juegos de Barcelona fue acompañada de una redistribución de los niveles de vida en detrimento de los grupos de asalariados menos pudientes».
Con la entrada de los BRICS en la celebración de estos eventos los casos han sido aún más graves, porque las infraestructuras estaban todas por hacer. Especialmente sangrante para Brasil fue el gasto en nuevos estadios para el Mundial. En Pekín, por ejemplo, se gastaron 40 000 millones por unos ingresos de 3600, a los que el COI les mete una buena tajada en derechos de retransmisión. En Londres, de 2569 millones recaudados de televisión, solo 713 fueron para la ciudad.
En todos estos casos, las olimpiadas de Londres y Pekín y el Mundial de fútbol de Brasil, el turismo bajó durante la celebración. El fenómeno es que los turistas deportivos sustituyen a los convencionales, no se suman. En 2008, China perdió un 7% de visitas turísticas, Pekín un 30% en comparación con agosto del año anterior. Además, de China salieron un 12% más de turistas locales durante los Juegos Olímpicos que en otros años. Los naturales huyen. Y los beneficios del turismo son muy relativos, las principales cadenas hoteleras tienen a menudo la sede fiscal en otras ciudades o en otros países.

Miembros de la delegación brasileña celebran la elección de Río de Janeiro como ciudad anfitriona de los Juegos Olímpicos de verano de 2016. Fotografía: Agência Brasil (CC).
Pero los famosos estudios siempre prometen cantidades ingentes de visitantes. En Pekín esperaban 400 000 y llegaron 235 000. En Sídney 135 00 y fueron 97 000. Atenas 105 000, hubo 14 000. Al Mundial de Sudáfrica iban a ir 400 000 y aparecieron no más de 220 000. Reino Unido perdió un 6,1% de turistas respecto al año anterior. Salt Lake, un 10% en 2002. En todos los casos, Sochi, Londres, Atenas, Ciudad del Cabo, se redujeron las ventas del comercio minorista local; además, subieron los precios con la llegada de adinerados extranjeros. Las redes sociales se llenaron de fotos de precios abusivos durante el Mundial de Brasil.
Por otro lado, en los partidos del Mundial de Brasil, la mayor parte de asistentes fueron brasileños y los ingresos por esas entradas no fueron para Brasil, sino para la FIFA. 200 millones de dólares salieron de los bolsillos de los brasileños para fuera a cambio de grandes recuerdos de triangulaciones, algún gol y poco más. La deuda por la construcción de esos nuevos estadios quedará para décadas, con sus intereses y sus recortes en gasto social.
Hablamos de cifras de gasto indecentes. Atenas, 16 000 millones. Londres, 18 000. Mundial de Brasil, 20 000. Pekín, 40 000. Sochi, entre 51 000 y 70 000. El Mundial de Qatar se estima que costará 220 000 millones. Solo en la ceremonia de apertura, Pekín gastó 343 millones. Quizá la única forma más rápida de enterrar el dinero sea la guerra. Y las obras las realizan en los BRICS generalmente trabajadores mal pagados, muchos de ellos migrantes en condiciones deplorables. En Qatar se han superado todos los límites, han muerto más de mil trabajadores y, según el diario The Guardian, cobrando 0,76 dólares la hora.
Las doscientas páginas de Circus Maximus son un compendio de despropósitos que no suelen aparecer en las memorias de los «estudios» de los «expertos» que escriben «informes» recomendando las candidaturas. Estadios que se levantan para no volver a albergar más que media docena de encuentros deportivos al año —algunos se dedican tras el evento a bodas y bautizos—, barrios enteros de los que se expulsa a la población, como está ocurriendo ahora mismo en Río de Janeiro, o como ocurrió de forma más sutil pero igual de implacable en Londres, deudas cronificadas… Y si hay algo que usted no entiende, solo siga la pista del dinero. Lo llamamos inversión pública pero se trata de su salario indirecto. La conclusión de Zimbalist debería encabezar y orientar el espíritu de todos los periodistas cuando vuelvan a sonar los cantos de sirena de organizar mundiales u olimpiadas en España: «Es prudente estar alerta cuando se trata con monopolios internacionales no regulados, y a veces es incluso mejor enfrentarse a ellos».
Artículos relacionados
La entrada Juegos Olímpicos y Mundiales: el gran golpe aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.